Re: ¿Hubo excusa para la emancipación hispanoamericana?
Sólo dejo algunos apuntes, más adelante comentaré sobre este tema, ofrezco el comienzo de un relato que creo que ayuda a este debate:
¿Latinoamérica o Hispanoamérica?:
A diferencia de la independencia de Brasil, la de los territorios de lengua española se logró a base de largas y sangrientas luchas, algunas de las cuales llegaron hasta nuestros días, como la fronteriza entre Perú y Ecuador, a la que puso fin el Tratado de Brasilia, de 26 de octubre de 1998, recientemente firmado en el Palacio de Itamaraty, con la asistencia de los Reyes de España como testigos privilegiados. O el litigio entre Argentina y Chile sobre los Campos de Hielo, que se zanjó mediante un Acuerdo de 16 de diciembre de 1998. «Tras la guerra, la independencia; y tras la independencia, la unión y la libertad». Así lo había prometido Bolívar. Después de sus victorias militares, se dispuso a sentar las bases de la futura constitución de las nuevas repúblicas, pero no fue más allá de la Gran Colombia que, por otra parte, habría de dinamitar su compañero el caudillo republicano José Antonio Páez. Era evidente que, roto el vínculo unificador que representaba la Corona española, el entendimiento entre pueblos y, sobre todo, entre los dirigentes, no se alcanzaría nunca. Y no sería por falta de proyectos, orales y escritos: el mismo Bolívar había publicado el «Manifiesto de Cartagena» en 1812, la «Carta de Jamaica» en 1815 -difusa como todas las suyas, según Pi y Margall-; en 1919 pronuncia el Discurso de Angostura, y otro en 1825 ante el Congreso constituyente de Bolivia. En todos insiste en la necesidad de alcanzar la unidad, «una sola nación sujeta al mismo soberano y a las mismas leyes». Pero en el Congreso Anfictiónico de Panamá en 1826 -«mermada asamblea, malograda, escuálida»- Bolívar no compareció. Sus entusiasmos iniciales, sus reiteradas promesas de independencia, unidad y libertad, no pudieron hacerse realidad. Antes al contrario, las divisiones y disensiones brotaban por doquier: luchas internas, fronterizas, personales entre dirigentes, etc. llevaron a Bolívar a un sentimiento de derrota que le consumía. «La América entera es un cuadro espantoso de desorden sanguinario… Nuestra Colombia marcha dando caídas y saltos, todo el país está en guerra civil… En Bolivia, en cinco días ha habido tres presidentes y han matado a dos…», se lamentaba en 1829. Y más tarde: «la América es ingobernable para nosotros… el que sirve una revolución ara en el mar… nunca he visto con buenos ojos las insurrecciones, y últimamente he deplorado hasta la que hemos hecho contra los españoles». Decepcionado, desilusionado, se retiró en 1830 a Santa Marta, en donde, hospedado en la Quinta de San Pedro Alejandrino, propiedad del español Joaquín de Mier, fallecía de tuberculosis pulmonar el 17 de diciembre de dicho año, a los cuarenta y siete de edad, rodeado de los pocos amigos que le habían acompañado. La unidad sería ya irrecuperable, según habían previsto Humboldt y San Martín, para quienes el único vínculo integrador de aquellas tierras y aquellos pueblos era el elemento hispano, del que ahora renegaban. «Los españoles europeos, nuestros natos e implacables enemigos… los destructores españoles… las barbaridades que cometieron los españoles…, madrastra España…», eran frases que acostumbraban a emplear los insurgentes republicanos, los rebeldes españoles de ultramar, no los indios.
Ni la amenaza procedente del Norte fue suficiente para promover la unidad de las jóvenes repúblicas. En 1821 se formuló la doctrina del «destino manifiesto» que se remató en 1822 con el mensaje de Monroe al Congreso: «América para los americanos». Y a partir de entonces, la marcha hacia el Sur, hacia el Pacífico, a base de tratados, ocupaciones y astucias: Texas, Arizona, Nuevo México, Colorado, Nevada, California y Utah, son incorporados a la Unión. La raza anglosajona amenaza a la raza latina, según denuncia el colombiano José María Torres Caicedo en su poema «Las dos Américas». Y los años siguientes demostraron hasta la saciedad cómo la política exterior y la diplomacia norteamericanas seguirían en esa dirección. Francia, que se consideraba defensora de la latinidad, no podía permanecer indiferente ante esta invasión. Y como España no estaba en condiciones de asumir la defensa de lo hispano, y menos de lo latino, el economista francés Michel Chevalier, que había viajado por el Nuevo Mundo, y a la sazón era consejero y ministro de finanzas de Luis Napoleón, ideó y perfiló el concepto de Europa Latina para oponer al de América Sajona. Planteado como un conflicto étnico, era necesario trasladarlo a América para construir la defensa a fin de evitar que los dominadores anglosajones del Norte traspasen la línea del Río Grande o Bravo. Y se aprovechó esta ocasión para el envío de tropas a México, con cuya ocupación se preparaba el desembarco para restaurar una monarquía latina. La frustrada operación, que se saldó con el fusilamiento del emperador Maximiliano, en 1867, tras un efímero imperio de tres años, obligó a la retirada de Francia, en un final previsto por Prim, comunicado en carta a Napoleón III, así como por Castelar. Y en 1856 aparece el nuevo concepto de la América Latina, Latinoamérica, con objetivos político-culturales, en textos del citado Torres Caicedo y del chileno Francisco Bilbao, que escribían desde París. Y aunque estos términos empiezan siendo utilizados como equivalentes o sinónimos de los entonces vigentes América Hispana o Hispanoamérica, lo cierto es que estos últimos dejan de emplearse poco a poco, a impulsos de un movimiento indigenista de raíz antiespañola, encabezado por Vasconcelos, quien lo abandona para confesar, poco antes de morir, que «parias del alma nos quedamos al renegar de lo español que había en nosotros».
¡¡Viva España y viva los que se sienten españoles!!.
Marcadores