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Tema: El arco indígena, más efectivo que el arcabuz de los conquistadores españoles

  1. #1
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    El arco indígena, más efectivo que el arcabuz de los conquistadores españoles

    El arco indígena, más efectivo que el arcabuz de los conquistadores españoles

    MANUEL P. VILLATORO








    Su lenta velocidad de recarga hacía que los nativos pudieran lanzar 20 flechas por cada disparo de los hispanos

    Pedro Lira (1888)


    Representación de la fundación de la actual Santiago de Chile por los conquistadores


    Al hablar de la conquista de América es inevitable que acudan a la mente una serie de imágenes recurrentes. En ellas, se suele ver a los españoles ataviados con coraza y morrión mientras avanzan valientemente por la selva con sus armas de fuego en ristre. Sin embargo, y aunque este retrato es en gran medida cierto, la realidad es que los arcabuces utilizados por los hispanospara la colonización no se usaron mucho en el continente durante el SXV y el SXVI debido a su alto precio y a la gran cantidad de tiempo que se necesitaba para recargarlo –algo que provocaba que, por cada bala disparada por un castellano, un nativo lanzara más de 20 flechas contra él-.
    Corría por entonces la primera década del SXVI, una época en la que buena parte del planeta era desconocida para los europeos. Aquellos eran tiempos de verdadera aventura en los que cientos de españoles partieron hacia el denominado Nuevo Mundo acompañados de espadas, alabardas, alguna que otra arma de fuego y, sobre todo, de una valentía que les llevaba a marcharse de la Península dejando todo aquello que amaban tras de sí. Su objetivo no era otro que asentarse en una tierra descubierta hacía poco más de dos décadas y cuya colonización era necesaria para que la región se convirtiera en un súbdito productivo de la corona.
    El conquistador y su armamento

    Sin embargo, para expertos como Juan Sánchez Galera (coautor de «Vamos a contar mentiras. Un repaso por nuestros complejos históricos» -libro editado por «Edaf»-) se ha tendido a deformar la imagen de aquel sujeto que, un día, recogía sus escasos objetos personales y se embarcaba hacia América en un viejo barco destartalado. Para empezar, el escritor considera que se suele creer que al Nuevo Mundo viajaron soldados armados hasta los dientes sufragados por el rey de España, cuando realmente la mayoría de personas que atravesaron el Atlántico no eran más que colonos que pretendían asentarse en Sudamérica e hidalgos de baja estofa con necesidad imperiosa de conseguir algo de efectivo.





    Portada del libro «Vamos a contar mentiras»




    «Hay dos perfiles bien diferenciados de personas que viajaron a América. El primero es el hidalgo, alguien de noble cuna que era un segundón porque no iba a heredar nada. Era un sujeto que tenía apellido pero no tenía dinero y necesitaba, por ello, hacerse con un patrimonio y labrarse un futuro. Al mismo tiempo, también viajaron a América los típicos labriegos andaluces, extremeños… que no tenían ni un apellido importante ni dinero y querían trabajar. Pero lo que está claro es que el perfil del conquistador no es el de un soldado al que el rey pagaba para que acudiera al Nuevo Mundo, sino una persona que viajaba libremente y no era un funcionario», afirma, en declaraciones a ABC, Juan Sánchez Galera.
    Y es que, los soldados preferían quedarse en Europa, donde a los reyes españoles no les importaba abrir la bolsa con asiduidad para remunerar sus violentos servicios. «En esos años, y para ser una nación relativamente pequeña, España tenía dos grandes frentes militares en los que era necesario llevar soldados absolutamente cualificados. En uno se estaban sucediendo las guerras europeas y en otro se luchaba contra el avance de los musulmanes. Los soldados profesionales luchaban en estas dos contiendas y recibían un buen dinero por ello. Como estaban bien pagados, no tenían necesidad de ir a América. Además, todos los soldados que se pudiesen reunir siempre eran pocos», añade el experto.

    Hernán Cortés, uno de los conquistadores más destacados y cuyas tropas usaban arcabuces
    INFORGRAFÍA ABC



    Al no ser soldados, aquellos que viajaban al Nuevo Mundo solían carecer del armamento necesario para defender sus tierras de un posible ataque de los nativos. Por ello, adquirían en la Península sus propias armas, cuya calidad y tipo variaban dependiendo de la situación económica del comprador. «El equipamiento que llevaban era el que se podían sufragar de manera privada. El problema que tenían es que lo más caro que debían llevar no eran las armas, sino la comida, los pertrechos etc.», añade Galera a ABC.
    Así pues, mientras que era muy usual adquirir multitud de espadas y alabardas, no sucedía lo mismo con los arcabuces, cuyo precio era más que prohibitivo debido a que requerían de maquinaria muy específica para ser construidos. Tampoco ayudaba la gran cantidad de elementos que hacían falta para mantener esta arma de fuego en perfectas condiciones y la ingente cantidad de accesorios con los que había que hacerse para poder disparar (baqueta, tacos, munición…). Algo diferente eran las expediciones armadas (como por ejemplo las de Pizarro o Hernán Cortés) las cuales buscaban la conquista a cualquier precio y no tenían tantos problemas a la hora de soltar las monedas.
    El funcionamiento del arcabuz

    Los arcabuces que llegaron hasta América durante los primeros años de la conquista eran, cuanto menos, primitivos. «Estas primeras armas de fuego consistían básicamente en un largo tubo de acero, apoyado sobre un tablón, con un diámetro inferior o calibre de unos quince milímetros. Dicho tubo se encontraba cerrado en el extremo que daba a la parte del tablón que hacía las veces de culata, y, casi al final del tubo, por el lado en el que estaba cerrado, se hallaba un pequeño agujero que atravesaba la pared del tubo (oído) y sobre el cual coincidía el final del recorrido de una palanca que en su extremos sostenía una mecha de algodón. Por simple que parezca la descripción del arma, contiene todo lo que se puede decir de un arcabuz», explican Juan Sánchez Galera y José María Sánchez Galera en su obra «Vamos a contar mentiras».
    Aunque su funcionamiento era relativamente sencillo, su recarga requería de cierto tiempo. En primer lugar, el arcabucero debía poner el arma en posición vertical. A continuación, introducía por la boca del cañón una cantidad de pólvora determinada que, posteriormente, sería la que explotaría provocando la expulsión de la pelota de plomo que hacía las veces de munición. Seguidamente, el soldado –o colono, en caso de América- metía un «taco» de papel en el cañón. Su finalidad era evitar que los gases que iniciaban la ignición de la bala no se escapasen y el tiro fuera más efectivo. Todo ello era posteriormente comprimido por varios golpes de un extenso palo de madera llamado «baqueta».

    Diferentes partes de un arcabuz de mecha primitivo
    wikimedia/abc



    Para terminar, el arcabucero metía una bala de plomo «más o menos redondeada y del tamaño de una canica gruesa» por el tubo. «Por último, se introducía por el agujerillo que había a un lado del cañón y pegado a la culta, pólvora en granulado fino hasta que dicho orificio rebosaba», explican los autores hispanos en su obra. Tras llevar a cabo estas operaciones únicamente quedaba que el tirador apuntar al objetivo y prendiera la pólvora, la cual producía el disparo.
    Para ello, cada conquistador contaba con una mecha encendida enganchada al «serpentín» -una pieza metálica en forma de “S” ubicada tras el oído- que, cuando era presionada, hacía caer el fuego sobre la polvorilla encendiéndola. El fuego se trasladaba entonces al interior del cañón, donde el explosivo detonaba generando unos gases que, al verse comprimidos, empujaban a la bala hacia el exterior. Ya sólo quedaba volver a empezar. Éste sistema de disparo hacía que el arma se conociera por entonces como «arcabuz de mecha».
    ¿Era más efectivo el arco que el arcabuz?

    A pesar de su efectividad en manos expertas, el arcabuz perdía facultades si era manejado por un tirador novato. La primera causa de esta falta de eficacia era el tiempo de recarga. Y es que, mientras que un arcabucero versado necesitaba unos sesenta segundos desde que empezaba el proceso de carga del arma hasta que la bala salía despedida del tubo, un hombre que careciera de cualidades podía tardar varios minutos. Este problema (aparentemente sin importancia) podía marcar la diferencia entre la vida y la muerte al tener enfrente cientos de indios que lanzaban una lluvia incesante de flechas dispuestos a acabar con el «blanco y barbudo» invasor.

    A su vez, Juan Galera señala que la baja cadencia de tiro del arcabuz (la escasa capacidad del arma de disparar multitud de proyectiles en un corto período de tiempo) hacía que fuera totalmente inútil en el tipo de combate más usual en América: las pequeñas escaramuzas entre un grupo de indios y uno de españoles. En este tipo de contiendas, al parecer, eran mucho más útiles los arcos de los nativos, los cuales podían ser construidos con menos costes y disparaban una cantidad mucho mayor de flechas por cada tiro realizado con un arcabuz hispano.
    «Para corroborar esta teoría comparé las dos armas: el arcabuz y el arco de los indios. Para ello fabriqué una réplica de un mosquete de mecha fiel a las armas de este tipo que hay en el Museo del Ejército y vi cuantas descargas se podían hacer por minuto. Hice lo mismo con un arco. La conclusión es que, en el tiempo en el que un indio disparaba 20 flechas, el español cargaba y dispara una vez. Ambas armas tenían más o menos la misma precisión (unos 50 metros). Evidentemente el impacto del mosquete era mucho más fuerte que el de una flecha, pero la cadencia de tiro era mucho mayor. Además, las armaduras de los nativos eran de algodón y no hacía falta un arcabuz para atravesarlas», explica el experto en declaraciones a ABC.
    El arcabuz, una cachiporra muy cara

    Con todo, estos números sólo se alcanzaban cuando el arcabuz ya había sido disparado una vez. Y es que, antes del primer disparo se perdían un mínimo de cinco minutos para preparar el arma. Esto se debía a que, para poder dispararla, había que prender fuego a la mecha que haría explotar la pólvora. Este proceso, que hoy se haría en cuestión de segundos gracias a un mechero, era muy dificultoso en la época, pues –además de la humedad típica de la zona- la única forma de hacer fuego era con un pedernal (una piedra que, al ser frotada, generaba una chispa con la que se creaba una llama).
    «No se podía llevar la mecha encendida porque, en 15 o 20 minutos, el fuego la consumía y había que cambiarla, así que había que llevarla apagada y prenderla cuando veías al enemigo», añade Galera. Así pues, si una partida de conquistadores era atacada por sorpresa por un grupo de nativos, aquellos que llevaban las armas de fuego se encontraban totalmente indefensos durante los primeros minutos hasta que preparaban el arcabuz y, en muchos casos, sólo tenían tiempo de realizar un disparo con su arma antes de caer ensartados por una flecha enemiga. Esto provocaba que, en palabras del experto, este artilugio se acabase utilizando como una cachiporra contra los asaltantes tras llevar a cabo algún que otro arcabuzazo.

    Arcabucero español de la época
    ABC



    «Esto no significa que no fuese eficaz. Lo era, pero en las batallas europeas, donde se usó mucho más que en América. En ellas demostró su efectividad porque los ejércitos se dividían en grandes bloques y, cuando hay mucha gente disparando contra un gran bloque de infantería, a alguno terminas dando. Además, en una contienda los soldados ya llevaban el arcabuz preparado y con la mecha encendida, por lo que no tardaban varios minutos en hacer el primer disparo. En América no fue útil y no se pudo utilizar tampoco en grandes cantidades. Entre Pizarro y Cortés, por ejemplo, únicamente contaban una veintena de arcabuces», añade Galera. A esto se le sumaba que, en el Viejo Mundo, la caballería estaba armada con duras corazas que había que atravesar a base de pólvora. El efecto psicológico

    Además de la efectividad y la cadencia de disparo, también se ha afirmado a lo largo de los siglos que los arcabuces tenían un contundente efecto psicológico sobre los indígenas. Y es que, no era raro que los habitantes de las Américas –que no habían visto nunca la detonación de la pólvora- creyeran que aquellos «palos de fuego» eran instrumentos del demonio traídos por los magos barbudos que trataban de colonizarles. De hecho, a lo largo de la historia siempre se ha explicado que fue el terror de los nativos a estas armas el que provocó victorias tan épicas como la de Francisco Pizarro, quien venció a 40.000 incas con tan sólo 200 españoles.
    Pero… ¿Es esto real? Para Juan Sánchez Galera, no es más que una patraña. «Al principio si pudieron ser efectivas a nivel psicológico, pero, según avanzó la contienda entre españoles y nativos, ese miedo fue desapareciendo. Los indios terminaron sabiendo perfectamente los efectos que tenían los arcabuces y entendían su funcionamiento. Está totalmente documentado que Atahualpa, por ejemplo, envió espías que se hicieron amigos de los españoles para conocer la tecnología que traían a sus espaldas», explica el coautor de «Vamos a contar mentiras»
    No opina lo mismo que Galera la arqueóloga clásica nacida en Dinamarca Ada Bruhn de Hoffmeyer quien, en su obra «Las armas de los conquistadores» habla de lo efectiva que eran la pólvora contra los indios a nivel psicológico: «Las armas de fuego no tuvieron una gran importancia militar. Pero estas armas, en las primeras épocas, producían en los indígenas una sorpresa enorme, casi divina. Además causaron heridas hasta entonces desconocidas por ellos. Procuraban la muerte instantáneamente o con rapidez. Los embajadores de Moctezuma, en sus relatos al jefe azteca, le refieren los horrores que presenciaron».
    Tres preguntas a Juan Sánchez Galera

    M.P.V.MADRID
    1-Además de lo dicho ¿Tenía algún otro inconveniente el arcabuz?
    Sí. Tampoco se podían hacer más de 10 disparos seguidos con el arcabuz por el volumen de residuos que se quedaban dentro del cañón y que, posteriormente, había que limpiar para poder seguir disparando. Los españoles, por ejemplo, en las batallas europeas orinaban dentro del cañón para limpiarlo. Pero esto sucedía más en Europa, en América no solían tener tiempo para hacer más que un par de disparos.
    El arcabuz es la primera arma de fuego portátil que existe en la historia de la humanidad, y como tal tenía todos los inconvenientes de un invento novedoso. Hay que evitar pensar en las armas de fuego tal y como las entendemos hoy en día porque, por ejemplo, un arcabuz sería a las fusiles de asalto de ahora como un Airbus actual al avión de los hermanos Wright. La diferencia es la misma.
    2-¿Por qué se llevaron arcabuces a América si eran tan poco útiles?
    El arcabuz no daba cadencia de tiro o apoyos tácticos, pero daba mucho prestigio. El arcabuz estaba hecho de acero, se veía que para fabricarlo había que disponer de materiales elaborados y un cierto dominio de la mecánica. Al comparar técnicamente un arcabuz y un arco no hay color. Un arcabuz requiere una industria sofisticada. Para los indios era un elemento de cierta autoridad, se asombraban con ello aunque no sirviera para nada.
    3-¿Por qué se sigue alimentando la idea de que las armas de fuego fueron determinantes en la guerra?
    La Conquista de América, desde el punto de vista histórico, fue un ejemplo de cómo una gran superpotencia como era España creó una nueva cultura partiendo de la ya existente (la de los indígenas) y fusionándola con la suya. El comportamiento de los españoles con América no tiene nada que ver con lo que, por ejemplo, hacemos a día de hoy en Occidente con China. La Conquista de América es una bofetada histórica en todos los sentidos. Los hombres que viajaron allí demostraron coraje, valentía, respeto a los derechos humanos… pero es más fácil decir que se venció con armas de fuego y se arrasó a los indígenas. Es una forma de denostar la colonización, la fusión de culturas. ¿Cómo podemos deshonrar el coraje y el valor de esos colonos? Pues diciendo que no tuvieron mérito ninguno porque tenían armas de fuego.

    El arco indgena, ms efectivo que el arcabuz de los conquistadores espaoles - ABC de Sevilla

  2. #2
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    Re: El arco indígena, más efectivo que el arcabuz de los conquistadores españoles

    Hola Sr. Hyeronimus. Como dije en mi presentación una de mis mayores pasiones son las armas de todo tipo y tiempo.-
    El arcabuz de encendido por llave de mecha, se halla en los albores de las armas de fuego, podría decirse cuasi primitivo, por lo tanto tratándose de un algo tan elemental su utilidad está muy acotada, solamente a campos de batalla o cacería en donde al encendido de la mecha se haga su utilización inmediata.-
    El imaginar solamente a un centinela con la mecha prendida montando guardia en medio de la noche es la mayor idiotez táctica, de decena de metros es fácilmente detectado.-
    Hace mucho leí que el Gran Conquistador, todo inteligencia y coraje, Hernán Cortés había ordenado la destrucción y fundición de la mayoría de los arcabuces para construir picas y lanzas, más útiles sobre todo en la jungla.-
    En la película "Alatriste" (Una de mis favoritas, poseo el disco compacto), es una de las pocas en las que se puede observar muy bien todo el manejo del arcabuz con buena fidelidad.-
    La idiotez supina que la exploración, conquista, colonización, evangelización y civilización del Continente Americano fué por las armas de fuego es parte la "Leyenda Negra" de la pérfida Albión.-
    La gesta la protagonizaron esos supersoldados hispanos, verdaderas máquinas de combate, para lo cual la Santísima Trinidad los había entrenado durante ocho siglos en la Guerra de Independencia contra el infiel.-
    Imaginar solamente que un boxeador se pudiera entrenar durante ochocientos años y luego lo hacen luchar, no existiría quien lo podría vencer.-
    Viva España y sus hijos Hispanoamericanos.-
    Mexispano dio el Víctor.

  3. #3
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    Re: El arco indígena, más efectivo que el arcabuz de los conquistadores españoles

    Excelente artículo que desmonta ese mito, la Conquista jamás se habría podido dar sin la ayuda fundamental de los aliados indios de Cortés que sumados a las tácticas de guerra europeas pudieron someter a la bella e inmensa pero belicosa Tenochtitlán y a sus bravos guerreros.

    Para asentar más las afirmaciones dadas por el artículo, pongo un video donde se muestra una comparación entre las armas de los mexicas y las españolas.







    En este otro se ahonda en el tema de las armas mexicas, que a pesar de ser un tanto rudimentarias poseían una enorme efectividad para causar daño.









    Como ligero apunte, en el primer video se menciona que otra de las causas que propiciaron la derrota de los nativos fueron las enfermedades llegadas allende los mares. En no pocas ocasiones he escuchado a cierta gente decir que “ustedes nos (así, en primera persona del plural) derrotaron gracias de la viruela”. Sin embargo a estos genios se les olvida algo que es casi siempre pasado por alto:


    A los aliados indios también les afectaban las enfermedades traidas por los europeos.


    ¿Hubieran logrado la victoria los hispanos si los tlaxcaltecas y las otras tribus hubieran sucumbido primero ante aquellas afecciones?

  4. #4
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    Cool Re: El arco indígena, más efectivo que el arcabuz de los conquistadores españoles

    No puedo más que coincidir con lo expuesto en el hilo. Por aquel entonces, los indígenas armados con arcos y flechas tenían una cadencia de fuego superior a la de los primeros conquistadores hispanos. Asimismo, debo puntualizar que el arco hoy en día (con sus respectivas modernizaciones), mantiene cierta vigencia.



    Como se podrá apreciar en el vídeo, la flecha tras el lanzamiento atraviesa limpiamente la plancha del material (Kevlar en este caso) y múltiples diarios dentro de la caja. Pero ojo, no todo es tan fácil como aparenta. Dependerá, del tipo de punta utilizada, el peso de la flecha, distancia hasta el objetivo, las placas a penetrar, etcétera. Obviamente, a mayor número de placas, mayor dificultad. Sería interesante, extrapolar estos ejemplos al contexto histórico de enfrentamiento entre indígenas y conquistadores, el tipo de flechas, la distancia que había entre los contendientes, si los conquistadores vestían (en su totalidad) armaduras o por el contrario, por ejemplo.

    Acá, les dejo otro interesante vídeo al respecto:



    Y por si les gusto, dejo otro adicional:


    Saludos
    Última edición por Amicov; 04/01/2015 a las 04:45

  5. #5
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    Re: El arco indígena, más efectivo que el arcabuz de los conquistadores españoles

    El atlatl, la mortífera arma azteca

    La especialidad de esta arma era penetrar en los cuerpos humanos enemigos a gran distancia y tan velozmente para que el oponente quedara inhabilitado de inmediato





    Los aztecas lograron la expansión de su imperio a través de las guerras y las armas utilizadas en contra de sus enemigos. Uno de estos temibles instrumentos bélicos era el atlatl, una lanza altamente mortífera por su peso, velocidad y la tecnología usada para dispararla.

    La especialidad de esta arma era penetrar en los cuerpos humanos enemigos tan velozmente y a gran distancia que el oponente quedaba inhabilitado de inmediato. Habrá que considerar que las armaduras de la época eran de algodón trenzado, a las que se les llamada ichacahupilli, las cuales no tenían nada que hacer ante aquellos proyectiles.


    Conoce aquí el Atlatl exhibido en el Museo Británico


    Un atlatl azteca podía alcanzar hasta los 130 kilómetros por hora, de hecho, existen organizaciones en Estados Unidos y países europeos que practican el disparo con este instrumento de guerra.

    ¿Pero cómo es que el atlatl lograba tal potencia? La lanza utilizada en realidad es una especie de dardo muy desarrollado, el cual era expulsado por el guerrero con la ayuda de un lanzador, es decir un mango que permitía lograr un buen impulso.

    En algunos casos ese mango contaba con dos hoyuelos para que el guerrero introdujera en ellos sus dedos medio e índice así lograr mayor agarre al momento del lanzamiento.

    Un ejemplo del uso de los atlatl son las imágenes de los códices en donde se aprecia a un guerrero lanzando uno de estos dardos para el sacrificio de un cautivo atado.

    “El Atlatl en sí era un símbolo importante de la guerra y el poder mágico. La mayoría de los dioses aztecas que fueron importantes a veces aparecen sosteniendo atlatls”, comenta en un estudio John Whittaker, profesor de antropología en la Universidad de Grinnel, Iowa, Estados Unidos.





    El Museo Británico tiene en su colección un atlatl azteca original, que al parecer fue uno de los regalos de Hernán Cortes al rey de España tras la conquista de Tenochtitlán.

    Dicha arma se encuentra totalmente decorada, lo cual era bastante común entre la nobleza como símbolo de poder y guerra religiosa.



    Referencias:

    Los aztecas y el atlatl

    The aztec atlatl in the British Museum







    __________________________

    Fuente:

    https://www.mexicodesconocido.com.mx...ma-azteca.html

  6. #6
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    Re: El arco indígena, más efectivo que el arcabuz de los conquistadores españoles

    ¿Fue el armamento español indispensable para la conquista del Imperio Azteca?





    https://www.youtube.com/watch?v=aYZ3XoXfg8Y

  7. #7
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    Re: El arco indígena, más efectivo que el arcabuz de los conquistadores españoles

    Pues segun lo dice Powell en laguerra Chichimeca, era así. Lo usban porque daba ventaja, pero no podían basarse sólo a esa arma porque era un suicidio. Ocurrió unas 30 años después de la caída de tenochtitlán.
    Mexispano dio el Víctor.

  8. #8
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    Re: El arco indígena, más efectivo que el arcabuz de los conquistadores españoles

    Los aztecas en combate: conquistas, guerras floridas y sacrificios

    Publicado por El Tio-Abuelo Penradock en 31 enero, 2017



    Licenciado en Historia y diplomado en Archivística y Biblioteconomía. Fundador y director de la revista Apuntes (2002-2005). Creador del blog El Viajero Incidental. Bloguer de historia, cine, viajes y turismo desde 2009. Editor y colaborador en varios blogs.





    Es habitual pensar que la forma azteca de combatir se ajustaba exclusivamente al modelo de guerra florida, por la que el objetivo era hacer prisioneros para el sacrificio en lugar de matar. Se trata de un error frecuente que no tiene en cuenta que entonces carecerían de sentido buena parte de las armas que empleaban, como las arrojadizas (venablos, jabalinas, dardos, flechas) y las cortantes (macahuitl, teputzopilli), así como resultaría imposible someter a otros pueblos para convertirlos en tributarios forzosos. Lo cierto es que, aparte de las floridas, los mexicas practicaban también un tipo de guerra más convencional en la que, sin renunciar a hacer prisioneros (pese a la carencia de fuentes indígenas que lo expliciten), que al fin y al cabo era la forma de promocionarse de los guerreros en el escalafón y en la sociedad, no había tampoco problema en matar al adversario.


    LA GUERRA CONVENCIONAL

    Ambos tipos de guerras se desarrollaban de diferente manera. Las de conquista (o más bien sometimiento, ya que no se invadía el territorio permanentemente) empezaban con una curiosa ceremonia: un embajador mexica llevaba al señorío rebelde una pasta blanca, plumas, un escudo y dardos; el señor desafiado se embadurnaba con la primera, se adornaba con el plumaje y regalaba al enviado un macahuitl y un escudo decorado de forma especial, constituyendo ese ritual la aceptación de la declaración de guerra. Los tlaloques o gobernantes locales debían aprovisionar al ejército en su marcha hacia el frente. Una vez en éste, se desplegaban los guerreros y una arenga de su general era respondida con gritos y tronar de caracolas para impresionar al enemigo. Luego, mediante pequeños tambores que los mandos llevaban a la espalda, se transmitía la orden de ataque.



    El ejército mexica no era una masa de hombres desordenada sino que se estructuraba en unidades de unos 8.000, a su vez subdivididos en batallones de 200 a 400 efectivos cada uno según el calpulli (barrio) a que pertenecían. Pese a las cifras fantásticas que suelen leerse, se calcula que la población de Tenochtitlán era inferior a 200.000 habitantes, por lo que, teniendo en cuenta que el funcionamiento de una ciudad obliga a que el número de combatientes bascule entre un 8% y un 15% como máximo, cada miembro de la Triple Alianza (Tenochtitlán-Texcoco-Tlacopan) podía aportar unos 20.000 individuos; no obstante, los ejércitos rara vez podrían reunirse al completo y no superarían los 40.000, cifra ya considerable de por sí.

    En las primeras líneas se situaba la infantería ligera (campesinos armados precariamente, con piedras y hondas más lanzadores de jabalinas y de dardos con atlátl -propulsor-), cuya misión consistía en diezmar las filas contrarias; detrás iban los guerreros de choque, armados con lanzas no arrojadizas, macahuitl y mazas. No obstante, eran formaciones flexibles en las que a veces se cambiaba esa disposición y en las que no faltaban tácticas ocasionales que recordaban un poco a las caracolas de la caballería europea, atacando y retrocediendo para incitar al contrario a romper su formación.



    Los combates resultaban sangrientos, lejos de la imagen de limpieza que se suele tener de ellos, y a menudo los derrotados sufrían un duro trato: por ejemplo, Izcoátl cortó una oreja a cada cautivo de Xochimilco y al tomar Azcapozalco saqueó la ciudad, provocando una masacre sin importar la edad ni el sexo de sus habitantes; Tlacaélel quemó vivos a los que capturó en Cholula, etc. La destrucción del templo era otra acción habitual de evidente simbolismo.


    LA GUERRA FLORIDA.

    Si la guerra convencional sirvió a los mexicas para expandir su imperio por la zona central de Mesoamérica, la florida (Xōchiyaoyōtl) era de carácter religioso, destinada a conseguir prisioneros para los sacrificios a los dioses y, de paso, entrenar a los guerreros (aunque con el tiempo la parte religiosa se relegó a segundo plano y pasó a ser una verdadera conquista).

    Los mexicas practicaban la guerra florida de forma pactada -aunque obligada- con los señoríos de Atlisxco, Cholula, Huexotzingo, Tecoac, Tiliuhquitepec y Tlaxcala. De hecho, a los aztecas les servía también para mantener a raya a estados enemigos a los que no había conseguido derrotar, como Tlaxcala, que a su vez se beneficiaba del mismo concepto. Se cree que su origen es tolteca pero las primera noticias que hay de esta curiosa manifestación bélica son mucho más recientes, entre los años 1428 y 1450, cuando Moctezuma Ilhuicamina (abuelo del huey tlatoani homónimo que conoció Cortés) se vio obligado a hacer una cantidad extraordinaria de sacrificios para aplacar la ira de los dioses, manifestada en forma de una serie de desastres naturales. Viendo el excelente resultado (Tenochtitlán superó la crisis y entró en un período de esplendor) se entiende que decidiera mantener la costumbre.

    Las guerras floridas eran completamente distintas en concepción y desarrollo a las de conquista. Primero porque se llevaban a cabo en fechas fijas (salvo ocasiones excepcionales), normalmente al inicio del mes. Segundo porque se pactaba con el enemigo la localización del campo de batalla (a menudo un terreno neutral) e incluso el número de combatientes que participarían. Y tercero porque su puesta en práctica también revestía características singulares: dado que se trataba de coger prisioneros, no tenían sentido las formaciones por armamento y cobraban mayor importancia las acciones personales; algún autor incluso apunta a la posibilidad de que hubiera algún tipo de arte marcial hoy perdido (los mayas, por ejemplo, parece que tenían uno) que se aplicara en los enfrentamientos personales para reducir al adversario.



    En combate los veteranos estarían delante, quedando los tepolchtlis (jóvenes) detrás para observar y aprender antes de entrar en acción supervisados por su instructor. No había ataques previos para diezmar al enemigo, porque ello implicaría una reducción importante de potenciales cautivos, y se iba al choque cuerpo a cuerpo directamente. Las armas se utilizaban para herir al adversario en algún punto no vital (los cronistas españoles como fray Juan de Torquemada hablan de desjarretamiento), antes de inmovilizarlo y atarlo con una cuerda (eran niños los encargados de dárselas a los guerreros en plena faena) para poder ir a buscar otra víctima. Aún así, resultaba una tarea muy difícil y que podía prolongarse hasta media hora, con lo que a quien se resistía a la captura de forma demasiado tenaz se le mataba; ¿para qué gastar fuerzas inútilmente?

    Un guerrero joven (se entraba en combate con 20 años) que iba a más de dos batallas y no conseguía ningún cautivo era llamado despectivamente cuexpalchicápol (“bellaco que no ha sido nada en dos veces que ha ido a la guerra”). A menudo las capturas se hacían entre varios (sujetando cada uno un miembro) y más tarde un juez tendría que decidir quién había aportado más (o después se repartían equitativamente su carne). Robarle una captura a un compañero se castigaba con la muerte y se interrogaba al propio prisionero sobre su verdadero captor. Por supuesto, el enemigo también hacía cautivos aztecas: por ejemplo, en la batalla florida de Tliluhquipetec los mexicas ganaron setecientos hombres pero perdieron cuatrocientos. La lucha se detenía cuando los sacerdotes de ambas partes estimaban que ya se habían capturado suficientes prisioneros; al fin y al cabo, ellos acordaban también las condiciones previas. A partir de ahí los cautivos sólo tenían un destino: ser sacrificados.


    SACRIFICIOS TRAS LA BATALLA

    Tanto en la guerra convencional como en la florida, era normal que el ejército mexica regresara con un buen número de prisioneros cuyo futuro era la piedra de sacrificios en un 90% La vida de los aztecas estaba continuamente jalonada por rituales orientados a la actividad bélica, desde el nacimiento mismo, cuando se enterraba un haz de dardos atados con el cordón umbilical, hasta la ceremoniosa embajada de declaración de guerra descrita antes, pasando por el momento en que recibían sus primeras armas, que celebraban con danzas, reverencias enfáticas al huey tlatoani y varios días de automortificaciones clavándose agujas de magüey o haciéndose cortes con obsidiana. Las mujeres también tenían su papel: madres, esposas e hijas lloraban la muerte de sus familiares y depositaban las cabezas de éstos en una pira con el ajuar guerrero, enterrando luego las cenizas en una urna. Pero eran los sacrificios el punto culminante de cualquier campaña militar, aún teniendo en cuenta que parte de ellos no eran de prisioneros sino de ciudadanos mismos (hombres, mujeres o niños), que morían en ocasiones especiales como la inauguración de un templo o la coronación de un nuevo tlatoani.



    Los cautivos se encerraban en unas casas ad hoc llamadas malcalli, cuidadas por un tipo de sacerdote denominado cuauhueheteque, donde se les alimentaba y curaba las heridas; si habían sido capturados por guerreros pipitlin (nobles), además se les proporcionaban buenos vestidos, joyas y hasta armas. Porque ellos asumían su destino y participaban activamente en los fastos: al llegar a Tenochtitlán eran presentados al tlatoani y su corte, ante quienes danzaban y cantaban. Es más, la noche previa al sacrificio compartían espacio y comida con sus captores, cantando juntos en una extraña relación casi de camaradería; incluso los captores cortaban un mechón de pelo de sus víctimas para guardarlo de recuerdo y se llamaban primos. Si alguien conseguía escapar -algo raro porque sería tachado de cobarde por su propia gente- los vecinos del barrio podían presentar un sustituto.

    Llegado el momento, los reos eran llevados a la pirámide agarrados del cabello, probablemente drogados para evitar que desfallecieran, e interpretando nuevas danzas. Había varias maneras de matar: asaetamiento, lapidación, ahogamiento, degollación… incluso la hoguera, aunque ésta era rara porque se consideraba demasiado cruel (de ahí la honda sensación que causó la quema de varios caciques ordenada por Cortés). También existía una curiosa modalidad: el sacrificio gladiatorio, en el que un guerrero que hubiera destacado en combate tenía la oportunidad de luchar contra cuatro guerreros aztecas sobre una gran piedra ceremonial circular llamada temalácatl, a la que era sujeto mediante una cuerda; si ganaba se aplazaba su muerte pero si le herían, cosa frecuente porque sólo disponía de un escudo y una estaca, se le acababa extrayendo el corazón como a los demás. Hubo un caso muy famoso, el del extraordinario guerrero tlaxcalteca Tlahuicole, que derrotó a varios turnos de adversarios y el propio tlatoani le ofreció incorporarse a su ejército, aunque él prefirió la muerte.



    Lo habitual era la extracción del corazón para ofrecérselo aún palpitante a los dioses y que el sol pudiera alimentarse con la sangre, asegurando así que saldría al día siguiente. Algunos investigadores que negaron los sacrificios por la imposibilidad de cortar el esternón con un cuchillo han sido desmentidos: los arañazos y muescas en la parte baja de ese hueso apuntan a que los sacerdotes no rajaban el pecho sino la parte alta del abdomen, introduciendo la mano por debajo de la caja torácica para sacar el órgano. Éste se quemaba en un copón en el sancta sanctórum mientras el sacerdote (había seis especializados en ello, cada uno con cinco ayudantes) salpicaban con sangre las paredes. La sangre que brotaba al cortar se identificaba con una flor, de ahí el nombre de guerra florida.

    Los cuerpos se troceaban para el canibalismo que practicaban los nobles y los guerreros captores, quienes tenían derecho a comer (normalmente brazos y piernas) para asumir la fuerza del muerto. La antropofagia era, pues exclusivamente ritual, no gastronómica -una especie de comunión-, y el pueblo no tenía derecho a ella. De hecho, la idea de consumir la carne de los caídos al margen de la ceremonia se consideraba un insulto hacia ellos (quizá por eso los españoles dejaron testimonio de cómo aliados tlaxcaltecas devoraban a los aztecas muertos en el mismo campo de batalla). Las cabezas solían acabar en el tzompantli, una especie de plataforma con largos listones donde se ensartaban (incluso las de los caballos, como atestiguó Bernal Díaz, aunque el numero que dieron los españoles es disparatado). En algunos casos se desollaba el cuerpo y los sacerdotes del dios Xipe Totec usaban la piel como vestido (dándole la vuelta). Asimismo, eran bastante apreciados los maxilares para adornarse.



    Todo ello constituía un impresionante espectáculo con el que los aztecas amedrentaban a sus enemigos potenciales (que también hacían sacrificios pero no de tales dimensiones) y asentaban las raíces de su dominio: esos holocaustos paroxísticos no comenzaron hasta la penúltima etapa de su historia, cuando se liberaron del yugo tepaneca y empezaron a convertirse en una potencia militar, con la subida al poder de Itzcoátl en 1427, el establecimiento de las guerras floridas por Moctezuma Ilhuicamina un par de décadas después y la famosa inauguración del Templo Mayor por Ahuízotl ya en 1487.




    FUENTES:

    Guerreros aztecas (Marco Antonio Cervera Obregón);

    Hombres y armas de la conquista de México. 1518-1521 (Pablo Martín Gómez);

    América Latina: de la conquista a la independencia (Terence Wise);

    Hernán Cortés. La conquista de México, 1519-1521 (José Ignacio Lago);

    Historia común de Iberoamérica (VVAA);

    Breve historia de los aztecas (Marco Antonio Cervera);

    La conquista de México (Hugh Thomas).





    _______________________________________

    Fuente:

    https://scrivix.com/los-aztecas-en-c...y-sacrificios/

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    MACUAHUITL DE FANTASIA VS MACUAHUITL HISTORICO

    Entre los mitos sobre el armamento prehispánico se encuentra aquel sobre el arma más emblemática de los guerreros mesoamericanos: El macuahuitl.

    El mito popular recae en que el macuahuitl era una “macana” muy tosca y de grandes proporciones semejante a un garrote muy grueso con navajas grandes de obsidiana amarradas con ixtle y que estos tenían decoraciones muy desproporcionadas que consisten en grecas, calaveras y demás adornos de estilo prehispánico. La verdad es que estas descripciones de macuahuitl modernos corresponden a armas de “fantasía” de carácter comercial y decorativo.

    ¿Entonces como lucía un macuahuitl original?

    Si queremos algo histórico o lo más fiel posible de cómo pudo lucir uno, basta con ver los códices donde hay demasiadas representaciones de esta arma, algunos estudios de arqueólogos que se han encargado de estudiarla y el ejemplar original exhibido en el templo mayor. Un macuahuitl histórico es un simple palo o bastón delgado que no sobrepasa una pulgada de grosor y de ancho como narra el conquistador anónimo “tres dedos” de ancho (aproximadamente 6cm) y de largo es variable: desde los 50 cm de largo hasta el 1.50. Pero sobre todo, es que estas armas no iban decoradas y muy rara vez llevaban algún elemento decorativo. También cabe destacar que las navajas de obsidiana de un macuahuitl histórico eran navajillas prismáticas delgadas y filosas que se sacaban a presión con una técnica peculiar, en contraparte del macuahuitl moderno y fantasioso al cual le ponen navajas gruesas obtenidas por tallado o “percusión”.

    En cuanto al peso, los que hemos recreado macuahuitl histórico, me darán la razón; y es que esta arma no sobrepasa el kilo (si hablamos de un macuahuitl estándar de unos 70 u 80 cm de largo), por lo que era un arma muy ligera y que quizá los combatientes en Mesoamérica debieron de verse muy agiles al momento de usarla.

    Por Luis “Yaocelotl"







    _______________________________________

    Fuente

    https://www.facebook.com/yaoyotljagu...1271253003185/
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    Re: El arco indígena, más efectivo que el arcabuz de los conquistadores españoles

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    Chimallis emplumados: arte en la técnica





    Figura 3. Dos xicalcoliuhqui chimalli.





    Figura 2. Cuexyo chimalli y escudo de cánido.





    Figura 1. Corpus de cuatro chimallis emplumados.



    Desde los primeros encuentros entre mesoamericanos e hispanos se presentó el choque de dos diferentes tradiciones para hacer la guerra. Protocolos, conceptos y armamento se confrontaron no solo en los campos de batalla, sino que también influyeron en la toma de decisiones. Ya en la península de Yucatán y la costa del Golfo, los soldados españoles notaron algunas de las características de la panoplia local y por lo que respecta a las armas defensivas, destacaron los escudos de formato circular que nombraron “rodelas”. Díaz del Castillo en el capítulo XII de La historia verdadera de la conquista de la Nueva España relata que “…andaban muchos indios en aquel pueblo por la costa, con unas rodelas hechas de concha de tortuga que relumbran con el sol que daba en ellas…”. Por otro lado, en el Libro 12 del Códice Florentino, Sahagún describe varios escudos con: plumas ricas, perlas, piedras preciosas, y bandas, sapitos y cascabeles de oro. Con estos ejemplos apenas dibujamos en nuestras mentes la riqueza material que soportaban sendos objetos y lo sorprendente que debieron ser ante las miradas ajenas.

    Del armamento defensivo indígena de la época de la conquista se conservan cuatro escudos emplumados. Todos son de formato circular, en su estado original de su borde inferior pendían elementos colgantes emplumados y miden en promedio 70 cm de diámetro. Uno, el cuexyo chimalli –con sus cuatro lunas–, se encuentra en el Museo Nacional de Historia-INAH en la Ciudad de México; el que tiene la representación de un cánido con el hocico abierto se resguarda en el Museo del Mundo de Viena; y dos más –con diseños de grecas– reciben el nombre de xicalcoliuhqui chimalli y se ubican en el Museo Regional de Württemberg, en Stuttgart (fig. 1).

    En el siglo XXI, un grupo de restauradoras nos hemos dado a la tarea de estudiar a profundidad este corpus, que a pesar de ser reducido, ha proporcionado cuantiosa información sobre los materiales y las técnicas de manufactura. Laura Filloy Nadal (México), Renée Riedler (Austria), Melanie Ruth Korn (Alemania) y la autora de estas líneas, aplicamos metodologías de estudio iguales en ambos continentes, que ahora nos permiten hacer algunas reflexiones de tecnología comparada para comprender el contexto y las cadenas de producción, y por lo tanto la labor de los especialistas que confeccionaron tan complejos artefactos.


    El arte de armar el armamento

    Recordando los postulados de Alfred Gell nos atrevemos a decir, sin duda alguna, que en estos chimallis emplumados hay una fuerte dosis de arte en sus sistemas de construcción y ornamentación. Fueron confeccionados “bellamente” y por lo que corresponde a su tecnología alcanzaron un nivel de excelencia. En su estructura (por detrás) y motivos iconográficos (por el frente o campo), lograron un cometido final: deslumbrar a sus espectadores. Prueba de ello son los casi 200 escudos emplumados que Hernán Cortés envió (entre 1518 y 1524) a Europa porque los consideró dignos de su emperador, obispos y los más altos dignatarios.

    Los cuatro soportes constan de una doble estera de finas varillas (de 2 mm de espesor) que se sujetaron con fibras de agave en ambos niveles con pasadas equidistantes. Desde la extracción de las varillas del tallo de un bambú se aprecia la destreza y el conocimiento sobre la planta (ubicación, edad, tamaño e hidratación).

    Por lo que respecta a las plumas –anudadas y pegadas–, en todos los escudos se usaron varios millares de diferentes anatomías. Por ejemplo, para la confección del cuexyo chimalli se necesitaron alrededor de 26 400, algunas de aves de ecosistemas remotos y otras de una especie migratoria. Lo relevante en este punto es el delicado trabajo al atar que, en escala milimétrica, se observa bajo el microscopio en cada puntada, nudo o ramillete. Por lo que respecta las plumas que se pegaron (técnica de mosaico), es sorprendente la precisión del emplazamiento en el que las dimensiones y la orientación de cada fragmento es crucial para que los colores, los brillos y la iridiscencia luzcan con todo su potencial y significado en el campo.

    Entre los pasos previos a la elaboración de un escudo de este tipo, es muy probable que se contara con un plan de construcción en el que era indispensable disponer de las materias primas con abundancia y de un motivo preconcebido, con especificaciones de diseño que ahora tratamos de identificar a partir de la geometría compositiva y que nos llevan a observar cualidades formales que se suman a la belleza y perfección técnica de estos ejemplares (figs. 2 y 3).

    La profusa ornamentación de plumas, en algunos casos se combinó con piel de felinos con manchas, segmentos de papel y láminas de oro. Estos componentes se ensamblaron, a manera de rompecabezas, con exactitud milimétrica. El trabajo es de tal forma preciso que, en la superficie frontal de los escudos, no eran perceptibles los detalles técnicos tales como bordes, perforaciones, puntadas o dobleces.

    Así, este corpus encierra conceptos de abundancia, poder, tradición, trabajo especializado y colaboración en talleres de alto nivel. Y como dice nuestro autor de referencia: quizás los chimallis, ostentosa y bellamente confeccionados, jugaban un papel psicológico en la guerra mesoamericana con una eficacia mágica. En torno a los cuatro escudos siempre gira la pregunta sobre su uso. Las posiciones se contraponen cuando se pretende determinar si éstos fueron confeccionados como armas defensivas y para ser expuestos en un campo de batalla, o si se trata de divisas de parada que formaban parte de las insignias de deidades, gobernantes o jefes guerreros. La discusión está vigente entre los especialistas.


    Para saber más

    Cervera Obregón, Maro Antonio, El armamento entre los mexicas. Colección Anejos de Gladius, CSIC, 2007, Madrid.

    Cervera Obregón, Maro Antonio, Guerreros aztecas, Nowtilus, 2011, Madrid.

    Cervera Obregón, Maro Antonio, “Los aliados de Cortés”, en Desperta Ferro. La conquista de México. Historia Moderna, Núm. 12, octubre, pp. 40-45, Desperta Ferro Ediciones, 2014, Madrid.

    Filloy Nadal, Laura y María Olvido Moreno Guzmán “Precious Feathers and Fancy Fifteenth-Century Feathered Shields”, en Rethinking the Aztec Economy, editado por Deborah L. Nichols, Frances F. Berdan y Michael E. Smith, pp. 156-194, UA Press, 2017, Tucson.

    Filloy Nadal, Laura y María Olvido Moreno Guzmán, “From Rich Plumes” to War Accoutrements. Feathered Objects in the Codex Mendoza and Their Extant Representatives”, en Mesoamerican Manuscripts: New Scientific Approaches and Interpretations, Vol. 8, editado por Marteen Jansen, Virginia M. Llado-Buisán y Ludo Snijders, pp. 45-93. Brill, 2019, Leiden, Boston.


    Para citar: María Olvido Moreno Guzmán, Chimallis emplumados: arte en la técnica, México, Noticonquista, http://www.noticonquista.unam.mx/amoxtli/2860/2851. Visto el 06/10/2021




    _______________________________________

    Fuente

    https://www.noticonquista.unam.mx/am...GKGIu44w5yLPoQ

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