Polonia fue el primer país europeo en volver a ilegalizar el aborto... y EEUU avanza en esta línea.
Estados Unidos, que fue uno de los primeros países en generalizar el aborto como consecuencia de la Sentencia Federal de 1973, ha empezado la cuenta atrás de su prohibición.
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Dakota del sur, un pequeño estado de menos de un millón de habitantes marcadamente rural, ha aprobado en su Cámara de Representantes, una ley para prohibir el aborto en condiciones muy estrictas, puesto que ni siquiera se permitirá a las víctimas de violación o incesto y sólo se autorizará cuando sea estrictamente necesario para salvar la vida de la madre.
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El resultado de la votación ha sido apabullante: 50 votos a favor contra sólo 18 en contra.
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Treinta estados más han iniciado o anunciado leyes semejantes. Como es lógico la iniciativa legal de Dakota del Sur será llevada al Tribunal Supremo, lo cual obligará a revaluar la legalización de 1973. La idea que late detrás de esta iniciativa es que la nueva composición del Supremo, con los dos últimos jueces nombrados por Bush, John Roberts y Samuel Alito, ambos católicos, inclinarán la balanza hacia la prohibición o al menos su enérgica limitación, aunque no pueda darse por sentado que éste sea el resultado final.
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A lo largo de estos 30 años lo que ha habido es un proceso creciente e inteligente de desarrollo de las organizaciones Provida y, en general, de la presencia y peso político de las organizaciones cristianas. Han tardado tiempo, pero los resultados en éste y otros campos demuestran lo que, por otra parte, es una obviedad histórica: la historia no avanza siempre en el mismo sentido.
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Fukuyama recuerda en su libro “La gran ruptura” que la época victoriana, paradigma de una moralidad muy estricta, vino precedida en Inglaterra de un periodo marcado por un acusado libertinaje en las costumbres.
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Estados Unidos avanza por el camino que previamente inició en Europa, Polonia, el primer país en volver a ilegalizar el aborto. En el debate americano, necesariamente el tema del aborto se entrecruza con la pena de muerte. Y en este sentido debe recordarse que si los sectores progresistas aplauden a los médicos que se niegan a colaborar en las ejecuciones, porque “los médicos son sanadores no verdugos” este mismo criterio debe aplicarse para su intervención en las prácticas abortivas.
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