UN MISIONERO TOSIRIANO EN AMÉRICA









FRAY CRISTÓBAL LENDÍNEZ PORCUNA, MISIONERO Y FUNDADOR DE PUEBLOS


Manuel Fernández Espinosa


Ayer mismo, 12 de octubre, celebrábamos el día de la Hispanidad. Un buen modo de conmemorarlo nosotros será recordar las hazañas misioneras de un compatriota nuestro, tosiriano del siglo XVIII.

Pudiéramos decir que el siglo XVIII es el Siglo de Oro de Torredonjimeno. Es en este siglo cuando nuestro pueblo alcanza su punto álgido en cuanto a personalidades que descollaron en la política, la cultura, el ejército y la religión: D. Fernando María del Prado y Ruiz de Castro, fray Alejandro del Barco García, fray Juan Lendínez... son algunos de los hombres que han dejado su huella en la historia. Uno de ellos, tal vez menos conocido, fue el franciscano fray Cristóbal Lendínez, hijo de Cristóbal Lendínez y Francisca Porcuna, y hermano del historiador, también franciscano y tosiriano, más arriba mencionado fray Juan Lendínez que fue quien nos relató las peripecias de su hermano en América.

Cuenta su hermano Juan que su difunto progenitor, que era algo astrólogo, había vaticinado sobre su hijo Cristóbal que éste "...andaría mucho mundo". Huérfano de padre y madre, Cristóbal siguió la estela de su hermano mayor revistiéndose con la piel seráfica, como también se llama el hábito de San Francisco de Asís. Profesó en el convento franciscano de Córdoba en donde estudió Filosofía y Teología y, una vez en la ciudad de Jaén, se alistó a las misiones convocadas por Su Majestad D. Felipe V de España, con el propósito de evangelizar la Purísima Concepción de Piritu y Provincia de Cumana, en el antiguo reino del Perú (hoy Venezuela), cuando corría el año del Señor de 1737.


Antes de partir a la portuaria ciudad de Cádiz, donde embarcaría rumbo a las Américas, pasó fray Cristóbal por Torredonjimeno en compañía de su condiscípulo el porcunense fray Benito de Puentes; los dos jóvenes frailes no tenían ni veinte años de edad, y abandonaban familia y patria para exponer sus vidas en la propagación de la fe católica. Se despidió fray Cristóbal de sus muchos hermanos, "hablándonos con más expresiones de los ojos, que conceptos de los labios" -nos cuenta fray Juan Lendínez, y después del último abrazo, el tosiriano y el de Porcuna marcharon a Cádiz donde, por falta de navío y otros trastornos internacionales, tuvieron que esperar en tierra firme hasta que por fin pudieron embarcar en un navío holandés cuando corría el año de 1740. Surcaban el mar cuando los sorprendió un temporal tan descomunal que poco faltó para naufagar, por lo que muy dañado el buque se vieron forzados a desembarcar en Canarias y cambiar de embarcación. Otro barco holandés los llevaría a la isla de Puerto Rico y de allí pasaron a Nueva Barcelona donde aportaron en septiembre de 1742.


FUNDACIÓN DE SANTÍSIMO CRISTO DE PARIAGUÁN.


Una vez en Nueva Barcelona sus superiores destinan a fray Cristóbal Lendínez a un pueblo próximo al nacimiento del río Unarex (hoy río Unare), con la única compañía del Padre Henestrosa. El poblado del que se hicieron cargo era dos chozas bajo las que cobijaban unas cuarenta almas. Los dos religiosos españoles se abrieron paso entre la jungla, buscando -como el Buen Pastor a sus ovejas- a los indígenas que vivían en la espesura de la selva sin noticia de Cristo ni de la civilización. Después de adoctrinarlos y cristianarlos, el tosiriano fundó un pueblo de 276 vecinos (entre los que había españoles, indios palenques y caribes). El misionero tosiriano erigió la iglesia, trazó calles y levantó casas, nombrando alcalde de aquel pueblo a un indio llamado Pariaguán. Por el Cristo que colocaron en el altar de la iglesia y por el nombre del nativo que lo gobernó primero, se bautizó al pueblo con el nombre de Santísimo Cristo de Pariaguán.


Tanto añoraba fray Cristóbal su lejano Torredonjimeno natal que, haciendo las veces de "arquitecto" de la primitiva iglesia de Pariaguán, vino a reproducir en aquella iglesia americana las hechuras de la Iglesia Mayor de San Pedro Apóstol de Torredonjimeno, labrando él mismo unas robustas columnas de madera que como las de nuestro templo de San Pedro sostuvieran la techumbre.


Más tarde, fray Cristóbal Lendínez y el P. Henestrosa fundaron otro pueblo en las llanuras del río Pao; este segundo pueblo llegó a tener doscientas familias de españoles e indios, y esta vez su templo fue dedicado a la Purísima Concepción de Santa María en memoria de la advocación de nuestra iglesia parroquial de Santa María de Torredonjimeno.


Pero no todo fue para los fundadores un camino de rosas. Tres veces intentaron destruir Pariaguán los indios que se obstinaban en seguir en la selva, pero no lo consiguieron y fray Cristóbal Lendínez incluso llegó a convertir a muchos de estos salvajes al catolicismo. El fraile tosiriano no sólo beneficiaba espiritualmente a los indígenas sino que, en tiempos de penuria, se quitaba el pan de la boca para que pudieran comer los pobres indios a los que enseñaba a cultivar y tejer ropa y vestido propios. En carta a su hermano fray Juan Lendínez, fray Cristábal escribió estas entrañables palabras: "Juan, dile a nuestra querida hermana María, que si quiere venirse a estas tierras, me ayudará a enseñar a veinte niñas indias, que tengo ahora a mi vista, cada cual con su costura."


PRELADO COMISARIO APOSTÓLICO


En 1769 fray Cristóbal Lendínez fue elegido Comisario in cápite de las misiones, y en 1771 es elegido Prelado Comisario Apostólico de las misiones del Perú, cargo que desempeñó durante un lustro. Muchas fueron las penalidades que atravesó el tosiriano pues algunos indios caribes, aliados de los holandeses, hacían todo lo posible por entorpecer y hostigar las misiones españolas, asesinando a los indios cristianizados y martirizando a los misioneros españoles. Pero, tenaz y con la fe puesta en Dios, logró el tosiriano poblar los yermos de Caura con las gentes de Arevato, Parava y Parime, arriesgando su vida en su incesante labor apostólica.


En carta de 14 de mayo de 1776 a su hermano fray Juan Lendínez que por esos entonces estaba en el Convento de San Francisco de Martos, escribió el misionero:


"He padecido en el establecimiento de las misiones al sur del Orinoco, lo que no puedo explicar, y sólo se pudiera vencer con el auxilio divino; pero no me admiro que todo el infierno se conjurase en darme que sentir, porque con haberse establecido en dicho tiempo las nuevas conversiones de la otra banda del río, en Caura, Arevato y otros sitios de infieles, es bastante para que el enemigo, sentido de que le quitaban su posesión de las almas, diera y haya dado tanta guerra, y a mí tanto que merecer. Pero todo lo he dado por bien empleado por ver hecha la causa de Dios."

Todo hace suponer que aquel tosiriano fundador de pueblos murió en América, rodeado por aquellos indios agradecidos que en justicia le llamaban su "Padrecito". En algún lugar de aquella nación hermana han de reposar los restos mortales del audaz misionero tosiriano.


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