CAMPAÑA NAVAL EN LA ALTA CALIFORNIA






Si bien España ya exploraba California en 1543 con el cartógrafo Juan Rodríguez Cabrillo, prosiguiendo en 1602 Sebastián Vizcaíno, no hubo presencia española permanente por las grandes distancias, fuertes corrientes y vientos por mar y por el desierto de Sonora por tierra, hasta que Carlos III fue advertido de la posible presencia de rusos en Alaska (expedición de Vitus Bering en 1741).

José de Gálvez, visitador general, se encargó de impulsar los asentamientos. Muy eficaz fue San Fray Junípero Serra. Ambos organizaron cuatro expediciones desde San Lucas: dos terrestres y dos marítimas, éstas con los paquebotes San Carlos (teniente de navío Vicente Vila) y San Antonio, alias «El Príncipe» (álférez de fragata Juan Pérez, mallorquín de la Ribera de Palma). A bordo iban oficiales, marineros, artesanos, soldados y frailes. También mulas, caballos y vacas.

La dureza fue extrema. De los 219 hombres, menos de cien sobrevivieron. Por mar, el San Carlos se quedó prácticamente sin marinería por el escorbuto. La travesía provocó un enorme desgaste en buques y material. En Crónicas del descubrimiento de la Alta California, (1769) se describe: «El San Carlos, como hubiese trabajado mucho en la mar forcejeando con los vientos, se le afloxaron, y escupió de las costuras alguna Estopa por donde venía haciendo agua(..) Se juzgó indispensable el darlo a la vanda, para descubrirle el costado y la quilla, operación que tenía su dificultad en un País poco menos que destituido de quanto se necesitaba para el efecto(..) Executose sin embargo acarolándola su S. Illma. con su presencia, y exemplo, y en menos de quince días recibió el Buque toda su carga, y quedando en disposición de hacerse a la Vela, se embarcó a la tropa, que consistía en veinte, y cinco Hombres de la Compañía Franca de Voluntarios de Cataluña, con su Teniente D. Pedro Fages»

Un 16 de julio de 1769, fondeados los dos buques en una bahía abrigada, decidieron fundar la primera misión, llamada San Diego de Alcalá (actual San Diego). Por la escasez de marineros, víveres y pertrechos, el San Antonio zarpó hacia San Blas, arribando después a San Diego con lo necesario. Con el padre Serra a bordo comenzaron la travesía rumbo a Monterrey y, tras 46 días, fundaron la segunda misión, San Carlos Borromeo. Se procedía siempre igual: en lugar adecuado se levantaba una capilla, cabañas para los frailes y un pequeño fortín. Por curiosidad los indígenas se acercaban, invitándoles a establecerse. Les instruían en agricultura, ganadería y albañilería, les proveían de semillas y animales y se les catequizaba. Aprendían oficios de carpintero y herrero. A las mujeres les enseñaban tareas de cocina, costura y confección de tejidos.

Siguieron más singladuras del Juan Pérez, el marino explorador que llegó más al norte que nadie, al mando del San Antonio. En1771 transportó al resto de la expedición, destacando los misioneros mallorquines Francisco Dumetz, Luis Jaume, Miguel Pieras y Buenaventura Sitjar. Las navegaciones fueron penosas por las condiciones de mar y viento y las corrientes, de las que tomaron buena nota para travesías posteriores. Navegando en aguas del océano Pacífico se ganó la fama de ser el piloto más avezado de su tiempo.

Oficial de la Real Armada española, se formó como piloto de carrera y oficial, tras lo cual sirvió con éxito en la llamada “Ruta de Filipinas”, que unía los lejanos puertos de Acapulco y Manila. Por tal motivo fue escogido para ayudar en la campaña de la Alta California y, si bien en realidad su rango en la marina era de Alférez graduado, el propio Fray Junípero Serra se refería al marino como “Capitán don Juan Pérez, comandante del paquebote San Antonio”. Tal era su pericia marinera que Fray Junípero lo describía así “en la travesía de La Paz a Monterrey, lejanas en más de 2.000 millas, debido al conocimiento que tenía de mareas y vientos el osado marino mallorquín, aunque salió un mes y medio después que el San Carlos, llegó a destino con el San Antonio veinte días antes”.

Uno de los hitos más relevantes de Juan Pérez fue el de navegar hacia la máxima latitud Norte conocida hasta la fecha, siguiendo las indicaciones que al efecto mandó Carlos III a fin de que se reconociera la costa en búsqueda de posibles asentamientos rusos, que se pensaba que la Zarina Catalina II la Grande había ordenado que se establecieran. Tal era el aprecio y respeto que consiguió este marino que el propio Virrey Revillagigedo escribió que era el escogido para esa tarea “por ser el piloto que con más acierto concluyó sus viajes”. En la expedición llegó a subir hasta las 55 grados de latitud Norte, concretamente hasta la bahía de Nutka. Lo sorprendente es que, además de sus tareas como marino, desarrolló una prolija actividad como etnógrafo, elaborando unos informes que han quedado como modelo de precisión de datos técnicos y proporcionando con ello grandes avances en el conocimiento de gentes y costumbres de las regiones exploradas.

Fiel a su estilo de vida, Juan Pérez dejó este mundo navegando, siendo su fallecimiento muy sentido por todos los que le acompañaban a bordo. Las honras por su fallecimiento no pudieron hacerse hasta un año más tarde, una vez que hubo regresado el barco a la misión de San Carlos. Cuentan las crónicas que fueron “con misa cantada y varias rezadas en atención a haber sido el descubridor de los puertos de San Diego y Monterrey”. Por el particular y distinguido mérito que caracterizó a Juan Pérez en la que fue su última expedición para explorar y conocer la costa de California Septentrional, el Rey firmó el 28 de febrero de 1776 un decreto por el que se le concedía a título póstumo el ascenso a Teniente de Fragata.

Por su parte el padre Serra murió en 1784 en San Carlos Borromeo. Los indios le llamaban cariñosamente «el viejo». Asistieron más de 600 de ellos al sepelio. En el Capitolio tiene una estatua en su reconocimiento.

La Universidad de Stanford (California) ha decidido retirar su nombre de la dirección oficial, de la residencia y de uno de los edificios. Lo hacen «porque es importante reconocer el daño hecho a la población indígena, que continúa afectando a los nativos americanos de la actual comunidad de Stanford». Pues nada.

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