Revista FUERZA NUEVA, nº 452, 6-Sep-1975
La Junta Militar salvó al país de ser una nueva Cuba
El 11 de septiembre de 1973, después de tres años de régimen frente-populista y de una larga y dura resistencia popular contra el gobierno de socialistas y comunistas, encabezado por el “compañero presidente” Salvador Allende, las Fuerzas Armadas chilenas, que habían soportado disciplinadamente una situación cada vez más belicosa de la militancia roja, intervenían con una rápida operación de cirugía, poniendo fin al espectáculo. En el Palacio de la Moneda, abandonado por los “gorilas” del Movimiento de la Izquierda Revolucionaria, que le servían de guardia pretoriana, Allende se suicidaba con el mismo arma que le había regalado su amigo Fidel Castro.
Algo más le había regalado Castro a Allende. Poco después de su muerte, en el registro efectuado por la policía en el domicilio del ex jefe de investigaciones del régimen allendista, Eduardo “Coco” Paredes, se encontró el inventario completo del contenido de 13 cajones dirigidos al suicidado presidente, y que habían llegado a Santiago de Chile desde La Habana en un avión cubano, en marzo de 1972.
Allende, para intentar desmentir los rumores que circularon sobre el contenido de aquellos misteriosos cajones y para responder a las críticas de los que subrayaban que se había inventado una exención de aduanas, dijo en aquella época que se trataba de helados de mango, regalados por las mujeres socialistas de la isla del Caribe. Las listas encontradas en el registro de la casa de Paredes confirmaron lo que ya se había supuesto: el contenido eran armas de origen checoslovaco, fusiles ametralladores, granadas y municiones, que fueron distribuidas y ocultas en el Palacio del Gobierno, en la residencia fortificada de Allende en la calle Tomás Moro y en su finca de “El Cañaveral”, en las faldas de la cordillera de los Andes, que tampoco era tal finca de descanso, sino un centro de instrucción militar de militantes comunistas y socialistas y de fabricación de explosivos.
¿Cuándo iban a ser utilizadas estas y otras armas -en el asalto al Palacio de la Moneda se recuperó un verdadero arsenal-, que habían ido siendo recibidas por distintos caminos y cuidadosamente ocultas? El tiempo ha pasado, y la fácil desmemoria de los pueblos -ayudada por la acción de los comunistas y de sus amigos criptocomunistas de todo pelaje- ha hecho olvidar que se descubrió también un “Plan Z”, preparado por los comunistas, y cuyo objetivo era asesinar a los máximos exponentes de las Fuerzas Armadas, y a los oficiales y a los dirigentes políticos de la oposición y de las organizaciones gremiales, aprovechando la atmósfera confiada de la conmemoración de la fiesta nacional.
Táctica bien conocida y que revela de dónde procedía la inspiración: porque el asalto al cuartel de Moncada, con que comenzó sus actividades Fidel Castro, se efectuó también un día de fiesta, aprovechando la falta de vigilancia, por ese motivo, de los soldados del cuartel, que fueron asesinados por los comandos castristas.
De esa trágica suerte se libraron los oficiales del Ejército chileno y un elevado número de hombres políticos y simples ciudadanos no comunistas, gracias a la anticipación con que las Fuerzas Armadas se lanzaron a extirpar el cáncer marxista antes de que fuera demasiado tarde.
Dos años después
Y algo más importante aún se salvó merced a este gesto heroico y contundente del Ejército chileno y de los movimientos patrióticos civiles que le ayudaron: la libertad de Chile.
Se habla -y se escribe, con la frivolidad o algo peor, de nuestra época- de la “democracia” enterrada por los militares. ¿Democracia el régimen frente-populista de Allende y sus secuaces?
Se olvida que todos los grupos reunidos bajo la etiqueta de Unidad Popular no habían conseguido obtener la mayoría en las elecciones presidenciales [1970], ni siquiera a pesar de la suicida división de las fuerzas nacionales entre otros dos candidatos, uno liberal y otro demócrata cristiano. En las Cámaras, la mayoría pertenecía a los partidos anti-frentepopulistas, y Salvador Allende sólo pudo ser presidente gracias a los votos de los diputados demócrata cristianos, que creyeron en sus promesas de que se respetaría un programa de garantías democráticas ...
Los demócratas cristianos chilenos, con Frei a la cabeza, no tardaron en comprobar que el pacto de garantías no era respetado por Allende. Comenzó el ataque a la propiedad privada, se prepararon maniobras para apoderarse del diario “Mercurio”, se aceleró la formación de milicias armadas socialistas y comunistas, se abrió la puerta del país a una serie de terroristas extranjeros, verdaderas “Brigadas Internacionales”, listas para participar en la guerra civil que abiertamente se propugnaba por los socialistas y el MIR, mientras los comunistas iban infiltrándose en las Fuerzas Armadas, especialmente en la Marina, donde las células acumulaban nombres y datos para la hora prevista en que se pasara a la acción asesinando a la oficialidad y los elementos no comunistas.
Las decisiones del Tribunal Supremo eran completamente ignoradas por el Frente Popular. Para quebrar la resistencia que oponían senadores y diputados de la oposición -en mayoría en ambas Cámaras-, se propugnó abiertamente reemplazarles por una “Cámara Popular”, que no era otra cosa que un Soviet. El boceto para su creación estaba muy adelantado cuando sobrevino la intervención militar, y si Allende no se había decidido a dar aquel paso -al que le apremiaban los socialistas y el MIR, sobre todo- se debía a su carácter indeciso y al temor de alarmar aun más a la opinión internacional en unos momentos en que la situación pavorosamente desesperada, desde el punto de vista económico, le imponía solicitar ayudas financieras del extranjero.
Resistencia popular
La resistencia popular se acentuó progresivamente a lo largo de los tres años que permaneció en el poder. Minoritario desde el principio, el programa de marxistización que iba aplicando con la impunidad que le daba el terror de las masas lanzadas a la calle por comunistas y socialistas cuando querían intimidar al país, todavía fue perdiendo votos en las elecciones parciales que se celebraron en los últimos tiempos. Esta oposición se materializó en las famosas “marchas de las cacerolas”, en el paro de los camioneros, en el cierre de los comercios, en las huelgas de médicos y funcionarios, en las claras advertencias formuladas por los jefes militares sobre la gravedad de la situación. Sus esfuerzos de corromper a la oficialidad, nombrando ministros a militares como el masón Prats y elevando los sueldos, resultaron inútiles. Era cada vez más evidente que el sentido del honor y del patriotismo del Ejército chileno acabaría por saltar por encima de otra consideración. Al fin y al cabo, el Ejército, la Marina y la Aviación no podían permanecer sordos eternamente a los llamamientos de la Patria, amenazada por el marxismo y la esclavización de un régimen comunista.
Y la intervención se produjo, finalmente. En el momento más oportuno, un grupo de jóvenes oficiales de Marina en Talcahuano advirtieron que los comunistas, infiltrados en el crucero “Almirante Latorre” y en el destructor “Blanco Encalada”, se preparaban para apoderarse de los buques, asesinando a los mandos y, con el pretexto de que se había abortado un golpe de la derecha, pedir a Allende que disolviera el Parlamento y se apoderara totalmente del país. Dos dirigentes gubernamentales, el socialista Carlos Altamirano, y el líder del Movimiento de Acción Popular Unitaria, Oscar Garreton, así como el jefe del Movimiento de Izquierda revolucionaria, Miguel Enríquez, que proporcionaba sus pistoleros a Allende para que le sirvieran de guardia personal, estaban directamente implicados en este plan de los comunistas, y la Marina reclamó su procesamiento. Allende se dedicó a ganar tiempo.
Otro proyecto, el “plan Z”, de asesinato de los jefes militares, debía ponerse en marcha el 18 de septiembre. En tanto, Allende amenazó a la oficialidad de Marina, cuando ésta pidió que se pusieran al frente de ella oficiales dignos y no comprometidos con la conspiración de la Marinería comunista o que se habían mostrado débiles frente a ella. A la vista de esta situación explosiva, la Marina aceleró sus contactos con el Ejército y las fuerzas de Carabineros para aplicar el “Plan Cochayuyo”, que preveía la toma del poder. La fecha fijada era el 10 de septiembre. Se retrasó 24 horas a petición del general Pinochet -actual presidente de Chile-, que quería completar las disposiciones del Ejército para que no hubiera ningún fallo. El almirante Toribio dio la orden definitiva: “Día D es el martes. La hora, 06, 00”.
El día 6 de septiembre, Altamirano había pronunciado uno de los más violentos de sus discursos, incitando a los soldados y marineros a rebelarse contra sus oficiales.
Chile, país al que Frei llamó un día “la nación enferma de ideología”, fue rescatado de las garras comunistas en el último momento.
Lo que hubiera pasado
Chile tiene hoy [1975] problemas. Lo extraño es que no los tuviera: el régimen marxista de Allende le habría creado una deuda exterior de cuatro mil millones de dólares, y había agotado las reservas de divisas, mientras la población sufría las consecuencias de una pavorosa alza de precios y una escasez de víveres parecida a la que acompaña a todos los sistemas marxistas.
Pero estos problemas significan poco en comparación con lo que habría ocurrido, de prolongarse el régimen de Allende. No hubiera quedado entonces otra salida que una desesperada guerra civil de liberación en malas condiciones o la resignada aceptación de la tiranía comunista. Y ni siquiera esto libraba a los chilenos de nuevos dramas. No cabe suponer que los países vecinos, anticomunistas y poco dispuestos a correr los riesgos del contagio o de la intervención de los marxistas chilenos en sus asuntos internos, apoyando los movimientos de subversión y de guerrillas -como Fidel Castro hizo-, hubieran permanecido pasivos.
José Luis Gómez Tello
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