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Tema: Chile: la Junta Militar chilena salvó al país de ser una nueva Cuba (1973)

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    Chile: la Junta Militar chilena salvó al país de ser una nueva Cuba (1973)

    La Junta Militar salvó a Chile de ser una nueva Cuba comunista. Esto escribía la revista española Fuerza Nueva en 1975:

    Revista FUERZA NUEVA, nº 452, 6-Sep-1975

    La Junta Militar salvó al país de ser una nueva Cuba

    El 11 de septiembre de 1973, después de tres años de régimen frente-populista y de una larga y dura resistencia popular contra el gobierno de socialistas y comunistas, encabezado por el “compañero presidente” Salvador Allende, las Fuerzas Armadas chilenas, que habían soportado disciplinadamente una situación cada vez más belicosa de la militancia roja, intervenían con una rápida operación de cirugía, poniendo fin al espectáculo. En el Palacio de la Moneda, abandonado por los “gorilas” del Movimiento de la Izquierda Revolucionaria, que le servían de guardia pretoriana, Allende se suicidaba con el mismo arma que le había regalado su amigo Fidel Castro.

    Algo más le había regalado Castro a Allende. Poco después de su muerte, en el registro efectuado por la policía en el domicilio del ex jefe de investigaciones del régimen allendista, Eduardo “Coco” Paredes, se encontró el inventario completo del contenido de 13 cajones dirigidos al suicidado presidente, y que habían llegado a Santiago de Chile desde La Habana en un avión cubano, en marzo de 1972.

    Allende, para intentar desmentir los rumores que circularon sobre el contenido de aquellos misteriosos cajones y para responder a las críticas de los que subrayaban que se había inventado una exención de aduanas, dijo en aquella época que se trataba de helados de mango, regalados por las mujeres socialistas de la isla del Caribe. Las listas encontradas en el registro de la casa de Paredes confirmaron lo que ya se había supuesto: el contenido eran armas de origen checoslovaco, fusiles ametralladores, granadas y municiones, que fueron distribuidas y ocultas en el Palacio del Gobierno, en la residencia fortificada de Allende en la calle Tomás Moro y en su finca de “El Cañaveral”, en las faldas de la cordillera de los Andes, que tampoco era tal finca de descanso, sino un centro de instrucción militar de militantes comunistas y socialistas y de fabricación de explosivos.

    ¿Cuándo iban a ser utilizadas estas y otras armas -en el asalto al Palacio de la Moneda se recuperó un verdadero arsenal-, que habían ido siendo recibidas por distintos caminos y cuidadosamente ocultas? El tiempo ha pasado, y la fácil desmemoria de los pueblos -ayudada por la acción de los comunistas y de sus amigos criptocomunistas de todo pelaje- ha hecho olvidar que se descubrió también un “Plan Z”, preparado por los comunistas, y cuyo objetivo era asesinar a los máximos exponentes de las Fuerzas Armadas, y a los oficiales y a los dirigentes políticos de la oposición y de las organizaciones gremiales, aprovechando la atmósfera confiada de la conmemoración de la fiesta nacional.

    Táctica bien conocida y que revela de dónde procedía la inspiración: porque el asalto al cuartel de Moncada, con que comenzó sus actividades Fidel Castro, se efectuó también un día de fiesta, aprovechando la falta de vigilancia, por ese motivo, de los soldados del cuartel, que fueron asesinados por los comandos castristas.

    De esa trágica suerte se libraron los oficiales del Ejército chileno y un elevado número de hombres políticos y simples ciudadanos no comunistas, gracias a la anticipación con que las Fuerzas Armadas se lanzaron a extirpar el cáncer marxista antes de que fuera demasiado tarde.

    Dos años después

    Y algo más importante aún se salvó merced a este gesto heroico y contundente del Ejército chileno y de los movimientos patrióticos civiles que le ayudaron: la libertad de Chile.

    Se habla -y se escribe, con la frivolidad o algo peor, de nuestra época- de la “democracia” enterrada por los militares. ¿Democracia el régimen frente-populista de Allende y sus secuaces?

    Se olvida que todos los grupos reunidos bajo la etiqueta de Unidad Popular no habían conseguido obtener la mayoría en las elecciones presidenciales [1970], ni siquiera a pesar de la suicida división de las fuerzas nacionales entre otros dos candidatos, uno liberal y otro demócrata cristiano. En las Cámaras, la mayoría pertenecía a los partidos anti-frentepopulistas, y Salvador Allende sólo pudo ser presidente gracias a los votos de los diputados demócrata cristianos, que creyeron en sus promesas de que se respetaría un programa de garantías democráticas ...

    Los demócratas cristianos chilenos, con Frei a la cabeza, no tardaron en comprobar que el pacto de garantías no era respetado por Allende. Comenzó el ataque a la propiedad privada, se prepararon maniobras para apoderarse del diario “Mercurio”, se aceleró la formación de milicias armadas socialistas y comunistas, se abrió la puerta del país a una serie de terroristas extranjeros, verdaderas “Brigadas Internacionales”, listas para participar en la guerra civil que abiertamente se propugnaba por los socialistas y el MIR, mientras los comunistas iban infiltrándose en las Fuerzas Armadas, especialmente en la Marina, donde las células acumulaban nombres y datos para la hora prevista en que se pasara a la acción asesinando a la oficialidad y los elementos no comunistas.

    Las decisiones del Tribunal Supremo eran completamente ignoradas por el Frente Popular. Para quebrar la resistencia que oponían senadores y diputados de la oposición -en mayoría en ambas Cámaras-, se propugnó abiertamente reemplazarles por una “Cámara Popular”, que no era otra cosa que un Soviet. El boceto para su creación estaba muy adelantado cuando sobrevino la intervención militar, y si Allende no se había decidido a dar aquel paso -al que le apremiaban los socialistas y el MIR, sobre todo- se debía a su carácter indeciso y al temor de alarmar aun más a la opinión internacional en unos momentos en que la situación pavorosamente desesperada, desde el punto de vista económico, le imponía solicitar ayudas financieras del extranjero.

    Resistencia popular

    La resistencia popular se acentuó progresivamente a lo largo de los tres años que permaneció en el poder. Minoritario desde el principio, el programa de marxistización que iba aplicando con la impunidad que le daba el terror de las masas lanzadas a la calle por comunistas y socialistas cuando querían intimidar al país, todavía fue perdiendo votos en las elecciones parciales que se celebraron en los últimos tiempos. Esta oposición se materializó en las famosas “marchas de las cacerolas”, en el paro de los camioneros, en el cierre de los comercios, en las huelgas de médicos y funcionarios, en las claras advertencias formuladas por los jefes militares sobre la gravedad de la situación. Sus esfuerzos de corromper a la oficialidad, nombrando ministros a militares como el masón Prats y elevando los sueldos, resultaron inútiles. Era cada vez más evidente que el sentido del honor y del patriotismo del Ejército chileno acabaría por saltar por encima de otra consideración. Al fin y al cabo, el Ejército, la Marina y la Aviación no podían permanecer sordos eternamente a los llamamientos de la Patria, amenazada por el marxismo y la esclavización de un régimen comunista.

    Y la intervención se produjo, finalmente. En el momento más oportuno, un grupo de jóvenes oficiales de Marina en Talcahuano advirtieron que los comunistas, infiltrados en el crucero “Almirante Latorre” y en el destructor “Blanco Encalada”, se preparaban para apoderarse de los buques, asesinando a los mandos y, con el pretexto de que se había abortado un golpe de la derecha, pedir a Allende que disolviera el Parlamento y se apoderara totalmente del país. Dos dirigentes gubernamentales, el socialista Carlos Altamirano, y el líder del Movimiento de Acción Popular Unitaria, Oscar Garreton, así como el jefe del Movimiento de Izquierda revolucionaria, Miguel Enríquez, que proporcionaba sus pistoleros a Allende para que le sirvieran de guardia personal, estaban directamente implicados en este plan de los comunistas, y la Marina reclamó su procesamiento. Allende se dedicó a ganar tiempo.

    Otro proyecto, el “plan Z”, de asesinato de los jefes militares, debía ponerse en marcha el 18 de septiembre. En tanto, Allende amenazó a la oficialidad de Marina, cuando ésta pidió que se pusieran al frente de ella oficiales dignos y no comprometidos con la conspiración de la Marinería comunista o que se habían mostrado débiles frente a ella. A la vista de esta situación explosiva, la Marina aceleró sus contactos con el Ejército y las fuerzas de Carabineros para aplicar el “Plan Cochayuyo”, que preveía la toma del poder. La fecha fijada era el 10 de septiembre. Se retrasó 24 horas a petición del general Pinochet -actual presidente de Chile-, que quería completar las disposiciones del Ejército para que no hubiera ningún fallo. El almirante Toribio dio la orden definitiva: “Día D es el martes. La hora, 06, 00”.

    El día 6 de septiembre, Altamirano había pronunciado uno de los más violentos de sus discursos, incitando a los soldados y marineros a rebelarse contra sus oficiales.

    Chile, país al que Frei llamó un día “la nación enferma de ideología”, fue rescatado de las garras comunistas en el último momento.

    Lo que hubiera pasado

    Chile tiene hoy [1975] problemas. Lo extraño es que no los tuviera: el régimen marxista de Allende le habría creado una deuda exterior de cuatro mil millones de dólares, y había agotado las reservas de divisas, mientras la población sufría las consecuencias de una pavorosa alza de precios y una escasez de víveres parecida a la que acompaña a todos los sistemas marxistas.

    Pero estos problemas significan poco en comparación con lo que habría ocurrido, de prolongarse el régimen de Allende. No hubiera quedado entonces otra salida que una desesperada guerra civil de liberación en malas condiciones o la resignada aceptación de la tiranía comunista. Y ni siquiera esto libraba a los chilenos de nuevos dramas. No cabe suponer que los países vecinos, anticomunistas y poco dispuestos a correr los riesgos del contagio o de la intervención de los marxistas chilenos en sus asuntos internos, apoyando los movimientos de subversión y de guerrillas -como Fidel Castro hizo-, hubieran permanecido pasivos.

    José Luis Gómez Tello

    Última edición por ALACRAN; 03/06/2020 a las 17:12
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

  2. #2
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    Re: Chile: la Junta Militar chilena salvó al país de ser una nueva Cuba (1973)

    Sobre el llamado "plan Z" izquierdista para imponer el comunismo en Chile, todos los medios ´que pueden consultarse hoy día, coinciden en que nunca existió, que fue un "montaje" falso de la junta militar para justificar el derrocamiento de Allende.

    Dando por bueno lo anterior, algo no cuadra. Porque en tal caso, una de dos: o Allende y los partidos marxistas aspirarían a implantar el comunismo pacíficamente; o aspirarían a vivir bajo el capitalismo permanentemente.

    En el primer caso, no concuerdan los hechos con las intrigas cubanas y soviéticas, declaraciones explícitas de revolución, y el clima de violencia prerrevolucionaria;
    y en el segundo caso, nos encontraríamos con una tomadura de pelo a los simpatizantes marxistas, que nunca lo hubieron tolerado.

    Luego debía haber algún plan más o menos perfilado llámese Z, X o Y... a más o menos plazo

    Por otra parte, es sintomático como toda la obediencia progresista se traga el informe de la CIA que en 1999 desveló que el plan Z fue un fake elucubrado por militares para justificar el golpe..

    Sí, sí, esa malvadísima CIA que según los marxistas alentó y financió a la Junta Militar (... la misma CIA, que en 1973 no era en absoluto "creíble" para ellos sino pérfida y criminal)
    Y es que los tiempos cambian una barbaridad.

    Lo que demuestra el caso es que cuando una revolución marxista es abortada a tiempo, todo el entramado terrorista se vuelve de repente "inexistente" y es "una tramoya del golpismo derechista para auto-justificarse", como cuentan ahora que fue el proceso revolucionario que provocó la guerra civil en España en 1936 .

    Lo mismo dirían si la revolución comunista cubana hubiera fracasado en 1959: Castro y sus guerrilleros en Sierra Maestra hubieran sido simples cultivadores de tabaco, o de caña, que lo llevaban a vender a La Habana.

    Lo único positivo es que la revolución violenta descarada parece que ya no gusta tanto al marxismo en general.


    .
    Última edición por ALACRAN; 05/06/2020 a las 18:46
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
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    Re: Chile: la Junta Militar chilena salvó al país de ser una nueva Cuba (1973)

    Así hundió la economía chilena Salvador Allende, el marxista-leninista al que admira Iglesias

    Recesión, hiperinflación, graves problemas de escasez y desabastecimiento, expropiaciones, déficits de dos dígitos...

    Diego Sánchez de la Cruz

    2016-06-22





    Salvador Allende durante un discurso | Archivo


    De acuerdo con el Índice de Populismo que han elaborado TIMBRO y CIVISMO, uno de los rasgos más característicos del populismo es su capacidad para disfrazar su programa autoritario a base de moverse en una aparente indefinición ideológica. En el caso de Pablo Iglesias, esa ambigüedad le ha llevado a describirse alternativamente como "socialdemócrata", "socialista" y "comunista" en el curso de apenas tres años.

    El pasado fin de semana, el discurso cambiante del candidato a La Moncloa por Unidos Podemos encontró un nuevo referente en Salvador Allende. Aunque Iglesias se refirió a quien fuera presidente chileno entre 1970 y 1973 como si estuviese hablando de un líder moderado, homologable al ex mandatario uruguayo Pepe Mújica, lo cierto es que Allende se caracterizó por un hondo radicalismo que tuvo nefastas consecuencias.


    El genetismo del joven Allende

    Ya de joven, Allende había dado muestras de su radicalidad. Por ejemplo, en 1933 publicó una polémica tesis doctoral titulada "Higiene mental y delincuencia". Según el profesor Víctor Farías, dicho documento sostenía que la delincuencia tiene orígenes genéticos. En 2005, el hoy dirigente de Ciudadanos Juan Carlos Girauta escribió en Libertad Digital una reseña del libro con el que Farías sacó a la luz la oscura tesis doctoral de Allende. Girauta afirmó lo siguiente:

    Quien sienta algún afecto por la figura de Salvador Allende, es decir, toda la izquierda, está a punto de encontrarse con una desagradable sorpresa, por decirlo suavemente. Recordarán al ex presidente socialista de Chile como el revolucionario mártir que tantos jóvenes lloramos en los años setenta ante las estremecedoras escenas finales de La batalla de Chile, aquella película inacabable que había que ver por trozos.

    En realidad, fue un convencido antisemita, un defensor de la predeterminación genética de los delincuentes que extendió su racismo a árabes y gitanos, consideró que los revolucionarios eran psicópatas peligrosos que había que tratar como enfermos mentales, propugnó la penalización de la transmisión de enfermedades venéreas y defendió la esterilización de los alienados mentales. Ideas rechazadas por la opinión pública mundial en pleno, con una sola excepción: la Alemania nazi. Porque Allende defendía estas posturas precisamente en los años treinta.

    Años después, como ministro de Salud del gobierno de izquierdas que ocupó el poder en Chile entre 1939 y 1941, Allende elaboró un proyecto de ley que acabó guardado en un cajón debido a la polvareda que levantó. Explicando la fallida propuesta, Allende declaró al diario La Nación que era necesario desarrollar "un trípode legislativo en defensa de la raza" que contemplaba "la esterilización de los alienados mentales". Para ello, contemplaba incluso la creación de tribunales de esterilización, como también dictaban las leyes aprobadas en la Alemania nazi.


    El marxismo-leninismo chileno

    Como recuerda el libro Una casa dividida, de José Piñera, las ideas y teorías que puso en práctica el Ejecutivo de Salvador Allende nacían de una concepción política contraria a los principios más básicos de la democracia liberal. De hecho, un repaso a su trayectoria y la de su partido revela las convicciones profundamente radicales de aquel movimiento.

    Una semana después de la muerte de Joseph Stalin, Allende pronunció un incendiario discurso en Santiago en el que se deshizo en loas al difunto dictador soviético. Pocos días después, Allende pronunció estas palabras en otro acto de partido:

    En un período de revolución, el poder político tiene derecho a decidir en el último recurso si las decisiones judiciales se corresponden o no con las altas metas y necesidades históricas de transformación de la sociedad, las que deben tomar absoluta precedencia sobre cualquier otra consideración; en consecuencia, el Ejecutivo tiene el derecho a decidir si lleva a cabo o no los fallos de la Justicia.

    En el Congreso Anual de 1965, celebrado en Linares, el Partido Socialista chileno de Allende se definió como "marxista-leninista" y habló abiertamente de "descartar la vía electoral como método para alcanzar el poder". Esta postura se completó con la afirmación de que dicho objetivo debería emplearse "con los métodos y medios que la lucha revolucionaria haga necesarios".

    Profundizando en esta línea, el partido de Allende declaró en su Congreso de 1967, celebrado en Chillán, que "la violencia revolucionaria es inevitable y legítima, constituye la única vía que conduce a la toma del poder político y económico". La formación señaló también que "sólo destruyendo el aparato democrático-militar del Estado burgués se puede consolidar la revolución socialista" y proclamó que "las formas pacíficas o legales de lucha no conducen por sí mismas al poder".

    En aquellos encuentros políticos estaban presentes delegados de los regímenes comunistas de la Unión Soviética. Las alianzas también englobaban a grupos socialistas panarabistas, como el Baath sirio, y por supuesto contaban con la colaboración entusiasta de la dictadura cubana.
    José Piñera recuerda también en su libro que "cuando Allende fue presidente del Senado, expresó en varias ocasiones su apoyo al Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), un grupo que inició la violencia guerrillera en Chile".


    El desastre económico

    El monumental estudio de Rudiger Dornbusch y Sebastian Edwards sobre el "populismo macroeconómico" nos permite repasar con detalle el desastre económico que sufrió Chile en la década de 1970. Allende heredó una economía relativamente estancada, con tasas reales de crecimiento que apenas superaban el 1% en los cuatro años posteriores a su llegada al poder. Tras llegar al poder, el mandatario chileno lanzó un amplio programa de expropiaciones que condujo a la nacionalización de todo tipo de empresas, incluyendo negocios agrícolas, compañías mineras…

    Los aumentos salariales dictados por Allende dispararon hasta un 20% los sueldos, pero esa ilusión artificial acabó siendo devorada por una inflación rampante que, a lo largo de sus tres años de gobierno, redujo significativamente el poder adquisitivo de los sueldos de los trabajadores.

    La subida de precios galopaba hasta alcanzar tasas estratosféricas, al hilo de un aumento de la base monetaria del 264%. Con la inflación desbocada, los precios subieron un 34,5% en 1971, un 216,7% en 1972 y un 605,9% en 1973. Los controles agravaron la situación y los sueldos en 1973 eran ya un 30% inferiores que en 1970. La tasa de crecimiento se desplomó: de poco sirvió el artificio inflacionista de 1971, con un aumento del PIB del 9%, porque en 1972 y 1973, Chile entró en recesión.





    El desaguisado fiscal del gobierno de Allende fue notable. Aunque su campaña a la presidencia estuvo marcada por una promesa de aumentar la recaudación a base de extraer más recursos de rentas altas y empresas, la cruda realidad es que los ingresos tributarios bajaron del 23,7% al 20,2% del PIB mientras que el gasto público creció de forma disparatada del 26,4% al 44,9%, disparando del 2,7% al 24,7% el déficit de las cuentas de las Administraciones Públicas.

    Las reservas internacionales se hundieron de 320 a 36 millones de dólares. La balanza comercial pasó de un superávit de 246 millones a un déficit de 73 millones. El mercado negro se disparó como única forma de escapar el desabastecimiento. En apenas tres años, Allende destrozó la economía chilena.





    El colapso político

    En agosto de 1973, la Cámara de Diputados se reunió para analizar la insostenible situación que enfrentaba Chile. No se trataba solamente de analizar el hundimiento económico del país, sino también de estudiar los graves episodios que se habían dado en otros ámbitos.

    Como recuerda José Piñera, Claudio Orrego, diputado del Partido Demócrata Cristiano, tomó la palabra para denunciar "atropellos reiterados a las resoluciones del Congreso, atropellos reiterados a las atribuciones del Poder Judicial, atropellos reiterados a las facultades de la Fiscalía General de la República, atropellos reiterados a los derechos de ciudadanos y medios de comunicación…". Por el Partido Nacional, el representante Hermógenes Pérez de Arce afirmó queel gobierno de Allende "ha dejado de encuadrarse en la Constitución y la Ley, lo que ha dado lugar a la ilegitimidad del mandato y ejercicio del Presidente de la República".

    Por un resultado de 81 votos a favor y 47 en contra, la Cámara declaró que el gobierno de Allende había violado gravemente la Constitución chilena. El 63% de los diputados acusaban al presidente y su gobierno de veinte violaciones concretas de la Carta Magna, incluyendo el amparo de grupos armados, la tortura, las detenciones ilegales, la mordaza a la prensa libre, la manipulación de la educación, la confiscación de propiedad privada…

    El golpe de las Fuerzas Armadas y el suicidio de Salvador Allende pusieron fin a la tormenta política que dejó el marxismo-leninismo en Chile. Sin embargo, la democracia no regresó a Chile hasta la Elección Presidencial de 1989, que desplazó al régimen militar de Augusto Pinochet y restauró la libertad política, que se había quebrado en 1970 y no volvió a ser una realidad hasta dos décadas después.


    El despegue de Chile, un triunfo liberal

    Desde entonces, la democracia chilena se ha consolidado como una de las más sólidas de América Latina y la economía ha experimentado un importante crecimiento que ha contribuido a reducir la pobreza del 50% al 7,8%.





    Resulta irónico, por tanto, que Iglesias hable de Allende como un referente, cuando su desastroso paso por el poder arrojó un hundimiento total de la economía y desencadenó una crisis política que no quedó resuelta ni superada hasta la transición de finales de la década de 1980. Por otro lado, también resulta irónico que el líder de Unidos Podemos ignore que el avance de Chile en las últimas décadas es inseparable de un modelo netamente liberal que ha convertido al país latinoamericano en uno de los más capitalistas del mundo, según el Índice de Libertad Económica de la Fundación Heritage y CIVISMO.




    _______________________________________

    Fuente:

    https://www.libremercado.com/2016-06...rios1276576804
    ALACRAN dio el Víctor.

  4. #4
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    Re: Chile: la Junta Militar chilena salvó al país de ser una nueva Cuba (1973)

    Sobre el golpe militar de septiembre de 1973

    Revista FUERZA NUEVA, nº 542, 28-May-1977

    Editorial

    Pinochet, un ejemplo

    Por todas las razones someramente expuestas, las Fuerzas Armadas han asumido el deber moral que la Patria les impone de destituir al Gobierno que, aunque inicialmente legítimo, ha caído en la ilegitimidad flagrante, asumiendo el Poder… apoyado en el sentir de la gran mayoría nacional”.

    La voz grave del Ejército chileno sonó en esta declaración. Su silencio quedó al fin roto y el régimen frentepopulista del presidente Allende se vino abajo clamorosamente. El general Bonilla explicó, algunos días después de aquel 11 de septiembre de 1973, que se había respondido a la apremiante y angustiada pregunta que les llegaba a los jefes militares desde todas partes: ¿hasta cuándo?

    Es conocida la respuesta de Salvador Allende cuando Regis Debray, el amigo del “Che” Guevara, le preguntó por qué había accedido a dar las garantías constitucionales que los democratacristianos pidieron a cambio de los votos de sus diputados para hacerle presidente: “Lo acepté como necesidad táctica, para asumir el Poder. Lo importante en ese momento era tomar el Gobierno”, dijo cínicamente. Aquí está el engaño, la mentira, el perjurio del hombre que juró cumplir la Constitución.

    He aquí un cuadro de la situación de Chile bajo el marxismo cuando mostró su verdadero rostro, tras la máscara de aquel estatuto de Garantías Constitucionales, prometidas sin otro objetivo que incautarse del Poder. En los tres años de la tragedia nacional (1970-73), las muertes por causas políticas ascendieron a más de un centenar. ¿Podía ser de otra manera? Uno de los primeros decretos de Allende fue la amnistía a los condenados de los grupos terroristas del M.I.R. y Vanguardia Obrera Armada. La consecuencia de este “gesto” fue el asesinato, unos meses después, del expresidente de la República, el demócrata cristiano Pérez Zujovic, con altas complicidades de todos conocidas. Siguieron las medidas que hundieron a la nación en la ruina. Se había asegurado que el número de industrias que serían estatalizadas quedaría reducido a las más importantes. Pero en dos años, el 80 por 100 de la industria había pasado bajo control del Estado, y las empresas eran repartidas entre los partidos del Frente Popular.

    Se trataba, en efecto, de romper la columna vertebral de la sociedad para marxistizarla más fácilmente y de asfixiar a la mayoría de la población. Cuando las mujeres chilenas protestaron con el clamor de sus cacerolas vacías, se lanzó contra ellas las “brigadas” marxistas armadas. Santiago de Chile quedó cercado por los llamados “cordones industriales”, ciudadelas terroristas donde dictaba su ley el M.I.R. y otros grupos de la izquierda, futuras bases de partida para el asalto a la capital.

    Allende quería acabar con la resistencia del Parlamento, donde no tenía la mayoría, y rechazaba, uno tras otro, sus proyectos marxistas. No ocultó su idea de transformarlo en una denominada Asamblea del Pueblo, que elaboraría una nueva Constitución a su placer. Para intimidarlo, se lanzaban contra él manifestaciones violentas. La Corte Suprema y los jueces eran amenazados. “A los viejos carcamales de la Corte Suprema les decimos que los días de la justicia burguesa están contados. Viene la justicia del pueblo y serán ellos los primeros en ser llevados a los Tribunales Populares”, declaró públicamente un dirigente del Frente Popular.

    ¿Y el Ejército? Allende lo utilizo para respaldar sus arbitrariedades, comprometiéndole con carteras ministeriales, a la vez que dejaba crecer la ola de acción subversiva contra él; carteles en las fachadas de los cuarteles, penetración de propaganda subversiva, infiltración de células marxistas en los regimientos. Y las “purgas”: en mes y medio fueron enviados al retiro el comandante en jefe y dos generales de la Fuerza Aérea y el subdirector de Carabineros y sancionados el director de la Escuela Militar de Santiago, el director de instrucción del Ejército y otros jefes militares. Se preparaba la gran “purga” contra los jefes de la Marina, cuando sobreviene el 11 de septiembre.

    El Congreso la controlaría, los colegios profesionales declararon la ilegitimidad del Gobierno, que saltaba por encima de la juridicidad con sus arbitrarios “decretos de insistencia”. El general Prats, comandante en jefe del Ejército y ministro trampolín de Allende, personaje ambiguo, tuvo que dimitir ante las peticiones de los jefes militares y la clamorosa manifestación de las esposas de los oficiales que le arrojaron granos de arroz. Todavía Allende intentó engañar al Ejército con falsas promesas, mientras en la sombra se organizaba el “autogolpe” de los marxistas para decapitarlo. Pero las Fuerzas Armadas dijeron “basta”. No era un Ejército de “pronunciamiento”. Eran simplemente unos hombres de uniforme que habían encontrado el camino de su sagrado deber para con la Patria: salvarla del marxismo y la catástrofe.




    Última edición por ALACRAN; 14/12/2022 a las 13:15
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    Re: Chile: la Junta Militar chilena salvó al país de ser una nueva Cuba (1973)

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    Chile: aniversario de un alzamiento


    Revista FUERZA NUEVA, nº 559, 24-Sep-1977

    Chile: aniversario de un alzamiento

    LA PATRIA SALVADA

    Chile está gobernado (1977) por una Junta Militar, a diferencia de tantos y tantos países que están desgobernados por un puñado de arribistas enquistados en clanes que se llaman partidos políticos.

    Al día siguiente del 11 de septiembre de 1973 ( fecha en que el general Pinochet, el Ejército, la Marina, las Fuerzas Aéreas e incluso los Carabineros -que se consideraban decididos partidarios del frente populismo de Allende, y no lo eran-, con organizaciones de civiles patriotas y con los gremios, derrocaron al régimen que llevaba a Chile a la ruina y al marxismo) se pronosticó que la Junta no duraría mucho tiempo.

    Pero ahora (1977) ha celebrado su cuarto aniversario, a pesar de que casi cotidianamente se profetiza su inmediata desaparición, y a pesar de una vasta ofensiva internacional que va desde las presiones del presidente norteamericano Carter hasta los ataques de la Internacional Socialista, pasando por las melifluas críticas de los demócratas cristianos. De unos demócratas cristianos que tuvieron mucha responsabilidad en la llegada al poder de Allende y su Unidad Popular, puesto que le dieron sus votos en el Congreso, que después fueron perseguidos por éste, pero no tuvieron el valor de pasar a la acción contra él, que saludaron alborozadamente la enérgica acción del Ejército y ahora conspiran nuevamente, sin haber aprendido nada ni haber olvidado nada.

    En esta ofensiva contra la Junta Militar participan en los “tontos útiles” de ritual, especialmente cuando surge el tema de los “derechos humanos”. Es costumbre que se ataque a Chile en este terreno, silenciando en cambio la tragedia de Camboya, donde las víctimas de los comunistas se cuentan por centenares de miles, las brutalidades del régimen marxista de Etiopía, la persecución de disidentes en Europa oriental, etc.

    De lo que no se habla es de las razones que llevaron al Ejército chileno y a los grupos civiles patriotas que colaboraron con él, a derrocar a Allende y a un Gobierno de frente popular en que aparecían unidos socialistas, comunistas, cristianos izquierdistas y formaciones confusas bajo el signo del marxismo y en muchos casos de la violencia. Sin contar con la violencia ejercida desde el propio poder.

    El Ejército tuvo demasiada paciencia

    Hay que señalar que la acción de todas las Fuerzas Armadas contra el Palacio de la Moneda, residencia de Allende, sólo llegó cuando el Ejército no tuvo más remedio que intervenir. Si algo hay que reprocharle, no es que interviniera el 11 de septiembre de 1973, sino que tardara tanto tiempo en llegar a este gesto, a pesar de que la población lo reclamaba abiertamente desde meses.

    El argumento para tan larga paciencia fue la rutinaria alegación de que el Ejército chileno ha sido siempre neutral en política. Esto es discutible, pero desde luego nunca se mostró indiferente ante la Patria en peligro, y en 1973 Chile lo estaba. No se podía hablar de neutralidad cuando la visible amenaza de bolchevización planeada por el Gobierno pesaba sobre millones de ciudadanos y se iba descarando cada día un poco más, llegando desde la economía a la educación, sin respetar ni a la Magistratura ni al Parlamento y proyectándose sobre el propio Ejército.

    Quien manejaba el “argumento” de la “neutralidad” era el mismo Gobierno, que utilizaba al Ejército para alcanzar este objetivo marxista, comprometiendo a las Fuerzas Armadas en la marxistización de Chile. Esto era grave. También lo era que el Partido Comunista fuera creando lazos y relaciones en el interior del Ejército, valiéndose para ello de la amistad personal de Volodia Teitelboin con el general Prats.

    Comprometiendo con cargos oficiales a los jefes militares, se tendía a dar la sensación de que las Fuerzas Armadas respaldaban la política de marxistización de Chile, aunque se opusiera la mayoría de los chilenos. Prats llegó a ser ministro del Interior y reemplazó a Allende en sus ausencias del país. Al general de las Fuerzas Aéreas, Claudio Sepúlveda, se le nombró ministro de Minas en el momento en que hasta los mineros se levantaban contra el Gobierno Allende. El almirante Ismael Huerta era ministro de Obras Públicas, controlado por técnicos marxistas, y no se enteró de la imposición del racionamiento a la población civil más que por la radio, a pesar de que la impopularidad de esta medida le alcanzaba a él.

    Junto a esta táctica de “comprometer” a los jefes militares, se utilizó la de atacar a otros, que no compartían el criterio gubernamental. Así, el coronel Alberto Labbé, comandante de la Escuela Militar de Santiago, fue destituido por “conservador” y haberse mostrado hostil al viaje de Castro a Chile en 1971. El general Alfredo González Márquez, director del Instrucción del Ejército, fue retirado en septiembre de 1972 por sus críticas a la desastrosa política económica del Gobierno y sus advertencias ante la proliferación de grupos paramilitares de extrema izquierda.

    Puede preverse lo que habría hecho Allende con el Ejército en el momento en que hubiera llegado a un punto conveniente su debilitación y división. Como indicio inquietante, Raúl Ampuero, ex secretario general socialista, reclamó un “cambio sustancial en el mando para garantizar que las Fuerzas de Seguridad estarían “formalmente subordinadas a la misma dirección política que guía la lucha por el socialismo e independencia”, y para ello reclamaba una depuración de los mandos “dudosos” y propugnó la formación de milicias populares armadas.

    Luego, aparecieron documentos que probaban la infiltración sistemática de los marxistas en los cuarteles, las fichas personales de los oficiales que demostraban cómo éstos eran espiados en previsión de su liquidación física o detención, las instrucciones comunistas a los reclutas, la campaña de prensa contra el Ejército, la creación de células, la labor de propaganda y pintadas antimilitaristas en las proximidades de los establecimientos militares, y el “Plan Z” para el asesinato de jefes militares y dirigentes políticos considerados adversarios del marxismo.

    El momento grave surgió cuando a los generales y almirantes se les planteó el caso de conciencia de si podían llamarse políticamente neutrales al aceptar puestos ministeriales en un Gobierno controlado por los marxistas y que les utilizaba para estos fines. El único que parecía satisfecho con los elogios que le prodigaba el periódico comunista “El Siglo” era el general Prats, del que lo menos que puede decirse es que resultaba una figura enigmática y tortuosa. Lo que los jefes militares pensaban quedó demostrado en una votación del Consejo de Generales sobre la propuesta, hecha por Prats, de que los militares siguieran siendo ministros del Gobierno frentepopulista: 18 generales votaron en contra de Prats, y sólo seis a favor. La insistencia y la mano hábil de Allende logró que algunos generales aceptaran carteras ministeriales civiles, pero el éxito de sus maniobras y halagos interesados duró poco, al sobrevenir la “purga política” representada por la destitución del general Ruiz de su puesto de comandante en jefe de las Fuerzas Aéreas, en agosto de 1973.

    El riesgo de que se desencadenara el golpe de la izquierda contra el Ejército que estaba en preparación, a la vez que llegara a su objetivo final, de debilitación de las Fuerzas Armadas, la serie de destituciones, traslados y retiros de jefes y oficiales que firmaba Allende, indujeron a cruzar el Rubicón. El Consejo de Generales obligó a Prats a renunciar al cargo de comandante en jefe del Ejército, con lo que Allende no pudo seguir utilizando a este hombre extraño, complaciente y ambiguo para cubrir su labor disgregadora de las Fuerzas Armadas. Unos días antes, Prats había protagonizado un lamentable incidente al amenazar a una mujer que le manifestó públicamente su desprecio hacia su complacencia con los marxistas.

    Y la manifestación de las esposas de muchos oficiales y generales, que arrojaron granos de arroz -símbolo de cobardía- a los militares que se jactaban de ser allendistas, “constitucionalistas” o “neutrales”, mientras Chile se despeñaba hacia la ruina, hizo el resto.

    Todos en contra

    En la jeremiada de sus amigos después del derrocamiento, se repite como una consigna que Allende había sido “elegido democráticamente”.

    Esto no es cierto. En primer lugar, la Unidad Popular, conglomerado de varios partidos, incluyendo los comunistas y los socialistas, no tenía la mayoría. En las elecciones de 1970 sólo alcanzó el 36 por 100 de los votos, y es evidente que este magro resultado no le daba legitimidad para hacer un “cambio”, una revolución como la que pretendió, alterando radicalmente la estructura nacional. El 64 por 100 de los chilenos estaba en contra y por eso no votaron a Unidad Popular, que no logró alcanzar nunca la mayoría en las elecciones celebradas durante su absorción del poder, a pesar de los fraudes electorales que fueron denunciados y probados.

    Ese 36 por 100 no le daba tampoco, naturalmente, la mayoría en el Congreso. Allende sólo fue elegido presidente de la República gracias a su promesa de respetar el estatuto de Garantías Constitucionales. Los demócratas cristianos le regalaron los votos de los diputados que le eran indispensables para llegar al Palacio de la Moneda. En esa turbia operación tuvo un importante papel el demócrata cristiano de izquierda Radomiro Tomic, que jugaba con los marxistas.

    Las Cámaras, pues, estaban en situación legal de oponerse a las medidas marxistas de Allende. Pero la Unidad Popular encontró un procedimiento curioso para superar el obstáculo democrático y reírse de la oposición, con el sistema llamado de “resquicios legales” y los “decretos de insistencia”. Cuando una ley no tenía los votos de los diputados y era rechazada, el Gobierno saltaba por encima con estos dos instrumentos de una legalidad dudosa. Pero el objetivo final -y declarado- era disolver las Cámaras adversas y reemplazarlas por el “Poder Popular” o, más claramente, el soviet. Y como los diputados no estaban dispuestos a hacerse el “harakiri”, se les coaccionaba con manifestaciones callejeras amenazadoras, como la que se desarrolló en julio de 1972 en la Plaza Montt-Vara de Santiago ante el Congreso, la Corte Suprema y el periódico “El Mercurio”, y en la que participó el intendente de la capital, Alfredo Joignant; el líder socialista Hernán del Canto y el dirigente juvenil, también socialista, Rolando Calderón. Los más innobles insultos fueron vomitados por los manifestantes contra los diputados, los jueces y la prensa opositora por aquella muchedumbre, respaldada por las “Brigadas” marxistas.

    En cuanto a la fuerza pública, en esta, como en tantas otras ocasiones, tenía orden de no intervenir. Ni siquiera para defenderse cuando era atacada por los revolucionarios terroristas del MIR.

    El frentepopulismo igual a ruina económica

    Matuse y Vuskovicz, como ministros de Economía en diferentes etapas, se encargaron de planificar la socialización de Chile. Y los resultados fueron la ruina.

    El 80 por 100 de la producción industrial cayó bajo el control del Estado, que asfixiaba la iniciativa privada y apelaba a todos los medios, legales o violentos, para alcanzar su propósito. Con razón Orlando Sáenz, presidente de SOFOFA, pudo decir: “Este Gobierno está destruyendo sistemáticamente la industria chilena”.

    La inflación llegó al 350 por 100 en los doce meses anteriores al derrocamiento de Allende. La agricultura quedó desorganizada por las expropiaciones y las ocupaciones violentas de los “fundos”, en muchos casos acompañadas de los asesinatos y vejaciones de los propietarios si intentaban oponerse, y de las amenazas y violencias contra los jueces que intentaban hacer respetar la ley. Uno de los tópicos más habituales a lo largo de este tiempo fue el de que el sistema judicial era instrumento de la “justicia clasista” y tenía que ser reemplazado por “Tribunales populares”.

    El 75 por 100 de las tierras había sido incluida en la llamada “área reformada”, y muchas de las tierras ocupadas fueron transformadas por los terroristas del MIR en “zonas liberadas”. No fue respetada por el Gobierno la ley que establecía como límite de la incautación las ochenta hectáreas. Y la consecuencia de aquel caos fue el hambre. Chile tuvo que importar productos para su alimentación y hubo que gastar 480 millones de dólares en esas importaciones, produciéndose un déficit comercial pavoroso. Baste decir que la producción de trigo bajó de las 1.300.000 toneladas de 1971 a las 700.000 de 1972.

    En el momento de ser derrocado Allende, la reserva estatal en divisas se reducía a 3.500.000 dólares, la deuda externa se cifraba en 4.000.000 millones de dólares y la inflación crecía vertiginosamente hasta el 750 por 100.

    Pero la máquina marxistizadora siguió funcionando hasta el último instante. Se engañaba a la población, se atacaba bestialmente a las mujeres que protestaban por la falta de pan, se aterrorizaba a las ciudades con los “cordones industriales”, los barrios convertidos en ciudadelas de las bandas terroristas, que crearon sus tribunales, sus tropas de choque y utilizaban los medios del Gobierno para sus acciones violentas.

    Estos no son más que muy pequeños detalles de lo que era la realidad del Chile marxista cuando, al fin, las Fuerzas Armadas se decidieron a intervenir. Lo pedían ya las Cámaras, la Corte Suprema, la oposición, los dirigentes de las organizaciones gremiales y profesionales. Pero de esta realidad se sabe poco, porque la propaganda marxista inundó al mundo de sus mentiras y falsificaciones.

    José Luis GÓMEZ TELLO

    Última edición por ALACRAN; 30/10/2023 a las 14:04
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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