Sargento Mario “Perro” Cisnero

“Señor, te pido que mi cuerpo sepa morir con la sonrisa en los labios, ¡como murieron tus mártires...!
Quiero ser el soldado más valiente de mi Ejército, el argentino más amante de mi Patria.
Perdoname este orgullo, Señor”.
Frase escrita por el “Perro” en su libreta de comando
Es una gélida noche de junio en el Monte Dos Hermanas, elevación de terreno situada a unos pocos kilómetros al oeste de Puerto Argentino. Mientras el cañoneo enemigo arrecia, los hombres de la compañía de comandos 602 preparan cuidadosamente sus equipos con vistas a emboscar una formación de tropas especiales británicas. El dispositivo comprende escalones de seguridad, de apoyo, de asalto y de protección y recibimiento.
El teniente primero Jorge Manuel Vizoso Posse y el sargento Mario “Perro” Cisnero ocupan sus posiciones en el segundo escalón de apoyo. Revisan meticulosamente su armamento, una pesada Mag de 30 Kilos de peso cuyo apuntador es, según la costumbre entre los comandos, el oficial, quien queda así más expuesto que el subalterno, que sirve como auxiliar en la alimentación de la ametralladora. Pero el “Perro” conoce muy bien el arma; además es muy buen tirador. Le suplica a Vizoso Posse que le ceda el honor de ocupar ese puesto riesgoso con tanta insistencia que éste accede.
Se mantienen alertas, sentados espalda contra espalda. Las horas de espera parecen eternas. Frío, hambre, tensión, ansiedad... ¿Hasta cuándo? ¿Cuándo aparecerán estos piratas? Mientras Cisnero limpia con esmero la Mag, el teniente extrae de su chaqueta una tableta de chocolate y la corta por la mitad con su cuchillo, ofreciéndole una porción a su camarada.
-Los comandos debemos ser como los mosqueteros, “uno para todos y todos para uno”. –Dice Posse restándole importancia mientras el Perro le agradece.
Enseguida se establece un clima de mucha confianza entre ambos. Tienen algo en común: ambos crecieron en Catamarca. Comienzan a hablar de eso y de sus familias.
-Somos personas simples. Estamos en peligro de muerte y las cosas que valoro son las espirituales. No quisiera presentarme ante el Creador sorprendido en medio de mis vicios. –Prosigue el oficial.
-Tiene razón, mi teniente primero, -asiente Cisnero- pienso lo mismo. Lo único que me interesa es mantener, aún a costa de mi vida, los ideales de Dios, Patria y Familia.
-Usted es famoso por su perseverancia, fidelidad a sus principios y por eso le dicen “el Perro”. Sé que esta noche no será fácil para nosotros, pero también sé que tanto la vida actual como la muerte carecen de sentido si no pensamos en la Resurrección, donde los que compartimos los valores cristianos nos volveremos a ver.
-En la Resurrección nos veremos, mi teniente primero.
Un desfile de imágenes pasan por la cabeza de Cisnero. Su infancia en el barrio “El Mástil”, de Catamarca; los picados de fútbol; la vez que armó un paracaídas con sábanas viejas cuando tenía ocho años y se quiso tirar desde un árbol bastante alto; esas escapadas que se hacía hasta la base del Regimiento Aerotransportado 17, cerca de su casa, y miraba marchar a los soldados desde el otro lado del alambrado; las trompadas en el colegio por las chicas y los estudios en la Escuela Agrotécnica hasta que, en tercer año, comprendió cuál era su vocación.
“¡Estoy decidido, quiero ingresar en la Cabral!” A partir de ahí, a base de mucho sacrificio y aplicación, comenzó una carrera militar ejemplar: suboficial de Infantería, paracaidista militar, comando, instructor de comandos. El curso de esta especialidad lo tuvo que realizar a escondidas porque el comandante del III Cuerpo de Ejército, Luciano Benjamín Menéndez, lo consideraba algo inútil y por lo tanto no autorizaba a nadie a realizarlo. Pero su jefe de regimiento lo bancó.
El “Perro” era muy respetado profesionalmente pero también muy querido, se caracterizaba por una gran solidaridad. Cuando comenzó la guerra, pidió insistentemente ser trasladado al frente, pero los días pasaban y no había novedad. Angustiado e impotente, decidió donar el 50 por ciento de su sueldo al Fondo Patriótico mientras aguardaba. Por fin, el 22 de mayo un mensaje cifrado convocó a los comandos a presentarse en la Escuela de Infantería para luego ser trasladados al sur. El “Perro” estaba eufórico, pero con sus íntimos fue confidente: “No me entrego prisionero, ganamos o me quedo para siempre allá. Yo rendido no vuelvo”.
Transcurren algunas horas. Cerca de medianoche cesa el fuego de artillería y sobreviene un silencio prometedor de la muerte. De pronto las bengalas iluminan “a giorno” el cielo nocturno e irrumpen los comandos del Special Air Service (SAS) británico, que parecen estar buscándolos. Vizoso siente la tensión en la espalda de Cisnero, que comienza a disparar, pero un cohete de Law (light antitank weapon) de 66 mm. le da de lleno en el pecho y lo mata al instante, destruyendo también la ametralladora. La onda expansiva arroja a Vizoso contra unas rocas y se acerca un inglés para rematarlo disparándole a quemarropa.
Cuando los efectivos enemigos se alejan, Vizoso Posse se levanta, ensangrentado pero vivo, y toca el cuerpo de Cisnero, que tiene los ojos bien abiertos. Adiós, “Perro”, piensa, mientras oye el llamado de sus camaradas. Se palpa instintivamente el pecho y comprende el carácter sobrenatural de su salvación: la bala del soldado inglés se había incrustado en una cuenta de su rosario de plástico.
Pero el “Perro” quedó en Malvinas, fiel a su palabra. En la libreta de comando encontrada entre sus pertenencias había escrito: “No sé rendirme, después de muerto hablamos”.
Bibliografía:
Comandos en acción, Isidoro Ruiz Moreno, Emecé, 1985.
20 años, 20 héroes, Biblioteca del Oficial, Círculo Militar, 2003
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