En realidad, el árbol al que daban un culto pagano los antiguos germánicos era el roble, como los druidas, y cuando en el siglo VIII San Bonifacio evangelizó la actual Alemania eliminó el roble y los ritos asociados y lo sustituyó por el abeto, cuya forma triangular aprovechó para explicar el misterio de la Santísima Trinidad (como hizo San Patricio con el trébol cuando evangelizó Irlanda). Ya en el siglo XII era costumbre en Europa Central colgar del techo en Navidad un abeto pequeño invertido. En Alsacia (hoy Francia pero antiguamente Alemania y todavía región de habla alemana) se adornaban en el siglo XIV abetos con manzanas (precursoras sin duda de las bolas coloridas actuales, inventadas en Alemania en el siglo XIX) y cintas. A principios del siglo XVI la costumbre de adornar abetos en Navidad había llegado a Lituania. Se dice que Lutero adornó un árbol con velas (peligrosa ocurrencia, por el riesgo de incendio), pero los testimonios de ello son posteriores y podría ser parte de la mitología protestante. En todo caso, de ser cierto, el Lute solo habría añadido la iluminación. O sea, que al final el árbol de Navidad es una tradición católica, si bien, de tener que elegir prefiero el nacimiento. Yo siempre he tenido las dos cosas, pero no me agrada mucho la costumbre de poner el nacimiento o belén debajo de árbol, ya que pasa desapercibido bajo un árbol lleno de lucecitas y adornos de colores. Además, me gusta la costumbre española de no limitarse al misterio sino hacerlo más grande y poner más detalles además del portal de Belén, como montañas, un río, casitas, animales, el castillo de Herodes...
Lo que no quiero de ninguna manera, y odio con toda mi alma es a Popó Noel o Satán Claus, ese indeseable impostor que ha usurpado el lugar que corresponde al verdadero protagonista de la Natividad, que es el Niño Jesús. Y los regalos (para los niños), que los traigan los Reyes el 6 de enero en los países de habla hispana y en Alemania el 6 de diciembre San Nicolás (el verdadero, no el monigote inventado por el dibujante Thomas Nast y popularizado internacionalmente por la propaganda de Coca-cola en los años treinta). Nunca en Navidad, por favor. Los gringos han paganizado la fiesta con el espantapájaros colorado y el consumismo de los regalos, además de uniformizar las costumbres en una infernal globalización cuando cada país tenía sus tradiciones.
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