¿Cómo se hubiera atrevido a suponer fray Junípero Serra que su nombre iría a alcanzar tanta gloria entre las gentes más extrañas? Sólo era un pobre monje franciscano que aspiraba a difundir la religión entre los infieles.
¿Pero qué margen de posibilidades quedaba en las Indias al final del siglo XVIII? Hacía mucho tiempo que los audaces conquistadores y los poderosos adelantados habían sometido las ricas y populosas regiones de América, los centros mineros de Méjico y Perú, las fértiles provincias de Tierra Firme, las llanuras del Río de la Plata, los risueños valles de Chile y las florestas antillanas.
Para el afán colonizador del fraile franciscano sólo quedaban las ignotas e inhospitalarias tierras que se extendían al norte de Méjico, allá donde nadie ambicionaba ir, porque allí no existía placeres de oro, minas de plata ni fáciles cultivos. Aquello era el desierto temeroso, apenas habitado por algunas bandas de miserables indios.
Y hacia allí, sin embargo, se dirigió el padre Serra, lleno de fervor evangelista y de ambiciosos planes colonizadores. Y una vez, viendo una bahía inmensa, mandó levantar unas chozas, atrajo a unos cuantos indios domésticos, construyó una iglesuela y bautizó el pueblo con el nombre de su amado santo tutelar: San Francisco... ¡Qué lejos estaba de suponer que aquel humilde poblado, a la vuelta de siglo y medio, había de convertirse en el grandioso San Francisco de California, erizado de rascacielos y habitado por millones de acaudaladas gentes venidas de los cuatro ángulos del mundo!
Otro día, a una nueva población fundada en el desierto le puso el nombre de Nuestra Señora de los Angeles, la misma que con el tiempo había de convertirse en la grandiosa urbe que contiene los esplendores cinematográficos de Hollywood...
En Mallorca está la casa donde nació este fundador de ciudades. Aquí está Petra, la humilde villa de labradores, sumida en su calmoso vivir campesino e invariable frente a los trastornos y mudanzas del tiempo.Todo él está lleno de los recuerdos del padre Serra. Tiene una estatua en una plazuela silenciosa, y su casa natal ha sido rescatada y restaurada con el mayor cuidado posible. Últimamente fue adquirida por el club de los rotarios mallorquines para regalarla a la ciudad de San Francisco de California, en una simpática y gentil ofrenda.
Fray Junípero Serra era un hijo de labradores; sus padres no poseían probablemente más bienes que los otros labradores del país. Los muebles son humildes, las estancias modestas. En la casa no faltaría nunca lo suficiente, pero tampoco se conocerían los regalos ni las superfluidades.
Hijo de una raza de hombres prudentes y educado en la escuela de la sobriedad, cuando el fraile aventurero se lanzó por los caminos del desierto californiano tenía a su favor todas las ventajas. Y su voluntad vigilante y ejecutiva supo hacer surgir, efectivamente, del áspero desierto una dichosa floración de ciudades.
En el convento de San Bernardino, el padre Serra hizo sus primeras armas monásticas. El convento no ofrece grandes obras de arte, pero tiene una particularidad: en los altares del convento se hallan los santos que fray Junípero aprendió a reverenciar desde muchacho y que amó con una devoción profunda. Tan profunda, que aquellas imágenes sagradas fijas en su recuerdo, como una nota pura de sus años mozos.
Así, cuando en los páramos de California fundaba una población, recurría a sus recuerdos y bautizaba a la nueva urbe con el nombre de alguno de los santos de su convento patrio. De esto modo nacieron San Francisco, San Diego, Los Angeles, nombres que los norteamericanos respetan en su primitiva grafía, aunque alteren su sonido con variedades anglosajonas.
Los sencillos indios que el padre Serra domesticaba con suaves procedimientos de paternal protección, todos han desaparecido, y en su lugar se agitan y prosperan gentes extrañas que hablan un idioma ajeno y rezan en templos de contraria religión. Las chozas primitivas, mientras
tanto, se han convertido en altísimos rascacielos. Y el culto a San Diego y a Nuestra Señora de los Angeles se ha trocado en el culto al dólar. Y la religión del confort ha substituido a la ascética religión franciscana.
En otra graciosa colina mallorquina se alza el pequeño monasterio del Buen Año, el mismo que fray Junípero Serra visitaba en frecuentes peregrinaciones, porque la Virgen del Buen Año es desde antiguo la imagen tutelar que estos labradores de las tierras bajas de la isla veneran, rodeado de viñas con negros racimos bajo opulentas y numerosas higueras, mientras los pinos disputan a los olivos la poca tierra que contienen los ásperos peñascales o la tranquilidad de un rebaño de ovejas, que se apretujan espantadas contra un cerco de cantos.
Las civilizaciones nunca consiguen arar los rincones de la tierra; siempre quedan partes inmunes que permanecen a modo de reservas virginales, y eso es sin duda el margen de ahorro que la Historia se toma para lograr que la sociedad humana, en cada uno de sus ostentosos y vehementes avatares, conserve el fondo de fuerza y de pureza necesarios para asegurar la continuidad histórica. Aquí predicó su último sermón el padre Serra, antes de partir para Méjico. Ahora reina el solemne silencio de las alturas, y en todo a la redonda, como desde un oportuno mirador, sólo se contemplan tierras aradas, pinares y olivares.
De aquí salió el monje ilusionado a fundar ciudades. Hoy tiene estatuas y monumentos en Norteamérica; su busto figura en la Galería de la Fama del Capitolio de Washington, raro honor que a muy pocas figuras eminentes suele otorgarse en aquel país. Hernán Cortés sabía la grandeza de la obra que había consumado; Francisco Pizarra estaba seguro del puesto que su
ciudad de Lima ocuparía en la historia del mundo. Pero fray Junípero Serra, ¿cómo iba a imaginar que aquellas humildes poblaciones, creadas en aquellos apartados desiertos, habían de agrandarse y enriquecerse en proporciones tan fabulosas? Murió ignorante de su propia trascendencia.
Fue como el genio inconsciente que el destino de la Historia elige como brazo ejecutor. Semejante a los antiguos ascetas, la obra de sus humildes manos se transformaba en prodigios. Las toscas cabañas de sus ingenuos indios, por arte de birlibirloque que la providencia histórica suele usar a veces, se convirtieron en esas populosas y espléndidas ciudades que actualmente admira el mundo.
"... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)
Conquistador de almas y tierras. Un padre de la California. Aquella que descubrio un soldado de Hernán Cortés, en otra más de sus venturas y aventuras. Como Sebastian Vizcaíno en la nueva andalucía; y su cartografía de la costa californiana tan precisa. La lucha contra corrientes de mar, extensos terrenos, mil peligros.
Como sus predecesores jesuitas, a los que ni el desierto de Sonora les hizo desistir de su propósito.
Monjes de apostolado misionero dignos de cualquier serie, pelicula, novela. Y sobre todo de figurar en los libros de texto españoles....Aunque fuesen sólo los más conocidos. Que hombres de fe que no iban solos, fue.
No los olvidemos, en la natural admiración a los ilustres de armas y valientes. Pues ellos hicieron hispanidad. Son padres del nuevo continente también.
Aquí varios post del foro donde se les recuerda:
Las misiones de la alta california.
Diez curiosidades históricas de cómo se forjaron los «EE.UU. de España»
Su confesor, compañero y biógrafo Fray Francisco Palou, y su obra:
https://books.google.es/books?id=-hw...mejico&f=false
Y un libro interesante sobre las expediciones a California desde 1532 a 1650 de Alvarez del Portillo
https://books.google.es/books?id=nn3wEhP-8SYC
He visto, por si a alguien le interesa, estos dos libros en papel por menos de 40 euros, porte incluido, en libreria de viejo.
Es importante conocer, recordar y dar su justo lugar al clero en la conquista, la evangelización, y la civilizadora gesta.
Tándem Aquila Vincit
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Salve, llena de gracia; el Señor es contigo..
Bendita tú eres entre todas las mujeres que fueron, son y serán; Reina Virginal, Madre Santísima, Virgen Pura..El Espíritu Santo vendra sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá; por eso el santo Ser que nacerá será llamado Hijo de Dios.
Y el Oriente, Luz Verdadera vino al mundo e ilumina a todo hombre y toda mujer como Sol de justicia.
TÚ DIOS mío solo ayúdanos, que nosotros haremos para Su camino.
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