En el retrato de época, contemplamos al padre Matteo Ricci (1552-1610), apóstol en China que logró mantener una misión católica con carácter bastante estable.
De la Cochinchina sabemos poca cosa. Casi siempre que mencionamos este país, lo hacemos para indicar algo muy remoto y viejo: muy probablemente el dicho popular encuentre su razón de ser en la intervención de las armas españolas, durante la llamada Guerra de la Cochinchina. La España de Isabel II, buscando el prestigio internacional, se metía en follones análogos a los que con Aznar y Zapatero padecemos hoy en día. España fue en aquella guerra del siglo XIX aliada de Francia. Hicieron un buen papel nuestros muchachos, pero poco nos lo agradecieron; para variar. Hoy traemos la Cochinchina a LIBRO DE HORAS, para dar a conocer una historia muy poco conocida: la de la primera misión católica que allí se hizo, la cual se la debemos al giennense D. Pedro Ordóñez de Ceballos (presentado ya en otras entradas de más abajo.)
Y es que no se nos ha olvidado nuestro Ulises el de Jaén; un Ulises, biene es verdad que sin Penélope, pues al tomar las órdenes sagradas hizo voto de castidad que cumplió a rajatabla. No se nos ha olvidado, pues no puede olvidársenos el aventurero, soldado, navegante y sacerdote de Cristo, aquel Bachiller Pedro Ordóñez de Ceballos, nacido en Jaén. Hace semanas lo veíamos en América, sofocando revueltas indígenas bien con la paciencia y prudencia de un hombre de Dios, o bien por las bravas, agarrando al cacique indio de los testículos, por la gloria de Dios y de España... Y, todo sea dicho, para bien del alma del indio que, en aquel trance, pidió las aguas bautismales. Como para no pedirlas...
En estas semanas nuestro aventurero ha navegado por el océanoPacífico, pasando las de Caín, hambreando y buscando un puerto entre tormentas que amenazaban su embarcación. Antes de la llegada de los franceses, fue nuestro jaenero el apóstol de la Cochinchina. Llegó a la Cochinchina y fue recibido gentilmente por el rey de aquel país, hospedándolo en el castillo real. El rey de la Cochinchina estaba interesado por el cristianismo. Vamos a ofrecer la conversación que tuvieron el rey de aquel remoto país con nuestro jaenés errante, publicada en el libro "Viaje del mundo". que escribiera tras su retorno a la ciudad de Jaén. El anciano presbítero recuerda sus andanzas y evoca los sucesos que le acontecieron el año 1590. En ese año tiene lugar esta conversación del misionero de Jaén con el rey de la Cochinchina. Digamos, para mejor comprender el texto, que unos jesuítas estaban merodeando la corte del rey cochinchino, pero éste había advertido a Ordóñez de Ceballos que no tratara con ellos. Nuestro aventurero obedece a su real anfitrión. Permítasenos alguna interpolación (siempre entre corchetes, en negrita y cursiva), para aclarar el sentido del texto. Habla Pedro Ordóñez de Ceballos. Le cedemos gustosos la palabra:
"Día de San Esteban, estando rezando mis horas canónicas en la muralla, mirando el río, alcé los ojos y vi al rey en la muralla solo; levantéme y hice aquí mi acatamiento, llamóme, fuí y quíseme humillar y no lo consintió. Envié a llamar la lengua [
así se le denominaba a quien hacía las veces de traductor e intérprete entre personas que desconocían el idioma de su interlocutor], y, entretanto que venía, tomó el breviario y lo hojeó. Dijo, en viniendo la lengua: Dile a éste que no me responda más palabra de lo que yo le pregunte, porque me enojaré. Hice mi acatamiento. Preguntó que quién era y de adónde era y de dónde venía y adónde iba. Dije que era sacerdote de mi ley y que era castellano, y que venía del Pirú por tormentas y que volvía al Pirú. Dijo si conocía a mi rey y si le había visto. Respondí que Don Felipe de Austria, [
Felipe II] y hice mi acatamiento con la cabeza, porque estaba destocado. Él miró hacia atrás y dijo que a quién hacía reverencia. Dije que al nombre de mi rey y señor. Preguntóme que cómo se llamaba el rey de Portugal. Dije que ya lo había dicho; que el que murió se llamaba Don Sebastián, y que heredó mi rey. Sacó un papel y miró y dijo: Don Sebastián, ¿de qué murió? Fué a África -dije-, tierra de moros, y en una batalla murió. Estos padres que están aquí, ¿cómo se llaman?, ¿de adónde son?, ¿a qué vienen? Yo dije: Ni sé cómo se llaman, ni de adónde son y si son de mi ley vendrán a predicarla. Yo no los he visto ni hablado, que así me lo envió a mandar Su Majestad. Tomándome del bonete, me dijo: ¿Cómo el que ellos traen es tan chiquito? Dije que se usaría así en Goa o de adonde venían, y que serían algunos santos, buenos cristianos, y que por conformarse con el uso de la tierra vendrían así. Díjome: ¿Cómo se llama tu Dios? Dije, poniendo los tres dedos, que había distinción, que en mi lengua se llamaba Dios. Dijo: Ya lo sé, que aun acá, de sólo oírlo, le decimos Dios. Dije que Su Majestad me había dicho al principio que no respondiese a más de lo que me preguntse; que si me daba licencia hablaría en este caso un poco más. Respondió que no quería sino que prosiguiese como hasta entonces, porque aquéllos decían tanto que ya le tenían enojado. Tornó a preguntar: Di el nombre de tu Dios. Dije: Padre, Hijo y Espíritu Santo es su nombre. Sacó el papel y dijo: No digo yo ése, sino otro. Dije: Hijo, y éste, en cuanto hombre, Jesús; y entonces hinqué la rodilla derecha en tierra, y, queriendo hincar la otra, se enojó y dijo: ¿Qué, es posible que a mí no te humilles y ahora hincas las rodillas? Díjele: Señor, en nuestra ley las dos rodillas tenemos para el rey de los reyes y señor de los señores, y así por serlo, se las damos a Él solo. Dijo con cólera: ¿Cómo se llama su madre de ese Jesús? Torné a humillar la cabeza y dije: María, y tornéla a humillar. Entonces hizo él lo propio y dijo: María es muy buen nombre, y en trayéndome mi mujer, que es hija del emperador de Vismaya, se ha de llamar asi. ¡Oh, soberana Virgen, que en este punto me acordé de lo que vos dijiste que todas las generaciones os habían de llamar bienaventurada, que quiso vuestro esposo guardaros este honor y excelencia que todos os reconozcan por quien sois! Cosa notable por cierto y que me hizo reparar y aun regocijarme mi espíritu, de que a todo este rey hubiese estado tan sereno y grave, y en nombrando a María así se humillase y reverenciase su nombre benditísimo."
Varias cosas llaman la atención: Ceballos nació en Jaén, pero no se tiene por andaluz: se llama "castellano". Mírese el respeto y reverencia con el que Ceballos trata a Felipe II. Repárese en el celo catequético del sacerdote y navegante español.
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