El castellano, lengua escrita por obra de Alfonso X el Sabio y de Berceo (siglo XIII).
Necesidad en la España del siglo XIII de unidad en el lenguaje hablado y escrito. El renacimiento científico y la creación de la prosa. Propósito de Alfonso X de realzar –frente al latín- el castellano vulgar, como apto para la prosa. Formación de la prosa sobre traducciones. Influencia árabe en el estilo de la nueva prosa. Posterioridad de la prosa respecto del verso y conversión por Berceo de la lengua poética en lengua escrita. La lírica gallega.
Expansión del castellano por Andalucía: el andaluz.
Los sonidos antiguos del castellano.
Proviene de aquí: Hª lengua española 7: Irradiación del castellano (ss. XI y XII)
Tras el triunfo de Alfonso VIII en las Navas de Tolosa (1212), queda abierta la más importante brecha de acceso a Andalucía. Por ella penetra San Fernando (1217-1252) para conquistar las grandes ciudades andaluzas: Córdoba (1236), Jaén (1246) y Sevilla (1248). Su hijo Alfonso X (1252-1284) contempla ya una gran España, cristiana en su casi totalidad.
Tras la liberación y castellanización de sus nuevos y extensos territorios, una gran actividad se imponía en la vida social y cultural.
Mas para legislar y educar, la España del siglo XIII no poseía un lenguaje escrito, práctico y eficiente, porque no existía unidad de lengua escrita y hablada: se escribía latín, se hablaba castellano. La evolución idiomática había producido esta disociación, efecto, por un lado, del analfabetismo secular (creador a su vez de una nueva lengua), y por otro, de la perseverancia en el estudio o en la tradición latina, por parte de los doctos o letrados.
En la España renovadora de San Fernando y de su hijo Alfonso, esta tradición dual resultaba ya ineficaz y difícil: el aprendizaje del latín sólo era posible en el ámbito monacal, y la adopción de la jerga latino-romance de las notarías repugnaba a cualquier espíritu selecto. La Antigüedad clásica señalaba el camino que había que seguir: volver a la unidad de lengua escrita y hablada, propia de todo gran pueblo, como Grecia, Roma o el Islam. El retorno a la unidad lingüistica es precisamente el acontecimiento literario del siglo XIII. La gran empresa nacional educativa se acometió, pues, mediante la creación de la prosa romance, algo insólito para entonces.
La creación de esa prosa fue, además, consecuencia de un episodio trascendental en la historia de nuestra civilización: las gentes cultas se percataban, a medida que se iban reconquistando las grandes ciudades de la Península, focos de la civilización musulmana, de que el Islam era el depositario de la cultura griega; y celosos, los cristianos, de aquella supremacía científica, experimentaron nobles anhelos de emulación.
A ellos dieron oídos Fernando III el Santo y Alfonso X el Sabio, iniciando el primero, y realizando el segundo, la gran tarea de poner en castellano la ciencia griega conservada por los árabes. Y fue en las estancias mismas de su Alcázar de Toledo (del propio palacio de Alfonso el Sabio es la fachada oeste del glorioso monumento) o en las de su palacio de Sevilla, donde Alfonso X hizo de la lengua de Castilla una lengua escrita, mientras los sabios musulmanes y judíos le traducían los textos árabes que el monarca seleccionaba.
Y cuando escribía su “Historia de España” o su “Gran Historia Universal”, no eran sólo árabes sino también latinos los textos antiguos o recientes que manejaban sus colaboradores.
Otras veces, rodeábase el monarca de juglares, depositarios de la Historia, con su épica nacional, para recitar los cantares de gesta, mientras los amanuenses iban poniendo en prosa lo que oían en verso.
En esta labor, tanta atención prestaba Alfonso el Sabio a la doctrina científica, como a la forma estilística de la prosa por él creada y por él impuesta para el lenguaje oficial. Ya escribía el padre Juan de Mariana, a fines del siglo XVI : “El (Alfonso) fue el primero de los reyes de España que mandó que las cartas de ventas y contratos y instrumentos todos se celebrasen en lengua española con deseo que aquella lengua que era grosera se puliese y enriqueciese. Con el mismo intento hizo que los sagrados libros de la Biblia se tradujeran en lengua castellana. Así, desde aquel tiempo, se dejó de usar la lengua latina en las provisiones y privilegios reales y en los públicos instrumentos” (Hist., libro XIV, c.V).
Era el propio Rey quien estudiaba la propiedad de las voces y frases que se iban escribiendo. Fue él –dicen sus colaboradores- quien “tolló las razones que entendió eran sovejanas et dobladas et que non eran en castellano drecho, et puso las otras que entendió que complían; et quanto al lenguaje endreçólo él por sise”.
Ponía el Rey, de esta manera, todo su empeño en realzar el idioma castellano, como apto ya para ser lengua de civilización, frente al latín moribundo de las notarías. Y para eso huía de todo aquello que pudiera recordar este latín (incluso tan cercano a la lengua hablada), rechazando los cultismos o latinismos, y mostrándose dueño de un espléndido vocabulario castellano vulgar y siempre apto para enriquecerse más con nuevas palabras, obtenidas por procedimientos, no cultos, sino populares: no por importaciones eruditas, sino por derivaciones castellanas.
Y así, en los casos en que se veía obligado a mencionar términos latinos, destácabalos, entonces, como ajenos a la lengua viva, buscando en ésta la expresión equivalente pura castellana: “oráculo es palabra de latín e quiere dezir en el lenguaje de Castiella tanto como oradero”; “Propiciatorio quiere dezir tanto como empiadamiento”. (Sobre este empeño de castellanizar el latín véase Américo Castro: “Glosarios latino-españoles de la Edad Media”, Anejo de la RFE).
Esto no significa que la prosa de Alfonso el Sabio sea reproducción exacta del castellano entonces hablado: el diálogo de la vida cabe en el teatro, pero no en la prosa literaria y científica, donde –aparte de los vocablos- hay giros, nexos y modos de expresión especiales, no espontáneos sino producto de la reflexión. Ahora bien: algo de esos giros y modos entró en nuestra prosa por calco o traducción de los giros propios de las lenguas entonces vertidas y aun de las poesías que se prosificaban: nuestra prosa se fue plasmando sobre el molde de la poesía romance, del latín y aun mucho más del árabe, la lengua que más se traducía. Por eso, en los viejos prosistas han de aparecer siempre expresiones poéticas o juglarescas y giros propios de las lenguas vertidas.
Mucho sabor arábigo guarda, por lo mismo, la prosa medioeval: así, la frecuencia, por ejemplo, con que aparece en las obras de Alfonso el Sabio, y después en las del siglo XIV, la conjunción “e”. (Mdez. Pidal al tratar del lenguaje de Alfonso el Sabio, explicaba la pobreza extrema de las conjunciones y la monotonía de cláusulas unidas por e, como una inhabilidad para el paso de la narración en verso de los juglares a la prosa de la historia”); como también la separación de los parlamentos en el diálogo mediante el verbo “dijo”. (“Dijo Beled: uno es el que dice la palabra... Dijo el Rey: ¿”Et quien es ese? Dijo Beled: Dios. Dijo el Rey: Gran trabajo ... Dijo Beled: etc. (de “Calila e Dimna”).
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