MUJERES DE ARMAS TOMAR
Cuando el feminismo gimotea, lamentándose a los cuatro vientos, repitiéndonos que la mujer vivió reprimida durante miles de años, bajo el patriarcado: reducida a un papel tan poco vistoso como el de ser esposa, madre y ama de casa (reparemos en este título: "ama de casa", la dueña de la casa). Cuando el feminismo patalea, bueno será traer a las mientes historias como ésta con la que me he solazado esta tarde.
Una vez reconquistada la fortaleza de Martos y con antelación a donarla a la Orden de Calatrava, puso Fernando III el Santo al conde Álvar Pérez de Castro al frente de su defensa. Álvar Pérez de Castro, digámoslo, era algo veleidoso, pero de quien no puede decirse lo mismo es de su esposa, la que la tradición llama la condesa Irene. Situado en una arriscada peña, en la frontera con el moro, el castillo de Martos era un nido de águilas que, cuando llegaba la temporada, salían a talar los campos del enemigo y hacer botín. Parece ser que en el año del Señor de 1238, pasando Castilla mucha hambre por las malas cosechas y los estragos de las guerras, Álvar Pérez de Castro se encaminó con sus hombres a llevar abastecimiento al Rey que estaba en Burgos.
Para custodiar la Peña de Martos escogió Álvar Pérez de Castro a cincuenta caballeros de los mejores de sus vasallos y puso a la cabeza a su sobrino Don Tello Alfonso de Meneses. Pero Don Tello era mozo y, como buen castellano, de los que querían valer más. Por eso, suponemos que sin hacerse cargo de la situación de desamparo en que dejaba la fortaleza, al poco de ver que su tío se había ido ordenó a los hombres a su servicio que tomaran los arreos, montaran a caballo y salieran a hacer grande presa de moros... Y se fue a correr la tierra, dejando a la condesa Irene, a las damas, a las mujeres de la guarnición, a los viejos y a los niños en el castillo, sin hombres que las defendieran.
Supo esto el reyezuelo moro Alhamar y pensó aprovecharlo. Total, pensaría el moro, allí no había hombres. Y el moro, reuniendo un poderoso ejército, avanza rápido a Martos con las miras puestas en conquistar la Peña.
Podemos imaginarnos el terror que pudo sentir el vigía que divisó el ejército mahometano y que alertó de la presencia del enemigo. Pero lo que a uno le gustaría imaginar es la serenidad con la que la condesa afrontó aquella noticia.
Se trataba de una fortaleza, privilegiada en cuanto a su situación; hasta cierto punto asegurada en su altura, pero desprovista de guerreros. Mujeres, ancianos y niños frente a un ejército bien armado dispuesto a tomar el castillo, llave del Reino de Jaén.
La condesa pudo recibir la angustiante noticia de tan hostil presencia mientras rezaba a la Virgen María, en la capilla. O pudo ser enterada de tan preocupante situación en su alcoba, mientras hilaba con sus azafatas. Pero su figura portentosa se alza de donde está y, sin dudarlo:
"Cuando la condesa se vió cercada y la fortaleza sin hombres, mandó destocar y cortar el cabello á sus dueñas y doncellas y tomar las armas, é hízolas asomar por las almenas, y despachó mensagero á D. Tello avisándole lo que pasaba." -cuenta Gonzalo Argote de Molina en "Nobleza de Andalucía".
A la condesa no se la llevaba el aire. Se cortaron las melenas mujeriles, se vistieron con cota de malla, se calaron los yelmos en las cabezas, blandieron las lanzas y las espadas de los hombres y asomaron por las almenas, desafiantes... Con el firme propósito de morir antes de ser botín del infiel.
La historia cuenta que el socorro de Don Tello llegó a tiempo. Que hubo hombre de aquellos que con D. Tello llegó que animó a atravesar las filas de los moros, para subir al castillo, diciendo estas razones muy poderosas:
"Caballeros, ¿qué es lo que tanto os preocupa? Hagamos de nos un tropel, y metámonos por esos moros perros, á probar si podremos pasar por ellos. Que si lo logramos, bien fío de Dios que lo acabaremos bien el suceso, y no podrá ser que, al menos algunos de nosotros no pasen a la otra parte (...) y los que no podamos pasar moriremos no sin que sufran pérdidas los moros, y además salvaremos nuestras almas, y cumpliremos con nuestra deuda de hidalgos. Y esto hay que hacerlo derecho, sin demoras, perdiendo el miedo que es ahora cuando hay que perderlo. Y de mí os diré que yo antes quiero morir aquí a manos de estos moros, que no que lleven a la condesa y a las dueñas hidalgas que con ellas son como cautivas, ni quiero ver perder la Peña de Martos..."
Diego Pérez de Vargas se llamaba quien con tanta razon habló, diciendo otras razones muy nobles y sabrosas.
Y atravesaron las líneas moras, dando de mandoblazos a los moros, apellidando "Santiago y cierra", y quince cuerpos de aquellos hidalgos quedaron muertos en la tierra, mientras sus almas iban al cielo.
LIBRO DE HORAS Y HORA DE LIBROS
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