Los lugares donde la República expolió el «otro oro de Moscú»
SERGI DORIA
El ambiente de requisa impune de noviembre de 1936 no respetó templos, ni museos, ni el Monte de Piedad
Altos funcionarios del Estado requisando piezas clave del patrimonio español durante de la Guerra Civil, pero no con el fin de salvarlas, sino para que dirigentes como Negrín o Indalecio Prieto acabaran fundiéndolas y vendiéndolas con el fin de sufragar los gastos de la élite republicana en el exilio. La magnitud del expolio realizado por el Gobierno de la II República es difícil de imaginar y sus causas no son ni remótamente ideológicas.
¿Qué legitimidad tiene un gobierno para decidir, por razones políticas, el destino el patrimonio histórico artístico de toda una nación? A partir de esta pregunta, Francisco Gracia y Gloria Munilla intentan reconstruir en «El tesoro del “Vita”» (Universidad de Barcelona), el inventario del expolio republicano que acabó tal vez fundido en oro en el exilio de México.
El 4 de septiembre de 1936, señalan, «las piezas más importantes del Tesoro de la Catedral de Toledo fueron trasladadas a Madrid». Aunque algunas acabaron en Ginebra, protegidas por la Junta del Tesoro Artístico, la mayoría fueron al «Vita». Lo mismo ocurrió en la Catedral de Tortosa. Siguiendo las órdenes del ministro de Hacienda, Méndez Aspe, los tesoros se trasladaron al castillo de Figueras el 23 de enero de 1939.
El contexto de requisas es atroz, el Banco de España y las cajas del Monte de Piedad abiertas con soplete para esquilmar las alianzas empeñadas por gente modesta además de alhajas de ricos; pero también la Casa de la Moneda (un hecho aún por investigar), casi todos los lugares con algo de valor fueron víctimas de aquella requisa salvaje e impune.
La inminencia de la derrota aconsejó el envío a Francia de los tesoros (no sin antes proceder a la voladura del castillo de Figueras con todos los que no pudieron llevarse, lo que demuestra el desprecio sistemático hacia el Patrimonio de los dirigentes que lo permitieron). Varios de aquellos baúles, con piezas del Papa Luna, cruces, cálices, relicarios acabarían en México… En este caso, objetos de más valor histórico que crematístico. La capilla del Palacio Real de Madrid también padeció un expolio de materiales en su mayoría religiosos.
Pero la madrugada más trágica para el patrimonio artístico nacional fue el 2 de noviembre de 1936 con el expolio del Museo Arqueológico Nacional de Madrid, siguiendo órdenes del subsecretario del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, Wenceslao Roces. Como explican Francisco Gracia y Gloria Munilla en «El tesoro del “Vita”» el acta de la requisa contaba con el tesoro de los Quimbayas más una máscara, un águila y tres piezas de ceremonia de origen peruano de oro, 58 monedas de oro griegas, 830 monedas de oro romanas, 297 monedas bizantinas, 343 monedas árabes, 242 monedas árabes depositadas en cartones, 322 monedas visigóticas, la colección completa del museo; 94 monedas españolas de épocas medieval y moderna, 11 monedas francesas y portuguesas, 432 monedas de diversa procedencia, 67 medallas. En total, más de diecisiete kilos de oro.
Pérdidas relevantes
Según se ha dicho, Wenceslao Roces se negó a realizar un inventario completo. Hasta hoy, el episodio ha podido ser conocido por el trabajo de Carmen Alfaro, que a falta de documentos pormenorizados contó con el testimonio de uno de los conservadores del Gabinete Numismático en 1936: Felipe Mateu y Llopis. Gracias a ellos conocemos otras pérdidas de más relevancia artística y arqueológica: un estártero de electrón de Cizico, un «darico» de oro y el triple shekel de electrón de Cartago. De las monedas egipcias, octodramas de oro de Arsinoe, Ptolomeo III, Berenice, Ptolomeo IV y Ptolomeo V. También se perdió casi en su totalidad la colección de moneda hispano-árabe. Del millar de monedas de oro romanas, desapareció el noventa por ciento; entre ellas, quinarios de la época de Augusto y el único áureo del periodo de las guerras civiles, así como los de Julia Titi, Septimio Severo, Caracalla y Geta. Pese a la importancia de la series griega y romanas, «las más importantes serían las monedas visigodas y la casi totalidad de las monedas de oro hispano-árabes colecciones imposibles de reemplazar», añaden Gracia y Munilla.
Una estimación económica de este patrimonio, según los valores oro de 2006, arroja un montante de más de ocho millones de euros, en función de su cotización en el mercado libre numismático: la cifra aumentaría considerablemente en caso de subasta.
Ahora, con la aparición del libro de Gracia y Munilla sobre el tesoro del «Vita», España tiene otro elemento para la reflexión de un periodo traumático, basado en hechos y no en opiniones.
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