La expedición contra Mallorca
Llegó el día señalado, y Nos no faltámos al punto de reunión; más tuvimos que aguardar hasta entrado el septiembre, pues hubimos de ocuparnos durante el tal tiempo en disponer el viaje y esperar las naves, leños y galeras que comparecían, sin las cuales no podía ser completa la armada. Algunas de aquellas se aguardaban en Cambrils, pero el cuerpo principal de la armada estaba en el puerto y playa de Salou, si bien que las embarcaciones de Tarragona se prepararon en su mismo puerto. El número de las que formaban la armada fue el siguiente: veinte y cinco naves gruesas, diez y ocho taridas, doce galeras y entre buzos y galeones ciento: de modo que vinieron a ser ciento y cincuenta leños mayores, sin contar las embarcaciones pequeñas.
Antes de salir, ordenámos el modo como la armada debería marchar: primeramente debía ir la nave de En Bovet (en la que iba Guillermo de Moncada), llevando por faro una linterna, para servir de guía; la de En Carroz debía ir de retaguardia, y por ello, llevar asimismo otro faro o linterna; y finalmente, las galeras debían marchar formando círculo en torno a la armada, con el objeto de que, si alguna otra quisiera agregarse, topase con ellas. Era un miércoles por la mañana cuando la armada empezó a moverse impelido por la ventolina al terral: tan largo tiempo habíamos estado en tierra, que cualquier viento nos parecía entonces bueno, como nos apartase de ella.
Apenas los de Tarragona y Cambrils divisaron la armada, cuando dieron vela a sus buques: miraban con placer tan bello cuadro los que quedaban en tierra; y Nos mismo gozábamos en contemplarlo, viendo que la mar llegaba a parecer blanca por la multitud de velas que do quiera se descubrían: tan grande era, el espacio que la armada ocupaba. Nos nos quedamos en la parte de detrás de la armada, en la galera de Monpeller, e hicimos recoger en barcas hasta más de mil hombres que querían seguirnos, y que de otro modo no hubieran podido acompañarnos en aquel viaje.
Habríamos caminado cerca de más de veinte millas de mar cuando mudó el viento en leveche. Al repararlo los cómitres de nuestra galera, de acuerdo con los pilotos, vinieron a nuestra presencia y nos dijeron: —Señor, vuestros naturales somos, y por ello tenemos la obligación de guardar vuestros miembros y vuestro cuerpo, así como de aconsejaros, cuando sea menester, en lo que nosotros entendemos. Este leveche que está reinando no conviene en ningún modo para nosotros, ni para vuestra armada; antes nos es tan contrario, que si continúa, os será del todo imposible tomar el rumbo de Mallorca. Por nuestro consejo, pues, mandad señor, que de la vuelta la armada y vuelva a tierra, que más adelante, y en breve quizá, os dará Dios buen tiempo para pasar a la isla—. Mas Nos, después de oír tal suplica y consejo, les respondimos: —Eso si que no lo haremos por nada del mundo: ya habéis visto cuántos se han escapado por que no les probara el mar; por consiguiente, no hemos de volver a tierra, que si lo hiciéramos, todos aquellos a quienes faltase el valor para acompañarnos, nos desampararían. Nos emprendemos este viaje confiando en Dios y en busca de aquellos que en el no creen; al buscar a éstos, dos son los objetos que nos mueven, primero; convertirles o destruirles; y luego, volver aquel Reino a la fe de nuestro Señor: y pues en su nombre vamos, en él debemos confiar que nos guiará—.
Viendo los cómitres de la galera que aquella era nuestra voluntad, dijeron que por su parte harían cuanto pudiesen; más ya que tanto confiábamos en Dios, en él fiarían asimismo, para que nos guiara.
Llegó entre tanto la noche, y en sus primeras horas alcanzó nuestra galera a la nave de En Guillermo de Moncada que llevaba la guía: al verla, salimos a la linterna y saludamos a los que iban en ella, preguntándoles que nave era aquellas, al mismo tiempo que ellos nos preguntaron cuál era la galera. Los de ésta les dijeron que era del Rey, a cuya noticia respondieron: — Bien venidos seáis por cien mil veces—; y enseguida manifestaron ya que su nave era la de En Guillermo de Moncada. Navegando entonces a la vela, pasamos delante de todos, si embargo de haber salido de los últimos, al partir de Salou; no obstante, el leveche que duró toda la noche, era el único viento que entonces teníamos; y nuestra galera, así como todas las demás, seguía el viento a toda orza. Íbamos Nos delante de la armada, y a pesar de que el tiempo no variaba, seguimos toda la noche de la misma bordada: dejámos marchar a la galera por si sola, más al llegar entre la hora de nona y la de vísperas , empezó la mar a embravecerse, a arreciar el viento; y de tal modo creció aquella, que más de la tercera parte de la galera por la proa se veía cubierta de agua: tal era la furia con que venían las olas, pasando por encima de la embarcación. A pesar de todo esto, recorríamos esta parte de mar; mas al caer de la tarde, antes, de ponerse el sol, cesó el viento, y al instante apareció a nuestra vista la isla de Mallorca, distinguiendo a la vez la Palomera, Sóller y Almerug.
Supuesto que divisábamos ya claramente la isla, túvose por conveniente arriar las velas a plano, para lo que nos pidieron permiso, diciéndonos era muy útil, pues podía ser que nos viesen desde tierra. Ninguna dificultad tuvimos en ello y hasta lo mandamos: la mar abonanzó en seguida, estaban ya para encender la linterna, cuando dieron en la dificultad de que tal luz podrían verla los guardas de Mallorca; mas Nos vencimos aquélla aconsejándoles que colgasen a la parte de la isla un pedazo de lona y metiesen detrás la linterna, con lo que conseguirían que los de la montaña no la viesen, al paso que la podrían divisar toda la armada. Agradó la idea y se cumplió en seguida; mas apenas se había puesto por obras, cuando empezámos a divisar ya linternas en todas las naves y en algunas galeras, con lo que conocimos que la armada nos había visto y se iba acercando. Cerca la guardia de prima de esta noche, llegaron dos galeras; y pidiéndoles nuevas de la armada, dijéronnos, que ésta se iba aproximando con la mayor velocidad: y en efecto, a media noche comenzamos a ver ya entre naves, galeras y taridas como unas treinta o cuarenta embarcaciones. Una bellísima luna nos alumbraba entonces, y se dejaba percibir la ventolina del oeste con la que, dijímosle, que fácilmente podríamos ir a Pollenza, a cuyo punto se había acordado que arribase la armada. Largamos vela, y al punto los demás que pudieron verla largaron también las suyas: la más suave bonanza nos favorecía; y así marchábamos gozando del mejor tiempo, cuando se dejó ver una nube, percibiéndose al mismo tiempo un viento contrario de la parte de Provenza o al NE. Al divisarla un marinero de la galera, llamado Berenguer Gayran, que era Cómitre de la misma, dijo: -No me espanta aquella nube que viene con el viento de Provenza:- y en seguida colocó ya a los marineros en sus correspondientes lugares, unos a las drisas, otros en las escotas y otros en las muras; y apenas acababa de ordenar así la galera, cuando llegó el viento tomando por la lua; a cuya novedad empezó a gritar dicho Cómitre: -¡Arría! ¡Arría!- y las naves y demás leños que venían en torno de nuestra galera se esforzaron al punto por arriar las velas a plano; mas tanto les costó a los marineros, que con dificultad pudieron conseguirlo, siendo en vano la gritería que se movió entre ellos al darse las voces, en razón de que el viento llegó de improviso. Por fin logramos tal prevención; mas seguía brava la mar, por chocar con el nuevo viento el leveche que antes reinaba: todas las naves, galeras y demás leños que teníamos en torno, y aún los restos de la armada, sosteníanse ya solamente a palo seco; El viento de Provenza dominaba al otro, aumentado la furia de las olas, y en tal situación quedaron como estáticos todos los de la galera: nadie hablaba, nadie se movía, y sólo el silencio era el que reinaba por todo. Al reparar en tan gran peligro y viendo que ya empezaban a arremolinarse los barcos, entrónos gran tristeza, y no tuvimos más recurso para buscar alivio en aquel trance, que dirigirnos a nuestro Señor y a su santa Madre, haciendo la siguiente oración: -Señor Dios, le dijimos, harto conocemos que ha sido tu mano la que nos ha hecho rey de la tierra y de los bienes que nuestro padre tenía por tu gracia: este es el primer hecho grande y peligroso que emprendemos; en su éxito hemos querido confiar, ya sea por que desde que nacimos hasta ahora siempre sentimos la fuerza de vuestra ayuda, ya por ver que habéis querido que sirviesen a nuestra mayor honra a aquellos mismos que querían contrastar con Nos: así pues, Señor y Creador mío, tened la gracia de ayudarnos en tal peligro, y haced que no sufra mengua la hazaña que hemos emprendidos, en lo que no sería yo sólo quien perdiese, sino Vos, mayormente si se atiende que este viaje lo hago solo por ensalzar la fe que Vos me distéis, y para rebajar y destruir a aquellos que no creen en Vos. Dignáos por ello, Dios poderosos, librarme de este peligro, y haced que mi voluntad se cumpla, ya que la empleo solo en vuestro servicio. Acordáos que ninguna gracia os he pedido, que no me hayáis otorgado, mayormente si es para alguno de aquellos que tienen ánimo de serviros y padecen por Vos; y que yo soy ahora uno de tantos: Y Vos, Madre de Dios, escuchadme también. ¡A Vos que sois puente y paso para los pecadores, a Vos os suplico por los siete gozos y los siete dolores que sufristeis por vuestro caro Hijo, que os acordéis de mi, para suplicarle que me saque de esta pena y del peligro en que nos encontramos yo y todos los que van conmigo.
EL DESEMBARCO
Hecha tal oración, nos vino a la mente que lo mejor sería que abordásemos a Pollenza, idea que habían tenido ya todos los nobles varones y marinos que nos acompañaban: preguntámos a los de nuestra galera si había alguien que hubiese estado en las islas o ciudad de Mallorca, para saber que puertos había mas cercanos a la ciudad por la parte de Cataluña; y respondiéndonos el Cómitre Berenguer Gayran que él había estado en aquélla, nos refirió que el punto mas cercano era un peñón distante de la ciudad tres leguas y por mar veinte millas, el cual era llamado <<La Dragonera>> y estaba separado de la tierra firme de Mallorca.
Continuará…
*Historia del Rey de Aragón Don Jaime I, el Conquistador, escrita en lemosín por el mismo monarca. Traducida al castellano y anotada por Mariano Flotals y Antonio de Bofarull. Fragmentos de los capítulos LIII, pág. 80, a LXXX, pág. 123.
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