Juan Vázquez de Mella 1861-1928
No fue directivo, pero sí el principal ideólogo de la Comunión Tradicionalista, a la que representó como diputado a Cortes de 1893 a 1916. En 1918 protagonizó una escisión y constituyó el efímero Partido Tradicionalista. Elaboró el "sociedalismo jerárquico", una doctrina enraizada en el Derecho público cristiano y en el pensamiento tradicional; pero no exenta de originalidad, tanto en la fundamentación teórica como en las aplicaciones institucionales. Su extensa obra comprende veintiocho volúmenes sin el epistolario, está casi exclusivamente compuesta de discursos y es, por ello, asistemática y reiterativa; pero el esquema doctrinal es enjuto, invariable y diáfano. en realidad, el sociedalismo es un organicismo.
Para Mella, el individuo de Rousseau y de la Revolución es:"una creación artificial..., un fantasma..., una abstracción".
Lo único que registra la experiencia son unos ciudadanos precisos en unas circunstancias dadas:
"En la realidad se da el hombre con otras adiciones, con otras determinaciones, el hombre de un pueblo, de una región, de una clase, el hombre social", "lo que se da es el hombre concreto, el hombre-grupo".
Si el ciudadano está siempre inscrito en ámbitos espaciales, como el municipio o la comarca, y en ámbitos funcionales, como las corporaciones y las clases, solo a partir de ellos pueden configurarse los poderes públicos"
Refiriéndose tanto a las personas individuales como a las sociales, afirma:
"Toda persona tiene como atributo jurídico lo que se llama autarquía, es decir: tiene el derecho de realizar su fin, y para realizarlo tiene que emplear su actividad y, por tanto, tiene derecho a que otra persona no se interponga con su acción entre el sujeto de ese derecho y el fin".
Vázquez de Mella: Discurso sobre el regionalismo.
"Si yo quisiera dar una fórmula en cierta manera moderna a mi sistema, como ni municipalismo ni regionalismo expresan enteramente toda la gradación jerárquica de la soberanía por clases y de la soberanía social, yo me atrevería a llamarle sociedalismo jerárquico".
Vázquez de Mella: Discurso sobre el sufragio universal.
Mella postula la representación por "clases", término que no utiliza en la generalizada acepción marxista, y que define como "categorías de personas individuales y colectivas unificadas por un interés común", y que son naturales y esenciales a la sociedad. Entre esas clases figuran la intelectual, la religiosa, y moral, las económicas (agricultura, industria y comercio), la de los valores (virtud, talento, etc.) y la militar.
"Prescindiendo de cuestiones académicas, como la de si es función o derecho el sufragio, yo diré a sus señorías que, no considerándole como fundamento del poder, sino como medio de representación política, nosotros mismos no tendríamos inconveniente en aceptarlo, con tal de que -en vez de ser sufragio individualista y atómico, que daría por resultado si se practicase bien, la soberanía de los menos capaces- , fuera sufragio orgánico por clases, y con voto acumulado en el elector, que puede pertenecer a varias clases".
Vázquez de Mella: Discurso sobre la soberanía inmanente, la Constitución interna y la monarquía democrática,
Y son las clases las que deben estar representadas en los Ayuntamientos, en las Juntas regionales y en las Cortes. Es el sufragio "total por clases" frente al sufragio "atómico" e "inorgánico". Y como hay ciudadanos que están en varios círculos de intereses, "pueden tener tantos votos como clases a que pertenezcan..., que será el voto acumulado.
Los cuerpos intermedios ejercen la llamada "soberanía social", y el Estado la "soberanía política", que es limitada y casi residual,
"puesto que al estado no le corresponden más atribuciones jurídicas que aquellas que la sociedad por sus restantes órganos no puede desempeñar"
Con su constante afirmación de la "autarquía", de los cuerpos intermedios y de la subsidiariedad del Estado, "Mella se coloca abiertamente en la posición antiestatista y antitotalitaria".
En consonancia declara:
"Es necesario cercenar, reducir, disminuir el Estado".
Vázquez de Mella: Discurso sobre el sufragio universal.
"Unas cortes verdaderas tienen que ser un espejo de la sociedad y, por tanto, hay que reproducir exactamente sus elementos y sus intereses colectivos, y una sociedad no es un agregado de átomos sin vínculos ni jerarquía. Por la variedad de sus necesidades y las diferentes manifestaciones del trabajo integra, está dividida en clases... Es necesario que las seis clases estén representadas en las Cortes para que la sociedad no esté ausente de ellas".
Vázquez de Mella: Entrevista en ABC.
Y no hay que demostrar que también permanece tenazmente afincado en la posición antipartitocrática y antiparlamentaria: una buena parte de la mayoría de sus discursos está dedicada a la implacable crítica de la democracia inorgánica establecida por la constitución de 1876.
Mella tenía noticia de Ahrens y de Giner, y llegó a una amistad muy estrecha con Salmerón. Pero su interpretación del organicismo krausista no es correcta por la deficiente información, por los prejuicios de escuela y por el propósito de subrayar las discrepancias. Sin embargo, las tesis comunes son tan numerosas que es preciso aceptar una recepción del pensamiento de Ahrens, tan ampliamente difundido en las Universidades españolas en la segunda mitad del siglo XIX y, singularmente, en los años escolares de Mella, que fue alumno del menos organicista de la escuela: Azcárate.
"Entre el abanderado y la bandera, nosotros nos quedamos con la bandera; entre la legitimidad meramente externa y dinástica y la legitimidad interna, nosotros nos quedamos con la interna, y dejamos la externa que, si no la sirve, no sirve para nada".
Vázquez de Mella: Discurso de Archanda.
Víctor Pradera 1873-1936
Diputado carlista desde 1899 hasta la escisión de 1918 en que siguió a Mella. Ingeniero y abogado, colaboró como consejero independiente del general Primo de Rivera, y en 1931 se unió al grupo de intelectuales que redactaban la revista Acción Española. Murió prematuramente asesinado en San Sebastián al comienzo de la guerra civil. Fue el doctrinario más sistemático y profundo con que contó el tradicionalismo español en el primer tercio del siglo XX.
Nació en Pamplona. Estudió la carrera de Derecho en la Facultad de Madrid. También cursó la carrera de Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos. Desde muy joven, su vocación por la política le llevó a desempeñar el cargo de diputado electo por la provincia de Guipúzcoa.
En 1899, con veintiséis años, obtuvo su primera acta de diputado a Cortes por Tolosa y Pamplona. Católico tradicionalista, no se encerró en el carlismo dinástico, sino que apoyó al rey Alfonso XIII y a la Dictadura del general Primo de Rivera. Fundador, con Calvo Sotelo, del Bloque Nacional, se mostró partidario de la unidad española.
Gran orador y escritor colaboró en diversas publicaciones periódicas de su época. Sus escritos fueron recopilados y se publicaron sus Obras Completas en 1945, siendo autor del prólogo el Generalísimo Franco, con consideraciones doctrinarias y observaciones acerca del sentido del Movimiento Nacional.
En 1931 anticipó los rumbos catastróficos que se avecinaban. Cuando José Antonio Primo de Rivera pronunció su célebre discurso fundacional en el Teatro de la Comedia, Víctor Pradera escribió un artículo memorable en el que reconocía las razones del fundador de la Falange, señalando que no se trataba de interés de grupo, sino patrimonio de la verdad española.
Apoyó con simpatía el nacimiento de
Falange Española. Se situó en planos de enlace entre las diversas corrientes de derecha.
En 1935 publicó El Estado nuevo, que junto con el discurso de la Comedia de José Antonio y el ensayo Anarquía o jerarquía de Salvador de Madariaga, se convirtió en breviario político e institucional de Franco para la articulación de su régimen.
"La representación en las Cortes debe ser de aquello que es consustancial a la nación, es decir de los intereses sociales que, por ser orgánica la sociedad, son fomentados de manera permanente por las clases sociales" Víctor Pradera: Al servicio de la Patria 1930.
Inicialmente propuso dos cámaras, ambas orgánicas, una baja integrada por representantes de cinco clases -propiedad, industria, comercio, trabajo intelectual y trabajo manual y otra alta con representantes de las corporaciones como la Iglesia o el Ejército.
En 1929 elevó el número de clases a seis, añadiendo la agricultura y se inclinó por el unicameralismo con ocho secciones iguales: seis para las clases y dos para las corporaciones. Finalmente incrementó en una más las secciones corporativas hasta un total de nueve con cincuenta diputados cada una.
"La representación del organismo social requiere ineludiblemente elecciones separadas en cada una de las clases sociales... No existe más que un modo legítimo de sufragio, el orgánico"Víctor Pradera: El Estado Nuevo 1936.
VÍCTOR PRADERA O LA UNIDAD COMO IMPERATIVO.
El Tradicionalismo español, a partir de 1931, volvió a incrementar la legión de sus mártires. Sólo entre sus cabezas dirigentes cayeron
Marcelino Oreja, el protomártir, el 6 de octubre de 1934;
Ricardo Gómez Rojí, el 15 de agosto de 1936, y
Víctor Pradera, simultáneamente con
Joaquín Beúnza, el 6 de septiembre de 1936.
Hace veinticinco años largos del ejemplar sacrificio de estos últimos, a los que debemos dedicar la llama viva del recuerdo.
No interesa demasiado subrayar que Víctor Pradera fue un hombre del 98, al que arbitrariamente se le ha eliminado de esa promoción. No importa. Figuras como la suya se proyectan mucho más allá de sus jalones vitales.
Pradera era hijo de carlistas y nieto de carlistas, pero su convicción política le llegó a través de una formación filosófica e histórica, personal y honda y no por la simple vía hereditaria.
Ingeniero de Caminos preparado en Deusto, hombre de empresa, abogado por la Universidad de Madrid, discípulo predilecto de Mella en política, conferenciante y escritor, orador de masas y polemista, Víctor Pradera descuella como campeón de la unidad patria y fiscal inflexible de todo separatismo.
Su primer palenque fue el Parlamento, que frecuentó en las legislaturas de 1899, 1901 y 1918, hasta que se alejó de él por una especie de horror invencible al sistema. Cruzó sus poderosas armas dialécticas Icón los más hábiles oradores parlamentarios, como Silvela y Maura o Canalejas, e infundió temor al propio Cambó que, invitado a entablar una controversia pública sobre el tema del regionalismo, no aceptó el reto.
Hombre activo y organizador, si rechazó las carteras que en varias ocasiones le brindaron Alba y Maura, fue por radical disconformidad con el liberalismo imperante. En cambio saludó a la Dictadura con aquellas conocidas palabras:
"¡Gracias a Dios! ¡Ya era hora!" Y no vaciló en servirla con lealtad, procurando imbuir a
don Miguel capitales ideas tradicionalistas como el
sufragio orgánico, la
representación corporativa, el
fuerismo y la
independencia del Gobierno respecto del Parlamento.
Fue el martillo más férreo del separatismo, apenas apareció éste en Vizcaya como fruto de la reunión de Sabino Arana con cuatro amigos en el caserío Larrazábal, de Begoña. Para combatirle dentro de Navarra, escribió su obra
"Fernando el Católico y los falsarios de la Historia". También se deben a su pluma
"Dios vuelve y los dioses se van",
"Modernas orientaciones de economía derivadas de viejos principios",
"Al servicio de la Patria" y
"El Estado nuevo".
Paladín de la
unidad orgánica de España, proclamó ya en las Cortes de 1899 que las provincias españolas se habían unido no sólo por la libertad, sino por la fe. Cuando se recrudece el separatismo en los años 1917 y 1918, Pradera se multiplica. Frena a Cambó en su intento de coordinar la acción ultrarregionalista de las provincias periféricas, y al volver a ocupar, después de quince años de ausencia, un escaño en las Cortes, levanta a España en pie, singularmente a la capital, al enfrentarse en el debate con un prohombre bizcaitarra y dos futuros ministros catalanistas que se resistían a confesarse españoles, proclamando que no podía sentarse en el Parlamento nadie que dejase incontestada la elemental pregunta de si era efectivamente español.
El 30 de diciembre de 1913, en que los "jelkides" quisieron arrastrar a Navarra a la petición de un estatuto autónomo, Pradera, enfermo con fiebre, voló a Pamplona y logró, a la cabeza de sus correligionarios, que la Asamblea postulase, en lugar de la autonomía, la reinstauración de los Fueros, sin perjuicio de la unidad de España, sempiterna doctrina tradicionalista.
Cuando gritó a todos los vientos en Pamplona, en nombre del verdadero pueblo vasco:
"No podemos romper las amarras con España" y consiguió arrastrar tras sí a la multitud, el furor separatista le ame nazó de muerte. Contestó a la amenaza con gran valentía, pero, a los pocos años, la amenaza se convirtió en realidad.
Fue don Víctor también un incansable luchador por la unidad política entre los hombres y los estamentos. El señaló antes que nadie la
convergencia ideológica entre el Falangismo y el Carlismo. Reproduzcamos a este respecto el juicio de mayor autoridad, el del Caudillo, en el prólogo a las Obras Completas de Pradera. "¿Bandera que se alza? Este era el título de un valioso trabajo publicado recientemente por Pradera en "Acción Española", respondiendo al notable discurso doctrinal de José Antonio en el que suscribía sus principales puntos y
recababa para el Tradicionalismo la paternidad de gran parte de esa doctrina, dando así con su escrito el primero y más importante paso para la unificación".
El genial vasconavarro hablaba un lenguaje claro y moderno. Poseía las ciencias fáusticas del ingeniero y las humanidades del jurista bien penetrado de estudios filosóficos. Con su idea de la imperatividad de la revolución produjo un gran impacto dentro y fuera del sistema de valores de la Tradición al saludar al siglo, en el año 1900, con estas palabras: "La revolución es necesaria, de todo punto imprescindible". Palabras que tenían precedentes en Carlos VII y Mella.
"El Estado Nuevo" lo escribió pensando en nuestros muchachos.
"No veré yo los frutos de esta doctrina, porque moriré antes", vaticinó.
"Pero dejo trazado un camino a la juventud española". Su idea fija fue siempre
"la unidad ante todo".
A tal vivir por la unidad, tal muerte en holocausto a España. Hace veinticinco años los separatistas eliminaban a su enemigo ideológico número 1, cuyo "delito" fue hacer fracasar el Estatuto de Estella y conservar incontaminado el españolismo de Navarra, premisa necesaria del Movimiento.
Murió con un crucifijo en la mano, diciendo a sus verdugos:
"Os perdono a todos, como Cristo perdonó en la Cruz. Este es el Camino, la Verdad y la Vida... La única pena que tengo es no ver aún a mi España salvada."
Muy cerca caería su hijo Javier y en el Guadalupe el leal y magnífico Beúnza.
Pradera, gran figura nacional, merece el homenaje no sólo de Navarra, su cuna, y de Guipúzcoa, su sede, y de Sos del Rey Católico, que le nombró hijo adoptivo, sino de toda España. Y uno de los puntos de la conmemoración debería ser la reedición de sus obras que él brindó a la juventud, y en las que campea, con fuerza de lema, este pensamiento:
"la Unidad ante todo".
La ejemplar muerte del diputado carlista Víctor Pradera
Fue el introductor, o uno de los introductores, del
nacional-sindicalismo (ver Francisco de Barcelos Rolão Preto en
El corporativismo)y, en unión de
Unamuno, el más enjundioso de los portavoces del espíritu del 98.
Escribió millares de artículos, de los que sólo una parte ha sido recogida en una veintena de volúmenes.
En la última etapa de su vida se convirtió en el abanderado de los valores tradicionales de la cultura española.
Su periodo noventayochista concluyó cuando a principios de 1905, recién cumplidos los treinta años, se instaló en Londres, donde intimó con los hombres y las ideas del
socialismo no marxista, y especialmente con A.R. Orage, director de New Age, y con A. J. Penty su
"mejor amigo en Inglaterra", el cual se consagró a la defensa de un
gremialismo con tendencia autogestionaria.
El semanario
New Age, fundado en 1907 por
socialistas fabianos y parcialmente financiado por
Bernard Shaw, fue el hogar del progresismo intelectual británico. Su más famoso director, Alfredo Ricardo Orage lo transformó en un centro de cultura crítica revolucionaria
.
"Yo estuve en contacto con los hombres que primeramente trataron de organizar esta intervención del estado en la lucha entre patronos y hobreros en Inglaterra: primero, con los hombres de la sociedad Fabiana, y después fui uno de los promotores del movimiento gremial inglés"
R. de Maeztu: ¿Crisis de la política social o crisis del Estado?
En Inglaterra, Maeztu elaboró su esquema de "sociedad gremialista" o "corporativa" para superar el colectivismo burocrático del marxismo y el parlamentarismo partitocrático del liberalismo. Acerca de este último afirmaba:
"El parlamentarismo no ha dado poder más que a los políticos de oficio. ¿Por qué no ha de buscarse otra forma representativa de la Nación en el Estado? Esta pregunta ha echo resurgir la idea del sindicalismo o del gremialismo"
según Maeztu no es una receta para la clase trabajadora;
"es una teoría de la sociedad en conjunto"
Maeztu postula los
gremios porque entiende que sirven a dos importantes fines políticos: la
contención del poder y la
representación de intereses.
Respecto al primero, su posición es contundente:
"El socialismo no basta, por sí solo para enfrenar el poder de los gobernantes. Es preciso, además descentralizar el Estado, y descentralizarlo, no tan solo por regiones, sino, sobre todo, por funciones. Hay que encomendar las distintas funciones a las diferentes asociaciones que han de desempeñarlas. Solo con un sistema gremial es posible limitar efectivamente el poder de los individuos. La limitación del poder individual es función esencial de los gremios, como de toda corporación autónoma"
respecto del segundo fin, su análisis arranca de una cuestión planteada por el polifacético intelectual socialista H. G. Wells:
"¿Por qué concepto ha de votar un zapatero? ¿Por el de zapatero o por el de hombre?".
La respuesta maeztuana es que hay que
"reconocer al hombre su doble carácter de profesional y de hombre, de miembro de una clase y miembro de la comunidad"
De ahí su solución profética
"el principio del socialismo gremial, que se basa en el reconocimiento de la dualidad que hay en cada hombre, un ser económico a quien le conviene votar como zapatero en la asociación de zapateros, y un ser moral, un ciudadano que tiene el deber de votar como hombre en los colegios de sufragio universal"
La consecuencia institucional de la distinción entre el interés político general y el profesional específico es una reforma del parlamentarismo demoliberal mediante la introducción de la representación "orgánica". La solución de Maeztu consiste en
"preconizar un sistema bicameral en que una de las cámaras, nombrada por sufragio universal, representase el principio liberal de la nación, una e indivisible, y cuya misión consistiera, principalmente, en mantener los derechos del hombre. La otra cámara, en cambio representaría el echo gremial, las clases sociales: la agriculta y la ganadería, el comercio y la industria la minería y los medios de transporte, la Universidad y la escuela, la defensa y la sanidad, el capital, el trabajo y la burocracia"
Todos los textos doctrinales transcritos corresponden al periodo 1912-1914; pero en 1913 Maeztu recordó que siete años antes ya había defendido por intuición una segunda Cámara orgánica. Maeztu no llega, pues, al gremialismo desde el pensamiento tradicional y contrarrevolucionario porque no empezó a estudiarlo hasta que, al cabo de tres lustros londinenses, regresó a España a mediados de la segunda década del siglo, y se inició su tercera etapa intelectual, la que habría de culminar en la fundación de "Acción Española". Las fuentes directas de Maeztu son el guildismo inglés y la obra del positivista León Duguit, a quien cita con reiteración.
"La reforma social ha de consistir en la renovación de los antiguos gremios; pero ya con carácter nacional; haciendo de ellos asociaciones de obreros y de patronos, de capital y de trabajo, en que la misión dl estado será puramente la de hacer justicia por medio de magistrados imparciales, imparcialidad que estará garantizada por una autoridad fuerte. Eston requiere previamente cierto fracaso de la democracia (inorgánica)"
Ramiro de Maeztu: ¿Crisis de la política social o crisis del estado?
"Combatía el sufragio inorgánico y defendía el sufragio orgánico, que es el sufragio gremial"
Ramiro de Maeztu: El gremio y el hombre.
La motivación del gremialismo corporativista británico era socialista: el interés de la clase obrera; la de Duguit era empírica: la creciente importancia de los sindicatos. Maeztu funda su bicameralismo en un postulado tan radical como la doble función social del individuo: la ciudadanía pasiva que necesita protección legal genérica y la ciudadanía activa que defiende intereses de su sector de actividad. Maeztu va, pues, más allá de las fuentes anglofrancesas reseñadas. Su bicameralismo corporativo, que retrotrae a principios de 1907 cuando apenas existía New Age, es paralelo al organicismo krausista; pero es dudoso que proceda directamente de él, porque Maeztu no perteneció al círculo institucionista y porque no he visto testimonios de que conociera la doctrina social de Giner. Cuando este murió, Maeztu le consagró un artículo apologético, no del pensador, sino del pedagogo:
"Brasa encendida en el amor a la cultura y a la regeneración del país" y "político que, sin hacer oir su palabra en el Congreso de Diputados, era por sí solo todo un Consejo de Estado, a cuya inspiración acudían en horas de perplejidad todos o casi todos los primates políticos de todas las izquierdas españolas, y hasta algunos procedentes de las derechas".
Este trabajo maeztuano no revela información alguna acerca de la concepción social krausista.
"Verdad que la educación krausista y librepensadora es también impotente para crear hombres capaces de bastarse a sí mismos"
Maeztu: El dinero frente a la Iglesia 1899.
Tras su regreso a España, en 1919, comienza su desconfianza en la democracia liberal y va cuajando su evolución hacia el tradicionalismo católico, que se consumó durante la Dictadura de Primo de Rivera, a la que aceptó representar como embajador en Argentina (1928). Allí tuvo ocasión de tratar con Zacarías de Vizcarra, el introductor en 1926 de la idea de la «hispanidad» (que propuso como sustituto del término raza), que Maeztu asumió como propio y después abanderó. En esos años intensifica su defensa de los valores católicos y de las tradiciones hispánicas.
Desde los días previos a la proclamación de la República colaboró en el movimiento y la revista Acción Española (que él propuso denominar Hispanidad), escribiendo también la presentación de la misma, que se publicó sin firma, y mereció el Premio Luca de Tena otorgado por el diario ABC. Desde el número 28 de la revista, Maeztu figuró formalmente como su director, y lo fue hasta el último número, el de junio de 1936.
En esta última fase su pensamiento se intensifica su relación con el tronco de
pensamientotradicionalista español (Donoso Cortés, Menéndez Pelayo, etc.), y mantiene afinidades con los teóricos del Integralismo Lusitano. Este ideario en pro de la civilización hispánica y católica, desarrollado en sus artículos en Acción Española , fue recogido en su libro Defensa de la Hispanidad , que se convirtió en su obra más influyente y en exponente de doctrina universalista. Terminó militando en Renovación Española, por la que fue diputado en las Cortes por Guipúzcua (1933-1935).
"Mi solución, vieja ya en mi espíritu, es que el régimen bicameral debe consistir en una Cámara que represente a los hombres, y en otra que represente a las profesiones"
J. Pla: Florilegio epistolar de Maeztu.
Sus últimas palabrasfueron:
"Vosotros no sabéis por qué me matáis, pero yo sí sé por lo que muero: ¡Para que vuestros hijos sean mejores que vosotros!"
LA GLORIA DE DON RAMIRO DE MAEZTU
En la madrugada del 29 de octubre de 1936, presentida con arraigada convicción por Maeztu en las confidencias a Víctor Pradera, en sus vaticinios públicos y más próximamente en aquel ademán que los compañeros de prisión, atentos hasta el movimiento de sus manos, conocían con el nombre de "la golondrina", con el sabor cercano del último rosario, en el silencio oscuro de la celda, solamente cortado por los bisbiseos de los que iban a morir, Maeztu oyó la llamada pavorosa de quienes notificaban una ejecución más sin juicio previo: "¡Ramiro de Maeztu!"
El escritor, diplomático y viajero, buscador de España, acudió a la cita. Se oyó un tiro en el propio recinto de la cárcel de Ventas que dio pábulo a la versión de que Maeztu fue inmolado en el interior del recinto penitenciario. Otros relatos, por confidencias de los propios milicianos, señalaban a Aravaca como el lugar en que los ojos del mártir vascongado se cerraron para siempre, frente a las estrellas mortecinas de una noche de Castilla, tierra fecunda en dicotomías nobles, amiga de las verdades elementales y enemigo de las medias tintas: valle y alcor, castillo y espolón, catedral y ermita, cultura y aventura, cielo y tierra, vida y muerte.
La última página de la vida de Maeztu tiene el valor de un testimonio auténtico de una verdad a la que persiguió siempre y vino a poseer íntegramente en los años crepusculares de su existencia. Vida parabólica en el sentido gráfico y moralizador de la expresión. Su evolución, hecha de alados tramos, no se quiebra desde su punto de partida. Era un hombre del noventa y ocho, que brotó a la escena pública en plena náusea del desastre. Pero en los peores momentos siempre sobrenadó en él un patriotismo directo y esencial y una afirmación de pertenencia a las filas "de los que rezamos el Padrenuestro".
Quizá por eso Maeztu se movió siempre contra corriente. Veía a España, país de la Contrarreforma, como nación de la Contrarrevolución. Sus artículos en la Prensa de provincias los epigrafiaba "Contracorriente". Al frente de izquierdas le llamaba la "antipatria".
Por eso sus tesis capitales fueron defensivas, trazando una trilogía dialéctica de temas y valores: "Defensa de la Hispanidad", "Defensa del Espíritu", "Defensa de la Monarquía" como ha destacado Marrero.
La "Defensa de la Hispanidad" es el juicio crítico, no la apología del universalismo español, de un pueblo universo, es decir, vertido en uno, convertido; el único en el mundo que puede blasonar de haber demostrado la unidad física de la tierra con el viaje de Elcano y la unidad moral del género humano, en las frases de bronce de Diego Laínez, en el Concilio de Trento.
La nonata "Defensa del Espíritu" es también algo típicamente español, una obra inacabada, una sinfonía incompleta, una flecha tirada en medio del camino que no llega al blanco, no por la generosidad del esfuerzo individual, sino por ambición de la empresa: una obra que requiere un continuador. Cuando en el frío de la madrugada caminaba don Ramiro hacia la muerte, que no evitaron ni la protección de uno de los pabellones diplomáticos más poderosos, ni el eco universal de la noticia de aquel colaborador de "La Prensa", para el que la prensa de ambos hemisferios no alzó ni una línea de protesta, se metió en la chaqueta, con premura y angustia instintivas, un rimero de abultadas cuartillas que contenían su "Defensa del espíritu".
Y, por último, meditó una "Defensa de la Monarquía" que no llegó ni a alcanzar la virginidad de las cuartillas originales, sino la concepción de un proyecto mental.
Si Maeztu hubiera vivido no es difícil adivinar la forma y el fondo de su último tratado defensivo, cuyo esbozo está en frases antológicas como éstas:
"Lo que hizo Cánovas en 1875 fue asegurar el poder público a las oligarquías. Esto es lo que vino a ser lo que se llamó "continuar la Historia de España". Aquel régimen en que las oligarquías lo eran todo, no era en realidad la Monarquía, sino una oligarquía o república coronada".
En 1935, enardecido como un niño ante los "motiles" que evocaba el centenario de Zumalacárregui, en contacto con los leales guipuzcoanos, Maeztu llegaba, por fin, a los umbrales del templo de la Tradición.
El contacto con el viejo solar le inspiraba aquel lema de los caballeros españoles: "Servicio, jerarquía y hermandad", tan acorde con la doctrina jose-antoniana, y la revelación de que las palabras Dios, Patria y Rey fueron asociadas por primera vez por el verbo creador de un poeta. Y que el horizonte foral "simboliza al mismo tiempo nuestras viejas leyes vascongadas y el sentido funcional del derecho".
Aplicó su tesis capital y ontológica "ser es defenderse" a la impugnación de la Monarquía constitucional, amarga pesadilla de su experiencia, y a la defensa de la verdadera Monarquía: "Dejar de defenderse es casi ya dejar de ser". "La Monarquía constitucional cayó porque no se defendió".
Pero es que también servir es defender, y esta idea la hizo corolario de la fecunda tesis de las libertades concretas: "El espíritu monárquico se funda en el servicio y en la jerarquía. Ese espíritu no lo conocimos los españoles de los últimos reinados".
El fallo de Maeztu es inapelable, después de tal diagnosis: Conocía los hechos y el ideal y emitió la sentencia. ¿Cómo puede extrañar que se le fuesen el intelecto y el corazón a la Monarquía verdadera, la tradicional, cuya esencia es no sólo el mando de uno, sino la relación de alteridad entre el Rey y el pueblo?
Con estas convicciones, solitario, inerme, sin más compañía que la comunión de los atletas de España y de la Fe que morían en las checas y en los cercanos frentes, Maeztu se entregó a la cosecha de las balas de plomo fundidas en el crisol de las linotipias.
Hoy hace veinticinco años dio con su muerte testimonio vivo de la verdad hispánica. Más vale nuestro esfuerzo de prosecución de lo que dejó inacabado que el propio perfume del recuerdo. Así será verdaderamente ejemplificadora la gloria de don Ramiro de Maeztu.
Manuel de Bofarull y Romañá 1887-1974.
Jurista distinguido, asumió el secretariado general de la Junta organizadora del homenaje a Vázquez de Mella, editora de las Obras completas, y prologó la antología Vázquez de Mella y la educación nacional, Madrid 1950.
Bofarull defendió el "régimen representativo orgánico" en so obra Las Antiguas Cortes. El Moderno Parlamento. El Régimen Representativo orgánico. Madrid 1912. Esta obra se reimprimió en 1945 con prólogo del líder tradicionalista E. Bilbao y defiende:
"la autarquía de los organismos naturales e históricos, pueblos, comarcas y regiones, y la autonimía de la sociedad organizada en clases y corporaciones libres"
El modelo constitucional sería:
"Una sola cámara, Cortes, en la que estén representados todos los intereses y manifestaciones de la actividad nacionales: el espiritual, moral y benéfico; el intelectual y de cultura; el económico y de producción; y el coactivo, distribuidos entre los brazos de las Cortes, aristocracia, clase media y estado llano. Y un Consejo Regional compuesto por delegados de las regiones que sean los que asesoren al Jefe del Estado y a las Cortes en cuanto afecta a las relaciones de las regiones con el Estado"
siendo el prime doctrinario de "convicciones sincera y arraigadamente tradicionalistas" que reconoce al krausismo como fuente fundamental en esta materia:
"a Ahrens se debe, en los modenos tiempos, el haber desarrollado antes que nadie la teoría representativa orgánica".
CRUZADOS Y MÁRTIRES DE LA TRADICIÓN
No es la lejanía del testimonio la que otorga la categoría de mártir, sino la esencia del testimonio. No es el medievo el período histórico para el que debemos reservar la palabra Cruzada. En nuestros días hemos sido espectadores de gestas sublimes por el imperio de la Cruz y hemos contemplado brillar las luces del martirio en España y fuera de ella.
Ya hace sesenta y siete años que Carlos VII instituyó la fiesta de los Mártires de la Tradición, incorporada gracias a nuestro Caudillo a los fastos memorables de España.
El Duque de Madrid, que luchó de veras en un frente sangriento, no podía olvidar el silbido de las balas, sirviendo de sinfonía al perfil agónico de sus leales: "¡Cuántos rostros marciales de hijos del pueblo, apagándose en la muerte con sublime estoicismo cristiano, llevo indeleblemente grabados en lo más hondo de mi pecho, sin que pueda poner un nombre sobre aquellas viriles figuras! ¡A cuántos he estrechado sobre mi corazón en su agonía!" Pensó, pues, en el documento institucional, tanto en los mártires conocidos como en los héroes anónimos.
A lo largo de más de cien años los Mártires de la Tradición constituyen una enorme legión celeste. En la primera guerra abrieron marcha la sangre temprana de Manuel González, Ladrón de Cegama, Carnicer y el barón de Hervés, bien representativos de todas las regiones alzadas unánimemente, y Zumalacárregui, derramando su lealtad de genio militar al servicio de una gran causa, ganaba la laureada del martirio.
En las dos guerras siguientes surge la esfinge impávida del Capitán General de Baleares, Jaime Ortega, y la vida cinematográfica de Nicolás Hierro, en la guerra solitaria de tres años, y con armisticio, de Castilla.
En la última guerra civil —son cuatro y no tres — la página de la epopeya está reservada al General Ángel Villalaín.
Fue en Villafranca del Cid. Dorregaray dirigía la batalla con un brazo en cabestrillo.
El general castellano, que había aguantado un duelo personal a caballo con el general enemigo y recibido cuarenta y cinco heridas de lanza y de sable, siguió combatiendo a pie, al ser derribado su caballo de un balazo, hasta que él recibió a su vez otro que le perforó el cráneo.
Pero lo más grande es que había preferido pasar el tiempo entre las dos guerras, de obrero minero en Córdoba antes que de general del Ejército adversario, como le correspondía por su graduación.
Aquellos mártires tuvieron sus sucesores en las luchas callejeras del primer tercio del siglo XX — Vila, Gardeazábal, Justo San Miguel, Triana, Oreja, Valenciano— y en la Cruzada de 1936, acontecimiento que, según Pío XI, "era un esplendor de las virtudes cristianas y sacerdotales, de heroísmo y martirios, verdaderos martirios en todo el sagrado y glorioso sentido de la palabra".
Toda España fue en la Cruzada un lago de sangre de mártires. Y al lado de sus heroicos compañeros falangistas, soldados y españoles sanos de frente o cautiverio, los hombres de la Tradición supieron proseguir su trayectoria de testigos de la fe religiosa e hispánica: Antonio Molle, hecho pedazos a medida que gritaba ¡Viva Cristo Reyl, en Andalucía; Bulnes, caballero andante de la Castilla universitaria; Ramón Sales, en que el martirio físico fue horrible, como correspondía al Fundador de los Sindicatos Libres... O aquel requeté de Belchite, que escribió su nombre con un muñón sangriento entre las ruinas humeantes, como un fedatario que quiso desmentir anticipadamente tantas deformaciones literarias de nuestra verdad.
No nos ruboricemos cuando haya que llamar a las cosas por su nombre. "Cruzados de la Causa" fueron para Valle Inclán los primeros héroes de la Tradición. Mártires, para la mayor autoridad espiritual humana cuantos confesaron a Cristo en la última Cruzada.
Todos los pueblos sanos lo entienden así. Aun en guerras de signo menos religioso que la nuestra.
En el cementerio de Arlington existe un impresionante mausoleo con un gigantesco soldado desconocido de piedra. Pero siempre hay también un soldado vivo dispuesto a defender la memoria de su antecesor en vigilia tensa.
Se lea al cardenal Mercier, a la muchacha inglesa Caryl Houselander o al norteamericano padre Reymond, la guerra es una página de Cruzada cuando se defienden principios espirituales básicos a través de cualquier interpretación nacional.
Mártires, sí. Cruzada, sí. En toda la extensión de la Península y en toda la extensión de la palabra. Por la sangre de todos los Caídos por Dios y por España.
MARCELINO OREJA ELOSEGUI O LA ACCIÓN SOCIAL
Una de las banderas más enhiestas del Carlismo ha sido la de la Justicia Social. Antes que ninguna otra fuerza política la tradicionalista se impregnó de sus tres ingredientes básicos, religioso, nacional y social, no sólo a través de los precursores de la Encíclica "Rerum Novarum", Balmes, Aparisi y Mella, y de los sistemáticos estudios de Roca y Ponsa, Bolaños, Corbató o Severino Aznar, sino en las durísimas luchas sociales contra los cenetistas y los "jóvenes bárbaros", y en las horas críticas del Sindicato libre, fundado por Ramón Sales.
En ningún momento de su historia postergó el carlismo los postulados y las instituciones sindicales y gremiales. Ya Aparisi había dicho, repitámoslo: "La cuestión carlista es más que una cuestión española, una cuestión europea. Es mucho más que una cuestión política; es una cuestión social y religiosa."
Hijuelas del Carlismo fueron muchos Círculos Católicos de Obreros, como el de Burgos, que se fundó en 1883, según el excepcional testimonio del Padre Marín, por los voluntarios de la última guerra. Uno de ellos, José Miguel Olivan, a quien hemos conocido personalmente, octogenario y todo, conoció el 18 de julio y tuvo arrestos para arengar a los requetés castellanos en aquella mañana luminosa.
La Encíclica "Rerum Novarum" fue incorporada al Acta de Loredán, promulgada en este palacio de Venecia en 1897. Y de un lado Mella, y de otro, el Padre Corbató, sistematizaron a últimos de siglo, impecablemente, toda la doctrina social tradicionalista, en sus teorías y en sus estructuras gremiales, sindicales y de seguridad laboral.
En el período trágico de las luchas sociales del mundo obrero catalán, los Sindicatos libres fundados en el Círculo Central Tradicionalista, de Barcelona, se opusieron mediante su programa sindical en la esfera laboral y con la "última ratio" de las pistolas en las calles, a los cenetistas y lerrouxistas. Y al dar Primo de Rivera su golpe de Estado, los únicos que se encontraron al lado del Ejército en las Ramblas, fueron los jaimistas del Sindicato libre.
Al reencontrarse las corrientes nacionales europeas con las estructuras corporativas, Severino Aznar, que ya venía trazando la arquitectura social-carlista en "El Correo Español" desde 1909, escribió "El estado corporativo al que hoy vuelven los ojos los estados modernos, no es sino un fragmento del viejo programa carlista."
Por fin, advino la república como una sucesora legítima de la antisocial monarquía restaurada en Sagunto. Y pronto hará veintiocho años, en aquel octubre rojo de 1934, la revolución marxista-separatista alcanzó una extrema gravedad en el norte de España. Como una previsión a la movilización de requetés en toda España en favor del orden social, los revolucionarios mataron al párroco de Nava en Asturias, don José Mora; a don César Gómez en Turón; al veterano comandante carlista don Emiliano Valenciano en Olloniego; a don Carlos Larrañaga, ex alcalde de Azpeitia, en Eibar... Lo menos que se merecen, por su sacrificio, son unas líneas de recuerdo, que queremos personificar en la figura de otro mártir insigne, el diputado carlista don Marcelino Oreja Elósegui, asesinado en Mondragón.
Marcelino Oreja Elósegui es el protomártir de la Cruzada por la fecha de su muerte y por su significación. Fue testigo de la fe, de la acción política y de la acción social.
Había nacido en Ibarralengua (Vizcaya) en 2 de abril de 1894; de familia de médicos vizcaínos, adscrita fervorosamente a la causa carlista desde la primera guerra civil. Especialista en cuestiones económicas y sociales, hombre emprendedor, al terminar su brillante carrera de ingeniero de Caminos fue enviado a Estados Unidos para ampliar su preparación técnica, laboral y económica que tan cumplidamente demostró, a su regreso a España, en la "Vidriera" de Lamiaco.
Cuando en la "Unión Cerrajera" de Mondragón, en la sima de la curva de la depresión económica de la República se necesitó un capitán de empresa, fue llamado a su presidencia Marcelino Oreja. Pronto experimentó la factoría un movimiento ascensional reflejado no sólo en el incremento de su potencia económica sino en las relaciones humanas y en la seguridad social de sus productores. Anticipándose a la legislación de seguros sociales en la esfera psicotécnica social, Marcelino Oreja supo transformar en empresa modelo la gran unidad fabril vascongada.
En el terreno de la política activa, que no descuidó aquel gran trabajador, luchó en las Cortes al lado de tantos tradicionalistas insignes —por no citar más que a los mártires, mencionamos sólo a Pradera, Beúnza y Gómez Rojí, representativos del país vasco, Navarra y Burgos— y su labor parlamentaria estuvo centrada en la defensa, desde las Constituyentes, de un sano regionalismo nacional y foral y de la unidad católica de España.
La revolución rojoseparatista de octubre le señaló como su enemigo número uno en el Norte, al marcarle con el frío sello de la muerte. Desde la redacción de "El Pensamiento Alavés" de Vitoria, marchó sin miedo a encontrarla, a Mondragón, al percibir los primeros soplos de agitación. Y en la mañana otoñal, del 5 de octubre de 1934 cuando la mejor ilusión viril, la próxima llegada de un hijo, le inundaba el pecho, cayó en manos de los piquetes tenebrosos, verdaderos vestigios de aquella aurora roja, después de haber esperado, sin otra arma que la del Rosario, ni otra compañía que la de su virtuosa mujer, doña Pureza Aguirre, las decisiones del comité "popular".
Entre blasfemias y malos tratos, fue sacado fuera del recinto fabril, como si éste no quisiera mancharse con la sangre del primero de sus trabajadores, el presidente del Consejo. Y en el verde esmeralda de la campiña vascongada, quedó inerte por los disparos de unas balas "dum dum" el cuerpo del mártir de la acción social tradicionalista.
Dos años después, las pisadas familiares de los requetés vascos, navarros y castellanos, hollaban blandamente aquellas evocadoras tierras, y revivíamos en nosotros ancestrales emociones de estirpe: El Alto de la Descarga, donde triunfó una vez más Zu-malacárregui, encima de Anzuola; Vergara, la villa en que el mismo Cristo de Montañés fue testigo del "Convenio" de Maroto y de su destrucción por Lizárraga en la guerra civil siguiente; las cercanías de Ermua, en cuyas trincheras nos detuvimos, y Mondragón, en que el cañón hispano atronaba en salvas mortíferas en honor de aquellos santos lugares donde había sido martirizado Oreja, mientras los cantares de los Tercios, al atardecer, ponían himnos de gloria a las rúbricas de sangre generosa: "¡Qué importa que el cuerpo muera, si el alma vivirá en la eternidad!".
También fue buena necrología del diputado carlista Oreja, la que hizo José Antonio Primero de Rivera, único representante de una minoría hermana, en su discurso de 9 de noviembre de 1934, en el Congreso, calificando su vida de ejemplar y su tarea de inacabable y su ideal carlista, de "un ideal de los más hondos, de los más completos y de los más difíciles".
¡Réquiem por el diputado mártir y epifanía de sus ideales!
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