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Tema: Artículos sobre carlismo

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    Artículos sobre carlismo

    Webs Ono: Marx y el Carlismo

    1. Citando a Marx.

    Algunos autores, que luego nombraré, vienen citando una opinión de Karl Marx sobre el carlismo incluida entre los artículos que, sobre España, publicó en el New York Daily Tribune. El texto que se cita es el siguiente:

    El carlismo no es un puro movimiento dinástico y regresivo, como se empeñaron en decir y mentir los bien pagados historiadores liberales.
    Es un movimiento libre y popular en defensa de tradiciones mucho más liberales y regionalistas que el absorbente liberalismo oficial, plagiado por papanatas que copiaban a la revolución francesa. Los carlistas defendían las mejores tradiciones jurídicas españolas, las de los fueros y las cartas legítimas que pisotearon el absolutismo monárquico y el absolutismo centralista del Estado liberal. Representaban la patria grande como suma de las patrias locales, con sus peculiaridades y tradiciones propias.
    No existe ningún país en Europa, que no cuente con restos de antiguas poblaciones y formas populares que han sido atropelladas por el devenir de la historia. Estos sectores son los que representan la contrarrevolución frente a la revolución que imponen las minorías dueñas del poder.
    En Francia lo fueron los bretones y en España de un modo mucho más voluminoso y nacional, los defensores de Don Carlos.
    El tradicionalismo carlista tenía unas bases auténticamente populares y nacionales de campesinos, pequeños hidalgos y clero, en tanto que el liberalismo estaba encarnado en el militarismo, el capitalismo (las nuevas clases de comerciantes y agiotistas), la aristocracia latifundista y los intelectuales secularizados, que en la mayoría de los casos pensaban con cabeza francesa o traducían –embrollando- de Alemania.

    Jaime del Burgo Torres transcribe estos párrafos en Bibliografía de las guerras carlistas y de las luchas políticas del siglo XIX, Diputación Foral de Navarra-Editorial Gómez, Pamplona, 1954-1966, páginas 354-355 del tomo V, en la entrada Marx, Karl. Según afirma, la cita proviene de la revista Tradición de Barcelona, mayo-junio de 1961, nº 19, página 36, que transcribe parte de un artículo publicado en la Nueva Gaceta Renana en 1849 y en el New York Daily Tribune en 1854.

    María Teresa de Borbón Parma recoge la misma cita –suprime la frase “Estos sectores son los que representan la contrarrevolución frente a la revolución que imponen las minorías dueñas del poder”- en La clarificación ideológica del Partido Carlista, Editorial EASA, Madrid, 1979, páginas 37-38, y dice proceder del libro de Marx La Revolución Española de 1849, traducido por Andrés Nin. En el apartado de fuentes incluye los siguientes datos: La Revolución Española, Karl Marx (traducido por Andrés Nin). Editorial Iberoamericana de Publicaciones, Madrid, 1929.

    Josep Carles Clemente también reproduce los mismos párrafos –con la misma omisión que Mª Teresa de Borbón- en Los orígenes del carlismo, Editorial EASA, Madrid, 1979, página 51. La referencia que ofrece es: K. Marx y F. Engels, La Revolución española, 1808-1843. Traducción de Andrés Nin. Editorial Cenit. Madrid, 1929. Complementa la cita afirmando que constituye un testimonio de la vocación “socialista” dibujada en el horizonte revolucionario del Partido Carlista; del contenido popular del carlismo frente al “capitalismo dictatorial y opresivo” del “liberalismo burgués explotador y egoístamente individualista”. Aunque sin reproducir el párrafo, Josep Carles Clemente incluye la misma edición de 1929 como bibliografía en varias de sus obras posteriores:El Carlismo. Historia de una disidencia social (1833-1976), Ariel, Madrid, 1990; El Carlismo en la España de Franco (Bases documentales 1936-1977), Editorial Fundamentos, Madrid, 1994; Raros, heterodoxos, disidentes y viñetas del carlismo, Editorial Fundamentos, Madrid, 1995.

    A diferencia de los demás autores, que citan a Marx en obras referidas al carlismo, Mikel Sorauren lo hace en Historia de Navarra, el Estado Vasco, Pamiela, Pamplona, 1998, página 270, una obra escrita desde la óptica nacionalista vasca. Del Burgo es su fuente. Sorauren deduce que, cuando Marx se refiere a las bases sociales espontáneas del primer carlismo, y no al carlismo oficial, se está refiriendo primordialmente al carlismo vasco. Se trata de un carlismo foralista que ve la patria grande como resultado de la unión de las patrias chicas. Insinúa Sorauren que, siguiendo esa opinión de Marx, el campesinado carlista no es una fuerza retardataria del progreso, sino todo lo contrario. Y aprovecha para compartir con Marx la opinión de que la intelectualidad española, también la actual, es mentirosa y papanatas, traduce mal e imita de otras élites ilustradas por carecer de categoría intelectual.

    La última cita que he encontrado es la de Fermín Pérez-Nievas Borderas: Contra viento y marea. Historia de la evolución ideológica del carlismo a través de dos siglos de lucha, Fundación Amigos de la Historia del Carlismo, Pamplona, 1999, página 231. Reproduce el mismo texto, con la misma omisión, que Mª Teresa de Borbón y Josep Carles Clemente, y copia literalmente la referencia de éste último a la edición de Cenit, por lo que deduzco que lo ha tomado de él.

    2. Marx no dijo nada.

    Tras las comprobaciones que he realizado, después de estar a punto de citar yo también esa supuesta opinión de Marx sobre el carlismo, puedo afirmar que, desde luego, Marx no publicó esas líneas ni en la Nueva Gaceta Renana -Neue Rheinische Zeitung- ni en el New York Daily Tribune, y es más que dudoso que se le pueda atribuir su autoría.

    En primer lugar hay que dejar constancia de que difícilmente podría haberse publicado en Neue Rheinische Zeitung. Este periódico, que Marx y Engels publicaron en Colonia entre junio de 1848 y mayo de 1849, se dedicó a informar y comentar los hechos producidos en torno a la revolución de 1848, principalmente en Alemania, aunque también en Austria, Hungría o Italia. No contiene ningún artículo de Marx dedicado a España ni al carlismo. Marx se interesó por España más tarde; comenzó a estudiar castellano en 1852, y no escribe sobre España hasta el verano de 1854, cuando se produce el movimiento revolucionario encabezado por Espartero y O'Donnell que dará lugar al bienio progresista. Es en ese año cuando escribe a Engels que sus estudios sobre España se han convertido en su ocupación principal.

    Pero tampoco entre los artículos de Marx en el New York Daily Tribune aparece el párrafo aludido. No está entre los traducidos por Andrés Nin y publicados por Cenit en 1929; en esa edición solamente se recogían nueve de los artículos que publicó Marx en el periódico neoyorquino. Y tampoco está en la más reciente recopilación y traducción al castellano de todos los escritos de Marx y Engels sobre España, que recoge 28 artículos firmados por Marx en el New York Daily Tribune entre julio de 1854 y junio de 1857: Karl Marx y Friedrich Engels, Escritos sobre España, edición y estudio preliminar de Pedro Ribas, Editorial Trotta-Fundación de Investigaciones Marxistas, Valladolid, 1998. La relación completa de estos artículos coincide exactamente con los incluidos tanto en Marx-Engels Gesamtausgabe (MEGA), Dienz, Berlín, 1975, como en Marx-Engels Collected Works, Lawrence & Wishart, Londres, 1975, en lengua inglesa, en la cual Marx escribió originalmente sus artículos para el New York Daily Tribune.

    Las posibilidades de que el texto sea de Marx, y de que lo que falle sea sólo la referencia –es decir, que pudiera corresponder a otra obra de Marx- me parecen nulas. No sólo porque el texto no aparezca en las citadas recopilaciones de la obra completa de Marx, sino porque además su contenido filocarlista se compadece mal con el resto de sus escritos sobre España. En efecto, las referencias de Marx al carlismo son muy escasas, apenas le presta atención, pero cuando lo hace no se observa en él la menor simpatía. A don Carlos lo define como “el Quijote del auto de fe” (página 184 de la edición de Pedro Ribas); y además piensa que “son sólo los imbéciles legitimistas de Europa los que creen que, destronada Isabel, puede subir al trono don Carlos” (página 187 de la edición citada ).

    Por el contrario, su interés está puesto en que se produzca una verdadera revolución progresista en España; cuando critica a los liberales, especialmente a Espartero, lo hace por no impulsar decididamente la revolución, por quebrar el espíritu revolucionario y apoyarse en los moderados. Sobre la Constitución de Cádiz hace una valoración muy favorable: “Lo cierto es que la Constitución de 1812 es reproducción de los antiguos fueros, pero leídos a la luz de la Revolución Francesa y adaptados a las necesidades de la sociedad moderna”; no haría ninguna falta que los carlistas vengan a reivindicar las antiguas tradiciones. Sobre el Antiguo Régimen en España no tiene un juicio positivo; lo califica de “despotismo oriental”, “aglomeración, mal administrada, de repúblicas regidas por un soberano nominal” (página 109 de la edición citada ).

    Entonces, ¿de dónde ha salido esa supuesta opinión marxiana sobre el carlismo? No me ha sido posible consultar el ejemplar de la revista Tradición citado por del Burgo; tras buscar en los catálogos de varias bibliotecas, la única colección que he hallado es la que posee la Biblioteca Nacional de España, y que sólo cuenta con seis ejemplares de los años 1963, 1964 y 1966. Según elAnuario de la Prensa Española de 1965, editado por la Dirección General de Prensa, Tradición era una revista autorizada el 30 de febrero de 1959, editada en Barcelona por Ramón Gassio Bosch y dirigida por Antonio Roma Aguilar. En los años 63 y 64 se subtitula como “Revista Política Mensual”; de la numeración de los ejemplares se deduce que sólo fue mensual entre 1959 y 1962, y luego de aparición esporádica hasta desaparecer en algún momento de los últimos años sesenta. Los ejemplares de 1966 llevan como subtítulo «Portavoz del Círculo Cultural “Juan Vázquez de Mella”», que solía ser la denominación legal de algunos círculos carlistas durante el franquismo. El contenido de los números de la revista que he examinado es un batiburrillo de temas políticos de diversos autores –entre ellos, Josep Carles Clemente- de distintas tendencias, pero siempre miembros o simpatizantes de la Comunión Tradicionalista –aunque haya alguno, como Blas Piñar, más ligado al Movimiento que al tradicionalismo-; la revista inequívocamente acata la autoridad de don Javier y don Carlos Hugo de Borbón-Parma, que en compañía de otros miembros de su familia aparecen continuamente en sus páginas.

    Dando por buena la cita de del Burgo, parece que alguno de los colaboradores de Tradición en 1961 transcribió, de buena o de mala fe, un texto que atribuyó falsamente a Marx. A partir de ahí los demás autores que citan el texto lo hacen copiándolo sin comprobar su origen. Error por parte de unos al citar un libro que es obvio no se han molestado en manejar, suponiendo que en él se contiene un texto que, evidentemente, han copiado de otro lugar que no citan. Error por parte de otros de citar de una obra que contiene el texto, pero a su vez citando de otra, con lo cual al final la cita es de tercera o cuarta mano y las posibilidades de que no sea exacta crecen. La moraleja está clara: no citar nunca sin haber visto con los propios ojos, si es posible, el original del texto citado.

    Los mencionados autores se han limitado a recoger la cita aisladamente, sin profundizar lo más mínimo en la obra marxista. En todos los casos –menos del Burgo, que por el carácter recopilatorio de su obra, se limita a constatar la existencia de una referencia al carlismo- se utiliza el texto en apoyo de tesis que no tienen nada que ver con Marx. Tampoco es extraño ni objetable per se; el que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Obras voluminosas y de amplia temática como el Quijote, la Biblia o las de Marx se prestan a la cita aislada a la que se puede dar el significado que a uno le convenga. Pero en este caso nos podemos preguntar para qué ha servido esa falsa opinión de Marx.

    3. La utilidad de Marx.

    El motivo de la cita en Tradición puede presumirse –el mismo de Mª Teresa Borbón, de Josep Carles Clemente y de Fermín Pérez-Nievas-: justificar la evolución del carlismo hacia el socialismo autogestionario. En efecto, como recoge Caspistegui (Francisco Javier CASPISTEGUI GORASURRETA: El naufragio de las ortodoxias. El carlismo, 1962-1977, Eunsa, Pamplona, 1997, páginas 45 y siguientes ), a principios de los sesenta en el carlismo había hecho acto de presencia el mito del progresismo, utilizado como excusa para la crítica o como vía para la reforma. Ese progresismo iba muy unido al proceso de puesta al día de la Iglesia bajo el pontificado de Juan XXIII que daría lugar al concilio Vaticano II. En unos pocos años se producirá dentro del carlismo una división y radicalización en dos sectores, uno hacia la izquierda y otro hacia la extrema derecha –sectores que tendrán un sangriento encuentro en el Montejurra de 1976, instigado desde el aparato franquista-. La cita de Marx, en esa época, sirve para apoyar con un argumento de autoridad el inminente desplazamiento a la izquierda, con un razonamiento que sigue apelando a la tradición: el carlismo, en su origen, ya era avant la lettre un movimiento socialista o, cuando menos, anticapitalista. Argumento del que otros muchos grupos católicos, que también en esa época evolucionan hacia la izquierda, incluso hacia el marxismo-leninismo, prescindieron sin ningún problema.

    La utilidad de la supuesta cita, en este caso, ya se habría agotado. Como se sabe, el Partido Carlista liderado por Carlos Hugo de Borbón-Parma efectivamente se definió como un partido socialista autogestionario y colaboró con otras fuerzas de izquierda en la oposición antifranquista y en la transición a la democracia; pero con la llegada de ésta y después de sucesivos fracasos electorales perdió a la mayor parte de sus miembros –incluido su líder- que se dispersaron por diversos partidos o abandonaron la política, y hoy ha quedado reducido a la mínima expresión, a un partido puramente testimonial, aunque todavía haya quienes, contra viento y marea, encuentren necesario seguir justificando la evolución ideológica.

    Pero el reciente rescate por Sorauren abre a la apócrifa cita nuevas posibilidades. En particular, apoyar la tesis del nacionalismo vasco por la cual las guerras carlistas, en el País Vasco, no fueron sino un episodio más de la lucha por la liberación nacional en que está empeñado el pueblo vasco desde las invasiones germánicas, una muestra más de la resistencia vasca a la absorción por los Estados nacionales vecinos, España y Francia. Esta tesis ha tenido muchos seguidores, desde José Agustín Chaho ya durante la primera guerra carlista hasta Telesforo de Monzón, y la sigue teniendo. Y, especialmente en el presente, la cita que vengo comentando puede resultar muy adecuada para el nacionalismo vasco que se reclama de izquierda o, cuando menos, progresista. Como sucesor en la lucha de Zumalacárregui le conviene más ser identificado con un carlismo popular y progresista avalado por Marx antes que con una horda reaccionaria de labradores. Es posible, pues, que la apócrifa opinión de Marx todavía siga rodando por los papeles.

    4. Una propuesta de reinterpretación del carlismo.

    Creo que es indiscutible que el primer carlismo, aunque dirigido por absolutistas –principalmente nobles y clérigos- que no pretendían otra cosa que mantener sus privilegios frente a la revolución burguesa que se les venía encima, fue un movimiento popular. Los ejércitos de don Carlos se nutrieron principalmente del campesinado. Pero por el hecho de ser un movimiento popular no está justificado calificarlo de democrático, progresista, socialista ni nacionalista; todo movimiento democrático, progresista, socialista o nacionalista apela al pueblo, pero no todo movimiento popular automáticamente se corresponde con esas tendencias. Estas etiquetas no son sino interpretaciones interesadas y ucrónicas de un fenómeno más complejo.

    Creo que para situar adecuadamente al carlismo debe partirse de la calificación que hace Eric J. Hobsbawm: el carlismo es un ejemplo de los movimientos de “rebeldes primitivos”, formas arcaicas de agitación social que no se pueden incluir ni en las revueltas propias del Antiguo Régimen ni en los movimientos sociales modernos –cuyo paradigma es el movimiento obrero-: “la filiación y el cariz político de estos movimientos resulta no pocas veces impreciso, ambiguo, y aun a veces abiertamente «conservador»”; “se trata de gentes prepolíticas que todavía no han dado, o acaban de dar, con un lenguaje específico en el que expresar sus aspiraciones tocantes al mundo” (Eric J. HOBSBAWM, Rebeldes primitivos. Estudio sobre las formas arcaicas de los movimientos sociales en los siglos XIX y XX, Ariel, Barcelona, 1983, página 11). Los protagonistas de estos movimientos no nacen dentro del mundo del capitalismo, sino que “llegan a él en su calidad de inmigrantes de primera generación, o lo que resulta todavía más catastrófico, les llega este mundo traído desde fuera, unas veces con insidia, por el operar de fuerzas económicas que no comprenden y sobre las que no tienen control alguno; otras con descaro, mediante la conquista, revoluciones y cambios fundamentales en el sistema imperante, mutaciones cuyas consecuencias no alcanzan a comprender, aunque hayan contribuido a ellas” (HOBSBAWM, Rebeldes… citada, página 12). Entre estos grupos rebeldes Hobsbawm incluye el bandolerismo social –hay que pensar lo tenue de los límites entre las partidas carlistas y el bandolerismo, como en el caso arquetípico del Cura Santa Cruz-, la Mafia siciliana originaria o los movimientos milenaristas. Ramón del Río ya alertó cómo en los orígenes del carlismo en Navarra se mezcla una rebelión absolutista con una revuelta campesina que se mueve sobre todo por causas económicas (Ramón DEL RÍO ALDAZ, Orígenes de la guerra carlista en Navarra 1820-1824, Gobierno de Navarra, Pamplona, 1987). Una de las formas de enfrentarse a esa transición entre el mundo antiguo y el nuevo, según Hobsbawm, es “una explosión del legitimismo popular en sus formas más abiertamente tradicionales y más que conservadoras, como ocurrió con el carlismo”; las posibilidades de triunfo de estos movimientos, como tales, son nulas; pueden ser precursoras del despertar político, “pero casi invariablemente las sustituyen movimientos modernos” (HOBSBAWM, Rebeldes… citada, páginas 317-318). Esta es una de las claves para comprender el carlismo; tras su fracaso en tres guerras, no tiene otra opción que evolucionar hacia formas modernas, y así lo hará dando lugar a la creación de un partido político que se adapta al sistema de la Restauración y que, pese a su ideología antiparlamentaria, concurre a las elecciones. Pero la heterogeneidad de grupos que conforman el carlismo dará lugar a que su transformación e incorporación a formas políticas modernas –aunque críticas con el mundo moderno- sea progresiva y escalonada.

    Ya a la finalización de la primera guerra carlista, una parte del movimiento –sobre todo los oficiales de don Carlos que, en virtud del convenio de Vergara, se integran en el ejército isabelino- lo abandona y se pasa al liberalismo moderado. Pero será sobre todo en la segunda mitad del siglo XIX cuando algunos carlistas elaboren o abracen una teoría política que ya no es absolutista sino tradicionalista; bajo el influjo de Balmes, Donoso Cortés, Menéndez Pelayo, Vázquez de Mella, se crea una doctrina que ya no sirve al monarca absoluto, sino a un ideal superior, La Tradición –de hecho, el monarca no es sino un mero instrumento de ella, hasta el punto de que los tradicionalistas serán capaces de abandonar la causa legitimista y crear una fuerza política propia al margen del pretendiente carlista-. Es una teoría contrarrevolucionaria; pero es ya una teoría política moderna, que surge a consecuencia de la revolución liberal y dentro de la sociedad burguesa. El tradicionalismo se convierte en la doctrina más importante dentro del carlismo, aunque sus bases campesinas con frecuencia se sentirán distantes de los líderes tradicionalistas, que provienen de la burguesía o las clases medias.

    Poco después otro grupo –liderado por Nocedal- radicaliza su neocatolicismo para dar lugar a la escisión integrista. Los integristas reclaman como valor supremo la doctrina católica íntegra; no ya sólo el monarca es un simple instrumento de la doctrina verdadera que ellos poseen –y por eso también pueden abandonar sin problemas a la dinastía carlista, acusando a Carlos VII de haberse convertido al liberalismo-, sino que también lo son el Papa y la Iglesia. León XIII había distinguido entre poder constituido y legislación liberal; los católicos pueden, y deben, acatar el primero, pero tratando de cambiar la segunda en todo aquello que sea contrario al dogma. Los integristas, más papistas que el Papa, se negaron a reconocer el orden de la monarquía alfonsina tachando de mestizos a quienes tomaran tal actitud posibilista. Tampoco ha sido raro que los integristas hayan sospechado que algún Papa se hubiera convertido al comunismo. En fin, el integrismo, aunque profundamente reaccionario, es también un movimiento moderno.

    En Navarra y Vascongadas a partir de 1876, final de la tercera guerra carlista y fecha de la abolición de los fueros vascongados, el carlismo en su conjunto se identifica con el fuerismo. De entre los más intransigentes fueristas vizcaínos surgirá el núcleo inicial de una nueva doctrina, el nacionalismo vasco, fundado por Sabino Arana –carlista hasta que se convirtió a la nueva causa-. El nacionalismo vasco, nacido también conservador y reaccionario, es asimismo una fuerza política moderna, hija de la sociedad burguesa y de las teorías románticas, sobre todo las alemanas, del siglo XIX. En Cataluña el nacionalismo también crece en parte sobre las bases del carlismo.

    En los años 20 y 30 de este siglo algunos tradicionalistas –carlistas y no carlistas- se aproximan a la nueva derecha autoritaria española que, tras colaborar en Acción Española –Maeztu, Pradera- se fundirá con los falangistas bajo el caudillaje de Franco en lo que se llamó Falange Española Tradicionalista y de las JONS, luego reconvertido en el Movimiento Nacional. Ni que decir tiene que se trataba también de un movimiento político moderno, influido por las corrientes autoritarias que recorren Europa el primer tercio de siglo.

    Con todo esto la mayor parte del carlismo primitivo había abandonado ya sus filas. Pero en la posguerra se mantiene todavía un resto de “rebeldes primitivos” que han combatido en el Requeté entre 1936 y 1939 y que acumulan una enorme frustración ante la situación política. Es particularmente ilustrativo el estudio de Javier Ugarte sobre la rebelión carlista de 1936, sobre todo en Navarra, que describe como resultado de la persistencia de dos sociedades, una moderna y otra tradicional, y del ideal de revolución carlista basado en elementos emocionales, míticos y narrativos antes que en un ideario político; el alzamiento se produce como una invasión de la ciudad por la aldea, y se vuelve a producir el fenómeno decimonónico de las partidas (Javier UGARTE TELLERÍA, La nueva Covadonga insurgente. Orígenes sociales y culturales de la sublevación de 1936 en Navarra y País Vasco, Editorial Biblioteca Nueva, Madrid, 1998). Si en el siglo XIX el carlismo estuvo en todas las guerras en el bando perdedor, en 1936 ha estado con el bando vencedor, pero de todas formas ha perdido la guerra. La dictadura franquista –salvo en algunos aspectos cosméticos- no asume el programa por el que creían haber salido a combatir y los ha marginado completamente del poder. Los carlistas se encuentran con la paradoja de tener que vivir en la clandestinidad, pese a haber ganado teóricamente la guerra. Será éste el último grupo en adoptar una forma política moderna, convirtiéndose en un partido político antifranquista. El hecho de que este proceso se lleve a cabo principalmente en los años sesenta –los de la industrialización que barre la sociedad rural en que se ha originado el carlismo- y partiendo de la profunda impronta religiosa del carlismo, hace poco sorprendente que evolucione hacia el socialismo. Hay que recordar que una buena parte de la oposición antifranquista de izquierdas tuvo su origen precisamente en movimientos católicos que se radicalizan en los años de renovación de la Iglesia Católica española en torno al concilio Vaticano II. De origen católico, en todo o en parte, fueron el Frente de Liberación Popular, Comisiones Obreras, la Unión Sindical Obrera o la Organización Revolucionaria de Trabajadores, por no hablar de la primera ETA y todas sus escisiones.

    Nada más natural, por tanto, que los últimos “rebeldes primitivos” llegados como tales a los años sesenta se transformen en un partido socialista, y como todos los grupos que se fueron modernizando con anterioridad, se reclamen como la interpretaciónauténtica del primitivo carlismo. La cuestión de cual de las ramas desgajadas del tronco común del carlismo tiene mayor autenticidad es igual a preguntarse cuál de los diversos hijos de una misma pareja –que pueden llegar a ser muy diferentes entre sí- es más auténticamente hijo de sus padres. Las ramas carlistas son muy diferentes porque fueron naciendo a lo largo de un siglo largo en muy diferentes situaciones políticas y sociales, y luego han evolucionado con otras influencias muy diversas; no es rara la perplejidad de muchos al contrastar la corriente tradicionalista con la corriente socialista y advertir que se reclaman herederos de una misma tradición que se remonta a 1833. También llama la atención que algunos de los sucesores del primitivo carlismo sean rabiosamente españoles, mientras que otros sean nacionalistas separatistas.

    Ahora bien; igual que el homo sapiens desciende del homo habilis, pero eso no justifica afirmar que el homo habilis en realidad era un homo sapiens un poco más antiguo, los primitivos carlistas no eran ni socialistas ni nacionalistas vascos. Lo cual no obsta para que haya sido perfectamente lógico que una parte del primitivo carlismo, en unas determinadas circunstancias, evolucionara hacia el nacionalismo vasco y otra parte, en otras muy distintas circunstancias, hacia el socialismo –igual que otras acabaron en el liberalismo, el tradicionalismo o el franquismo-.

    APÉNDICE 1: MARX, ENGELS Y EL CARLISMO

    Después de la publicación del anterior artículo en la revista Sistema he encontrado algunos datos más sobre este tema que me permiten completar la historia de cómo surgió la apócrifa cita de Marx. En la hemeroteca de la Universidad de Navarra hallé un ejemplar del nº 19 de la revista Tradición, el cual efectivamente en su página 36 contiene el citado texto en un brevísimo artículo titulado “El Carlismo según Carlos Marx” y firmado con el seudónimo “Sagitarius”. Como fuente se remite a un artículo publicado en el periódico ABC por J. E. Casariego con el título de “Don Carlos Marx y la Historia de España e Hispanoamérica”.

    Dicho artículo se publicó en el ABC de 11 de mayo de 1961 y su autor presumiblemente es Jesús Evaristo Casariego (1913-1990), periodista y escritor asturiano, así como historiador tradicionalista. En su texto, entre otros temas, se comenta que “son interesantes y originales las observaciones de Marx sobre el carlismo”, y se hace la siguiente interpretación sobre ellas:

    «Para Marx el tradicionalismo no es un puro movimiento dinástico y regresivo, como se empeñaron en decir y mentir los bien pagados historiadores liberales. Para Marx es un movimiento vivo y popular en defensa de tradiciones mucho más auténticamente liberales y regionalistas que el absorbente liberalismo oficial, plagiado por papanatas que copiaban a la Revolución Francesa. Los carlistas defendían las mejores tradiciones jurídicas españolas, las de los fueros y las cortes legítimas que pisotearon el absolutismo monárquico y el absolutismo centralista del Estado liberal. Representaban la patria grande como suma de las patrias locales, con sus peculiaridades y tradiciones propias.
    De ahí una curiosa interpretación de Marx sobre el tradicionalismo que creo no ha sido todavía publicada en castellano: “No existe ningún país en Europa que no cuente con restos de antiguas poblaciones y formas populares que han sido atropelladas por el devenir de la historia. Esos sectores son los que representan la contrarrevolución frente a la revolución que imponen las minorías dueñas del poder. En Francia lo fueron los bretones y en España, de modo mucho más voluminoso y nacional, los defensores de don Carlos” (Este párrafo está traducido directamente y publicado por primera vez en castellano, de la “Nueva Gaceta Renana”, colección de 1849.) Varias veces más insiste en esta valoración del tradicionalismo, mucho más justa que la de la retórica de los historiadores liberales. Explica Marx con detalle cómo el tradicionalismo carlista tenía unas bases auténticamente populares y nacionales de campesinos, pequeños hidalgos y clero, en tanto que el liberalismo estaba encarnado en el militarismo, el capitalismo (las nuevas clases de comerciantes y agiotistas), la aristocracia latifundista y los intelectuales secularizados que en la mayoría de los casos pensaban con cabeza francesa o traducían –embrollando- de Alemania, como el indigesto Sanz del Río, con sus tremebundas lucubraciones krausistas».

    Queda claro que quien se ocultaba bajo el seudónimo de “Sagitarius” tomó la supuesta cita de Marx de este artículo, copiando casi literalmente el texto, pero atribuyendo al filósofo alemán párrafos enteros que éste nunca escribió, sino que corresponden a la peculiar interpretación de J. E. Casariego sobre sus ideas. Así, se ponen en boca de Marx hasta las invectivas del historiador tradicionalista contra los historiadores liberales, incluidos los krausistas españoles a los que aquél probablemente no tuvo ni el gusto ni la oportunidad de conocer. Casariego cita como textos que ha utilizado para conocer las ideas de Marx sobre España dos recopilaciones de sus artículos en el New York Daily Tribune: la edición de 1929 de La Revolución española, con traducción de Andreu Nin, y otra entonces recientemente aparecida con el título de Revolución en España, Ariel, Barcelona, 1960, con traducción de Manuel Entenza (seudónimo de Manuel Sacristán).

    En cualquier caso, ni las opiniones que Casariego atribuye a Marx ni el texto que cita entrecomillado como si fuera de él corresponden a esas obras. En cambio, existe un texto de Friedrich Engels originalmente publicado en Neue Rheinische Zeitung nº 194 de 13 de enero de 1849 bajo el título de “Der magyarische Kampf” (La lucha magiar) y que incluye el siguiente fragmento:

    “Es ist kein Land in Europa, das nicht in irgendeinem Winkel eine oder mehrere Völkerruinen besitzt, Überbleibsel einerfrüheren Bewohnerschaft, zurückgedrängt und unterjocht von der Nation, welche später Trägerin der geschichtlichenEntwicklung wurde. Diese Reste einer von dem Gang der Geschichte, wie Hegel sagt, unbarmherzig zertretenen Nation, dieseVölkerabfälle werden jedesmal und bleiben bis zu ihrer gänzlichen Vertilgung oder Entnationalisierung die fanatischen Trägerder Kontrerevolution, wie ihre ganze Existenz überhaupt schon ein Protest gegen eine große geschichtliche Revolution ist.
    So in Schottland die Gälen, die Stützen der Stuarts von 1640 bis 1745.
    So in Frankreich die Bretonen, die Stützen der Bourbonen von 1792 bis 1800.
    So in Spanien die Basken, die Stützen des Don Carlos.”

    Traducción:

    “No hay ningún país europeo que no posea en cualquier rincón una o varias ruinas de pueblos, residuos de una anterior población contenida y sojuzgada por la nación que más tarde se convirtió en portadora del desarrollo histórico. Esos restos de una nación implacablemente pisoteada por la marcha de la historia, como dice Hegel, esos desechos de pueblos, se convierten cada vez, y siguen siéndolo hasta su total exterminación o desnacionalización, en portadores fanáticos de la contrarrevolución, así como toda su existencia en general ya es una protesta contra una gran revolución histórica.
    Así pasó en Escocia con los gaélicos, soporte de los Estuardo desde 1640 hasta 1745.
    Así en Francia con los bretones, soporte de los Borbones desde 1792 hasta 1800.
    Así en España con los vascos, soporte de Don Carlos”.

    Como se puede deducir de la comparación de este texto de Engels con el apócrifamente atribuido a Marx, Casariego erró la autoría de la cita, además de no recogerla literalmente sino con algunos cambios y adiciones.

    A las alteraciones que introduce Casariego, “Sagitarius” suma las suyas propias para componer, de una forma deliberada, la falsa cita de Marx. En los posteriores autores que la copian desaparece la referencia a Casariego, verdadero autor de las opiniones atribuidas al autor del Manifiesto Comunista. No obstante, parece obvio que cuando Josep Carles Clemente reiteradamente cita como fuente de la apócrifa cita de Marx La Revolución Española de 1929 es porque conoce el artículo de Casariego y supone, o quiere hacer suponer, que sus afirmaciones las ha sacado de ese libro. Hay una razón adicional para suponer que la fuente de Clemente es directamente Casariego, aunque nunca lo cite, y no la revista Tradición. Donde Casariego habla de “cortes legítimas”Tradición introduce una errata y escribe “cartes legítimas”; Del Burgo entiende que quiso decir “cartas legítimas” y con esa corrección cita. En cambio Clemente evita la errata y para que no quepa duda escribe “Cortes legítimas”. Y se puede sospechar también alguna relación entre Clemente (colaborador de Tradición) y la firma “Sagitarius”.

    En conclusión, recorrida hasta el final esta historia resulta que con las opiniones de otros sobre lo que supuestamente quiso decir Marx y con algún fragmento descontextualizado y manipulado de Engels en un proceso de bola de nieve se ha fabricado y citado reiteradamente como opinión de Karl Marx un texto que él nunca escribió.

    APÉNDICE 2: MÁS SOBRE LA CITA DE MARX

    En el nº 21, julio de 2001, de los Cuadernos de Historia del Carlismo editados bajos los auspicios del Partido Carlista, JosepCarles Clemente publica un artículo que bajo el título de Sobre la cita de Marx acerca del Carlismo contesta al mío publicado enSistema. Su contenido, que copio literalmente, incluidas erratas y faltas de ortografía, es el siguiente:

    «La historia del Carlismo está jalonada, esto es cierto, de derrotas. En las cuatro guerras civiles en las que participó salió, de una forma u otra, vencido: las tres guerras del XIX y su participación en la de 1936-1939.
    Muchos se preguntan el por qué de la superviviencia (sic) carlista. No existe un parangón parecido en la Historia española. La respuesta se puede encontrar en que los problemas que empujó (sic) a los carlistas a la insurgencia, [siguen vivos y sin resolver,] tenemos, sin ir más lejos, el problema vasco.
    El triste sino de los derrotados es asistir al expolio de sus señas de identidad. Los sectores radicales del nacionalismo vasco están intentando hacer como suyas las figuras del general Tomás Zumalacárregui y la del bardo Iparraguirre. En Cataluña se empeñan en la misma operación esquilmadora con el general Ramón Cabrera, "El Tigre del Maestrazgo", y la del arquitecto modernista Antoni Gaudí. En Galicia, con la del escritor Ramón María de Valle Inclán. En Cantabria, con la del novelista José María de Pereda. Y así hasta donde ustedes quieran. Ahora le ha tocado el turno a la opinión que emitió Carlos Marx sobre el Carlismo.
    En la revista "Sistema", número 161 de marzo de 2001, Miguel Izú (sic), ex militante carlista y actualmente inscrito en el entorno de la izquierda domesticada, ha puesto en entredicho la cita del insigne pensador marxista. La cita de Carlos Marx, sin mutilaciones accidentales, es la siguiente:
    "El Carlismo no es un puro movimiento dinástico y regresivo, como se empeñaron en decir y mentir los bien pagados historiadores liberales.
    Es un movimiento libre y popular en defensa de tradiciones mucho más liberales y regionalistas que el absorvente(sic) liberalismo oficial, plagiado por papanatas que copiaban a la Revolución Francesa. Los carlistas defendían las mejores tradiciones jurídicas españolas, las de los Fueros y las Cartas legítimas que pisotearan el absolutismo centralista del Estado liberal. Representaban la patria grande como suma de las patrias locales, con sus peculiaridades y tradiciones propias.
    No existe ningún país en Europa, que no cuente con restos de antiguas poblaciones y formas populares que han sido atropelladas por el devenir de la Historia. Estos sectores son los que representan la contrarrevolución frente a la revolución que imponen las minorías dueñas del poder
    En Francia fueron los bretones y en España de un modo mucho más voluminoso y nacional, los defensores de Don Carlos.
    El tradicionalismo carlista tenía unas bases auténticamente populares y nacionales de campesinos, pequeños hidalgos y clero, en tanto que el liberalismo estaba encarnado en el militarismo, el capitalismo (las nuevas clases de comerciantes y angiontistas) (sic), la aristocracia latifundista y los intelectuales secularizados que en la mayoría de los casos pensaban con cabeza francesa o traducían -embrollando- de Alemania."
    Esta cita la publicó Carlos Marx en la "Nueva Gaceta Renana" el año 1849 y la repitió en el "New York Daily Tribune" en 1854.
    El texto lo encontró, según confesión personal a mi persona, el escritor y periodista asturiano Jesús Evaristo Casariego, en viaje el año 1961 a U.S.A. Visitó la Biblioteca del Congresa (sic) en Washington. Por simple curiosidad pidió a los funcionarios que pulsaran la tecla "Carlismo" para ver lo que existía en esta importante institución cultural estadounidense. Y apareció una colección del periódico, redactado en inglés, "New York Daily Tribune", en el que aparecía este artículo. Casariego lo copió y tradujo al castellano. A1 llegar a España, ese mismo año lo publicó en el diario "ABC", bajo el título de "Don Carlos Marx y la Historia de España e Hispanoamérca" (sic) y, posteriormente, bajo el seudónimo de Sagitarius, en la revista "Tradición", número 19, de mayo -junio de 1961, en su página 36 y con el título de "El Carlismo según Carlos Marx".
    Miguel Izú (sic), también duda de la existencia de esta cita en la revista "Tradición". Para su conocimiento, reproducimos la citada página 36 en facsímil.
    Carlos Marx realizó una intensa producción periodística. En 1842 fue director, durante un año, de la "Gaceta Renana" y en 1848 fundó con Engels la "Nueva Gaceta Renana", en la que ocupó el cargo de redactor jefe. Desde 1851 hasta 1860 fue corresponsal del periódico "New York Daily Tribune", del que cobraba 20 marcos por artículo, siendo esta actividad profesional su principal sustento.
    El libro "La Revolución Española" sólo recoge artículos de los años 1854 y 1856. ¿Qué pasa con los demás siete años? ¿Alguien se ha molestado en consultar esos años? Miguel Izú (sic), desde luego no. ¿Se ha consultado la "Nueva Gaceta Renana", cuya colección está en el Instituto Marx-Engels, de Moscú? Tampoco.
    Carlos Marx era un políglota. Escribía y hablaba el alemán, inglés y francés. Leía perfectamente el castellano y el italiano. Lo de que no conocía el castellano es erróneo. Sólo hay que acudir a las biografías publicadas para conocer este detalle.
    Andreu Nin tradujo los artículos que consiguió en Moscú, pero en la edición de Cenit de 1929 no aparece la cita. El director del Instituto Marx-Engels, de Moscú, era el profesor Riazanov, una especie de comisario político encargado por el Partido Comunista de la Unión Soviética de filtrar y eliminar los artículos "no políticamente correctos" de Marx. Y el texto sobre el Carlismo era uno de ellos.
    La segunda persona que me puso en la pista de que la cita de Marx era auténtica, fue Juan Grijalbo, fundador de la editorial del mismo nombre y militante en Cataluña del P.S.U.C., el partido comunista catalán. Me señaló repetidamente que había visto y palpado el citado documento de Marx, escrito en alemán. Había encargado al profesor Manuel Sacristán, también militante del Partido Comunista, el realizar una edición de las Obras Completas de Marx y Engels en su editorial. Me dijo que el propio Sacristán le pasó una fotocopia del artículo, pero que no podía publicarse por estar embargado por el instituto moscovita.
    Resumiendo. La cita está comprobada en dos direcciones distintas y antagónicas: la del tradicionalista Casariego y la del editor comunista Juan Grijalbo. El primero la vió (sic) en inglés y el segundo en alemán. Para mí, por lo menos, el testimonio de Grijalbo es concluyente y me merece toda la credebilidad (sic).
    De pasada, en el mismo artículo de Miguel Izú (sic) en "Sistema", se duda también del "Manifiesto de las autoridades liberales de La Garriga", de 25 de enero de 1849, en el que se acusa a los carlistas de "comunistas". También para su conocimiento, reproducimos en facsímil la primera página del citado documento.
    Podrán quitarnos la cita de Carlos Marx, cosa que dudo, pero parodiando la película "Casablanca": "Al final siempre nos quedará La Garriga"».

    La lectura de este artículo del señor Clemente no desvirtúa las conclusiones que exponía yo tanto en Sistema como en el Apéndice 1 que incluí posteriormente en esta página. Al contrario, es tal el cúmulo de incongruencias que se contienen en su explicación que me llevan a reafirmarme en mi opinión de que la supuesta cita de Marx es falsa.

    Resulta bastante incongruente que Casariego, después de encontrar supuestamente la cita en inglés en un ejemplar del New York Daily Tribune de 1854 consultado en la Biblioteca del Congreso de Washington, en su artículo de 1961 en el ABC haga referencia a la Nueva Gaceta Renana de 1849 y afirme que la traduce directamente de este periódico (se supone que del alemán).

    Es poco creíble que Clemente, después de treinta años de dar reiteradamente como referencia de la cita la recopilación de artículos de Marx publicada por Andreu Nin en 1929, sólo ahora caiga en la cuenta y reconozca que no se contiene en dicha obra, cuente una imaginativa historia sobre el secuestro de algunos escritos de Marx por parte de los agentes de Moscú, y acabe remitiendo todo a una referencia oral de imposible comprobación. El rigor científico de Clemente brilla por su ausencia; omite referencias explícitas y comprobables (como el número y la fecha de los periódicos donde supuestamente se publicó la supuesta cita de Marx, o el número de catalogación en alguna biblioteca o archivo) y las sustituye por su testimonio de que alguna vez habló con alguien que había visto el documento. Algo así como si se quisiera dar por probada la existencia del yeti aduciendo conocer a alguien que una vez habló con un tibetano que dice que lo había visto.

    Resulta también poco verosímil que el mismo supuesto texto de Marx fuera publicado dos veces, una en 1849 en alemán y otra en 1854 en inglés. Como ya explicaba en mi artículo en Sistema, en 1849 Marx todavía no había empezado a aprender castellano y no se ocupaba de la historia de España; no lo hizo hasta unos años más tarde. Por otro lado, sigue siendo más que sospechoso que una buena parte de la supuesta cita de Marx coincida tan fielmente con un texto, éste sí de 1849, publicado por Engels en la Neue Rheinische Zeitung. Como mínimo esto revela una confusión en los datos.

    Por otro lado, el artículo de Clemente contiene algunas afirmaciones simplemente falsas, que ponen en cuestión su capacidad de lectura y comprensión o su buena fe. Basta releer mi artículo en Sistema para comprobar que yo nunca pongo en duda la publicación de la supuesta cita marxiana en la revista Tradición. Lo que pongo en duda es que su autor fuera Marx. También es notorio que en mi artículo ni siquiera menciono ese "Manifiesto de las autoridades liberales de La Garriga", de 25 de enero de 1849, en el que se acusa a los carlistas de comunistas, manifiesto que ni he manejado en mi investigación sobre la supuesta cita de Marx ni me interesa a estos efectos. Clemente afirma con falsedad evidente que también pongo en duda su veracidad.

    Y una última observación. Hay quien avala la reiterada cita de Marx con otra de Josep Pla, que en su obra Notes delcapvesprol incluye un breve escrito titulado Sobre Karl Marx i el tradicionalisme carlí en el cual la reproduce. Lo que sucede es que el propio Pla afirma haberla leído en un periódico de Barcelona, la referencia es al libro de Andreu Nin y contiene la misma omisión que en las obras de Clemente. El texto de Pla está escrito en los últimos años sesenta o en los setenta; es decir, que únicamente repite lo que ha leído, pero no aporta una nueva fuente que justifique la veracidad de la cita.

    En suma, harían falta otros y mucho mejores argumentos para refutar mis conclusiones sobre la apócrifa cita de Marx. Agradeceré a quien me proporcione cualquier dato en ese sentido, o en el contrario.

    APÉNDICE 3: ARTÍCULO ENVIADO A EL FEDERAL (2-10-2012)

    LA FALSA CITA DE MARX SOBRE EL CARLISMO

    Una cita que nadie ha visto.

    En el año 2000, en el curso de una investigación que estaba realizando y que dio lugar a un libro, quise mencionar la opinión de Marx sobre el carlismo que había leído a varios autores. Como me gusta citar siempre de los originales busqué en la Biblioteca Nacional el libro de donde Josep Carles Clemente afirmaba que procedía, La Revolución Española, traducido y publicado porAndreu Nin en 1929. Para mi sorpresa, la cita no estaba allí. Pensé que podía haber un error y seguí buscando; según Jaime del Burgo en Bibliografía de las guerras carlistas y de las luchas políticas del siglo XIX la cita proviene de la revista Tradición que en 1961 transcribe parte de un artículo publicado en la Nueva Gaceta Renana (Neue Rheinische Zeitung) en 1849 y en el New YorkDaily Tribune en 1854. Consulté Escritos sobre España, edición de Pedro Ribas de 1998 que recoge 28 artículos de Marx en elNew York Daily Tribune entre julio de 1854 y junio de 1857. Tampoco. Consulté sus obras completas en alemán, Marx-EngelsGesamtausgabe (MEGA), y en inglés, Marx-Engels Collected Works. Nada de nada.

    Convencido de que la cita de Marx era apócrifa así lo afirmé en un artículo en la revista Sistema nº 161, de marzo de 2001, sin otro interés que el del investigador que encuentra un dato erróneo. Luego encontré el artículo de Tradición que me remitió a otro en elABC en mayo de 1961 que, junto con otro de Engels de 1849 en Neue Rheinische Zeitung, me permitieron reconstruir cómo se había creado la falsa cita. En los Cuadernos de Historia del Carlismo nº 21, julio de 2001, Josep Carles Clemente publicó un artículo que bajo el título de Sobre la cita de Marx acerca del Carlismo contestaba al mío en Sistema defendiendo la existencia de la cita de Marx con una retahíla de fábulas, inexactitudes y datos completamente falsos. De todo esto, refutando tales falsedades, me hice eco en mi página web (MARX Y EL CARLISMO: EN TORNO), lo que no impidió que muchos siguieran empeñados en creer en la falsa cita de Marx y algunos se sintieran ofendidos por que se pusiera en cuestión su fe en ella.

    Para mi sorpresa, once años más tarde en el número de julio-septiembre de 2012 de El Federal, órgano del Partido Carlista, se vuelve a publicar tal cual el mismo artículo de Josep Carles Clemente. Corren malos tiempos para quien se empeñe en afirmar la existencia de un texto que nadie ha visto con el argumento de que el original está oculto en Moscú o de que es de difícil búsqueda en la Biblioteca del Congreso de Washington. El mundo hoy es muy pequeño. Aparte de que hay vuelos muy baratos a todas partes, cualquiera desde casa puede consultar en facsímil todos los ejemplares del New York Daily Tribune(Browse Issues: New-York daily tribune. « Chronicling America « Library of Congress), al igual que el texto de todos los artículos de Marx y Engels en alemán en la Neue Rheinische Zeitung de 1848 (Karl Marx/Friedrich Engels: Artikel aus der »Neuen Rheinischen Zeitung« 1848) o de 1849 (Karl Marx/Friedrich Engels: Artikel aus der »Neuen Rheinischen Zeitung« 1849), o si lo prefiere todos estos artículos en inglés (http://www.marxists.org/archive/marx...he-zeitung.htm). Si no se fía de que las transcripciones de estos artículos sean fieles al original puede consultar la colección completa del periódico, sin necesidad de ir a Moscú, en la sede de Leipzig de la Deutsche Nationalbibliothek (Biblioteca Nacional Alemana) o, si lo prefiere, puede consultar el catálogo y pedir copias de documentos en su web (Deutsche Nationalbibliothek - Home). Animo a cualquiera que tenga ganas y tiempo que perder –que lo perderá- a buscar el original de la falsa cita de Marx.

    Cómo se inventa una cita.

    Jesús Evaristo Casariego, escritor carlista asturiano, publicó en el ABC de 11 de mayo de 1961 un artículo titulado “Don Carlos Marx y la Historia de España e Hispanoamérica" consultable en la hemeroteca digital de ese periódico
    (ABC (Madrid) - 11/05/1961, p. 41 - ABC.es Hemeroteca). Comenta que "son interesantes y originales las observaciones de Marx sobre el carlismo" y transcribe lo que califica de «una curiosa interpretación de Marx sobre el tradicionalismo que creo no ha sido todavía publicada en castellano: "No existe ningún país en Europa que no cuente con restos de antiguas poblaciones y formas populares que han sido atropelladas por el devenir de la historia. Esos sectores son los que representan la contrarrevolución frente a la revolución que imponen las minorías dueñas del poder. En Francia lo fueron los bretones y en España, de modo mucho más voluminoso y nacional, los defensores de don Carlos" (Este párrafo está traducido directamente y publicado por primera vez en castellano, de la "Nueva Gaceta Renana", colección de 1849.)». Yerra la cita, que no es de Marx, sino de Engels y publicada en Neue Rheinische Zeitung nº 194 de 13 de enero de 1849 bajo el título de "Dermagyarische Kampf" y no la transcribe con fidelidad; el original, traducido del alemán, realmente dice: "No hay ningún país europeo que no posea en cualquier rincón una o varias ruinas de pueblos, residuos de una anterior población contenida y sojuzgada por la nación que más tarde se convirtió en portadora del desarrollo histórico. Esos restos de una nación implacablemente pisoteada por la marcha de la historia, como dice Hegel, esos desechos de pueblos, se convierten cada vez, y siguen siéndolo hasta su total exterminación o desnacionalización, en portadores fanáticos de la contrarrevolución, así como toda su existencia en general ya es una protesta contra una gran revolución histórica. Así pasó en Escocia con los gaélicos, soporte de los Estuardo desde 1640 hasta 1745. Así en Francia con los bretones, soporte de los Borbones desde 1792 hasta 1800. Así en España con los vascos, soporte de Don Carlos".

    Alguien con el seudónimo “Sagitarius” transcribe, también con poca fidelidad, en la revista Tradición parte del artículo de Casariego pero sin distinguir y revolviendo lo que son meras opiniones de este y lo que atribuye a Marx, adjudicando al autor alemán todo un texto que no escribió jamás. A partir de ahí otros autores copian entrecomillado el texto de Tradición y lo adjudican entero a Marx. Entre ellos y destacadamente Josep Carles Clemente, que no sé si tuvo algún papel como autor o cómplice en la invención, pero desde luego al menos lo tiene como encubridor. Después de treinta años de dar reiteradamente como referencia de la cita el libro deAndreu Nin solo a partir de mi artículo en Sistema reconoce que no está ahí, echando la culpa al secuestro de algunos escritos de Marx por parte de los agentes de Moscú, y cuenta que la cita la encontró Casariego en inglés en el New York Daily Tribune en la Biblioteca del Congreso de Washington, cuando el propio Casariego escribe que traduce de la Nueva Gaceta Renana, obviamente del alemán. Nunca ha dado el número y la fecha de los periódicos donde supuestamente se publicó la cita y su única referencia indirecta es el testimonio de dos personas (Casariego, Juan Grijalbo) de las que afirma que han visto el texto original y se lo han contado. Ambas tienen en común que, ya fallecidas, no podrán llevarle la contraria.

  2. #2
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    Re: Artículos sobre carlismo

    De Deia, Noticias de Bizkaia - Noticias de última hora de Bizkaia, Euskadi e internacionales. del carlismo "per accidents" al nacionalismo vasco


    SE suele dar por sentado, de forma un tanto simplificada, que los hermanos Arana-Goiri eran dos jóvenes carlistas que protagonizaron una fractura del carlismo vasco, iniciando la corriente nacionalista vasca de corte secesionista. Recientemente, se ha planteado una interesante tesis en la que se apunta la posibilidad de que llegasen al independentismo antes que al Jaungoikoa eta Lagizarra y de que su paso por el ambiente universitario e intelectual barcelonés pudo influenciar en la conformación de su pensamiento.
    Generalmente, cuando se habla del Carlismo se tiende a pensar que es un fenómeno uniforme, una ideología definida y, sin embargo, fue algo bastante más complejo, más aún si estudiamos el fenómeno histórico de la última Guerra Carlista (tercera en la historiografía española, segunda en la historiografía vasca). Al comenzar la década de 1860, el movimiento Carlista apenas tienen fuerza y seguidores. En el caso del País Vasco la defensa foral y la elaboración de una teorización foral, que entendía los fueros como soberanía originaria, corrió a cargo de los liberales fueristas; personajes como Delmas, Gaminde, Lemonauria, Pedro Egaña, Barroeta Aldamar, Ortiz de Zarate, Moraza, Sagarminaga, etc. fueron los paladines de la defensa foral y elaboraron toda una rica e interesante teorización que heredó el nacionalismo vasco en sus postulados.
    Por extraño que nos pueda parecer hoy en día, un hecho internacional vino a trastocar el curso de la historia y de los acontecimientos. En 1861 se proclamó el Reino de Italia que aspiraba a integrar los estados pontificios y acabar con el poder terrenal del papado. El papa de Roma se autoproclamó “el rehén del Vaticano” (si bien Roma no fue tomada hasta 1870). El año 1863 tuvo lugar en las Cortes españolas un intenso debate sobre el reconocimiento del Reino de Italia y, a partir de ese momento, se produjo una fractura en el mundo liberal, surgiendo el partido de los llamados neocatólicos.
    La cuestión religiosa, que hasta entonces había tenido una importancia relativa, cobró una relevancia fundamental en la política. El País Vasco no fue ajeno a esta disputa y eminentes hombres del liberalismo moderado tales como el alavés Ramón Ortiz de Zarate o el portugalujo Miguel de Loredo pasaron de las filas liberales moderadas al neocatolicismo. La cuestión religiosa, la prevalencia de los principios católicos y del poder terrenal de la Iglesia, pasó a ocupar un primer lugar en paralelo con la causa foral, y se produjo una acercamiento, que con el tiempo pasó a ser una fusión con el Carlismo.
    Será en 1864 cuando por primera vez nos consta que apareció esa proclama en un discurso del apoderado por Portugalete Miguel de Loredo ante las Juntas Generales de Bizkaia: Son dos palabras sagradas que subyugan el ánimo y que están grabadas en el corazón de los hijos de estas provincias; son dos palabras que hacen el encanto de nuestras almas; (...) ¡JAUNGOIKOA ETA FORUAC!”
    El nuevo lema fue adoptado inmediatamente por neocatólicos y por carlistas vascos, creando una cohesión tal en torno al lema, que desde ese momento no existió prácticamente distinción entre ambos. Un efecto que podemos calificar de positivo en este acercamiento es la alianza con los navarros que preconizaban una unión vasco-navarra y el paso del Irurak bat al Laurak bat, liderado por el alavés Ortiz de Zarate y los navarros Nicasio Zabalza y Cancio Mena. Se creó el influyente Semanario católico vasco navarro (1866) y posteriormente el periódico semanal El País Vasco Navarro (1869) con el lemaJaungoicoa eta Fueroac que en su primer número abogaba por que absolutistas o republicanos, moderados y progresistas se unan fraternalmente para defender los fueros a toda costa.
    GUERRA CARLISTA El advenimiento del sexenio democrático (también llamado revolucionario) entre 1868-1874, el debate de la Ley de libertad de cultos, la proclamación de un Saboya como rey de España (tachado de liberal-masón y enemigo del papado) exacerbó aún más los ánimos y las tendencias y todo ello desembocó en una guerra carlista que, aunque no deseada por los neocatólicos, no se pudo evitar, porque en la nueva alianza se impusieron las tesis de los carlistas anti parlamentaristas, como el marqués de Valdespina, que abogaban por la rebelión armada. Cabe destacar el papel de liderazgo que ejerció el sacerdote y diputado a Cortes por Gipuzkoa Vicente Manterola, de cuyo famoso discurso contra la Ley de libertad de cultos en el Congreso de los diputados el cronista parlamentario Cañamaque llegó a escribir: La Cámara comprendió, desde luego, que el adversario era temible y que Castelar tendría que hacer un esfuerzo. Debe de apuntarse también que en las primeras elecciones por sufragio universal (masculino) de la historia, en 1869, la candidatura carlista/neocatólica obtuvo en Bizkaia más de 90.000 votos, mientras que la suma de las dos candidaturas liberales apenas superó los 18.000.
    Si bien se ha dicho anteriormente que desde el bando carlista apenas existe una teorización sobre la Foralidad, hay que hacer salvaguarda de la obra de Pedro Novia de Salcedo Defensa histórica, legislativa y económica del Señorío de Vizcaya y provincias de Álava y Guipúzcoa, obra en cuatro volúmenes, brillante y monumental donde las haya, pero de difícil lectura y a la que Miguel de Unamuno calificaba irónicamente de “ladrillo”. Es de destacar la fuerte amistad que unió a tres personajes que resultará de suma importancia para nuestra historia: Alejo Novia de Salcedo (hijo de Pedro Novia de Salcedo), Santiago de Arana (padre de Luis y Sabino) y Aristides de Artiñano, este último publicará en 1868 su obra, breve pero concisa, La causa Vascongada (Jaungoicoa eta Foruac), en la que resume y sintetiza las ideas de Novia de Salcedo y las elaboraciones doctrinales sobre la foralidad de los liberales y que se convertirá en una especie de libro de cabecera para toda una generación.
    Se formará pues un carlismo vasco que no tiene como lema el Dios-patria-rey de los tradicionalistas españoles, ni el Dios-patria de los neocatólicos. El carlismo vasco es una tercera fuerza (de hecho la única significativamente fuerte en su ámbito) que tiene como único lemaJaungoicoa eta Foruac (el cura Santacruz dice claramente que él no luchaba por Don Carlos sino por Dios y los fueros), este es el carlismo per accidens de Sabino Arana. Se entiende perfectamente que acabada la guerra carlista una gran parte de los seguidores carlistas vascos rompieron con el legitimismo que representa Carlos VII y pasaron al nuevo Partido Integrista, para abrazar poco después el nacionalismo vasco.
    Sabino y Luis Arana, nacieron y vivieron su juventud imbuidos de pleno en estas ideas, de las que su propio padre había sido, no solo militante sino adalid activo, y que llevó a toda la familia a vivir un exilio en Iparralde. Eran herederos de la teorización foral carlista y liberal, y aquí cabe preguntarse ¿Cuándo decidieron transcender desde el foralismo radical al nacionalismo? Para mí la respuesta es sencilla, en el último cuarto del siglo XIX todos los nacionalismos en Europa pasaron a tener una base etnicista. Durante su etapa universitaria en Barcelona tuvieron contacto con dos realidades modernas y en boga en toda Europa: una es el principio de las nacionalidades, la otra es la moderna organización de los partidos políticos. En 1877 Pi y Margall publica su obra Las nacionalidades, la cuestión vasca que hasta entonces había tenido únicamente un debate legal-historicista, pasa a tener una dimensión de nacionalidad. El viejo silogismo de los foralistas como Artiñano o Sagarminaga (Foruak) que se formulaba como:
    Premisa Mayor: Bizkaia es un estado Independiente que pacta de igual a igual con Castilla, manteniendo su soberanía.
    Premisa menor: Castilla (España) ha roto el pacto de unión o de cosoberanía de forma unilateral y sin tener capacidad legal para hacerlo.
    Conclusión: El pacto entre Bizkaia y Castilla (España) debe de ser reestablecido en su integridad.
    Pasa a ser reformulado por Sabino y Luis (Lagizarra), incorporando el principio de nacionalidades de la siguiente manera:
    Premisa Mayor: Los vascos forman una nación, y como estados Independientes pactaron de igual a igual con Castilla, manteniendo su soberanía.
    Premisa menor : Castilla (España) ha roto el pacto de unión o de cosoberanía de forma unilateral y sin tener capacidad legal para hacerlo.
    Conclusión: La nación vasca queda desligada de pactos anteriores y debe de proclamar su independencia.
    No obstante este nuevo enfoque nacional y etnicista propio de todos los nacionalismos de finales del XIX, Sabino y Luis mantendrán el entronque con la tradición del país, y de sus mayores, y así se entiende al analizar el artículo publicado por Sabino Arana en El Correo Vasco el 22 de agosto de 1899 titulado Reaccionarios y neos y que en el mismo llegue a afirmar: Somos, pues, reaccionarios y neos por la bondad y certeza de nuestra reacción y neísmo se sigue de la calidad y número de los que como tales nos señalan. Pero también, y esto sé que es más difícil de aceptar por alguna corriente historicista, incorporarán a sus postulados toda la teorización foral que anteriormente había sido elaborada por los liberales fueristas.
    Ello permitirá que gentes de ambas procedencias ideológicas abracen los postulados nacionalistas vascos y se incorporen a un partido de corte moderno que habría de transformar la historia de los vascos en adelante, dando un nuevo rumbo a nuestro pueblo.
    ReynoDeGranada dio el Víctor.

  3. #3
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    Re: Artículos sobre carlismo

    Enlace al artículola impronta religiosa en la vida del Infante don Carlos María Isidro de borbón:

    Moral Roncal

  4. #4
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    Re: Artículos sobre carlismo


  5. #5
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    Re: Artículos sobre carlismo

    La sociología del carlismo catalán durante la guerra de los "matiners": HISPANIA NOVA Revista de Historia Contemporanea - Articulos

  6. #6
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    Re: Artículos sobre carlismo

    Categoría "carlismo en Wikipedia": es.wikipedia.org/wiki/Categoría:Carlismo

  7. #7
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    Re: Artículos sobre carlismo

    Artículos de la voz, círculo carlista: http://www.lavoz.circulocarlista.com...a-del-carlismo

  8. #8
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    Re: Artículos sobre carlismo

    El misterio de Montejurra (de Jeremy MacClancy)

    Por definición no se puede explicar un misterio. Un misterio es lo inexplicable;es algo siempre relativo a nuestros métodos de explicación. Así, antes, hubomisterios, que ya no lo son. Han sido "explicados" a nuestra satisfacción porinvestigadores y académicos, sobre todo científicos. Por ejemplo los físicos delsiglo pasado no podían explicar el comportamiento de las partículas sub-atómicas.Gracias a Einstein y sus colegas, ya entendemos por qué las partículas actúan así.Pero hay algunas cosas que se resisten a la explicación. No podemos y nopodremos nunca explicarlas dentro de su propio mundillo. Para los Católicos creyentes,la Trinidad es un misterio. No pueden pretender entenderlo; tienen sencillamenteque aceptarlo. Es algo dado con la fe.Dada esta sitguación aparentemente cerrada, lo que podemos intentar explicares la manera ritual de presentar y fabricar un misterio para que los participantes loacepten completamente. Y en esta ponencia yo quiero hablar de un misterio carlistay la manera de la elite carlista de mantenerlo y reforzarlo en un rito central.Llevo bastantes (tal vez demasiados) años haciendo trabajo de campo en unpueblo de 500 almas al sur de Pamplona. Uli Alto, como lo llamo, esta situado enla zona media de Navarra, la zona carlista por autonomasia. Cuando pregunto aviejos boinas rojas por qué son carlistas, me contestan, "¡Porque sí! y basta". Siinsisto y digo, "Pero ¿por qué no puedes hacerte algo distinto? (por ejemplo, liberal)"parecen un poquitín molestos, gesticulan un poco, y dicen con énfasis, "Porquesoy carlista, ¡hasta la muerte! ¡Porque sí! ¡Porque sí!".En otras palabras hemos llegado a lo inexplicable, a una creencia fundamentaldentro del mundillo carlista. Para los mayores, ellos nacieron carlistas, y van amorir así, a lo mejor, con la boina roja puesta en el ataúd. Los viejos requeté s no se47 preguntan por qué piensan así. Sencillamente, viven así. Su identidad carlista esalgo indiscutible, algo que les hace distintos de los otros.El rito central del carlismo, donde este misterio desempeña un papel importanteera y es la romería anual de Montejurra. Este rito se creó en 1939 para conmemorara los requetes muertos. La gente se reunió al pie del pequeño monte deMontejurra, un kilómetro al sur de Estella en Navarra. Requetés y madres derequetés muertos llevaron cruces de madera, cada una dedicada a la memoria dealgunos tercios. Toda la gente subió al monte, dejando las cruces en agujeros en elcostado del camino hacia la cumbre. Los sacerdotes rezaron las estaciones enfrentede cada cruz y los peregrinos rezaron Ave Marias entre las estaciones. En la cumbrelos sacerdotes acompañados por dos coros, celebraron una Misa. Después delservicio, algunos carlistas importantes se dirigieron a la concurrencia, glorificandola causa carlista y su aporte a la Guerra Civil. Luego los peregrinos bajaron,comieron en el campo y pasaron la tarde tomando potes en el Casco Viejo de Estella,antes de volver a casa.Esta forma de la ceremonia, aparentemente tan sencilla, se ha mantenido hastahoy. Su tamaño, su significación política, y estructura básica -subir al monte, lamisa en la cumbre, los discursos políticos, y la comida final- no han cambiado.Montejurra sigue siendo Montejurra.Lo que quiero hacer en esta ponencia es estudiar la significación de la ceremonia.En lugar de analizarla de una manera estructuralista - donde siempre hay elpeligro de imponer significados donde no los hay para los participantes - quieroanalizar el discurso escrito de la elite carlista sobre este rito. Me gusta pensar que,de esta menera, puedo evitar el pecado de inventar una significación simbólica queno es reconocida ni sentida por los participantes. Al menos, puedo intentar evitarlo.El discurso empleado por un periodista carlista en El Pensamiento Navarroproporcionó un cuadro interpretativo dentro del cual los lectores pudieron entenderMontejurra. Estos artículos fueron escritos como guías, como maneras de enriquecerla experiencia carlista de la ceremonia. Mucha de su interpretación simbólica,además, no fue creada de nuevo, o de la nada, sino que re-escribó metáforas carlistasya existentes.Todos los años, el día de la ceremonia o los días anteriores a ella, el redactordel Pensamiento escribía una serie de artículos sobre el pasado carlista de Montejurra,el monasterio a su pie, EsteBa, y pueblos colindantes. Estos artículos "espesaron"el entendimiento de los peregrinos de su actuación en el rito y dirigieron sumirada. Desde la cumbre del monte pudieron aprender a leer el paisaje en términoscarlistas, recordando pueblo's distintos por sus connotaciones históricas: éste fue ellugar del nacimiento de un comandante carlista; aquel otro, el sitio de una batallagloriosa; un tercero, donde un general famoso cayó herido, etc., etc. Un escritor,pretendiendo estar cansado de catalogar las memorias carlistas que pueden serevocadas por la vista desde la cumbre, confiesa, ¿Para que enumerar más, si cadarincón de esta tierra es el lugar del holocastro de un Mártir de la Tradición? Osea,48 la historia carlista es tan rica sobre el suelo navarro que se pueden interpretar sussignos por todas partes; y desde el mirador de un monte pequeño las posibilidadesson limitadas solamente por el límite geográfico del horizonte.El monte físico en sí mismo, puede ser utilizado también para este fin interpretativo,porque "no es una montaña cualquiera, sino algo que no tiene par". Estan duro, tan firme como los ideales carlistas. Para los periodistas, "el monte austero"les recuerda a los carlistas el "mensaje de la Tradición": su solidez y dimensiónenorme pueden revitalizar y renovar la fe. Cuando las nubes cubren el monte, loscarlistas de la zona suelen decir que Montejurra se ha puesto la boina. Dentro deesta serie funambulesca de metáforas, Montejurrarepresenta el Carlismo petrificado,sus ideales tan resistentes, tan perdurables como la piedra.Las connotaciones religiosas del monte, con sus acepciones de permanencia,solidez, y naturaleza perpetua, llevan consigo ecos bíblicos de revelación divina.La cumbre es un sitio donde el cielo se encuentra con la tierra. Es un sitio deencuentro entre la profanidad mundana y una espiritualidad más alta. En este sentido,Montejurra pudo llegar a ser un punto de referencia clave para los carlistas,orientando su concepción del mundo. Subir al monte era una manera para ellos derealizar los ideales tan altos del movimiento que encarnaban.Cada cruz en el camino del Vía Crucis fue inscrita con los nombres de algunostercios. Y los agujeros donde estaban colocadas fueron elegidos intencionadamenteen los sitios más llamativos en el camino a la cumbre. La intención manifiestafue la de impresionar a los peregrinos y hacerles "rezar como rezan los Cató-licos". El simbolismo de la guerra era subrayado por algunos escritores que notabanla conjunción de la cruz y la bandera nacional en la procesión. Las madres deluto que llevaban cruces dedicadas a los tercios de sus hijos, estaban haciendo tambiénun sacrificio, de la misma manera que sus hijos habían sacrificado sus vidas.Para un escritor la bandera nacional, junto con la cruz, le asemejaban la procesióna una columna de la guerra. En otras palabras: actuando como soldados entrandoen una batalla, los peregrinos fueron re-interpretando metafóricamente la guerra ensí misma.En las páginas del Pensamiento la ceremonia fue caracterizada como de lutopara los muertos de la guerra y, a la vez, de felicidad, porque los participantesmanifestaron "la vitalidad de espíritu de una raza de idealistas". Los artículoshicieron hincapié en la naturaleza religiosa de Montejurra, en el sacrificio hechopor los participantes, en la emoción que manifestaron, y en el espíritu que expresaron.Subir el monte fue un sacrificio: el camino fue difícil, lleno de barro, y penoso.El sacrificio físico era necesario para prepararse espiritualmente y emocionalmentepara la misa en la cumbre. Subir Montejurra fue una especie de mortificaciónque se ofreCÍa a la memoria de los caidos.También, la actuación de Montejurra generó "espíritu", el mismo "espíritu"manifestado por los que se echaron al monte en 1936. Montejurra fue una manerade mantener "la elevación espiritual" de los primeros meses del levantamiento.Todos subieron al monte "con el mismo espíritu y el mismo ideal inmortal". Esta49 idea de "espíritu" unió a los muertos y a los vivos participantes en la ceremonia.Fue una manera de juntar al pueblo carlista, vivos y muertos, presentes y fisicamenteausentes.También los periodistas carlistas hablaron de la sangre, como metáfora de losmuertos y como tropo fisiológico para constancia ideológica. Para uno, la visiónde miles de boinas rojas subiendo y bajando el monte fue "como una arteria desangre fresca manteniendo la vida del monte quieto. Cambian los nombres y sesuceden las generaciones y la sangre sigue cumpliendo el flujo y reflujo de los piesa la cumbre del monte, desde el corazón carlista de Navarra". Los individuos puedenmorir, pero el pueblo carlista sigue.Montejurra fue representado como una unidad dentro de la variedad. Los peregrinosprocedían de clases sociales y regiones distintas. La noche anterior en Estellafue de "fraternidad profunda". Como dijo El Pensamiento, "todos son uno en lagran familia carlista". Y algunos carlistas subieron Montejurra en famille. El Pensamientohasta publicó fotos de un carlista viejo escalando el camino con su hijo ysu nieto. En 1957 un pequeño de 7 añós subió con su bisabuelo. Los discursos deldía subrayaron esta continuidad genealógica. La gente aplaudió a un dirigente quedijo que hablar al pueblo carlista en Montejurra significaba para él la máxima distinción:"que yo recibo rodeado de mi mujer y de mis hijos testimonio máximo quepuedo dejarles en herencia de fidelidad, como la de mis padres, a una Dinastía y aunas Ideas". El orador siguiente habló de la tradición familiar, "ya es bastante queexista esta tradicicón pues, qué más se puede decir de una idea, sino que haya llegadoa arraigarse de tal manera en la naturaleza paterna que incluso al transmitir elcuerpo a los hijos les transmitan los padres también la idea". Siguió, "El acto deMontejurra es un acto de veteranos, y también de juventud, y hasta de los que estánen expectativa de nacer para que están predeterminados a ser carlistas si son hijosde padres carlistas". Estas palabras fueron recibidas con aplausos. Algunos levantaronsus bebés por encima de sus cabezas, gritando "¡Muy bien"! ¡Muy Bien!.Sacrificio, emoción, espíritu, sangre, unidad dentro de la variedad, familia,continuidad genealógica: estos atributos y tareas reforzaron y elaboraron el discursoCarlista. Fueron una ampliación del discurso a la actuación del rito central delCarlismo. Como aspectos centrales común a todos carlistas buenos, su papel fue dereforzar un sentimiento de solidaridad. El rito a la vez presupuso y generó solidaridad.La gente se reunió en Montejurra para revitalizar su fe en el movimiento,para recordar las hazañas de los muertos, y más tarde en el día, para disfrutar delambiente festivo de carlistas, en un contexto carlista. Los participantes se encontraronno como aldeanos ni profesionales, ni sacerdotes, sino como Carlistas - unaidentidad no limitada ni por el pueblo natal, ni por el tipo de trabajo, sino comohomenaje al movimiento nacional del pueblo. La gente pudo dejar sus papelescotidianos durante el día de la ceremonia, dejar a un lado gran parte de su estructurasocial normal, y afirmar una manera algo distinta de organizar el mundo.El discurso empleado por periodistas, y las palabras de los oradores, intentaronpromocionar la unidad. Las lecturas distintas posibles del mensaje carlista,50 más tarde ejemplificado por la lucha ideológica entre tradicionalistas y progresistascarlistas, no fueron expresadas en los escenarios de Montejurra. En una plataformatan pública, los oradores no criticaron a sus colegas ni discutieron diferenciasinternas de opinión carlista. Montejurra no fue para ellos un lugar de debate;no fue un sitio donde se podían cuestionar misterios; fue uno donde los promocionaban.No hubo espacio allí para discusiones largas sobre las actitudes distintasmantenidas por las diversas facciones. Más bien para la mayoría de los oradores,fue una oportunidad de exponer de modo muy claro los ideales del movimiento,como ellos lo entendieron.La cumbre de Montejurra, cubierta con boinas rojas, la mañana de la ceremonia,dió sustancia literal a la idea de una comunidad carlista. La ceremonia dióexistencia real al carlismo, objetivando lo que era normalmente invisible. Si losrequetés no pudieron volver a tomar las armas, pudieron por lo menos reagruparse,desfilando ante su rey. Montejurra no fue sencillamente un espectáculo. No fuemeramente una vista impresionante para ser contemplada desde lejos: fue unaceremonia participante donde "la masa" fue parte intrínseca de la actuación. Elnúmero de personas que asistió a la ceremonia y su reacción a los discursos (o seala fuerza de sus aplausos) fue parte integral de los actos del día. Los carlistas sereunieron en la ceremonia para estar con sus compañeros, para conmemorar de unamanera colectiva sus muertos, y para glorificar un movimiento del que formabanparte. En la cumbre, los carlistas estuvieron más cerca del Señor y a la vez acompañadosespiritualmente por sus antecesores. Aquí, los vivos y los muertos seencontraron, bajo el cielo de Dios.Como una celebración colectiva de su propia existencia, Montejurra se parecea la concepción de Durkheim de ritos como actos donde sociedades pueden adorarsea sí mismas. Según esta lógica, para los Carlistas, Montejurra fue un peregrinaje,no a un dios, sino a sí mismos. En estos términos el rito no fue el carlismo objetivado,sino deificado.

  9. #9
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    Re: Artículos sobre carlismo

    LA II GUERRA CARLISTA EN NAVARRA (1872-1876):
    REPRESIÓN YEXACCIONES . LA CUESTIÓN FORAL Y LA GUERRA
    M° Soledad Martínez Caspe
    Una de las consecuencias fundamentales de la última guerra carlista va a ser la crisis delas haciendas locales. Alas penurias causadas por el conflicto bélico, hay que añadir el lastrede una crisis hacendística estructural, no específica de Navarra, de la que ya tenemosestudios significativos sobre el primer tercio del siglo XIX 1 .Las medidas represivas contra la población civil fueron practicadas por los dos bandoscontendientes . De éstas, fueron las imposiciones de carácter económico las que ocasionaronlos sacrificios más duros de particulares y corporaciones municipales, concretamente lasfuertes exacciones que suponía la manutención sobre el terreno del ejército y demás fuerzasprovinciales movilizadas para la guerra. El enorme esfuerzo que todo esto supuso para los ayuntamientos navarros se incrementa,en este momento, ante la paralización de las fuerzas productivas que implicaba el conflictoy la obligación de tener que satisfacer la fiscalidad ordinaria.La II Guerra Carlista no supuso ninguna innovación con respecto a los conflictos bélicosque se producen a lo largo de este siglo, ni en las medidas represivas, ni en las demovilización de hombres y de recursos . Lo que pretendo en este artículo es sistematizar yaportar datos concretos sobre este aspecto de la guerra prácticamente desconocido, peroesencial para analizar las consecuencias de la misma .Este estudio hace una valoración desigual cuando se habla del bando liberal o del bandocarlista . El análisis es más exhaustivo en el primer caso . Esto viene dado porque lasprincipales fuentes manejadas son siempre documentos que se envían a Diputación y otrasautoridades liberales o que han sido tramitados por ellas . Mientras, en el caso del carlismo,las fuentes directas encontradas han sido más escasas .El otro hilo conductor de este trabajo se fundamenta en la coyuntura inmediata que viveNavarra después del conflicto .Los problemas económicos anteriores se agudizan ante la obligación de seguir suministrandoa un ejército de ocupación que permanecerá en Vascongadas y Navarra, por lainversión derivada de volver a reactivar las fuerzas productivas y por las malas cosechas deestos años .El tema de la cuestión foral, que es abordada en el presente artículo desde la perspectivade la fiscalidad privativa de Navarra, está en el candelero político de estos años . El gobiernode la Restauración una vez eliminado el último peligro que le quedaba, el carlismo, afianzadefinitivamente su proyecto moderado de Estado liberal . El centralismo es una consecuencialógica del mismo y las particularidades fiscales Navarras chocarán con él y con las necesidadesde dinero de las arcas estatales . Se produce un tira y afloja entre ambos, que yaveníamos observando desde 1841 . El Estado aprovechará la coyuntura de la guerra parajustificar sus injerencias en el sistema jurídico foral y la élite política Navarra interpretarátales medidas como un «castigo», incompatible con la ley de 16 de agosto de 1841 .Vamos a observar a lo largo de este artículo cómo se manifiestan las diferentes formas derepresión durante la guerra, haciendo especial hincapié en las exacciones de caráctereconómico, y cómo todos estos aspectos enlazan con la cuestión foral .1 . LOS AÑOS DE LA GUERRA, 1872 - 1876La sublevación carlista, que en un principio no parece ser preocupante a ojos de lasautoridades políticas y militares, adquiere carácter de importancia . Por ello, un bando delCapitán General de las Provincias Vascongadas y Navarra, José Allende Salazar declaradesde Vitoria, el 22 de abril de 1872, el estado de guerra en las cuatro provincias. Era necesarioponer en marcha la movilización de hombres y de recursos .El peso económico de la sublevación recaerá, desde su inicio, sobre los municipios . Así,desde el 21 de abril 3 se moviliza a 200 hombres como «voluntarios de la libertad» y, pocodespués, el 20 de mayo 4 se estipulará que los gastos de estos cuerpos que serán en número de unos 700 corren de cuenta de los pueblos mediante autorización deesta diputación sin que le haya ocurrido ni un momento que de los fondos del Estado sereintegre absolutamente cantidad alguna por ese concepto ; queda pués el gobierno libre detodo compromiso respecto á los gastos de movilización de los voluntarios de Azagra y de losdemás de su clase 5 ».Para el 20 de julio la insurrección ha sido vencida y se interrumpen lospagos a los cuerpos movilizados .A final de diciembre de 1872 se produce el segundo levantamiento carlista, pero éste seráel inicio de una larga y cruenta guerra de cuatro años que nadie preveía . El 20 de diciembre6se establece la creación de un cuerpo de 500 hombres, la Guardia Foral, un cuerpo franco«que sirva para sostener, proteger las personas y propiedades que persiga malhechores y déausilio á las autoridades7 » y que no en pocas ocasiones servirá de instrumento de represiónpara el cobro de contribuciones y la defensa de la propiedad en los conflictos sociales que segeneran dentro de la guerra .Años después, según una relación dada por Diputación el 14 de mayo de 1875, la fuerza«que se ha movilizado para la persecución del carlismo, el pillage y el bandolerismo, pagadade fondos municipales, provinciales ó del Estado / . . . / (se exceptua la fuerza municipaldestinada al cuidado de policía urbana y demás servicios municipales)», constaba de lossiguientes cuerpos : Milicia Nacional ; Guardia rural ; contraguerilla ; guardia foral, 625hombres ; guardia foral sedentaria, 51 hombres; emigrados, 87 hombres . De los primeroscuerpos no da relación del número de sus componentes, porque no dependían directamentede la Corporación 8 . A ello hay que añadir unos 8 .000 hombres que conformaban los cuerposde voluntarios de la libertad, también financiados por la provincia 9 .Las tropas auxiliares provinciales correrán, pues, a cargo de las provincias respectivas .De este modo, tenernos que desde el año de su creación en 1873 hasta 1876 la Diputaciónsatisfizo a la guardia foral la cantidad de 5 .937.610,18 rs . von. (1 .484.402,5 ptas .) y572.298,50 rs . von . (143 .074,62 ptas.) a los voluntarios liberales movilizados en 1872-1873 10 . Así también, los pueblos serán obligados a la manutención de las tropas gubernamentales,que se encuentran en la zona, bajo la promesa del reintegro de unos suministros,que en la mayoría de los casos no se cumplirá .Y es que, los suministros constituirán el capítulo más oneroso de la guerra y el que condiferencia más contribuirá al endeudamiento de las arcas municipales . Según Extramiana,esta actitud del gobierno «descubre la debilidad financiera del Estado central, debilidadligada al nivel de la producción nacional y al problema impositivo» 11 , que hizo que necesariamentelas provincias rebeldes sufragaran una parte importantísima de los gastos militares. Este problema, si bien era una constante del Estado del liberalismo español, se agudizaante el esfuerzo económico que supone el conflicto bélico .El tema de los suministros será una constante preocupación durante y después de laguerra, como queda constancia en las quejas que los pueblos envían a Diputación y que éstatransmite al Gobierno, fundamentalmente después del conflicto .En principio, para evitar la entrega arbitraria de suministros se proyecta la creación deuna Junta Central de Suministros y cinco locales o de merindad, con el fin de que rija el principio de «equidad y de igualdad» entre los pueblos, según petición de la Diputación alGeneral en Jefe del Ejército del Norte . Serán las encargadas de gestionar la entrega desuministros por los pueblos y de recoger los recibos justificativos que se expidan por lasautoridades militares para su posterior reintegro . La liquidación de los mismos, a pesar dedichas medidas, planteará problemas para hacerse efectiva durante y después de la guerra :unas veces porque no se expiden recibos, otras porque éstos no cumplen los requisitos queexige la intendencia militar, y otras porque las autoridades militares exigen a los pueblosraciones ilegales .Resulta difícil cuantificar la cantidad a la que asciende lo suministrado por los pueblosdurante la guerra, pues hay que tener en cuenta que las relaciones de datos con las quecontamos se refieren a artículos liquidados después del conflicto y no reflejan las cantidadesreales de lo suministrado. Se constata la referencia a exacciones ilegales (no estipuladas porlas autoridades militares), una importante cantidad de recibos que se devuelven por imperfecciones,descuentos practicados a los pueblos en esa liquidación, datos que no seconsideran en las liquidaciones realizadas . Hay que añadir, además, los gastos originadospor la prestación de bagajes y la realización de fortificaciones .Una aproximación de lo que supuso la entrega de suministros, se obtiene de lo queentregaron los pueblos en raciones de carne y vino a los distintos cuerpos y clases del ejércitoliberal, ya que fueron las más caras y abundantes de las que se facilitaron, sin olvidar quefueron variados los artículos suministrados (cereales, pan, ganado, velas, carbón, leña. . .) .Esto permite, además, realizar una valoración territorial para comprobar qué zonas deNavarra se vieron más afectadas por este hecho .Según datos generales facilitados por la Secretaría de la Diputación sobre lo que elEstado adeuda a los pueblos de Navarra en concepto de suministros 13 , tenemos las siguientescifras :- 5 .699.661,05 pesetas por lo entregado al ejército durante la guerra por los pueblos enconcepto de carne, vino y aguardiente (carne y vino. . . . 5 .693.602,05 ; aguardiente . . .6.059) .- 334.073,12 pesetas se calcula por el suministro de pan en el año que estuvo «el ejercitode ocupación» después de la guerra .- Respecto a la pregunta que se le hace sobre contribuciones y multas impuestas por losgenerales a municipios y particulares, manifiesta que «no se pueden facilitar datosconcretos . Lo único que puede decirse es que al terminar la guerra civil, se incoaron másde 3 .000 expedientes en solicitud de indemnizaciones de perjuicios por diversos conceptos .Muchos de esos expedientes se desestimaron por la Comisión nombrada al efecto . Otrosconsiderando por la reclamación a que se referían, se remitieron al Sr . gobernador civil dela provincia para que les diera el curso correspondiente . Estas reclamaciones ascendíana la suma de 5 .637.211 reales 82 céntimos» .- La secretaría contesta que tampoco puede dar datos concretos sobre los arrebatos deganados, realizados tanto por las tropas del Gobierno como por los carlistas, pero apuntaque ambos bandos «causaron un verdadero estrago en la ganadería del país"» .94LA II GUERRA CARLISTA EN NAVARRA (1872-1876)A esto hay que añadir la cantidad de 800 .557,04 ptas . que en concepto de suministros depan, pienso y metálico suministraron los pueblos al ejército desde el 2° trimestre de 1872-1873 al 4° trimestre de 1875-1876 14 .En función de estos datos generales, centrándonos en los suministros de carne y vino a lasfuerzas liberales, pueden establecerse las zonas geográficas más afectadas por este asunto .Así, según la relación de lo suministrado por la merindad de Olite durante la guerra, éstacontribuyó con 12 .159 .941, 9 rs . von . (3 . 039 .985,2 ptas .) 15 . De éstos, corresponden enconcepto de carne y vino 2 . 454 .180,9 ptas, es decir, un 43,10% de lo que se ha suministradoen total por este artículo ; y de aguardiente, la merindad de Olite suministra un total de5.651,24, es decir el 93,26% de lo que indican las cifras generales .Esta idea se confirma con los datos que aporta la liquidación, practicada durante 1881 y1882, de los suministros de carne y vino entregados durante la guerra 16 ; pero hay que hacerciertas matizaciones :Tomando como catas lo liquidado para el tercer trimestre de 1872-1873, el primertrimestre 1874-1875 y el tercer trimestre de 1875-1876, se deduce que la exacción desuministros va pareja a la evolución de los acontecimientos bélicos .En el tercer trimestre de 1872-1873 se liquida un total de 262 .278,27 ptas ., de estas149 .225,41 han sido suministradas por los siguientes pueblos : Abarzuza, Alsasua, Valle deAraquil, Valle de Ergoyena, Echarri Aranaz, Cendea de Iza, Valle de Larraun, Lerín,Murieta, Valle de Ollo, Tafalla, Viana y Valle de Yerri . Es decir que entre estos pueblos se hasuministrado el 56,90% del total del trimestre . En este caso se corresponde, en los inicios dela guerra, con las zonas más próximas al gobierno liberal en Pamplona y que luego seránocupadas por los carlistas . El territorio de los bandos contendientes todavía no está claramentedelimitado .En el primer trimestre de 1874-1875 la liquidación por este concepto asciende a un totalde 325 .859,88 ptas . De éstas, 239 .268,61 corresponden a los siguientes pueblos : Artajona,Larraga, Mendavia, Miranda, San Martín de Unx, Ujué, Unzue, Caparroso, Olite, Tiebas,Pueyo, Falces, Pitillas, Cáseda, Marcilla y Beire . Es decir, entre estos pueblos, pertenecientestodos ellos, a excepción de Mendavia, Tiebas y Cáseda, a la merindad de Olite, hanaportado el 89,95% del total . En estos momentos de la guerra cada bando tiene sus zonasgeográficas de influencia claramente definidas . Los acontecimientos bélicos se recrudecen .Pamplona sufre un fuerte bloqueo por las tropas carlistas desde el verano de 1874 hastacomienzos de 1875 . El hecho de que en la capital estén las autoridades provinciales liberalesconstituye una poderosa razón que explica el interés de su defensa y de su conquista comoúltimo reducto liberal en el país carlista .La merindad de Olite es junto a la Ribera de Tudelala zona liberal de Navarra y en consecuencia de ella obtendrán los recursos económicos quenecesiten .En el tercer timestre de 1875-1876 se observa que son muchos más los pueblos queparticipan en la entrega de suministros . Ahora el final de la guerra está próximo y el ejércitoliberal tiene casi todo el territorio bajo su control . El importe de lo liquidado durante estetrimestre asciende a 857 .930,73 ptas . De este dinero, 619 .932,79 son suministradas por los95M- SOLEDAD MARTÍNEZ CASPEsiguientes pueblos : Alsasua, Anue, Araquil, Arbizu, Bacaicoa, Baztán, Basaburúa Mayor,Larraun, Echarri Aranaz, Olazagutía, Santesteban, Urdiain, Ulzama, Vera, Bertizarana,Urdax, Zugarramurdi, Maya, Aezcoa, Lanz, Leiza, Sumbilla, todos estos de la merindad dePamplona; Elorz, Erro, Esteribar, Aoiz, Arce, Ochagavía, pertenecientes a la merindad deSangüesa; Lerín, Los Arcos, Mañeru, Sesma, Yerri, Dicastillo, Estella, Amescoa Baja,pertenecientes a la merindad de Estella ; Larraga, Unzue, pertenecientes a la merindad deOlite . Todos estos contribuyen al total liquidado en este trimestre en un 72,20% . el hecho deque los mayores contribuciones recaigan sobre zonas hasta hace poco carlistas , demuestra,en este caso, que el fenómeno de la exacción-represión se manifiesta en su expresión máspura, castigar a los rebeldes .El esfuerzo económico que para los pueblos supone el mantener un ejército sobre elterreno queda patente en las numerosas quejas que muchos de ellos envían a Diputación,manifestando la imposibilidad material de llevarla a cabo . Un dato significativo es el hechode que las cantidades tomadas a préstamo por los pueblos de Navarra desde el 27 de abril de1872 al 30 de agosto de 1874 ascienden a la suma de 13 .721 .600 rs . de vellón (3 .430.400ptas . ), cuando todavía quedaban dos años para que acabase la guerra 17 .Algo similar ocurre con el tema de las contribuciones extraordinarias . La necesidad defondos creada por la guerra, obligó a las autoridades a solicitar recursos extraordinarios quepermitieran reponer las agotadas arcas estatales y provinciales . Aunque en principio sesiguió la filosofía de imponer tales medidas sobre los rebeldes, lo cierto es que no siemprefue posible y la urgencia de dinero conllevó a que el resto de la población se viera igualmenteafectada, por ejemplo : El 13 de octubre de 1873, Don Benito Gil, representante del duque deSesto y marqués de Alcañices, dueño territorial de Cadreita, pide que se exima a este pueblodel pago de contribuciones extraordinarias de guerra ; pues no ve justo, que un pueblomarcadamente liberal que «no ha contribuido con un solo hombre al contingente carlista»tenga que efectuar dicho pago, cuando debería recaer sobre los pueblos rebeldes . LaDiputación le responderá el día 22 de noviembre diciendo que esta petición es improcedentey que Cadreita no es el único pueblo que tiene que pagar las contribuciones extraordinariasde guerra que las circunstancias obligan a imponerle .Hay, sin embargo, ejemplos en los que se observa que la imposición de las contribucionesextraordinarias de guerra son mucho más selectivas y orientadas a la represión de losrebeldes :Los gobernadores militar y civil de esta provincia hicieron pública, el 12 de septiembrede 1872, una orden por la que se establecía una contribución extraordinaria de guerra,destinada a castigar a los partidarios del Pretendiente, por ello : «1° . El clero catedral yparroquial de la ciudad de Pamplona, hará efectiva en el término de cuarenta y ocho horas lacantidad de ciento veinticinco mil pesetas . 2° . La población carlista de Pamplona, hará en elmismo plazo efectivas trescientas setenta y cinco mil pesetas . . . » 19Del mismo modo, un oficio del gobernador provincial, Antonio Maldonado, trasladandoa Diputación una Real Orden del Ministro de la Gobernación, de 16 de noviembre de 1875,expone al respecto : «Habiendose llegado a conocimiento que varios municipios de territorio96LA II GUERRA CARLISTA EN NAVARRA (1872-1876)libre de carlistas en esta provincia, han impuesto contribuciones á los Sres . Ezquerra yAzcárate y otros muchos que constituyen parte del gran elemento liberal de la misma, esnecesario que haga vs . entender a dichas corporaciones el disgusto con que el gobierno havisto su conducta en oposición al firme y ya decidido propósito de favorecer los intereses delos buenos y sufridos liberales : Vs . comprenderá la necesidad imperiosa de revocar aquellosacuerdos procurando que las contribuciones extraordinarioas recaigan sobre las familiasrebeldes»20 .Se sabe, también, que algunos jefes militares obligaron alas familias de los combatienteslegitimistas a pagar 100 r s . al mes por cada miembro de la facción .Hasta ahora las fuentes consultadas analizan la guerra desde una perspectiva liberal, perohemos visto que la población de las provincias rebeldes, Vascongadas y Navarra, tiene quemantener sobre el terreno a los dos bandos en contienda . Aunque escasos, tenemos conocimientossignificativos del bando carlista .Los partidarios del pretendiente cuentan con pocos medios de financiación . Si bien laayuda francesa fue importante, va a ser en la región en conflicto donde los carlistas obtenganlo necesario para su organización y subsistencia . El recurso al empréstito y la imposición deadquirir bonos es insignificante comparado con el esfuerzo económico que suponen lasraciones entregadas al ejercito . Son escasas las referencias que tenemos al respecto, pero sesabe que Navarra destina en 1874 medio millón de reales al mes para el ejercito rebelde ; cifraque en 1875 asciende a tres millones de reales21 .Ante esta panorámica, los pueblos no sólo manifiestan su protesta, sino que en ocasionesse niegan a satisfacer las exacciones que se les requiere : La cendea de Galar, de Cizur, deAnsoain, de Olza, de Iza y los valles de Juslapeña, de Ezcabarte, de Aranguren, de Elorz y deEgües en marzo de 1873 se niegan a entregar las caballerías que Diputación y las autoridadesmilitares les exigen . Sólo la cendea de Iza ha explicado su imposibilidad económica de llevara cabo tales prestaciones .A medida que se observan las exacciones practicadas durante la guerra dentro de cadauno de los bandos, bien con carácter extraordinario u ordinario, se confirma un hechopatente en toda guerra : la fusión de exacción con represión . Los ejemplos antes citadosdenotan que esta hipótesis no se aleja de la realidad y los datos posteriores la confirmarán .De este modo, la Diputación liberal toma medidas como éstas : el 27 de abril de 1874 seencarcela a alcaldes y propietarios de los valles de Unciti e Izagaonda por no querer pagar lascontribuciones y raciones 22 y del mismo modo, el 9 de octubre de 1875 a los ayuntamientosde Lazagurría ; Sorauren ; Oriain ; Olave ; Urrizola ; Aldava ; Zuasti . . .Otra forma de presionar para obligar al pago de contribuciones a aquellos municipiosque no pueden o no quieren hacerlo, consiste en requisarles el ganado 23 . Los ganados confiscadosse traen al foso de Pamplona . Si se abonan las contribuciones se devuelven, si nose venden a cuenta de las mismas . Esta medida se tomó en 1874 contra los valles de Esteibar,Olaibar, Gulina, Ezcabarte ; la cendea de Iza, de Cizur, de Ansoain, de Olza . . .También, en la sesión de 13 de febrero de 1874 «la Diputación acuerda que á contar desdehoy no se dé curso a ninguno de los expedientes que presenten los pueblos en solicitud de97M- SOLEDAD MARTÍNEZ CASPEque se les conceda permiso para tomar dinero a interés, para el establecimiento de nuevosarbitiros, roturaciones de terrenos, ventas de arbolados mientras no satisfagan las contribucionesque se hallan adeudando á los fondos provinciales» 24 . Indirectamente refleja las solucionesque los ayuntamientos debían improvisar para hacer frente tanto a los gastosordinarios como a los extraordinarios durante este periodo, medidas que también pondrán enpráctica después de la guerra para remontar la crisis en la que se ven inmersos .El recurso al embargo de propiedades fue otra de las represalias practicada por los dosbandos contendientes :En el bando liberal se creó una «Administración de bienes embargados y que seembarguen a carlistas navarros», aunque por Real Orden de 22 de mayo de 1876 se alzarontodas las interdicciones de bienes que existían todavía embargados a los carlistas y a susauxiliares 25 .En el bando carlista también se hizo uso del embargo de propiedades a liberales, quelógicamente quedarán invalidadas después de la guerra . Lo más interesante es que planteanun reparto de los bienes expropiados entre los voluntarios que sirvan en sus filas, lo cualpudo ser un aliciente importante para los campesinos sin tierras cuya principal aspiración erael acceso a la propiedad o el incremento de la misma . Así, entre las disposiciones dictadaspor el Capitán General carlista, Torcuato Mendiri, desde su cuartel de Estella el 15 de juniode 1875, tenemos que " . . .Todos estos bienes /refiriéndose a montes, plantíos . . ./ y los de losliberales de los pueblos que en adelante vayamos conquistando, se destinarán : una parte a laindemnización de los perjuicios que hubieren sufrido las familias carlistas por consecuenciade las medidas arbitrarias tomadas por el enemigo y las otras se repartirá entre los voluntariosque hayan servido con lealtad en el Real Ejército" 26 . El arrastre social que medidas deeste tipo pudieron tener para la atracción de adeptos, de comprobar que realmente se llevarona la práctica, supondría un importante punto de referencia en el análisis del carlismo comomovimiento social .Los mismos cuerpos oficiales llevaban en sí una función represiva, ya no sólo con loscarlistas, sino con la población en general, es el caso de la Guardia Foral . De este modo,Diputación no duda en recurrir a ella para que los pueblos hagan efectivo el pago de lacontribución o en casos de conflictos sociales, para evitar la alteración del orden o losataques a la propiedad privada. Así en un oficio del Primer Cuerpo del Ejército de Operacionesdel Norte a la Diputación, fechado el 2 de octubre de 1875 desde Villaba, se consulta laconveniencia de que un batallón de la guardia foral acompañe al recaudador de esa Corporaciónpara el cobro de contribuciones, 20 . De hecho, a parte de los casos concretos queaparecen en las fuentes consultadas, la idea que subyace en el reglamento de creación de laGuardia Foral corrobora esta hipótesis : "Artículo 1°- El cuerpo franco es por su caractercívico-militar; se crea con objeto de sostener el orden, proteger personas y propiedades,perseguir malhechores y dar auxilio posible a las autoridades para el ejercicio de susfunciones"27 .El reclutamiento forzoso, aunque no original de ésta guerra, será otra de las medidascoactivas empleadas . Contamos con testimonios liberales tan explicitos como un bando quefirma el primer teniente alcalde de Pamplona, Luis Martínez Ubago, el 15 de julio de 1873 :
    « - Artículo 1 » Se invita a todo vecino anticarlista á tomar las armas en defensa del orden,de la libertad y de la república .- Artículo 2 : Todo el que no responda a esta invitación será considerado como afecto alcarlismo y estará sujeto á la contribución de guerra que se impondrá para las necesidadesde la defensa y á las demás consecuencias propias de esta situación» 28 .
    Del mismo modo, las autoridades carlistas establecen en 1874 el servicio militar obligatorioy decretan la movilización de todos los varones de 18 a 35 años .Las deportaciones fueron, también, moneda corrriente en este tiempo de guerra : entreVascongadas y Navarra se registran en 1875, 4 .451 deportaciones (de un tota nacional de4.778, de las que 4 .700 fueron anuladas por una medida general de indulto), de estas 3 .653se practicaron en Navarra 29 . Los destierros se hacían explulsando a la poblacion carlista a laszonas ocupadas por sus partidarios o al extranjero . El mismo fenómeno se produce en elcaso de los liberales que viven en zonas ocupadas por los rebeldes . El fenómeno de laemigración política, voluntaria o forzosa, está presente durante esa guerra . Los liberalesnavarros emigrados, normalmente se acogen en plazas fortificadas dentro de la provincia ylos menos salen de la región . Diputación se compromete al pago de un socorro a todas lasfamilias de lo que define como «emigrados forzosos» y que han tenido que dejar atrás susmedios de subsistencia . Así por los acuerdos de 11 y 29 de septiembre de 1875, diputaciónsocorre a un número de 239 familias liberales . El gasto en prestación de socorros durante losaños 1874, 1875 y 1876 ascendió a 404 .502,60 rs . von . (101 .125,65 ptas .) 30 . Vemos, pués,que exacción, contribución y represión aparecen entremezclados, aspecto que se mantendrádespués de la guerra con caracter selectivo, pero que repercutirá fundamentalmente sobretoda la población de escasos recursos .Una vez finalizada la guerra al ejército le queda «otra misión no menos gloriosa cual espacificar moralmente al país en que tan bizarramente peleó» 31 . Por Real Orden del 22 deabril de 1876 se procede a la desmovilización de fuerzas, exceptuando las que sea convenientesu mantenimiento sobre el terreno para evitar nuevos brotes de sublevación carlista .Los pueblos esquilmados se harán cargo de su manutención . Las quejas de los mismos ylas sospechas de Diputación de que tal medida, junto con otras que trataremos más adelante,responde a la reiterada pretensión del gobierno central de interferir en el sistema jurídicoforal, son los problemas inmediatos de Navarra después de la finalización del conflicto .Es en última instancia y según los indicios de las fuentes consultadas, la población deescasos recursos, mayoritariamente rural, la que tendrá que hacer frente a esta críticacoyuntura, en la que posiblemente encontraremos muchas de las claves de análisis de laconflictividad social navarra durante el periodo de la Restauración .

    II. LOS PROBLEMAS DEL FIN DE LA GUERRA

    La coyuntura inmediatamente posterior a la guerra no pudo ser más desalentadora . A losproblemas económicos derivados del conflicto, gastos de guerra y paralización de lasfuerzas productivas, hay que añadir las malas cosechas registradas durante 1875 y 1876 . Lospueblos utilizarán todos los medios a su alcance para salir de esta crisis . Las referencias a99Ma SOLEDAD MARTÍNEZ CASPEello son constantes : roturación de comunales, petición de créditos, imposición de contribucionesextraordinarias y creación de nuevos arbitrios . En muchas ocasiones los agobioseconómicos les obligarán a prescindir de trámites legales, como queda patente en la prácticade las roturaciones ilegales.Sin embargo, esta crisis no va a repercutir igual sobre toda la sociedad navarra . Teóricamente,ateniéndonos a algunas de las medidas de castigo adoptadas después de la guerra,afectará fundamentalmente a aquellas personas que se decantaron del lado del pretendienteo no demostraron claramente su resistencia al mismo . En cambio, la práctica demuestra que,al margen de una élite política y económica con más recursos para hacerle frente, la crisiscaerá como una losa sobre la mayoría de una población de escasas posibilidades económicas. Las nuevas disposiciones de mantener «un ejército de ocupación» sobre el terreno yotras de carácter fiscal vendrán a agravar y a confirmar esta difícil situación .Al mismo tiempo, la actuación del gobierno con respecto a Navarra fortalecerá la idea deDiputación de que aquel, amparado en el hecho de la guerra, quiere imponer su proyectoliberal centralista en las provincias del norte . Esta actitud será vista por los liberales navarroscomo «un castigo del que en modo alguno Navarra es merecedora» .Esta hipótesis queda demostrada en los siguientes puntos :a. Las contribuciones extraordinarias : Después de la guerra son muchas las reclamacionesde particulares, normalmente propietarios foranos, que se dirigen a Diputación para queinvaliden la decisión de los ayuntamientos, de aquellos municipios en los que cuentan conpropiedades, de incluirlos en el pago de las contribuciones extraordinarias exigidas durantela guerra . A este respecto contarán con la ley de su lado al acogerse a las exencionesreconocidas por las autoridades militares . Así, se exime del pago de contribuciones extraordinariasa aquellos paisanos que por decisión de las autoridades superiores o por el Ministeriode la Gobernación, hayan servido como voluntarios o nacionales en el ejército liberal,durante el periodo que va desde el 25 de agosto de 1874 al 22 de noviembre de 1875 ; asícomo a los propietarios cuyos bienes fueron confiscados por los carlistas, desde el 26 deoctubre de 1874 al 22 de noviembre de 1875, eximiéndoles también del pago de contribucionesordinarias durante el tiempo que duró el embargo . Los ayuntamientos acatarán recelososeste tipo de medidas que les priva de unos ingresos que ahora necesitan, por lo que trataronde burlarlas en la medida de lo posible .b. Los suministros al ejército : Como ya se ha visto, este asunto había sido el capítulo másoneroso y pesado para las haciendas locales y personales, así como la principal causa de suendeudamiento durante la guerra. A la crítica coyuntura de la postguerra hay que añadirnuevas exigencias de suministros para la manutención de un ejercito de ocupación acantonadoen diversos puntos de Navarra, unos 30 .000 hombres 32 , a modo de contención de posiblesconatos de rebelión . Las protestas de los pueblos ante Diputación no tardaron en oírsey ésta se hará eco de las mismas, ante un gobierno central al que miran con recelo, por unamedida que es interpretada como castigo . La cuestión foral y su relación con la guerra estásobre el tapete .La nueva entrega de suministros queda implantada por Real orden de 14 de abril de 1876, en ella se establece que el suministro de pan al ejército acantonado correrá a cargo de lasprovincias Vascongadas y Navarra . Su aplicación se regirá por las siguientes bases :
    « 1° .La parte proporcional con la que contribuirán las cuatro provincias para el suministrode la ración de pan al ejército de ocupación se regulará por el censo de población de lasmismas.
    2° . Se exceptuarán de este suministro aquellas localidades que V .E . de acuerdo conlas Diputaciones considere se les ha . . . grandes perjuicios por los carlistas como castigo deguerra impuesta a su lealtad y decisión en favor del trono y las instituciones liberales .
    3° . Lamisma excepción gozarán dentro de cada municipio aquellos vecinos á quienes la presenciade los carlistas les haya impuesto la necesidad de abandonar sus domicilios, alejándose delterritorio ocupado por el enemigo .
    4°. Igual beneficio disfrutarán en sus domiciliosrespectivos los vecinos reconocidamente afectos a la causa liberal y que en tal conceptohubiesen sido vejados por los carlistas con multas, exacciones e impuestos extraordinariosde pública notoriedad en cada población .
    5° Quedarán así mismo exceptuados cuantoshayan tomado las armas para coadyuvar al triunfo del ejército, ejercido cargos provincialesó prestado servicios de reconocida utilidad á punto que los hechos sean notorios así en lamunicipalidad como en la provincia respectiva, atestiguando una acción continua y perseveranteen favor de la causa liberal . . .»

    Esta orden entrará en vigor a partir del día 1 de mayode este mismo año .Vemos, pues, que no todos se verán afectados por dichas medidas, sino que van a recaersobre aquellos que no se posicionaron claramente a favor del bando liberal, afectandofundamentalmente a la población de más debilidad económica, que en estos momentostendrá que luchar por su subsistencia . En definitiva, a la larga y en la práctica, aunquecarecemos de estudios concretos al respecto, todos los municipios se verán afectados y sólose exceptúan a algunos particulares beneficiados .Los conflictos como es lógico no tardarán en suscitarse ; así, se trasmiten las quejas delayuntamiento de Tudela, Corella, Valle del Baztán, Tafalla, Peralta, Villafranca, Marcilla,Lumbier, Larraga y otras localidades que piden a Diputación que comuniquen al gobierno sudescontento. De estos, es significativa la queja de Larraga, Lerín y Miranda, porque reflejafielmente el peso económico que supone la nueva imposición de suministros de pan alejército : « . . . grandes sacrificios y perdidas sobrellevan los vecinos acomodados, mientras vaarruinando a la masa general del pueblo constituida por pequeños labradores». La reflexiónde Diputación ante la Real orden de 14 de abril es que esta medida se traducía como«un castigo que se le impone y que de manera alguna es merecedora» 35 , considerando quecon otras provincias como Cataluña, en la que también hubo carlistas, no se ha seguido elmismo proceder. El propio diputado provincial, Manuel Alfaro, en una carta que envía desdeFitero el 7 de noviembre de 1876, al también diputado, Eugenio Borrás, manifiesta serpartidario de no dar por tal concepto «ni un céntimo»36Los pueblos recurrirán a la táctica de retrasarse en la entrega de suministros, a la esperade que se solucione el asunto de forma más favorable y Diputación comenzará las gestionespara conseguir la abolición de dicha real orden :Se trasmite al General en Jefe del ler . Ejército, Genaro de Quesada, la imposibilidad de101M° SOLEDAD MARTÍNEZ CASPEresponder ante un gasto de tal magnitud, considerando el desgaste sufrido por la guerra, laurgencia de inversiones que tienen que hacerse ahora como consecuencia de la misma, unidoa las malas cosechas obtenidas el pasado y presente año y quejándose por la premura con quese les exige el pago de dichos suministros . Según la citada Real Orden Navarra debíaentregar un valor de raciones de pan que ascendía a 600 .286,69 ptas . d e mayo a diciembre de1876 y a 644 .005,27 ptas . d e enero a octubre de 1877 37 . Enviarán, del mismo modo, unaexposición, junto con Vascongadas, a Cánovas del Castillo . Exponen lo injusto de taldecisión, después de lo que Navarra ha hecho por la causa de su majestad y, sobre todo,porque no afecta más que a Navarra y a Vascongadas y además porque «de plantear lasexenciones establecidas en la real orden de 1° de mayo, se deposita un germen fecundo dediscordia en un suelo abrasado todavía por el ardor de las pasiones» 38 .La cuestión foral está planteada y Diputación sabe que lo que está en juego es el régimenprivativo de Navarra establecido en la ley del6 de agosto de 1841 . El tema ahora eraespecialmente delicado . Después de la guerra la ley de 21 de julio de 1876 había abolido losfueros vascongados definitivamente ; a los liberales navarros les interesaba seguir con lapolítica "transaccionista" que después de la guerra de los Siete Años les había permitidosalvar para sí «lo bueno del fuero»39 , es decir, los privilegios fiscales . Esto se observa en latáctica seguida para llegar a un acuerdo en el tema de los suministros : El General en jefemanifestó, en nombre del gobierno, que dicha medida no tenía caracter de multa ni decastigo y que, por su puesto, no se cuestionaba lo establecido en la ley de 16 de agosto de1841 . Así se convino, que el pago de dichos suministros se tomara a modo de anticipo de lacontribución directa que a Navarra le correspondía pagar, considerando, también, comoanticipo de la misma los suministros entregados en los años de la guerra, sobre los que sehabía suspendido su reintegro . En este sentido es interesante señalar lo que RicardoAlzugaray, que junto con Nazario Carriquiri, se encarga de gestionar la anulación de la RealOrden de 14 de abril, aconsejan a Diputación en una carta que envía al presidente Luis Iñarracon fecha de 17 de noviembre de 1876 : cree que es conveniente que la corporación pague loque se le exige en suministros porque se tomará a cuenta de lo que se pague de tributación yes menos gravoso el suministro de pan, que la contribución ; además, hay que tener prudenciapara no dar «pretexto para medidas que irían cediendo en videncia a poco que su actitud setomase como signo de resistencia activa o pasiva»40 ; ya que como indica Nazario Can-iquiri,en otra carta al presidente de Diputación del 26 de noviembre de este mismo año, Cánovastiene intención de extender a Navarra la administración económica del resto de la corona .c . Liquidación de sunnin .istros : Este tema va a ser una constante desde final de la guerrahasta ya avanzado el siglo XX, cuando todavía no se ha conseguido el abono ni de lossuministros entregados en la época del conflicto, ni de los que se entregarán posteriormente .Aquí, como presuponíamos, suministros y problemática fiscal, como parte esencial de lacuestión foral, van a estar intimamente ligados .Uno de los problemas que a este respecto tienen que sortear los pueblos es el referente ala expedición de recibos justificativos de las raciones entregadas a las fuerzas liberales, quese reclamarán como obligatorios para la posterior liquidación . Después de una fuertepolémica, al comienzo de la guerra, entre Diputación y las autoridades militares, el 2 de enero de 1873 se comunicó una Real orden en la que se especificaba que de los suministrosde carne y vino de los pueblos se lleva cuenta y razón para su posterior liquidación y «sóloserán a cargo para aquellos pueblos que se muestren endeudados en las contribuciones yprotectores de las bandas carlistas» (lo que puede hacerse extensivo para el resto de losartículos suministrados)`t 1 . Sin embargo, las circunstancias de la guerra, como las mismasautoridades reconocerán, impidió que en ocasiones se expidieran recibos cuyas cantidades,después, será imposible recuperar, y otros muchos de éstos fueron rechazados por considerarque no cumplían los requisitos formales necesarios ; esto sin contar con las raciones ilegalesque muchos jefes de columna exigían a los pueblos que se encontraban a su paso . Teniendoen cuenta tales matizaciones, por la Real Orden de 2 de agosto de 1878 se procederá a laliquidación de los suministros entregados por los pueblos al ejército durante la guerra .A éste se unirán otros nuevos problemas . Muchos pueblos ante la imposibilidad de hacerfrente a los suministros que se les exigía, optaron por la agrupación entre sí . Después de laguerra comenzarán a aparecer las reclamaciones de unos pueblos a otros por deudasimpagadas, no sólo de los sumnistros de la guerra, sino tambien por los exigidos a raiz de laReal Orden de 14 de abril de 1876 .Las dificutades para que se haga efectiva la liquidación de los suministros son numerosas,como también lo son el abundante número de reclamaciones que los ayuntamientoselevan a Diputación para que se lleve a efecto . Asimismo, no es de extrañar resolucionescomo la que toman el ayuntamiento de Tudela y demás pueblos vecinos que, en 8 deseptiembre de 1897, dirigen una carta a Diputación, en la que manifiestan su negativa aseguir suministrando, sino se liquidan entregas anteriores, pués carecen de recursos parasoportar tales gastos`t 2 .Otro aspecto en la liquidación de los suministros es que muchos ayuntamientos contrataronel servicio de comisionados encargados de efectuar las gestiones correspondientes alefecto y que se llevaban un importante pellizco en comisiones . Por este motivo Diputaciónen fecha 16 de junio de 1880, envía a los ayuntamiento una circular previniendo contra«algunos agentes oficiosos» que se presentaban a los pueblos y creaban confusión en elasunto, cobrándose desde un 20% a un 45% de comisión 43 . Además de estos descuentos lasliquidaciones sufrían otros, impuestos por las administraciones públicas : de los suministrosdel tiempo de la guerra y después de ésta se hará un 5% ; de los libramientos de esaprocedencia que hayan servido para el pago de contribuciones se hará el 3,3/4% ; de los quehayan servido para satisfacer harinas el 2% ; de los descuentos relacionados se pagarán losgastos de oficina44 .Diputación enviará a Madrid Diversas comisiones que negocien con el gobierno centralla busqueda de una solución al tema de la liquidación .El 28 de octubre de 1894, se acordó convocar a los ayuntamientos de las respectivascabezas de distrito, para que facultasen a la Diputación para gestionar el cobro por medio detítulos que al efecto creará el gobierno con un interés del 4% desde la fecha de emisión,renunciando a los que se tiene devengados . Con este fin Diputación envió a Madrid unacomisión el 2 de noviembre de 1894 . Surgen diferencias en la determinación de lascantidades que el Estado adeuda a los pueblos de Navarra por dicho concepto . Mientras la103M- SOLEDAD MARTÍNEZ CASPEcomisión reclama la cantidad de 9 .989 .647 ptas. ; el ministerio de hacienda basándose en laReal Orden de 8 de junio de 1890, reconocía una cantidad que excedía en poco los 5 .000.000ptas . La Administración Militar confirmará ante el Ministerio de Hacienda la primera cifra .Sin embargo éste último manifiesta la existencia de varios escollos ; estos son : la situacióncaótica de las arcas estatales y que además de haber otras provincias que como Navarra sonacreedoras del Estado, este no tiene por qué tener un trato preferente con ella y sobre todocuando ésta se niega a que se le aumente la contribución territorial . Esta es una referenciaclara del choque que se produce entre las necesidades de la hacienda estatal y la haciendaforal .Según este proyecto presentado por Diputación la deuda del Estado con Navarra,contando los intereses cumplidos, ascendería a unos 18 .000.000 ptas., que quedaría saldadacon la entrega de títulos de deuda perpetua interior, al cuatro por ciento de interés, por uncapital nominal de 6 .950 .000 ptas . Diputación espera que el gobierno se haga cargo de ladifícil situación por la que atraviesan los pueblos de Navarra, exclusivamente agrícolas yafectados por la crisis económica provocada por la caída del comercio de vinos y unashaciendas municipales caóticas por la toma de préstamos para satisfacer las demandas desuministros al ejército «causa principal, sino única, de la enorme deuda que con pesadumbresin igual tiene arruinados a los pueblos de Navarra, y ocasión continua de amargas quejas yde inquietud grande entre los mismos» 45 .En 1899 llegan a Diputación, en carta del Marqués de Vadillo y Valentín Gayarre, lasbuenas impresiones que al respecto ha manifestado el Presidente del Consejo de Ministros,Silvela, y el ministro de hacienda, Villaverde, que están trabajando para incluir en lospresupuestos generales el importe de los suministros de Navarra . Sin embargo llegamos a 15de julio de 1907 «sin que hasta ahora se haya conseguido la realización de tal pago en todoni en parte»46 .d. Hay otros aspectos de los que puede deducirse el carácter represivo que hacia loscarlistas o zonas ocupadas por los carlistas, tuvieron muchas de las medidas fiscalesimpuestas después de la guerra: tenemos el caso de los socorros prestados a los «presentadoscarlistas», es decir aquellos que se acogían a los diversos indultos dados por las autoridadesmilitares liberales y a los que se beneficiaba con un socorro que les permitiera, de momento,la subsistencia . Estas cantidades, que la Diputación adelanta, después debían ser reintegradaspor los pueblos de origen de dichos mozos carlistas, en contraposición a lo que ocurrecon los socorros prestados a emigrados liberales y viudas de guardias forales .Tenemos otros ejemplos significativos, que debieron de ser bastante más frecuentes de loque las fuentes consultadas indican : casos de destituciones de cargos municipales a aquellaspersonas que se unieron a los carlistas : «Se leyó un expediente de D . José Manuel Goicoecheavecino de Iturmendi, solicitando se destituya al cadenero de Alsasua de ese cargo, por haberestado en armas en el campo carlista y se nombre al exponente en su reemplazo ; y se decretó :Se destituye al cadenero de Alsasua ; se traslada a este punto al de Cortes y se nombra paracumplir esta vacante á Pablo Pérez» 47 .104LA II GUERRA CARLISTA EN NAVARRA (1872-1876)I II . L A CUESTION FORAL Y LA GUERRA esde el comienzo de la guerra la cuestión foral va a ser tema de preocupación para laélite política navarra . El Gobierno, consecuente con su proyecto de centralismo estatal,aprovechará en lo posible esta coyuntura para limar las diferencias de Navarra y Vascongadascon el resto de España . Ahora, como había sucedido desde 1841, fueros y régimen fiscalprivativo serán un mismo tema y es en este punto donde se produce el conflicto entreDiputación y el Estado .Un primer ejemplo de ese tira y afloja, lo tenemos cuando el gobernador civil de laprovincia, el 15 de abril de 1873, expone : «. . . entregará VE . en este gobierno, dentro de ochodías, contados desde la fecha, la cantidad de dos millones de reales que como contribuciónde guerra, he dispuesto imponer a la provincia . Pero VE cuidará que no la paguen loscriminales lo mismo que los buenos ciudadanos . Por el contrario, es de absoluta justicia quetodos aquellos que defienden la República con las armas, ó ejercen cargos oficiales, ó porotros medios coadyuvan al restablecimiento del orden y al imperio de la ley, se hallenexentos de esa contribución que sólo ha de gravitar sobre aquellos que directa ó indirectamentesostienen la rebelión»` 8 .La respuesta de Diputación no se hace esperar y el 20 delmismo mes, hace una exposición considerando que dicha orden es «un grave ataque á la leyde modificación de fueros de 16 de agosto de 1841/ . . . /dicha ley, que no reconoce en VSfacultades ni atribuciones, ya sea en tiempos normales, ya en los más excepcionales, paraimponer á esta provincia contribución alguna, y antes de consentir semejante contrafuero,perderían mil veces la vida que la estiman en menos que la honra de todos los diputados»`t 9 .El análisis de dicha medida considera, que no sólo puede traducirse como un contrafuero ;sino que tal medida viene a ser «una de las manifestaciones del pensamiento constante queparece preside las altas esferas de castigar á la Provincia procurando, aunque a nuestroentender vanamente, por medios hoy irrealizables, que pese al castigo en primer términosobre los que de cualquier modo contribuyen a la rebelión / . . . /no piense erradamente quepara castigar á los que toman parte en la rebelión en Navarra ó de cualquier modo favorezcanó ayuden, sea preciso hundir en la nada, rasgar despiadada y desatentamente nuestro sagradorégimen foral» 5oYa antes de la publicación de la medida anterior, los diputados navarros en cortes yprovinciales se hacen eco del temor de la identificación de navarra con el carlismo y elpeligro que ello suponía para el sistema foral :El 2 de marzo de 1873, Nazario Carriquiri, diputado a Cortes por Navarra, envía aEsteban Camon, representante de los diputados provinciales, una carta exponiendo como seve el tema de la sublevación carlista desde Madrid . Constata las dificultades inmensas queva a suponer el hecho de que el ejército que se desplace a Navarra tenga que vivir sobre elterreno y, sobre todo, el temor de que «una vez dominada la insurrección, quieran despojara esas provincias de su legislación especial» . Plantea que estudien el tema y si sería oportunoque Navarra se prestase a satisfacer las raciones de suministros y bagajes al ejercito segúnacuerde con el Gobierno . Expone que el actual Presidente del Consejo de Ministros, noadopta una postura antiforal, pero es necesario moverse con cautela, porque «lo cierto es que105M° SOLEDAD MARTÍNEZ CASPEtodas las provincias restantes de España nos miran con perversión y existe un clamoreogeneral contra esa parte del norte y los catalanes, es por considerarnos a todos enemigos delas instituciones liberales ; y de aquí la necesidad de colocarnos en Navarra en condicionesfavorables para conjurar toda clase de peligros en nuestra actual administración foral» 51Cuando termina la guerra, como ya he adelantado en puntos anteriores, la cuestión foralse convierte en un tema delicado . Las Provincias Vascongadas por la ley de 21 de julio de1876 quedan incorporadas definitivamente al centralismo liberal ; si bien, a partir de 1878 seinstaura la política de los conciertos económicos . La Diputación sabe que tiene que andarsecon pies de plomo ante la incertidumbre en el interior de la provincia y la desconfianza queesta cuestión suscita en el resto de España . Según se expone en la sesión que la Corporacióncelebra el 3 de abril de 1876, los senadores y diputados a cortes por Navarra aconsejan, aparte de separar la cuestión foral de Navarra de la de Vascongadas «por la diversa situaciónen que se encuentran», prudencia y tacto, esperando la ocasión oportuna para evitar susceptibilidadesque relacionen el estallido de la guerra con la administración especial de laprovincia.El primer escollo que Diputación tendrá que sortear, es convenir con el Gobierno laforma en que ha de hacerse compatible la nueva situación fiscal, ley de Presupuestos de1876, con la ley de 1841 . Es lo que se conoce como el acuerdo Tejada-Valdosera . El asuntoestaba en determinar cómo debían efectuarse, en virtud del artículo 24 de la citada LeyGeneral de Presupuestos, las modificaciones que exigía el caso de Navarra, para lo que sumajestad contaba con «la colaboración de Diputación» . Se responde que la colaboraciónsólo podía venir con respecto a la primera parte del artículo 24, que era conciliable con la leyde 16 de agosto de 1841, pero de ninguna forma con la segunda parte, referente al pago decontribuciones indirectas, ya que se estipulaba que Navarra debía aportar una única contribucióndirecta. Así, se llegó al acuerdo de modificar el artículo 25 de la ley de 1841 paraestablecer una única contribución directa, que pasará a denominarse territorial, más equitativacon el resto de las provincias en función del tiempo que había pasado desde que se firmódicha cuota en 1841, pero rechazando lo referente a la posibilidad de introducir en Navarraimpuestos indirectos . Se fija, después de mucho regateo una contribución única anual paraNavarra de 8.000.000 de reales (frente al 1 .800.000 que se pagaba antes), de los que habíaque deducir : Intereses de deuda, arriendo del tabaco y atenciones sobre las antiguas tablas ,1 .500.000 rs . ; por dotación de culto y clero, 3 .600.000 rs ., mientras la diputación se encarguede ello, si el gobierno lo hace por su cuenta dicha cantidad se ingresará en la administracióneconómica y 400 .000 rs . por el 5% de recaudación 52 .Los términos empleados para firmar dicho acuerdo son bastante explícitos : «Examinandoel artículo 24 de la Ley de Presupuestos en el que no se revela el carácter preceptivo oimperativo /. . . / deseando a la vez un testimonio de su espíritu de concordia y de consideracióna los poderes públicos, están dispuestos a interpretar latamente el artículo 25 de laexpresada ley de 16 de agosto de 1841, admitiendo en su consecuencia el principio deproporcionalidad del impuesto directo o territorial repartible a Navarra con las deduccionesque son procedentes en justicia, entendiendose subordinado este acomodamiento a laobservancia escrupulosa de la expresada ley de modificación . . .»53 .106LA II GUERRA CARLISTA EN NAVARRA (1872-1876)Desde el punto de vista fiscal, como expone Martínez Beloqui, el convenio supuso laprimera alteración seria del cupo contributivo que Navarra debía entregar al Estado, peromanteniendo unos privilegios fiscales acordes con la política desarrollada en 1841 54. Sinembargo, la dinámica de los años posteriores dejará patente la inestabilidad de dichoacuerdo . Ya que, si bien, el asunto de los impuestos indirectos, a los que se refería la segundaparte del artículo 24 de la citada Ley de Presupuestos, no se había aceptado, la polémicavolverá a resurgir en los años siguientes cuando el gobierno quiera introducir impuestoscomo el de la sal o el del papel timbrado .Todo esto es simplemente un avance de una situación que se repetirá constantemente apartir de este momento. El ejemplo de la Gamazada por su repercusión en la memoriahistórica del pueblo, ya que puede considerarse como "la primera manifestación de masas enla historia de Navarra contemporanea"55 , será, quizá, uno de los más ilustrativos para comprendereste continuo tira y afloja que adquiere para entonces caracter de constante histórica .IV. CONCLUSIONFinalmente, a modo de conclusión, señalar que la II Guerra Carlista en Navarra va asuponer un agotamiento económico de las arcas provinciales y municipales . Si bien fueronvariadas las formas de represión practicadas por ambos bandos, son las exacciones decaracter económico y concretamente la exigencia de suministros para la manutención delejército, las que producirán las consecuencias más dolorosas . Los efectos de la misma severán magnificados por su coincidencia con años de malas cosechas, paralización de laactividad económica, el sostenimiento del «ejército de ocupación» después del conflicto y ellastre de una crisis hacendística estructural, no exclusiva de Navarra, que ya tenía más de unsiglo de existencia .Son precismente las necesidades de la hacienda estatal, unidas al proyento centralista delliberalismo, lo que provocará su incompatibilidad con la existencia de haciendas forales conrégimen fiscal propio . La guerra era una ocasión única que el gobierno aprovechará paralimar estas diferencias y conseguir que Navarra y Vascongadas contribuyan en la mismamedida que las otras provincias . La élite política navarra, amparada en la ley de 16 de agostode 1841 y en un discurso victimista, hará todo lo posible por defender este «status quo» .Todos estos fenómenos no repercuten sobre la sociedad navarra de una forma unívoca .Las consecuencias de la guerra no pudieron ser igual para todos, como tampoco no todos sebeneficiaban en la misma medida de la mayor o menor autonomía fiscal . Es evidente que laélite económica y política navarra llevaba, en este sentido, una ventaja considerable sobre elresto de la población

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    Re: Artículos sobre carlismo

    Artículo en http://www.docelinajes.org/:

    DERECHO PREMIAL DE LOS REYES CARLISTAS.



    Derecho Premial, no por menos conocido, también digno y merecedor de estudio y análisis es el ejercitado durante más de siglo y medio por la Dinastía Carlista.
    En 1833 se origina un pleito dinástico, sustentado por una fuerte disidencia ideológica, que se manifestaba en las dos maneras distintas de concebir el futuro de España:
    a)la fuerista, defensora de las libertades regionales, propugnada por los partidarios del Infante Don Carlos María Isidro, hermano de Don Fernando VII;
    b)la liberal, propugnada por los seguidores de la Reina niña Isabel II, sobrina e hija, respectivamente, de los citados con anterioridad (1).

    Carlos VII.
    A la muerte, sin heredero directo, de Don Alfonso Carlos, hermano de Don Carlos VII, el cual había heredado los derechos carlistas tras el fallecimiento, también sin descendencia, de su sobrino Don Jaime, se abre un nuevo pleito dinástico, dentro del pleito dinástico ya existente, iniciándose a partir de ese momento la crónica de los pretendientes carlistas: Don Carlos de Habsburgo-Lorena (1909-1953), nieto de Carlos VII como hijo de su primogénita Doña Blanca (1868-1949); y Don Javier de Borbón Parma (1889-1977), secundado por su hijo Don Carlos Hugo (1930-2010). Esta rama de la Casa de Parma era la única que, según sus partidarios, había permanecido fiel a los principios defendidos por el carlismo, siendo, por tanto, la única en poseer lo que se llamó la doble legitimidad, la legitimidad de origen y la legitimidad de ejercicio. Un grupo de carlistas, sin mucho éxito, se reagrupó en torno a Don Juan de Borbón, Conde de Barcelona (1913-1993), padre de S.M el Rey Don Juan Carlos.
    Títulos Nobiliarios.
    Los Reyes Carlistas habían concedido títulos nobiliarios, grandezas y otras distinciones, como forma de recompensar los abnegados servicios de sus partidarios.

    Carlos María Isidro, fundador de la dinatía.
    El fundador de la dinastía, Don Carlos María Isidro, concedió 69 títulos, Carlos VI, Conde de Montemolín, otorgó 5 escasas distinciones nobiliarias, mientras que su hermano, el polémico y original Juan III, Conde de Montizón, concedió una sola. Carlos VII, el barbudo Duque de Madrid, concedió 102 títulos, mientras que su hijo y sucesor Don Jaime III se limitó a confirmar la sucesión en los títulos otorgados por sus antepasados y a otorgar la Orden de la Legitimidad Proscrita, por él mismo fundada y de la que hablaremos más adelante. Finalmente, Don Alfonso Carlos concedió el uso de un Escudo de Armas, la Orden de la Legitimidad Proscrita y la Orden de Isabel La Católica(2) .
    El General Franco, por su parte, por Ley de 4 de mayo de 1948, restablece, en materia nobiliaria, la legalidad vigente con anterioridad al 14 de abril de 1931. En el artículo 2° de dicha disposición se reconoce el derecho de ostentar y usar las grandezas y títulos del Reino concedidos por los Monarcas de la Rama Carlista, regulando el correspondiente procedimiento administrativo para la autorización de dicho uso. Desde este momento, las concesiones realizadas a sus partidarios por los miembros de la Dinastía Carlista pasaban a integrar el elenco de títulos oficialmente reconocidos por el Estado español.

    Jaime III, fundador de la Legitimidad Proscrita.
    En su Exposición de Motivos, la Ley de 4 de mayo de 1948 proclama que, “como lógica consecuencia de la Cruzada”, era “justo reconocer también la confirmación de los títulos llamados carlistas, como signo de hermandad entre aquellos que derramaron su sangre en defensa del ideal común y de reconquista de la Patria”.
    Uno de los títulos reconocido al amparo de esta legislación, fue el Vizcondado de Barrionuevo, otorgado en 1891 por Don Carlos VII a Don José María Barrionuevo y Soto (“por los méritos adquiridos como Administrador de la Real Intendencia”),bisabuelo del ex ministro del Interior y de Transportes y Comunicaciones en los gobiernos del Presidente Don Felipe González Márquez, Don José Barrionuevo Peña . Fue el padre del ex ministro quien obtendría en 1982, la rehabilitación del título, que desde 1992 ostenta la hermana del político socialista, Doña Matilde Barrionuevo Peña(3).
    Real Orden de la Legitimidad Proscrita.
    La Orden de la Legitimidad Proscrita es hoy en día máxima la distinción honorífica para premiar la fidelidad a la causa carlista.

    Esta Orden fue creada por el Rey Carlista Jaime III el 16 de abril de 1923, mediante carta fechada en París dirigida a su representante en España, el Marqués de Villores. En ella dejaba constancia de su voluntad de crear “una Orden que me propongo conferir a todos los que por sus sufrimientos o servicios se hagan dignos de ella”.
    Enseguida, numerosas personalidades comenzaron a ser distinguidas con ella. Entre estas personalidades destaca el insigne escritor Don Ramón María del Valle Inclán (1866-1936), que hacía pública y notoria ostentación de la misma.
    El 22 de abril de 1931, el Rey Carlista Jaime III le había escrito desde París una carta a Valle-Inclán, confiriéndole esta Orden en el grado de Caballero, dado que “desde hace tiempo quería darte una muestra de mi afecto probándote mi agradecimiento por el tesón con que has defendido siempre en tus admirables escritos la causa de la Monarquía Legítima que yo represento”.
    La Orden de la Legitimidad Proscrita, en la mente de Don Jaime, tendría carácter hereditario y no solamente personal, pues en su acta de creación se consigna con claridad que “los condecorados con esta distinción o sus herederos podrán atestiguar públicamente los derechos que han adquirido a mi gratitud y a la de España, por el ejemplo de fidelidad que han dado a todos”.
    El decreto de creación enumera los grados de que se compone la Orden: Caballeros, Oficiales y Comendadores. El ingreso debe efectuarse por el grado inferior, es decir, antes de ser Comendador, habría que pasar por la categoría de Oficial, y antes de ser Oficial por la de Caballero. Sólo en casos de méritos excepcionales se reservaba al titular de la Dinastía el derecho de conceder Grandes Cruces.
    La condecoración consiste en una Cruz de Covadonga colgada de una cinta con bandas verticales negras y verdes: negras, color del duelo del destierro, y verdes, color de la esperanza del triunfo. La cinta de esta condecoración será sencilla para los Caballeros y llevará una pequeña roseta para los Oficiales, y otra de mayor tamaño para los Comendadores.
    Con fecha 23 de abril de 2.000, festividad de San Jorge, el pretendiente carlista Don Carlos Hugo de Borbón Parma dotó de nuevos estatutos a la Orden que desde ese momento ostenta el calificativo de “Real”, dividiéndose en tres capítulos: uno por cada una de las coronas tradicionales de España (Castilla y León, Aragón, y Navarra). Como novedad, también se decidió que la Cruz de Covadonga, o Cruz de la Victoria, irá timbrada de la corona real.

    Derecho Premial de los Pretendientes Carlistas.
    Los pretendientes carlistas, que surgieron tras el fallecimiento sin descendencia de Don Alfonso Carlos I, último heredero directo de Don Carlos María Isidro, fundador de la Dinastía Carlista, fueron el Archiduque Carlos de Habsburgo-Lorena y Borbón y Don Javier de Borbón Parma, secundado por su hijo Don Carlos Hugo. Los tres distribuirían honores entre sus partidarios, quienes los recibían como una de las más preciadas distinciones, siendo objeto de un general y público reconocimiento social y protocolario. Por esta razón hemos considerado oportuno exponer en este apartado la concesión de los referidos honores.
    Como es lógico suponer, ninguno de los títulos nobiliarios discernidos por los pretendientes carlistas fue reconocido para su uso legal en España. La legislación de 1948 era evidente que contemplaba el caso de los títulos históricos, aunque la historia fuese reciente, otorgados por los Reyes Carlistas, pero no los de nueva creación otorgados ya bajo la vigencia del régimen del General Franco.
    Honores y distinciones del Archiduque Don Carlos de Habsburgo-Lorena y de Borbón.
    El Archiduque Carlos Pío de Habsburgo-Lorena y de Borbón (1909-1953) era el hijo menor de la Infanta Carlista Doña Blanca de Borbón (1868-1949), hija primogénita de Don Carlos VII, Duque de Madrid, y del Archiduque Leopoldo Salvador de Habsburgo-Lorena (1863-1931). Contrajo matrimonio en 1938 en Viena con Doña Christa Saltzger von Balvanyos (1914), de la que tuvo dos hijas: Alejandra Blanca (1941) y María Inmaculada (1945).
    Como pretendiente al trono de España, el Archiduque Carlos discernió a sus partidarios y a diferentes personalidades, distinciones honoríficas, incluidas el otorgamiento de títulos nobiliarios.

    

    Carlos de Habsburgo-Lorena y Borbón, un firme candidadto del Gral. Franco.
    
    Al General Franco le otorgó, y entregó personalmente en 1952, el Collar de la Orden de San Carlos Borromeo, que él mismo había fundado en 1937. Al Cardenal Legado del Papa para el Congreso Eucarístico Internacional, celebrado en mayo de 1952 en Barcelona, Monseñor Tedeschini, antiguo Nuncio del Papa en Madrid, le concedió la Gran Cruz de esa misma condecoración, y a su director espiritual, Monseñor Pedro Lisbona, Camarero secreto de Su Santidad, lo nombró Comendador con Placa. Numerosos títulos de Comendadores y Caballeros de esta Orden fueron distribuidos generosamente por Don Carlos entre sus seguidores.
    En el año 1944 el Archiduque Carlos, también, había creado la “Medalla de Carlos VIII” para premiar “la antigüedad y constancia en la defensa de Mis Derechos y de Mi Causa”, que en la práctica fue escasamente otorgada.
    En cuanto a los títulos de nobleza, el Archiduque Carlos otorgó catorce títulos entre los años 1944 (un año después del inicio de su campaña como pretendiente al trono) y 1953, año de su temprana muerte: 10 condados, dos marquesados, un vizcondado y un señorío. Ninguno de ellos, como ya se ha dicho, obtuvieron reconocimiento oficial, aunque sí social.
    Lo que resulta muy sorprendente es que otro acto similar del Archiduque Carlos, Carlos VIII para sus seguidores, sí fuera oficialmente homologado.
    Además de restablecer la legislación nobiliaria, el General Franco había reorganizado, por un Decreto de 13 de abril de 1951, el “Cuerpo de Reyes de Armas”. A éstos compete la expedición de certificaciones de nobleza, genealogía y escudos de armas. Una Disposición Transitoria de este Decreto daba un breve plazo para que los Cronistas que ya estuviesen en posesión de “albalá” de “Rey de Armas”, instasen su legal ratificación. Don Vicente de Cadenas y Vicent, que había sido nombrado “Cronista de Armas” por Carlos VIII, acogiéndose a la transitoria, presentó para su homologación dicho nombramiento. Y contra todo pronóstico, el Jefe del Estado, a propuesta del Ministro de Justicia Don Antonio Iturmendi, expidió el 11 de mayo de 1952 “albalá” de “Cronista de Armas” a favor del señor de Cadenas, quien legal y pacíficamente vino desde entonces haciendo uso del mismo hasta la fecha de su muerte, acaecida en el año 2005. A igual trámite se someterían los “Cronistas – Reyes de Armas” designados por Don Alfonso XIII, lo cual causó no poco escándalo y perplejidad entre los expertos en estas materias, al ponerse al mismo nivel la firma de este Rey con la de Don Carlos VIII.
    Honores y distinciones de Don Javier de Borbón Parma.
    Don Javier de Borbón Parma, el viejo Rey Javier I para sus partidarios, mostró, a partir de los años 50 del pasado siglo XX, su firme disposición de actuar como un auténtico Rey Carlista, incluido el ejercicio del Derecho Premial. Era ésta una manera más de mostrar de forma sutil y un tanto discreta el ejercicio de la realeza.

    

    D.Javier de Borbón Parma.
    
    La Orden de la Legitimidad Proscrita fue distribuida por Don Javier de forma selectiva, pero no cicatera, entre sus seguidores. En 1956 nombra Caballeros a Don José María Valiente, Don Manuel Fal Conde y Don José Luís Zamanillo, tres próximos colaboradores suyos en aquella época. En 1963 otorga la Gran Cruz a su esposa, la Reina Carlista Doña Magdalena de Borbón Busset (1894-1984), y asciende al grado de Comendadores a Don José María Valiente y Don Manuel Fal Conde.
    Años más tarde, concedería también a Don Manuel Fal Conde, que fue durante largos años su Jefe Delegado, el título nobiliario de Duque de Quintillo en una concentración celebrada el 8 de diciembre de 1967 en Fátima (Portugal). Fue un extraordinario gesto de distinción el ejercido por don Javier, quien se había impuesto la norma de no conceder títulos de nobleza. Esta merced se concedía, con la Grandeza de España correspondiente aneja al mismo, para el beneficiario y “sus hijos descendientes varones legítimos, por orden de primogenitura y derecho de representación, según el orden sucesorio de varón en varón por el que se rige la sucesión legítima a la Corona”. El documento, pese a reflejar un acto estrictamente privado, revestía la redacción solemne de tales concesiones .
    Este sería el único título que otorgaría Don Javier fuera del círculo de su propia familia: Duque de Madrid y Duque de San Jaime a su primogénito Don Carlos Hugo, Condesa de Poblet a su hija Doña Cecilia, Condesa del Castillo de la Mota a su hija Doña María de las Nieves, Duque de Aranjuez a su hijo menor Don Sixto Enrique. Para él mismo se reservó el título de Conde de Molina, usado por el fundador de la Dinastía Carlista, el Infante Don Carlos María Isidro, Carlos V para sus seguidores. Creemos que, además, otorgó el título de Duquesa de Soria a su hija Doña María Teresa, extremo este que no hemos podido confirmar.
    La concesión de estos títulos y condecoraciones no hacía ninguna gracia al General Franco, que se sinceraba, en términos de reproches hacia Don Javier, con su primo y secretario el General Franco Salgado Araujo, quien escribió en su diario el 21 de diciembre de 1967, escasos días después de la concesión nobiliaria a Don Manuel Fal Conde:“Franco se queja del Príncipe Don Javier de Borbón Parma (que) acaba de conceder títulos nobiliarios, cruces, medallas, etcétera, como si tuviera derecho a ello y no lo tiene, pues se trata de un príncipe extranjero (…) Don Javier es extranjero y nada tiene que hacer políticamente en España. Por eso me da pena que haya españoles que le sigan” .
    Gustase o no al General Franco, los honores y distinciones otorgados por Don Javier de Borbón Parma gozaron de la aceptación general de una parte muy importante de la sociedad española.
    Honores y distinciones de Don Carlos Hugo de Borbón Parma y Borbón Busset.
    Don Carlos Hugo secundó activa y eficazmente a su padre Don Javier en la lucha por conseguir la corona de España. Tras la ascensión al trono de Don Juan Carlos en 1975 y el consiguiente fracaso del Partido Carlista en las urnas en 1979, Don Carlos Hugo pasa casi 20 años en Boston (EEUU), enseñando economía en la prestigiosa Universidad de Harvard.
    Será el año 1999 en el que Don Carlos Hugo retoma el ejercicio de sus derechos históricos y comienza a otorgar a un selecto grupo de fieles la condecoración de la Orden de la Legitimidad Proscrita, poniendo de manifiesto de esta forma que no renuncia al legado carlista del que se siente depositario y heredero.
    Las primeras cartas, en las que comunicaba a los beneficiarios la concesión de esta Orden “que quiero que ostentes en tu pecho, símbolo de servicio y lealtad”, estaban firmadas, todavía, desde Boston. Los actos de imposición de estas condecoraciones se realizaron en tres lugares diferentes: 30 de mayo de 1999 en Villarreal (Castellón), el 5 de junio de 1999 en Roa (Burgos), y al día siguiente en el Castillo de Javier (Navarra). En cada uno de estos actos Don Carlos Hugo pronunciaría vibrantes discursos, que arrancaban de forma espontánea fuertes y estentóreos gritos de entusiasmo entre los seguidores allí congregados.

    Carlos Hugo e Irene de Orange Nassau.
    El 13 de octubre de 2.000, en un acto celebrado en Trieste (Italia), en cuya Catedral se encuentra enterrado el fundador de la Dinastía, Don Carlos María Isidro, y la mayoría de los Reyes Carlistas, Don Carlos Hugo, ante más de un centenar de seguidores, concedió la Gran Cruz de la Orden de la Legitimidad Proscrita a su hijo primogénito y heredero Don Carlos Javier. También condecoró con esta orden a algunos de los fieles concurrentes al acto.
    

    D.Carlos Javier de Borbón Parma y Orange-Nassau.
    En esta misma línea y para evidenciar su compromiso con el carlismo y la continuidad en el ejercicio de las responsabilidades inherentes a ese compromiso, tiene lugar, el 28 de septiembre de 2003, en el restaurante “Euskalduna” del pueblecito francés de Arbonne, un importante acto en el que Carlos Hugo, tocado de boina roja, al igual que sus hijos, y con la voz solemne de las grandes ocasiones, afirma: “Quiero anunciar ante esta representación carlista y ante la historia que, a partir de ahora, tres de mis hijos llevarán títulos netamente carlistas: Carlos Javier llevará el de Duque de Madrid, Jaime el de Duque de San Jaime y Carolina el de Duquesa de Gernika. Yo me reservo el de Conde de Montemolín”.
    Para los carlistas estos actos demostrativos del ejercicio del Derecho Premial tienen el claro significado de la continuidad dinástica del carlismo, personificada, tras el fallecimiento del Duque de Parma el 18 de agosto de 2010, en su hijo primogénito y sucesor Don Carlos Javier de Borbón Parma y Orange-Nassau.
    D. Sixto E. de Borbón Parma.

    Paralelamente a estas concesiones, Don Sixto Enrique, hermano menor de Don Carlos Hugo, que lidera un grupo de carlistas conservadores en franca disputa y cuestionamiento con el derecho dinástico de su hermano, y ahora de su sobrino Carlos Javier, comenzó, también, a otorgar la Orden de la Legitimidad Proscrita a partir de 2.003 entre sus seguidores.
    Dr.D. Francisco Manuel de las Heras y Borrero, Presidente de la Junta de Linajes de esta Casa Troncal.





    ReynoDeGranada dio el Víctor.

  11. #11
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    Re: Artículos sobre carlismo

    Artículo sobre historia general del carlismo en Recuerdos de la historia:
    EL CARLISMO, IDEAL Y CONSECUENCIA. HISTORIA ÉPICA DE UN INFORTUNIO.


    EL CARLISMO, IDEAL Y CONSECUENCIA. HISTORIA ÉPICA DE UN INFORTUNIO.


    INTRODUCCIÓN


    Antes de nada, pedimos disculpas por la extensión del presente, pero hay que entender que el tema bien lo merece, ya que es muy complicado como ideología en si, y como fundamento histórico por la gran actividad que ha tenido a lo largo de su historia, una historia que, en la mayoría de las veces, acaba escrita por los vencedores. Los vencidos, los perdedores, han terminado siempre o casi siempre sentenciados al silencio y a la ignorancia con el yugo a sus espaldas del padecimiento y llanto del infortunio de la derrota, apartados de un pretérito que excepcionalmente permite que levanten su voz en los escritos, pero desposeídos de las que fueran sus virtudes, cargando las cadenas que censuran su ideal y descalifican irremediablemente sus acciones.


    Escuchando al ilustre Azorín, quien dice que la historia es el historiador y que la historia es según el historiador que la escribe, la intención aquí no es escribir una historia del Carlismo pues sería una intención que caería en la zanja de la falsa modestia, por lo que debemos limitarnos a plasmar una visión particular, avalada con escritos de autores más expertos en la materia, y dándole un matiz que para nada distorsione la realidad, con el fin de dar claridad a determinados conceptos para quien se considere interesado, buscando un escenario que debe bastar por si solo para que la visión sobre el Carlismo no tenga la necesidad de adornarse con fingidas grandezas, las cuales son símbolo del pecado de la vanidad nacional que ni es, ni puede ser considerado patriotismo ni orgullo de partido o ideal, con sus propias particularidades, aciertos y errores.


    Existe una pretensión sobre el Carlismo de alguna que otra tendencia política que presenta a Zumalacárregui, del que luego hablaremos, y otros combatientes carlistas, colocándolos como precursores del movimiento independentista vasco, y en otro documento de este autor, titulado CHAHÓ Y LA CONSPIRACIÓN ZUMALACÁRREGUI, ya se explica, así que no vamos a extendernos más aquí en el tema.




    Aparte de todo esto que hemos comentado anteriormente, para adentrarnos en la ideología del Carlismo, es necesario comprender una serie de puntos fundamentales del mismo, que son el planteamiento jurídico y político del Carlismo, su sentido y justificación histórica, la esencia de su contenido doctrinal, el concepto mismo de la tradición hispánica y el alcance básico de su lema, Dios, Patria, Fueros, Rey, y todo esto, definido de forma inequívoca en las que podríamos considerar sus bases esenciales de su ideología, que son una bandera dinástica que es la de la legitimidad, una continuidad histórica que es la de Las Españas, y una doctrina jurídica política, la tradicionalista. Sobre otra tendencia del Carlismo, o sobre su reorientación política a la izquierda, hablaremos más adelante.


    Huyendo de una respuesta técnica de la definición del Carlismo puesto que los tecnicismos ensombrecen de tedio la historia, lo definiremos, si el juego de la prosa nos lo permite, como una legión de legitimistas, tercos caballeros de un pasado turbulento y bullicioso, en el que don Carlos y sus herederos traspasaban el umbral de unas fronteras hostiles disfrazados de sombra, arrastrando en su historia la epopeya de una interminable batalla, vencidos sin resignación ni tregua y asidos a la tradición que los observa impasible desde un rincón de la historia, como peregrinos obcecados en un ideal convertido en conspiración en el exilio. Como caballeros Cruzados a la espera de una oportunidad en el tiempo para levantarse de nuevo en un perpetuo ensueño al grito desesperado en sus gargantas de Dios, Patria y Rey, y lo hacían ciegos en la locura de su razón, absortos en su sentimiento justo, para volver de nuevo a empuñar sus lanzas ante la confusa restauración de la infamia, regresando proscritos desde el resignado horizonte del olvido para combatir de nuevo a la usurpación, como mejor sabían hacerlo, levantando a los vientos la Cruz de Borgoña, agarrada con furia de las manos del alférez caído, para volver a hondearla en la vorágine atroz de un ataque a bayoneta calada, o montando al acecho en la ribera de un río, cuyo puente románico los observa en silencio detrás.







    TRES GUERRAS CAINITAS


    Entre 1833 y 1876, estallan en España tres conflictos civiles de características cainitas conocidos como las guerras carlistas, teniendo como denominador común a la crisis del Antiguo Régimen, y al nacimiento de un movimiento conocido como Liberalismo. Este último, si bien es cierto que no estuvo exento de una cierta ambigüedad o división ideológica en cuanto a sus formas, que tuvo consecuencias importantes dentro del marco historiográfico de España, también lo es que el bando realista partidario en un principio del absolutismo de Fernando VII se encontró dividido a medida que el rey, en su última etapa de gobierno, cambiaba radicalmente una postura política sin un horizonte concreto. Muchas veces, se ha caracterizado con cierto disimulo el final fratricida de los enfrentamientos armados de esa lucha ideológica confundiéndolo con la necesidad de demostrar la nobleza de la razón que sustenta el ideal de las guerras, cuando la realidad no fue más que la triste realidad de las guerras, es decir, lucha, muerte, martirio, sufrimiento y olvido.


    A lo largo de este documento, vamos a poder conocer episodios sangrantes que rozan la razón, y el propio razonamiento, pero aún así, es importante conocer la enorme importancia que tuvieron en su momento las guerras carlistas, importancia borrada injustamente por la sombra de otro conflicto de la misma tendencia que se desarrolló entre 1936 y 1939. Si bien cabe aclarar, que no se pretende aquí pormenorizar el estudio de cada uno de los enfrentamientos que supusieron estas tres guerras, pretendiendo únicamente, dejar constancia de una visión generalizada, que puede ser más o menos acertada. De esto último, pedimos disculpas, pero cabe entender el grueso material y el interminable espacio que podría ocupar, por lo que nos propondremos desde aquí que cada uno de esos conflictos, se estudie por separado a esta introducción, y de forma individual, en entregas separadas, si el tiempo y las circunstancias lo permiten, limitándonos aquí a esbozar unos meros apuntes sobre las mismas, a forma y manera de dar un razonamiento inicial.



    No cabe duda de que las guerras carlistas fueron los conflictos bélicos más decisivos de la España del siglo XIX, donde Liberales y Carlistas se enfrentaron en tres ocasiones para imponer sus fórmulas políticas y estilos de vida, pero, como hemos dicho antes, olvidadas en el abrazo de la indiferencia al abrigo del conflicto de 1936, aunque es importante reseñar que sin dejar de lado la importancia, el resultado y las consecuencias de este último enfrentamiento al que nos hemos referido, las guerras carlistas no carecieron en ningún momento de la importancia por lo que suponían tanto el propio resultado de las mismas y las consecuencias ya no sólo a nivel político, si no humano en su más trágica visión, baste recordar que el número de bajas del ejército liberal en la Primera Guerra Carlista (1833-1840) fue brutal, ya que superaron la de los dos bandos que se enfrentaron en 1936, y fue catalogada como la más sangrienta de la historia contemporánea si tenemos en cuenta la relación entre el número de muertos y de habitantes. En la imagen siguiente, acción carlista conocida como la cincomarzada, en la Primera Guerra Carlista.







    Por otro lado, otro factor fue el exilio, ya que si importante fue el llevado a cabo por los desterrados en 1939, no lo fue menos el que protagonizaron miles de afrancesados, liberales y carlistas tanto políticos como militares, monarcas y ministros y hombres y mujeres e historias y vidas que tuvieron que partir dejando atrás el testigo mudo de la triste realidad de aquella España, madre ingrata, pero madre al fin, que observa en el devenir de la historia con fúnebre semblante cómo sus dos hijos se parten a balazos y a golpe de sable el alma y el corazón. Esta es la historia no sólo de carlismo, si no de las dos Españas, las de siempre, esas que tantas veces han caminado juntas y juntas han peleado espalda contra espalda en defensa una de la otra en pro de la tierra que las vio nacer, y que pasado el camino, sus cuerpos se bifurcan cada uno a su lado, tirándose piedras con el odio fratricida que es el que más daño hace y nunca se olvida. Decimos esto a razón de que se puede quizás olvidar la bofetada de un vecino, más fácilmente que el escupitajo de un hermano, al que guardaremos ese rencor encendido cuyas ascuas no se apagarán jamás. Recordemos que tanto liberales como realistas se pronunciaron en 1812 y 1814 contra el Antiguo Régimen; es decir, contra el sistema vigente en 1808 al sobrevenir la invasión francesa, el cual es llamado absolutorio por las fuentes liberales y despotismo ministerial por los realistas.


    No obstante a todo esto, la reflexión sobre lo que significaron las guerras carlistas no debe conducirnos a otra idealización negativa de la historia de España. Debemos tener en cuenta las consecuencias que trajo el triunfo de la causa liberal en otros países vecinos, y en los territorios o provincias españolas de América cuya independencia supuso al fin, otra guerra civil, aunque realmente no fueran las guerras carlistas causa y el efecto culpable absoluto del desastre emancipador, pues sería injusto admitirlo así.


    EL LIBERALISMO. LA RAIZ DEL PROBLEMA


    El liberalismo nace a raíz del ideal de la Revolución francesa de 1789, y sus consecuencias en España tienen su origen en la propaganda originaria del país vecino a través de los exiliados y refugiados de la propia Revolución en nuestro país. Los sucesos de 1793 sobre el regicidio de Luis XVI precipitaron la Guerra contra la Convención(1793-1795) que se desarrolló en tres frentes distintos, el navarro-guipuzcoano, el aragonés, y el catalán, cuyas consecuencias fueron una especie de empate técnico en el frente catalán pero los franceses ocuparon el Valle del Baztán (Navarra) Fuenterrabía y San Sebastián, llegando hasta Bilbao y Vitoria.


    La Junta Foral Guipuzcoana negoció su independencia con el apoyo de los franceses que no hicieron lo mismo en el resto del País Vasco ni en Cataluña, y como respuesta, la Corona enarboló la bandera de los fueros vascos y navarros y capitalizó con provecho su defensa, y la de los valores que representaban sobre el invasor y su Constitución, pero, por otra parte, los mismos fueros dificultaban el alistamiento, ya que prohibían a sus naturales luchar fuera de los límites de cada provincia.


    Comenzó a surgir una corriente de pensamiento contrarrevolucionaria y antiliberal en defensa del Trono y el Altar bajo la bandera de Dios, Patria y Rey, carácter del Carlismo. Se complicó la situación en Cataluña tras la muerte del General Ricardos, quien después de haber vencido al francés por sus condiciones de estratega y táctico, falto de apoyos, tuvo que retirarse acosado a poca distancia, sin perder ni hombres ni equipo, y sin medios para continuar una campaña que alcanzó resonancia europea, regresa a Madrid para exigir apoyo a Godoy. Y estando en la gestión, muere en 1794.


    Desde ese momento, la guerra en el Pirineo oriental comienza a perderse por las armas españolas, faltas de un jefe que pudiera suplir las virtudes humanas y profesionales de Ricardos. Y en esta situación, al contrario que en el País Vasco, el Gobierno recurrió a la antigua institución local del somatén, preludio de la Guerra de la Independencia. Llegada la Paz de Basilea la política española quedó subordinada a los intereses franceses, comenzando así el germen del liberalismo que ya no abandonaría España ni antes ni después de la Guerra de la Independencia, y que durante el encierro de Fernando VII en Valençay, a parte de que la inmensa mayoría de los españoles sólo reconocieron como rey a Fernando VII el Deseado, deslegitimaron al monarca impuesto por Napoleón, propiciando lo que también fue el germen del Carlismo en defensa del Altar y el Trono legítimo.



    En la imagen, el General Antonio Ricardos.





    Digamos, pues, que la Revolución francesa engendró un ciclo de revoluciones en Europa que aún no parece haber acabado, y digamos, también, que durante todo este periodo, en España la sociedad a terminado dividiéndose convirtiéndose además en un ideal estereotipado cuando se habla de “las dos Españas”, la tradicional y la revolucionaria o progresista. La primera, la España Tradicional, tuvo el suficiente arraigo en España como para resistir el envite revolucionario en nada menos que seis guerras civiles de más o menos importancia y cuyos resultados han sido diversos, desarrollando a su vez una teoría política de cierta envergadura, que a menudo y de forma equivocada ha estado salpicada de difamación política o minusvaloración del tema carlista, considerándolo como algo episódico e intrascendente cuando la realidad, es muy distinta.




    El enfrentamiento entre las dos Españas se produce por primera vez a principios del siglo XIX y además, durante el reinado de Fernando VII. Nos referimos a la Guerra Constitucional durante el mandato del liberalismo del Trienio entre 1821-1823 y más concretamente a raíz de la llegada o entrada en el gobierno de la facción llamada veinteañistas más radical, y que terminó con la llegada de los Cien Mil Hijos de San Luis de Angulema, y la otra guerra fue la rebelión de Cataluña y zonas periféricas conocida como guerra de los Malcontents o Agraviados, en la proclama de Agustín Saperes se habla del «enemigo infame que intenta arrebatarnos el precioso don de nuestra Santa Religión y del Rey absoluto». Sus pretensiones eran que se restableciera la Inquisición, y se quejaban de las relaciones del rey con los afrancesados, optando por un reformismo para que se sostuviera el régimen absoluto, habida cuenta de que Fernando VII estaba acercando peligrosamente sus intereses a las posturas y postulados del llamado sector más templado que cada vez, se iba haciendo con más poder en el gobierno. Todo terminó pronto y cuando todo el mundo pensaba en un trato benigno con los implicados, Fernando VII rechazó cualquier petición de gracia; nueve de los principales insurrectos fueron fusilados en Tarragona, mientras que unos trescientos fueron deportados a Ceuta.


    Es muy importante recordar aquí, que desde el punto de vista ideológico y político, el Carlismo en armas, en su primera etapa, es, fuera aparte de la Guerra Civil desatada durante el trienio Constitucional, entre 1820-1823, de la que se ha hablado, la oposición de masas más importante a la Revolución Liberal. Teniendo en cuenta las razones dinásticas que más adelante se verán, hay que asumir que el Carlismo invoca también en una primera etapa una oposición lógica a las teorías que se derivan de la Revolución Francesa, y es heredero sistemático del “Realismo Exaltado” o de los llamados “puros” del régimen político de la monarquía absolutista. Hagamos memoria de que no sólo se dio la división liberal en “doceañista” y “veinteañistas, también llamados los primeros Moderados y los segundos Exaltados (progresistas), si no que entre los Realistas o partidarios del Absolutismo, también si dio una división ideológica o de planteamiento entre los llamados “Puros” o exaltados, y los llamados Moderados, y podríamos incluir también a los Jovellanistas, estos últimos eran fundamentalmente intelectuales moderados partidarios de la Ilustración, y se repartían también entre ambos bandos de pensamiento, es decir, entre Realistas y Liberales. También recibían este nombre los miembros de una sociedad secreta de carácter conspirativo liberal, que estaba supuestamente activa alrededor de 1837, pero no tenían nada que ver con los jovellanistas del realismo. En vida de Fernando VII los tradicionalistas españoles, que eran conocidos como realistas, se vieron divididos en pensamiento cuando la cuestión dinástica emergió a la muerte del monarca y los realistas puros apoyaron a su hermano Carlos. Fue entonces cuando el tradicionalismo político fue enriquecido por un elemento nuevo, el Legitimismo, que con un líder de sangre real a la cabeza, fue a su vez conocido como Carlismo.


    Esta razón anterior, el Legitimismo, lo que se ha venido a llamar como legitimidad proscrita y heroica, ha tenido cinco reyes como abanderados que son: Carlos V, Carlos VI, Carlos VII, Jaime III y Alfonso Carlos I. Con el fallecimiento de este último en Viena el 29 de septiembre de 1936, se habla de la extinción recta o directa de la dinastía del legitimismo español, y se abre una sucesión que podemos considerar jurídica y políticamente oscura, y que divide en partidarios de diversas tendencias a los actuales carlistas españoles, aunque para no entrar en conflictos que ensucien el tema que nos ocupa, no vamos a tratar aquí en diversificar o enmarañar más sobre esta cuestión, ya que la finalidad es otra bien diferente, y no pronunciarnos o postularnos en dogmas políticos, ya que esto es mas bien el trabajo que corresponde a los órganos internos del Carlismo, nos limitaremos en consecuencia a mencionar determinados datos de carácter informativo.





    Durante el Decenio Absolutista (1823-1833), que la historiografía liberal más clásica define como “La Ominosa Década”, con posiblemente, demasiado sabor a tópico en un guiso literario que se ha anclado en la historia de España de tal manera que resulta muy complicado desmitificar, y que desde luego, tampoco es que ayude demasiado ni la historia del propio monarca, ni su equipo de gobierno a la hora de proporcionar determinado número de argumentos en su defensa para tratar de reivindicar algo de positivismo en este periodo de difícil planteamiento político, Fernando VII pudo llegar a comprender la derivación cada vez más persistente de las circunstancias político-sociales de España, aunque el Régimen continuara gozando de una plena soberanía real, y todos los intentos para derrocarlo fueron infructuosos. No obstante se tomaron medidas en el campo administrativo que fueron gratas para los partidarios del Liberalismo de forma que aumentó el número de moderados y ex afrancesados que se fueron adhiriendo al Régimen, sobre todo en torno a 1826, cuando el monarca había empezado a dar muestras de una amplia remoción de cargos en la cual los conservadores a ultranza iban a ser literalmente barridos del mapa político, pero los Realistas más celosos lograron que el rey suspendiera el plan. Esto dejó entrever claramente el giro político consentido por Fernando VII y la dirección de este giro, que principalmente se haría más de una forma administrativa que política, y de que contaba con el beneplácito de los ex afrancesados liberales moderados, los cuales ya desde hace tiempo, habían renunciado a la violencia, y ansiaban un giro pacífico de la situación mientras que los exaltados continuaban conspirando víctimas de su propia impaciencia temerosos de que la evolución, como sospechaban, les dejase fuera de participar activamente en la administración y política del Régimen. Esta actitud de Fernando VII fue, precisamente, la que provocó una división importante con su hermano el Infante don Carlos y el principio de sus enfrentamientos ideológicos, que con el paso del tiempo, se irían acentuando cada vez más.





    En la Imagen superior, Carlos María Isidro Benito de Borbón y Borbón-Parma, primer pretendiente carlista al trono español, con el nombre de Carlos V.


    No hay que olvidar que la historia del carlismo, ha venido acompañada de supuestas conspiraciones cuya base no ha sido otra que la propia ideología liberal intentó, a nuestro juicio, infiltrar aprovechando la inclinación de Fernando VII a incluir en sus gobiernos a figuras más moderadas del liberalismo, o posiblemente al temor a la inseguridad del monarca, y viendo que su hermano, empezaba a ser aclamado por una parte del pueblo español cada vez más desconcertado con el monarca, pero otras conspiraciones si han sido más reales, y a una y otras nos referimos a continuación.


    Ya durante el Decenio Absolutista, se llevaron a cabo varias conspiraciones de carácter ultrarrealista, y algunas de ellas tuvieron vínculos con un cuerpo de base popular denominado voluntarios realistas, que se formo en junio de 1823, que estaba controlado por los núcleos más idealistas del absolutismo, y cuyo episodio más importante fue la llamada Guerra de los Agraviados, o malcontents, (mal contentos), en 1827, de la que hablaremos después, y la cual, se desarrolló básicamente en Cataluña, debido al malestar que se vivía tanto en la industria como en la agricultura debido a la fuerte crisis económica, y que se llevó a cabo contra el Gobierno, salvando la figura del monarca, pero que sin embargo, se tomaron medidas del propio Fernando VII que combinaron tanto la represión más brutal, como el indulto más incomprensible, con lo que podemos hablar de que la represión en esta década, no fue sólo contra los movimientos liberales, si no también contra los realistas descontentos.


    Ya desde Francia, el gobierno de Luis XVIII aconsejaba que se adoptaran en España medidas de conciliación que empezaron a hacerse efectivas a finales de 1825, aunque no sin alguna, aunque escasa, reticencia. Durante este año 1825, ya empezaron a ver la luz determinadas publicaciones como panfletos, en los cuales se daba a conocer el temor a que se hiciese efectivo un cambio de sentido en la política de Fernando VII que favoreciesen el ideal del Liberalismo. Uno de los más importantes fue el titulado “Españoles: unión y alerta”, en el cual se ponían de manifiesto determinadas conspiraciones masónicas que, según el panfleto, se preparaban ya desde 1823, para fomentar partidos encontrados, contrariar a todos los gobiernos y calumniando con tesón y cautela. Con escritos parecidos a este, se extiende un cierto clima de temores y sospechas, más propicio de todo régimen que se desmorona que otra cosa. Rumores solapados y folletos crean un desconcierto demasiado incipiente en la opinión pública y sirven de intrigas conspiratorias de mayor grado creando una situación de alarma preocupante que ya con una iniciativa del duque del Infantado Pedro Alcántara Álvarez de Toledo y Salm-Salm quedó mas que patente, mientras fue presidente del Gobierno entre 1825 y 1826.


    LA PROPAGANDA LIBERAL


    Fernando VII intentó cortar esta y otras alarmas como la que hemos visto antes. La aparición y publicación de panfletos era algo que desde entonces, empezó a tener una importancia cierta, y es importante reseñar que algunos de los cuales estaban conducidos precisamente a la creación de una situación de desconcierto con falsas denuncias, como lo fue el Manifiesto Realista de 1826, y la ideada relación falsaria o incierta relacionada con la literatura del Ángel Exterminador. No vamos a extendernos demasiado explicando aquí el tema del Manifiesto Realista y la literatura sobre el Ángel Exterminador, simplemente concluiremos en su falsedad argumentando que fueron fruto de la propaganda liberal, ya que con respecto al Manifiesto Realista de 1826, lo que se tramaba era, no indisponer a Fernando VII con el Infante don Carlos María Isidro, como han pretendido algunos, sino algo más grave, es decir, presentar al Infante como conspirador contra el Rey su hermano y descartarlo por este delito (el de traición) del derecho de sucesión al Trono. Según don Federico Suárez, Lo cierto es que la historia de este documento es bien conocida, y que lo recibió el Infante don Carlos María Isidro, hermano del rey, en su cámara de Palacio, no se sabe cómo.


    El Infante acudió inmediatamente a comunicárselo a su hermano Fernando VII, y cuando ya se había retirado don Carlos, después de la entrevista, uno de los individuos que militaba en el campo de los enemigos del Infante presentó la hoja al Rey, como si quisiera denunciar que el Príncipe tramaba una conspiración para derribar del trono a Fernando. Este la leyó y dijo que ya la conocía, y aquí acabó la historia de esta hoja, de la que probablemente hubo escasos ejemplares. Véase Pirala, Historia de la guerra civil y de los partidos liberal y carlista, 2.a ed., I (Madrid, 1868). pág. 36.—Bayo, Historia de la vida y reinado de Fernando VII de España. III (Madrid, 1842), pág. 234, y también Ferrer, Tejera y Acedo: Historia del Tradicionalismo español, II (Sevilla, 1941), pág. 149. No hay ninguna cita que dé a conocer al lector las fuentes de dónde proceden las noticias que dan y que sirvan de fundamento a su tesis. Parece abonar su explicación al hecho de que en el Archivo de Palacio exista, entre los papeles del Rey, un ejemplar manuscrito del Manifiesto (Papeles reservados de Fernando VII, tomo 70), aunque pudo llegar allí por cualquier otro conducto, por la policía, por ejemplo. Y en lo que respecta al Ángel Exterminador, lo cierto es que su existencia no está acreditada, y apoyamos esta duda en investigadores de la época como Benito Pérez Galdós (1843-1920), al cual se le ha achacado la primera mención a esta sociedad secreta en sus “Episodios Nacionales”. En una de esas menciones dice “ningún historiador ha probado la existencia de El Ángel Exterminador”, o Vicente de la Fuente (1817-1889). Historiador español en su excelente obra “Historia de las sociedades secretas antiguas y modernas en España, especialmente de la Franc-Masonería” (1874) apunta: “La sociedad del Ángel Exterminador es una pura patraña inventada por la francmasonería”, y también Hipólito Sanchíz, historiador actual, en su libro "Una historia de las sociedades secretas españolas" realizada junto al escritor León Arsenal sostiene que El Ángel Exterminador es creación de los liberales para desacreditar a sus adversarios los absolutistas y católicos.




    Por otra parte, desde 1932 y gracias a la diligencia de Juan Moneva y Puyol, nos son conocidos los apuntes que Llorente, hombre de la confianza del general Espoz y Mina, escribió relatando extensamente la conspiración de los emigrados y su influencia en España en 1826. Sobre este último apunte en concreto, nos referimos al extenso manuscrito que con el título de El General Espoz y Mina en Londres desde el año 1824 al de 1829 que redactó don Manuel Llorente, doceañista, diputado en las Cortes de 1820, compañero de emigración del General Mina y uno de sus hombres de confianza, como ya hemos dicho. Llorente pudo utilizar gran cantidad de documentos y su escrito resiste toda crítica, estando además confirmado por documentos de distinta fuente que Puyol no utilizó, si es que tuvo conocimiento de ellos. Estas son las conclusiones del ilustre don Federico Suárez al respecto, y la mejor referencia en la que podemos apostar, por la ausencia de impugnaciones en su contra. En la imagen, Espoz y Mina, pintado por Goya.










    CAMBIO DE TENDENCIA DEL REY


    Ya, en 1827, el rey había dado claras muestras de desconfianza con la nobleza, y con las masas campesinas que ya habían comenzado a vitorear al Infante don Carlos. En ese mismo año, quedó patente en un viaje que Fernando VII hizo a Cataluña, un claro acercamiento reconciliador entre la monarquía y la burguesía liberal. Aquí, justamente, empezó el Carlismo, sus consecuencias se consolidaron después. Como hemos podido ver, la actitud en el giro de la política fernandina provocó cierto temor en la ideología del realismo exaltado o puro, debido a la posibilidad de que las reformas liberales se pudieran replantear nuevamente, esta vez con el beneplácito real. Ciertamente es sabido que este sector del realismo exaltado, término que puede sonar de una manera exageradamente abrupta, pero que se puede admitir para diferenciar el grado de fervor a la causa, era partidario de alzar la bandera a favor de la religión y de la Iglesia amenazadas con las conocidas medidas anticlericales del liberalismo, debido a unos intentos desamortizadores durante el trienio Constitucional, y un debate que ya empezaba a tenerse en cuenta para emplazar estas medidas en un futuro, como así se hizo con Mendizábal en 1836 y posteriormente Madoz en 1855, que fueron las más importantes. A todo esto, se unió también el temor en los territorios forales, la bandera de los fueros amenazados, sabedores como eran que el liberalismo era contrario al privilegio foral, y por consiguiente, a los fueros. De ahí, el arraigo que el movimiento carlista tuvo en el señorío de Vizcaya y en las provincias de Guipúzcoa y Álava, un arraigo sentimental y profundo cuyo exponente se consolidaba con el saludo a los señores (Jaunak) de las Juntas:
    “Danak jainkoak egiñak gera, zuek eta bai gu bere” (A todos Dios nos hizo iguales, a vosotros también y a nosotros).


    El Reino de Navarra había conservado todas y cada una de las instituciones administrativas de gobierno, incluidas las Cortes, y la plenitud de gobierno en Navarra era mayor que en las demás provincias, incluso se llegaron a reunir en 1828-1829.


    Sabido es que los carlistas fueron foralistas, pero hay que decir que también lo fueron los liberales vascos y navarros, y aunque se vieron asediados y enfrentados con los carlistas, defendieron con perseverancia unos fueros que incluso llegaron a solicitar su conservación, con el respaldo moral de haber demostrado la lealtad y la defensa contra esos asedios, y no hay que olvidar otra cuestión, y es que si el carlismo ideológico, era profundamente religioso, también la mayor parte de los liberales españoles profesaban con total sinceridad las mismas creencias religiosas, pese al lema carlista de Dios, Fueros, Patria y Rey. La conclusión a la que llegamos es que si bien los carlistas fueron foralistas, un sector del liberalismo, también lo fue, siendo una consecuencia más del hostil antagonismo de las dos Españas que en ciertos momentos resulta difícil de comprender.


    Otro factor afín al Carlismo fue la masa social perteneciente a los sectores campesinos del medio rural, donde precisamente cuenta con mayor apoyo, debido a su alteración en el status económico por la venta de bienes comunales y concretamente en las zonas donde había grandes problemas de desequilibrio social, como Andalucía y Extremadura, aunque caeríamos en el error de fondo al considerar el Carlismo de un modo rural, y al liberalismo en el entorno de la ciudad, ya que también hubo carlistas en las ciudades y liberales en el medio rural. A grandes rasgos, que intentaremos definir, este podría ser el perfil del Carlismo que como ya se ha comentado, se encontraba arraigado en los llamados realistas puros, o exaltados, en el clero, en los defensores de un fuero particularizado, y en determinados y amplios sectores del medio campesino y rural, pero es menester seguir adentrándonos poco a poco para continuar explicando o intentando hacer entender tanto la ideología del Carlismo, como las causas y consecuencias del mismo.


    CAUSAS Y CONSECUENCIAS DE LAS GUERRAS CARLISTAS


    Las consecuencias, como hemos podido ver, fueron que debido a la resistencia a la Revolución, se declararon tres guerras civiles, la Primera Guerra Carlista o de los Siete Años (1833-1840), de la que cabe resaltar el mayor protagonismo que tuvieron en esta etapa el elemento militar y popular, en un tiempo en que el aspecto ideológico no estaba todavía plenamente desarrollado, y en el que el Carlismo era, más que una identidad política, un sentimiento. Este sentimiento derivará en un profundo proceso de organización política y elaboración ideológica que se irá gestando en la etapa de entreguerras, que conducirá a la brillante etapa presidida por la figura de Carlos VII, en que el Carlismo es el segundo partido con representación en las Cortes, y posee un brillante plantel de políticos, ideólogos e intelectuales.


    La causa de esta Primera Guerra Carlista podemos y debemos encuadrarla durante la última década del reinado de Fernando VII, cuando surgen las desavenencias dentro de las filas absolutistas debido a la sucesión al trono, que tendrán fuertes repercusiones posteriores, ya que debido a la falta de herederos a la Corona, los sectores más legitimistas del realismo puro, se agrupan alrededor de Carlos, hermano del rey, que ve como sus esperanzas se reducen tras el nacimiento de la princesa Isabel (Isabel II) en 1830. Esto dio lugar a la promulgación por parte del rey de la Pragmática Sanción, que abolía la Ley sucesoria que prohibía el mandato a las mujeres (Ley Sálica).


    Tal medida resultó en la división de la sociedad en dos bandos, que fueron los que a la postre se enfrentaron en la Primera Guerra carlista tras la muerte de Fernando VII en 1833, y que por una parte fueron los ya conocidos como carlistas, que eran absolutistas y campesinos partidarios de la ley Sálica que apoyan el gobierno de Carlos María Isidro, y que tuvieron mucha importancia en el País Vasco, Cataluña, sur de Aragón y, sobre todo, en Navarra. Su lema era “Dios, Patria y Fueros”, y defendían la tradición, la vuelta al absolutismo y al Antíguo Régimen junto con una defensa de las leyes locales o fueros, y que guiados por personajes como el general Zumalacárregui, Maroto, y Cabrera, y el cura Merino, recibieron el apoyo moral de las potencias de la Santa Alianza. Otra cuestión importante de apoyo a esta primera Guerra Carlista es que los liberales que empezaban a rodear a Isabel II y a su madre María Cristina de Borbón eran contrarios a los fueros e incluso los contravenían. Respecto a los realistas, podían saber también que estaban divididos sobre ello. Pero los partidarios de mantenerlos habían abundado durante el reinado de Fernando VII precisamente entre los futuros carlistas, en tanto que los contrarios a la intangibilidad del ordenamiento foral aparecían con frecuencia entre los entonces llamados realistas moderados, que luego acataron a María Cristina de Borbón y acabaron por asimilarse a los liberales.

    En la imagen, el General Zumalacárregui.









    Por otra parte, estaban los llamados Isabelinos liberales o Cristinos (moderados y progresistas), burgueses y miembros del ejército que defendían la Pragmática Sanción y el reinado de Isabel II. El liberalismo quería unja Constitución única para todo el territorio con la adaptación de los fueros al régimen liberal, lo que implicó la supresión de determinados privilegios como el de aduanas, para evitar los conflictos con el Estado central. Destacan generales como Narváez, Espartero y guerrilleros como Espoz y Mina. En la imagen siguiente, Batalla de Mendigorría, durante la Primera Guerra Carlista.







    De todas formas, consideramos interesante dar aquí explicación de un dato muy importante, y es lo que se define como La Pragmática Sanción de 1830, considerada como la cuestión jurídica de la Dinastía Legítima, y que fue una Pragmática Sanción aprobada por Fernando VII de España el 29 de marzo de 1830 que vino a promulgar la Pragmática de 1789 aprobada por las Cortes de aquel año a instancias del rey Carlos IV y que, por razones de política exterior, no llegó a entrar en vigor. La Pragmática de 1789 anulaba el Auto acordado de 10 de mayo de 1713 de Felipe V que, excepto en casos muy extremos, imposibilitaba a las mujeres acceder al Trono, por lo que comúnmente es denominada «Ley Sálica» aunque, técnicamente, no lo fuera, por lo que podremos en adelante considerarla semisálica. La Pragmática Sanción de 1789 restablecía de este modo el sistema de sucesión tradicional de las Siete Partidas de Alfonso X de Castilla, según el cual las mujeres podían reinar si no tenían hermanos varones, de esto, ya hemos hablado antes.
    La Pragmática de 1830, explicadas las razones por las que se mantuvo en secreto la Ley decretada por Carlos IV, se limitaba a publicar el texto aprobado en 1789, y volviendo a los estudios del eminente historiador Federico Suárez Verdeguer, la Pragmática Sanción de 1830 no es otra cosa sino la publicación del acuerdo de las Cortes de 1789 convertido en Ley fundamental; por tanto, la vuelta a la Ley de Partidas y al derecho de las hembras a la sucesión, según se desprende del estudio publicado en 1950 titulado La Pragmática Sanción de 1830. Valladolid: Escuela de Historia Moderna. Consejo Superior de Investigaciones Científicas.


    El problema jurídico que se plantea, y que debe ser considerado muy importante, como ya se ha dicho, es si fue legalmente válido o nulo el acto por el cual, Fernando VII publicaba la Pragmática Sanción el 29 de marzo de 1830, ya mencionada y madre de todos los males, y para poder contestar a la cuestión planteada, hay que tener en cuenta que se trata, como hemos podido ver, de una Ley que se refiere a otras anteriores, por lo que es necesario acudir a estos antecedentes, por lo que para evitar extendernos en demasía, consideramos oportuno obviar aquí toda la cuestión pormenorizada de la Pragmatica Sanción, y derivar su estudio para quien quiera ampliar su conocimiento, por lo que vamos a limitarnos a testificar que si Carlos IV mandaba observar de forma íntegra los términos del texto de 10 de mayo de 1713 en 15 de julio de 1805, y si nunca manifestó ni de forma pública ni privada con posterioridad a esa fecha sus deseos de alterar el orden sucesorio establecido en 1713 y como hemos visto, ratificado en 1805, el Carlismo interpreta que la pretensión o afirmación de Fernando VII es falsa con lo cual, esa misma falsedad invalida el acto de publicación que es finalmente a lo que Fernando VII se limita a hacer, y lo que el Carlismo entiende es que la Pragmática es nula de pleno derecho porque es también nula la publicación de la Ley sancionada, aunque realmente no se sancionó si no que se publicó sin otro trámite obligado, y es que además, Fernando VII atribuía la sanción a Carlos IV, y el problema es que Carlos IV tampoco la sancionó, ya que ordenó expresamente la vigencia de la Ley Fundamental-auto, acordado de 1713, en que no hubo en ningún momento sanción, siendo entonces la publicación un acto ilegal. Este es, entendemos, el problema que el Carlismo abandera como pretensión legitimista.



    Como ya se ha comentado al principio del presente artículo, no se pretende pormenorizar aquí ni los acontecimientos sustanciales de cada una de estas contiendas, por lo que nos limitaremos a decir que la guerra fue brutal, y terminó en el norte con el denominado Abrazo de Vergara, un convenio firmado en Oñate (Guipúzcoa en agosto de 1839 entre el General en Jefe carlista, Maroto, y el General liberal Espartero, se puso fin a la guerra en el norte pero la misma continuó en Cataluña hasta la definitiva derrota de Cabrera. El Convenio quedó firmado tras complicadas negociaciones tras una decisiva mediación del almirante Lord John Hay, jefe de la escuadra de observación británica, y que ya desde 1837 había comenzado a sondear a los generales de ambos bandos para hacer fructificar la finalización de la guerra. Una parte importante de la oficialidad y del clero carlista no aceptó el convenio y marchó junto con el pretendiente al exilio a Francia. Para estos sectores, el acuerdo entre Maroto y Espartero sería conocido como la Traición de Vergara. En la imagen, el Abrazo de Vergara.





    La segunda Guerra Carlista, o de los Matiners (Madrugadores) entre 1846-1849, tuvo lugar fundamentalmente en Cataluña entre septiembre de 1846 y mayo de 1849 debido, al menos de forma teórica, al fracaso de los intentos de casar a Isabel II con el pretendiente carlista Carlos Luis de Borbón y Braganza. Sin embargo, Isabel II terminó casándose con su primo Francisco de Asís de Borbón. Se puede hablar en términos generales sobre este conflicto que resurge como rechazo a la candidatura del conde de Montemolín, como Carlos VI y pretendiente carlista al trono, tras la abdicación de su padre. El alzamiento de las partidas fue continuo durante el otoño de 1846, fracasando el intento de sublevar otras regiones. Como ejemplo, en el País Vasco tuvo escaso eco, y se registraron algunos alzamientos en Castilla la Vieja y La Mancha, así como en Andalucía, aunque sin demasiado éxito. Los llamados Matiners contaron con el apoyo del campesinado mientras que el ejército isabelino sobornaba a algunos cabecillas carlistas para lograr que abandonaran la guerrilla. Además, la incorporación de elementos progresistas y republicanos a las filas carlistas, complicó aún más su resolución, que junto con la abortada venida a España desde Londres del conde de Montemolín en 1849, acabó por disolver los reductos carlistas, que optaron, al igual que Cabrera, por su traslado a Francia, sin dejar rastro de los mismos en mayo de 1849. En la Imagen, el General Cabrera, apodado el Tigre del Maestrazgo.








    En referencia a esta época, es necesario comentar que el número de carlistas refugiados en Francia era de tener en consideración, y que el gobierno de Madrid concedió una serie de amnistías parciales que, junto a las presiones de las autoridades francesas tendentes a enrolarles en la Legión Extranjera, se redujo progresivamente, pero no obstante, hubo diferencias notables con los principales dirigentes legitimistas, como don Carlos y su familia, que fueron confinados en la ciudad de Bourges, siendo rehenes del gobierno francés y peones de sus relaciones diplomáticas con Madrid. El depósito de refugiados españoles en Francia siempre estuvo sometido a las determinaciones del gobierno de parís, que siempre controló la residencia de sus forzados huéspedes, y cuyas comunicaciones con familiares y amigos en España atravesaron notables dificultades.

    En la imagen, Carlos Luis de Borbón y Braganza, Carlos VI.







    La Tercera Guerra carlista, entre 1872 y 1876, tuvo como causas fundamentales el hecho de que en los últimos años del reinado de Isabel II tuviera como único apoyo de gobierno al partido moderado mientras que el General Prim, el héroe de Castillejos, veterano de África y exiliado por su actitud contraria al régimen, dirige el movimiento militar denominado “La Gloriosa” que trajo consigo el exilio de la reina, el fin del reinado de los borbones y el inicio del sexenio revolucionario. Tras la segunda Guerra Carlista, los sucesivos fracasos conspiratorios de los legitimistas y la crisis dinástica abierta tras la muerte de Carlos VI parecieron condenar al Carlismo a una lenta desaparición de la escena política española, pero sin embargo, la revolución septembrina en 1868, trajo la adopción por el carlismo de los principios del catolicismo antiliberal y combativo que define casi simultáneamente la princesa de Beira en su Carta a los españoles y el papa Pío IX en el Syllabus, que pareció infundir nuevos ánimos al debilitado movimiento, a la vez que se suma el temor que llevó a toda Europa la Internacional, llevó al carlismo a importantes representantes del liberalismo moderado de Isabel II,
    al mismo tiempo que se solucionaron los problemas dinásticos con la definitiva abdicación del problemático infante don Juan a sus derechos dinásticos en su hijo mayor que se convirtió para todos los carlistas como el monarca deseado, nos referimos a Carlos María de Borbón y Austria-Este, autoproclamado duque de Madrid, bajo el nombre de Carlos VII entre 1868 y 1909, así como pretendiente legitimista al trono de Francia con el nombre de Carlos XI de Francia y VI de Navarra 1887-1909. Este nuevo carlismo es el que hizo la tercera guerra carlista y el que revivió luego en las luchas políticas del reinado de Alfonso XII.En la Imagen, Batalla de Lácar, en la tercera Guerra Carlista. En Navarra, la guerra actuó con especial virulencia.









    Cuando anteriormente nos hemos referido a la princesa de Beira, hablamos de Maria Teresa de Portugal, o de Braganza, quien se casó en segundas nupcias con su tío y pretendiente carlista Carlos María Isidro de Borbón. Enla Imagen, Carlos VII.








    A partir de entonces, se trató de organizar tanto una acción propagandística y política como, paralelamente, una nueva conspiración militar. Esta sería la estrategia de la dirección legitimista, por lo menos, hasta 1872. La ideología del Carlismo había evolucionado de forma que, aún manteniendo la esencia de los principios fundamentales de Dios, Patria, Fueros y Rey, trataron de evitar ser defensores de la Inquisición y consideraron la independencia intelectual y la espiritual tan importantes como la integridad territorial y la libertad política. Estos avances, junto con la unión a la causa de un buen grupo de intelectuales y políticos, hicieron que consiguieran un importante número de representantes en la Cortes.


    En la imagen, avance carlista a bayoneta calada en la Tercera Guerra, en la batalla de Mendizorrotz, el el 29 de enero de 1876. Representa la carga a bayoneta durante la batalla y la muerte, por bala, del Coronel Blanco. Es una reproducción de un cuadro al óleo de R. Balaca.








    En octubre de 1869 Carlos entregó la dirección político-militar del carlismo a Ramón Cabrera, quien dimitió en marzo de 1870 debido a discrepancias con el pretendiente y con notables figuras del movimiento carlista, ya que él pensaba que en ese momento no se daban las condiciones más razonables para alcanzar el triunfo por las armas, y no quería exponer a España a una nueva guerra civil, como se presagiaba. En abril, Carlos decidió asumir personalmente la jefatura del carlismo tras una conferencia que había reunido en Vevey, Suiza, a los notables carlistas, creando una junta central del partido que actuaba legalmente en España, la Comunión Católico-Monárquica, y juntas locales en los ayuntamientos donde el carlismo tenía implantación. Se organizó también una red de casinos y centros carlistas para promover el ideario carlista, estrategia que se probó exitosa, ya que en las elecciones de 1871 el carlismo consiguió 50 diputados en el Congreso. Sin embargo, finalmente fue la vía militar la que prevaleció, al dar Carlos a sus partidarios la orden de sublevarse en abril de 1872 en lo que fue el comienzo de la Tercera Guerra carlista, que se desarrolló sobre todo, en las provincias vascongadas y Navarra, y que terminó finalmente en la Segunda Batalla de Montejurra en febrero de 1876.En la imagen, salida de Carlos VII aclamado por sus tropas de Valcarlos, al final de la guerra, al grito de volveré.











    Hemos visto cómo el rencor político que arrastra a la muerte a los hijos del pretendiente carlista, se reconcilia al fin con el tiempo que ha convertido en polvo la carne arrojada con prisa a la tumba, donde el ideal de la Tradición espera paciente para surgir de nuevo y abrirse camino a golpes de bayoneta calada, acabando el cuadro que la repleta costumbre pictórica nacional, ha convertido en seña de propia identidad. El Tigre del Maestrazgo espera oteando el relieve que el horizonte pintado de gris en la madrugada, ha plasmado en cumbres y valles donde el joven sol que asoma, desliza poco a poco la luz del nuevo día que desde Cantavieja, y San Mateo, capitales del Maestrazgo, amenaza con una nueva carga de caballería carlista en defensa, una vez más, del tridente, fuero, patria y rey…Los Caballeros de la Orden de Montesa, observan admirados y orgullosos la escena en el tiempo y en el espacio, donde la bandera de la legitimidad ondea el orgullo dichoso de su Cruz de Borgoña, al paso del Ebro y el Cabriel y de las sierras de Molina y Albarracín hasta el mar. En la imagen, carga carlista en la batalla de Morella, por Ferrer Dalmau, que representa al general Cabrera, con su enseña particular.








    LOS CAMBIOS Y EL CARLISMO EN LOS TIEMPOS MODERNOS



    Es muy importante ir reseñando en este momento, unos datos ideológicos que van acompañados a la época de la que hablamos, ya que es relevante explicar que durante 1868-74 se ensayó por primera vez en España en sufragio universal, que volvió a reimponerse en 1890, y en el que sobre todo, Navarra y el carlismo navarro, tuvo una especial relevancia, ya que supuso la primera ruptura ideológica que contribuyó a abrir nuevas brechas en el movimiento, en las que Navarra y algunos navarros desempeñaron un papel destacable. Unos, con Cándido Nocedal a la cabeza, fueron partidarios de la abstención y de todo lo que supusiera absoluto repudio del liberalismo, en tanto que otros defendieron una actitud participativa. En los intentos de evitar la ruptura entre ambos grupos, durante los años ochenta, sería pieza principal el escritor Francisco Navarro Villoslada, diputado y senador por el Partido Tradicionalista y hacia 1871 ejerció de secretario del pretendiente Don Carlos, autor de novelas de fondo histórico como Doña Blanca de Navarra (1847), Doña Urraca de Castilla (1849) yAmaya o los vascos en el siglo VIII. En la ruptura que sobrevino, en 1888, fue fundamental "El Tradicionalista" de Pamplona, el periódico que provocó los primeros anatemas de Carlos VII, tras los cuales se abrió la escisión del Integrismo. Desde entonces (1888-1889) los tradicionalistas navarros fueron carlistas o integristas y tuvieron sus diputados propios y respectivos. En la imagen, Francisco Navarro Villoslada.







    El ya mencionado integrismo carlista, tuvo su núcleo más importante en Navarra, con figuras como la de Ramón Nocedal, pero también Navarra lo fue en mayor medida para el llamado Carlismo más estricto del tradicionalismo puro, con figuras como Tomás Dominguez Arévalo, conocido como el Conde Rodezno, o Juan Vazquez Mella.



    Entramos ahora, en la época más oscura del Carlismo, ya que en 1909, muere Carlos VII y su hijo Jaime de Borbón se convierte en titular de los derechos con el nombre de Jaime III, quien asume el puesto de pretendiente legitimista. A partir de entonces, el movimiento abandona oficialmente el apelativo de carlista y empieza a llamarse jaimista o simplemente tradicionalista o legitimista. Bartolomé Feliú fue el representante del partido en España hasta 1912 y Juan Vázquez de Mella el encargado de la secretaría política del jaimismo, a pesar de las malas relaciones entre él y el pretendiente. En 1913 comenzó a organizarse el Requeté, del que luego hablaremos, como una organización de milicias armadas del partido, un partido que comenzó a dividirse ya en 1919, y cuyas razones, ya hemos dejado ver, y que son el mal entendimiento entre Vázquez de Mella, del que ya hemos hablado, y Jaime de Borbón, que tiene su origen la ideología de la Primera Guerra Mundial, ya que Vázquez de Mella era germanófilo, lo que le condujo a una sonada separación con el pretendiente carlista Jaime de Borbón, que era aliadófilo. Jaime de Borbón, que había estado confinado por los austriacos en su castillo cercano a Viena, publicó en 1918 un manifiesto dirigido a los tradicionalistas españoles desautorizando a los que hubiesen exteriorizado sus sentimientos germanófilos. Vázquez de Mella se sintió desautorizado Juan Vázquez de Mella junto con un carlista también de primer orden de nombre Víctor Pradera, fundaron lo que se conoce como Partido Católico Tradicionalista, mientras que los denominados jaimistas, bajo el liderato directo del pretendiente evolucionaron hacia posturas socialistas y más de izquierda, sin embargo, el programa de ambos partidos era parecido y ambos hacían constar su deseo de respetar los ordenamientos forales. En las imágenes siguiente, Juan Vázquez de Mella, y el que fuera pretendiente al trono de España Jaime de Borbón y Borbón-Parma, Jaime III.










    Durante la dictadura de Primo de Rivera, el Carlismo mantuvo posturas cambiantes y ambiguas por momentos, y el pretendiente, Jaime III, llegó a publicar incluso un manifiesto contra la misma, que llevó consigo una fuerte represión, mientras que otras familias tradicionalistas colaboraban con la dictadura, como es el caso del líder de la Unión Patriótica Víctor Pradera, y el Carlismo, debido a todas estas tesituras de división, llegó bastante debilitado al advenimiento de la Primera República en 1931, y adoptó una posición contraria contra la segunda República por la declaración anticlerical y antirreligiosa de los gobernantes, lo que llevó a facilitar la reunificación nuevamente.



    Hay que recordar aquí, que el pretendiente Jaime celebró conversaciones con Alfonso XIII para la reunificación de sus ramas de la casa de Borbón, con la propuesta de establecer a Jaime como jefe de la casa de Borbón a cambio de que nombrara heredero al infante Juan, hijo de Alfonso XIII. Las negociaciones terminaron bruscamente con la muerte de Jaime a consecuencia de una caída de caballo, lo que llevó a la sucesión a su tío Alfonso Carlos de Borbón, hermano de su padre, como cabeza de la dinastía, ya que Jaime III no tuvo hijos, con el nombre de Alfonso Carlos I, rechazando adoptar el de Alfonso XII, y que tenía ya 82 años de edad, pero tuvo una labor muy importante, ya que fue el principal causante de la reunificación de Integristas, jaimistas y tradicionalistas, reunidos en un mitin en Pamplona, el 16 de enero de 1932, formaron una Junta nacional tradicionalista con el nombre de Partido tradicionalista carlista o Comunión tradicionalista. En la imagen, S.A.R. D. Alfonso Carlos Fernando José Juan Pío de Borbón y Austria-Este, Duque de San Jaime y de Anjou; Londres, 12 de septiembre de 1849, Viena, 29 de septiembre de 1936, Rey de España, con el nombre de Alfonso Carlos I.










    PRELUDIO DE UNA NUEVA CARLISTADA.


    Aquí, llega la época más dificultosa del conocido movimiento carlista, ya que se producen nuevas escisiones y nuevos cambios, pues se produce un intento de aproximación con el destronado rey Alfonso XIII, que resulta fallido, y además, el choque de intereses con el conde de Rodezno, por su estrategia de aproximación a Alfonso XIII, Alfonso Carlos suprimió la Junta y designó en mayo de 1934 a Manuel Fal Conde como Secretario General de la Comunión Tradicionalista, más combativo y hostil al acercamiento a los alfonsinos, además de que ya en 1934, los tradicionalistas, como vamos a ver, optaron por apoyar opciones más belicistas contra le República.








    Como se ha visto, los Carlistas resistieron a la revolución en el siglo XIX en tres guerras civiles, luchando por tener la oportunidad de implementar su propio programa político y, sobre todo, de colocar en el trono a quien aclamaban como rey. En dos de estas guerras, la Primera Guerra carlista y la tercera Guerra carlista el movimiento dominó el norte de la Península Ibérica durante unos años gobernando en la zona de acuerdo con sus principios teóricos. Ya en el siglo XX, los carlistas aportaron unas fuerzas importantes al bando nacional en la que se vino a denominar Guerra de Liberación, aunque los legitimistas se estaban preparando para levantarse contra la Segundarepública por su cuenta en una Cuarta Guerra Carlista cuando los generales del ejército empezaron a conspirar contra el gobierno republicano, como veremos seguidamente.


    El triunfo de las fuerzas del Frente Popular en las elecciones celebradas en España en febrero de 1936 acabó de convencer a los pocos carlistas que aún tenían alguna duda que solamente un acto violento iba a poner fin a la Segunda República, instaurada en abril de 1931. Los resultados de aquellos comicios no les habían sido demasiado favorables. En una nota pública, el Jefe Delegado de la Comunión Tradicionalista, el abogado sevillano Manuel J. Fal Conde, reconocía explícitamente la derrota en las urnas, argumentando que “El resultado electoral nos ha sido adverso, porque tenía que sernos adverso”, y al mismo tiempo advertía a sus correligionarios que la lucha continuaba, con la primicia de que había que saber esperar a ser útiles, sabiendo esperar, sabiendo sufrir, sabiendo morir pero siempre trabajando y sirviendo a los sagrados intereses de España, según sus palabras, y así fue, ya que esta formación política volvía a reiterar, al igual que lo había hecho siempre, su compromiso frente a las revoluciones, que venía combatiendo en tierras españolas desde principios del siglo XIX, y lo hizo frente al advenimiento del régimen republicano y la extensión del miedo a la revolución, erigiéndose nuevamente como la punta de lanza pues así se encontraba preparado desde tiempo atrás para la guerra, en guardia perenne contra los sustanciales cambios que pudieran hacer temblar los cimientos tradicionales de la nación. En la imagen, Manuel José Fal Conde.








    No hablaremos aquí de los requetés, pero por dar un ejemplo, limitaremos nuestra explicación a señalar que los requetés fueron soldados carlistas durante la la primera Guerra Carlista, en España. A principios del siglo XX, la milicia carlista adoptó este nombre, siendo más tarde llamadas así las fuerzas navarras que participaron en el bando franquista durante la Guerra Civil Española. Los primeros cuatro batallones carlistas que se formaron en el otoño de 1833 al iniciársela Primera Guerra Carlista recibieron apodos para distinguirse entre ellos, dada la ancestral costumbre existente en Navarra de dar mote a todo. Los motes de estos cuatro batallones fueron «Salada», «Morena», «Requeté» y «Hierbabuena», ahora bien, la razón del nombre requeté, forma parte de la tradición popular carlista de forma especialmente alusiva parece ser que debido a la indumentaria que utilizaban acabando por convertirse en un gracioso y original nombre debido a las razones que obligaron su bautismo, y que no consideramos importantes para señalarlas en este documento, sirva nada más que de anécdota, para argumentar que ya en julio de 1936 la Comunión contaba con la milicia más numerosa y mejor preparada y entrenada no ya sólo con los ocho mil requetés o boinas rojas que había en Navarra, territorio que sin lugar a dudas, tenía la mejor organización y más desarrollada del Tradicionalismo español y que finalmente multiplicaron su número en el frente, si no con otros veintidós mil en el resto de España, preparados para el combate, incluyendo no sólo a los activos, sino también a la reserva, y así lo habían preparado en la denominada Junta militar, también llamada Junta de Conspiración en un plan insurreccional que la dirección falcondista (Fal Conde) había trazado con sus propias fuerzas con la participación de un sector del ejército que estaría al servicio de un proyecto monárquico tradicionalista.




    Esta junta, presidida por el propio Fal Conde, estaba representada por el pretendiente en la persona de su sobrino Javier de Borbón Parma, formando parte de la misma algunos militares y un conjunto de políticos tradicionalistas, siendo este organismo el que dirigiría en adelante los destinos de la Comunión Tradicionalista Carlista, y tras largas negociaciones en las que se pretendía, como ya se ha comentado, iniciar un nuevo levantamiento carlista, y después de complicadas discusiones y luchas tanto internas como externas de la formación, el plan finalizó en fracaso, viéndose entonces forzados, el día 15 de julio, a integrar el movimiento tradicionalista carlista en la conspiración militar que, finalmente, estallaría entre el 17 y 18 de julio de 1936, encabezada por el General Emilio Mola.


    Las causas de este fracaso que mencionamos, fue la falta de acuerdo o la ruptura entre Fal Conde y el General Emilio Mola, comandante militar de Pamplona, coordinador general del levantamiento militar aunque fuera el General Sanjurjo, exiliado en Portugal, el reconocido generalmente como de mayor antigüedad entre los conspiradores. La ruptura supuso una coyuntura crítica que propició que Tomás Domínguez Arévalo, más conocido como Conde Rodezno, como ya hemos visto antes, y la Junta Regional Carlista de Navarra, actuaran por su cuenta de forma independiente, concretando un acuerdo con el General Mola, y abriendo la posibilidad de una división interna del Carlismo, pese a que Fal Conde continuó tratando de negociar con Sanjurjo los términos más exactos para una restauración carlista que no pudo conseguir merced a que los hechos se precipitaron ya que la guerra civil empezó el 17 de julio trayendo consigo de forma inmediata la colaboración masiva de los requetés en Navarra y otras provincias, pero Sanjurjo , quien a instancias de Antonio Lizarza Iribarren promotor de la fuerza Requeté de los Carlistas desde 1934, apoyó desde su exilio que al menos se dejara a los requetés luchar bajo la bandera monárquica, permitieron alcanzar el acuerdo que ratificó la Junta nacional tradicionalista el 15 de julio. Los requetés carlistas formaron una fuerza superior a 16.000 hombres, en un principio, pero como mínimo, durante la guerra, fueron más de 60.000, de los cuales, fueron bajas unos 34.000, es decir, el 56%, uno de cada dos combatientes, un 50% superior a la normal del conjunto de unidades, como si el soldado carlista, sólo supiera luchar bien, pero morir a toda costa, y hacerlo con la entrega que el ideal había plasmado a lo largo de su historia, pese a las circunstancias en contra, como así la tuvo también con el franquismo, que no reconoció en su momento la raíz del Carlismo, como veremos ahora después.




    Es necesario clarificar en este punto que una vez iniciado el conflicto, Franco, denominado ya como Generalísimo en la zona nacional, profesaba un gran respeto por la doctrina tradicionalista, pero declaraba a su vez que estaba demasiado fuera de moda para lograr una movilización social y política adecuada de las grandes masas e indicaba de forma vaga un arreglo entre carlistas y falangistas a lo que el Conde Rodezno le contestó de forma personal y directa que la doctrina carlista no era el fascismo del falangismo ideado por el propio Franco, incluso el propio Fal Conde rechazó las peticiones de Franco para que actuara como embajador ante el Vaticano o aceptara un puesto en la junta política de la Falange Española Tradicionalista, y tuvo que optar por el destierro, o la pena de muerte, ya que el propio Fal Conde había anunciado el comienzo de la organización de una Academia Militar de Requetés que formaría a sus propios oficiales, y Franco, tenía claro su curso político e ideológico, y este no pasaba por una restauración de la monarquía ni alfonsina, ni carlista, por lo que digamos que en este sentido, los carlistas habían ganado la guerra al final, pero perdido la paz, y así, en 1937 Franco firmó el decreto de unificación de Falange española y la Comunión. En adelante, y mientras subsistió el régimen de Franco, no pocos navarros, encuadrados en el FET y de las JONS, ocuparon puestos de primer orden en la Administración española, en tanto que otros mantenían viva la llama del carlismo independiente, con o sin la aquiescencia de las autoridades del régimen, pero poco antes de esto, en septiembre de 1936, Alfonso Carlos fallecía sin dejar hijos, y sin descendencia directa que no hubiera acatado de alguna manera a la dinastía que el Carlismo consideraba ilegítima, pero antes de morir por las heridas sufridas por el atropello de un camión en Viena, Alfonso Carlos, designó regente a Francisco Javier de Borbón-Parma, que pasó a encabezar la dinastía, aunque ahora de momento en la regencia, con el nombre de Javier I.








    EL CARLOCTAVISMO, LOS ESTORILOS Y LAS ESCISIONES DE LA DINASTÍA CARLISTA.


    En este punto de la historia, nuevamente el movimiento carlista volvió a padecer problemas tanto dinásticos, como doctrinales que ya había padecido antes, ya que pese a que la mayor parte de los carlistas seguirá a Javier, otros, los que han venido a llamarles como “estorilos” por ser Estoril la ciudad en la que residía en el exilio Juan de Borbón y Battenberg hijo de Alfonso XIII. Esta nueva circunstancia, ya venía de antaño, como hemos podido ver, en las conversaciones que tuvo Jaime III con Alfonso XIII, y que algunos carlistas apoyaban como rey carlista legítimo sucesor, ya que apoyándose en el hecho de que, agotada la sucesión de Carlos María Isidro, procedía buscar la rama masculina siguiente, la iniciada con el hijo menor de Carlos IV, Francisco de Paula, cuyo hijo mayor, Francisco de Asís, había casado con Isabel II, su prima, y transmitía pues los derechos carlistas a Alfonso XII, por éste a Alfonso XIII y por éste a don Juan. Los Borbón-Parma, en cambio, descendían directamente de Felipe de Borbón, duque de Parma, hijo de Felipe y hermano de Carlos III . El acatamiento a don Juan de Borbón había sido preparado por el conde de Rodezno sobre todo desde 1946, aunque ya hemos visto antes que en 1934 ya había habido intentos de aproximación, y se llevó a cabo en el denominado pacto de Estoril en 1957. Sin embargo, la mayoría de los carlistas navarros y concretamente el carlismo más popular, se mantuvo junto a Javier de Borbón-Parma, con lo cual, el acontecimiento, no quedó más que en una mera anécdota, como lo sería también en su momento el llamado Carloctavismo para proponer a don Carlos Pío de Habsburgo-Toscana y Borbón, como Carlos VIII , anteriormente a principios de los años 40, hijo de doña Blanca de Borbón y Borbón y nieto por tanto de Carlos VII, abriendo otra línea de escisión en el Carlismo de la época, ya que se consideraba que al venir por línea materna, no era legítimo, pues así se había manifestado el Carlismo primigenio al no jurar Carlos María Isidro, a su sobrina Isabel II por ser mujer, recordemos lo de la Ley Sálica y la Pragmática Sanción que hablamos al principio. En las imágenes siguientes, Carlos Pío de Habsburgo Toscana y Borbón, y Juan de Borbón y Battenberg.













    Tras el decreto de unificación de 1937 de Falange y el carlismo tradicionalista, del que ya hemos hablado, Javier de Borbón Parma declaró expulsados a todos aquellos que habían respaldado el decreto de unificación. Ya finalizada la Guerra Civil, se dio la circunstancia de que el Carlismo, una facción que había apoyado al régimen franquista, es perseguido y hostigado por el régimen al que tanto aportó, y esto trajo consigo una especie de evolución ideológica. En este sentido, ya lo avisaba el Jefe Nacional Carlista en Navarra, don Joaquin Baleztena Azcárate, cuando decía aquello de que cada victoria militar es una derrota política para el Carlismo, porque les necesitaban menos. Los Carlistas, cada vez, contaban menos en el cuadro de la Falange franquista, y en su momento, aceptaron la fusión sin demasiado entusiasmo, pero, llegados aquí, me gustaría abrir una pequeña suspicacia, que el paciente lector puede analizar, si es que le quedan ganas, y es la siguiente:
    Primero, como ya hemos comentado, Alfonso Carlos I fallecía ya anciano y sin sucesión en Viena, en trágicas circunstancia, atropellado por un camión, que resulta que era un vehículo de la policía.
    Segundo, José Antonio Primo de Rivera, se había manifestado en varias ocasiones en contra de Franco, y había muerto fusilado en la cárcel de Alicante, y hay mucha gente que se pregunta, y así parece que lo apoyan diversas circunstancias, si Franco hizo todo lo posible o no, para intentar salvar a José Antonio, y hacerse con el poder de la Falange, a su imagen y semejanza, no a la Falange Primorriverista.
    Tercera, Sanjurjo, quien iba a asumir la jefatura de la sublevación, muere en extrañas circunstancias y de forma trágica en un accidente, cuando el 20 de julio, el aviador Juan Antonio Ansaldo va a Estoril a recogerle con su avioneta para trasladarle a Burgos, donde asumiría el mando del Golpe de Estado. Sin embargo, el aparato se estrella a los pocos momentos del despegue y termina envuelto en llamas al impactar contra una valla de piedra. Sanjurjo muere y el piloto, que logró sobrevivir con heridas leves, atribuirá el siniestro al exceso de equipaje del general.
    Cuarta, el General Mola, Jefe del Ejército de Norte, fallece en un accidente de avión, y desde el mismo momento de su muerte, surgieron rumores ya que esto favorecía a Franco al quedar eliminado como rival para asumir la Jefatura del Estado. No obstante, hay que señalar que Mola empleaba este avión con bastante frecuencia para llevar a cabo sus desplazamientos y más allá de los rumores, lo cierto es que no existen pruebas de que hubiera sabotaje, o por lo menos, en su momento no se encontraron, o no pudieron encontrarse. Pero como ya se ha dicho, todo son suspicacias, que también forman parte de la historia.



    Ya en 1952, Javier I asume como rey los designios del futuro como pretendiente, y llegamos ya, a la etapa final del Carlismo, y como había sido siempre, abierta de nuevo a la escisión que dividía a aquellos caballeros que desde las brumas del pretérito pugnaban una y otra vez por levantar la bandera de la Cruz de Borgoña, en una pugna interminable entre el Oriamendi que derramó la sangre Carlista en su victoria cerca de San Sebastián, y el Dios, la Patria y el rey por el que lucharon los padres de aquellos que un día defendieron la bandera de la Santa Tradición, una Tradición que moría muy a su pesar, pero que no terminaba de dejarse morir, en un tiempo en que el Concilio Vaticano II promulgaba una nueva tendencia más modernista que fue protestada por la Tradición Carlista levantando un grito en el silencio del vacío y en nombre del rey Javier, que fue acallada con un sonoro revés del Dignitatis hum anae por parte de la Iglesia suponiendo una crisis tan profunda en el carlismo tradicionalista de la que ya nunca se recuperaría jamás. Ese mismo año de 1965, dio comienzo la renovación de la otra parte del Carlismo dando un brusco giro hacia la izquierda que apoyó a ETA al año siguiente en el Aberri Eguna de Irún y en el bastión carlista de Montejurra, cuyo Cristo Negro nos observa desde su gruta con la severa amenaza de descolgar sus brazos del madero que lo aprisiona al tiempo y a la eternidad, y el nuevo carlismo, dando un paso de gigante hacia el nacionalismo vasco, desafía al régimen que en un pasado no demasiado reciente, ayudó batallar. Montejurra, una vez más, se tiñe de rojo.







    Ya, finalmente en 1970, la doctrina carlista cristaliza con un programa que incluía la defensa de los viejos derechos liberales del hombre, el federalismo, el pluripartidismo, la revolución social por medio de la lucha de clases y el socialismo autogestionario. Fue entonces, en 1972, cuando Javier de Borbón-Parma optó por abdicar en Carlos Hugo, quien condujo el movimiento hacia la oposición abierta desde la izquierda al régimen de Franco, sobre todo desde el momento (1974) en que estuvo representado en la denominada Junta democrática, que preparaba la transición a la democracia, pero más concretamente desde que Juan Carlos , hijo de Juan de Borbón y Brattenberg, es designado como sucesor de Franco, y fue pretendiente con el nombre de Carlos VIII.En la Imagen, Carlos Hugo de Borbón y Parma.












    Los carlistas tradicionalistas no aceptaron la reorientación y, mientras en unos cundió el desánimo, otros prefirieron aplicar aún los principios sucesorios carlistas , en virtud de los cuales la infidelidad al ideario propio del movimiento hacía ilegítimo a un rey y consideraban cabeza de la dinastía al hermano menor de Carlos Hugo, Sixto de Borbón-Parma. Sin embargo, la presencia de éste en Montejurra durante los sucesos de 1976 terminó de hacer que el movimiento languideciera; cuando realizaban el vía crucis anual hacia la cumbre, en conmemoración de los éxitos de las armas carlistas en aquellos parajes durante las guerras carlistas, hubo enfrentamientos violentos, incluso armados , con dos muertos y cinco heridos de bala, entre ambas facciones. En la imagen, Sixto de Borbón y Parma.












    Desde entonces, el carlismo tradicionalista tendió a diluirse en las agrupaciones políticas españolas más conservadoras (principalmente Fuerza Nueva), que no eran sólo ni principalmente carlistas sino más bien franquistas; o simplemente se marginó de la política; en tanto que el Partido carlista oficial, fiel a Carlos Hugo, se mantenía en la línea autogestionaria y participaba en los procesos electorales como tal. Alcanzaría este último su máximo desarrollo en las elecciones generales de 1979, donde Navarra volvió a surgir como el principal bastión del carlismo, sin embargo, Carlos Hugo, al no conseguir el acta de diputado en dichas elecciones, renunció a sus cargos en el carlismo. Murió en 2010, y sus derechos, pasaron a su hijo Carlos Javier de Borbón-Parma y Orange-Nassau, en la imagen.










    Podríamos tildar de lamentable o no, la decisión de Don Javier (Javier I), quien ya próximo a la muerte, optó por lo que hoy podemos definir como la irreconciliación de dos tendencias que el sangriento suceso de Montejurra de 1976 propició la desaparición del partido Carlista reducido a una especie de grupo inviable sin horizonte pero con la pervivencia en el tiempo de la que hoy conocemos como Comunión Tradicionalista Carlista apartada de extremismos pero sosteniendo el antiguo lema de Dios Patria Fueros Rey actualizado a las circunstancias del presente y refugiando su ideal en la cultura, a la espera de que la Historia, le brinde de nuevo, una oportunidad.










    Aingeru Daóiz Velarde.-


    RECUERDOS DE LA HISTORIA











    BIBLIOGRAFÍA


    Identidad y Nacionalismo en la España contemporánea: El Carlismo 1833-1975. Dirigido por Stanley G. Payne.


    Las Guerras Carlistas. Autor Antonio Manuel Moral Roncal.


    El Manifiesto Realista de 1826. Federico Suárez Verdaguer.


    La Crísis política del Antiguo Régimen en España (1.800-1840) Federico Suárez Verdeguer.


    La formación de la doctrina política del Carlismo. Federico Suárez Verdaguer.


    Historia del Tradicionalismo español. Melchor Ferrer Dalmau.


    ¿ Qué es el Carlismo. Centro de Estudios Históricos y políticos “General Zumalacárregui”.


    Historia del Carlismo. Román Oyarzun.


    Memorias de la Conspiración, 1931-1936. Antonio Lizarza Iribarren.

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    Re: Artículos sobre carlismo

    Artículo sobre historia general del carlismo en Recuerdos de la historia:
    EL CARLISMO, IDEAL Y CONSECUENCIA. HISTORIA ÉPICA DE UN INFORTUNIO.


    EL CARLISMO, IDEAL Y CONSECUENCIA. HISTORIA ÉPICA DE UN INFORTUNIO.


    INTRODUCCIÓN


    Antes de nada, pedimos disculpas por la extensión del presente, pero hay que entender que el tema bien lo merece, ya que es muy complicado como ideología en si, y como fundamento histórico por la gran actividad que ha tenido a lo largo de su historia, una historia que, en la mayoría de las veces, acaba escrita por los vencedores. Los vencidos, los perdedores, han terminado siempre o casi siempre sentenciados al silencio y a la ignorancia con el yugo a sus espaldas del padecimiento y llanto del infortunio de la derrota, apartados de un pretérito que excepcionalmente permite que levanten su voz en los escritos, pero desposeídos de las que fueran sus virtudes, cargando las cadenas que censuran su ideal y descalifican irremediablemente sus acciones.


    Escuchando al ilustre Azorín, quien dice que la historia es el historiador y que la historia es según el historiador que la escribe, la intención aquí no es escribir una historia del Carlismo pues sería una intención que caería en la zanja de la falsa modestia, por lo que debemos limitarnos a plasmar una visión particular, avalada con escritos de autores más expertos en la materia, y dándole un matiz que para nada distorsione la realidad, con el fin de dar claridad a determinados conceptos para quien se considere interesado, buscando un escenario que debe bastar por si solo para que la visión sobre el Carlismo no tenga la necesidad de adornarse con fingidas grandezas, las cuales son símbolo del pecado de la vanidad nacional que ni es, ni puede ser considerado patriotismo ni orgullo de partido o ideal, con sus propias particularidades, aciertos y errores.


    Existe una pretensión sobre el Carlismo de alguna que otra tendencia política que presenta a Zumalacárregui, del que luego hablaremos, y otros combatientes carlistas, colocándolos como precursores del movimiento independentista vasco, y en otro documento de este autor, titulado CHAHÓ Y LA CONSPIRACIÓN ZUMALACÁRREGUI, ya se explica, así que no vamos a extendernos más aquí en el tema.




    Aparte de todo esto que hemos comentado anteriormente, para adentrarnos en la ideología del Carlismo, es necesario comprender una serie de puntos fundamentales del mismo, que son el planteamiento jurídico y político del Carlismo, su sentido y justificación histórica, la esencia de su contenido doctrinal, el concepto mismo de la tradición hispánica y el alcance básico de su lema, Dios, Patria, Fueros, Rey, y todo esto, definido de forma inequívoca en las que podríamos considerar sus bases esenciales de su ideología, que son una bandera dinástica que es la de la legitimidad, una continuidad histórica que es la de Las Españas, y una doctrina jurídica política, la tradicionalista. Sobre otra tendencia del Carlismo, o sobre su reorientación política a la izquierda, hablaremos más adelante.


    Huyendo de una respuesta técnica de la definición del Carlismo puesto que los tecnicismos ensombrecen de tedio la historia, lo definiremos, si el juego de la prosa nos lo permite, como una legión de legitimistas, tercos caballeros de un pasado turbulento y bullicioso, en el que don Carlos y sus herederos traspasaban el umbral de unas fronteras hostiles disfrazados de sombra, arrastrando en su historia la epopeya de una interminable batalla, vencidos sin resignación ni tregua y asidos a la tradición que los observa impasible desde un rincón de la historia, como peregrinos obcecados en un ideal convertido en conspiración en el exilio. Como caballeros Cruzados a la espera de una oportunidad en el tiempo para levantarse de nuevo en un perpetuo ensueño al grito desesperado en sus gargantas de Dios, Patria y Rey, y lo hacían ciegos en la locura de su razón, absortos en su sentimiento justo, para volver de nuevo a empuñar sus lanzas ante la confusa restauración de la infamia, regresando proscritos desde el resignado horizonte del olvido para combatir de nuevo a la usurpación, como mejor sabían hacerlo, levantando a los vientos la Cruz de Borgoña, agarrada con furia de las manos del alférez caído, para volver a hondearla en la vorágine atroz de un ataque a bayoneta calada, o montando al acecho en la ribera de un río, cuyo puente románico los observa en silencio detrás.







    TRES GUERRAS CAINITAS


    Entre 1833 y 1876, estallan en España tres conflictos civiles de características cainitas conocidos como las guerras carlistas, teniendo como denominador común a la crisis del Antiguo Régimen, y al nacimiento de un movimiento conocido como Liberalismo. Este último, si bien es cierto que no estuvo exento de una cierta ambigüedad o división ideológica en cuanto a sus formas, que tuvo consecuencias importantes dentro del marco historiográfico de España, también lo es que el bando realista partidario en un principio del absolutismo de Fernando VII se encontró dividido a medida que el rey, en su última etapa de gobierno, cambiaba radicalmente una postura política sin un horizonte concreto. Muchas veces, se ha caracterizado con cierto disimulo el final fratricida de los enfrentamientos armados de esa lucha ideológica confundiéndolo con la necesidad de demostrar la nobleza de la razón que sustenta el ideal de las guerras, cuando la realidad no fue más que la triste realidad de las guerras, es decir, lucha, muerte, martirio, sufrimiento y olvido.


    A lo largo de este documento, vamos a poder conocer episodios sangrantes que rozan la razón, y el propio razonamiento, pero aún así, es importante conocer la enorme importancia que tuvieron en su momento las guerras carlistas, importancia borrada injustamente por la sombra de otro conflicto de la misma tendencia que se desarrolló entre 1936 y 1939. Si bien cabe aclarar, que no se pretende aquí pormenorizar el estudio de cada uno de los enfrentamientos que supusieron estas tres guerras, pretendiendo únicamente, dejar constancia de una visión generalizada, que puede ser más o menos acertada. De esto último, pedimos disculpas, pero cabe entender el grueso material y el interminable espacio que podría ocupar, por lo que nos propondremos desde aquí que cada uno de esos conflictos, se estudie por separado a esta introducción, y de forma individual, en entregas separadas, si el tiempo y las circunstancias lo permiten, limitándonos aquí a esbozar unos meros apuntes sobre las mismas, a forma y manera de dar un razonamiento inicial.



    No cabe duda de que las guerras carlistas fueron los conflictos bélicos más decisivos de la España del siglo XIX, donde Liberales y Carlistas se enfrentaron en tres ocasiones para imponer sus fórmulas políticas y estilos de vida, pero, como hemos dicho antes, olvidadas en el abrazo de la indiferencia al abrigo del conflicto de 1936, aunque es importante reseñar que sin dejar de lado la importancia, el resultado y las consecuencias de este último enfrentamiento al que nos hemos referido, las guerras carlistas no carecieron en ningún momento de la importancia por lo que suponían tanto el propio resultado de las mismas y las consecuencias ya no sólo a nivel político, si no humano en su más trágica visión, baste recordar que el número de bajas del ejército liberal en la Primera Guerra Carlista (1833-1840) fue brutal, ya que superaron la de los dos bandos que se enfrentaron en 1936, y fue catalogada como la más sangrienta de la historia contemporánea si tenemos en cuenta la relación entre el número de muertos y de habitantes. En la imagen siguiente, acción carlista conocida como la cincomarzada, en la Primera Guerra Carlista.







    Por otro lado, otro factor fue el exilio, ya que si importante fue el llevado a cabo por los desterrados en 1939, no lo fue menos el que protagonizaron miles de afrancesados, liberales y carlistas tanto políticos como militares, monarcas y ministros y hombres y mujeres e historias y vidas que tuvieron que partir dejando atrás el testigo mudo de la triste realidad de aquella España, madre ingrata, pero madre al fin, que observa en el devenir de la historia con fúnebre semblante cómo sus dos hijos se parten a balazos y a golpe de sable el alma y el corazón. Esta es la historia no sólo de carlismo, si no de las dos Españas, las de siempre, esas que tantas veces han caminado juntas y juntas han peleado espalda contra espalda en defensa una de la otra en pro de la tierra que las vio nacer, y que pasado el camino, sus cuerpos se bifurcan cada uno a su lado, tirándose piedras con el odio fratricida que es el que más daño hace y nunca se olvida. Decimos esto a razón de que se puede quizás olvidar la bofetada de un vecino, más fácilmente que el escupitajo de un hermano, al que guardaremos ese rencor encendido cuyas ascuas no se apagarán jamás. Recordemos que tanto liberales como realistas se pronunciaron en 1812 y 1814 contra el Antiguo Régimen; es decir, contra el sistema vigente en 1808 al sobrevenir la invasión francesa, el cual es llamado absolutorio por las fuentes liberales y despotismo ministerial por los realistas.


    No obstante a todo esto, la reflexión sobre lo que significaron las guerras carlistas no debe conducirnos a otra idealización negativa de la historia de España. Debemos tener en cuenta las consecuencias que trajo el triunfo de la causa liberal en otros países vecinos, y en los territorios o provincias españolas de América cuya independencia supuso al fin, otra guerra civil, aunque realmente no fueran las guerras carlistas causa y el efecto culpable absoluto del desastre emancipador, pues sería injusto admitirlo así.


    EL LIBERALISMO. LA RAIZ DEL PROBLEMA


    El liberalismo nace a raíz del ideal de la Revolución francesa de 1789, y sus consecuencias en España tienen su origen en la propaganda originaria del país vecino a través de los exiliados y refugiados de la propia Revolución en nuestro país. Los sucesos de 1793 sobre el regicidio de Luis XVI precipitaron la Guerra contra la Convención(1793-1795) que se desarrolló en tres frentes distintos, el navarro-guipuzcoano, el aragonés, y el catalán, cuyas consecuencias fueron una especie de empate técnico en el frente catalán pero los franceses ocuparon el Valle del Baztán (Navarra) Fuenterrabía y San Sebastián, llegando hasta Bilbao y Vitoria.


    La Junta Foral Guipuzcoana negoció su independencia con el apoyo de los franceses que no hicieron lo mismo en el resto del País Vasco ni en Cataluña, y como respuesta, la Corona enarboló la bandera de los fueros vascos y navarros y capitalizó con provecho su defensa, y la de los valores que representaban sobre el invasor y su Constitución, pero, por otra parte, los mismos fueros dificultaban el alistamiento, ya que prohibían a sus naturales luchar fuera de los límites de cada provincia.


    Comenzó a surgir una corriente de pensamiento contrarrevolucionaria y antiliberal en defensa del Trono y el Altar bajo la bandera de Dios, Patria y Rey, carácter del Carlismo. Se complicó la situación en Cataluña tras la muerte del General Ricardos, quien después de haber vencido al francés por sus condiciones de estratega y táctico, falto de apoyos, tuvo que retirarse acosado a poca distancia, sin perder ni hombres ni equipo, y sin medios para continuar una campaña que alcanzó resonancia europea, regresa a Madrid para exigir apoyo a Godoy. Y estando en la gestión, muere en 1794.


    Desde ese momento, la guerra en el Pirineo oriental comienza a perderse por las armas españolas, faltas de un jefe que pudiera suplir las virtudes humanas y profesionales de Ricardos. Y en esta situación, al contrario que en el País Vasco, el Gobierno recurrió a la antigua institución local del somatén, preludio de la Guerra de la Independencia. Llegada la Paz de Basilea la política española quedó subordinada a los intereses franceses, comenzando así el germen del liberalismo que ya no abandonaría España ni antes ni después de la Guerra de la Independencia, y que durante el encierro de Fernando VII en Valençay, a parte de que la inmensa mayoría de los españoles sólo reconocieron como rey a Fernando VII el Deseado, deslegitimaron al monarca impuesto por Napoleón, propiciando lo que también fue el germen del Carlismo en defensa del Altar y el Trono legítimo.



    En la imagen, el General Antonio Ricardos.





    Digamos, pues, que la Revolución francesa engendró un ciclo de revoluciones en Europa que aún no parece haber acabado, y digamos, también, que durante todo este periodo, en España la sociedad a terminado dividiéndose convirtiéndose además en un ideal estereotipado cuando se habla de “las dos Españas”, la tradicional y la revolucionaria o progresista. La primera, la España Tradicional, tuvo el suficiente arraigo en España como para resistir el envite revolucionario en nada menos que seis guerras civiles de más o menos importancia y cuyos resultados han sido diversos, desarrollando a su vez una teoría política de cierta envergadura, que a menudo y de forma equivocada ha estado salpicada de difamación política o minusvaloración del tema carlista, considerándolo como algo episódico e intrascendente cuando la realidad, es muy distinta.




    El enfrentamiento entre las dos Españas se produce por primera vez a principios del siglo XIX y además, durante el reinado de Fernando VII. Nos referimos a la Guerra Constitucional durante el mandato del liberalismo del Trienio entre 1821-1823 y más concretamente a raíz de la llegada o entrada en el gobierno de la facción llamada veinteañistas más radical, y que terminó con la llegada de los Cien Mil Hijos de San Luis de Angulema, y la otra guerra fue la rebelión de Cataluña y zonas periféricas conocida como guerra de los Malcontents o Agraviados, en la proclama de Agustín Saperes se habla del «enemigo infame que intenta arrebatarnos el precioso don de nuestra Santa Religión y del Rey absoluto». Sus pretensiones eran que se restableciera la Inquisición, y se quejaban de las relaciones del rey con los afrancesados, optando por un reformismo para que se sostuviera el régimen absoluto, habida cuenta de que Fernando VII estaba acercando peligrosamente sus intereses a las posturas y postulados del llamado sector más templado que cada vez, se iba haciendo con más poder en el gobierno. Todo terminó pronto y cuando todo el mundo pensaba en un trato benigno con los implicados, Fernando VII rechazó cualquier petición de gracia; nueve de los principales insurrectos fueron fusilados en Tarragona, mientras que unos trescientos fueron deportados a Ceuta.


    Es muy importante recordar aquí, que desde el punto de vista ideológico y político, el Carlismo en armas, en su primera etapa, es, fuera aparte de la Guerra Civil desatada durante el trienio Constitucional, entre 1820-1823, de la que se ha hablado, la oposición de masas más importante a la Revolución Liberal. Teniendo en cuenta las razones dinásticas que más adelante se verán, hay que asumir que el Carlismo invoca también en una primera etapa una oposición lógica a las teorías que se derivan de la Revolución Francesa, y es heredero sistemático del “Realismo Exaltado” o de los llamados “puros” del régimen político de la monarquía absolutista. Hagamos memoria de que no sólo se dio la división liberal en “doceañista” y “veinteañistas, también llamados los primeros Moderados y los segundos Exaltados (progresistas), si no que entre los Realistas o partidarios del Absolutismo, también si dio una división ideológica o de planteamiento entre los llamados “Puros” o exaltados, y los llamados Moderados, y podríamos incluir también a los Jovellanistas, estos últimos eran fundamentalmente intelectuales moderados partidarios de la Ilustración, y se repartían también entre ambos bandos de pensamiento, es decir, entre Realistas y Liberales. También recibían este nombre los miembros de una sociedad secreta de carácter conspirativo liberal, que estaba supuestamente activa alrededor de 1837, pero no tenían nada que ver con los jovellanistas del realismo. En vida de Fernando VII los tradicionalistas españoles, que eran conocidos como realistas, se vieron divididos en pensamiento cuando la cuestión dinástica emergió a la muerte del monarca y los realistas puros apoyaron a su hermano Carlos. Fue entonces cuando el tradicionalismo político fue enriquecido por un elemento nuevo, el Legitimismo, que con un líder de sangre real a la cabeza, fue a su vez conocido como Carlismo.


    Esta razón anterior, el Legitimismo, lo que se ha venido a llamar como legitimidad proscrita y heroica, ha tenido cinco reyes como abanderados que son: Carlos V, Carlos VI, Carlos VII, Jaime III y Alfonso Carlos I. Con el fallecimiento de este último en Viena el 29 de septiembre de 1936, se habla de la extinción recta o directa de la dinastía del legitimismo español, y se abre una sucesión que podemos considerar jurídica y políticamente oscura, y que divide en partidarios de diversas tendencias a los actuales carlistas españoles, aunque para no entrar en conflictos que ensucien el tema que nos ocupa, no vamos a tratar aquí en diversificar o enmarañar más sobre esta cuestión, ya que la finalidad es otra bien diferente, y no pronunciarnos o postularnos en dogmas políticos, ya que esto es mas bien el trabajo que corresponde a los órganos internos del Carlismo, nos limitaremos en consecuencia a mencionar determinados datos de carácter informativo.





    Durante el Decenio Absolutista (1823-1833), que la historiografía liberal más clásica define como “La Ominosa Década”, con posiblemente, demasiado sabor a tópico en un guiso literario que se ha anclado en la historia de España de tal manera que resulta muy complicado desmitificar, y que desde luego, tampoco es que ayude demasiado ni la historia del propio monarca, ni su equipo de gobierno a la hora de proporcionar determinado número de argumentos en su defensa para tratar de reivindicar algo de positivismo en este periodo de difícil planteamiento político, Fernando VII pudo llegar a comprender la derivación cada vez más persistente de las circunstancias político-sociales de España, aunque el Régimen continuara gozando de una plena soberanía real, y todos los intentos para derrocarlo fueron infructuosos. No obstante se tomaron medidas en el campo administrativo que fueron gratas para los partidarios del Liberalismo de forma que aumentó el número de moderados y ex afrancesados que se fueron adhiriendo al Régimen, sobre todo en torno a 1826, cuando el monarca había empezado a dar muestras de una amplia remoción de cargos en la cual los conservadores a ultranza iban a ser literalmente barridos del mapa político, pero los Realistas más celosos lograron que el rey suspendiera el plan. Esto dejó entrever claramente el giro político consentido por Fernando VII y la dirección de este giro, que principalmente se haría más de una forma administrativa que política, y de que contaba con el beneplácito de los ex afrancesados liberales moderados, los cuales ya desde hace tiempo, habían renunciado a la violencia, y ansiaban un giro pacífico de la situación mientras que los exaltados continuaban conspirando víctimas de su propia impaciencia temerosos de que la evolución, como sospechaban, les dejase fuera de participar activamente en la administración y política del Régimen. Esta actitud de Fernando VII fue, precisamente, la que provocó una división importante con su hermano el Infante don Carlos y el principio de sus enfrentamientos ideológicos, que con el paso del tiempo, se irían acentuando cada vez más.





    En la Imagen superior, Carlos María Isidro Benito de Borbón y Borbón-Parma, primer pretendiente carlista al trono español, con el nombre de Carlos V.


    No hay que olvidar que la historia del carlismo, ha venido acompañada de supuestas conspiraciones cuya base no ha sido otra que la propia ideología liberal intentó, a nuestro juicio, infiltrar aprovechando la inclinación de Fernando VII a incluir en sus gobiernos a figuras más moderadas del liberalismo, o posiblemente al temor a la inseguridad del monarca, y viendo que su hermano, empezaba a ser aclamado por una parte del pueblo español cada vez más desconcertado con el monarca, pero otras conspiraciones si han sido más reales, y a una y otras nos referimos a continuación.


    Ya durante el Decenio Absolutista, se llevaron a cabo varias conspiraciones de carácter ultrarrealista, y algunas de ellas tuvieron vínculos con un cuerpo de base popular denominado voluntarios realistas, que se formo en junio de 1823, que estaba controlado por los núcleos más idealistas del absolutismo, y cuyo episodio más importante fue la llamada Guerra de los Agraviados, o malcontents, (mal contentos), en 1827, de la que hablaremos después, y la cual, se desarrolló básicamente en Cataluña, debido al malestar que se vivía tanto en la industria como en la agricultura debido a la fuerte crisis económica, y que se llevó a cabo contra el Gobierno, salvando la figura del monarca, pero que sin embargo, se tomaron medidas del propio Fernando VII que combinaron tanto la represión más brutal, como el indulto más incomprensible, con lo que podemos hablar de que la represión en esta década, no fue sólo contra los movimientos liberales, si no también contra los realistas descontentos.


    Ya desde Francia, el gobierno de Luis XVIII aconsejaba que se adoptaran en España medidas de conciliación que empezaron a hacerse efectivas a finales de 1825, aunque no sin alguna, aunque escasa, reticencia. Durante este año 1825, ya empezaron a ver la luz determinadas publicaciones como panfletos, en los cuales se daba a conocer el temor a que se hiciese efectivo un cambio de sentido en la política de Fernando VII que favoreciesen el ideal del Liberalismo. Uno de los más importantes fue el titulado “Españoles: unión y alerta”, en el cual se ponían de manifiesto determinadas conspiraciones masónicas que, según el panfleto, se preparaban ya desde 1823, para fomentar partidos encontrados, contrariar a todos los gobiernos y calumniando con tesón y cautela. Con escritos parecidos a este, se extiende un cierto clima de temores y sospechas, más propicio de todo régimen que se desmorona que otra cosa. Rumores solapados y folletos crean un desconcierto demasiado incipiente en la opinión pública y sirven de intrigas conspiratorias de mayor grado creando una situación de alarma preocupante que ya con una iniciativa del duque del Infantado Pedro Alcántara Álvarez de Toledo y Salm-Salm quedó mas que patente, mientras fue presidente del Gobierno entre 1825 y 1826.


    LA PROPAGANDA LIBERAL


    Fernando VII intentó cortar esta y otras alarmas como la que hemos visto antes. La aparición y publicación de panfletos era algo que desde entonces, empezó a tener una importancia cierta, y es importante reseñar que algunos de los cuales estaban conducidos precisamente a la creación de una situación de desconcierto con falsas denuncias, como lo fue el Manifiesto Realista de 1826, y la ideada relación falsaria o incierta relacionada con la literatura del Ángel Exterminador. No vamos a extendernos demasiado explicando aquí el tema del Manifiesto Realista y la literatura sobre el Ángel Exterminador, simplemente concluiremos en su falsedad argumentando que fueron fruto de la propaganda liberal, ya que con respecto al Manifiesto Realista de 1826, lo que se tramaba era, no indisponer a Fernando VII con el Infante don Carlos María Isidro, como han pretendido algunos, sino algo más grave, es decir, presentar al Infante como conspirador contra el Rey su hermano y descartarlo por este delito (el de traición) del derecho de sucesión al Trono. Según don Federico Suárez, Lo cierto es que la historia de este documento es bien conocida, y que lo recibió el Infante don Carlos María Isidro, hermano del rey, en su cámara de Palacio, no se sabe cómo.


    El Infante acudió inmediatamente a comunicárselo a su hermano Fernando VII, y cuando ya se había retirado don Carlos, después de la entrevista, uno de los individuos que militaba en el campo de los enemigos del Infante presentó la hoja al Rey, como si quisiera denunciar que el Príncipe tramaba una conspiración para derribar del trono a Fernando. Este la leyó y dijo que ya la conocía, y aquí acabó la historia de esta hoja, de la que probablemente hubo escasos ejemplares. Véase Pirala, Historia de la guerra civil y de los partidos liberal y carlista, 2.a ed., I (Madrid, 1868). pág. 36.—Bayo, Historia de la vida y reinado de Fernando VII de España. III (Madrid, 1842), pág. 234, y también Ferrer, Tejera y Acedo: Historia del Tradicionalismo español, II (Sevilla, 1941), pág. 149. No hay ninguna cita que dé a conocer al lector las fuentes de dónde proceden las noticias que dan y que sirvan de fundamento a su tesis. Parece abonar su explicación al hecho de que en el Archivo de Palacio exista, entre los papeles del Rey, un ejemplar manuscrito del Manifiesto (Papeles reservados de Fernando VII, tomo 70), aunque pudo llegar allí por cualquier otro conducto, por la policía, por ejemplo. Y en lo que respecta al Ángel Exterminador, lo cierto es que su existencia no está acreditada, y apoyamos esta duda en investigadores de la época como Benito Pérez Galdós (1843-1920), al cual se le ha achacado la primera mención a esta sociedad secreta en sus “Episodios Nacionales”. En una de esas menciones dice “ningún historiador ha probado la existencia de El Ángel Exterminador”, o Vicente de la Fuente (1817-1889). Historiador español en su excelente obra “Historia de las sociedades secretas antiguas y modernas en España, especialmente de la Franc-Masonería” (1874) apunta: “La sociedad del Ángel Exterminador es una pura patraña inventada por la francmasonería”, y también Hipólito Sanchíz, historiador actual, en su libro "Una historia de las sociedades secretas españolas" realizada junto al escritor León Arsenal sostiene que El Ángel Exterminador es creación de los liberales para desacreditar a sus adversarios los absolutistas y católicos.




    Por otra parte, desde 1932 y gracias a la diligencia de Juan Moneva y Puyol, nos son conocidos los apuntes que Llorente, hombre de la confianza del general Espoz y Mina, escribió relatando extensamente la conspiración de los emigrados y su influencia en España en 1826. Sobre este último apunte en concreto, nos referimos al extenso manuscrito que con el título de El General Espoz y Mina en Londres desde el año 1824 al de 1829 que redactó don Manuel Llorente, doceañista, diputado en las Cortes de 1820, compañero de emigración del General Mina y uno de sus hombres de confianza, como ya hemos dicho. Llorente pudo utilizar gran cantidad de documentos y su escrito resiste toda crítica, estando además confirmado por documentos de distinta fuente que Puyol no utilizó, si es que tuvo conocimiento de ellos. Estas son las conclusiones del ilustre don Federico Suárez al respecto, y la mejor referencia en la que podemos apostar, por la ausencia de impugnaciones en su contra. En la imagen, Espoz y Mina, pintado por Goya.










    CAMBIO DE TENDENCIA DEL REY


    Ya, en 1827, el rey había dado claras muestras de desconfianza con la nobleza, y con las masas campesinas que ya habían comenzado a vitorear al Infante don Carlos. En ese mismo año, quedó patente en un viaje que Fernando VII hizo a Cataluña, un claro acercamiento reconciliador entre la monarquía y la burguesía liberal. Aquí, justamente, empezó el Carlismo, sus consecuencias se consolidaron después. Como hemos podido ver, la actitud en el giro de la política fernandina provocó cierto temor en la ideología del realismo exaltado o puro, debido a la posibilidad de que las reformas liberales se pudieran replantear nuevamente, esta vez con el beneplácito real. Ciertamente es sabido que este sector del realismo exaltado, término que puede sonar de una manera exageradamente abrupta, pero que se puede admitir para diferenciar el grado de fervor a la causa, era partidario de alzar la bandera a favor de la religión y de la Iglesia amenazadas con las conocidas medidas anticlericales del liberalismo, debido a unos intentos desamortizadores durante el trienio Constitucional, y un debate que ya empezaba a tenerse en cuenta para emplazar estas medidas en un futuro, como así se hizo con Mendizábal en 1836 y posteriormente Madoz en 1855, que fueron las más importantes. A todo esto, se unió también el temor en los territorios forales, la bandera de los fueros amenazados, sabedores como eran que el liberalismo era contrario al privilegio foral, y por consiguiente, a los fueros. De ahí, el arraigo que el movimiento carlista tuvo en el señorío de Vizcaya y en las provincias de Guipúzcoa y Álava, un arraigo sentimental y profundo cuyo exponente se consolidaba con el saludo a los señores (Jaunak) de las Juntas:
    “Danak jainkoak egiñak gera, zuek eta bai gu bere” (A todos Dios nos hizo iguales, a vosotros también y a nosotros).


    El Reino de Navarra había conservado todas y cada una de las instituciones administrativas de gobierno, incluidas las Cortes, y la plenitud de gobierno en Navarra era mayor que en las demás provincias, incluso se llegaron a reunir en 1828-1829.


    Sabido es que los carlistas fueron foralistas, pero hay que decir que también lo fueron los liberales vascos y navarros, y aunque se vieron asediados y enfrentados con los carlistas, defendieron con perseverancia unos fueros que incluso llegaron a solicitar su conservación, con el respaldo moral de haber demostrado la lealtad y la defensa contra esos asedios, y no hay que olvidar otra cuestión, y es que si el carlismo ideológico, era profundamente religioso, también la mayor parte de los liberales españoles profesaban con total sinceridad las mismas creencias religiosas, pese al lema carlista de Dios, Fueros, Patria y Rey. La conclusión a la que llegamos es que si bien los carlistas fueron foralistas, un sector del liberalismo, también lo fue, siendo una consecuencia más del hostil antagonismo de las dos Españas que en ciertos momentos resulta difícil de comprender.


    Otro factor afín al Carlismo fue la masa social perteneciente a los sectores campesinos del medio rural, donde precisamente cuenta con mayor apoyo, debido a su alteración en el status económico por la venta de bienes comunales y concretamente en las zonas donde había grandes problemas de desequilibrio social, como Andalucía y Extremadura, aunque caeríamos en el error de fondo al considerar el Carlismo de un modo rural, y al liberalismo en el entorno de la ciudad, ya que también hubo carlistas en las ciudades y liberales en el medio rural. A grandes rasgos, que intentaremos definir, este podría ser el perfil del Carlismo que como ya se ha comentado, se encontraba arraigado en los llamados realistas puros, o exaltados, en el clero, en los defensores de un fuero particularizado, y en determinados y amplios sectores del medio campesino y rural, pero es menester seguir adentrándonos poco a poco para continuar explicando o intentando hacer entender tanto la ideología del Carlismo, como las causas y consecuencias del mismo.


    CAUSAS Y CONSECUENCIAS DE LAS GUERRAS CARLISTAS


    Las consecuencias, como hemos podido ver, fueron que debido a la resistencia a la Revolución, se declararon tres guerras civiles, la Primera Guerra Carlista o de los Siete Años (1833-1840), de la que cabe resaltar el mayor protagonismo que tuvieron en esta etapa el elemento militar y popular, en un tiempo en que el aspecto ideológico no estaba todavía plenamente desarrollado, y en el que el Carlismo era, más que una identidad política, un sentimiento. Este sentimiento derivará en un profundo proceso de organización política y elaboración ideológica que se irá gestando en la etapa de entreguerras, que conducirá a la brillante etapa presidida por la figura de Carlos VII, en que el Carlismo es el segundo partido con representación en las Cortes, y posee un brillante plantel de políticos, ideólogos e intelectuales.


    La causa de esta Primera Guerra Carlista podemos y debemos encuadrarla durante la última década del reinado de Fernando VII, cuando surgen las desavenencias dentro de las filas absolutistas debido a la sucesión al trono, que tendrán fuertes repercusiones posteriores, ya que debido a la falta de herederos a la Corona, los sectores más legitimistas del realismo puro, se agrupan alrededor de Carlos, hermano del rey, que ve como sus esperanzas se reducen tras el nacimiento de la princesa Isabel (Isabel II) en 1830. Esto dio lugar a la promulgación por parte del rey de la Pragmática Sanción, que abolía la Ley sucesoria que prohibía el mandato a las mujeres (Ley Sálica).


    Tal medida resultó en la división de la sociedad en dos bandos, que fueron los que a la postre se enfrentaron en la Primera Guerra carlista tras la muerte de Fernando VII en 1833, y que por una parte fueron los ya conocidos como carlistas, que eran absolutistas y campesinos partidarios de la ley Sálica que apoyan el gobierno de Carlos María Isidro, y que tuvieron mucha importancia en el País Vasco, Cataluña, sur de Aragón y, sobre todo, en Navarra. Su lema era “Dios, Patria y Fueros”, y defendían la tradición, la vuelta al absolutismo y al Antíguo Régimen junto con una defensa de las leyes locales o fueros, y que guiados por personajes como el general Zumalacárregui, Maroto, y Cabrera, y el cura Merino, recibieron el apoyo moral de las potencias de la Santa Alianza. Otra cuestión importante de apoyo a esta primera Guerra Carlista es que los liberales que empezaban a rodear a Isabel II y a su madre María Cristina de Borbón eran contrarios a los fueros e incluso los contravenían. Respecto a los realistas, podían saber también que estaban divididos sobre ello. Pero los partidarios de mantenerlos habían abundado durante el reinado de Fernando VII precisamente entre los futuros carlistas, en tanto que los contrarios a la intangibilidad del ordenamiento foral aparecían con frecuencia entre los entonces llamados realistas moderados, que luego acataron a María Cristina de Borbón y acabaron por asimilarse a los liberales.

    En la imagen, el General Zumalacárregui.









    Por otra parte, estaban los llamados Isabelinos liberales o Cristinos (moderados y progresistas), burgueses y miembros del ejército que defendían la Pragmática Sanción y el reinado de Isabel II. El liberalismo quería unja Constitución única para todo el territorio con la adaptación de los fueros al régimen liberal, lo que implicó la supresión de determinados privilegios como el de aduanas, para evitar los conflictos con el Estado central. Destacan generales como Narváez, Espartero y guerrilleros como Espoz y Mina. En la imagen siguiente, Batalla de Mendigorría, durante la Primera Guerra Carlista.







    De todas formas, consideramos interesante dar aquí explicación de un dato muy importante, y es lo que se define como La Pragmática Sanción de 1830, considerada como la cuestión jurídica de la Dinastía Legítima, y que fue una Pragmática Sanción aprobada por Fernando VII de España el 29 de marzo de 1830 que vino a promulgar la Pragmática de 1789 aprobada por las Cortes de aquel año a instancias del rey Carlos IV y que, por razones de política exterior, no llegó a entrar en vigor. La Pragmática de 1789 anulaba el Auto acordado de 10 de mayo de 1713 de Felipe V que, excepto en casos muy extremos, imposibilitaba a las mujeres acceder al Trono, por lo que comúnmente es denominada «Ley Sálica» aunque, técnicamente, no lo fuera, por lo que podremos en adelante considerarla semisálica. La Pragmática Sanción de 1789 restablecía de este modo el sistema de sucesión tradicional de las Siete Partidas de Alfonso X de Castilla, según el cual las mujeres podían reinar si no tenían hermanos varones, de esto, ya hemos hablado antes.
    La Pragmática de 1830, explicadas las razones por las que se mantuvo en secreto la Ley decretada por Carlos IV, se limitaba a publicar el texto aprobado en 1789, y volviendo a los estudios del eminente historiador Federico Suárez Verdeguer, la Pragmática Sanción de 1830 no es otra cosa sino la publicación del acuerdo de las Cortes de 1789 convertido en Ley fundamental; por tanto, la vuelta a la Ley de Partidas y al derecho de las hembras a la sucesión, según se desprende del estudio publicado en 1950 titulado La Pragmática Sanción de 1830. Valladolid: Escuela de Historia Moderna. Consejo Superior de Investigaciones Científicas.


    El problema jurídico que se plantea, y que debe ser considerado muy importante, como ya se ha dicho, es si fue legalmente válido o nulo el acto por el cual, Fernando VII publicaba la Pragmática Sanción el 29 de marzo de 1830, ya mencionada y madre de todos los males, y para poder contestar a la cuestión planteada, hay que tener en cuenta que se trata, como hemos podido ver, de una Ley que se refiere a otras anteriores, por lo que es necesario acudir a estos antecedentes, por lo que para evitar extendernos en demasía, consideramos oportuno obviar aquí toda la cuestión pormenorizada de la Pragmatica Sanción, y derivar su estudio para quien quiera ampliar su conocimiento, por lo que vamos a limitarnos a testificar que si Carlos IV mandaba observar de forma íntegra los términos del texto de 10 de mayo de 1713 en 15 de julio de 1805, y si nunca manifestó ni de forma pública ni privada con posterioridad a esa fecha sus deseos de alterar el orden sucesorio establecido en 1713 y como hemos visto, ratificado en 1805, el Carlismo interpreta que la pretensión o afirmación de Fernando VII es falsa con lo cual, esa misma falsedad invalida el acto de publicación que es finalmente a lo que Fernando VII se limita a hacer, y lo que el Carlismo entiende es que la Pragmática es nula de pleno derecho porque es también nula la publicación de la Ley sancionada, aunque realmente no se sancionó si no que se publicó sin otro trámite obligado, y es que además, Fernando VII atribuía la sanción a Carlos IV, y el problema es que Carlos IV tampoco la sancionó, ya que ordenó expresamente la vigencia de la Ley Fundamental-auto, acordado de 1713, en que no hubo en ningún momento sanción, siendo entonces la publicación un acto ilegal. Este es, entendemos, el problema que el Carlismo abandera como pretensión legitimista.



    Como ya se ha comentado al principio del presente artículo, no se pretende pormenorizar aquí ni los acontecimientos sustanciales de cada una de estas contiendas, por lo que nos limitaremos a decir que la guerra fue brutal, y terminó en el norte con el denominado Abrazo de Vergara, un convenio firmado en Oñate (Guipúzcoa en agosto de 1839 entre el General en Jefe carlista, Maroto, y el General liberal Espartero, se puso fin a la guerra en el norte pero la misma continuó en Cataluña hasta la definitiva derrota de Cabrera. El Convenio quedó firmado tras complicadas negociaciones tras una decisiva mediación del almirante Lord John Hay, jefe de la escuadra de observación británica, y que ya desde 1837 había comenzado a sondear a los generales de ambos bandos para hacer fructificar la finalización de la guerra. Una parte importante de la oficialidad y del clero carlista no aceptó el convenio y marchó junto con el pretendiente al exilio a Francia. Para estos sectores, el acuerdo entre Maroto y Espartero sería conocido como la Traición de Vergara. En la imagen, el Abrazo de Vergara.





    La segunda Guerra Carlista, o de los Matiners (Madrugadores) entre 1846-1849, tuvo lugar fundamentalmente en Cataluña entre septiembre de 1846 y mayo de 1849 debido, al menos de forma teórica, al fracaso de los intentos de casar a Isabel II con el pretendiente carlista Carlos Luis de Borbón y Braganza. Sin embargo, Isabel II terminó casándose con su primo Francisco de Asís de Borbón. Se puede hablar en términos generales sobre este conflicto que resurge como rechazo a la candidatura del conde de Montemolín, como Carlos VI y pretendiente carlista al trono, tras la abdicación de su padre. El alzamiento de las partidas fue continuo durante el otoño de 1846, fracasando el intento de sublevar otras regiones. Como ejemplo, en el País Vasco tuvo escaso eco, y se registraron algunos alzamientos en Castilla la Vieja y La Mancha, así como en Andalucía, aunque sin demasiado éxito. Los llamados Matiners contaron con el apoyo del campesinado mientras que el ejército isabelino sobornaba a algunos cabecillas carlistas para lograr que abandonaran la guerrilla. Además, la incorporación de elementos progresistas y republicanos a las filas carlistas, complicó aún más su resolución, que junto con la abortada venida a España desde Londres del conde de Montemolín en 1849, acabó por disolver los reductos carlistas, que optaron, al igual que Cabrera, por su traslado a Francia, sin dejar rastro de los mismos en mayo de 1849. En la Imagen, el General Cabrera, apodado el Tigre del Maestrazgo.








    En referencia a esta época, es necesario comentar que el número de carlistas refugiados en Francia era de tener en consideración, y que el gobierno de Madrid concedió una serie de amnistías parciales que, junto a las presiones de las autoridades francesas tendentes a enrolarles en la Legión Extranjera, se redujo progresivamente, pero no obstante, hubo diferencias notables con los principales dirigentes legitimistas, como don Carlos y su familia, que fueron confinados en la ciudad de Bourges, siendo rehenes del gobierno francés y peones de sus relaciones diplomáticas con Madrid. El depósito de refugiados españoles en Francia siempre estuvo sometido a las determinaciones del gobierno de parís, que siempre controló la residencia de sus forzados huéspedes, y cuyas comunicaciones con familiares y amigos en España atravesaron notables dificultades.

    En la imagen, Carlos Luis de Borbón y Braganza, Carlos VI.







    La Tercera Guerra carlista, entre 1872 y 1876, tuvo como causas fundamentales el hecho de que en los últimos años del reinado de Isabel II tuviera como único apoyo de gobierno al partido moderado mientras que el General Prim, el héroe de Castillejos, veterano de África y exiliado por su actitud contraria al régimen, dirige el movimiento militar denominado “La Gloriosa” que trajo consigo el exilio de la reina, el fin del reinado de los borbones y el inicio del sexenio revolucionario. Tras la segunda Guerra Carlista, los sucesivos fracasos conspiratorios de los legitimistas y la crisis dinástica abierta tras la muerte de Carlos VI parecieron condenar al Carlismo a una lenta desaparición de la escena política española, pero sin embargo, la revolución septembrina en 1868, trajo la adopción por el carlismo de los principios del catolicismo antiliberal y combativo que define casi simultáneamente la princesa de Beira en su Carta a los españoles y el papa Pío IX en el Syllabus, que pareció infundir nuevos ánimos al debilitado movimiento, a la vez que se suma el temor que llevó a toda Europa la Internacional, llevó al carlismo a importantes representantes del liberalismo moderado de Isabel II,
    al mismo tiempo que se solucionaron los problemas dinásticos con la definitiva abdicación del problemático infante don Juan a sus derechos dinásticos en su hijo mayor que se convirtió para todos los carlistas como el monarca deseado, nos referimos a Carlos María de Borbón y Austria-Este, autoproclamado duque de Madrid, bajo el nombre de Carlos VII entre 1868 y 1909, así como pretendiente legitimista al trono de Francia con el nombre de Carlos XI de Francia y VI de Navarra 1887-1909. Este nuevo carlismo es el que hizo la tercera guerra carlista y el que revivió luego en las luchas políticas del reinado de Alfonso XII.En la Imagen, Batalla de Lácar, en la tercera Guerra Carlista. En Navarra, la guerra actuó con especial virulencia.









    Cuando anteriormente nos hemos referido a la princesa de Beira, hablamos de Maria Teresa de Portugal, o de Braganza, quien se casó en segundas nupcias con su tío y pretendiente carlista Carlos María Isidro de Borbón. Enla Imagen, Carlos VII.








    A partir de entonces, se trató de organizar tanto una acción propagandística y política como, paralelamente, una nueva conspiración militar. Esta sería la estrategia de la dirección legitimista, por lo menos, hasta 1872. La ideología del Carlismo había evolucionado de forma que, aún manteniendo la esencia de los principios fundamentales de Dios, Patria, Fueros y Rey, trataron de evitar ser defensores de la Inquisición y consideraron la independencia intelectual y la espiritual tan importantes como la integridad territorial y la libertad política. Estos avances, junto con la unión a la causa de un buen grupo de intelectuales y políticos, hicieron que consiguieran un importante número de representantes en la Cortes.


    En la imagen, avance carlista a bayoneta calada en la Tercera Guerra, en la batalla de Mendizorrotz, el el 29 de enero de 1876. Representa la carga a bayoneta durante la batalla y la muerte, por bala, del Coronel Blanco. Es una reproducción de un cuadro al óleo de R. Balaca.








    En octubre de 1869 Carlos entregó la dirección político-militar del carlismo a Ramón Cabrera, quien dimitió en marzo de 1870 debido a discrepancias con el pretendiente y con notables figuras del movimiento carlista, ya que él pensaba que en ese momento no se daban las condiciones más razonables para alcanzar el triunfo por las armas, y no quería exponer a España a una nueva guerra civil, como se presagiaba. En abril, Carlos decidió asumir personalmente la jefatura del carlismo tras una conferencia que había reunido en Vevey, Suiza, a los notables carlistas, creando una junta central del partido que actuaba legalmente en España, la Comunión Católico-Monárquica, y juntas locales en los ayuntamientos donde el carlismo tenía implantación. Se organizó también una red de casinos y centros carlistas para promover el ideario carlista, estrategia que se probó exitosa, ya que en las elecciones de 1871 el carlismo consiguió 50 diputados en el Congreso. Sin embargo, finalmente fue la vía militar la que prevaleció, al dar Carlos a sus partidarios la orden de sublevarse en abril de 1872 en lo que fue el comienzo de la Tercera Guerra carlista, que se desarrolló sobre todo, en las provincias vascongadas y Navarra, y que terminó finalmente en la Segunda Batalla de Montejurra en febrero de 1876.En la imagen, salida de Carlos VII aclamado por sus tropas de Valcarlos, al final de la guerra, al grito de volveré.











    Hemos visto cómo el rencor político que arrastra a la muerte a los hijos del pretendiente carlista, se reconcilia al fin con el tiempo que ha convertido en polvo la carne arrojada con prisa a la tumba, donde el ideal de la Tradición espera paciente para surgir de nuevo y abrirse camino a golpes de bayoneta calada, acabando el cuadro que la repleta costumbre pictórica nacional, ha convertido en seña de propia identidad. El Tigre del Maestrazgo espera oteando el relieve que el horizonte pintado de gris en la madrugada, ha plasmado en cumbres y valles donde el joven sol que asoma, desliza poco a poco la luz del nuevo día que desde Cantavieja, y San Mateo, capitales del Maestrazgo, amenaza con una nueva carga de caballería carlista en defensa, una vez más, del tridente, fuero, patria y rey…Los Caballeros de la Orden de Montesa, observan admirados y orgullosos la escena en el tiempo y en el espacio, donde la bandera de la legitimidad ondea el orgullo dichoso de su Cruz de Borgoña, al paso del Ebro y el Cabriel y de las sierras de Molina y Albarracín hasta el mar. En la imagen, carga carlista en la batalla de Morella, por Ferrer Dalmau, que representa al general Cabrera, con su enseña particular.








    LOS CAMBIOS Y EL CARLISMO EN LOS TIEMPOS MODERNOS



    Es muy importante ir reseñando en este momento, unos datos ideológicos que van acompañados a la época de la que hablamos, ya que es relevante explicar que durante 1868-74 se ensayó por primera vez en España en sufragio universal, que volvió a reimponerse en 1890, y en el que sobre todo, Navarra y el carlismo navarro, tuvo una especial relevancia, ya que supuso la primera ruptura ideológica que contribuyó a abrir nuevas brechas en el movimiento, en las que Navarra y algunos navarros desempeñaron un papel destacable. Unos, con Cándido Nocedal a la cabeza, fueron partidarios de la abstención y de todo lo que supusiera absoluto repudio del liberalismo, en tanto que otros defendieron una actitud participativa. En los intentos de evitar la ruptura entre ambos grupos, durante los años ochenta, sería pieza principal el escritor Francisco Navarro Villoslada, diputado y senador por el Partido Tradicionalista y hacia 1871 ejerció de secretario del pretendiente Don Carlos, autor de novelas de fondo histórico como Doña Blanca de Navarra (1847), Doña Urraca de Castilla (1849) yAmaya o los vascos en el siglo VIII. En la ruptura que sobrevino, en 1888, fue fundamental "El Tradicionalista" de Pamplona, el periódico que provocó los primeros anatemas de Carlos VII, tras los cuales se abrió la escisión del Integrismo. Desde entonces (1888-1889) los tradicionalistas navarros fueron carlistas o integristas y tuvieron sus diputados propios y respectivos. En la imagen, Francisco Navarro Villoslada.







    El ya mencionado integrismo carlista, tuvo su núcleo más importante en Navarra, con figuras como la de Ramón Nocedal, pero también Navarra lo fue en mayor medida para el llamado Carlismo más estricto del tradicionalismo puro, con figuras como Tomás Dominguez Arévalo, conocido como el Conde Rodezno, o Juan Vazquez Mella.



    Entramos ahora, en la época más oscura del Carlismo, ya que en 1909, muere Carlos VII y su hijo Jaime de Borbón se convierte en titular de los derechos con el nombre de Jaime III, quien asume el puesto de pretendiente legitimista. A partir de entonces, el movimiento abandona oficialmente el apelativo de carlista y empieza a llamarse jaimista o simplemente tradicionalista o legitimista. Bartolomé Feliú fue el representante del partido en España hasta 1912 y Juan Vázquez de Mella el encargado de la secretaría política del jaimismo, a pesar de las malas relaciones entre él y el pretendiente. En 1913 comenzó a organizarse el Requeté, del que luego hablaremos, como una organización de milicias armadas del partido, un partido que comenzó a dividirse ya en 1919, y cuyas razones, ya hemos dejado ver, y que son el mal entendimiento entre Vázquez de Mella, del que ya hemos hablado, y Jaime de Borbón, que tiene su origen la ideología de la Primera Guerra Mundial, ya que Vázquez de Mella era germanófilo, lo que le condujo a una sonada separación con el pretendiente carlista Jaime de Borbón, que era aliadófilo. Jaime de Borbón, que había estado confinado por los austriacos en su castillo cercano a Viena, publicó en 1918 un manifiesto dirigido a los tradicionalistas españoles desautorizando a los que hubiesen exteriorizado sus sentimientos germanófilos. Vázquez de Mella se sintió desautorizado Juan Vázquez de Mella junto con un carlista también de primer orden de nombre Víctor Pradera, fundaron lo que se conoce como Partido Católico Tradicionalista, mientras que los denominados jaimistas, bajo el liderato directo del pretendiente evolucionaron hacia posturas socialistas y más de izquierda, sin embargo, el programa de ambos partidos era parecido y ambos hacían constar su deseo de respetar los ordenamientos forales. En las imágenes siguiente, Juan Vázquez de Mella, y el que fuera pretendiente al trono de España Jaime de Borbón y Borbón-Parma, Jaime III.










    Durante la dictadura de Primo de Rivera, el Carlismo mantuvo posturas cambiantes y ambiguas por momentos, y el pretendiente, Jaime III, llegó a publicar incluso un manifiesto contra la misma, que llevó consigo una fuerte represión, mientras que otras familias tradicionalistas colaboraban con la dictadura, como es el caso del líder de la Unión Patriótica Víctor Pradera, y el Carlismo, debido a todas estas tesituras de división, llegó bastante debilitado al advenimiento de la Primera República en 1931, y adoptó una posición contraria contra la segunda República por la declaración anticlerical y antirreligiosa de los gobernantes, lo que llevó a facilitar la reunificación nuevamente.



    Hay que recordar aquí, que el pretendiente Jaime celebró conversaciones con Alfonso XIII para la reunificación de sus ramas de la casa de Borbón, con la propuesta de establecer a Jaime como jefe de la casa de Borbón a cambio de que nombrara heredero al infante Juan, hijo de Alfonso XIII. Las negociaciones terminaron bruscamente con la muerte de Jaime a consecuencia de una caída de caballo, lo que llevó a la sucesión a su tío Alfonso Carlos de Borbón, hermano de su padre, como cabeza de la dinastía, ya que Jaime III no tuvo hijos, con el nombre de Alfonso Carlos I, rechazando adoptar el de Alfonso XII, y que tenía ya 82 años de edad, pero tuvo una labor muy importante, ya que fue el principal causante de la reunificación de Integristas, jaimistas y tradicionalistas, reunidos en un mitin en Pamplona, el 16 de enero de 1932, formaron una Junta nacional tradicionalista con el nombre de Partido tradicionalista carlista o Comunión tradicionalista. En la imagen, S.A.R. D. Alfonso Carlos Fernando José Juan Pío de Borbón y Austria-Este, Duque de San Jaime y de Anjou; Londres, 12 de septiembre de 1849, Viena, 29 de septiembre de 1936, Rey de España, con el nombre de Alfonso Carlos I.










    PRELUDIO DE UNA NUEVA CARLISTADA.


    Aquí, llega la época más dificultosa del conocido movimiento carlista, ya que se producen nuevas escisiones y nuevos cambios, pues se produce un intento de aproximación con el destronado rey Alfonso XIII, que resulta fallido, y además, el choque de intereses con el conde de Rodezno, por su estrategia de aproximación a Alfonso XIII, Alfonso Carlos suprimió la Junta y designó en mayo de 1934 a Manuel Fal Conde como Secretario General de la Comunión Tradicionalista, más combativo y hostil al acercamiento a los alfonsinos, además de que ya en 1934, los tradicionalistas, como vamos a ver, optaron por apoyar opciones más belicistas contra le República.








    Como se ha visto, los Carlistas resistieron a la revolución en el siglo XIX en tres guerras civiles, luchando por tener la oportunidad de implementar su propio programa político y, sobre todo, de colocar en el trono a quien aclamaban como rey. En dos de estas guerras, la Primera Guerra carlista y la tercera Guerra carlista el movimiento dominó el norte de la Península Ibérica durante unos años gobernando en la zona de acuerdo con sus principios teóricos. Ya en el siglo XX, los carlistas aportaron unas fuerzas importantes al bando nacional en la que se vino a denominar Guerra de Liberación, aunque los legitimistas se estaban preparando para levantarse contra la Segundarepública por su cuenta en una Cuarta Guerra Carlista cuando los generales del ejército empezaron a conspirar contra el gobierno republicano, como veremos seguidamente.


    El triunfo de las fuerzas del Frente Popular en las elecciones celebradas en España en febrero de 1936 acabó de convencer a los pocos carlistas que aún tenían alguna duda que solamente un acto violento iba a poner fin a la Segunda República, instaurada en abril de 1931. Los resultados de aquellos comicios no les habían sido demasiado favorables. En una nota pública, el Jefe Delegado de la Comunión Tradicionalista, el abogado sevillano Manuel J. Fal Conde, reconocía explícitamente la derrota en las urnas, argumentando que “El resultado electoral nos ha sido adverso, porque tenía que sernos adverso”, y al mismo tiempo advertía a sus correligionarios que la lucha continuaba, con la primicia de que había que saber esperar a ser útiles, sabiendo esperar, sabiendo sufrir, sabiendo morir pero siempre trabajando y sirviendo a los sagrados intereses de España, según sus palabras, y así fue, ya que esta formación política volvía a reiterar, al igual que lo había hecho siempre, su compromiso frente a las revoluciones, que venía combatiendo en tierras españolas desde principios del siglo XIX, y lo hizo frente al advenimiento del régimen republicano y la extensión del miedo a la revolución, erigiéndose nuevamente como la punta de lanza pues así se encontraba preparado desde tiempo atrás para la guerra, en guardia perenne contra los sustanciales cambios que pudieran hacer temblar los cimientos tradicionales de la nación. En la imagen, Manuel José Fal Conde.








    No hablaremos aquí de los requetés, pero por dar un ejemplo, limitaremos nuestra explicación a señalar que los requetés fueron soldados carlistas durante la la primera Guerra Carlista, en España. A principios del siglo XX, la milicia carlista adoptó este nombre, siendo más tarde llamadas así las fuerzas navarras que participaron en el bando franquista durante la Guerra Civil Española. Los primeros cuatro batallones carlistas que se formaron en el otoño de 1833 al iniciársela Primera Guerra Carlista recibieron apodos para distinguirse entre ellos, dada la ancestral costumbre existente en Navarra de dar mote a todo. Los motes de estos cuatro batallones fueron «Salada», «Morena», «Requeté» y «Hierbabuena», ahora bien, la razón del nombre requeté, forma parte de la tradición popular carlista de forma especialmente alusiva parece ser que debido a la indumentaria que utilizaban acabando por convertirse en un gracioso y original nombre debido a las razones que obligaron su bautismo, y que no consideramos importantes para señalarlas en este documento, sirva nada más que de anécdota, para argumentar que ya en julio de 1936 la Comunión contaba con la milicia más numerosa y mejor preparada y entrenada no ya sólo con los ocho mil requetés o boinas rojas que había en Navarra, territorio que sin lugar a dudas, tenía la mejor organización y más desarrollada del Tradicionalismo español y que finalmente multiplicaron su número en el frente, si no con otros veintidós mil en el resto de España, preparados para el combate, incluyendo no sólo a los activos, sino también a la reserva, y así lo habían preparado en la denominada Junta militar, también llamada Junta de Conspiración en un plan insurreccional que la dirección falcondista (Fal Conde) había trazado con sus propias fuerzas con la participación de un sector del ejército que estaría al servicio de un proyecto monárquico tradicionalista.




    Esta junta, presidida por el propio Fal Conde, estaba representada por el pretendiente en la persona de su sobrino Javier de Borbón Parma, formando parte de la misma algunos militares y un conjunto de políticos tradicionalistas, siendo este organismo el que dirigiría en adelante los destinos de la Comunión Tradicionalista Carlista, y tras largas negociaciones en las que se pretendía, como ya se ha comentado, iniciar un nuevo levantamiento carlista, y después de complicadas discusiones y luchas tanto internas como externas de la formación, el plan finalizó en fracaso, viéndose entonces forzados, el día 15 de julio, a integrar el movimiento tradicionalista carlista en la conspiración militar que, finalmente, estallaría entre el 17 y 18 de julio de 1936, encabezada por el General Emilio Mola.


    Las causas de este fracaso que mencionamos, fue la falta de acuerdo o la ruptura entre Fal Conde y el General Emilio Mola, comandante militar de Pamplona, coordinador general del levantamiento militar aunque fuera el General Sanjurjo, exiliado en Portugal, el reconocido generalmente como de mayor antigüedad entre los conspiradores. La ruptura supuso una coyuntura crítica que propició que Tomás Domínguez Arévalo, más conocido como Conde Rodezno, como ya hemos visto antes, y la Junta Regional Carlista de Navarra, actuaran por su cuenta de forma independiente, concretando un acuerdo con el General Mola, y abriendo la posibilidad de una división interna del Carlismo, pese a que Fal Conde continuó tratando de negociar con Sanjurjo los términos más exactos para una restauración carlista que no pudo conseguir merced a que los hechos se precipitaron ya que la guerra civil empezó el 17 de julio trayendo consigo de forma inmediata la colaboración masiva de los requetés en Navarra y otras provincias, pero Sanjurjo , quien a instancias de Antonio Lizarza Iribarren promotor de la fuerza Requeté de los Carlistas desde 1934, apoyó desde su exilio que al menos se dejara a los requetés luchar bajo la bandera monárquica, permitieron alcanzar el acuerdo que ratificó la Junta nacional tradicionalista el 15 de julio. Los requetés carlistas formaron una fuerza superior a 16.000 hombres, en un principio, pero como mínimo, durante la guerra, fueron más de 60.000, de los cuales, fueron bajas unos 34.000, es decir, el 56%, uno de cada dos combatientes, un 50% superior a la normal del conjunto de unidades, como si el soldado carlista, sólo supiera luchar bien, pero morir a toda costa, y hacerlo con la entrega que el ideal había plasmado a lo largo de su historia, pese a las circunstancias en contra, como así la tuvo también con el franquismo, que no reconoció en su momento la raíz del Carlismo, como veremos ahora después.




    Es necesario clarificar en este punto que una vez iniciado el conflicto, Franco, denominado ya como Generalísimo en la zona nacional, profesaba un gran respeto por la doctrina tradicionalista, pero declaraba a su vez que estaba demasiado fuera de moda para lograr una movilización social y política adecuada de las grandes masas e indicaba de forma vaga un arreglo entre carlistas y falangistas a lo que el Conde Rodezno le contestó de forma personal y directa que la doctrina carlista no era el fascismo del falangismo ideado por el propio Franco, incluso el propio Fal Conde rechazó las peticiones de Franco para que actuara como embajador ante el Vaticano o aceptara un puesto en la junta política de la Falange Española Tradicionalista, y tuvo que optar por el destierro, o la pena de muerte, ya que el propio Fal Conde había anunciado el comienzo de la organización de una Academia Militar de Requetés que formaría a sus propios oficiales, y Franco, tenía claro su curso político e ideológico, y este no pasaba por una restauración de la monarquía ni alfonsina, ni carlista, por lo que digamos que en este sentido, los carlistas habían ganado la guerra al final, pero perdido la paz, y así, en 1937 Franco firmó el decreto de unificación de Falange española y la Comunión. En adelante, y mientras subsistió el régimen de Franco, no pocos navarros, encuadrados en el FET y de las JONS, ocuparon puestos de primer orden en la Administración española, en tanto que otros mantenían viva la llama del carlismo independiente, con o sin la aquiescencia de las autoridades del régimen, pero poco antes de esto, en septiembre de 1936, Alfonso Carlos fallecía sin dejar hijos, y sin descendencia directa que no hubiera acatado de alguna manera a la dinastía que el Carlismo consideraba ilegítima, pero antes de morir por las heridas sufridas por el atropello de un camión en Viena, Alfonso Carlos, designó regente a Francisco Javier de Borbón-Parma, que pasó a encabezar la dinastía, aunque ahora de momento en la regencia, con el nombre de Javier I.








    EL CARLOCTAVISMO, LOS ESTORILOS Y LAS ESCISIONES DE LA DINASTÍA CARLISTA.


    En este punto de la historia, nuevamente el movimiento carlista volvió a padecer problemas tanto dinásticos, como doctrinales que ya había padecido antes, ya que pese a que la mayor parte de los carlistas seguirá a Javier, otros, los que han venido a llamarles como “estorilos” por ser Estoril la ciudad en la que residía en el exilio Juan de Borbón y Battenberg hijo de Alfonso XIII. Esta nueva circunstancia, ya venía de antaño, como hemos podido ver, en las conversaciones que tuvo Jaime III con Alfonso XIII, y que algunos carlistas apoyaban como rey carlista legítimo sucesor, ya que apoyándose en el hecho de que, agotada la sucesión de Carlos María Isidro, procedía buscar la rama masculina siguiente, la iniciada con el hijo menor de Carlos IV, Francisco de Paula, cuyo hijo mayor, Francisco de Asís, había casado con Isabel II, su prima, y transmitía pues los derechos carlistas a Alfonso XII, por éste a Alfonso XIII y por éste a don Juan. Los Borbón-Parma, en cambio, descendían directamente de Felipe de Borbón, duque de Parma, hijo de Felipe y hermano de Carlos III . El acatamiento a don Juan de Borbón había sido preparado por el conde de Rodezno sobre todo desde 1946, aunque ya hemos visto antes que en 1934 ya había habido intentos de aproximación, y se llevó a cabo en el denominado pacto de Estoril en 1957. Sin embargo, la mayoría de los carlistas navarros y concretamente el carlismo más popular, se mantuvo junto a Javier de Borbón-Parma, con lo cual, el acontecimiento, no quedó más que en una mera anécdota, como lo sería también en su momento el llamado Carloctavismo para proponer a don Carlos Pío de Habsburgo-Toscana y Borbón, como Carlos VIII , anteriormente a principios de los años 40, hijo de doña Blanca de Borbón y Borbón y nieto por tanto de Carlos VII, abriendo otra línea de escisión en el Carlismo de la época, ya que se consideraba que al venir por línea materna, no era legítimo, pues así se había manifestado el Carlismo primigenio al no jurar Carlos María Isidro, a su sobrina Isabel II por ser mujer, recordemos lo de la Ley Sálica y la Pragmática Sanción que hablamos al principio. En las imágenes siguientes, Carlos Pío de Habsburgo Toscana y Borbón, y Juan de Borbón y Battenberg.













    Tras el decreto de unificación de 1937 de Falange y el carlismo tradicionalista, del que ya hemos hablado, Javier de Borbón Parma declaró expulsados a todos aquellos que habían respaldado el decreto de unificación. Ya finalizada la Guerra Civil, se dio la circunstancia de que el Carlismo, una facción que había apoyado al régimen franquista, es perseguido y hostigado por el régimen al que tanto aportó, y esto trajo consigo una especie de evolución ideológica. En este sentido, ya lo avisaba el Jefe Nacional Carlista en Navarra, don Joaquin Baleztena Azcárate, cuando decía aquello de que cada victoria militar es una derrota política para el Carlismo, porque les necesitaban menos. Los Carlistas, cada vez, contaban menos en el cuadro de la Falange franquista, y en su momento, aceptaron la fusión sin demasiado entusiasmo, pero, llegados aquí, me gustaría abrir una pequeña suspicacia, que el paciente lector puede analizar, si es que le quedan ganas, y es la siguiente:
    Primero, como ya hemos comentado, Alfonso Carlos I fallecía ya anciano y sin sucesión en Viena, en trágicas circunstancia, atropellado por un camión, que resulta que era un vehículo de la policía.
    Segundo, José Antonio Primo de Rivera, se había manifestado en varias ocasiones en contra de Franco, y había muerto fusilado en la cárcel de Alicante, y hay mucha gente que se pregunta, y así parece que lo apoyan diversas circunstancias, si Franco hizo todo lo posible o no, para intentar salvar a José Antonio, y hacerse con el poder de la Falange, a su imagen y semejanza, no a la Falange Primorriverista.
    Tercera, Sanjurjo, quien iba a asumir la jefatura de la sublevación, muere en extrañas circunstancias y de forma trágica en un accidente, cuando el 20 de julio, el aviador Juan Antonio Ansaldo va a Estoril a recogerle con su avioneta para trasladarle a Burgos, donde asumiría el mando del Golpe de Estado. Sin embargo, el aparato se estrella a los pocos momentos del despegue y termina envuelto en llamas al impactar contra una valla de piedra. Sanjurjo muere y el piloto, que logró sobrevivir con heridas leves, atribuirá el siniestro al exceso de equipaje del general.
    Cuarta, el General Mola, Jefe del Ejército de Norte, fallece en un accidente de avión, y desde el mismo momento de su muerte, surgieron rumores ya que esto favorecía a Franco al quedar eliminado como rival para asumir la Jefatura del Estado. No obstante, hay que señalar que Mola empleaba este avión con bastante frecuencia para llevar a cabo sus desplazamientos y más allá de los rumores, lo cierto es que no existen pruebas de que hubiera sabotaje, o por lo menos, en su momento no se encontraron, o no pudieron encontrarse. Pero como ya se ha dicho, todo son suspicacias, que también forman parte de la historia.



    Ya en 1952, Javier I asume como rey los designios del futuro como pretendiente, y llegamos ya, a la etapa final del Carlismo, y como había sido siempre, abierta de nuevo a la escisión que dividía a aquellos caballeros que desde las brumas del pretérito pugnaban una y otra vez por levantar la bandera de la Cruz de Borgoña, en una pugna interminable entre el Oriamendi que derramó la sangre Carlista en su victoria cerca de San Sebastián, y el Dios, la Patria y el rey por el que lucharon los padres de aquellos que un día defendieron la bandera de la Santa Tradición, una Tradición que moría muy a su pesar, pero que no terminaba de dejarse morir, en un tiempo en que el Concilio Vaticano II promulgaba una nueva tendencia más modernista que fue protestada por la Tradición Carlista levantando un grito en el silencio del vacío y en nombre del rey Javier, que fue acallada con un sonoro revés del Dignitatis hum anae por parte de la Iglesia suponiendo una crisis tan profunda en el carlismo tradicionalista de la que ya nunca se recuperaría jamás. Ese mismo año de 1965, dio comienzo la renovación de la otra parte del Carlismo dando un brusco giro hacia la izquierda que apoyó a ETA al año siguiente en el Aberri Eguna de Irún y en el bastión carlista de Montejurra, cuyo Cristo Negro nos observa desde su gruta con la severa amenaza de descolgar sus brazos del madero que lo aprisiona al tiempo y a la eternidad, y el nuevo carlismo, dando un paso de gigante hacia el nacionalismo vasco, desafía al régimen que en un pasado no demasiado reciente, ayudó batallar. Montejurra, una vez más, se tiñe de rojo.







    Ya, finalmente en 1970, la doctrina carlista cristaliza con un programa que incluía la defensa de los viejos derechos liberales del hombre, el federalismo, el pluripartidismo, la revolución social por medio de la lucha de clases y el socialismo autogestionario. Fue entonces, en 1972, cuando Javier de Borbón-Parma optó por abdicar en Carlos Hugo, quien condujo el movimiento hacia la oposición abierta desde la izquierda al régimen de Franco, sobre todo desde el momento (1974) en que estuvo representado en la denominada Junta democrática, que preparaba la transición a la democracia, pero más concretamente desde que Juan Carlos , hijo de Juan de Borbón y Brattenberg, es designado como sucesor de Franco, y fue pretendiente con el nombre de Carlos VIII.En la Imagen, Carlos Hugo de Borbón y Parma.












    Los carlistas tradicionalistas no aceptaron la reorientación y, mientras en unos cundió el desánimo, otros prefirieron aplicar aún los principios sucesorios carlistas , en virtud de los cuales la infidelidad al ideario propio del movimiento hacía ilegítimo a un rey y consideraban cabeza de la dinastía al hermano menor de Carlos Hugo, Sixto de Borbón-Parma. Sin embargo, la presencia de éste en Montejurra durante los sucesos de 1976 terminó de hacer que el movimiento languideciera; cuando realizaban el vía crucis anual hacia la cumbre, en conmemoración de los éxitos de las armas carlistas en aquellos parajes durante las guerras carlistas, hubo enfrentamientos violentos, incluso armados , con dos muertos y cinco heridos de bala, entre ambas facciones. En la imagen, Sixto de Borbón y Parma.












    Desde entonces, el carlismo tradicionalista tendió a diluirse en las agrupaciones políticas españolas más conservadoras (principalmente Fuerza Nueva), que no eran sólo ni principalmente carlistas sino más bien franquistas; o simplemente se marginó de la política; en tanto que el Partido carlista oficial, fiel a Carlos Hugo, se mantenía en la línea autogestionaria y participaba en los procesos electorales como tal. Alcanzaría este último su máximo desarrollo en las elecciones generales de 1979, donde Navarra volvió a surgir como el principal bastión del carlismo, sin embargo, Carlos Hugo, al no conseguir el acta de diputado en dichas elecciones, renunció a sus cargos en el carlismo. Murió en 2010, y sus derechos, pasaron a su hijo Carlos Javier de Borbón-Parma y Orange-Nassau, en la imagen.










    Podríamos tildar de lamentable o no, la decisión de Don Javier (Javier I), quien ya próximo a la muerte, optó por lo que hoy podemos definir como la irreconciliación de dos tendencias que el sangriento suceso de Montejurra de 1976 propició la desaparición del partido Carlista reducido a una especie de grupo inviable sin horizonte pero con la pervivencia en el tiempo de la que hoy conocemos como Comunión Tradicionalista Carlista apartada de extremismos pero sosteniendo el antiguo lema de Dios Patria Fueros Rey actualizado a las circunstancias del presente y refugiando su ideal en la cultura, a la espera de que la Historia, le brinde de nuevo, una oportunidad.










    Aingeru Daóiz Velarde.-


    RECUERDOS DE LA HISTORIA











    BIBLIOGRAFÍA


    Identidad y Nacionalismo en la España contemporánea: El Carlismo 1833-1975. Dirigido por Stanley G. Payne.


    Las Guerras Carlistas. Autor Antonio Manuel Moral Roncal.


    El Manifiesto Realista de 1826. Federico Suárez Verdaguer.


    La Crísis política del Antiguo Régimen en España (1.800-1840) Federico Suárez Verdeguer.


    La formación de la doctrina política del Carlismo. Federico Suárez Verdaguer.


    Historia del Tradicionalismo español. Melchor Ferrer Dalmau.


    ¿ Qué es el Carlismo. Centro de Estudios Históricos y políticos “General Zumalacárregui”.


    Historia del Carlismo. Román Oyarzun.


    Memorias de la Conspiración, 1931-1936. Antonio Lizarza Iribarren.
    Ennego Ximenis dio el Víctor.

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    Re: Artículos sobre carlismo

    Biografía de Carlos V en cervantes virtual:

    Biografía de Carlos (V) de Borbón (1788-1855)

    (Aranjuez, 29 de marzo de 1788 – Trieste, 10 de marzo de 1855)Antonio Manuel Moral Roncal
    Universidad de Alcalá
    El infante don Carlos María Isidro de Borbón (1788-1855) ha pasado a la Historia como el primer pretendiente carlista alTrono de España.Nació en el Real Sitio de Aranjuez el 29 de marzo de 1788, siendo hijo del rey Carlos IV y de la reina María Luisa de Borbón. Fue bautizado por el patriarca de Indias, ante la satisfacción de su padrino, el rey Carlos III, muy preocupado por la falta de infantes varones, nacidos en España, en el matrimonio de los, entonces, Príncipes de Asturias. Durante su infancia compartió clases y juegos con su hermano el infante don Fernando, cimentando una amistad y fidelidad que tan sólo se resentiría, en la madurez, por cuestiones sucesorias. Entre sus maestros destacaron los padres Fernando y Felipe Scio de las Escuelas Pías; el pintor Antonio Carnicero; Cristóbal Bencomo, director de la Escuela de Pajes; el brigadier Vicente Maturana; Isidoro Antillón, catedrático del Seminario de Nobles de Madrid y futuro diputado liberal en las Cortes de Cádiz. Fruto de una educación aristocrática y muy religiosa sería el futuro desarrollo de la personalidad de don Carlos: profundamente católico, imbuido de un sentido providencial de la Monarquía y de sus derechos dinásticos. Asimismo, las consecuencias de la Revolución francesa de 1789 le hicieron contrarrevolucionario y enemigo de todo aquello que, como el liberalismo, tuviera alguna conexión con ese hecho que provocó desastres militares, ataques a la Iglesia e invasiones extranjeras en su país.Durante los convulsos inicios del siglo XIX, don Carlos se mantuvo en un discreto segundo plano dentro de los avatares de la Familia Real. Su nombre no fue citado en ningún momento en el proceso abierto tras la conspiración palatina de El Escorial (1807), ni parece que formara parte del partido fernandino, pues nunca fue arrestado ni encerrado en sus habitaciones palatinas, aunque no simpatizara con el valido Manuel Godoy. Tras los sucesos de Aranjuez, se convirtió en el principal confidente familiar y leal infante de Fernando VII, al que acompañó a Bayona a entrevistarse con Napoleón Bonaparte. Forzado por las circunstancias, pese a sus quejas -y continuando la aceptación de la solución menos violenta para los españoles- firmó la renuncia a sus derechos dinásticos, imitando a su hermano y padre en mayo de 1808.Junto a Fernando y su tío, el anciano infante don Antonio de Borbón, comenzó su exilio en el castillo de Valençay. Tras la incautación de todos sus bienes por el gobierno de José I, el 1 de mayo de 1809, los prisioneros reales no contaron sino con las comodidades que su anfitrión quiso otorgarles. El carácter tímido, silencioso y serio de don Carlos se reforzó durante esos años, al estar constantemente sometido al espionaje y delación por la servidumbre que le rodeaba, concentrándose en sus actividades religiosas, la lectura y el mantenimiento de un estilo de vida propio de la Corte española. Napoleón debilitó sus recursos y ordenó aislar más a sus prisioneros, reduciendo el número de asistentes españoles, pero, tras las desastrosas campañas militares de 1813, tuvo que aceptar el retorno de Fernando VII al Trono español. El 26 de marzo del siguiente año, don Carlos atravesó la frontera hispanofrancesa por el Fluviá, dos días más tarde que su hermano, al estar retenido como rehén en Perpignan hasta que las últimas tropas napoleónicas abandonaran España.En consonancia con sus experiencias pasadas y su opinión política, don Carlos apoyó a su hermano Fernando cuando decidió abolir la obra liberal de las Cortes de Cádiz y retornar a la Monarquía de Antiguo Régimen tal y como se encontraba en 1808. El rey comenzó a concederle honores y cargos, conforme a su rango, pero también ciertas responsabilidades políticas, al contrario que sus antecesores que se habían mostrado muy recelosos, en este sentido, con sus posibles herederos. Don Carlos fue nombrado generalísimo de los ejércitos, coronel de la brigada real de carabineros, hermano mayor de la Maestranza de Ronda, gran prior de la orden de San Juan de Jerusalén… y tuvo que dirigir el Palacio Real y el control de la capital durante las ausencias cortesanas del monarca, así como presidir el Consejo de Estado y el Consejo de Guerra, siendo igualmente presidente de la Junta Suprema de Caballería, lo cual le puso en contacto con la élite política y militar durante más de quince años. De esa manera despertó adhesiones y rechazos que se manifestarían durante la Primera Guerra Carlista. En 1816 contrajo matrimonio con la infanta portuguesa María Francisca de Braganza con la cual tuvo tres hijos varones: Carlos, Fernando y Juan, asegurando la sucesión al Trono ante la ausencia de herederos directos del rey.De la actuación política de don Carlos siempre estuvo informado Fernando VII o bien por sus confidentes, o por su propio hermano que, en ausencia del monarca, le escribió diariamente explicando sus opiniones o actividades. Pronto la élite fernandina se dividió en dos grupos, uno reformista y partidario de ciertos cambios políticos y económicos para lograr sacar a España de la crisis general en la que se encontraba -triste herencia de la invasión francesa (1808-1814)- y otro sector, ultrarrealista, decididamente contrario a cualquier mutación que se inspirara en principios liberales y tardoilustrados. A los miembros de este último les pareció que don Carlos comulgaba con sus ideales, por su defensa de la Monarquía pura, la tradición y costumbres seculares, la defensa del papel activo de la Iglesia en la vida diaria y sus opiniones contrarrevolucionarias, sobre todo en temas como la reforma de la Hacienda, las amnistías políticas y la rebelión de los virreinatos americanos. En 1820 se produjo un golpe de Estado militar que facilitó la restauración del sistema liberal gaditano: don Carlos, pese a su repulsa, aceptó el cambio imitando a su hermano Fernando VII, al menos hasta que éste comenzó a distanciarse del Gobierno constitucional y comenzó a preparar su caída y retorno a la plena soberanía regia, lo cual se produjo en 1823, exiliándose numerosos liberales.En la última década del reinado fernandino, la popularidad de don Carlos aumentó entre el sector político ultrarrealista -enemigo hasta de los más moderados planes del Gobierno para sacar al país del colapso económico- y entre las instituciones navarras y vascas por su defensa de las singularidades forales en el Consejo de Estado. Por el contrario, el sector más moderado del absolutismo y el liberalismo le observaron como un obstáculo para sus planes tendentes a conseguir, tras la muerte de Fernando VII, un régimen político moderadamente reformista y liberal, siguiendo el ejemplo de las monarquías templadas de Francia, Baviera y Piamonte. Era el heredero y nada parecía obstaculizar su llegada al Trono. Sin embargo, la rebelión de los malcontens en Cataluña –donde gritaron vivas a favor de don Carlos como rey- y ciertos resquemores de Fernando VII, comenzaron a debilitar sus lazos, de tal manera que sus familias comenzaron a distanciarse en la vida cortesana, la cual alcanzó un punto de tensión con el cuarto matrimonio del monarca con la princesa María Cristina de Borbón en 1829.Los políticos afrancesados y moderados convencieron al monarca para que aceptara un cuarto matrimonio con la esperanza de que su prole alejara a don Carlos de la Corona. Fernando VII aceptó la sugerencia, deseoso de tener descendencia directa. En marzo de 1830, en pleno embarazo de su consorte, el rey publicó la Pragmática Sanción en que haciéndose eco de la petición formulada a su padre por las Cortes de 1789, se cambiaba la ley de sucesión semisálica, hasta entonces vigente, y se retornaba a la ley de las Partidas de Alfonso X de Castilla. La Pragmática Sanción otorgaba prioridad sobre su tío a las hijas que pudieran tener los monarcas, por lo que el infante don Carlos se alejaba del Trono. Nació una niña, la futura Isabel II, pero la cuestión aún podía resolverse por sí misma, pues nada impedía que la reina quedara encinta nuevamente, como así ocurrió, pero su fruto fue una segunda infanta, Luisa Fernanda, en 1832. A partir de entonces, a nadie se le ocultó el hecho de que cada candidato al Trono se había convertido en la bandera de una determinada opción política.En septiembre de 1832, durante el descanso de la Corte en La Granja, Fernando VII cayó gravemente enfermo. Los ministros consultaron con el infante don Carlos si estaba dispuesto a aceptar la subida al Trono de su sobrina, y ante su clara negativa, hicieron ver a la pareja real el peligro de que estallase una sangrienta guerra civil, pues los ultrarrealistas apoyaban claramente la sucesión masculina, los cuales todavía controlaban importantes resortes del Estado. Con el consentimiento de María Cristina, el rey derogó la Pragmática Sanción. Sin embargo, tras un restablecimiento parcial, Fernando VII optó por destituir al anterior Ministerio, formando otro compuesto por moderados defensores de la sucesión femenina y encargó a su esposa que se hiciese provisionalmente cargo del Gobierno. Los Sucesos de La Granja demostraron la nula calidad de los apoyos cortesanos y gubernamentales a la opción carlista. A partir de octubre, las nuevas autoridades se entregaron de inmediato a una intensa labor destinada a depurar la administración civil y militar de todo posible sospechoso de carlismo. En Palacio, la reina –ante los rumores de posibles sublevaciones y conspiraciones ultrarrealistas o carlistas- estudió la posibilidad de detener a su cuñado, proyecto que fue desechado por influencia del ministro moderado José de Cafranga, que consideró más interesante alejar a la familia de don Carlos de los centros de poder. Al pretender desterrar a la infanta María Teresa, cuñada de don Carlos, en marzo de 1833, se logró que el pretendiente y su familia le acompañaran a Portugal, a un discreto exilio.Paralelamente a las maniobras de los isabelinos, los partidarios del infante don Carlos se dedicaron a organizar una amplia red conspiratoria cuyo propósito era propiciar un levantamiento general a la muerte del monarca, pues don Carlos desautorizó cualquier intento que pudiera tener lugar en vida de su hermano. Así, el último año del reinado de Fernando VII fue una frenética carrera contra reloj entre isabelinos y carlistas para organizar el inevitable conflicto. En octubre, la reina María Cristina firmó una amnistía que suponía la vuelta de los emigrados liberales, gesto que no fue gratuito, pues los partidarios de la reina esperaron que apoyasen al nuevo régimen, y si fuera necesario, con las armas en la mano. Durante los siguientes meses, los dos hermanos se cruzaron numerosas cartas, en las que mientras el monarca le solicitaba el reconocimiento de su hija como heredera del Trono, el infante se negaba a ello y a trasladarse a los Estados Pontificios, tal y como le solicitaba Fernando VII. Portugal, en esos momentos, ardía en una guerra civil muy semejante a la que se pronosticaba para España, entre realistas y liberales, y el Gobierno de Madrid consideró un hecho muy peligroso que don Carlos lograra el apoyo de los absolutistas portugueses. Pero, pese a las presiones diplomáticas y las cartas personales, el infante y su familia obtuvieron la protección del monarca luso Miguel I. Entonces, el Gobierno español optó por intentar conseguir el respaldo de sus homólogos francés y británico.El 29 de septiembre tuvo lugar la anunciada muerte de Fernando VII. Don Carlos se proclamó sucesor legítimo, pero el Gobierno de Madrid sólo reconoció la sucesión de Isabel II. Desmantelada en la mayor parte de España la trama organizada por la Junta carlista de Madrid, el alzamiento militar a favor del Pretendiente que debía estallar en toda la Península sólo revistió importancia donde sus ramificaciones aún no habían sido desmanteladas por la policía: la Rioja, Castilla la Vieja, Navarra y el País Vasco. En estas últimas regiones, la existencia de un régimen foral había dificultado enormemente la sustitución de las autoridades civiles, muchas de las cuales fueron partidarias del infante: comenzaba así la Primera Guerra Carlista (1833-1840).Aislado por la situación de guerra civil en Portugal, don Carlos y su familia no pudieron trasladarse a los territorios del norte de España que le reclamaban como legítimo soberano. Al año siguiente, las tropas realistas portuguesas fueron derrotadas por las liberales, pero el pretendiente y su séquito lograron salir de la Península con la ayuda de la flota británica que les trasladó a Portsmouth el 16 de junio de 1834. El Gobierno inglés intentó que, a cambio de una pensión, renunciara a sus derechos pero don Carlos se negó, trasladó a su familia a Londres y comenzó a preparar su clandestina vuelta a España. El 1 de julio, con ayuda del Barón de los Valles, se afeitó el bigote, se tiñó el pelo y se dirigió hacia Francia, donde logró pasar desapercibido, entrando por la frontera de los Pirineos ocho días más tarde. A pesar de que Madrid intentó minimizar la importancia de su entrada, poniéndose al frente de sus leales, señalando que «sólo era un faccioso más», el Trono de Isabel II se tambaleó. A partir de entonces, el carlismo no pudo ser presentado como un conjunto de partidas guerrilleras rebeldes sino como una opción dinástica e ideológica, por lo que comenzó el traslado a los territorios norteños de algunos generales de Fernando VII, consejeros de Estado, magistrados y empleados de la Administración civil. Austria y Prusia comenzaron a apoyar económicamente al Estado carlista que, lentamente, comenzó a formarse, fundamentalmente, en las provincias vascas, Navarra y alguna zona de La Rioja, mientras se prendían otros focos de insurrección en Cataluña, Aragón y el Maestrazgo.Entre 1834 y 1835, la iniciativa militar isabelina fue derrotada, pero el principal general de don Carlos, Tomás de Zumalacárregui, murió durante el fallido sitio de Bilbao. A partir de entonces, los carlistas tomaron la iniciativa, apoyados por su rey, formando expediciones militares con el objetivo de sublevar otros territorios: la expedición de Guergué en Cataluña (1835), la famosa del general Gómez por las dos Castillas y Andalucía (1836), y la definitiva Expedición Real (1837), considerada el auge y el ocaso de don Carlos. El pretendiente se presentó ante las mismas puertas de Madrid con su ejército, con la esperanza de que la reina regente le reconociera como soberano, bastante asustada por la revolución liberal exaltada de ese año. Pero el plan fracasó y la imagen política de don Carlos comenzó a declinar entre sus partidarios. Aún resistiría su causa tres años más, contrayendo matrimonio –tras el fallecimiento de su primera esposa- con su cuñada, la infanta María Teresa, conocida como la princesa de Beira. Negociaciones secretas del general Maroto condujeron a las tropas carlistas del Norte a la rendición ante las isabelinas, cruzando la familia real legitimista la frontera francesa, instalándose en Bourges, bajo la vigilancia del rey Luis Felipe de Orleans. El 18 de mayo de 1845, el pretendiente Carlos V de Borbón abdicó en su hijo, Carlos VI, conde de Montemolín, para no ser un obstáculo en el posible matrimonio de Isabel II con su primo, plan que defendieron algunos de sus partidarios como solución política, a semejanza del enlace de los Reyes Católicos en el siglo XV. Sin embargo, el triunfante liberalismo español se negó a esa posibilidad, estallando al poco tiempo la Segunda Guerra Carlista (1846-1849), nuevamente fatal para las armas carlistas.En los últimos años de su vida, don Carlos y su familia se trasladaron a Génova y a Trieste, bajo la protección del Imperio Austríaco. El pretendiente falleció el 10 de marzo de 1855, siendo enterrado en la catedral de esa ciudad adriática que, con el paso del tiempo, acogería los restos de sus descendientes, convirtiéndose en El Escorial legitimista.

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    Re: Artículos sobre carlismo

    Artículo en inglés sobre Carlos V en "heirs to the throne":

    Don Carlos María Isidro de Borbón


    More royalist than the King, more Catholic than the Pope


    Richard Meyer Forsting
    When Don Carlos was born on 29 March 1788, his grandfather Charles III was delighted to have another male grandchild who would be able to guarantee the succession. Partly this was due to the feeble health of Carlos’s elder brother, the future Ferdinand VII. It was only logical to prepare. Almost from the outset Don Carlos was groomed as if he was in fact the heir to the throne. Upon his brother’s accession to the throne in 1814 he was officially instigated as Prince of Asturias and would remain the heir apparent until 1830. Throughout his life Don Carlos would distinguish himself by his absolutist conception of monarchy, his deeply rooted religiosity and extreme loyalty to his brother. During the Liberal Triennium (1820-23) the radical liberal paper El Zurriago in its typically mocking style described Don Carlos as “more royalist than the King, more Catholic than the Pope”. Religion indeed formed a key element in his political thought and informed all his actions in the political, public and private sphere. His relation with the Catholic Church, one of the most powerful institutions in nineteenth-century Spain, was not linear but his religious sentiment was of decisive importance in his decision-making.
    Carlos V Borbon (1788-1855) by Vicente López Portaña.
    The roots of this piousness lie in childhood education. His parents, Charles IV and Louisa Maria of Parma, surrounded their children with ecclesiastical teachers and firmly grounded them in a religious setting. Among the teachers of the Infanteswere some of the leading religious scholars of Spain, such as Felipe Scio de San Miguel (1738-1796) and Fernando de San Antonio Scio (1756-1806); both had been extensively experienced educators even before they took up their palace posts. Religion was not the only subject on the curriculum of the young princes. Don Carlos was educated in military history by the distinguished instructor and brigadier Don Vicente Maturana and received lessons in art from the court painter Antonio Carnicero. The curriculum was completed with lessons in modern and classical languages, horsemanship, dance, and court etiquette.
    Juan Arzadun’s description of the princely education as a ‘regime of the seminar’ is influenced by the negative image that was posthumously painted of Ferdinand VII and his brother. There is no doubt, however, that the spiritual education of the princes received special attention. Catholicism was still seen as the most solid foundation sustaining the unity of Spain and its monarchy. The historical events that had shaped Spain, such as the Reconquista, the union of Aragon and Castille and the discovery of America could hardly be understood without a reference to religion and the Catholic Church. Don Carlos readily absorbed Catholic dogma through popular and historic catechisms, such as that written by Abbé Claude Fleury (1640-1723). His teachers instilled in him the idea that good government was based exclusively on the application of Catholic principles. While Ferdinand VII had received a similar upbringing he did not show the same religious fervour as his brother. Early nineteenth century sketches of Don Carlos’s life are filled with attributions of a deep morality, evangelical charity and Christian rectitude. They describe him as a true man of virtue. At 11 years old the daily routine of Don Carlos involved mass, the praying of the rosary and confession. This deep-seated religiosity is reflected in his personal library. Antonio Manuel Moral Roncal, arguing that libraries reflect the ideological preoccupations of their owners, has shown that religious works dominated Don Carlos’s book collection. Despite having a similar upbringing, Ferdinand’s library shows more of an interest in history and geography. Religious teaching seems to have had a much deeper impact on Don Carlos than on his brother.
    Don Carlos as a child, painted by Goya.
    Nevertheless the two brothers were close and among other things shared their dislike of their parents’ court favourite, Manuel Godoy. From an early stage the two princes were very close and remained so for most of their lives. Goya’s family portrait has sometimes been interpreted as foreshadowing the brotherly conflict that erupted in the last three years of Ferdinand’s reign. Looking at the portrait it is difficult to find these signs without applying the benefit of hindsight. Instead Don Carlos, in agreement with his religious principles, was developing an intense and unswerving loyalty to his older sibling, who to him was anointed by God to become king.
    By the beginning of the nineteenth century, the family idyll had been severely disturbed by court rivalries which pitted Ferdinand against his parents and Godoy. The position Don Carlos took in this infighting is not entirely clear but it is believed that he sided with his older brother. However the dispute over the crown was ultimately settled from outside Spain. Napoleon Bonaparte made his brother Joseph the new king of Spain and banished the Bourbons into exile in France. Under the close supervision of Talleyrand in his Chateau at Valencay, the religious devotion of Don Carlos intensified further; the Catholic faith helped him to cope with feelings of displacement and the disgrace of exile. He once more filled his private library at Valencay with catechisms, hagiographies of saints and other religious tracts.
    The family of Charles IV as painted by Goya. On the very left is Don Carlos, to his right and in front of him stands Ferdinand.
    It was only six years later that Don Carlos returned to Spain at his brother’s side, now king of Spain after his father’s abdication. The return of the king put an end to liberal hopes of reform as expressed in the 1812 Cadiz constitution. Instead Ferdinand VII aimed to restore the absolutist monarchy and its traditions with full force. The theocratic ideology of Don Carlos led him to support his brother fully, in particular in rolling back measures curbing the power of the Church. While Charles IV had followed the example of his father, Charles III, of delegating very little responsibility to his immediate family, Ferdinand VII allowed Don Carlos to be heavily involved in politics. Although one major factor was certainly that Ferdinand had not produced an heir, one should not underestimate the bond of affection and mutual trust that existed between the two. Thus Don Carlos had a seat on the Council of State and even presided over it when his brother was absent. He was also in charge of the Junta por la Reconquista de las Americas whose task it was to organise the subjection of Spain’s rebellious overseas territories. The term Reconquista was traditionally associated with the expulsion of the Moors from Spain in the Middle Ages, which had guaranteed the predominance of Christianity on the Peninsula. The invocation of the Reconquista isnot only a demonstration of the historical importance the Crown attached to the American territories but also of the religious significance of the colonial project. Don Carlos appears to have been a firm believer in Spain’s sacred duty to rule over and uphold the Catholic religion in the Americas. Later on, when much of the overseas empire seemed irredeemably lost, Don Carlos took a special interest in the campaigns against Berber piracy. Stopping Muslims from capturing Spanish men and goods was to Don Carlos a natural extension of the principles that had motivated the expulsion of the Moors during the Reconquista.
    Ferdinand VII painted by Goya.
    The trust Ferdinand placed in Don Carlos was rewarded by the latters complete devotion to his official responsibilities and to the monarch personally. As Prince of Asturias Don Carlos lived in the royal palace of Madrid and reported almost daily to the king. When Ferdinand was absent, Don Carlos kept his brother informed by writing him detailed letters with reports and suggestions. During the Liberal Triennium Don Carlos’s loyalty was put to the test. Despite his revulsion at the liberal reforms and the anti-religious rhetoric of the government, there is no evidence that he swerved in his loyalty to his brother. According to some contemporary newspapers he would have had ample opportunity to further his own ambitions; as early as May 1821 there were reports of the first ‘vivas’ for Charles V. The radical El Zurriago even urged Ferdinand to rid himself of his brother’s influence, while ultra-Catholic and royalist opinion was looking to Don Carlos in case Ferdinand’s governments would continue on a course of liberal reform. As Antonio Pirala has put it “Don Carlos came to be seen by his partisans as one of the most complete princes of Christianity”. While this meant that intrigues were hatched against Ferdinand in support of his brother’s ascension to the throne, evidence and the character of Don Carlos equally suggest that he never authorised these movements. After the absolute monarchy was re-instated, Ferdinand continued rewarding the loyalty of his brother. Don Carlos once again had a busy schedule, meeting ministers, ambassadors and generals, who thus acknowledged his influence at court. The concession of the honours of Infantes of Spain to the sons of Don Carlos, usually reserved for the sons of the king, are another demonstration of the close bond between the king and his brother’s family. When the Supreme Junta of the Cavalry, which had a similar standing to the War Council, was re-established in 1829, Don Carlos was put at its head. The resulting daily contact with the military establishment allowed him to forge strong bonds with the high command and favoured his prestige among the armed forces. This would be an important factor in attracting leading generals to his cause after the death of his brother.
    Defence of the Sacred Rights D. Carlos V. de Bourbon by a Spanish nobleman, 1836.
    The area that mattered most to Don Carlos during his time as heir remained always the Church. As soon as he returned to Spain Don Carlos publicly demonstrated his pious devotion and traditional religiosity. As mentioned before his strong beliefs were reinforced by the experience of exile; his religious devotion was to come to the fore during his time as heir apparent. To him the Catholic faith was not only a system of moral values to be followed but also an ideological instrument in the fight against the advance of revolution and liberalism. His conservative Catholicism informed his beliefs on the nature of monarchy – he was always a firm believer in the divine right and providence of kingship. A constitution restricting the actions of the monarchy was hence completely antithetical to him. Furthermore Don Carlos was convinced that the destiny of the monarchy and the Catholic Church were closely linked. The two institutions should aid and support each other against the impeding onslaught of liberal and atheistic thought. This conception of state-Church relations hawked back to the times of Felipe II; his father and grandfathers had instead sought to limit the influence of the church in public affairs. Don Carlos was a fervent supporter of the ecclesiastical policies of the restoration of 1814, which abolished anti-clerical legislation, returned church property previously expropriated and re-established the Inquisition. While other areas, such as the military and the economy, did not experience a complete return to the status quo ante, the regime almost completely restored the Church to its old standing; a development Don Carlos could not have been happier with. However, after the Liberal Triennium he was pragmatic enough to realise that another full restoration of the privileges of the Church was not possible due to the current financial state of Spain and the unpopularity of the Inquisition. Throughout his time as heir Don Carlos maintained a particularly close relationship with the Jesuit order. Thanks to a letter asking for his brother’s consent to his attendance we know that in 1816 he took part in the opening of a Jesuit college in Madrid. Later on he was involved in the re-establishment of the Order of San Ignacio and the building of a new Jesuit seminary. He frequently visited seminaries, presided over exams in Jesuit colleges and attended mass and religious celebrations, urging his older brother to do the same on his travels. His affinities for the Jesuits went so far that one provincial priest suggested investing him with the title of Protector de la orden de Jesús. The Jesuits were keen to nurture this bond with the royal family due to the opposition they often encountered from other ecclesiastical and secular authorities. Alonso Tejada has argued that they invested their hopes and ambitions primarily in Don Carlos, who seemed almost certain to succeed to the throne before the birth of Isabel II in 1830 (Ferdinand had remained childless in his previous three marriages). His proximity to the order is also exemplified in his choice of Mariano Puyol, a Jesuit priest, as teacher for his two eldest sons. The teacher who replaced him and the personal confessor of Don Carlos and his wife were also Jesuits.
    His commitment to Catholicism was no mere window-dressing, as demonstrated by his private behaviour. It was said that Ferdinand had to urge his brother to give up on the celibate life that he had planned for, and marry Maria of Portugal. Once married he would, however, present himself inseparable from his wife. He was certainly no womaniser and did not keep any mistresses, as opposed to his brother and many previous and future Spanish kings. Don Carlos took the sacred commitment of Catholic matrimony very seriously. He furthermore made it his private mission to use his influence over his brother as best he could to ensure there was a harmonious relationship between monarchy and Church. In his private correspondence he urged his brother to attend religious ceremonies, visit convents and monasteries and pray in front of important relics. Even though some proposals had little chance of success Carlos used his influence to defend the Church: He supported the separation of the oath sworn by priests to the pope and that sworn to the king despite the opposition of his brother and his advisers to this measure. The proposal ultimately failed because there were strong forces advocating against it. Don Carlos carefully avoided a head on confrontation over such issues; he was prudent enough to know that clashing with his brother and his advisers would affect his position and hence his ability to defend church interests at court. In addition, he used his family’s private rents to build a discrete church and convent in Orihuela (Alicante) aimed at providing a haven for religious women who had been displaced by the Napoleonic wars and revolutionary expropriations.
    Sketch of Don Carlos at the head of his troops during the Carlist War by an unknown artist.
    The publication of the 1830 Pragmatic Sanction removed Salic law and allowed for Ferdinand’s daughter Isabella to eventually succeed, thus replacing Don Carlos as heir to the throne. This was the end of the largely harmonious relationship between Ferdinand and his brother. While Don Carlos did not actively intrigue against his brother, supporters of his cause, in particular the clergy defended his rights against that of Isabel. Don Carlos did not take any immediate action but was sent away from court and later into Portuguese exile. After the death of his brother in 1833, Don Carlos proclaimed himself Carlos V, thus initiating what was to become the Carlist War. His opponents interpreted this as an expression of personal ambition and fundamental opposition to reform. However, Antonio Manuel Moral Roncal has argued that it was actually Don Carlos’ religious beliefs that motivated his rebellion against Isabel and her supporters. Don Carlos based his claim to the throne on the belief that the right to rule was given to him by God and thus could not be revoked by the Cortes and the king’s advisers. Once these questions got entangled with the political conflict between liberal reformers and conservative royalists they caused the perfect storm that led to the following bloody and destructive seven-year civil war. During this conflict Don Carlos sought to underline the connection between his cause and that of the Catholic Church. He invoked the Dios de las batallas in his military proclamations and declared the Virgen de los Dolores to be a Generalísima of his armies. While he did not re-institute the Inquisition in the territories he controlled, he did pursue the closer connection between Church and state that he desired so much.
    Don Carlos’ respect for the Church never diminished and ultimately even played a decisive role in his decision to abdicate. He was unwilling to give up his right to the throne after he had been militarily defeated, holding on to the belief that the crown of Spain was his divine right. However, he continued to solicit the advice of the Pope and it was only when Gregory XVI recommended he relinquish his claim that he abdicated in favour of his son in May 1845.

    Suggested Reading:
    Moral Roncal, Antonio Manuel, ‘La Impronta Religiosa En La Vida Del Infante Don Carlos María Isidro de Borbón’,Hispania sacra, 53 (2001), 111–32
    Moral Roncal, Antonio Manuel, Carlos V de Borbón, 1788-1855 (Madrid: Actas Editorial, 1999)
    Seco Serrano, Carlos, ‘Don Carlos Y El Carlismo’, Revista de la Universidad de Madrid, 4 (1955)
    Wilhelmsen, Alexandra, «The Political Thought of the Pretender Don Carlos», en VV. AA., The Consortium on Revolutionary Europe 1750-1850, Athens, 1985

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    Re: Artículos sobre carlismo

    El tradicionalismo político español defendido por los carlistas


    El tradicionalismo político español constituido por las ideas tradicionales, religiosas, patrióticas y monárquicas, defendidas por los carlistas, que se basan en que el funcionamiento correcto del Estado y de la sociedad sólo se consigue, si se actúa según la moral, y que esto sólo es posible acatando la autoridad moral de la Iglesia y aceptando sus demás medios sobrenaturales y no sólo proclamando de palabra la confesionalidad, pero sin obrar en consecuencia.
    La tradición no es la conservación de lo viejo, sino la transmisión de lo seleccionado como bueno, que será mejorado con aportaciones que sean buenas y no simplemente nuevas, sino mejoras que requieren creatividad, evolución y desarrollo de lo bueno recibido para ser comunicado y transmitido (como en el presente se hace con el software libre).
    Las ideas tradicionales son formuladas por los carlistas en su triple lema,
    Dios, patria, rey, más adelante explicitado como Dios, patria, fueros y rey. (Esto es un ejemplo de la creatividad constitutiva de la tradición).


    • Dios:
      no sólo se proclamaban católicos, y defendían que el Estado se proclamase católico: esto también lo hacían los liberales, puesto que la Constitución de Cádiz de 1812 es confesional y también las siguientes:
      los carlistas propugnaban que había que obrar en consecuencia, con cohesión entre la religión y la vida, también en la vida política, acatando la autoridad moral de la Iglesia (no que los eclesiásticos se convirtiesen en gobernantes, como los califas y emires), sino que el criterio de lo justo y lo injusto se aceptase según la autoridad de la Iglesia, mientras en el liberalismo la confesionalidad quedaba sólo en una proclamación verbal desactivada por el parlamentarismo, según el cual todo lo que apruebe el parlamento es válido y aceptable.
      (en el siglo XX ya se ha cuestionado y respondido que todo, todo, no es aceptable, aunque una votación parlamentaria o popular lo aprobase, ya se ha llegado a cuestionar en el liberalismo, que si el parlamento aprueba el nazismo, y el exterminio de los judíos, eso no es aceptable, o que el golpe de 1990 en Argelia contra los islamistas vencedores en las elecciones sí es aceptable).
    • Patria
      El patriotismo tradicional es muy diferente del nacionalismo liberal y socialista. Consiste en el amor a la patria, no en el rechazo a todas las demás; se basa en lo que une, no en lo que diferencia, y va a la convivencia de pueblos diferentes sin unificarlos ni someterlos, ni borrar las diferencias.
      El patriotismo tradicional consiste en amar a su patria por ser la suya, no por pretender que sea superior, y comprende que los otros aman cada uno a la suya tanto o más, siendo otra.
      El patriotismo tradicional se basa en el amor al prójimo. En que se debe amar a la patria no por pretender que es la mejor, sino porque es la propia. Como se ama a la madre no por ser la más bella, sino porque es la propia, sea o no la más bella o deje de serlo con la edad. El que ama a su patria o nación con un patriotismo tradicional, sin nacionalismo, comprende perfectamente que los demás amen a la suya de la misma manera y puede convivir con ellos.
      El patriotismo tradicional a diferencia del nacionalismo liberal o socialista hace perfectamente compatible el amor a la patria y su autonomía con la convivencia, la solidaridad y la unidad de varias o de todas las patrias en un Estado, sin problema ni de separatismo, por más competencias autonómicas que haya, ni de sometimiento, ni de centralismo.
      Sólo puede haber pluralidad, coexistencia, solidaridad y convivencia de pueblos, o naciones, así con minúscula, si no se pretende atribuirles la Soberanía.
      y ponerlos con mayúscula como Dios. La experiencia popular expresaba la autonomía compatible con la convivencia en la fórmula: "Cada uno en su casa y Dios en la de todos".
      El patriotismo tradicional, no es una idolatría, o algo antinatural, sino que es algo enraizado en la moral natural, la cognoscible con la sola luz de la razón, la norma de comportamiento conforme a la naturaleza que tiene el hombre, que no se la ha dado a sí mismo, es la normativa de comportamiento racional recibida por el hombre al recibir esa naturaleza racional, que no se la ha dado a sí mismo, por eso la ley natural es ley
      El patriotismo tradicional, no sólo es lícito, a diferencia del nacionalismo liberal y socialista, sino que es uno de los deberes incluidos en el cuarto de los preceptos del decálogo, de los diez mandamientos, que son el núcleo de esa ley natural, de esa moral natural cognoscible por la luz natural de la razón. El mandamiento de honrar al padre y a la madre, incluye el amor a la patria, palabra que significa literalmente la tierra de los padres. Y no es que la diferencia sea de palabras, porque nación, que significa literalmente la tierra en la que se nace, es lo mismo que la patria natal. Patria y nación son palabras que vienen del latín, que ya eran usadas en la antigüedad y que tienen un significado tradicional muy diferente del que les da el liberalismo.
      No se pueden basar las autonomías en la doctrina del Pueblo Soberano. No puede haber varios Pueblos Soberanos. Pero desde que se proclama un pueblo como Pueblo Soberano nada puede impedir que se proclamen otros pueblos como soberanos tras autodefinirse como pueblos distintos en nombre de la doctrina de los hechos diferenciales. Desde que se proclama la doctrina del Pueblo Soberano o de la Soberanía de Nacional, que entiende la soberanía del Estado como absoluta por actuar en nombre del Pueblo, sólo hay o sometimiento de pueblos o independentismo, y encima enfrentamientos y rivalidades por basarse en lo que diferencia y no en lo que une. No hay ya convivencia y solidaridad de pueblos autónomos.
      Y todavía el nacionalismo y el cesarismo tienen como ídolos a la Nación y al César, pero el cosmopolitismo (hoy llamado alianza de las civilizaciones) es más absoluto todavía, porque el nacionalismo conserva algunos elementos naturales de la nación a los que debe atenerse, aunque los haya distorsionado y desnaturalizado al convertir a la patria o nación con minúscula en un monstruo, por idolatrarla como la Nación con mayúscula, por haber dejado de acatar a Dios por encima, como fuente de todo poder, pese a que la existencia de Dios es cognoscible y demostrable por la razón natural; es un tema de filosofía. Es más absoluto el poder ejercido en nombre de la Voluntad General del Pueblo, que elimina no sólo a Dios, sino la idea misma de Dios referida a un ídolo.


    • Rey:
      en la tradición española, el rey reina y gobierna, no es como los reyes holgazanes de la Francia merovingia (les rois faineants); el rey no es irresponsable como en el liberalismo, no es como en el monarquismo liberal en el que "el rey reina, pero no gobierna".
      Pero el tradicionalismo político español no es absolutista, aunque aún quedan en el carlismo de las fases iniciales del XIX amplios sectores que tienen la idea de la monarquía distorsionada por el cesarismo renacentista que había desembocado en el absolutismo monárquico, y quedan en el XIX muchos carlistas que son absolutistas; el absolutismo irá siendo eliminado del carlismo en las épocas siguientes, porque no forma parte de las ideas tradicionales. En el tradicionalismo político español, el rey debe gobernar conforme a los fueros y con las Cortes y la autonomía de los diversos reinos incluso en lo constitucional, que no es un separatismo, porque no es nacionalista. El tradicionalismo político español, por lo tanto, se opone al centralismo y al absolutismo del Estado basado en la proclamación de la doctrina de la Soberanía Nacional o del Pueblo Soberano por el liberalismo.


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    Las ideas tradicionales parten de que la libertad y la justicia sólo se pueden conseguir si se basan en el acatamiento de la autoridad en materia moral de la Iglesia Católica; mientras que los liberales, incluso los que son católicos, lo basan todo en el poder del Parlamento en nombre del Pueblo Soberano o de la Nación, como poder supremo.

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    Nexo entre las dos causas de la Primera Guerra carlista: ¿por qué los liberales apoyan la proclamación de Isabel II como reina?
    El pacto realizado en 1832, como desenlace de los Sucesos de la Granja, por la reina Gobernadora Mª Cristina de Borbón, de acuerdo con el gobierno absolutista de Fernando VII, con los liberales, que apoyan la decisión sucesoria absolutista del rey Fernando VII en favor de la infanta Isabel, porque les proporciona la clara posibilidad de llegar al poder y de establecer el liberalismo desde arriba.
    Este es el pacto entre el Trono y la Revolución, que traerá la implantación del liberalismo, y que viene de la época de Fernando VII.

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    Carlismo, integrismo y nacionalismo a finales del XIX
    Los carlistas siguen en la marginación.

    • Fracasa el intento de Cánovas de absorberlos en el Partido Conservador para que tuviera masas, las "honradas masas carlistas" como él dice.
    • Continúan fieles a la monarquía tradicional con Carlos VII.
    • Pero se escinde una parte, el integrismo político (1888), que no es lo mismo que el integrismo religioso, existente también en otros partidos.
      • El integrismo religioso es la sobrevaloración de los méritos humanos como si, por ser tan bueno el individuo o el pueblo, Dios le tuviera que dar el triunfo obligatoriamente y cuando ellos quisieran. Es una distorsión inmanentista de la religión. De ese inmanentismo deriva la intransigencia característica del integrismo. En 1888, esa intransigencia lleva al integrismo político a repudiar a Carlos VII.

    --------------------------


    El inicio en España de los nacionalismos antiespañoles fue en la época de la Restauración a finales del XIX:
    Esos movimientos nacionalistas se basan, como el nacionalismo españolista, como todo nacionalismo, en la misma veneración de la Nación por encima de todo y en la teoría de los hechos diferenciales.
    El nacionalismo es muy diferente del amor a la patria, es su distorsión.
    La teoría de los hechos diferenciales es el mito de la superioridad, porque nadie dice que es diferente para pregonar una inferioridad, sobre todo si es colectiva, sino para pretender una superioridad y su acatamiento. Es valorar a la patria sólo porque es superior a las demás, esto es dulcineísmo y es diferente del amor a la patria y lo contradice: venera a la patria por ser superior; si no lo fuera, la dejaría por otra de más categoría. Basar el nacionalismo en la teoría de los hechos diferenciales es insistir más en lo que separa que en lo que une con los otros pueblos, es crear el problema de la convivencia de pueblos diferentes y autónomos en una misma unidad política.
    Es ahora el origen del mal llamado "problema vasco" y del mal llamado "problema catalán". El verdadero problema es el nacionalismo catalanista y el nacionalismo vasquista: y en ello el problema no es lo catalán, ni lo vasco, sino el nacionalismo, que es el mismo que el nacionalismo españolista, ahora aplicado a lo catalán y a lo vasco: proclamar la Nación como lo máximo, lo supremo. En España ya era un problema enorme que se hubiera impuesto la proclamación de España como Nación, (con soberanía absoluta ejercida por su parlamento, porque estaba siendo un tóxico para todo lo español), cuando desde ahora tenemos a otros que pretenden que su nación sea reconocida como Nación con mayúscula, es decir como entidad absoluta en sí misma, lo cual, lleva consigo el pretender antes o después el soberanismo, además de ser un dulcineísmo. Y lógicamente tantos soberanos absolutos son ya demasiados problemas.


    • El nacionalismo catalanista:
      • Se basa, como "hecho diferencial", en el idioma catalán, derivado del latín, que sustituyó al idioma de los layetanos, los ilergetes y los demás prerromanos.
        La recuperación del catalán como lengua de uso de los intelectuales databa de 1845 con La Oda a la Patria de Aribau. Ahora, en el último tercio del XIX, se estaba desarrollando La Renaixença, un movimiento cultural que potencia extraordinariamente el uso literario de la lengua catalana, sobre todo porque aparecen literatos como Verdaguer, que es el mejor poeta de la Edad Contemporánea en el mundo hispánico en todos sus idiomas.
      • Políticamente tiene su primera concreción en las reivindicaciones contenidas en las Bases de Manresa (1892), cuyo artífice es Valentí Almirall, un antiguo federalista. LaUnió Catalanista de ahora es sólo una organización política embrionaria, pero desembocará ya como partido político en la Lliga Regionalista desde 1901, conducida por políticos importantes como Cambó y Prat de la Riba.
      • La teoría de los hechos diferenciales ha producido en este ámbito un complejo de superioridad generalizado por ser contagioso, compatible, por ser un complejo, con la veneración reverente y sumisa de lo europeo europeísta, que delata el complejo de inferioridad, tan común en toda España, que es typical spanish.

    • El nacionalismo vasquista:
      • Sabino de Arana, traumatizado por la derrota en la 3ª Guerra Carlista, que él ve como derrota vasca, llevado por su integrismo, desemboca en el nacionalismo vasquista antiespañolista con la raza como "hecho diferencial". El inmanentismo que hay en esa distorsión de la religión que es el integrismo es lo que le lleva a lo mismo que el liberalismo que él abominaba, a la sobrevaloración de la Nación, a ponerla por encima de todo, como el ser supremo.
        Aplicado a un "Pueblo" distinto en virtud de los hechos diferenciales, el nacionalismo vasquista, empieza en 1895 siendo integrista religioso
        y termina setenta años después siendo ateo y marxista en sus formulaciones más radicales,
        que son reconocidas como las más "nacionalistas" e incluso las más "vascas" por los que parten de la identificación de lo vasco con lo nacionalista, mientras que las formulaciones moderadas tampoco son ya confesionales.
        Aún se celebra, y en el siglo XXI más que nunca, como Aberri Eguna, Día de la Patria, el domingo de Pascua de cada año, porque, fue un domingo de Pascua de Resurrección, cuando Sabino de Arana y su hermano Luis dicen los vasquistas concibieron la idea del nacionalismo como una revelación para superar su trauma originado en la derrota del pueblo vasco, para ellos incomprensible por ser un pueblo tan religioso, que era derrotado por los liberales que representan la antirreligión.
        Los nacionalistas vasquistas celebran en 2009 un Aberri Eguna marcado por la pérdida del Gobierno
      • En 1895, funda el Partido Nacionalista Vasco, Eusko Alderdi Jelzalea: Eusko Alderdi significa Partido Vasco; pero Jelzalea no significa nacionalista, que es una palabra inexistente en el idioma vasco, porque hasta entonces era inexistente esa ideología nacionalista en los pueblos de habla vasca; Jelzalea significa los partidarios de JEL, que son las siglas de Jaungoicoa eta Lege Zarra, Dios y leyes viejas, Dios y Fueros.
        -----------------
        "Dios y Fueros"es el lema de los que iban dejando de ser carlistas a través de la distorsión integrista y del romanticismo.
        El clero de Vascongadas era integrista, influido por el jesuitismo no ignaciano, seguidor de la teología de Suárez y de Molina, en vez de la teología establecida por san Ignacio como propia de los jesuitas, que es la de santo Tomás de Aquino.
        Mientras que el clero de Navarra era tomista y carlista.
        El integrismo religioso consiste, no simplemente en una actitud intransigente, sino principalmente en sobrevalorar los méritos humanos como si, por ser tan bueno y tan cristiano el individuo o el pueblo, Dios le tuviera que dar el triunfo obligatoriamente. El integrismo es un inmanentismo.
        El lema del carlismo es Dios, Patria, Fueros y Rey. Los que se desligan del carlismo y van al nacionalismo reducen su lema a Dios y Fueros; y la patria, a la Nación basada en la raza vasca, en la mitificación e idolatría de una supuesta raza vasca. Aunque los vascongados descienden de los várdulos, caristios y autrigones; los
        vascones son los de Navarra, pero lo que cuentan son los mitos. Es una autoidolatría de la supuesta raza vasca, he ahí el inmanentismo.
        El eslabón que liga esta distorsión integrista con el nacionalismo vasquista es el lema Dios y Fueros de los que reniegan del carlismo desde el Convenio de Vergara.
        Una expresión de esto la encontramos en
        Iparraguirre, que era carlista y después, llevado por el ambiente del romanticismo y por su vida bohemia, tira la toalla y reniega de Carlos VII
        ("zoaz Don Carlos zazpigarrena, vete Don Carlos VII");
        y se limita al fuerismo ("fueristac guera, eta izango, fueristas somos y lo seremos").
        Su lema será Dios y el árbol ("biba Jaungoicoa eta arbola, viva Dios y el árbol").
        En su extraordinariamente atractivo zortzico
        Guernicaco Arbola, nos presenta al árbol, símbolo en realidad de los fueros de Vizcaya, como si fuese ya símbolo de los fueros y de la existencia misma de toda Euscalerría y como si fuera plantado por el mismo Dios; repudia la guerra carlista y se reduce a la defensa de los fueros como si fueran divinos.
        Iparraguirre no es nacionalista vasquista, aunque su reducción de la religión a la política y ésta a los fueros, al árbol sacralizado, desembocará en una de las corrientes que irá después al nacionalismo, convertido por otros en un ídolo el pueblo vasco; pero él todavía habla de España. Y la ama:
        "¡Ara España!¡Lur oberican ez du Europa guziac!"."¡Ahí está España! ¡Tierra mejor no la hay en Europa entera!", verso que hoy en día se suele mutilar por los antiespañoles, lo cual es como si se quitasen las figuras de los reyes de España de las cuadros de Velázquez y Goya.
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        El nacionalismo vasquista de Sabino de Arana está contra España y es integrista: reducen la religión a la política, la política a la Nación y la nación a la raza, que es por lo tanto la encarnación de la religión, la inmanencia de lo divino. En la raza como "hecho diferencial" estriba la fundación en 1895 del Partido Nacionalista Vasco, Eusko Alderdi Jelzalea, PNV-EAJ, que lleva en la J la huella de Jaungoicoa una vez quitado.
        Los nacionalistas vasquistas de Sabino de Arana están contra España y son integristas: reducen la religión a la política, la política a la Nación y la nación a la raza, que es por lo tanto la encarnación de la religión, la inmanencia de lo divino. En la raza como "hecho diferencial" estriba la fundación en 1895 del Partido Nacionalista Vasco, Eusko Alderdi Jelzalea, PNV-EAJ, que lleva en la J la huella de Jaungoicoa una vez quitado.: Eusko Alderdi significa Partido Vasco; pero Jelzalea no significa nacionalista, que es una palabra inexistente en el idioma vasco, porque hasta entonces era inexistente esa ideología nacionalista en los pueblos de habla vasca; Jelzalea significa los partidarios de JEL, que son las siglas de Jaungoicoa eta Legue Zarra, Dios y leyes viejas, Dios y Fueros.
        Sus sucesores medio siglo después fueron democristianos y trataron de desmarcarse del racismo, como los demás nacionalismos en occidente, ante la evidencia del descrédito en el que había desembocado con los nazis: en 1958 dejó de exigirse estatutariamente para ser miembro del PNV-EAJ tener los ocho primeros apellidos vascos, que es en lo que se concretaba la falsa demostración de que se tenía la inexistente raza vasca. En la última época, al igual que los demás democristianos, renunciaron a la confesionalidad católica, después fueron ellos excluidos de la internacional democristiana, mientras una parte del nacionalismo vasquista ha ido a parar al ateísmo, al marxismo y al terrorismo. Esta evolución desde el integrismo al ateísmo político y, en muchos casos, personal se explica porque su ser supremo es la Nación (en este caso llamada vasca), que es tan falsamente suprema como la de todo nacionalismo. Ha sido una evolución-involución para no moverse de lo mismo. Girando. Barrenando. Hundiendo lo vasco. El propio Azcárraga, consejero de Justicia del Gobierno de la CAV, ha sido el que ha dicho el 16.02.2006 que el final del terrorismo no es el final del "problema vasco", porque el verdadero problema es conseguir la autodeterminación y que mientras no lo consigan, continuará el "problema vasco", del cual el terrorismo es una consecuencia.
        En la
        ikurriña inventada por Arana se ve esta distorsión integrista que lleva al racismo. La han puesto como bandera de la Comunidad Autónoima Vasca, pero han descartado el Guernicaco Arbola como himno de esa Comunidad.
        Una escisión no confesional del nacionalismo vasquista originó en 1930 el pequeño partido denominado Acción Nacionalista Vasca, que en las elecciones del 27.05.2007 actuó como vehículo de la ilegalizada Batasuna. El grueso del PNV siguió siendo confesional católico después de esa escisión de 1930. Sus sucesores medio siglo después fueron democristianos y trataron de desmarcarse del racismo, como los demás nacionalismos en occidente, ante la evidencia del descrédito en el que había desembocado con los nazis: en 1958 dejó de exigirse estatutariamente para ser miembro del PNV-EAJ tener los ocho primeros apellidos vascos, que es en lo que se concretaba la falsa demostración de que se tenía la inexistente raza vasca.
        En la última época, al igual que los demás democristianos, los del PNV renunciaron a la confesionalidad católica, después fueron ellos excluidos de la internacional democristiana, mientras una parte del nacionalismo vasquista ha ido a parar al ateísmo, al marxismo y al terrorismo. Esta evolución desde el integrismo al ateísmo político y, en muchos casos, personal se explica porque su ser supremo es la Nación (en este caso llamada vasca), que es tan falsamente suprema como la de todo nacionalismo.

        Aplicado a un "Pueblo" distinto en virtud de los hechos diferenciales, el nacionalismo vasquista, empieza en 1895 siendo integrista religioso
        y termina setenta años después siendo ateo y marxista en sus formulaciones más radicales,
        que son reconocidas como las más "nacionalistas" e incluso las más "vascas" por los que parten de la identificación de lo vasco con lo nacionalista, mientras que las formulaciones moderadas tampoco son ya confesionales.
        Aún celebran, y en el siglo XXI más que nunca, como Aberri Eguna, Día de la Patria, el domingo de Pascua de cada año, porque, fue un domingo de Pascua de Resurrección, cuando Sabino de Arana y su hermano Luis concibieron la idea del nacionalismo como una revelación para superar su trauma originado en la derrota del pueblo vasco, para ellos incomprensible por ser un pueblo tan religioso, pero que era derrotado por los liberales que representaban la antirreligión.

        Ha sido una evolución-involución para no moverse de lo mismo. Girando. Barrenando. Hundiendo lo vasco.
        En la
        ikurriña inventada por Arana se manifiesta la distorsión integrista que lleva al racismo. La han puesto como bandera de la Comunidad Autónoma Vasca, pero han descartado el Guernicaco Arbola como himno de esa Comunidad.
        El racismo sobresale en todos sus planteamientos originarios, por ejemplo, dice Sabino de Arana: “Cataluña es española por su origen, por su naturaleza política, por su raza, por su lengua, por su carácter y por sus costumbres. Ustedes, los catalanes, saben perfectamente que Cataluña ha sido y es una región de España. Maketania comprende a Cataluña, y maketo es el mote con que aquí se conoce a todo español, sea catalán, castellano, gallego o andaluz”.

    Aún dicen en el XXI que es manchar un apellido vasco su unión con otro apellido que no sea vasco, aunque ya no exigen tener los ocho primeros apellidos vascos como falsa demostración de que se tiene la inexistente raza vasca.
    Véase la cuestión de la limpieza de sangre
    La distorsión de la religiosidad por el naturalismo renacentista lo centra todo en lo humano desligado de lo divino y sobrevalorado. Y, en el caso de la limpieza de sangre, al poner como indicador de ser buen cristiano, en vez de la unión con lo divino de lo humano, la ascendencia familiar, pone el eslabón que llevará en el futuro a sustituir la religión por el racismo. La limpieza de sangre cada vez más valorada en los siguientes siglos de la Edad Moderna, llevará a mitificar a aquellos pueblos como el de Vascongadas que se suponía que nunca estuvieron bajo la dominación musulmana, a la que se denominaba mora, como ahora árabe, con una denominación étnica y no religiosa. Sólo faltará que llegue la proclamación por el liberalismo de la doctrina del Pueblo Soberano, para que haga eclosión el nacionalismo con todas sus locuras y catástrofes de los siglos contemporáneos y posmodernos.
    Cuando se suprime el requisito de la limpieza de sangre en 1835, es ya demasiado tarde, ha sido sustituido por el
    nacionalismo con todo su racismo y xenofobia, que es el problema corregido y aumentado.

    IPARRAGUIRRE, EL CARLISMO Y EL NACIONALISMO VASQUISTA
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    En la Plena Edad Media (XI -XIII): empieza a llegar a su plenitud la síntesis de la religión y de la vida:
    ser cristianos los individuos y los estados y comportarse como tales:
    vivir conforme a la moral (conforme a su humanidad y según su nueva sobrenaturaleza como hijos de Dios)
    y utilizar los medios que tiene la Iglesia Católica para ello:
    la autoridad de la Iglesia para indicar infaliblemente lo que está bien y lo que está mal (lo que es humano y lo que no)
    y la gracia divina dispensada por la Iglesia para conseguir obrar en consecuencia, según su naturaleza humana y según su nueva sobrenaturaleza como hijos de Dios.
    La sociedad es cristiana y va organizando todos los aspectos de la civilización conforme a la moral natural, a la justicia racional, dentro de la Iglesia Católica cuya autoridad religiosa y moral acatan los estados.
    La Cristiandad busca el pleno desarrollo de lo humano en su unión con lo divino por medio de Cristo y de su Iglesia.
    La Edad Media cristiana no sólo no elimina la cultura clásica, sino que la Iglesia la salva de su naufragio de la caída del Imperio Romano, la cristianiza y así la potencia y la aumenta en intensidad,
    y además la aumenta en extensión integrando a los pueblos bárbaros en la civilización clásica cristianizada al convertirlos, al bautizarlos.

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    La Reconquista intensifica en España, dentro de la Cristiandad, la militancia, la combatividad cristiana.

    • España sale de la Reconquista impregnada de religiosidad combativa. Y convertida en la primera potencia militar y política: impondrá su hegemonía durante siglo y medio en Europa y creará un imperio ultramarino. También será la primera potencia cultural y científica.
    • Se configura la Hispanidad como Cristiandad combativa y extensiva.
    • La Hispanidad es la europeidad de la Cristiandad intensificada en España por la combatividad en su defensa en la Reconquista, en la resistencia consecutiva frente al Imperio Islámico turco y frente a la revolución protestante, y extendida por las Indias de América, Asia, África y Oceanía.
      La Hispanidad es la extensión por España (Hispania) y las Indias de la europeidad de la Cristiandad, triplemente potenciada en intensidad en las Navas, en Mühlberg y en Lepanto. Y exponencialmente aumentada al extenderla ecuménicamente por las Indias de Oriente y de Occidente.
      La europeidad de la Cristiandad es contraria a la Europa del europeísmo, que es su desvirtuación laicista obrada por el liberalismo y el socialismo. Ambas se enfrentarán en España y en las Indias en las guerras civiles del XIX y del XX.
    • Los islamistas, dentro de la obligación que creen tener de arrebatar el poder a los que ellos llaman infieles, siguen considerando hoy que Al Andalus en especial les pertenece, y que hay que eliminar del poder en España tanto a los cristianos como a quienes dicen que hay que establecer en ella el laicismo como sistema, porque a los laicistas los denominan "el gran Satán", y consideran que aún están más obligados a entregarles Al Andalus, ya que los laicistas con tal de oponerse al cristianismo no dejan de alabar al islamismo.

    ----------------------------
    El antropocentrismo de la modernidad es la creencia de que la humanidad se desarrollará mejor autoproclamándose como centro supremo, desligándose de Dios y de la Iglesia.
    Desligar lo humano y lo divino.
    Ha dado origen a absolutismos, guerras, matanzas, odio entre naciones, explotación. Desencadenamiento de lo inhumano.

    Este es un fragmento del artículo "La tradición y el tradicionalismo":
    http://www.hispanidad.info/tradicion.htm.

  16. #16
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    Re: Artículos sobre carlismo





    Artículos en RAIGAMBRE y ARTEMIA.

    RAIGAMBRE: EL CARLISMO PERENNE


    EL CARLISMO PERENNE






    Manuel Fernández Espinosa



    ¿Por qué el Carlismo sigue vivo y perseverante a través del tiempo, las vicisitudes y los reveses? ¿Por qué, después de tantas y tantas derrotas… vive todavía? Nunca vencido -siempre a medio triunfar- el carlismo.

    El carlismo… Muerto por una maldita bala del demonio: Tío Tomás Zumalacárregui, caudillo glorioso, ejemplar de la nobilísima raza vasca, soldado íntegro desde la cuna de Ormáiztegui hasta el mortuorio de Cegama: heredero de Viriato, ¡bendita sea la madre que te parió y la tierra que te cubre! El carlismo… Vendido por traidores (Maroto) a patanes ayacuchos (Espartero), con la tercería de arrieros gananciosos (Machín Echaure el de Bagorta). El carlismo… Adulterado por la desesperanza y el desaliento extraviado (Sabino, pobre Sabino… ¡con la casta que tú tenías!). El carlismo… Falsificado por escritores de fortuna al servicio de las logias… El carlismo… Bloqueado económicamente por maniobrantes dineranos (Rothschild). El carlismo... asesinado en la madre de Cabrera por un pelotón de fusileros desalmados... Ramón Cabrera del Maestrazgo, rugiendo como un tigre, sediento de sangre liberal en su Némesis. El carlismo… Correteado por ejércitos cipayos y mercenarios extranjeros, perseguido y hostigado por los caminos que cabalgó D. Quijote de la Mancha con Sancho: Miguel Sancho Gómez Damas, nuevo Quijote a la cabeza de miles de Quijotes, nuevo Sancho contra malandrines desamortizadores y vendepatrias, nuevo Quijote muerto lejos del campanario de nuestra patria, nuevo Sancho enterrado en suelo bordelés. El carlismo... todos los grandes dramas que no se escribieron en pequeñas crónicas, todo el dolor y la nostalgia de los carlistas exiliados en Francia, en Argentina, en Uruguay... Con el alma en un hato, despidiéndose de sus valles y de sus caseríos, de sus cortijos, de sus masías, de las tumbas santas de sus ancestros, yéndose para no regresar jamás. El carlismo... voz del bardo que cantó al Árbol Santo, Iparraguirre inmortal.

    El carlismo… Ninguneado en los corrinchos parlamentarios. El carlismo… Diplomáticamente desoído por los gabinetes de Franco… Pero ¿es que no os percatáis de que el Carlismo es España? Pobre España, madre desgraciada, ultrajada, vendida, traicionada, comprada, esquilmada, calumniada, pero… ¡Nunca vencida!

    España, tan distinta de esta mamarracha, una estrella más en el trapo europeo, pintarrajeada como las putas, viviendo en un absurdo carnaval, haciendo las esquinas en la aldea global, de espaldas a los pueblos españoles de América, rifada en las letrinas bursátiles, falsa España centralista y descentrada. ¿Qué te queda a ti, falsaria España, de la España de nuestros padres? Esos rostros pueblerinos, nobles como el pan de pueblo, severos como la vara de un maestro, verdaderos como el catecismo, santos como la iglesia y el hogar... Esas caras no han muerto, viven todavía por la vida que tuvieron. Y mirad, todavía veréis en las muchedumbres urbanas, caras hoscas que llevan un carlista dentro, caras que no pueden fingir el asco que les da todo el pan adulterado y el circo infame que las rodea: son caras carlistas, de las que el Tío Sam no puede confiar. Pero hay hoy tantas otras caras... esas caras duras de hoy, caras blandas de hoy, máscaras sin vergüenza ni honor. Falsa España de caras falsas de hoy... de ti no queremos ni el aliento nauseabundo que exhalas.

    Tú, que no quieres que se escuche la lengua vasca del sílex: no eres España. Y tú, que no quieres que se escuche la lengua del enamorado Macías: no eres España. Y tú, que no quieres que se escuche la lengua en que cantó Verdaguer a la Atlántida... No eres España. Tú, que no quieres que se hable la lengua que te hace universal, no eres ni vasco, ni gallego, ni catalán. Vosotros sois la España falsa del cacique liberal, conservador o progresista, da igual; españolista o separatista, da igual. No sabes lo que fueron tus padres... ¡Regresa a la casa del abuelo, y lo verás!

    ¿Cómo es que todavía existen carlistas? Pues que todavía queda España.

    ¿Cómo se explica que existamos? Pues que todavía amamos a la España neta.

    Si el carlismo consistiera en la exclusiva defensa de una rama dinástica: ya no habría carlistas. Si el carlismo consistiera exclusivamente en la Patria: ya no habría carlistas, tal vez nacionalistas españoles (como Narváez, Prim o Franco). Si el carlismo consistiera tan solo y no más que en los fueros, ya hubiéramos atajado, convirtiendo España en taifas que se revuelven por desintegrar la Patria.

    No. El carlismo no podrá ser destruido jamás, pues unió a la Santa Madre Iglesia Católica todas las demandas justas que cifraba en su lema, y la Iglesia no tendrá fin; y el carlismo, como cúspide de todo, puso a Dios y... ¿quién como Dios? -tronó la voz de San Miguel Arcángel. El lema del carlismo: Dios, Patria, Fueros y Rey, por ese orden, constituye un perfecto programa político que tiene perduración sin fin.

    Pues mientras haya un estremecimiento en el corazón que ansíe la rubicundez de la parva, la calma de la era, el viento peinar los trigales y las trochas sobre las cosechas. Mientras haya un poeta que se embelese con el chorro del caño de un manantial. Mientras que haya unos ojos enamorados de las casas antiguas y blasonadas. Mientras que haya un corazón que abomine de los ruidos inhumanos y maquinales. Mientras que haya quien execre de toda la artillería química que mata a los animales, destruyendo la naturaleza… Alguien me dijo: habrá un carlista.

    Mientras haya un joven buscando la raíz de su nostalgia, y la encuentre en el vago sentimiento de la vergüenza insufrible de saber que España está tan por debajo hoy de las grandezas de sus antepasados, que España no es gobernada por los españoles, y quiera despertar… Alguien me dijo: habrá un carlista.

    Mientras que haya una abuela que de la mano lleve a su nieto a una iglesia, y le enseñe la talla del Sagrado Corazón de Jesús, y le diga “Cristo es Rey”… Alguien me dijo: habrá un carlista.

    Mientras que haya un buscador, perdido entre las ruinas de todo lo que fue y jamás volverá a ser, extraviado buscador sobre los escombros de lo que es, pero dejará de ser… Alguien me dijo: habrá un carlista y hará que lo que nunca dejó de ser, vuelva a su ser.

    Mientras que haya custodios de la Tradición que, a través de la vorágine de los tiempos, hagan pasar el legado a los que queden… Alguien me dijo: habrá un carlista.

    Y si no hay Don Carlos… Seguirá habiendo carlistas. En los rostros de nuestros antepasados está España. Que los rostros de nuestros descendientes sigan siendo España. El carlismo es inmortal.

    Que el Espíritu Santo renueve la faz de la Tierra.

    Fecha original: año 2009






    ARTEMIA : TRIBULACIONES DEL CARLISMO EN CAMINO A SU REINTEGRACIÓN


    TRIBULACIONES DEL CARLISMO EN CAMINO A SU REINTEGRACIÓN








    Publicado originalmente en versión impresa en la revista NIHIL OBSTAT, pasado un tiempo conveniente, publicamos en dos partes un extenso artículo sobre carlismo.

    TRIBULACIONES DEL CARLISMO EN CAMINO A SU REINTEGRACIÓN (1ª Parte)



    Por Manuel Fernández Espinosa


    El carlismo es la más veterana de las organizaciones políticas españolas. Con casi dos siglos de Historia, desde 1833 en que levantó la cabeza hasta hoy y, a pesar de todas las vicisitudes por las que ha pasado España, todavía perdura. Le vamos a llamar "carlismo", pues como fenómeno político histórico es como todos sabremos de lo que estamos hablando, pero también queremos dejar claro que algunos prefieren llamarle tradicionalismo español. En torno a él sus enemigos han ido creando una serie de errores para desfigurarlo e impedir su mejor comprensión. Vamos a presentar y comentar sucintamente tres de los errores más pertinaces que se repiten hasta el hartazgo sobre el carlismo, pues con ello podremos despejar un poco todo lo que embarulla un tanto nuestro asunto y de ese modo saber mejor lo que es el carlismo. Para ello vamos a enunciar esos tres errores, negándolos uno por uno.

    EL CARLISMO NO FUE UNA SIMPLE CUESTIÓN DINÁSTICA, SINO QUE FUE UNA CUESTIÓN POLÍTICA POR DEBAJO Y POR ENCIMA DEL CONFLICTO SUCESORIO

    Debido al conflicto sucesorio que dio lugar a la emergencia del carlismo, se supone vulgarmente que el carlismo no era más que una cuestión dinástica. Craso error que indica una notable ramplonería, en tanto que desatiende el meollo del asunto.

    Es inconcebible que el carlismo haya llegado al siglo XXI por obra y gracia de una pugna dinástica de la primera mitad del siglo XIX. Si fuese un pleito sucesorio no hubiera sobrevivido a los personajes históricos que lo protagonizaron con sus camarillas. Es cierto que, claro está, la pretensión de Carlos María Isidro de Borbón a suceder en el Trono tras la muerte de su hermano Fernando VII fue el pretexto que polarizó a los españoles en dos bandos, dando lugar a la Primera Guerra Carlista (Guerra de los Siete Años).

    La cuestión, antes de estallar la conflagración era en un principio un problema jurídico. Hasta la llegada de los Borbones a España, la sucesión al Trono se regía por la Partida Segunda, Ley II, título XV, por la cual podían ser coronados lo mismo los varones que, en su defecto, las hembras de la misma rama familiar. Felipe V alteró ese orden de sucesión en 1713 con el "auto acordado", implantando una ley semi-sálica. En 1789, con Carlos IV, se revoca el "auto acordado" de 1713, restableciendo el orden tradicional hispánico que permitía a las mujeres ser reinas de España, pero la llamada Pragmática Sanción no se publicó. En 1830 estaba vigente, por lo tanto, la ley semisálica de Felipe V, pero una vez que se conoce que la cuarta mujer de Fernando VII, María Cristina de Borbón está encinta, Fernando VII publica, el 29 de marzo de 1830, la Pragmática Sanción, lo que supuso una jugada a través de la cual el rey felón se anticipa a cualquier movimiento de su hermano Carlos María Isidro y sus partidarios, garantizando así el Trono a su descendiente, naciera ésta niña o niño. Carlos María Isidro de Borbón no se quejó de ello en ese momento. En 1832, la salud de Fernando VII se agrava y se acuerda conceder a María Cristina la regencia que firma su cónyuge. D. Carlos María Isidro se entrevista con el ministro Alcudia y empiezan a pensar que es necesario impugnar la Pragmática Sanción, restableciendo la ley semi-sálica que le asegure suceder a su hermano Fernando. Y se consigue, pues Alcudia logra que Fernando VII firme la derogación de la Pragmática Sanción, mediante el real decreto llamado "El Codicilio", restableciéndose la ley semi-sálica que afianza a Carlos María Isidro como sucesor de Fernando VII, a la vez que obturaba a Isabel el paso al Trono. La infanta Luisa Carlota, de reconocidas simpatías liberales, lograba semanas después que Fernando VII derogara "El Codicilio", restableciendo otra vez los derechos al Trono para la niña Isabel. Esto significaba que nuevamente, en virtud de la Pragmática Sanción, se le impedía a Carlos María Isidro ser rey de España.

    Durante el año 1833 los partidarios de Carlos María Isidro se agitan, se van organizando, lanzan proclamas y se va creando el carlismo. No se trataba de una facción palaciega: en Carlos María Isidro los más adictos al absolutismo depositaban sus esperanzas para librar a España del peligro que veían planear sobre ella: el retorno de los odiados liberales. Carlos María Isidro era Jefe del Ejército Español, pero también era el mando supremo de un ejército contrarrevolucionario que se había organizado tras el Trienio Negro Liberal, en el año 1823: el de los Voluntarios Realistas. Los Voluntarios Realistas formaban toda una organización paramilitar establecida en todos los pueblos de España, formada por hombres de todas las clases sociales (incluso había gitanos), padres de familia de reconocida y probada devoción al Rey. Esta organización llevaba diez años persiguiendo a los agitadores y propagandistas revolucionarios que, a través de sus sociedades secretas (masonería, carbonarios, etcétera) seguían actuando en la clandestinidad, conspirando con ayuda extranjera, sobre todo británica. Una de las medidas cautelares adoptadas por la camarilla de María Cristina fue desactivar a los Voluntarios Realistas, como nos revela Juan Antonio Zariategui: "no se atrevió [María Cristina] a adoptar medidas rigurosas para combatir el sentido moral de los voluntarios realistas, y menos a manifestarse abiertamente hostil a las grandes masas, pero comenzó a desarmar subrepticia y parcialmente aquellos cuerpos en los lugares retirados y de corto vecindario".

    El problema, como podemos ver, no era sólo una compleja cuestión jurídica, sino que sobre ella se montaba un problema político más simple (y, a la vez, más perenne): contrarrevolución tradicional contra revolución liberal. No se trataba de un bando que porfiaba en que no reinara una mujer, sino que lo que estaba en juego era, tal y como temían los partidarios de Carlos María Isidro, que tras la muerte de Fernando VII, su viuda María Cristina y su hija Isabel cayeran bajo el poder de camarillas liberales. Y lamentablemente los pronósticos de los afectos a Carlos María Isidro se cumplieron, pues, a la postre, eso fue lo que ocurrió: que María Cristina e Isabel quedaron a merced de los liberales que se auparon en el poder y, sirviéndose del pretexto de defender a una viuda y a una niña, lo que realizaron fue una revolución (modernización en el peor de sus sentidos) desde las instituciones.

    En el partido de Carlos María Isidro se congregaban, desde el punto de vista ideológico, dos familias: la de los "apostólicos" ("absolutistas puros", también llamados "realistas exaltados") y la de los "absolutistas moderados" que, a su vez podían distinguirse entre ellos: los "teóricos" y los "transaccionistas militares". Sociológicamente, entre los "apostólicos" predominaban los clericales que abogaban por la restauración de la Santa Inquisición, mientras en el sector de los "absolutistas moderados" había miembros de la alta nobleza, grandes terratenientes y oficiales con una larga experiencia militar que podía remontarse a la Guerra de la Independencia; muchos de ellos también habían tenido ocasión de combatir a la revolución durante el Trienio Constitucional de 1820-1823 formando en partidas guerrilleras y acompañando a los Cien Mil Hijos de San Luis.

    EL CARLISMO NO FUE UN FENÓMENO RESTRINGIDO A CIERTAS ZONAS SEPTENTRIONALES DE ESPAÑA, SINO QUE FUE UN FENÓMENO QUE AFECTÓ A LA TOTALIDAD DE ESPAÑA

    Otra de las mentiras que se han impuesto sobre el carlismo es presentarlo como un fenómeno arrinconado en las Provincias Vascongadas, Navarra, Cataluña y comarcas muy concretas de Valencia. De ese modo se distorsiona la realidad histórica, haciendo creer que el territorio bajo control cristino-isabelino-liberal era afecto sin fisuras a María Cristina, a Isabel y a sus gobiernos liberales. Se ha fabricado así el mito de una España constitucionalista y progresista que, a excepción del territorio en que rampaban los carlistas, defendía a Isabel unánimemente y, con esa militancia virtual se hace creer que la mayor parte de los españoles eran en masa partidarios de los gobiernos liberales en su faceta morigerada (moderados) o más radical (progresistas). Desde las Cortes de Cádiz y su Constitución de 1812, la minoría liberal (apadrinada por Gran Bretaña) había creado una fractura en la sociedad española. Así lo patentiza "El Manifiesto de los Persas" presentado a Fernando VII en 1814 a su retorno: la inmensa mayoría de españoles rechazaba las innovaciones constitucionalistas que habían ensayado los liberales y su claque. Por eso, en 1823, las tropas del Duque de Angulema que vinieron a derrocar al gobierno golpista instaurado en 1820 por Rafael del Riego y sus compinches, no encontraron apenas resistencia, sino que los pueblos aprovechaban para alzarse contra sus ayuntamientos constitucionales, destruyendo las lápidas constitucionales y tomándose la revancha por tres años de opresión. No faltaron partidas de guerrilleros realistas durante todo el Trienio Liberal en toda España. El fenómeno del carlismo no puede entenderse como algo reducido a las regiones norteñas más arriba mencionadas: todo el territorio nacional era campo carlista abonado con décadas de antelación, pues -como llevamos dicho- el conflicto no sólo era de índole jurídica, sino que entrojaba una cuestión política que ahondaba en la división producida en la sociedad española desde la Guerra de la Independencia, con las Cortes de Cádiz y el enfrentamiento durante décadas de una inmensa mayoría del pueblo contra una minoría elitista que pugnaba por imponer innovaciones modernas, destruyendo el tejido orgánico de la comunidad y sus venerables tradiciones.

    Es cierto que, con el inicio de la Guerra de los Siete Años, los leales a Carlos María Isidro, por razones geográficas y militares, se concentrarán en ciertas zonas vasconas, catalanas y valencianas y en estas tierras el conflicto se recrudecería, suponiendo un altísimo coste en vidas y haciendas para las poblaciones autóctonas de esos territorios, los más afectados. En ese sentido fue un acierto político que hay que atribuir a Valentín Verástegui que muy pronto, nada más iniciada la guerra, el carlismo alzara la bandera del foralismo, expresando en una proclama que: "han abolido nuestros fueros y libertades", lo cual movilizó a los vascos y navarros. Carlos María Isidro refrendaría el foralismo de sus bases sociales en marzo de 1834, con el "Manifiesto a los aragoneses" y esta tendencia foralista fue también la que allegó a las filas carlistas a los aragoneses y a otros pueblos españoles. El Trilema carlista originario que había sido el de "Dios, Patria y Rey" se convertía así en Cuatrilema: "Dios, Patria, Fueros y Rey".

    No obstante, la presión gubernamental, sus superiores recursos, el auxilio que recibió de Inglaterra y Francia, condujo al carlismo armado y sublevado al aislamiento territorial; confinado a esas zonas, algunos mandos carlistas concibieron como panacea de su situación de bloqueo la toma de Bilbao, en la creencia de que tomando la plaza, el carlismo podría recibir mayores socorros exteriores, municionándose y abasteciéndose a través del puerto bilbaíno; en la tercera guerra carlista volvería a reeditarse un segundo y tremendo Sitio de Bilbao (que Unamuno recrearía magistralmente en su novela "Paz en la guerra"). Esa figurada insularidad del carlismo también empujó a algunos dirigentes carlistas a adentrarse en territorio dominado por el gobierno cristino: así las cuatro expediciones de Basilio García (1834, 1835, 1836 y 1837-1838), la de Guergué en 1835, la Expedición Gómez (1836), la de Zariategui (1837), la Expedición Real (1837) y la de Negri (1839).

    En ese sentido la Expedición Gómez fue paradigmática. Enviada a Galicia, recorriendo la cornisa cantábrica, con el propósito de sublevar al norte, el andaluz General Miguel Sancho Gómez Damas emprenderá una incursión que recorrerá, de norte a sur y de sur a norte, toda España. Mucho después, en el exilio bordelés, Gómez escribirá estas palabras: "Muy lisonjero es sin duda oír que se atribuye este fenómeno a mi capacidad militar; pero no me ciega el amor propio hasta el punto de no conocer que esta explicación es una nueva red tendida por el liberalismo. Quisiera ésta dar una idea falsa de la verdadera conclusión de la historia de mi correría, la cual debe parecer, en efecto, una novela o una especie de milagro para todos los que intenten explicarla por las simples reglas de la estrategia. No, no es mi habilidad, ni tampoco a la inacción ni a la ignorancia de los generales enemigos, a quienes debe atribuirse la felicidad de mis marchas, sino principalmente a aquella benevolencia oficiosa, que adivina las necesidades de un amigo, y vuela para socorrerle...".

    Y Gómez aclara, más abajo de este párrafo que reproduzco, que los pueblos sometidos por el despotismo liberal se alzaban en armas cuando tenían noticia de la proximidad de las tropas que él lideraba, lo mejor de España hubiera secundado a la Causa, pero Gómez era consciente de que, perseguido por tropas superiores y mejor pertrechadas que las suyas, no podía detenerse ni hacerse fuerte en ningún sitio, por lo que recomendaba a esos españoles que en los pueblos se querían adherir a él que reconsideraran su intención y quedasen en la vivienda tranquila, para evitar que estas poblaciones fuesen represaliadas por las tropas gubernamentales, pues, como él mismo escribió: "...yo sabía muy bien que al cabo de algunas horas, el enemigo hubiera correspondido a ellas con el incendio y la muerte". Lo que da la idea de que, aunque en toda España el carlismo gozaba de simpatías, enjambrar España con el sagrado fuego de la sublevación se mostró como "un quiero y no puedo", debido al férreo control de los resortes gubernamentales de la España oficial y, digámoslo también, con medidas drásticas e inhumanas de represión liberal: baste recordar el fusilamiento de la madre de Ramón Cabrera.

    Cae así el mito de que el carlismo fue un fenómeno restringido a determinadas zonas septentrionales. Y esto no fue solo cosa de la Primera Guerra Carlista, se mantuvo hasta bien entrado el siglo XX. La España que quedó bajo dominio liberal no se levantó en armas, pero el carlismo se mantuvo en latencia. El testimonio del General Gómez es elocuente: las ciudades tomadas por los carlistas, aunque fuera por unos días, no solo contribuían por la fuerza de las armas al socorro de las tropas conquistadoras, sino que gran parte del vecindario se creía liberada, muchos se incorporaban a las mesnadas carlistas y otros se señalaban públicamente -a veces con graves consecuencias posteriores, como las que cuenta aquel posadero cordobés a George Borrow: "Cierto que mi hijo mayor era fraile, y cuando la supresión de los conventos se refugió en las filas realistas, y en ellas ha estado peleando más de tres años. ¿Podía yo evitarlo?” –le confesaba el posadero cordobés al viajero inglés, y seguía diciéndole: “Tampoco tengo yo la culpa de que mi segundo hijo se alistara con Gómez y los realistas cuando entraron en Córdoba". En la España cristina abundaron las palizas, las revanchas y los atentados contra las familias reputadas de carlistas, la confiscación de bienes: este terror era impuesto por los más acérrimos liberales que estaban encuadrados en la Milicia Nacional.

    Aunque sofocado por el terror gubernamental en la mayor parte del territorio nacional, el carlismo permaneció oculto en la España isabelina. Y uno de los instrumentos más aptos que tuvo el carlismo fue su periódico "La Esperanza" que, desde 1844 a 1874, era recibido en hogares de toda España, del que se decía que: "En los pueblos se lee el periódico en familia, y en las discusiones orales, La Esperanza decide de plano la controversia: "Lo dice la Esperanza"." Esta cabecera carlista de gran prestigio mantuvo unidos en comunión a los carlistas del interior y a los del exterior que vivían en el exilio. Contaba con suscriptores en toda España y en las ciudades extranjeras en que se habían asentado las colonias de carlistas exiliados tras el Convenio de Vergara. Es muy recomendable, para ello, el libro de Esperanza Carpizo Bergareche: "La Esperanza carlista (1844-1874)".

    La imagen de una España mayoritariamente partidaria del constitucionalismo y amenazada por una minoría reaccionaria, católica, inquisitorial, monárquico-absolutista, lastrada por un oscurantismo primitivo, es una engañifa más de las que se han construido en nuestra historiografía nacional y, con afán digno de mejor causa, en el decurso de la transición democrática reciente. Podemos decir que más bien era todo lo contrario: fue una minoría elitista y extranjerizada -la liberal- la que impuso mediante su poder brutal la revolución burguesa en un país refractario a novedades. La historia del liberalismo español que se ha oficializado se muestra como una colosal patraña a la luz de las carnicerías perpetradas por los generales liberales; recuérdese el inhumano fusilamiento de la madre de Ramón Cabrera –vuelvo a repetir-, pero no se olvide tampoco la represión ejecutada por Espoz y Mina (en 1823) de los pueblos catalanes de Castellfullit de la Roca y Sant Llorenç de Morunys en Lérida, cuando el tirano liberal podía escribir: "Orden general. La cuarta división del ejército de operaciones del séptimo distrito militar borrará del gran mapa de las Españas al nombrado y por índole faccioso y rebelde pueblo de San Llorens de Morunis (alias Piteus), a cuyo fin será saqueado y entregado a las llamas".

    EL CARLISMO NO FUE UN FENÓMENO LIMITADO A UNAS ELITES TRADICIONALES (CLERO, ARISTOCRACIA...), SINO QUE FUE UN FENÓMENO TRANSVERSAL SOCIOLÓGICAMENTE.

    Otra de las engañifas que han prevalecido es la que presenta el carlismo como reducto de las minorías poderosas, mientras que sus adversarios eran -según se nos pinta- los representantes de las libertades y del espíritu popular. Otra vez, el mito liberal se estrella contra los hechos históricos, mostrando su fraudulencia intelectual. El carlismo más temprano congregó, lo hemos dicho más arriba, a varias familias ideológicas. En ellas había, en efecto, una gran presencia clerical como era de esperar en tanto que el carlismo concentró a los sectores más tradicionales de la sociedad española. Los "apostólicos" fueron los más entusiastas partidarios del carlismo, pero también es cierto, como apunta Revuelta González, que "Aunque en el carlismo militaban representantes de todas las clases sociales, la colaboración de algunos sacerdotes y religiosos en el levantamiento fue inmediatamente resaltada como un escándalo abominable. Una campaña tan hábil como interesada extendió a través de la prensa en la opinión pública la idea de que lo mismo era ser fraile que carlista".

    Esta propaganda instigada por el gobierno liberal, así como el pretexto de los esfuerzos de guerra contra los "facciosos" carlistas, sirvió de excusa para asestar uno de los más grandes golpes a la Iglesia católica española con la exclaustración de religiosos y la Desamortización perpetrada por Álvarez Mendizábal, esta desamortización, como las posteriores, trajo consigo el enriquecimiento de la minoría burguesa y el consecuente deterioro de las condiciones económicas para gran parte del pueblo español. La persecución implacable de los religiosos alzó la cabeza temprano; en 1834 se cometió una tremenda matanza de frailes en Madrid ante la condescendencia de las autoridades, algo que se repetiría un siglo después con la II República Española: mientras los conventos eran asaltados, los religiosos asesinados y se incendiaban los cenobios, las autoridades liberales seguían pidiendo ciega obediencia y lealtad a los católicos. Es comprensible que la Iglesia, hostigada como no lo había sido desde la ocupación napoleónica, cerrara filas con el carlismo, como más tarde en el siglo XX se la vio adherirse en su gran parte al franquismo.

    Pero el carlismo no solo eran curas y frailes exclaustrados: aquí ese icono que se repite hasta la saciedad del "cura trabucaire" (el Cura Merino en la I Guerra Carlista o el Cura Santa Cruz en la III Guerra Carlista). En el carlismo había una gran presencia de la nobleza más linajuda y provinciana que permanecía apegada a las tradiciones hispánicas, como había también militares profesionales que habían hecho su carrera en la Guerra de la Independencia y en los sucesivos conflictos que se habían suscitado en España: Zumalacárregui, Gómez Damas, etcétera.

    Pero la extracción social de los carlistas no quedaba reducida a los estamentos privilegiados en el Antiguo Régimen. En Cataluña, en Vascongadas, en Navarra, en Valencia, en Castilla, en Galicia, en Asturias, en Extremadura, en Andalucía… En toda España, el grueso de los voluntarios carlistas eran hombres del llamado "estado llano". Aunque eso sí, la mayoría de carlistas salió de la España profunda y rural. Por eso Unamuno, poco sospechoso de carlista, pudo escribir en "Paz en la guerra" que la guerra carlista fue "la querella entre la villa y el monte, la lucha entre el labrador y el mercader", naciendo el carlismo "contra la gavilla de cínicos e infames especuladores, mercaderes impúdicos, tiranuelos del lugar, polizontes vendidos que, como sapos, se hinchaban en la inmunda laguna de la expropiación de los bienes de la iglesia [contra] los mismos que les prestaban dinero al 30 por ciento, los que les dejaron sin montes, sin dehesas, sin hornos y hasta sin fraguas: los que se hicieron ricos y burócratas". El fenómeno del carlismo fue más popular de lo que el español desinformado por la historia oficialista puede imaginar.

    Por si eso fuese poco, el incipiente proletariado -incluso tras haberse alineado con la I Internacional- tampoco permaneció ajeno al carlismo. Melchor Ferrer cuenta que: "Carlos VII recibió ciertas proposiciones de un Comité Republicano Universal, que estaba formado en su mayor parte por italianos y que radicaba en Londres". Faltó poco para que la masa de obreros de la Internacional pasara con armas y bagajes a las filas de Carlos VII en la III Guerra Carlista. Según Joaquín Bolós Saderra, Alsina -uno de los fundadores de la Internacional en España- ofreció 6.000 obreros a la Causa carlista. Alsina estaba a favor de sumarse con sus obreros a los carlistas en la lucha por entronizar a Carlos VII, a condición de que el pretendiente se comprometiera a proteger a la clase obrera. Carlos VII aceptó. Por desgracia no pudo resolverse nada, cosa que Bolós atribuye a la acción de la masonería: "las logias se enteraron de tales maniobras y las hiceron fracasar".




    TRIBULACIONES DEL CARLISMO EN CAMINO A SU REINTEGRACIÓN





    


    "Gudamendi", diseño de Luis Baraza, director del Gremio Artístico HISPANIA PATENTE.
    El lema "Paz y Guerra si me la hacen" era el que ostentaban las banderas de la Expedición del General D. Miguel Sancho Gómez Damas




    TRIBULACIONES DEL CARLISMO EN CAMINO A SU REINTEGRACIÓN
    (2ª PARTE)


    Manuel Fernández Espinosa


    El carlismo agrupó, como hemos podido ver (en la primera parte de este artículo), a sectores ideológicos y sociales muy disímiles. Reducirlo a cosa de curas y nobles es, otra vez, distorsionar la realidad histórica. Aunque no podemos detenernos en ello, consideremos también que una de las fuerzas de cohesión carlista más significativas fueron los líderes militares y guerrilleros que, haciendo gala de una fuerte y carismática personalidad, se convirtieron en caudillos de los contingentes carlistas: Zumalacárregui, Ramón Cabrera, el Cura Merino y tantos otros en la Primera Guerra Carlista, reunían en sí esas cualidades directivas que siempre han movilizado al pueblo hispano alrededor de figuras carismáticas. En la Tercera Guerra Carlista no faltan tampoco las personalidades carismáticas en el campo carlista: pongamos por caso el Cura Santa Cruz. Estas personalidades no tenían rivales entre los mandos del bando adversario, puesto que la popularidad y el espontáneo seguimiento que suscitaban en las muchedumbres populares no dependían tanto de la publicidad, sino que pudiéramos decir que su ejemplaridad removía estructuras del inconsciente colectivo; estas personalidades adquirieron proporciones legendarias entre sus contemporáneos, que los secundaban en condiciones que recuerdan la "devotio iberica"; y todavía, siglos después, brillan por sus virtudes guerreras.

    EL CARLISMO MÁS RECIENTE

    Desde 1833 hasta 1900, la Historia de España se ve jalonada por tres guerras carlistas y dos intentos abortados. La Primera Guerra Carlista, la de los Siete Años; la Segunda (de 1846 a 1849) y la Tercera (de 1872 a 1876), a ellas habría que sumarle los intentos del llamado Complot de la Rápita, capitaneado por Jaime Ortega y Olleta, así como el Complot de Badalona con el que se abría el siglo XX.

    Pero, aunque en 1900 todavía había círculos carlistas en casi toda España, el carlismo había empezado a experimentar cismas internos, la derrota de 1876 había infligido al carlismo orgánico un severo golpe: de ser un movimiento de masas comienza a desmembrarse. Los años de la restauración canovista implicarán la descomposición del carlismo: el posibilismo de algunos católicos monárquicos que momentáneamente estuvieron en convergencia con Carlos VII durante la Tercera Guerra Carlista, ensaya un acomodamiento al arco parlamentario con Unión Católica en los años que van de 1881 a 1884, bajo el liderazgo de Alejandro Pidal y Mon. En 1888, Ramón Nocedal crea el Partido Católico Nacional, escindiéndose del carlismo legitimista. Incluso no faltará algún cura carlista visionario (estoy hablando del Padre Corbató Chillida) que será capaz de crear algo así como un Partido Españolista, fuertemente inspirado en el integrismo más puro y con un elemento mesiánico inspirado en profecías y visiones místicas.

    Por si fuese poco, las regiones que han sido bastiones irreductibles del carlismo decimonónico emprenden sus respectivas aventuras nacionalistas que, aunque bajo otras inspiraciones, atraerán a muchos antiguos carlistas que abandonarán sus posiciones originales (mucho se insiste en el carlismo de la familia Arana y no sin razón). El nacionalismo catalán, primero, y poco después el vasco, vampirizarán las bases sociales del carlismo en sus respectivas regiones. En las Provincias Vascongadas será especialmente traumática la abolición de sus fueros por Antonio Cánovas del Castillo y, como bien sabemos, la reacción contra la medida gubernamental de fuerte carácter centralista, será el nacionalismo de Sabino Arana. Algunos periodistas liberales de hogaño (Jiménez Losantos, César Vidal, p. ej.) reprochan al carlismo haberse convertido en la fuente del nacionalismo vasco, pero lo que pasó fue justamente lo contrario: la draconiana abolición de los fueros vascos arrojó a muchos vascos en brazos del nacionalismo recién inventado por Sabino Arana Goiri y el que más sufrió fue, precisamente, el carlismo que perdió su ascendiente sobre un sector social muy amplio: sólo para un liberal de hogaño, esa extraña aleación de integrismo y racismo que fue el nacionalismo originario de Arana podría ser confundido con el carlismo.

    La fragmentación en el campo carlista no hará más que agravarse en el decurso de la primera mitad del siglo XX: Juan Vázquez de Mella, una de las indiscutibles potencias intelectuales del carlismo, se declarará germanófilo, lo que entrará en colisión con el criterio que pretendía marcar el pretendiente carlista Jaime de Borbón, que quiso imponer una línea aliadófila. El encontronazo acarreará que Vázquez de Mella funde en 1918 el Partido Católico Tradicionalista. En muchos otros focos carlistas la conversión de la base social derivará a piadosas agrupaciones católicas, como la Adoración Nocturna, e incluso muchos carlistas terminarán siendo absorbidos por el socialismo: recordemos como dato más que anecdótico que los marxistas españoles se llamaron y fueron conocidos en un principio no como “marxistas”, sino como "karlistas" (por Karl Marx) lo que a una población analfabeta se le proponía como señuelo para captarla; si el carlismo no hubiera gozado de tantas simpatías, los marxistas no se hubieran hecho llamar “karlistas”, podemos figurarnos que fomentaron el equívoco con toda la intencionalidad.

    Sin embargo, por muchas que fuesen las querellas internas en el seno del carlismo, aunque éste hubiera perdido gran ascendiente sobre las masas, a éste lo vemos reaparecer en los años de la II República, cuando lo más sagrado para el carlismo se ve hostigado por el laicismo agresivo de la burguesía liberal y las izquierdas anticlericales. Incluso se postergarán las reclamaciones dinásticas para atender a lo más perentonrio (la defensa de la España tradicional), es así como veremos a carlistas colaborando con alfonsinos en Acción Española. Y esta cooperación intelectual encontrará su correlato en la formación del Requeté, brazo armado del carlismo que estará en perfecto estado de revista para emprender la reconquista de España cuando el 18 de Julio de 1936 el Ejército (y, no se olvide, con él la mitad de España que se resistía a morir) se alcen contra la II República controlada por el Frente Popular.

    Durante la guerra, el Requeté escribirá gloriosas páginas de heroísmo, algunas de las cuales pueden leerse en el libro "Requetés. De las trincheras al olvido", de Pablo Larraz Andía y Víctor Sierra-Sesúmaga Ariznabarreta. El Decreto de Unificación de abril de 1937 por el cual se fusiona la Falange Española de las JONS con la Comunión Tradicionalista, formándose el híbrido de la FET de las JONS será un acierto práctico de Franco, no sin suscitarse legítimas resistencias lo mismo en las filas falangistas que en las carlistas, habida cuenta de que era una fusión poco menos que antinatural. La guerra fue ganada gracias al esfuerzo bélico de falangistas y carlistas, pero tras la victoria de Franco ninguna de ambas formaciones triunfó a la larga. El pragmatismo de Franco condenó a unos y otros a ser parte del decorado, sin que sus líneas políticas respectivas fuesen tomadas en cuenta por el autócrata. Los rudimentos ideológicos de Franco nunca habían comulgado con el carlismo y, con la derrota de las potencias del Eje, el falangismo (siempre asociado a los fascismos, por más diferencias que puedan señalarse) ya no le valía a Franco ante la opinión de los aliados vencedores, especialmente Estados Unidos de Norteamérica que se proyectaba como líder de Occidente frente al comunismo soviético: la gran bestia negra del régimen franquista. Sin embargo, las bases carlistas todavía sobrevivían a duras penas, alimentando la devoción, prácticamente reducida al ámbito doméstico, por su pretendiente D. Javier de Borbón-Parma que, en 1975, abdica sus pretensiones en su hijo Carlos Hugo.

    Poco quedaba a los carlistas más allá de sus romerías, como la famosa de Montejurra. Carlos Hugo se mostraría nefasto para el carlismo, pues emprendería el acercamiento a posiciones socialistas (formando un cóctel de carlismo y socialismo autogestionario, sin desdeñar el nacionalismo centrífugo), esta aventura se mostraría a la postre como el abrazo del oso: muchos carlistas del entorno vasco terminarían enrolados en ETA, como revela Jon Juaristi en su autobiografía "Cambio de destino". En estos años tan turbios de la transición, la línea más pura del carlismo se va a ir concentrando en torno a D. Sixto Enrique de Borbón-Parma, hermano de Carlos Hugo. El carlismo se divide ahora en dos grandes obediencias: los partidarios de Carlos Hugo y los que siguen a Sixto. Los sucesos de Montejurra del año 1976, aunque este asunto no está del todo claro, hicieron patente los extremos a los que había llegado la polarización en una especie, para entendernos, de carlismo de izquierdas y carlismo de derechas enfrentados, aunque los términos “izquierda” y “derecha” sean tan repugnantes al carlismo genuino.

    Pero no quedará ahí la cosa. Las disensiones internas traerán consigo que el carlismo de la época más reciente acabe fragmentado en tres organizaciones políticas que reclaman para sí el nombre del “carlismo”: el Partido Carlista (PC: de Carlos Hugo), la Comunión Tradicionalista Carlista (CTC: sin pretendiente) y la Comunión Tradicionalista (CT: leal a D. Sixto).

    Don Sixto, habiendo entrado de incógnito en España, jura la Bandera como legionario

    ESTADO DE LAS COSAS

    Podríamos someter al carlismo actual, en sus variantes, a un test basado en el trilema carlista: Dios, Patria (y, para no olvidar el cuatrilema, incluiremos el término de los Fueros en el de Patria, sin mayores distingos) y Rey.

    DIOS: SITUACIÓN RELIGIOSA ACTUAL.

    El carlismo es un movimiento contrarrevolucionario de confesionalidad católica: sería un despropósito hablar de un carlismo aconfesional o neutro: el carlismo es católico o no es carlismo. La crisis que se abrió en el seno de la Cristiandad tras el Concilio Vaticano II no podía dejar de afectar al carlismo en las tres "familias" que lo conforman. El carlismo huguista podía conciliarse con las posiciones más progresistas de la Iglesia postconciliar incluso con la sedicente teología de la liberación, por su adulteración con el socialismo autogestionario; sin embargo, era lógico que la CTC y la CT, ambas de corte más tradicionalista, se mostraran más refractarias a las novedades introducidas en la Iglesia por la praxis postconciliar; tanto en la CTC como en la CT se mantienen posiciones tradicionalistas en lo religioso (Magisterio de la Iglesia, Doctrina Social de la Iglesia, preferencia por la liturgia tridentina), aunque en el caso de la CT éstas posiciones han llegado, en algunos casos, a mostrarse abiertamente sedevacantistas, no reconociendo un Romano Pontífice desde la muerte de Pío XII.

    PATRIA: ESPAÑA, UNIDAD Y DIVERSIDAD

    Podemos decir que, del trilema carlista, el término que más une a todos los actuales carlistas es el de Patria: el amor a la Patria y una concepción de España acorde con las instituciones tradicionales de su historia. El carlismo ha entendido siempre a una España que no puede concebirse sin la institución monárquica (un carlismo republicano sería como un carlismo no-católico: imposible); sí que cabe decir que, contra la vulgar percepción de un monarquismo absolutista (que sí pudo localizarse en algún sector del carlismo decimonónico inicial), la monarquía carlista es la tradicional y por lo tanto, más que corresponder a un modelo absolutista de importación europea, sería lo más próximo a una monarquía templada. La celosa defensa del foralismo (esto es: la defensa de la personalidad tradicional de las regiones y culturas que componen España) es mérito del carlismo más auténtico, por lo que no cabría en el carlismo un modelo centralista tal y como quiso cristalizarse debido al liberalismo del siglo XIX con tan enojosos resultados como los que ha deparado. El carlismo es respetuoso para con la diversidad regional y cultural y cabalmente su fuerza residió precisamente en mantener la posición más honesta en lo concerniente a las instituciones básicas de la comunidad social: la familia, el municipio, el principio de subsidiaridad, con un planteamiento de la comunidad eminentemente orgánico y realista, tan ajeno a los constructos liberales y socialistas: Vázquez de Mella incluso empleó un término, como el de “sociadalismo”. En las filas carlistas ha habido y hay eminentes intelectuales que supieron articular todo un sólido discurso relativo a estas cuestiones y cuyas concreciones teóricas están esperando verse estudiadas para una efectiva reactualización: los nombres de Aparisi Guijarro, Vázquez de Mella, Víctor Pradera, Marcial Solana, Vicente Marrero, Francisco Elías de Tejada, Rafael Gambra Ciudad, Juan Berchmans Vallet de Goytiloso, José Miguel Gambra, Miguel Ayuso... Son nombres acrisolados en esta línea, constituyendo indudables autoridades en la materia, así como exponentes del pensamiento tradicional hispánico, en lo que se refiere a planteamientos político-jurídicos.

    REY: SITUACIÓN DINÁSTICA ACTUAL.

    El carlismo es un movimiento contrarrevolucionario de carácter monárquico, por lo que se supone que debe tener como referente una figura –el Rey- que lo aglutine y, en su defecto, el Pretendiente al Trono de España. La situación actual es desoladora, algo que también sucedió en algunas ocasiones durante el siglo XIX.

    El fallecimiento de Carlos Hugo de Borbón-Parma, el 18 de agosto del año 2010 no extinguió estas divisiones. El Partido Carlista que, recordaremos que durante un tiempo llegó a alinearse en la coalición de Izquierda Unida, quedó huérfano a la muerte de Carlos Hugo, pero por poco tiempo duró su orfandad, dado que sus partidarios se apresuraron a proclamar al hijo de éste: Carlos Javier de Borbón-Parma y Orange-Nassau (nacido el 27 de enero de 1970). La CTC sigue sin aceptar un pretendiente para la Causa, con lo que podríamos decir que podría declararse algo así como "tronovacantista". La CT insiste en que el Abanderado de la Tradición es D. Sixto.

    Lo que puede decirse a favor de D. Sixto es que ha mostrado a lo largo de toda su vida una intachable fidelidad al carlismo auténtico. Su hermano Carlos Hugo (que Dios haya perdonado y tenga en su gloria) vivió, durante el año 1962, la experiencia de trabajar como uno más y de incógnito en la mina asturiana El Sotón, con el propósito de conocer de primera mano las condiciones de los obreros españoles, esto fue lo que lo aproximó a posiciones socialistas. D. Sixto, por su lado, se alistó también de incógnito en el Tercio Gran Capitán de la Legión Española en 1965, bajo el nombre de Enrique Aranjuez; cuando se descubrió su identidad fue expulsado de la Legión y de España por las autoridades franquistas. Creemos que tanto el gesto de uno como del otro honra a cada uno, aunque en el caso de Carlos Hugo la experiencia obrera resultara a corto y medio plazo nefasta para el carlismo, por contaminarse de izquierdismo inasimilable para el auténtico carlismo.

    D. Sixto vive exiliado en Francia, tiene una vasta formación política, una gran cultura y una dilatada experiencia diplomática; puede decirse en su abono que es uno de los españoles con mejores relaciones en Rusia, países eslavos, Hispanoamérica y África.

    El hijo heredero de Carlos Hugo, Carlos Javier de Borbón-Parma, tiene como madre a la princesa Irene de los Países Bajos, pero debido al divorcio de sus padres fue criado en el Palacio de Soestdijk con sus abuelos maternos; más tarde recibió formación en Inglaterra y Francia, también realizó estudios de Ciencias Políticas en Estados Unidos y es asesor financiero de varias compañías, siendo a día de hoy Príncipe de Holanda, aunque su inmediata proclamación suscitó ciertas esperanzas entre los carlistas de la CTC, parece que posteriormente estos no se mostraron muy convencidos y siguen en su "tronovacantismo".

    TRIBULACIONES Y EXPECTATIVAS DEL CARLISMO

    El carlismo ha sufrido como pocos movimientos la industrialización con la consecuente des-ruralización de España y la desorientación de la Iglesia tras el Concilio Vaticano II. Sin embargo, pese a la fragmentación de la que hemos dado cuenta, puede decirse del carlismo que una de sus principales bazas es que el actual se está configurando con una juventud que en su mayoría, a diferencia de lo que ocurría en los siglos XIX y XX, no llega al carlismo por tradición familiar, sino por curiosidad intelectual o política.

    El esfuerzo que está desarrollando la CTC por organizar una red carlista nacional es en este sentido digno de elogio y más si se consideran los pocos recursos con los que cuenta, muchas veces incluso recurriendo a las fotocopias. Sin embargo, la CTC trata de coordinar en todo el territorio español sus propias bases a través de medios de prensa como ACCIÓN CARLISTA o AHORA INFORMACIÓN. En la CTC hay señales de estar creándose una partido-comunidad, formado no sólo por individuos, sino por familias, cuyos más jóvenes son formados en campamentos de verano que organizan los órganos de la misma CTC.

    En la CT puede decirse que encontramos a día de hoy las más brillantes personalidades intelectuales del carlismo (Gambra, Ayuso), pero se acusa en ella un cierto ambiente de camarilla que puede estar fomentando alguno de sus miembros más destacados. D. Sixto realiza una ímproba labor diplomática, participando en muchas actividades culturales y políticas en Francia y otros países europeos, preocupándose de estrechar lazos con comunidades hispanoamericanas y africanas, siempre atento a la actualidad española, acude a España en algunas ocasiones, pero según la opinión que prevalece se tiene la impresión de que D. Sixto está como acaparado por algunos de sus más estrechos colaboradores que obstaculizan toda aproximación al Jaune (“Señor”, en vasco) si no se cuenta con el personal "nihil obstat" de estos íntimos. Esto acarrea un cierto enquistamiento de una capilla que goza de la familiaridad de D. Sixto, mientras cierra la puerta a todo lo que viene del exterior o no pasa por la mano de los cortesanos palatinos, lo cual ha sido siempre funesto para el carlismo: se recuerda alguna anécdota de las guerras carlistas decimonónicas en la que se trasluce ese aislamiento en que muchas veces estuvieron los pretendientes carlistas, dependientes siempre de sus hombres más próximos que incluso traducían al Rey lo que les convenía, cuando, por ejemplo, las tropas vascas se quejaban en su lengua vernácula.

    El carlismo puede todavía tener mucho futuro por delante, pero para lograrlo tendría que atreverse a dejar muchos lastres atrás, sin renunciar lo más mínimo a su esencia.

    1) Sería idóneo que se vencieran las disensiones internas, creando otro clima más cordial entre los carlistas, y creando espacios compartidos, al menos, entre los de CTC y CT que son los más genuinos y, eso sí, con la puerta abierta a los más honestos y aptos que quisieran aproximarse del PC: sería el modo idóneo de construir una nueva Casa Carlista. Tal vez un cambio de generación en las directivas de las familias carlistas pudiera ser un paso adelante, pues con ello se limarían las hostilidades, muchas veces de índole personalista, que han prevalecido hasta hoy.

    2) El carlismo no puede dejar de ser católico, pero tiene que comprender que el escenario religioso español ha cambiado. Si quiere hacer política, tiene que dejar las cuestiones teológicas a los teólogos: la evangelización la tiene que hacer la Iglesia y los carlistas, en su condición de católicos, tienen todo el derecho a evangelizar, pero la adhesión de vastos sectores de la sociedad no vendrá por ahí: la defensa de los “principios innegociables” (bandera de la CTC) es muy loable, pero no se puede hacer política solo dándole vueltas a esos principios, por innegociables que puedan ser.

    La cuestión sería: ¿puede un católico hacer política que no sea confesional? Ésta es una pregunta muy compleja, pero lo que parece claro es que en la sociedad española actual las cuestiones religiosas no parece que sean hoy, como lo fueron en el siglo XIX y todavía en la primera mitad del XX, un aglutinante para el carlismo. Con ello no estoy pidiendo que los carlistas oculten su catolicismo, pero tendrían que preguntarse si puede salirse a pescar peces, cuando en la pecera no parece haber peces, sino estar llena de calamares y mejillones.

    3) D. Sixto tiene que dejar de estar mediatizado por algunos próximos a Su Alteza Real, para poder abanderar con resolución un carlismo reconstituido. Si se salvaran esas antesalas que se han puesto para poder acceder a D. Sixto, muchos españoles podrían conocer las cualidades indiscutibles de este hombre intachable.

    Si los carlistas son capaces de hacer estas cosas, entre otras muchas que mejor que yo sabrán ellos, sería indudablemente en ventaja de España. Contra el carlismo desintegrado, lo que es menester es un carlismo reintegrado; pero, una vez reintegrado, el carlismo también tiene que abrirse a una comunicación transversal con otros grupos patriotas de tercera y cuarta posición, sin mojigaterías ni escrúpulos que paralizan la constitución de un frente nacional dispuesto a la acción política eficaz en toda España.

    Pero, ahí está la cuestión: ¿qué es lo que quiere el carlismo de hoy? ¿Hacer política o metapolítica?

    Son las preguntas que tendrían que plantearse y responderse los carlistas. Esperemos que no tarden en contestárselas, para bien de España.

    ReynoDeGranada dio el Víctor.

    Todo el mundo moderno se divide en progresistas y en conservadores. La labor de los progresistas es ir cometiendo errores. La labor de los conservadores es evitar que esos errores sean arreglados. (G.K.Cherleston)

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    Re: Artículos sobre carlismo


    Primera parte de los artículos en Viena directo, sobre el carlismo en Viena. Los artículos dejan bastante que desear por usar los vocablos "absolutismo" y "reaccionario" de forma muy (digamos) partidista y es demasiado literario, pero en general está bien.

    https://vienadirecto.wordpress.com/2...primera-parte/

    La historia que hoy traemos a Viena Directo tiene todos los ingredientes de la mejor literatura: familias destronadas, violencia, intrigas y una lucha a veces despiadada por el poder y la corona española.

    El carlismo marcó durante todo el siglo XIX y gran parte del XX las relaciones entre Austria y España, dejando una huella en la política europea de su tiempo que es tan desconocida como apasionante.

    En la tradición de abrir este espacio a gente que tenga cosas que decir (y que las sepa decir bien) hoy empieza una serie en la que Luis, historiador que vive en Viena, va a darnos un paseo por este trozo de nuestra historia. El capítulo de hoy es una introducción al carlismo en general y a la biografía de una de sus cabezas más conspícuas: el duque de San Jaime, Alfonso Carlos de Borbón y Austria-Este.

    El Carlismo en Austria (I)

    Cuando hoy en día pensamos en las relaciones históricas bilaterales mantenidas entre familias reinantes de España y Austria, es inevitable hacer referencia al monopolio de éstas por la Casa de Austria, o como se la conoce en la historiografía no hispanoparlante, la dinastía de los Habsburgo.

    Los intensos vínculos que se desarrollaron entre ambas líneas de esta familia perduraron hasta finales del siglo XVII y dejaron una profunda huella en el devenir histórico de ambos países. Con la llegada de los Borbones al solio español, tras la traumática Guerra de Sucesión Española, se inicia un nuevo sendero en las relaciones de ambas potencias, si bien con escasos resultados políticos y dando como resultado dos matrimonios desde mediados del siglo XVIII hasta finales del XIX (el de la infanta María Luisa de Borbón con el emperador Leopoldo II y el de Alfonso XII con María Cristina de Habsburgo-Lorena).

    No obstante, existió una tercera vinculación hispano-austriaca en materia dinástica. Hablamos del exilio de miembros carlistas en Austria. Cabría imaginarse que no existía un mejor destino para una familia legitimista que hacía de la religión católica y su antiliberalismo sus estandartes políticos. Tras quedar sofocado el alzamiento liberal de 1848, que había agitado los pilares del poder en media Europa, el Imperio Austriaco había salido reforzado estableciendo un férreo régimen policial y consolidando un estado conservador bajo la égida de Francisco José, un longevo emperador que se identificaba con los valores del absolutismo más reaccionario.
    A la luz de tal coyuntura, no es de extrañar que Austria diese voluntariamente amparo a todas aquellas familias destronadas que destacaban por la ortodoxia de sus ideales conservadores.

    Alfonso Carlos de Borbón y Austria-Este (1849-1936), duque de San Jaime, se estableció hacia 1875 en Graz, capital de la región de Estiria. Su madre, la devota María Beatriz de Austria-Este, había ingresado tiempo atrás en un convento carmelita de dicha ciudad. Alfonso, como había sucedido otras veces en su vida a raíz de su implicación en la defensa internacional del absolutismo, se había visto obligado a tomar el camino del exilio. Pero esta vez era la definitiva. El infante había tomado parte activa como comandante general en la Tercera Guerra Carlista instigado por su hermano mayor Carlos –líder de los tradicionalistas- a tomar las armas contra la rama liberal de los Borbones asentada en el trono español. Tras la derrota del bando carlista, se paralizaban sus actividades como legitimista en la Península. Su llegada a la ciudad austriaca provocó inmediatamente las protestas de los estudiantes opuestos al régimen conservador. Su figura irradiaba para ellos una propaganda nefasta como representante de un movimiento reaccionario y conocido por la despiadada violencia ejercida por este durante la última contienda civil española. Incluso el emperador vio necesario destacar una tropa de húsares frente a la villa del duque con el fin de garantizar su protección. Daba la impresión de que la novedad de la presencia carlista en suelo austriaco no hubiese dejado indiferente a nadie.

    No obstante, los clamores perdieron pronto fuerza y la presencia del duque carlista pasó relativamente desapercibida durante los 20 años que residió en Graz. Pero una vida apacible en el exilio dorado que la seguridad del régimen habsbúrgico garantizaba no se tradujo en una renuncia a sus aspiraciones legitimistas. Todo lo contrario. Don Alfonso, desde su nueva residencia en Viena, se implicó activamente en diversas actividades ligadas a las funciones propias de una familia reinante, tal y como lo muestra por ejemplo su colaboración en la organización de asociaciones contra los duelos. Un noble gesto del que usase quizás para ayudar a redimir su mala conciencia por las responsabilidades ejercidas como militar durante la guerra española.El 2 de octubre de 1931 llegó a sus oídos el fallecimiento de su sobrino el duque de Anjou, don Jaime. Inesperadamente, el discreto residente vienés se convertía de ipso facto en el nuevo pretendiente carlista.
    Última edición por Carolus V; 23/01/2016 a las 21:11

    Todo el mundo moderno se divide en progresistas y en conservadores. La labor de los progresistas es ir cometiendo errores. La labor de los conservadores es evitar que esos errores sean arreglados. (G.K.Cherleston)

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    Re: Artículos sobre carlismo

    https://vienadirecto.wordpress.com/2...segunda-parte/

    Tras la huída en 1876 a Francia del entonces pretendiente y hermano de Alfonso Carlos, Carlos VII -hecho que sancionó el fin de la Tercera Guerra Carlista (1872-1876)-, quedaba el movimiento legitimista neutralizado y reducido considerablemente.
    El nieto del forjador de la dinastía carlista había intentado reactivar y reagrupar a sus fuerzas para derribar al régimen establecido y hacerse con la corona, pero dicho empeño había desembocado en una sangrienta guerra con cerca de 50.000 bajas. Tras su flagrante derrota, el carlismo jamás volvería a gozar de un apoyo tan notable y amplio por media geografía española como con el que había contado hasta la irrupción de la contienda.El ideario carlista, que abogaba por la entronización en Madrid de una rama masculina iniciada por el hermano de Fernando VII, Carlos María Isidro (1788-1855) –autoproclamado “Carlos V”-, defendía los principios del Antiguo Régimen –antiliberalismo, omnipresencia de la Iglesia católica en las instituciones, restablecimiento de los fueros suprimidos, etc.- frente a la rama oficial, derivada de Isabel II y proclive a las reformas liberales.Aunque este último conflicto bélico había logrado hacer tambalear no sólo al frágil régimen del instaurado Amadeo I, sino también a la Primera República que le siguió, la restauración por obra del general liberal Martínez Campos de la dinastía borbónica en la persona de Alfonso XII, contribuyó a mermar progresivamente el apoyo a Carlos VII. Lejos quedaban ya las victoriosas campañas de los generales carlistas Zumalacárregui y Cabrera que tanto oxígeno habían insuflado al movimiento.Desde el inicio del conflicto familiar, el Imperio austriaco había sido testigo de la dilatada presencia de la rama legitimista en su territorio, un Estado plurinacional que proyectaba un fuerte resplandor por todo el continente europeo como “bastión” de los principios contrarrevolucionarios. A esta atractiva “meca” para los absolutistas destronados, se unían los lazos de sangre contraídos con miembros de diversas ramas archiducales de los Habsburgo. El fundador de la rama borbónica legitimista, Carlos María Isidro, había sido acogido, tras su abdicación, en el puerto imperial de Trieste, donde estableció la residencia familiar y murió en 1855 (sus restos yacen sepultos junto a los de sus descendientes en una capilla de la Catedral de San Justo). Su segundogénito, Juan de Borbón y Braganza (1822-1887), que había contado con escaso apoyo entre los legitimistas debido a su ideología liberal, contrajo nupcias con María Beatriz de Austria-Este, noble modenesa de sangre archiducal austriaca. Las bases para una prolongada estancia de la familia en el imperio centroeuropeo quedaban cimentadas con dicho enlace. No en vano, el hijo mayor de Juan y sucesivo pretendiente de los derechos carlistas, Carlos María (1848-1909) –el ya citado Carlos VII-, nacería en suelo habsbúrgico al ver la luz en la localidad de Laibach (la actual capital eslovena de Liubliana). Además, transcurriría parte de su juventud en otras capitales imperiales como Viena y Praga.Tras el fracaso de su liderazgo en la tercera contienda carlista y la subsiguiente división del movimiento en facciones enfrentadas, el “séptimo” Carlos moría en 1909 pasando el testigo legitimista a su hijo Jaime de Borbón y Borbón-Parma (1870-1931). Formado en la academia militar teresiana de Wiener Neustadt, el duque de Anjou se implicó a título personal en el combate contra los Boxers (1900-1901) y la Guerra Ruso-Japonesa (1904-1905), continuando así la tradición militar de la familia. Sin embargo, su arrojo militar no coincidió con una actuación prudente a nivel político: su posicionamiento durante la Primera Guerra Mundial a favor de Francia le acarreó en Austria el arresto domiciliario en su palacio de Frohsdorf, lo que obstruyó su comunicación con la Comunión Tradicionalista. Este viraje político, que le había acercado a posturas más liberales inspirado quizás por las ideas de su abuelo, le alejó durante cierto tiempo de un movimiento que durante la guerra se había vinculado ideológicamente a las potencias del eje, proclives a la ortodoxia conservadora. En abril de 1931, meses antes de fallecer, don Jaime tuvo aún tiempo de reunirse en París con el recién destronado Alfonso XIII en un intento de reunir a las dos ramas de los Borbones en una sola. Pero su muerte, medio año después, truncaba repentinamente dicho intento.

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    Re: Artículos sobre carlismo

    https://vienadirecto.wordpress.com/2012/10/06/el-carlismo-en-austria-tercera-parte/

    Completamos hoy nuestra serie a propósito de los vínculos entre el carlismo y Austria. Si quieres ponerte al cabo de la calle de lo ya publicado, no tienes más que pinchar aquí.
    Alfonso Carlos de Borbón, figura con la que hemos iniciado esta serie y último descendiente directo del fundador del movimiento, vivía desde hacía décadas de forma intermitente en la otrora capital imperial de Viena junto a su mujer, María de las Nieves de Braganza, tras una dilatada estancia en Graz. Si bien ambos habían vivido desentendidos de todos los asuntos concernientes a la dirección del partido carlista, jamás habían dejado de ser conscientes sobre su posición en la familia. Desde muy joven, el duque había sido aleccionado en la fe tradicionalista y había tenido la oportunidad de dar prueba de sus convicciones mediante su participación en la lucha carlista al lado de su hermano, el pretendiente Carlos VII. Ya lejos de su “tierra prometida”, llevaba residiendo más de 55 años en el Imperio austrohúngaro cuando supo de su nuevo destino ocasionado por el fallecimiento de su sobrino, don Jaime. Las grandes expectativas que los partidarios legitimistas tenían puestas en su nuevo “soberano” le empujaron rápidamente a recoger la bandera del tradicionalismo.Por aquel entonces, la pareja, que no tenía hijos, llevaba una vida modesta debido a las privaciones sufridas tras el desmoronamiento del Imperio de los Habsburgo, con motivo de la incautación de varios de sus bienes a manos de la revolución republicana austriaca de 1919. Pese a su dureza, pudieron conservar los palacios de Puchheim y Ebenzweier, así como un apartamento en Viena. Su modesta vivienda en la capital, situada en el número 9 de la Theresianumgasse –a poca distancia de la famosa academia diplomática donde estudiase el joven Alfonso XII– era una antigua propiedad de los Braganza que su esposa había heredado. La vida anterior del nuevo pretendiente, lejos ya de las crueldades de la acción bélica, se había caracterizado por una dedicación a la noble tarea de la eliminación de los duelos, para cuyo fin no dudó en publicar artículos en varios idiomas. Su esposa, hija del depuesto Miguel I de Portugal, también había colaborado en actos humanitarios al poner en funcionamiento en Viena durante la guerra un hospital para acoger donaciones de sangre con que atender a los soldados que llegaban heridos del frente. Llegada su “hora histórica”, Alfonso Carlos comenzó desde su humilde “laboratorio de operaciones” vienés a reorganizar y consolidar el movimiento bajo la denominación de “Comunión Tradicionalista”, dotándolo de una línea política más conservadora y reaccionaria.A la sazón, tras un largo período de inestabilidad política e institucional, la joven y débil república austriaca se había transformado en una represiva dictadura. El partido austrofascista, de inclinación católica y que reflejaba su ideario en el pasado habsbúrgico, logró hacerse con el control del país a raíz de la breve pero cruenta guerra civil de 1934 contra las milicias del partido socialista. Dentro del autoritario “Estado corporativista cristiano” -encabezado por el dictador Engelbert Dollfuss– tenía cabida cualquier movimiento que se opusiese al socialismo, al comunismo y al nacionalsocialismo, tanto más si hacía del catolicismo más integrista su bandera. En ese contexto, no es de extrañar que el duque se viese estimulado a participar de forma activa en los preparativos de la sublevación militar que marcó el comienzo a la Guerra Civil en España. Asimismo, los esfuerzos de los carlistas por recabar apoyos contra las fuerzas de la República española dieron como fruto un cierto entendimiento con la otra rama borbónica al recibir en 1935 el duque a Alfonso XIII en su palacio de Puchheim. No obstante, el destino interrumpiría bruscamente el papel del duque en los asuntos de su patria.Una fría mañana de septiembre de 1936, salía Alfonso Carlos de su apartamento, como tantas otras veces, acompañado de su esposa en dirección al palacio del Belvedere para pasear por el célebre parque. Al cruzar la inclinada calle de la Prinz-Eugen-Straße, que separaba el parque de la manzana donde residían, un coche de policía se dirigía a toda prisa cuesta abajo. El duque, que se había quedado rezagado, no pudo sobrevivir al impacto del coche, que apenas había tenido tiempo de reaccionar frente al transeúnte. Pocas horas después cerraba los ojos, tras ser transportado a su cercano domicilio, el último descendiente en línea directa del infante Carlos. El funeral fue oficiado en el palacio de Puchheim, localizado en la Alta Austria, siendo presidido por su viuda y por su sobrino político y heredero, Javier de Borbón-Parma (1889-1977). Como era de esperar, una comisión del partido se dirigió a la república con el fin de honrar a su difunto “monarca”. La relevancia del fallecido se dejó sentir en el lugar: dos largas filas de sacerdotes locales y de religiosos redentoristas marcharon acompañados de la banda del ayuntamiento, al son de una solemne marcha fúnebre. Además, el régimen del país anfitrión, identificado con el catolicismo militante del homenajeado, no escatimó en su aportación a las honras fúnebres al contribuir con un pelotón del ejército austriaco. Cinco años después moría su esposa, el 14 de febrero de 1941, en la misma ciudad donde habían pasado juntos los últimos años. Hoy en día, sus cuerpos siguen enterrados en la capilla del mencionado palacio.Con la muerte de Alfonso Carlos, la llama del movimiento carlista en Austria se apagaba definitivamente. La nación centroeuropea había sido testigo de poco menos de un siglo de presencia carlista en su territorio. Si bien los entresijos políticos de dicha familia habían trascendido de manera escasa a escala global, por lo contrario, habían cobrado cierta relevancia durante los primeros decenios de su permanencia en suelo austriaco. La alineación ideológica que la rama exiliada profesaba con las potencias contrarrevolucionarias, fortalecidas por los vendavales de la revolución liberal de 1848, daban luz verde a su permiso residencial. Pero sus comprensivos hospedadores también se vieron obligados a poner freno a los experimentos políticos de alguno de sus miembros residentes en el país si este contravenía los intereses de la potencia central. Pese a este pequeño altibajo en las relaciones, Austria continuó ejerciendo su leal papel de refugio conservador, limitándose a ello, eso sí, sin ceder a mayores compromisos institucionales.Los vínculos materiales de los Borbón-Parma con el país alpino fueron disolviéndose gradualmente con la cesión y venta de las últimas propiedades, que concluirían en 2002 con la subasta de los bienes muebles de Puchheim. Ya sepultado Alfonso Carlos, el testigo de la Comunión Tradicionalista fue a continuación recogido por el ya citado sobrino de su esposa, Javier, que se había impuesto por mayoría dentro de la disputa sucesoria y el cual daría un nuevo rumbo al tradicionalismo. Junto a su hermano Sixto había impulsado, como mediador, conversaciones secretas durante la Primera Guerra Mundial con el último emperador de Austria, Carlos I, con el fin de negociar la salida pacífica de la guerra del Imperio austro-húngaro. A pesar de sus esfuerzos en tal azarosa hazaña diplomática, su infructuosa negociación no había podido impedir la desintegración total del conglomerado multiétnico. Sin embargo, esa ya es otra historia.

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    Re: Artículos sobre carlismo

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    Trabajo: La Junta de Madrid y el alzamiento carlista de 1833.

    "La junta de Madrid y el alzamiento carlista de 1833" en Estudios HIstóricos. Homenaje a los profesores don José María Jover Zamora y don Vicente Palacio Atard. Madrid, Universidad Complutense de Madrid, 1991, pp. 63-83 | Alfonso Bullón de Mendoza -

    Páginas: 22

    Autor: Alfonso Bullón de Menodoza.

    Al inicio de la página hay un presentación. El trabajo está un poco más abajo.

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