Escrito por el historiador y profesor Carlos Caballero Jurado, está muy bien y yo al menos lo desconocía. Daría para una buena película:
Un episodio desconocido de la vida de José Antonio Primo de Rivera
Con motivo del LXXX aniversario del asesinato de José Antonio Primo de Rivera (1903-1936), y con el objeto de repensar, conocer y difundir la obra y doctrina del fundador de Falange Española, desde el Foro Historia en Libertad hemos pedido su colaboración a una serie de filósofos, historiadores, periodistas, profesores… En días sucesivos publicaremos estas aportaciones cuya calidad no dudamos estará a la altura del homenaje merecido por el hombre que las ha suscitado.
CARLOS CABALLERO JURADO (Ciudad Real, 1957). Licenciado en Geografía e Historia y profesor de Secundaria. Una de sus especialidades es el estudio de la División Azul. Desde principio de los años 80 hasta hoy ha escrito decenas de libros de historia militar, algunos de los cuales han sido traducidos al inglés, el italiano y el alemán. También colabora asiduamente con artículos históricos en revistas dedicadas a temas militares generales como Defensa, Soldiers, y Legio XXI y en las dedicadas específicamente a la historia militar como Revista Española de Historia Militar y Serga.
En el 2004, en “Nihil Obstat” publiqué el artículo titulado “Un episodio desconocido de la vida de José Antonio” (1). Lo que sigue es una pequeña reelaboración de aquel texto. Aunque “joseantoniano” de todo corazón y desde siempre, e historiador por formación y vocación, la verdad es que no he investigado nada sobre su vida. Tengo una biblioteca joseantoniana bastante completa diría yo, pero por mi parte no he aportado ni tan solo un artículo, con la excepción que acabo de citar y que ahora reproduzco.
No suelo ver mucha TV, y cuando la tengo encendida no le hago mucho caso, con lo cual siempre me entero a medias de las cosas. Uno de esos días en que estaba encendida en casa, más que nada para que hubiera algún ruido de fondo, había en la “caja tonta” algún tipo de debate. No recuerdo que era lo que se discutía, pero uno de los personajes que intervenían dijo algo así como: “Es que eso no me lo puedo creer viniendo de quien viene. Es como cuando José Antonio Primo de Rivera hablaba de justicia para el campo español, ¿cómo iba a hacer eso él, que era un señorito andaluz?”
* * *
Me crispó el burdo determinismo socioeconómico del comentario, de indudable raíz marxista. Al botarate que lo lanzó le debió parecer maravillosa aquella pátina de intelectual que se daba con esa afirmación. Pero mi irritación era especialmente grande porque el comentario no venía a cuento para nada. Quiero decir que en aquel debate no se estaba hablando de política española ni nada similar, era un debate en torno a una película norteamericana ambientada en Filipinas.
En ese mismo momento decidí escribir este artículo, sobre un episodio poco o incluso nada conocido de la vida de José Antonio Primo de Rivera. Su figura me ha apasionado siempre, de manera que creo que me he leído la mayor parte de las biografías que se le han consagrado, distintas recopilaciones de sus textos, etc. En ninguna de esas obras que había leído hasta entonces había encontrado reseñado el hecho que voy a narrar. Puedo que aparezca en alguna obra que yo no haya leído, o incluso puede que sí que aparezca en alguna de las que sí he leído y, sencillamente, olvidé que aparecía ahí. Pero lo dudo, porque el suceso en cuestión tiene que ver con la provincia de la que soy natural, la manchega Ciudad Real. Y si lo hubiera leído, aunque no fuera más que por ese dato, creo que se hubiera gravado en mi memoria.
Cuando apareció la primera versión de este texto, invité a cualquiera que me pudiera corregir, para que lo hiciera, informándome de cuando y donde se ha publicado esta historia, pero nadie me hizo indicación alguna. Puedo añadir además que cuando le envié copia de este texto al profesor Stanley G. Payne le sorprendió muchísimo el no haber sabido nunca nada de esta historia.
Me gustaría decir que aquel modesto artículo que ahora “reciclo” tuvo mucho eco. Lo dudo. Solo lo he encontrado citado de manera extensa en el libro de José Antonio Martín Otín dedicado a José Antonio, El hombre al que Kipling dijo si (2)
El suceso en cuestión puede parecer baladí, pero creo que en realidad es bastante significativo y revelador. Se produjo bastante antes de que José Antonio se lanzara a la arena política y viene a demostrar, a mi entender, que independientemente de cual fuera su ubicación política, José Antonio tenía un profundo sentido de la justicia y una decidida vocación de servicio a su pueblo.
Es casi un lugar común decir que José Antonio empezó como un monárquico legitimista para acabar siendo un revolucionario, pero que esta evolución se debió a “presiones externas” (el ambiente político general, la influencia de otros nacionalsindicalistas, etc.) que le hicieron ir cambiando sus planteamientos. Sin pretender desmontar esta interpretación, lo que si quiero mostrar es que esa evolución no fue puramente “táctica”, sino que se inscribe sobre el fondo antes citado, las características joseantonianas, ya expuestas, de un profundo sentido de la justicia y una decidida vocación de servicio a su pueblo.
Antes que nada debo precisar que si conozco esta historia no es debido a ninguna exhaustiva investigación, sino por azar, simplemente porque, enamorado de la historia de mi patria chica (la provincia de Ciudad Real) y de sus pueblos, llegó a mis manos una Historia de Malagón en el siglo XX escrita por un erudito local. Aclararé que Malagón es el pueblo de mi esposa, y por ello de los abuelos de mis hijos, por lo que no puedo evitar una inclinación sentimental hacia él. Me refiero a Feliciano Díaz-Toledo Camargo, y a su obra Malagón: cronología de un siglo (1901-2000), editada privadamente por el autor en el 2002.
Para contar esta historia de forma comprensible hay que remontarse lejos, realmente muy lejos: ni más ni menos que a mediados del siglo XVI. En esa fecha, y tras una larga serie de tensiones y luchas, se alcanzó la llamada Escritura de Concordia entre el señor feudal de Malagón y sus vasallos. En virtud de ella, si bien los derechos feudales del Marqués de Malagón se mantenían, los campesinos que tenían tierras en su marquesado vieron reconocidos sus derechos. Lamento ser tedioso, pero conviene recordar que en el mundo rural feudal no existía el concepto de propiedad de la tierra tal como hoy lo conocemos. El noble tenía sobre su demarcación el señorío jurisdiccional, y en virtud de ello podía cobrar ciertas rentas a los campesinos. Y también en muchos casos el señorío territorial, que le daba ciertos derechos sobre la tierra de los campesinos, pero que no incluía el desposeerlos de sus tierras, ni evitar que pasaran a sus herederos.
Ninguno de esos conceptos medievales se acomodaba bien al concepto eminentemente burgués de “propiedad”, es decir, el dominio absoluto sobre la cosa. Cuando, como consecuencia de la conquista del poder por la burguesía, ésta impuso como centro de su legislación económica el concepto de “propiedad”, empezaron para el pequeño campesinado graves problemas. Uno de los más famosos decretos de las Cortes de Cádiz es el que abolía los señoríos jurisdiccionales, y con él la división jurídica entre “señores” y “vasallos”, pero a la vez abolía el señorío territorial y establecía que este pasaba a convertirse en “propiedad”.
No estaban las cosas tan claras desde luego desde el punto de vista de los campesinos, que siempre argumentaron que si pagaban rentas al señor no era porque fuera dueño de las tierras sino porque en su día la nobleza había sido la que les defendía con sus armas y sus castillos. Como cabe imaginar, los grandes terratenientes argumentaron que la “propiedad” equivalía al antiguo “señorío”, mientras que los derechos de los campesinos no eran otra cosa que una especie de alquiler. En caso de que se aceptara esta tesis, automáticamente millones de campesinos podían ver como se les subían las rentas, o incluso ser expulsados sin más de las tierras que sus antepasados trabajaban desde muchos siglos atrás, ya que eran simples “inquilinos”. Naturalmente los campesinos no consintieron en aceptar esta idea, ya que según su punto de vista –mucho más ajustado a la verdad- el “señorío” que tuvieron en su día los nobles era debido a la función militar que antaño habían prestado, como casta guerrera que eran. Había sido por esa razón por la que los campesinos habían pagado a los nobles ciertos derechos señoriales. Pero la tierra había sido siempre suya.
Así que una vez establecida la noción burguesa de propiedad como base del ordenamiento jurídico-económico, campesinos y terratenientes españoles se enfrentaron en un sinfín de juicios por ver a quienes correspondía realmente la propiedad. La mayor parte del siglo XIX y buena parte del XX los juzgados españoles de las regiones más agrarias han estado colapsados con pleitos de este tipo. Es triste reconocer que los solían perder los campesinos. Analfabetos en su inmensa mayoría, y sin recursos económicos para pleitear, a una gran masa de los campesinos españoles no les quedó otra opción que la de convertirse en arrendatarios o aparceros. Y eso con suerte, es decir, si no eran completamente desahuciados y obligados a abandonar las parcelas que, como ya he dicho, habían trabajado sus antepasados durante siglos. Pasaban así a engrosar la terrible categoría de los jornaleros
En esta disputa entre campesinos y terratenientes, los burgueses se pusieron de parte de estos últimos. No olvidemos que, antes de que la Revolución Industrial se extendiera, la burguesía lo que quería era comprar tierras, para sacarles más rendimiento mejorando su productividad, habían dicho los ilustrados influidos por la fisiocracia. Si la propiedad hubiera pasado a los campesinos, a los burgueses les habría sido mucho más difícil adquirir tierras, pues el campesino vivía de ellas y además eran pequeñas propiedades. Lo que los burgueses deseaban eran grandes propiedades, para explotar con los nuevos criterios económicos y métodos científicos, y lo más fácil era comprársela a los terratenientes absentistas, que vivían de rentas en las capitales, sin saber a menudo ni donde estaban sus fincas.
Así que, en definitiva, el dúo burguesía-aristocracia lo que realizó a lo largo del XIX y el XX fue una vasta expropiación de tierras a los campesinos españoles.
Terminada esta descripción de la problemática general, que espero que no haya resultado ni muy larga ni muy tediosa, me centro en el caso que nos ocupa y que afectó a los campesinos del antiguo Marquesado de Malagón, a la sazón convertido en los términos municipales de Malagón, Fuente el Fresno y Porzuna, todos ellos en la provincia de Ciudad de Real. Por otra parte, el Marquesado de Malagón era otro de tantos títulos como había llegado a acumular una de las más grandes casas de la aristocracia española, la de los Duques de Medinaceli. Y en 1881 el Duque de Medinaceli-Marqués de Malagón enajenó un buen número de sus tierras en los municipios antes citados a un nuevo propietario quien, sin embargo, tuvo que reconocer en las Escrituras los derechos históricos que sobre las tierras que había adquirido tenían los campesinos que las habitaban. No fue una compra muy rentable, y finalmente al nuevo propietario le fueron embargadas por el Estado en 1919, ya que no pagaba las contribuciones.
En 1922 fue la Hacienda Pública quien las subastó y a su vez los compradores, en una operación típicamente especulativa, las revendieron en 1924. Lo importante en todos estos movimientos es que desde que la Hacienda estatal se hizo con la titularidad de las tierras, dejó de hacerse constar en documento alguno los derechos históricos de los campesinos sobre ellas. Así que los nuevos propietarios empezaron, inmediatamente, a desahuciar a familias campesinas de Malagón, Fuente el Fresno y Porzuna. Naturalmente los campesinos tenedores de la tierra no se quedaron quietos y en enero de 1925 estalló un auténtico motín popular en Porzuna, que rápidamente se extendió a Malagón y Fuente el Fresno.
El suceso, hoy casi completamente olvidado, salvo en aquellos pueblos, provocó una notable emoción en La Mancha y tuvo ecos nacionales. Hubo concentraciones, visitas a autoridades, etc. Los campesinos presentaron recurso contra las ventas al Tribunal Económico Central del Ministerio de Hacienda en junio de 1925. Pero, mientras, ante los juzgados de Ciudad Real se seguían viendo los pleitos puestos por los nuevos propietarios para desahuciar a los campesinos.
Uno de ellos fue fallado el 28 de enero de 1926, con resultado contrario al campesino tenedor de la tierra. Con tal motivo unos 2.000 campesinos tomaron pacíficamente Ciudad Real, exigiendo ser atendidos por las autoridades. El problema no era poca cosa. Estaba en juego el modo de vida de 5.000 familias campesinas a las que los nuevos propietarios podían desahuciar. Y los fallos que iban siendo dictados en Ciudad Real eran casi siempre contrarios a los labriegos. A su vez eran recurridos, pasando a la Audiencias Territorial, la de Albacete en este caso. Ante este tribunal actuó, en defensa de los campesinos, el letrado Tomás Martínez. Y en defensa de los propietarios, Luis San Martín. Y el Sr. Martínez realizó una defensa lo suficientemente brillante como para revocar las sentencias dictadas por el Juzgado de Ciudad Real. A su favor jugó el que, mientras tanto, el Tribunal Económico Central del Ministerio de Hacienda falló finalmente que, en efecto, las ventas realizadas por la Delegación de Hacienda de Ciudad Real habían sido ilegítimas.
Pero el tema no acabó aquí, ya que los propietarios interpusieron recurso de casación, ante el Tribunal Supremo, y este nuevo juicio se celebró el 4 de julio de 1927. El abogado de los propietarios seguía siendo San Martín, pero la defensa de los campesinos era ejercida ahora por un joven pero prometedor abogado: José Antonio Primo de Rivera. Díaz-Toledo ha escrito al respecto:El Tribunal Supremo falló finalmente contra los recurrentes y José Antonio Primo de Rivera se dio un auténtico baño de multitudes cuando fue invitado por los pueblos afectados (3). Díaz-Toledo cuenta:
Brillante fue la defensa del joven abogado Primo de Rivera, que echó por tierra las tesis del señor San Martín, haciendo referencia final a la Escritura de Concordia y reclamando la atención de la Sala sobre el fondo moral y social del asunto: por 47.000 pesetas, y gracias a su habilidad de negociante, adquirieron los recurrentes las tierras donde vivían desde hacía siglos 5.000 familias; entre una posesión varias veces secular y un título advenedizo, habría de ser aquel mucho más respetable.
En efecto, fue día de fiesta grande en Malagón y su comarca. Díaz-Toledo lo ha descrito con todo lujo de detalles en su libro citado (incluyendo hasta el menú del banquete). Los textos de los discursos pronunciados también se encuentran en la obra, y es especialmente importante el texto del discurso pronunciado por José Antonio Primo de Rivera ya que este es quizás uno de los pocos textos debidos a él que no se encuentran en la recopilación más completa de la obra joseantoniana que yo conozco. Me refiero a José Antonio Primo de Rivera. Escritos y discursos. Obras Completas (1922-1936), recopilación a cargo de Agustín del Rio Cisneros, editada en dos volúmenes –y un total de 1.308 páginas- por el Instituto de Estudios Políticos en 1976 (4). Por eso considero que debo transcribir completamente el texto, agradeciendo a Díaz-Toledo el que nos haya rescatado este pequeño tesoro. Este es:
Con motivo de la eficaz defensa a favor de los agricultores, llevada a cabo en el pleito mantenido por los pueblos de Malagón, Fuente el Fresno y Porzuna contra los pretendidos propietarios de los terrenos del Estado del Duque de Medinaceli, y en prueba de agradecimiento, Malagón quiso rendir un sencillo pero emotivo homenaje al joven abogado. José Antonio Primo de Rivera, que tan brillantemente nos había defendido (…) Por fín, el día 23 de octubre de 1927, el primogénito del Jefe del Gobierno [General D. Miguel Primo de Rivera, N.d.A.] pudo venir a nuestra tierra y concretamente a nuestro pueblo a pasar unas horas entre los nuestros. Como en los días de gran fiesta, Malagón se vistió con sus mejores galas, ofreciendo el aspecto de las grandes solemnidades, pues el libertador de sus intereses llegaba a compartir unas horas en franca camaradería, y el pueblo en masa esperaba a las afueras de la población lleno de júbilo y entusiasmo (…) Una masa de más de cuatro mil personas aguardaba a la entrada del pueblo pugnando por estrechar la mano del ilustre viajero, no cesando los vítores lo mismo a José Antonio que a su ilustre padre el presidente del Gobierno. La mayoría labradores, con sus blusas negras y azules (…) Junto a ellos, sus mujeres, compañeras en los duros trabajos del campo (…) y en sus manos banderitas ondeantes, símbolos de paz y emblema de esperanzas, haciéndoseles todo poco para este hombre, que evitó fueras desahuciados de sus tierras y de sus casas, que ganó el derecho para que pudieran seguir trabajando las tierras que habían recogido el sudor de sus padres y de sus antepasados y que, gracias a su eficacia, sus hijos podrían también seguir en ella.
Si yo sólo hubiera de levantarme para cumplir el rito de daros las gracias, hubiese preferido seguir callado, porque no sabría expresarme con la elocuencia que lo ha hecho el Sr. Martín-Toledano (5). Pero como no es esto sólo lo que deseo deciros, tengo que solicitar vuestra atención para manifestaros la profunda emoción que estremece mi espíritu, al ponerse hoy en comunicación con el de todos vosotros. Mi gratitud es tan grande como cordial e hidalgo vuestro recibimiento. El número y calidad de las personas congregadas aquí me mueve a un cambio de impresiones, porque no será fácil reunirnos otra vez todos los aquí presentes.
Yo conocí este pleito, muchos lo saben, por la parte contraria; vinieron a solicitar mis servicios y se convino una entrevista con el abogado que llevaba el pleito hasta entonces. De mi visita a dicho bufete han tomado pie para la murmuración, como si no fuera práctica entre abogados que el más joven –yo sólo tengo 24 años- sea el que visite el despacho del más antiguo, al iniciarse el asunto.
Me mostraron la sentencia de Albacete que yo leí con la atención más escrupulosa, y tan certera y sólida la encontré, tan firmes e irrebatibles sus fundamentos, que no vacilé en dirigirles una carta manifestándoles que no solamente no podía encargarme del asunto, sino que sus argumentos me habían convencido de lo contrario; es decir, que desde aquel mismo instante yo me abrazaba a vuestras vindicaciones, aún sin haber solicitado vosotros mis modestos servicios, seguro de hacer valer donde procediese la indestructibilidad del fallo de los dignos magistrados de Albacete. De esta carta, pocos días después, cuando me visitó, facilité copia al Sr. Martín-Toledano.
Otra cosa me importa deciros. Cuando yo llevé al Supremo vuestra defensa se quedó en las puertas mi apellido. Me llamo así y estoy orgulloso de ello, pero yo reto a que se cite una sola visita, una carta, una simple carpeta de recomendación, que yo haya hecho o dirigido jamás, lo mismo en este que en todos mis asuntos, no ya a magistrados y jueces, pero ni aún siquiera a escribanos y oficinistas. Yo sólo en mis actuaciones el estudio y en vuestro caso además la emoción y enardecimiento de vuestro derecho.
Ahora sosegadamente, fríamente, sabed que nuestros adversarios, dolidos, o esperanzados, murmuran… pretendiendo desuniros con pueriles recursos, simulando ficticios movimientos de opinión (6). Todo esto son cosas menudas que no conseguirán ni impresionarnos ni desunirnos. Yo no titubeo ni titubearé porque de la legalidad de vuestros derechos me han convencido precisamente con la argumentación contraria. Tenemos razón. La Providencia está con nosotros, Luchemos bajo la emoción del lema histórico ‘Dios y nuestro derecho’”.
José Antonio fue aclamado por los asistentes y tras el banquete visitó el santuario local, dedicado al Cristo del Espíritu Santo, en una aldea vecina. El recorrido, parcialmente a pie, fue otro acto multitudinario, con centenares de hombres, mujeres y niños acompañando al joven abogado que se arrodilló en el santuario para rezar. Allí volvió a pronunciar un pequeño discurso, que Díaz-Toledo no reproduce textualmente, pero que resume así:
El Sr. Primo de Rivera hubo de pronunciar unas breves palabras en el patio del Santuario, para decir a los colonos que aquellas tierras santificadas por el sudor y los afanes de sus antepasados nadie osaría arrebatárselas porque contra la justicia era estéril toda maquinación (7).Muy poco después un terrible suceso vino a poner de manifiesto la tremenda tensión que aquellos enfrentamientos entre campesinos y terratenientes habían provocado. El 7 de diciembre del mismo 1927 un vecino del pueblo, de carácter violento y presumiblemente a sueldo de los terratenientes, disparó en plena vía pública contra el médico titular de Malagón, Epifanio Sánchez López, uno de los líderes del pueblo en la lucha por sus derechos. Trasladado a Madrid con la esperanza de salvarle la vida, murió sin embargo el día 18. Entre las personas que se presentaron inmediatamente en el hospital donde pasó sus últimos días de vida estaba José Antonio Primo de Rivera, quien el día 21 formó parte también de la presidencia del cortejo fúnebre con los restos de Epifanio Sánchez López que recorrió las calles de Madrid hasta la Estación de Atocha (desde donde el féretro viajó por ferrocarril hasta Malagón).
¿Es todo esto una simple anécdota irrelevante? No lo creo. Con demasiada facilidad se ha admitido la imagen de un José Antonio joven absolutamente ajeno a la política y los problemas sociales, hasta que el injusto trato dado a su padre después de depuesto le lanzó a la vida política. A menudo se le presenta como alguien más interesado en asistir a cócteles o jornadas literarias que en los problemas de su país. Creo que este suceso revela todo lo contrario. Y por eso valía la pena que lo recordásemos y reflexionemos sobre él.
Hasta aquí llegaba el texto del artículo que publiqué en el ya lejano 2004. Y el caso es que hoy quiero añadir una pequeña apostilla. Resulta que el complicado pleito en torno a los “Estados del Duque” siguió coleando, aunque ahora bajo otros aspectos (reparto de las parcelas entre los campesinos, etc.). Y Díaz-Toledano nos cuenta en su obra quien le dio definitiva y completa solución. Ni más ni menos que uno de los más brillantes especialistas en Derecho Agrario de España, quizás del mundo, Juan José Sanz Jarque (8), una persona por la que tengo especial devoción porque es uno de los grandes veteranos de la División Azul –tema este de mi especial interés- que aun siguen vivos entre nosotros.
Termino de reelaborar este texto muy pocas horas antes de que el calendario marque el inicio del 20 de Noviembre de 2016. Este es mi modesto homenaje a la figura de ese gran español que fue José Antonio Primo de Rivera.
__________
[1] Nihil Obstat. Revista de ideas, cultura y metapolítica, nº 4 (otoño-invierno 2004), págs. 23-31.
[2] MARTIN OTIN, José Antonio. El hombre al que Kipling dijo si. Ediciones Barbarroja, Colección El Gallo de Marzo, Madrid, 2005.
[3] Los juicios por alteración del orden público debidos al motín popular en Porzuna en enero de 1925 también se resolvieron favorablemente para los campesinos, siendo finalmente absueltos todos ellos en abril de 1929.
[4] Me ha llegado la noticia de que en la edición de las Obras Completas realizada por la Plataforma 2003 sí que se incluía este texto. Cuando apareció esa nueva edición ya tenía en casa hasta un total de cinco ediciones distintas de las OO. CC. de José Antonio, no la adquirí. He consultado una edición digital de las obras completas descargada de la página www.rumbos.net/ocja y he encontrado unas declaraciones que José Antonio realizó al periódico “El Pueblo Manchego” de Ciudad Real en 1930, donde se elogiaba a José Antonio por su intervención en este pleito a favor de los campesinos. Pero tampoco aquí había más referencias a este juicio en el que José Antonio defendió tan eficazmente los intereses campesinos.
[5] Se trata de un malagonero que acababa de ser nombrado Gobernador Civil de Soria por el General Primo de Rivera y que presidía los actos de homenaje.
[6] “Los litigantes contra los pueblos, a través de las páginas de ‘La Libertad’, de Madrid, estaban haciendo una campaña favorable a sus pretendidos derechos”, nos informa Díaz-Toledo.
[7] En 1947 el Frente de Juventudes colocó en el citado Santuario una placa conmemorativa, recordando que José Antonio había rezado allí veinte años antes.
[8] Díaz-Toledo Camargo, Obra citada, pág. 425-427
http://desdemicampanario.es/2016/11/29/un-episodio-desconocido-de-la-vida-de-jose-antonio/
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