Revista FUERZA NUEVA, nº 79, 13-Jul-1968
Treinta y dos años después
DECLARACIONES DE LUIS EMILIO CALVO SOTELO EN EL ANIVERSARIO DEL ASESINATO DE SU PADRE
“El propósito de borrar la Cruzada se acentúa de manera alarmante”
Ante la fecha histórica del 13 de julio, en la que se cumple el XXXII aniversario del asesinato de José Calvo Sotelo, FUERZA NUEVA se honra en publicar, en exclusiva, las declaraciones de su hijo Luis Emilio sobre sus recuerdos personales del crimen, su significación en el panorama político español y, sobre todo, la vigencia de unos ideales que hicieron posible la Cruzada y la fecha gloriosa del 18 de Julio. La nueva España recibió el bautismo de sangre con tan dramático acontecimiento que conmovió al pueblo español y lo lanzó a la entusiasta tarea de la reconquista y salvación de la Patria.
***
El asesinato
-¿Qué recuerdos infantiles conserva del asesinato de su padre?
-Es un tema siempre doloroso, al que no puedo, sin embargo, sustraerme, porque comprendo perfectamente que no soy yo, sino la figura de mi padre, quien polariza el interés de la entrevista. Yo tenía nueve años en 1936. De los históricos sucesos de la madrugada del 13 de julio poco puedo decir; mis hermanos y yo dormíamos. Sé que papá nos dio un beso de despedida, pero yo no desperté. A la mañana siguiente encontré mucha gente en la casa. La noticia me la dio mi hermano José a las tres de la tarde. Recuerdo a nuestro abuelo Pedro, enfermo y con ochenta años, diciéndonos a Pepe y a mí que él nos protegería, pero que nunca debíamos sentir odio por los asesinos.
También recuerdo las listas interminables de pésame. Y que durante las noches siguientes dormíamos fuera de casa, porque alguien -el capitán Silvestre- había leído un letrero que decía: “Acabará la descendencia de Calvo Sotelo”. Al llegar a Lisboa, el 18 de Julio, en la estación había una inmensa multitud que había acudido recibirnos. Recuerdo al general Sanjurjo hablándonos a Pepe y a mí, en el hotel, con gesto paternal. Todo se presenta a mi memoria con cierto aire confuso, como de pesadilla. No obstante, yo ya me percataba entonces de la angustia de la ocasión.
Nueve varones de la familia, asesinados
-Su padre murió el 13 de julio. El 17 se iniciaba el Alzamiento en Melilla. ¿Cuál fue la suerte de su familia durante la guerra?
-Salimos de España para Lisboa en el último tren de la República, el 17 de julio por la noche, mi madre, tío Luis, mis tres hermanos y yo. El destino de mi familia fue trágico: los hombres del Frente Popular asesinaron a nueve de sus miembros varones, entre ellos los dos hermanos de mi madre. En Lisboa permanecimos en el Hotel Americano, del que eran y son dueños los familiares de don Cecilio Fernández -españoles a los que nunca podremos pagar sus bondades y atenciones- hasta el verano de 1937, en que regresamos a San Sebastián. Tío Luis volvió a España cuando pudo, y tío Joaquín estuvo en la Embajada de Chile, de donde salió para la España nacional, haciendo ambos la campaña hasta el final de la guerra. El abuelo Pedro falleció en el Madrid rojo. En cuanto a mi madre, sólo puedo decir que la elegancia, la fortaleza, el sentido cristiano con que sufrió y sobrellevó su soledad, son admirables y ejemplares. En 32 años no ha pisado un espectáculo ni asistido a una reunión social, ni pedido una prebenda, y yo celebro esta oportunidad de rendirla aquí el homenaje que merece, sin sentir rubor alguno, pese a mi condición de hijo, porque sus virtudes son tan altas y notorias que deben ser divulgadas para ejemplo de todos.
Los culpables
-Usted ha dedicado gran atención a todo lo relacionado con nuestra Cruzada. Es natural suponer que el asesinato de su padre le haya merecido una especial atención. ¿Cuál es la conclusión a que ha llegado respecto de la gestación, realización y esclarecimiento del crimen?
-Creo que la preparación del crimen de Estado, en sus detalles concretos, quedará siempre perdida en el secreto de la Historia. No considero probable, aunque sí posible, que ningún miembro del Gobierno diese la orden concreta y explícita de ejecutar el magnicidio; pero el Gobierno del Frente Popular fue evidentemente responsable, cuando menos, en el orden de la instigación y la promoción de un clima de odio e impunismo. Es indudable que los ejecutores materiales del hecho se sabían respaldados por las altas esferas gubernamentales, y conocían que su crimen quedaría impune, como así fue. En cuanto a la realización de éste, es conocida por distintas versiones, que sustancialmente difieren muy poco. Creo innecesario y doloroso reiterar los detalles.
-En los breves días que transcurren desde el asesinato de su padre y el Alzamiento, el Gobierno de la República asegura que los culpables serán sancionados. Pero al estallar el Alzamiento vemos a los culpables en primera fila de los “defensores de la República”. ¿No hace esto, una vez más, al Gobierno solidario del crimen?
-Evidentemente, así es. Los asesinos encontraron una decidida protección, oficial y oficiosa. Las ruedas de guardias presentadas al ordenanza de mi padre, Francisco Sánchez, para su eventual reconocimiento, eran falsas y amañadas; ni uno sólo de los secuestradores estuvo presente en ellas, a pesar de que en Pontejos sabían muy bien quiénes eran los autores materiales del crimen de Estado. Repito que el Gobierno pudo, quizá, no dar la orden explícita de ejecutar el asesinato -esto nunca podremos saberlo con certeza-, pero fue moralmente responsable, por instigación y encubrimiento, de los hechos acaecidos en la madrugada del 13 de julio.
La doble conciencia de la izquierda
-¿Cómo explica usted que esa “conciencia universal” que de tal forma ha reaccionado ante el asesinato de Robert Kennedy, atribuyéndolo desde el primer momento, y sin prueba alguna, a la “derecha”, quedara silenciosa cuando el asesinato de su padre, públicamente cometido por la izquierda?
Esto ha ocurrido siempre. Es la ley del embudo, ejercitada magistralmente por los abanderados de esas fuerzas “progresistas” a las que Vicente Marrero define y aglutina como la “intelligentsia”. Aunque sea triste cotejar horrores, lo cierto es que la sangre de unos hombres parece pesar menos que la de otros. Recordemos los casos de Ferrer Guardia o de Lumumba. En nuestra propia guerra hemos podido comprobar como la muerte de un sólo intelectual -hecho, por supuesto, abominable y detestable- promovió más escándalo, que el sacrificio de 6.800 sacerdotes y un un sinfín de pensadores a los que la “intelligentsia” no cubrió, naturalmente, con el manto de su piedad. No hay por qué citar nombres que están en la mente de todos.
Sin odio a los asesinos
-¿Tiene usted idea de que ha sido de los ejecutores del crimen?
-No con detalle. Nunca me he sentido tentado de utilizar en este triste asunto métodos de pesquisa. Para mí, el crimen no fue cometido por unos hombres concretos sino por un régimen envilecido. Tengo entendido que, de aquellos, varios han muerto. A alguno, caído en la guerra, el Gobierno rojo le hizo un sonado entierro. Desconozco si todavía vive o no alguno de estos desdichados, y ello no me preocupa. Tengo muy presentes las palabras de Pedro Calvo Camina, en la mañana del 14 de julio de 1936: “Nunca odiéis a los asesinos de vuestro padre”.
El peligro del olvido
-Existe una corriente actual muy extendida que, con el pretexto de lograr una convivencia entre los españoles, que, a nuestro juicio estaba ya lograda hasta que los enemigos del Régimen se han lanzado al activismo, sostiene que hay que olvidarse de la Cruzada y de los hombres que murieron entonces por Dios y por España. Usted, hijo del protomártir de la Cruzada, ¿qué opina sobre esta corriente?
-Mi opinión a este respecto ha sido mantenido ininterrumpidamente mediante diversos artículos publicados en “ABC·, “Ya” y otras tribunas, y quedó centrada en un comentario aparecido en julio del pasado año en “ABC”, bajo el título “Vigencia de un aniversario”. Esta opinión es simple: entiendo que debemos perdonar, pero no olvidar. Esta es, más o menos, la tesis mantenida por el P. Montero en su prólogo a la “Historia de la persecución religiosa en España”, cuando explica: “Algunos sectores de opinión… nos estimulan a olvidar. Otros… temen que la historia pueda perderse en el olvido y ser reeditada por quienes no la vivieron. La única solución… es narrar los hechos, pero desposeyéndolos de cualquier fragmento pasional.
Últimamente, el propósito de borrar con una esponja la Cruzada y los hombres que escribieron aquella página histórica parece haberse acentuado de manera alarmante. No sólo como hijo del Protomártir, sino como simple español, considero que sería un error gravísimo seguir esta orientación de amnesia deliberada. Por una razón simple de orden práctico, además de las sentimentales de lealtad y consecuencia: la única forma de conservar nuestra paz actual es impedir que España vuelva a la anarquía de los años republicanos. Si olvidamos la Cruzada, si argumentamos sobre la base de “aquí no ha pasado nada”, haremos que el sacrificio de un millón de hombres sea inútil, y acaso caigamos en algo peor: en el peligro de reeditar los errores que abocaron a la página cruenta, pero necesaria, del 18 de Julio.
Yo creo firmemente en los valores e ideales de esa fecha. Por ello, considero que debemos perdonar -todos, los de aquí, los de allá y los de más lejos-, pero no olvidar. En esto del olvido nos hacen un perfecto chantaje: si recordamos, nos ponen en seguida el remoquete de resentidos o fanáticos. Y no se trata de eso, naturalmente, sino de aprender la lección que la Historia nos ofrece, teniendo la mente y los ojos muy abiertos. Lo curioso es que todos esos señores que nos llaman resentidos por tener buena memoria son quienes más decididos parecen a no olvidar. Recordemos, a tal efecto, la inmensa bibliografía “de parte contraria” sobre nuestra guerra, que cada año se enriquece, y que es muy superior, por supuesto, en volumen, a la favorable al Régimen. Ellos no olvidan, ciertamente; pero nosotros tenemos que tragarnos el timo de la “estampita” y cerrar los oídos a la voz de Historia. Lo de siempre, vaya.
La monarquía y el 18 de julio
-Su padre fue un gran español y un gran monárquico. ¿Se sorprende ahora de que haya quienes, llamándose también monárquicos, quieran acabar con todo lo que Calvo Sotelo fue y significó? O, dicho de otra manera, ¿es posible en España una monarquía que no se proclame heredera y continuadora de la Cruzada?
-Me hace usted una pregunta muy delicada, a la que procuraré contestar con sinceridad máxima. Me considero, por sentimiento, por herencia y por convicción, hombre de la monarquía, y, sin embargo, comparto por entero los ideales del 18 de Julio. Creo en la absoluta compatibilidad de ambos conceptos o ideales: de hecho, muchos monárquicos cayeron inmolados en la Cruzada, en la pared del martirio en la trinchera. Si usted ha leído el último discurso del Conde de Barcelona, con motivo de la visita que le hicimos en Estoril hace un mes, habrá podido advertir sus inequívocas referencias a los valores del Alzamiento, y todo el mundo sabe que él mismo se presentó a luchar en la España nacional. Monarquía al modo como yo la entiendo, y Alzamiento, son conceptos o referencias que se complementan.
Considero, por otra parte, que ésta es la forma de pensar correcta y auténtica de la gran masa monárquica española, la que entronca con el ideario de Renovación y del Bloque Nacional; no, quizá la de una posible minoría de advenedizos. Es posible que haya un sector monárquico de opinión más abierta, de base más ancha. Yo respeto su punto de vista, pero no lo comparto, y, en todo caso, repito que se trata de una minoría. La inmensa mayoría de los monárquicos españoles creen y sienten los ideales del 18 de Julio, que es tanto como sentir los ideales de José Calvo Sotelo. Por supuesto, esta opinión se la doy a usted a título puramente personal, y sin representar a nadie; pero no siento temor alguno a verme contradicho.
|
Marcadores