extraído de www.carlistes.org

LA GUERRA EN EL MAESTRAZGO EN 1833


El Levantamiento
Tras la proclama el 3 de octubre de 1833 en Talavera del administrador de correos y comandante de los voluntarios realistas Manuel María González daría comienzo la guerra civil conocida como primera guerra carlista. El infante don Carlos María Isidro, en adelante S.M.C. Carlos V, había lanzado el día 1 de octubre su proclama asumiendo la corona de España desde su exilio portugués en Abrantes.


Pronto, por todo el territorio español, se alzaron numerosas partidas favorables a don Carlos. En este movimiento legitimista jugaron un papel fundamental los voluntarios realistas, el cuerpo de civiles armados voluntarios creado en 1823 como reflejo y contrapeso a la milicia nacional revolucionaria. Ya el último gobierno de Fernando VII había ordenado la desmovilización y entrega de armas de los 200.000 voluntarios realistas existentes. La mayoría de ellos hizo entrega de las mismas a las autoridades, armas con las que se equiparía al cuerpo llamado “de los urbanos” que pretendía unificar a milicianos y realistas pero que, en consonancia con el signo del primer gobierno de la infanta Isabel (llamada Isabel II) estuvo compuesto fundamentalmente por milicianos revolucionarios. Los realistas no ingresaron en dicho cuerpo y los pocos que lo hicieron fueron siempre mirados como sospechosos de sedición por sus superiores y camaradas.


Muchos voluntarios realistas, no obstante, no entregaron las armas sino más bien las ocultaron, e identificados con la causa tradicionalista del infante don Carlos, se hallaron prestos a alzarse, temerosos de ser víctimas de la represión que esperaban de los gobiernos liberales.

voluntarios realistas haciendo su entrada en Barcelona

Tras la proclama de don Carlos V varias partidas se pusieron en marcha por Aragón, Valencia y Murcia. Estaban compuestas a partes iguales por un núcleo de voluntarios realistas, la mayoría de los cuales habían conservado sus armas y poseían cierta instrucción militar, y también por jóvenes descontentos que se unían a las partidas al pasar cerca de sus viviendas. La mayoría de ellos en situación personal precaria en localidades en crisis por falta de industria y por la incuria de gobiernos anteriores. El sentimiento de que los gobiernos liberales atacaban a la fe y a la monarquía era la argamasa que los unía, su lealtad a don Carlos su bandera y Altar y Trono su divisa. Se trató pues, en principio, de una continuación a la guerra de banderías tradicionalistas y liberales que habían jalonado el reinado del último rey, con la salvedad de que ahora cada bando tenía su propio monarca. Era la guerra civil.


En Valencia las partidas se agruparon en torno a jefes carismáticos, normalmente voluntarios realistas con experiencia en las pasadas guerras, sobre todo en la de 1821-1823, algunos de ellos (no todos) con efectiva graduación militar según el sistema que perviviera hasta la disolución oficial del cuerpo de voluntarios. Las bandas fueron muchas, entre las cuales sobresalían la de notables jefes como Manuel Carnicer, Quilez o Miralles alias el Serrador. En principio su estrategia fue moverse rápidamente por las zonas rurales que conocían bien intentando extender el levantamiento, reclutando hombres, allegando medios y evitando el contacto con las tropas gubernamentales, mucho mejor armadas y entrenadas, esperando que el levantamiento en toda España a favor de S.M.C don Carlos V concluyera con su victoria y entronización. Esta esperanza se vio pronto frustrada, cuando toda la administración y la mayoría de los comandantes militares prestaron juramento y lealtad a la infanta Isabel y su gobierno.


Primeros movimientos
El fracaso del levantamiento a favor de don Carlos cambió pronto el signo de las cosas. El gobierno ordenó al ejército acabar con las partidas sublevadas por toda España cual rebeldes o bandoleros. La dureza de las primeras medidas emitidas resultó en realidad en perjuicio de la causa isabelina, pues muchos de los leales a don Carlos contaban con gran ascendiente en partes enteras de España y sobre todo en las zonas rurales.


Tras algunas dudas iniciales, el movimiento legitimista cobró fuerza únicamente en Navarra y Vascongadas durante octubre de 1833. En el Reino de Valencia, como en tantos otros, las partidas, fracasado el levantamiento inicial, sin un plan alternativo, faltos de víveres, armas y municiones, quedaron en una situación muy precaria, y con las columnas del ejército en su persecución. Se ha de decir en su honor que la inmensa mayoría de los levantados ni se plantearon entregarse a las autoridades. Los jefes optaron por seguir las vías trilladas en espera de acontecimientos, y pusieron en práctica las mismas tácticas que habían empleado en la guerra de los agraviados (malcontents) de 1827, en la civil de 1820-1823 e incluso en la de la independencia: retirarse a los montes, allegar voluntarios y desde allí tratar de escapar y mantener ocupadas al máximo a las tropas del gobierno.


Este, fijada su atención en el frente norte, ordenó una recluta extraordinaria para enviar un poderoso ejército que le pusiera fin. En el resto del país ordenó a los gobernadores provinciales que se hiciesen cargo de las partidas, presuponiendo que al poco habrían de disolverse y considerándolas poco más que bandolerismo local.

El pronunciamiento de Morella
El sur de la provincia de Tarragona, el Bajo Aragón, el Maestrazgo y el interior de las provincias de Castellón y Valencia fueron las zonas más activas de los grupos carlistas. En el Maestrazgo el encargado de batirlas era el gobernador militar de Morella, coronel don Carlos de Victoria. Conocidas sus simpatías tradicionalistas, muchos le consideraban poco fiable, pero ciertamente había jurado fidelidad al gobierno y había hecho numerosas protestas de lealtad. Durante las primeras semanas de noviembre hizo salir a la mayoría de la guarnición, con la que no podía contar, con la excusa de enviarlos en persecución de las partidas. Una vez asegurada la tropa que quedaba, el coronel Carlos de Victoria proclamó solemnemente en la plaza de Armas del castillo de Morella a don Carlos como rey legítimo de las Españas el día 11 de noviembre. Tras hacer repetir la proclama por toda la ciudad se reunió con los principales de la localidad, creando una Junta gubernativa a imitación de las que se ocuparon de la administración de la España libre durante la ocupación napoleónica, compuesta de nobles, eclesiásticos y militares. La Junta nombró presidente a don Rafael Ram de Víu y Pueyo, barón de Hervés y conde de Samitier, y el noble con más ascendiente de la comarca. El coronel de Victoria le cedió asimismo el mando, al tener aquel una graduación (en la reserva) superior a la suya.

grabado contemporáneo con una vista de Morella
Era Morella por entonces una importante plaza en la equidistancia de los tres reinos de la antigua corona de Aragón. Situada a 24 leguas de Tortosa, tenía 6000 habitantes y era cabeza de un gran partido judicial que contaba 32 villas y 35 lugares (aún hoy en día tiene Morella el término municipal más grande del Reino), asimismo era la capital del distrito que había venido en conocerse como el Maestrazgo, derivado de la región medieval que tenía encomendado el Maestre de la Orden del Temple, por bien que la comarca en 1833 no tuviera exactamente los mismo límites que la original.
Pero sin duda lo que hacía su posesión valiosa era su estratégica posición y fácil defensa. Situada sobre un cerro solitario, rodeada de murallas y fosos construidos por los árabes y coronada por un castillo desde el que se dominaban los alrededores. Su difícil acceso le convertía en una plaza fácil de defender y difícil de tomar. Además, como guarnición poseía un arsenal, abundante munición y varios cañones que aliviarían en gran medida la penuria de medios de los alzados.
La estrategia del barón de Hervés fue la de conservar la ciudad y convertirla en un bastión sobre el que se podrían apoyar los movimientos de tropas legitimistas de Valencia y el sur de Aragón y Cataluña, contribuyendo a distraer tropas gubernamentales del norte y aliviar la persecución de las partidas en la zona. Asimismo, por supuesto, el golpe moral de la caída de una plaza importante en poder de los carlistas fuera del país vasconavarro aumentaría el prestigio de la Causa y animaría tal vez a otros gobernadores secretamente legitimistas y a muchos descontentos a alzarse. En resumen se trataba de aprovechar el valor de la plaza tanto desde el punto de vista estratégico como moral y de propaganda.
No obstante también había que cuidarse de levantar un ejército aprovechando los medios de que se disponían para ponerlo a disposición de las necesidades cuando el ejército gubernamental reaccionara. A tal efecto la Junta gubernativa expidió inmediatamente despachos a todas las localidades del Maestrazgo para que acudiesen inmediatamente a Morella todos los voluntarios realistas con las armas de que dispusieran, para ponerse a disposición de la Junta. Asimismo se ordenó a los alcaldes que se envieran juntamente a todos los mozos útiles, en lo que es el primer ejemplo de recluta no voluntaria entre los carlistas. Tales reclutas, como se demostró a lo largo de la guerra en el bando isabelino, terminaban siendo más perjudiciales que beneficiosas, pues los soldados forzosos, mal adiestrados y motivados, solían tener escaso valor militar y huir con facilidad ante el enemigo.
Hervés dispuso asimismo que se hiciera acopio de grano, cereales y trigo, así como todos los productos no perecederos que hubiese disponibles en las cercanías con la idea de poder resistir un largo cerco. Por último se expidieron mensajeros a las partidas dispersas que se hallaban por el país, con el objeto de que se incorporaran a la columna que ya se formaba en Morella. La Junta tenía necesidad de estos elementos, por su experiencia militar y su conocimiento del terreno. La relación no siempre sería buena: frente a la independencia, la anarquía y a la guerra de guerrillas que practicaron las partidas los políticos de Morella deseaban formar un ejército regular y disciplinado que se enfrentara de igual a igual a las tropas del gobierno. Los posteriores hechos militares y la falta de un Zumalacárregui en el reino de Valencia darían la razón a la estrategia de las partidas.
De momento Hervés y de Victoria dedicaron el mes de noviembre a adiestrar y armar a los voluntarios venidos espontáneamente no sólo de la comarca, sino de lugares más distantes que habían acudido al conocer el pronunciamiento de Morella. Entre ellos destacaremos a 72 voluntarios provenientes de Tortosa, de donde habían salido desterrados hacia Barcelona el día 12 de noviembre por orden del gobernador de Tortosa Manuel Bretón, acusados de simpatizar con la causa legitimista. Tras escapar lograron llegar sin novedad a Morella el día 15. Entre ellos se contaba un fraile novicio trinitario llamado Ramón Cabrera y Griñó, destinado a asociar inmortalmente su nombre al de la guerra en el Maestrazgo. De momento su carácter fogoso y su capacidad de leer y escribir, que pocos tenían, le valió ser nombrado cabo por la Junta y adscrito a un cuerpo de tiradores, con lo cual el religioso, de 26 años, comenzó a ejercitarse en las armas por primera vez en su vida. También acudieron a la ciudad varias de las partidas que operaban en las inmediaciones, siendo la más destacada la del prestigioso caudillo Manuel Carnicer, y personalidades importantes, como el comandante de los realistas de Líria, Vicente Gil.
Además del Alto Maestrazgo, otras partidas se movían por la Plana de Castellón y el bajo Maestrazgo: la de un jefe llamado “el Royo” dominaba el territorio entre Alcora y Villafranca. Los comandantes de voluntarios realistas de Torreblanca y Peñíscola levantaron una partida de 200 hombres que logró un raro triunfo al capturar al norte de Valencia un convoy de carabineros y apoderarse de un tesoro de 50.000 reales que custodiaban. Tras este éxito se retiraron al norte, dirigiéndose a las cuevas de Vinaroz, donde se unieron a la partida local de Cobarsi.

Ramón Cabrera, el Tigre del Maestrazgo, en un grabado de la época


Acción del Coll de Vallivana
El gobernador de Tortosa, Manuel Bretón, una vez conocida la desafección de Morella, fue nombrado por el ministerio como encargado de tomar la plaza y dispersar a los alzados. Tomó éste 600 hombres de la guarnición de la ciudad y se encaminó al Maestrazgo, con la promesa de recibir refuerzos que enviaban los capitanes generales de Cataluña y Valencia.
Enterado Hervés de la venida de una columna gubernamental tomó sus disposiciones. Primeramente reforzó las defensas de la ciudad, añadiendo obstáculos a los ya naturales del terreno hasta dejar únicamente una entrada a la que se accedía por una empinada cuesta, y que además estaba defendida por 4 cañones. El resto de cañones fue emplazado en diversas baterías que podían batir aquellos puestos desde donde el enemigo pudiera haber emplazado su propia artillería. Asimismo envió recados urgentes a las partidas que se movían por el campo con la orden de trasladarse inmediatamente para contribuir a la defensa de la ciudad.
No obstante, enterado de que la importancia del ejército tortosino era modesta y que no sería verdaderamente temible hasta incorporar los refuerzos, decidió Hervés salirle al encuentro antes de que pudiera enlazar con fuerzas de Aragón o Valencia. Para ello se trasladó el flamante ejército carlista a los lugares de Colomer y Coll de Vallivana. 100 infantes fueron destacados a Peñarroya, desde donde protegerían al grueso de las tropas. Otros 200 fueron encomendados para marchar por Valvanes y caer desde allí sobre la retaguardia enemiga.
Entretanto Bretón había llegado a Catí, donde recibió la ayuda de una columna dirigida por el gobernador de Cuenca, así como de otra columna del bajo Aragón dirigida por el mariscal de Campo Rafael Hore y el brigadier Sureda. Con estas seguridades avanzó el ejército liberal hasta las mismas puertas de Morella, con objeto de reconocer las defensas y proteger el despliegue de la artillería al mando de Sanmateo.
Advirtió entonces Bretón la celada que en el Coll de Vallivana le habían tendido los legitimistas. Comenzó entonces el tiroteo por parte de su ejército al que los carlistas, bien protegidos por su agreste posición, no respondieron. Una compañía de cazadores se lanzó a la carga con objeto de desalojar al enemigo de las alturas en las que se hallaba emplazado. Respondieron entonces los carlistas y se entabló un furioso escopeteo. Al mejor entrenamiento de los gubernamentales opusieron los defensores su ardor y buena situación. El intercambio de fuego, sin llegar al contacto directo, se prolongó durante largo rato, con suerte incierta y sin que unos ni otros parecieran cobrar ventaja, hasta que advirtió el alto mando legitimista que una sección del ejército liberal trataba de cortarles la retirada marchando campo a traviesa.
Hervés, tras reunirse de urgencia con sus jefes militares, decidió retirarse ordenadamente a la seguridad de la plaza fuerte de Morella. Desgraciadamente no era un experimentado ejército lo que mandaba, sino uno de bisoños. La retirada se convirtió prontamente en desbandada. Algunos hombres, provenientes de las partidas, regresaron a los montes en busca de los suyos. La mayoría se dirigió atropelladamente a la seguridad de los muros de la ciudad, dando la espalda al enemigo, que corrió en su persecución.
Destacó entonces, por primera vez, el cabo Cabrera. Tras una huída inicial como todos (que él mismo, en sus memorias confesaría causada por “ser la primera vez que oía silbar las balas”) se sobrepuso al pánico y, dando muestras de gran valor, reunió y alentó a varios dispersos. Improvisó una sección de fusileros que disparó sobre los perseguidores, obligándoles a ponerse a cubierto. De esa forma logró proteger la retirada de los últimos combatientes carlistas, a los que seguramente salvó la vida. Finalmente se retiró a la ciudad, sin dejar de disparar y dar la cara al enemigo hasta el último instante. Por esta acción el barón de Hervás le ascendió a sargento. Primera acción conocida en la amplia y brillante historia militar del Tigre del Maestrazgo.


El sitio de Morella
Bretón sitió inmediatamente la ciudad y comenzó a batir con su artillería la muralla, causando algunas brechas. El cerco que se estableció fue completo y los cañones de los sitiados respondieron al fuego enemigo, pero con notoria inferioridad.


Aparentemente el comandante carlista sufrió entonces un profundo desaliento. Las piezas de artillería gubernamentales disminuían el valor de las murallas medievales y podían provocar un asalto más temprano de lo que había calculado. Tras la acción del Coll de Vallivana había llegado al convencimiento de que sus voluntarios bisoños y mal entrenados no eran rival para el ejército regular. Por otra parte incluso pudiendo sostener un sitio prolongado, la llegada de nuevas tropas enemigas volvería su situación insostenible. La esperada insurrección en Aragón y Valencia no se producía, el gobierno parecía ir controlando la situación. El bastión se convertiría en ratonera y su ejército, que podría ser valioso a don Carlos en mejor localización, estaría sentenciado. Tras reunir a la Junta les expuso su parecer y escuchó las opiniones de sus miembros, llegando a la conclusión de que era preferible evacuar la plaza en dirección al bajo Aragón, con la intención de unirse a las partidas que allí operaban, entre las que destacaba la de Nicolás Mestre en las inmediaciones de Cantavieja, con 100 jinetes. El nuevo plan del barón era foguear a sus tropas en combates de guerrilla, hasta conseguir un ejército experimentado y capaz de enfrentarse a los militares, quedando a disposición de lo que el rey mandase, bien dirigirse al norte a unirse a las tropas de Cataluña, bien formar un ejército en el centro, bien permanecer en el Maestrazgo operando en forma de partidas para distraer efectivos gubernamentales de otros frentes, retomando así la idea original que había trazado tras el pronunciamiento.
Tomada la decisión se determinó abandonar Morella al abrigo de la oscuridad, lo cual se llevó al efecto la noche del 7 de diciembre, en la que salió toda la Junta con sus familias, el estado mayor y destacados miembros del partido legitimista, junto a 1200 soldados con pertechos militares, bastimentos y víveres. La comitiva rompió el cerco liberal y tomó la carretera del norte que conducía a Calanda con tal sigilo (siendo la única acción afortunada de la desgraciada campaña) que Bretón, en la mañana del 8, ordenó continuar el bombardeo sobre la ya desguarnecida ciudad, no cesando este hasta que las avanzadas sitiadoras oyeron los gritos y “vivas a la reina” que provenían del interior. Posteriormente se abrieron las puertas y el ejército del gobernador de Tortosa hizo ondear de nuevo el pabellón de Isabel en el castillo morellano.

Tipo del Maestrazgo, por Puig Roda


Acción de Calanda
Pronto fue avistada la columna legitimista en marcha hacia el norte, e informado Bretón, dejó guarnición en Morella y se lanzó en su persecución, enviando despachos a todas las columnas que combatían a las partidas carlistas en las cercanías, informándoles de lo acontecido y ordenándoles bien incorporársele, bien tratar de interceptar a los fugados. Una de estas fue la del coronel Linares, que operaba en las cercanías de Cantavieja y que, al recibir las órdenes, y conociendo que los carlistas se dirigían a Calanda, optó por adelantárseles y cortarles la retirada pese a hallarse en inferioridad numérica, lo cual logró el 9 de diciembre. Hervés, con el nuevo enemigo por delante y el ejército de Bretón a los alcances, no tuvo más remedio que aceptar el combate.


En la amanecida del 10 de diciembre se percataron los hombres de Hervés, ya en las cercanías de Calanda, del avance de los liberales de Linares y dispuso su comandante a sus 1200 hombres tras el parapeto que ofrecía una larga cerca que iba desde el pueblo hasta la ermita de Santa Bárbara, la cual, algo adelantada, se convirtió en improvisado fortín y aviso. Linares disponía de 800 infantes, entre los que destacaban los pertenecientes a la primera y segunda compañía del segundo batallón del tercer regimiento de granaderos de la guardia real de infantería, que situó en vanguardia y que constituían lo mejor de su columna. El resto, voluntarios liberales locales, urbanos e irregulares, fueron dispuestos en guerrilla a ambas alas de la formación para hostigar las alas legitimistas. El coronel marchó por el centro, junto a 27 jinetes del regimiento de Borbón.


Tras dar los carlistas el alto y ser respondidos a tiros, se inició el furioso combate. Los carlistas lograron muchos blancos con certero tiro y los granaderos liberales, enardecidos al ver sus bajas, cargaron a la bayoneta sobre la ermita, principal punto de resistencia enemiga. Los morellanos se retiraron y la primera compañía tomó el fortín, siendo enseguida reforzada y apoyada por la segunda.


Se instaló entonces la línea liberal en frente de la larga tapia, iniciándose un furioso fuego de fusilería por ambas parte, sin que ninguna de ambas cediera. El propio Linares, con 200 hombres, marchó en columna cerrada sobre el flanco derecho de la línea carlista con intención de romper por allí el frente, sin que bastasen a detenerlos las repetidas descargas de los defensores. Tras tres cuartos de hora de encarnizado combate los legitimistas abandonaron sus defensas y huyeron sin orden ni cordura. La caballería de Borbón inició entonces su persecución, acabando con los últimos resistentes. Perdieron ese día los carlistas 50 hombres, muchos otros heridos y 18 fueron hechos prisioneros, entre ellos la esposa, tres hijas y criados del propio barón de Hervés. No obstante el valor de los legitimistas se cobró 100 bajas entre el ejército gubernamental, y si hubiesen atendido los liberales a estos hechos en vez de fiar únicamente en las iniciales victorias hubiesen podido calibrar el peligro que encerraba el valor de los novatos pero bravos realistas del Maestrazgo.


La columna morellana, no obstante, se deshizo, pese a los vanos intentos de su comandante para animarles. Su fracaso y la noticia de la prisión de su familia terminó de hundir a Hervés. La mayoría de los legitimistas huyó a sus casas esperando la indulgencia de los vencedores, otros se escondieron en casas de amigos en espera de una oportunidad y el resto se unió a las diversas columnas que operaban en la zona. El sargento Cabrera logró reunir a 20 leales con los que marchó a los montes. El barón, con 3 o 4 allegados entre los que estaba don Vicente Gil, trató de incorporarse a alguna de las partidas más cercanas pero, escondidos en el mas de Barberizas, fueron todos descubiertos y capturados, siendo trasladados a Teruel. El coronel don Carlos de Victoria, también huido, fue capturado cerca de Villamalefa, acusado de traición y fusilado el día 29 de diciembre.

Grabado contemporáneo con una vista de Cantavieja y el río Forcall
Bretón llegó al poco de la victoria de Linares, a tiempo a dispersar a la partida montada de Mestre, que no obstante logró huir y con el tiempo reconstruirla. Pese a que el gobierno consideró tras esta acción que el carlismo había quedado dominado en Valencia y Aragón la situación regresó en realidad al mismo cariz que al inicio del levantamiento: muchos carlistas habían caído en Morella y Calanda, y muchas partidas dispersadas, pero por cada caído se levantaban 10 agraviados, y por cada partida dispersaba medraban dos. Numerosas partidas siguieron operando en el Bajo Aragón, el Maestrazgo, la Plana, el interior de Valencia, Játiva (donde fue fusilado el jefe de las partidas de Valencia Mangraner, que había mantenido en jaque a las tropas cristinas) y hasta Orihuela y Murcia. Las zonas rurales eran un hervidero de huestes, formadas por voluntarios realistas, agraviados y aventureros, que hostigaban continuamente las comunicaciones y a las tropas del gobierno.


Don Rafael Ram de Víu, barón de Hervás y primer jefe del movimiento de apoyo al legítimo rey en el Maestrazgo fue fusilado en Teruel el día 12 de enero de 1834 junto a don Vicente Gil, dos meses exactos después de que la Junta gubernativa de Morella se pronunciara por don Carlos V. No pasarían muchos meses antes de que algunos de sus subordinados, ya convertidos en cabecillas, honraran su memoria reconquistando la ciudad y convirtiendo el Maestrazgo en martirio, tumba y pesadilla para los liberales durante muchos años.