Son nuestras las Notas a pie de página, salvo que se indique expresamente lo contrario.
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Fuente: Punta Europa, Número 62, Febrero 1961, páginas 112 a 123.
NEGACIÓN Y DEFENSA DEL 18 DE JULIO COMO CRUZADA
(HISTORIA DE UNA POLÉMICA OLVIDADA)
Por JAVIER MARÍA PASCUAL
En abril de 1941, cuando la Europa que no levanta el puño levanta el brazo, o las piernas para correr, España siente el vértigo de la infiltración: por vez primera es negado el carácter de Cruzada de nuestra guerra, desde las nuevas trincheras doctrinales.
Este hecho, trascendental en el orden de las ideas, dio origen a una encendida polémica periodística que he creído oportuno rescatar de la hemeroteca.
La disputa, que no diálogo, tuvo por protagonistas a Pedro Laín, patrón de “Escorial”; Fermín Yzurdiaga y Ángel María Pascual, erigidos en airados arcángeles de la ortodoxia desde su provinciano e imperial “Arriba España”; y a los editorialistas de “Arriba”, que ordenaron el punto final.
Veamos:
“Escorial” ataca
En el número 6 de “Escorial”, correspondiente al mes de abril de 1941, y en sus páginas 159 y 160, se insertó una nota bibliográfica a un envío de cuadernos para la “Historia de la Cruzada”.
Allí, de pasada, pero con toda claridad, se afirmaba como un “error peligroso” el bautismo del Alzamiento como “Cruzada”.
La nota, íntegra, dice:
«Siguen llegando a nuestras manos cuadernos y más cuadernos de esta ambiciosa publicación, de la que –a su anuncio– esperábamos obra definitiva –por el documento y el juicio– para la valoración histórica de nuestra guerra.
Independientemente del peligroso error del título –hay que cuidar lo que cada cosa significa, y, en rigor, creemos que no es el de “Cruzada” el nombre de nuestra guerra, aunque en tan buena parte fuera librada por razones religiosas–, la obra de que tratamos no pasa de ser un almacén de datos y anécdotas entramados con frívola provisionalidad periodística, sin pulcritud científica y con muy vacilante sentido político.
Es, sin duda, estimable el esfuerzo, y los cuadernos gozan justamente de aceptación popular. Pero tanto esfuerzo acumulado, tantos medios y materiales puestos en juego, nos daban derecho a esperar un resultado más grave y más definitivo. Y, evidentemente, Ediciones Españolas –a pesar de su buen servicio– no conseguirá evitar que sea preciso pasar de nuevo –con el rigor debido– sobre el terreno».
Contesta “Arriba España”
La respuesta, si bien se hace esperar, llega precisa y contundente. Yzurdiaga y Pascual, desde Pamplona, desde el púlpito-trinchera del primer diario de la Falange, escriben el domingo 18 de enero de 1942 “Nuestro sesenta y ocho editorial contra los intelectuales y el 98”.
Por su valor documental, lo extractamos extensamente:
«Vemos con agrado a un sector de la prensa nacional –“Diario de Navarra”, “Diario Regional” y “Gaceta del Norte”– que inician valientemente una campaña sobre el tremendo peligro de los llamados “intelectuales” del viejo régimen demoliberal-comunista, cuya impúdica y reiterada presencia está copando los más altos y preciosos instrumentos de la cultura popular española.
Y nos consuela semejante actitud porque este PRIMER DIARIO DE LA FALANGE [1] tomó, desde su nacimiento, la honrosa tarea de guerrear, en la línea más adelantada, por la ortodoxia católica, cultural y falangista del nuevo espíritu, que debe informar todas las instituciones patrias de la Revolución. Ayer mismo, condenamos aquí a los peligrosos científicos de la Revolución, porque la deforman, la enfrían y la encarcelan en el esteticismo teorizante de una desatada palabrería: y nuestro editorial de ayer –conste así– hace el número SESENTA Y OCHO entre los dedicados a tema tan fundamental, grave y urgente. Hemos escrito en todos los tonos; hemos dado nombres, razones y pistas para que CONSTARA CLARAMENTE LA VERDADERA ACTITUD DE LA FALANGE, QUE LES RECHAZA SIN EXPLICACIONES NI CONTEMPLACIONES. No es, por fortuna, nuestra actitud solitaria. Cada uno de esos editoriales fue reproducido y comentado por los periódicos del Movimiento, dejando que la excepción se cobijara en las turbias covachuelas y en las tertulias de Madrid, que va a ser necesario quemar con el fuego de una inquisición saludable, violenta y definitiva, que ponga, en seguro, el derecho de todos los españoles, y el de las clases populares, más sagrado aún, de no verse envenenadas y sorprendidas sobre los problemas que tocan más directamente a la verdad y la esencia de la Nueva España.
Si alguno cargó con las iras, los desprecios, las burlas de esos intelectuales, y ante la vergonzosa etapa republicana, fue precisamente la Falange –nuestra manera de ser, nuestra Doctrina, nuestros escritores–, que han enmudecido hoy, desplazados acaso de voluntad, ante el sacrílego jolgorio literario de la hora. ¿Qué tienen que decirnos hoy los genuinos camaradas escuadristas del espíritu, cuando Baroja, Azorín y Concha Espina –pongamos esta tripleta, y ya es demasiado– entran y salen fuera ufanamente, y azacanean y escriben en las mismas columnas falangistas sobre “nuestro José Antonio”?».
«El castigo de esta dispersión espiritual se explicaría aún si hubiéramos cometido el tremendo pecado satánico de Babel, pero es sencillamente intolerable que el vocerío, traidor a nuestra “manera de ser” verdadera, ahogue las voces conductoras y genuinas después de una Cruzada, ejemplar en heroísmos y en victorias. Damos como temperatura del clima perverso, esto que se pudo publicar en la revista “Escorial”: “Hay que cuidar lo que cada cosa significa, y, en rigor, creemos que es el de ‘Cruzada’ el nombre de nuestra guerra”. Añadiendo, antes, que el titular “Cruzada Española” es un “error peligroso”. (Número 6, páginas 159 y 160)».
«Pues no cabe opción. Si de esta manera se juzga el sacrificio de toda nuestra generación valerosa, tendremos que definir su unánime y alto martirio “como ese suicidio colectivo” a que se refirió en Andújar nuestro gran camarada Arrese.
Pues bien: porque venimos obligados a “cuidar lo que cada cosa significa”, con el más valiente y decidido ardor, denunciamos y reprobamos todas estas raíces institucionistas [A], liberales, marxistas, ateas, orteguianas, antiespañolas, que se han injertado en el corazón de la Falange, en las cátedras universitarias, en las revistas, libros y periódicos [2]. Negando a nuestra Cruzada su esencia, sus razones y sus ambiciones espirituales, la Historia, implacable, daría la razón a la pandilla de la “Tercera España” –a los Ortega, Marañón, Ossorio, Bergamín, “Cruz y Raya” y “Revista de Occidente”–; pero nuestra ciega y apasionada lealtad al invicto Caudillo, nos obliga a creer que él se ha hecho responsable de nuestra Causa, ante Dios y ante la Historia, porque tuvo una conciencia recta y clara, una conducta sin mancilla, un nombre y una vida, que le hará lucir por siglos, como Primer Soldado de nuestra cristiana Cruzada civilizadora y vencedor de la moderna barbarie comunista».
«Basta. Basta de mentiras y de autobombos, de complacencias criminales y de memeces. Que no se trata de una moda o pasatiempo literario, sino de algo tan querido y fundamental como España y la herencia de nuestros muertos.
Se inventan razones especiosas, como ésta muy prodigada por ahí: “es preciso integrar a todos los intelectuales, para que las gentes de fuera puedan ver cómo están con nosotros”.
Salimos al paso de semejante piedad laica cuando aún tronaban los cañones, y dijimos que era mejor estar solos que mal acompañados: entonces, indecisa la guerra, con frentes diplomáticos internacionales, aún aparentaría el aserto alguna conveniencia; pero hoy, no».
«Es posible que los espectadores de fuera sufran, como nosotros, una dolorosa desilusión al ver el pensamiento y el estilo nuevos de España en las mismas manos que abrieron la negra tumba de su ruina. Para los engañados por la ignorancia –esa zona extensa de nuestro pueblo– hemos tenido los ojos cerrados y patente la ternura del corazón. Pero los responsables directos –los “intelectuales”– no pueden volver a regir, ni a influir, los rumbos culturales de nuestra generación. ¿Qué muestras públicas –rectificaciones– han dado de conversión sincera? Sabemos quién se ríe por dentro y quién se negó a profesar su Juramento ante la Cruz para su ingreso en el Instituto de España… [3] [B].
¿Será ilícito o ilógico pensar que los “institucionistas”, los masones, las Terceras Españas, no se regodeen de gusto, ante la anchura de los cedazos, ante su “gente colocada”?».
«No hemos intervenido –por fidelidad a nuestro estilo falangista– en esa zarabanda de encuestas, “visitas” y bullangas que hace meses acuden por diarios y revistas en torno a la “generación del 98”. Aseguramos que toda esta fiesta –hasta con sus pullas y enfados– está bien preparada y ensayada. No nos interesa el 98: lo maldecimos sin que nadie intente justificar este nombre, aquel atisbo de España, con distinciones mentecatas. Abajo el 98, todo su clima, su mal espíritu, su imborrable traición a las esencias españolas.
¿No queremos anudar nuestro futuro y nuestro presente con la España eterna y verdadera, con su destino de Unidad universal?... Pues esa España sólo tiene este nombre: Imperio; y un apellido: Tradición católica misionera».
«Ha pasado demasiado tiempo desde que dimos nuestra primera voz estremecida y dolorida. Durante él, un Madrid frívolo, injusto con el resto de la Patria, deshonesto y festivo –ese Madrid conminado por la tremenda voz de Serrano Suñer–, ha vuelto a entronizar con arrumacos castizos, con una “sabia” comprensión e indulgencia, los que prepararon intelectualmente el horror y la barbarie de las checas, el bandidaje de las “sacas”, la zafia garrulería socialista y comunista. Y es que todos se tienen mucho que perdonar.
Es hora de tertulias, de cine-clubs, de ensayismo a todo pasto, de autobombos, de saloncillos, de un “isabelismo” más político que suntuario, de lo barroco impenitente, del dígame usted y no me diga, y, como santo y seña, una vuelta frenética –porque vuelva la rueda de los Crepúsculos en los cementerios [C], de Larra y de Ganivet, éste para los iniciados en el heideggerismo–, y el fin…
¡No! No llegará ese fin., si las voces seguras de Serrano y Arrese, y las plumas de los camaradas familiares, y la seria hombría de los españoles, que vivimos, amamos y sufrimos por toda la soledad provinciana, y los brazos de nuestra juventud eterna, dicen empeñadamente, decididamente, una palabra, que ya dijo Mussolini, con su misma intención, con igual eficacia: ¡Basta!».
“Lección para Madrid”
Durante unos días, “Arriba España” guarda silencio. Silencio que sólo interrumpe para dejar caer en el editorial del jueves 29 de enero –“Lección para Madrid”– las siguientes palabras:
«La Cruzada –¡con qué indecible regusto repetimos, hoy precisamente, la verdadera definición de nuestro Alzamiento, porque también desde Madrid se lanza el “entredicho científico” a lo que fue sacra dedicación, inmolación generosa de martirio!–, la Cruzada, decimos, llevó con el laurel de unas Banderas teñidas de intemperie provinciana el signo de que había terminado la farsa del madrileñismo…».
Carta de Pedro Laín
En el intervalo entre el editorial de “Arriba España” del 18 de enero y el del domingo 8 de febrero, Pedro Laín escribió una carta-contestación, haciendo enteramente suya la postura de “Escorial” –cuya nota bibliográfica carecía de firma [D]–; carta que, aunque particular y personal, fue editada y repartida por Madrid.
Y el 8 de febrero, “Arriba España” pronuncia su “Última palabra sobre ‘Cruzada Española’”:
«Pedro Laín Entralgo -subdirector de la revista “Escorial”– nos ha enviado una carta con motivo de nuestro último editorial sobre los intelectuales y el 98. Hemos querido que reposara algo la respuesta para ganar altura y para desnudarnos enteramente de intenciones, pasiones o vindictas personales, ya que el callar recto aumenta la fortaleza de la verdad, y añade irrefutables razones a la razón propia.
Sí: tenemos toda la razón falangista al defender el bautismo de “Cruzada Española” como calificación sustantiva de nuestra guerra, y al denunciar el grave peligro de los que –como Pedro Laín– pretenden, con refinada codicia maritainiana e intelectualoide, cortar la ambición del vuelo, la sacra intencionalidad espiritualista y la única razón poderosa que puede justificar el Alzamiento, con todo su dolor y su gozo, ante la justicia de la Historia.
Hemos visto esta carta –particular y personal– editada y repartida por Madrid. Y por ello damos nuestra réplica públicamente, antes de consentir con la subterránea “política de ciclostile”, nefanda y antifalangista, porque denuncia en el fondo la rebeldía de un espíritu liberal, o el desacato al orden establecido sobre emisión de pensamiento, que garantiza los fueros constructivos de la crítica literaria».
«Nos dice Pedro Laín:
“Estoy dispuesto a demostrar con buenas razones –no sólo con retórica, como el desconocido editorialista de ‘Arriba España’– que ha habido un ‘peligroso error’ en ese desenfreno pseudofalangista, empeñado en volcar oratoriamente sobre nuestro Alzamiento, tan glorioso y tan justo sin necesidad de falsos ringos rangos, apellidos carentes de adecuación: el de Cruzada, por ejemplo. Es más: estoy seguro que con nosotros está también la Santa Sede… y desde luego estarían José Antonio y Ramiro Ledesma, nuestros dos Fundadores”.
Insiste Pedro Laín ahora, como antes desde las páginas de “Escorial”, en calificar de “error peligroso” la definición de Cruzada, juzgando semejante actitud como “retórica, oratoria pseudofalangista, desenfrenada, falso ringo rango y apellido carente de adecuación”. ¡Demasiadas cosas, demasiado zumo biliar o sanguino, para quien se ufane de poseer la verdad y las razones de la verdad! Porque en ese párrafo, Pedro Laín Entralgo tapa su tremenda y audaz mentira, el matute de un complejo maritainiano, precisamente con un montón de escoria retórica. Vea qué sencillo es nuestro argumento».
«La Falange se edifica y descansa sobre un principio esencial: el de la Jerarquía. Ha tenido un Jefe Fundador, José Antonio; y un Jefe indiscutible hoy, nuestro Caudillo. Al Jefe, dentro de la ortodoxia falangista, por el imperativo enorme de la “unidad de mando”, le compete crear y vigilar la pureza de la Doctrina, junto con la dirección política, militar y totalitaria del “ser” y de la “manera de ser” de nuestro Movimiento. Nadie puede discutir al Jefe, por mucha ciencia o vanidad que se estime poseer, en todas y cada una de las decisiones.
Pedro Laín invoca a José Antonio para negar al Alzamiento su esencia de Cruzada: pues nosotros, precisamente, vamos a probar toda la verdad de nuestra actitud con palabras de José Antonio y del Caudillo.
Nosotros, “pseudofalangistas, retóricos, oratorios, desenfrenados, desconocedores –según Pedro Laín– de la Doctrina Joseantoniana, sabemos que UNA SOLA VEZ se refirió éste, y de la única manera augural y vaticinadora de que podía referirse, a la contienda del año 36. En el Discurso del Cine Madrid, 17 de noviembre de 1935, dijo:
“En esta hora solemne, me atrevo a formular un vaticinio: la próxima lucha, que acaso no sea electoral, que acaso sea más dramática que las luchas electorales, no se planteará alrededor de los valores caducos, que se llaman derechas e izquierdas: se planteará entre el frente asiático, torvo, amenazador de la revolución rusa en su traducción española, y el frente nacional de la generación nuestra, en línea de combate”.
No forzaremos la exégesis. José Antonio habla de dos generaciones en línea de combate. Podía haber empleado la palabra “guerra” para definir este choque gigante, porque en la arquitectura cultural de José Antonio, aquella Gran Guerra del año Catorce definía muchos valores de espiritualidad, de cultura y de política: no la empleó, sin embargo. La misma vaga grandeza de los términos nos descubre sencillamente, sin contorsiones, que él intuyó otras medidas para la catástrofe, otro contenido y destino, sobre todo, para ese choque entre DOS GENERACIONES, entre DOS CULTURAS, la nuestra CRISTIANA contra la atea de la revolución comunista.
Las Cruzadas nacieron en la Historia con el designio de “salvar los Santos Lugares”, de “liberar a la religión cristiana de sus enemigos”, turcos, mahometanos, etc. Nuestro destino falangista, en la mente del Fundador, consistía “en la empresa de salvar lo espiritual”, lo que en nuestros días llamaríamos los Santos Lugares de la Fe; y así nos dejó la ordenanza terminante:
“No hay quien salve lo material; lo importante es que la catástrofe de lo material no arrastre también VALORES ESENCIALES DEL ESPÍRITU. Y esto es lo que queremos salvar nosotros, cueste lo que cueste, aun a trueque del sacrificio de todas las ventajas económicas. Bien valen éstas la gloria de que España, la nuestra, detenga la definitiva invasión de los bárbaros”.
Cruzada Española contra la barbarie hemos llamado nosotros al Alzamiento: y vea Pedro Laín, sin atolondramientos, que nos ajustamos a la Doctrina de José Antonio. No pudo ver él las tremendas dimensiones, en la escala augusta del martirio y del heroísmo, que alcanzó el choque augurado de las dos generaciones, pero sí creemos que, con todo su rigor intelectual, su alma ardiente, su finura de espíritu, no hubiera vacilado en consagrar el nombre de “Cruzada” aquel 18 de julio de 1936. Claro que Pedro Laín, “profesando” –en su doble sentido de militar una idea o explicar una cátedra– ciertas lecciones en aquellos Cursos organizados por D. Ángel Herrera en el Cántabro de Santander [E], con franquía de pasaportes intelectuales, y lo que vino después, tenía que negar dimensiones, contenido y destino a lo que, en la conciencia nacional, quedó ya grabado indiscutiblemente como algo más que una militarada o una sucia guerra civil por móviles de bandería política».
«Después de José Antonio, no cabe más que la voz suma y el Mando del Caudillo. Personalmente llevó él las tácticas geniales de las batallas, coronadas por el más alto triunfo, al mismo tiempo que regía los problemas políticos en la gobernación entera del Estado, y DEFINÍA en sus discursos la Doctrina y las bases del Orden Nuevo para una España resurgida. No creemos que Pedro Laín oponga “sabios” reparos a esta primera premisa de nuestro silogismo. La segunda, nos enseña que el invicto Caudillo definió siempre al Alzamiento como una verdadera Cruzada, sabiendo “lo que cada cosa significa” según exige la ortodoxia de “Escorial”.
Probamos esta otra verdad, incluyendo aquí una selección de testimonios, tomados de sus discursos y de las declaraciones formuladas ante el mundo entero, a través de agencias y periódicos extranjeros. Oigamos la voz del Caudillo:
“Estamos ante una guerra que reviste cada día más el carácter de Cruzada, de grandiosidad histórica, de lucha trascendental de pueblos y civilizaciones” (18 de abril de 1937, nada menos que en el trascendental Discurso de la Unificación).
“Desde el primer momento tuvo la Cruzada Nacional el rango que le correspondía” (18 de julio de 1937).
“Pecan y yerran por igual los que animan en torno de la Cruzada ansias restauradoras de privilegios y abusos” (19 de abril de 1938).
“Por lo general no se comprende –se refiere a las democracias de la “Mediación” y de la “Tercera España” de Maritain, tome buena cuenta Pedro Laín– que estamos empeñados contra el comunismo. Pero Rusia sí lo ha visto” (7 de agosto de 1937).
Y en su último viaje triunfal por Cataluña, hace muy pocos días, los mismos en que Pedro Laín nos dirigía una carta pública, en la que califica de “error peligroso” bautizar al Alzamiento como Cruzada, decía nuestro glorioso Caudillo en Montserrat:
“Nuestra Cruzada demostró que tenemos el Jefe y el Ejército”.
Existe, pues, una rigurosa continuidad en el pensamiento del Caudillo, que no usa la palabra, sino que la “sustancia” de todas las notas y rasgos vivos que integran la más perfecta definición».
«Pues bien: la consecuencia legítima de estas dos premisas se formula así: si Pedro Laín nos anatematiza de oratorios, retóricos, desenfrenados, pseudofalangistas, por defender el “error peligroso” de llamar “Cruzada” al Alzamiento, también estas definiciones y la doctrina de nuestro glorioso Caudillo y Jefe Nacional de Falange serán oratorias, retóricas, desenfrenadas, pseudofalangistas.
En este punto, nos quema la sangre de una lealtad fidelísima al Caudillo y a la Falange, y gritamos toda la santa ira de nuestro ¡BASTA!.
¡BASTA de traiciones al Caudillo, a la Falange y a los Muertos! No queremos las importaciones sin control de la cultura extranjera –fría, nebulosa y peligrosa, retorcida y aconfesional– para injertarla en esta alma sencilla y creyente de España, que dio su tremenda capitanía del pensamiento al mundo, y el sedimento perenne de su fe y de sus obras a la conciencia universal.
¡BASTA de tertulias literarias, y de minorías irónicas, dedicadas a crearnos el “problema de la angustia de la cultura” [F] para que naufrague nuestra ardorosa fe del carbonero, nuestro destino militante y entusiasmado!».
«“¡Arriba la Fe!”, gritamos con el entrañable Giménez Caballero, que, genialmente, como siempre, acaba de formular esta ley española: “Cuando se incrementa la vida literaria, la muerte nacional está a las puertas”. Y contra eso íbamos nosotros e iremos. Contra el contubernio literario pseudocientífico de Madrid, donde se da cita parnasiana todo lo averiado, peligroso, increyente, memo y estúpido, en una rueda de autobombos y zancadillas, de mangoneo y galleo, que debe terminar, porque esta última palabra nuestra ha sacado una rigurosa y legítima consecuencia que es alerta, estremecido y elocuente índice de hacia dónde se nos intenta llevar».
«Por último, Pedro Laín invoca, para su resguardo, a la Santa Sede, apoyándose en un reciente editorial de “L´Osservatore Romano”. Nosotros transcribimos el párrafo donde únicamente puede apoyarse Pedro Laín, que dice así:
“Es preciso retroceder hasta El Escorial, hasta Versalles, hasta la Revolución, para venir al liberalismo, al antiliberalismo, al Estado agnóstico, al Estado “ético”. Se parte de las monarquías católicas; precisamente de ellas. Se comienza con Felipe II, al cual le parecía que los Papas no eran bastante solícitos en la defensa de la verdad, si ésta redundaba en ventaja de la supremacía política de España. Cuando el viaje debía ser más largo y fatigoso, y los Papas no se prestaban a ser galeotes de las invencibles armadas, entonces el peligro de la ortodoxia atormentaba los escrúpulos del Rey y la Inquisición de España pasaba delante de la Inquisición de Roma en el protocolo de la vida religiosa con la misma rigidez de la Corte”.
No olvidamos nosotros que una cosa es la Santa Sede y otra “L´Osservatore Romano”, como lo han declarado varios Romanos Pontífices, ya que este diario no pasa de ser un órgano oficioso y político. Pero, sin embargo, por mucho diltheyanismo que quiera echarle Pedro Laín al párrafo precedente, no podrá probarnos nunca que la Historia eclesiástica negara el título de “Cruzada” a la gesta de Lepanto; ni que de ese párrafo se pueda seguir legítimamente, a través de un silogismo de cuatro siglos, que nuestro Alzamiento no fue una Cruzada católica, con sus mártires, para vencer la herejía y la barbarie comunista de Moscú».
«Terminaremos con unos breves escolios, manera más adecuada para finar un diálogo con Pedro Laín.
Primero: hemos usado intencionadamente los argumentos de autoridad para certificar que nuestro falangismo es verdadero: nuestros Jefes Nacionales han dicho su palabra, y basta. A nosotros nos toca callar, asentir lealmente y obedecer.
Segundo: Un análisis del núcleo filosófico histórico sobre el tema, a fondo, nos llevaría a idénticas conclusiones, porque la verdad es una, so pena de que, al despojar a nuestro Alzamiento de su carácter de “Cruzada”, diéramos la razón a los rojos, a las democracias internacionales, a la “Tercera España” [G] de los Ossorio, Marañón, Bergamín, Ortega y Gasset, Maritain y el Deán de Canterbury, que la estimaron como guerra civil o como una militarada de tipo policial revolucionario, sin grandeza ni surco en la Historia.
Tercero: este escolio sea de caridad y de escarmiento a Laín. Acaso el fruto más decisivo de la Cruzada se cifra en reencontrar la vocación eterna de España con la vocación individual de cada uno de los españoles. Vivimos avisados del “marañonear” de ciertas gentes, que lo mismo escriben un soneto, que ensayan filosofía divina y humana, que curan locos y sermonean “paulinamente”; y todo esto desde una ufana tarima profesional, abstrusa y a izquierdas el lenguaje, que no a derechas, con la limpia cara castellana que tiene nuestro decir universo.
Cada uno de los españoles vamos a meternos, en serio, dentro de la rigurosa disciplina de nuestra propia vocación y misión. Así, deje usted, Pedro Laín Entralgo, sus citas paulinas a los Sacerdotes que pueden interpretarlas con la veracidad y oportunidad que les presta su sagrado carácter; y la Poesía a los poetas; y la Filosofía a los filósofos; y la Historia a los historiadores. Quédese usted con el alto y noble ministerio de curar. Y a nosotros déjenos la Falange, por la que mucho antes que usted, desde los días difíciles de su nacimiento, llevamos en la carne y en el espíritu muchas cicatrices por su servicio y para su mayor gloria».
Último argumento
El jueves 19 de febrero de 1942, “Arriba España”, de Pamplona, publicaba en lugar preferente de su primera página el siguiente recuadro, con el Punto Noveno de la Falange [H]:
«Cruzada.
JOSÉ ANTONIO DIJO:
IX.– LA CONDUCTA.– Esto es lo que quiere Falange Española. Para conseguirlo llama a una CRUZADA a cuantos españoles quieran el resurgimiento de una España grande, libre, justa y genuina. Los que lleguen a esa CRUZADA, habrán de aprestar el espíritu para el servicio y para el sacrificio».
Tercia “Arriba”
Llegada la polémica a este punto, tercia “Arriba” imponiendo jerárquicamente silencio y adhiriéndose, desde el título del editorial –“Cruzada”– hasta su última palabra, a la postura del primer diario de la Falange. Era el 20 de febrero de 1942.
Veamos:
«Enhebrar el vigor falangista en ociosos bizantinismos dialécticos nos parece tarea excesivamente menuda para la misión que nos incumbe como seres actuales, como hombres de quienes el tiempo reclama algo más que un virtuosismo verbal, en el cual la expresión supere al auténtico pensamiento. Y todavía es mucho más sensible el ver cernerse la polémica sobre conceptos tan equilibrados por la reciente historia española, que tienen ya en la Falange categoría de símbolo».
«Cabe exigir, en nombre de la más elemental disciplina, el silencio y la devoción hacia cuestiones que, por haber estado en la ilusión de los héroes muertos y en la conciencia general de nuestra empresa, han adquirido en la palabra definidora del Mando una categoría suficiente para clavarse como axioma de todo examen político.
Hemos escrito para la Historia una cierta y sacrosanta Cruzada, y la voz del pueblo, que calificó de ese modo su más alta y reciente epopeya, no podía engañarse, porque el alma colectiva de los pueblos es la definidora por esencia de sus hechos y de sus virtudes.
Escribimos estas reflexiones porque tememos que, al socaire de los defensores acérrimos de una terminología intangible, intenten prosperar los que aprovechan toda coyuntura para flanquear a nuestro estilo. El punto final se impone por razones de disciplina, de oportunidad política y de doctrina falangista».
«Reivindicamos para el falangismo el concepto de “Cruzada” porque es el que conviene de una manera especial al resurgimiento y primacía de lo espiritual, que nuestra generación ha reclamado “manu militari”. Nos parece reducido y distante de nuestro impulso el concepto de “guerra”, e incluso lo reprobamos por antihumanitario. El mundo comprendió el sentido y la voz militar de “Cruzada” cuando una arrebatada exigencia espiritual puso en pie de guerra a los hombres. Toda la épica de la Edad Media discurre sobre caminos del espíritu y a la sombra de banderas cristianas. Si más tarde el concepto de “Cruzada” se pierde con la irrupción de las hegemonías económicas que sirven armadamente sus intereses, es hoy, con nuestra generación universal, que reclama la primacía de todos los valores del espíritu, cuando vuelve a surgir con todo su indiscutible y sólido vigor».
«En los albores de nuestra Falange, en sus textos fundacionales, la palabra “Cruzada” aparece escrita por la propia argumentación de José Antonio, y en aquellos primeros días, aplicada nada menos que en el orden de las conductas, el punto IX de aquel esquema inicial convoca a los españoles a una Cruzada por la grandeza y la libertad de España.
Nos negamos, como soldados de una epopeya sin semejanza, a reducir nuestra empresa a un orden limitado de impulsos, y reclamamos, para definirla, la palabra y la razón de una Cruzada. Hasta como expresión plástica nos sirve mejor que ninguna otra, porque ella resume los bosques de cruces a cuya sombra reposa el corazón de nuestros héroes y la voz de las campanas, que han vuelto a alzarse sobre las torres de nuestras iglesias. Ella nos sirve, ante todo, para enlazar el reciente pasado con el vigoroso presente de nuestra División Azul sobre los campos de Rusia, y los brazos de aquellas cruces se prolongan hasta la estepa que reclama hoy sangre española».
«Tengamos en cuenta, además, que, para discutir las definiciones que a sí mismo se ha dado el pueblo, es todavía demasiado pronto, porque los movimientos de la vida colectiva exigen una lejanía histórica para aparecer con toda su claridad. Nosotros estamos seguros de que las generaciones que habrán de seguirnos no podrán llamar a nuestra empresa más que Cruzada.
Ponemos –repetimos– punto final a todas estas discusiones de palabras fluidas. Hasta por un impulso de pudor de hombres acuciados por problemas inmensos que acometen a la existencia española, nos resistimos a detenernos, con delectación de pendolistas, en estas rotulaciones. Mucho más cuando la rotulación está escrita por la sangre de España, y no hay más que hablar. Lo escribimos así sin la menor acritud a los polemistas de buena fe, pero mirando al fondo turbio que detrás de una y otra línea pudiera adivinarse».
Punto final
Al siguiente día, “Arriba España” reproducía, en señal de conformidad, el editorial del diario falangista madrileño. Y, con ello, ponía punto final, el 21 de febrero de 1942, a una polémica histórica que he querido salvar, aun repugnándome algunas de sus violencias verbales, para que mañana podamos saber lo que ayer decíamos y ya hemos olvidado.
[1] Nota de Javier María Pascual. Las palabras subrayadas fueron publicadas así.
[2] Nota de Javier María Pascual. El subrayado es mío.
[3] Nota de Javier María Pascual. El subrayado es mío.
[A] Nombre con el que se conocía a las personas relacionadas con la tristemente famosa Institución Libre de Enseñanza.
[B] Según José Andrés-Gallego (¿Fascismo o Estado católico?: ideología, religión y censura en la España de Franco (1937 -1941), Ediciones Encuentro, 1997, página 241), se estaría haciendo referencia a Antonio Tovar.
[C] Frase que parece aludir a unos versos del poema Cementerio judío, de Federico García Lorca (“Verdes girasoles temblaban/ por los páramos del crepúsculo/ y todo el cementerio era una queja/ de bocas de cartón y trapo seco”).
[D] La nota bibliográfica que dio origen a la disputa, fue escrita por Dionisio Ridruejo.
[E] Se trata de los cursos de verano organizados por la Junta Central de Acción Católica en el Colegio Cántabro de Santander (perteneciente a los agustinos), organizados durante el periodo en que Ángel Herrera Oria fue Presidente de la Junta Central de Acción Católica (Febrero 1933 – Mayo 1936). Sólo se llegaron a celebrar los cursos correspondientes a los veranos de 1933, 1934 y 1935. A la edición de 1936 había sido invitado Pedro Laín para dar una lección, pero el estallido de la guerra impidió la celebración del curso.
[F] Respecto a esa expresión, según Ismael Saz (España contra España: los nacionalismos franquistas, Marcial Pons, 2003, página 337), se trataría de una posible alusión al artículo «Sobre el tema de la angustia», de José Antonio Maravall, publicado en Arriba, el 16 de Diciembre de 1941.
[G] No está claro el origen de la expresión “Tercera España”, acuñada para referirse a los intelectuales que no se sentían identificados con ninguno de los dos bandos de la guerra del 36, aunque suele atribuírsele dicho origen al intelectual liberal Salvador de Madariaga.
[H] Se trata de los Puntos Iniciales de Falange Española. Aparecieron publicados en el Número 1 del semanario F. E., el 7 de Diciembre de 1933.
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