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Tema: Discursos de Blas Piñar (durante y contra la "transición")

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    Re: Discursos de Blas Piñar (durante y contra la "transición")

    Discurso pronunciado por Blas Piñar en Madrid, el 28 de marzo de 1976, con motivo del 37º aniversario de la Liberación de la capital por las tropas nacionales:
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    Revista FUERZA NUEVA, nº 483, 10-Abr-1976

    LA LIBERACIÓN DE MADRID, CONMEMORADA

    Discurso pronunciado por Blas Piñar en el cine Morasol de Madrid, el 28 de marzo de 1976, con motivo del 37º aniversario de la Liberación de la capital de España por las tropas nacionales.

    El consejero nacional del Movimiento y fundador de FUERZA NUEVA, luego de saludar a las representaciones cualificadas de Unión Nacional Española y de Frente Nacional Español, a Luis Valero Bermejo, secretario de la Confederación Nacional de Combatientes, y a Raimundo Fernández Cuesta, al que el público tributó una cariñosa ovación, pronunció el siguiente discurso.

    Señoras, señores, amigos y camaradas:

    28 de marzo de 1939, 28 de marzo de 1976. ¡Y con las mismas banderas! Nosotros, al menos, no las hemos olvidado, ni abandonado, ni arriado, ni enlodado, ni pisoteado. Nosotros, al menos, las seguimos manteniendo en pie, alzadas, erguidas, enhiestas, con el mismo ímpetu fervoroso, juvenil e ilusionado con que fueron enarboladas el 18 de Julio, al ponerse en marcha la Revolución nacional; con el mismo ardor y la misma esperanza con que entraron en Madrid hace 37 años; con el mismo coraje e idéntica gallardía con que fueron izadas para recibir la caricia suave de todos los vientos de España, en aquella mañana inolvidable del primero de Abril, cuando se hizo tangible, palpitante, estremecedora, con el último parte de guerra firmado por Francisco Franco, caudillo de la Cruzada, la profecía del Cara al Sol: “Volverán banderas victoriosas al paso alegre de la paz”.

    Así entraron en Madrid el 28 de marzo de 1939, para liberarla de la esclavitud marxista, los ejércitos nacionales.

    Y ahora, cuando nosotros quebramos el silencio cómplice y cobarde, para conmemorar, recordar y reflexionar sobre la alta significación de aquel glorioso acontecimiento, dirijamos, aunque sea con brevedad, nuestra mirada agradecida hacia las trincheras nacionales, donde se prodigó el heroísmo hasta límites extremos, y nuestra mirada dolorosa hacia la ciudad subyugada por la peor y la más sanguinaria de las tiranías.

    I LAS TRINCHERAS NACIONALES EN TORNO A MADRID

    Sería interminable el repaso de los episodios que se suceden desde la llegada a la Casa de Campo, el 7 de noviembre de 1936, con la liberación de los arrabales madrileños, hasta las 3 de la tarde de aquel 28 de marzo de 1939, en que se dio la orden de entrar en Madrid; pasando, naturalmente, por los enfrentamientos con las Brigadas Internacionales, reclutadas por los enemigos de la Patria, en las que se enrolaron muchos de los que hoy ocupan puestos clave en la política oficial europea; lo que explica, naturalmente, la hostilidad continuada contra el Sistema creado por quienes con valentía y con honor supieron derrotarlas.

    Batalla de Brunete.
    Batalla del Jarama, con Joaquín García Morato y su escuadrilla azul: por el azul mahón de sus camisas y por los girones de azul con que el cielo premiaba sus combates victoriosos.
    La Cuesta de las Perdices, con el padre Huidobro, capellán legionario, cuyo proceso de beatificación está en marcha; cuyo monumento inaugurábamos, con el patrocinio de García Lomas, el hombre leal, en la carretera de La Coruña; y del que tantas y tan bellas y tan emotivas cosas podrían decirnos el padre Valdés, postulador de la causa, y el padre Caballero, su camarada de la guerra.
    La Ciudad Universitaria y la guerra subterránea de minas, en la que se disputaba palmo a palmo el terreno, en sentido vertical y horizontal y en la que se mantuvo la guardia con derroche de sangre, sin medida.

    “Cómo es posible resistir tanto y llevar tan lejos el heroísmo?”, se pregunta Manuel Aznar. “Explíquelo España, y en nombre de España hable Franco, el Caudillo, que sabe hasta el fin los misterios de la Legión y la gloria de estos hombres incomparables para la guerra”.

    El general Duval contempló el trazado de las líneas nacionales y de las trincheras rojas: “Je ne comprend plus rien”.

    “Efectivamente -dice Aznar-, si aquel espectáculo se miraba con ojos de técnico, no podía entenderse. Había que poner miradas de espíritu, contemplaciones morales, porque sin este elemento ideal, puro e inefable, nadie puede entender lo que en aquel trozo de tierra española aconteció”.

    Por eso nos indigna, y diría que nos enfurece, que la abdicación de los que propugnan las reformas pero que han jurado defender un orden constitucional que aún no ha sido jurídicamente reformado, y nuestra propia e imperdonable abulia tolere, con unos u otros pretextos miserables, que sobre ese trozo de tierra sagrada, en el que se vertió la sangre a raudales para liberar a Madrid del comunismo, se enseñoreen las banderas rojas del odio y la revancha; se exhiban con descaro hoces y martillos; se amenace con los puños en alto; se venda sin cortapisas el «Mundo Obrero»; se reúnan con permiso de la autoridad gubernativa y académica quienes piden la disolución de las fuerzas de orden público y hacen la apología de los asesinos de ETA…

    La ciudad subyugada

    Las matanzas. Las checas: “Amanecer”, García Atadell, el S.I.M… Paracuellos del Jarama. El “túnel de la muerte”. La Cárcel Modelo. «Madrid de Corte a checa” de Agustín de Foxá. «Una isla en el mar Rojo», de Fernández Flórez, y «El pimpinela de la guerra española», de Lucas Philips, que tan verazmente relatan lo que fue aquello.

    ¡Todos cayeron! Con Ramiro Ledesma, el jonsista, y Albiñana, el fundador del Partido Nacional español, los ministros de la República: Salazar Alonso, Rico Avello, Álvarez Valdés; y Melquiades Álvarez, presidente del partido republicano liberal demócrata. ¡Así trata el marxismo a los liberales! Pero la lección, al parecer, resulta inútil, si vemos cómo vuelven a repetirse los abrazos que fingen amor para ocultar la táctica de dominio sin compasiones agradecidas.

    Aún espera Madrid la bendición e inauguración del Monumento a los Caídos, terminado pero olvidado, allí donde parece que se juntan el martirio de la Cárcel Modelo, el heroísmo de la Ciudad Universitaria y el arco triunfal de la Victoria. Hasta los pueblos diminutos tienen el monumento, como lo tiene José Antonio. ¡Ay de las ciudades que olvidan o se avergüenzan de su Historia, porque se verán obligadas a repetirla!

    Y el encuentro de la trinchera con la ciudad

    Se produjo a las tres de la tarde por el frente de la Ciudad Universitaria. ¡A Madrid! ¡No pasarán!, decían. Y se pasó, como el cinturón de hierro de Bilbao.

    “La capital, hambrienta, mordida por la metralla, emplea los pocos restos de su energía en aclamar a los soldados”.

    Madrid se cubre de banderas, de brazos en alto, de caras macilentas y afligidas, por los que fueron arrancados y asesinados en calle y caminos, pero sonrientes por haber dado algo muy querido, por haber sacrificado tanto por España. España, en aquel momento, bajo el sol luminoso de la primavera profetizada, no era un nombre geográfico, ni un ente histórico, ni siquiera una unidad de destino en lo universal; era todo eso y mucho más: era la propia conciencia, la entraña misma de cada madrileño, el alma y la sangre, el corazón y el nervio de cada español, que otra vez sentía el arrebatado orgullo de serlo, de pertenecer a una estirpe capaz de dar la existencia por la esencia, la propia vida para que España, fiel a su misión, continuara viviendo.

    ¡Cómo recogió el insigne poeta Manuel Machado, el instante del encuentro entre los libertadores y los liberados! ¡Cómo cifra en el Caudillo, dirigiéndose a él, su salutación poética en aquel 28 de marzo!

    “¡Bien venido, capitán!
    Bienvenido a tu Madrid,
    con la palma de la vid
    y con la espiga del pan.”

    II LAS RAÍCES ÚLTIMAS DE LA CRUZADA

    No basta para entender la guerra española -que terminó como conflagración bélica el Primero de Abril, pero que no ha terminado y está más viva que nunca como enfrentamiento ideológico y vital- con el examen de los hechos, con la exposición meticulosa de los ejércitos en presencia. Ello es importante para la milicia, aunque también ha sido en parte olvidado en los planes de enseñanza de nuestros centros castrenses de formación. Pero desde el punto de vista ideológico, trascendente, por su influencia en el curso de la Historia, ese planteamiento exclusivamente profesional no arrojaría demasiada luz sobre el tema puesto a debate…

    La causa de la enfermedad

    La causa de la enfermedad que exigió la guerra (“No fue posible la paz” se titula el libro-testimonio de José María Gil Robles –el que dice ahora que prefiere colaborar con los comunistas a con los conservadores, «Ya», 24-I-76- hay que buscarla bastante atrás. La temática política, aseguraba Donoso Cortés, entraña no sólo una interrogación filosófica, sino una cuestión grave incardinada en el campo teológico.

    Hoy son muchos los que han calado y comprobado la exactitud y la clarividencia de Donoso Cortés, en España y fuera de España. Soljenitsin lo ha expuesto muy bien, entre nosotros y más allá de nuestras fronteras, con un valor ejemplar y en medio de una horrible campaña inmisericorde de difamación y de injurias. La pérdida del sentido sobrenatural de la vida, la construcción de una sociedad laica, cerrada en sí misma, que niega a Dios, huye de Dios o le desprecia, no ha nacido como propósito ni aquí ni ahora.

    Es la tentación del Paraíso que se repite, a la que no son ajenos ni el hombre ni la comunidad en que el hombre habita. “Seréis como dioses”, dice el padre de la mentira. Y ante la tentación renovada, cada hombre, cada comunidad política… tiene que responder… o con el ascetismo moral de la obediencia a la ley divina, o con la soberbia del ángel caído, soberbia que acaba degradando al hombre, animalizándole por la codicia desordenada de bienes temporales. Desde la proclama de Proudhon, “ni Dios ni amo”; desde el “superhombre” de Nietzsche; desde “la religión opio del pueblo” de Carlos Marx, a la corrupción de Sodoma y Gomorra, a una sociedad freudiana o al existencialismo ateo de Sartre, que hace de la vida náusea y eleva a categoría moral el suicidio, no hay más que un paso…, y concluye en la explotación del hombre por el hombre, sigue con la explotación del hombre por el Estado, y termina explotándose a sí mismo con la desesperanza nihilista o el uso y abuso de la droga.

    … Si el libre examen se levantó frente al principio de autoridad y magisterio en el ámbito de lo sagrado, ¿por qué no había de admitirse el liberalismo en el campo político… Si mi conciencia crea la norma moral… la ruptura de los valores éticos, sobre los cuales se funda la honestidad personal y la civilización cristiana, se produce de inmediato. A la ética sustituye la economía; al modo de ser, la forma de estar; a lo bueno, lo lucrativo; al deber que con renuncia ascética se cumple, el solo placer que se exige como derecho de la propia personalidad que se realiza.

    Ahí está el origen del mal

    El liberalismo levantó un altar a la razón humana; el capitalismo financiero levantó un altar al becerro de oro; el erotismo levantó un altar al sexo. De este modo, el hombre se arrodilló ante sus tres concupiscencias, y esclavizado, envilecido, arrebatado por ellas, destruyó el amor –palabra que Stalin no quiso que figurase en la Enciclopedia soviética- y se postró ante el comunismo, al que Ion Mota, el legionario rumano que murió luchando por Cristo y por España en Majadahonda, llamó la bestia roja del Apocalipsis.

    Ahí está el origen del mal. El que no contemple la última razón de nuestra guerra desde ese ángulo, ni entiende nada ni puede asumir posturas consecuentes. San Pablo… que vivió el drama completo de la humanidad, a lo que se ha llamado teología de la Historia, lo interpreta muy bien, cuando nos deja en sus epístolas… con una incidencia temporal bien marcada: “el combate que libráis no es contra la carne ni la sangre sino contra el espíritu del mal”.

    No se trata, pues, de una elección entre la derecha y la izquierda; entre el Este y el Oeste; entre el capitalismo y el marxismo. Este planteamiento está equivocado de raíz. La solución no está, por ello, en la postura centro, postulada por algunos de no alinearse, en la síntesis de ambas concepciones, y ello porque:
    · El centro no tiene consistencia propia, busca equidistar de un lado y de otro, se vuelve estrábico, sin poder mirar, lleno de temor hacia adelante.
    · La no alienación en un mundo radicalizado y hostil es inútil, porque no hay torres ebúrneas que garanticen la neutralidad, y se quiera o no… o se hace la historia o se padece.
    · La simbiosis es imposible, porque si de un bando hay espíritu de entrega, de otro hay la decisión firme de dominar el mundo, como lo demuestran Yalta y Postdam, que dejó en manos soviéticas a una gran parte de Europa, sin oír democráticamente a sus ciudadanos; Cuba bajo la férula férrea de Fidel Castro; China, parte de Corea, Laos, Vietnam… Mozambique y Angola enajenados a Portugal, para caer bajo dominio comunista…
    ***
    La solución única y posible, y con la ayuda de Dios viable, ha consistido y consiste en no entrar en esa área equívoca de juego o en salirse de él; en el trasplante… hacia un área distinta que nos depare una perspectiva diferente.

    Esto fue… lo que hizo España con sus teólogos en Trento, en la Europa que comenzó a disgregarse con la falsa y herética interpretación del “libero arbitrio”. Esto fue lo que hizo España con los carlistas, en las guerras del siglo XIX frente a los principios liberales de la Revolución de 1789 y a los afrancesados europeizantes de su tiempo. Esto fue, en fin, lo que hizo España con los carlistas, las escuadras juveniles de Falange y las Fuerzas Armadas en 1936, al alzarse en uso de su derecho de rebelión, que tan acertadamente ha estudiado Castro Albarrán, contra un ejército visible, pero también invisible, como ha escrito García Morente, que aspiraba a destruirla como reserva espiritual de Occidente y como último baluarte de la civilización cristiana.

    No fue un enfrentamiento entre capitalistas y trabajadores

    Falsean deliberadamente la verdad los que entienden que nuestra guerra fue… una lucha cruenta y descarada de clases… de izquierdas y derechas. Lo que de esto hubiera podido existir es tangencial y accesorio. En el campo marxista hubo señoritos, intelectuales, burgueses y capitalistas. En el campo nacional hubo artesanos, obreros, industriales y campesinos. El diagrama, sin embargo, no puede presentarse así, porque no reflejaría la hondura…, el clima de tragedia que empapa el episodio que ahora recordamos.

    De una parte, en efecto, los tradicionalistas permanecieron, por razón de su origen, extraños y enemigos de la perspectiva derecha-izquierda del liberalismo. De otra, la Falange y José Antonio con ella se desprendieron de la ganga liberal en que germinaron, y desde el discurso fundacional de La Comedia hasta su última voluntad en la prisión alicantina, marcharon hacia un terreno político de contornos nacionales, no sólo radicalmente antimarxista sino ajeno a aquella perspectiva liberal.

    La clave del pensamiento joseantoniano, fiel a la savia tradicional de que se nutre… se halla en que, al afirmar que su Movimiento nace como antipartido y que no es de derechas ni de izquierdas, no asume la posición centro, totalmente insostenible, sino que, rechazando las fórmulas mágicas de derecha, izquierda y centro, hace tránsito a una cota diferente, desde la que, y bajo un halo de luz no sólo temporal sino metafísico, contempla a España para amarla… con amor ascético y de perfección… como ha dicho mons. Marcelo González, con la virtud religiosa del patriotismo.
    ***

    Esta es la España fiel a sí misma y fiel al pensamiento cristiano, la España que hemos recibido rehecha y recobrada, admirada u odiada, como signo de contradicción, pero nunca despreciada. Esta es la España que merced a tanto heroísmo, a tanto martirio, en tantas guerras divinales, no se dejó arrastrar por la corriente del laicismo y del ateísmo, guardando como un tesoro la levadura intacta que puede salvar al mundo de la confusión ideológica y de la corrupción moral.

    Tienen en parte razón los que a esta España quijotesca y mítica la tachan de inmóvil e incluso la denigran, porque, consumida –pero también consumada- en un combate secular, perdió el tren de la industrialización y de las comodidades. Pero este inmovilismo no es un fallo sino un triunfo, un signo de virilidad y de entereza, un seguro, a la larga, de salvación… ¿Acaso lo admirable no es quedar ahincado como la roca de granito, impávida y fija…? ¿Quién acertó ante el diluvio… los frívolos o indiferentes o Noé y los suyos que fabricaron el arca y guardaron las fuentes de la vida? Europa, podemos decir, pereció en el diluvio materialista y ateo. La Europa auténtica está en España brindando su ejemplo para el rearme y la reconstrucción moral del Continente.

    ¡Qué bien lo entiende Ignacio Anzoátegui, el argentino de palabra de hierro que sacude y electriza, al darnos su interpretación de la guerra! “La España noble estaba en vigilia, en su dial, inmóvil, anclada, no por falta de movimiento, sino porque había superado el movimiento. Se mueve el que busca una meta; está quieto quien la logra. Por eso, España es escándalo. La Historia de Europa tiene edades; la de España, no. España tiene una sola edad, donde todas las edades se confunden. España no envejece nunca, está joven, eternamente joven

    Y esa España intemporal, metafísica, inmóvil por haber superado el movimiento y saberse anclada en el mundo real aunque invisible de la Verdad, a cuyo servicio se entregó siempre; esa España núbil, que cantara el uruguayo José Enrique Rodó, esa España que tiene para la hora difícil del mundo un mensaje que conmueve, se levantó en nombre de la lealtad a sí misma, de una lealtad, ha escrito Anzóategui, “íntegra y a fondo, a la cual horroriza la prudencia, porque a la prudencia la han desacreditado los hombre “prudentes”. España, en su lealtad indomable, prefirió, a una prudencia dudosa que encubre la cobardía, la imprudencia que puede convertirse en pecado, porque sabe que Dios perdona todos los pecados cuando el pecador se porta como un héroe y se arrepiente como un miserable, que son las dos formas más altas de heroísmo”.
    ***

    Por eso España, aunque el griterío de los que manipulan la opinión lo ahogue y oculte, en verdad no está sola: está sola en apariencia. Las miradas de todos los hombres de buena voluntad se dirigen a nosotros… De nuestra renovada fidelidad depende que el mundo se levante o definitivamente se hunda.

    Paul Claudel, entonces, escribió anhelante y estremecido:
    Santa España,
    en la extremidad de Europa,
    trinchera de la Virgen Madre,
    En esta hora de tu crucifixión, hermana España;
    cuando todos los cobardes te traicionan
    y ha llegado, por fin, el momento de que se conozca
    el color de vuestra sangre;
    nos ponen el cielo y el infierno en la mano
    y tenemos cuarenta segundos para elegir.
    ¡Cuarenta segundos!
    Hermana España, Santa España: Tú ya elegiste.
    Decían que dormías, hermana España,
    dormías como quien finge un sueño.”

    Y si esto es en Europa, imaginaos lo que será en América. El colombiano José Joaquín Casas nos dirá a todos los hombres de una y otra orilla del Atlántico: “Somos hermanos en España”.

    Acontecimiento número uno

    La guerra española –Cruzada por los ideales que allí se defendieron; Cruzada por la santidad y las virtudes heroicas de muchos de los que dieron su vida; Cruzada, porque así la definió la Iglesia- constituye así, en frase comunista, el acontecimiento número uno de la Historia universal, después de la revolución burguesa de 1789 y de la revolución marxista de 1917. Las dos últimas conflagraciones universales no plantearon de modo directo el problema fundamental a debate, y buena prueba de ello es que sucesivamente pactaron con el comunismo la Alemania de Hitler y las potencias aliadas. El debate de fondo que subyace en el ambiente de guerra civil universal en que vivimos, se plantea entre una concepción espiritual del hombre y la comunidad política y una concepción atea; entre el hombre portador de valores eternos… y el ‘homo faber’, ‘homo aeconomicus’, bestia evolucionada, que tiene aquí abajo su único posible paraíso.

    ¡Qué estupidez la afrenta que se hace a José Antonio de totalitario! ¿Totalitario el que quiso un Estado totalmente al servicio de España y del bien común; el que propuso como cauces de participación política las estructuras básicas de la sociedad…?

    III JOSÉ ANTONIO Y FRANCO

    José Antonio profetizó, predicó, era como la voz que clamaba en el desierto y, al igual que el Bautista y que todos los profetas, dio testimonio de… la verdad política, que también existe, con su propia sangre. Y no fue pura casualidad, sino más bien signo fraterno y arra precisa de la unidad, que José Antonio cayese entre aquellos falangistas de la Vega del Segura, que habían alimentado el sueño imposible de liberarle.

    José Antonio, frente a la generación desmayada del 98, entendió, con Vázquez de Mella, que no era posible ser pesimistas; con Aparisi y Guijarro, que sobre España no había sentencia condenatoria; con Machado, que ni el pasado había muerto ni el mañana estaba escrito; con Antonio maura, que era precisa y hasta inevitable la revolución, pero que antes era necesario recobrar la fe en los destinos de la Patria; con Ganivet, que esa fe debía ser activa, militante, conquistadora, capaz de convertir a cada español, como quería Menéndez Pelayo, en un nuevo Josué, con vigor bastante para detener el sol en su carrera, al saberse, como ansiaba Unamuno, el genial equivocado, un español de nacimiento, de educación, de cuerpo y de espíritu, de lengua y hasta de profesión y oficio.

    Sólo a Francisco Franco

    Y José Antonio, el precursor, sabía que detrás de él –el profeta- venía el elegido –el artífice-. Y lo señaló con claridad. Su carta del 24 de septiembre de 1934 no se dirigía a cualquiera de los generales prestigiosos de su tiempo. La dirige sólo y en exclusiva a Francisco Franco, el legionario de Marruecos; al director de la Academia General Militar de Zaragoza, que habló de disciplina, pero también de sus límites, porque la obediencia formal no puede conducir nunca a la traición; al jefe del Alto Estado Mayor, que luego se enfrentaría con la revuelta criminal del socialismo en Asturias y del separatismo en Barcelona; al capitán general de Canarias, que encabezaría, al fin, el Alzamiento Nacional del 18 de Julio.

    Franco recoge la España invertebrada y, con el armazón doctrinal del Tradicionalismo y la Falange, la vertebra con autenticidad y originalidad…

    El último éxito de Franco coincide con el desconcierto en que sumió a sus intérpretes, que se sienten obligados después de su muerte, a replantearse una personalidad que destroza sus parámetros intelectuales. Porque la inteligencia moderna rechaza y niega lo que no comprende, y ciertamente no comprende la grandeza, el heroísmo, la santidad, la guerra religiosa. Ni la simplicidad sin estulticia, ni la habilidad sin astucia.

    Además, Franco fue venciendo, a lo largo de su carrera de estadista, los desafíos de sus adversarios. A los que apostaban su caída a cada momento, les respondió con una permanencia pétrea de casi 40 años; a los que pedían seguridad, les respondió con un orden casi intocado en medio de las más belicosas circunstancias; a los que reclamaban libertad, les respondió con un estado de derecho que hizo la felicidad concreta de los españoles durante dos generaciones; a los que exigían prosperidad, les respondió con la puesta en marcha de una economía secularmente pobre, hasta llegar al “boom” que desespera a sus soberbios vecinos del Mercado común Europeo.

    El Caudillo se fijó sus etapas. La guerra fue la cruzada religiosa, mística, luminosa, trascendente, tajante, transida de amor y metafísica, donde todo se jugó a la española: a cara o cruz, a muerte o vida. Pero la reconstrucción exigió la brega por el honor de España y su soberanía, y Franco se enfrentó en 1945 con los vencedores. Una vez más, como en Hendaya, el Franco gallego aportó sus virtudes aldeanas al Franco estadista, y le acercó esa suerte de tozuda lealtad al ideal y de plástico realismo para transitar por entre las circunstancias; y España se incorporó al concierto de las naciones sin dejar de ser ella misma.

    No se equivocó José Antonio

    Cuando José Antonio pensó en Franco no se equivocó. La revolución que él soñara era la de su poeta. Necesitaba no sólo quien la encabezara sino quien la encarnara. Franco era ese hombre. Y Franco brindó los más grandes servicios que un hombre –un militar- puede ofrecer a su Patria, a su cultura y a sus contemporáneos. Rescató a España para la verdad católica, salvó su unidad, la hizo grande y próspera, y dio a Occidente el ejemplo aleccionador de que al marxismo perverso y al liberalismo entreguista no se les vence en la convivencia sino en el campo de batalla.

    Si todo es así, se comprenderá que la identificación de España y de Franco sea absoluta. Si España ha sido y es piedra de escándalo, signo de contradicción, bandera discutida, Franco lo ha sido también: en vida, en el momento de morir y después de su muerte.

    Entre la devoción y el odio, se ha escrito, discurre la estela de Franco. Nosotros estamos en el terreno de la devoción, que no pretende mitificarlo, pero tampoco achatar su empresa.

    Franco, en el «Diario de una bandera» (recuerdo de la Legión y de la guerra de África); en el guión de “Raza” (la bella película de la Cruzada); en su «Pensamiento político» y sobre todo en su “Testamento”, nos ha dejado motivos excelentes para reflexionar.

    Franco sabe que va a morir. De noche, en su cuarto, delante de Dios, con pulso tembloroso escribe: “En el nombre de Cristo me honro. Perdono y pido perdón. Los enemigos de España y de la civilización cristiana están alerta”.

    Nos amó hasta el fin

    Y nos amó hasta el fin, y su pueblo respondió a su amor con amor, unido a cuanto él representaba. A un legionario le falló el corazón, y al pueblo, alguien, astuto, trata de que también le falle. Se habla así de un poder personal, encubriendo, sólo a veces, el calificativo de “dictador”.

    Por eso, si Franco ha muerto, no ha muerto el franquismo. Lo afirmamos en Badajoz (1975); y nosotros, y cuantos quieran acompañarnos en la tarea, vamos a recoger con afán constructivo y para la continuidad perfectiva del Régimen y para bien de España, el sentimiento franquista y la lealtad a su nombre y a su obra.

    El “¡Viva Franco!” -¿cuándo supisteis de un vítor para un jefe muerto?- nosotros lo dimos en la portada de FUERZA NUEVA. Hoy se escribe y se canta por la nación, como una llamada de combate, como un clarín que convoca a la unidad.

    Más aún: hoy el franquismo, por lo que encierra y simboliza, no es un fenómeno español, sino que es un movimiento universal. La Europa afligida ante la perspectiva de su propio suicidio, y la Europa subyugada [comunista] y la América española se unen al vítor de nuestro pueblo, como se unían al cortejo funeral de despedida.

    IV PANORAMA ACTUAL. NUESTRA POSTURA

    No estamos dispuestos a permanecer como espectadores ante la obra de destrucción del franquismo; a contemplar en silencio la puesta en práctica de unas reformas hechas en nombre de la democracia, sin que el pueblo haya sido escuchado; a consentir la ruptura del Régimen por la violencia, la tergiversación o el cambio reformista.

    En los últimos años de Franco, aprovechó el enemigo, encubierto o no, abusando de su ancianidad y contando con nuestro respeto por su figura, para iniciar las dos crisis del sistema: una crisis de identidad y una crisis de homologación europeísta. En ellas estamos, y de ellas se trata de salir por el camino de la “reforma”. Pues bien, entre la “reforma” que acaba con la identidad y el renacimiento que lo depura, estamos con el renacimiento, porque la reforma es una rectificación que busca patrones ajenos en trance de rechazo y por ello mismo de convulsión fratricida, mientras que el renacimiento trae a la mesa el patrón de origen, acude al manantial originario y puro y rehace la autenticidad adulterada; y adulterada precisamente por los que fueron antes ministros y embajadores de Franco y que ahora, como ministros de la Corona, denuncian los errores a ellos imputables.

    Y ya no faltaría más sino que los defectos de su propia construcción política quisieran desviarlos sobre los que, como nosotros, desde el primer número de FUERZA NUEVA (Ene. 1967) hasta el acto de Zaragoza (Nov. 1975), pocos días antes de la muerte de Franco, pasando por “Señor Presidente” (1974), hemos denunciado por lealtad, que nunca confundimos con la adulación, el alejamiento en la práctica de los Principios nacionales.
    ***

    Las dos crisis, de identidad y de homologación, están dando lógicamente su fruto: el brutal asesinato de Carrero, que hizo las delicias de la Europa oficial; el crimen de la calle del Correo; las matanzas de policías, guardias civiles, ciudadanos de toda clase y condición se suceden sin abortarlos; los nombres de Víctor Legórburu y Manuel Albizu aumentan la lista bien larga de caídos; el ataque bestial a nuestro camarada Eloy Ruíz Cortadi, en Portugalete, los secuestros, las huelgas salvajes, los sucesos de Vitoria; las bandas que imponen por la violencia el paro; el separatismo sin freno, la pornografía que todo lo invade, el espectáculo inmoral, donde se exalta el vicio y se ofende al Ejército, revelan que por el camino de la reforma marchamos al caos, a la parálisis de la economía, al despilfarro de la reserva de divisas, al paro, a la inflación, al miedo en suma de una sociedad desarmada ideológicamente y materialmente desprotegida, a las condiciones objetivas que señalaba Lenin para garantizare el éxito del golpe marxista.

    Con las mismas banderas

    Ante esa realidad, nosotros permanecemos con las mismas banderas, con idéntico bagaje doctrinal, con las lealtades que proclamamos en el discurso de Pedreguer (*): a la carga ideológica del 18 de Julio, al recuerdo y a la obra de Franco, a la Monarquía tradicional.

    “España –dijo Juan Carlos- nunca podrá olvidar a quien como soldado y estadista ha consagrado toda la existencia a su servicio”. Pues bien; nosotros, con España, no le olvidamos.

    “Su recuerdo –dijo Juan Carlos- constituirá para mí una exigencia de comportamiento y de lealtad”. Pues bien; para nosotros como para Vos, constituye la misma exigencia.

    Por eso, Señor, nos preocupa que la realeza que encarnáis, coronando la Monarquía que todos debemos a Franco, sea gobernada por quienes sin rubor se proclaman liberales dentro y fuera de España; ya que proclamarse liberal es tanto como confesar su repudio por la Monarquía en la que el Rey reina y gobierna, con la unidad de poder, característica de la institución monárquica sin la que, como dijo José Antonio, al quedar viciada por el liberalismo, se convierte en cáscara vacía, sin encontrar adictos que la defiendan, como le ocurrió a la Monarquía de vuestro ilustre abuelo un 14 de abril.

    Lo que sucede, nos preocupa, pero no nos atemoriza ni nos desazona, porque no hemos perdido el planteamiento sobrenatural del tema.

    Tiempo cuaresmal y penitencial de España, en el que es preciso resistir con fortaleza y con un corazón limpio a la tentación del escándalo. Y por ello, también tiempo de Arcángeles, como decía José Antonio. Por eso, nosotros elegimos al Arcángel San Miguel como guía y patrono de FUERZA NUEVA. Para que él, en la hora difícil, nos dote del carisma hispánico, nos impregne con el perfume del heroísmo, nos eleve por encima de nuestras imperfecciones y flaquezas… y nos mantenga en el servicio a España –sacrificando mucho- en espíritu y en verdad.

    V CONVOCATORIA

    Hoy conmemoramos la Liberación de Madrid. En aquella jornada memorable, y en el nombre de Franco, Madrid encontró la Patria, el pan y la justicia.

    No lo olvidemos. Y no olvidemos que en el Valle de los Caídos duerme hasta el día de la Resurrección. Nosotros hubiéramos querido ir, en este 28 de marzo, a visitar su tumba. No ha sido posible, como no lo ha sido por mil circunstancias, que conocéis o vislumbráis, que nos reuniéramos en un local más amplio. Pero la mortificación endurece y purifica. Y no viene mal, en un tiempo, como éste, de penitencia.

    Pero con la imaginación, y en silencio, conscientes de la gravedad densa de esta hora de España, vamos a peregrinar hasta Cuelgamuros. Iremos procesionalmente, desde el pórtico, bajo las miradas de los evangelistas y de los ángeles, atravesando la basílica hasta la losa funeral de José Antonio. Dejaremos allí las cinco rosas legendarias, con pétalos de sangre. Marcharemos después hasta el sepulcro del Caudillo, y besaremos con amor la losa sencilla que cubre sus restos mortales. Nos retiraremos a un lado, para contemplar bajo la bóveda el Cristo crucificado, sobre la cruz de madera hecha de un enebro, que Franco eligió de la espesura del monte. Arriba, los santos de España; abajo, el poeta y el artífice de la Patria, y al fondo, las cenizas de los que cayeron por una España mejor. ¡Te pedimos por todos ellos y por nosotros!

    ¡Y a ti, Señor, que custodias con tus brazos amorosos tanto sacrificio, te prometemos no llevar la cuenta de los nuestros, por penosos que sean, para continuar y perfeccionar la obra de Franco!

    ¡Señoras y señores, camaradas y amigos!: Si esta promesa os sale del alma, y supone de verdad un compromiso de por vida, contestad a mi grito de ¡ARRIBA ESPAÑA!

    (Los aplausos y vítores, las interrupciones –causa de la profunda emoción en algunos momentos- del discurso en ciertos instantes, el calor que en el cine y en la calle se vivió en todo momento, produjeron en esta ocasión un clima especial, difícil de expresar por escrito. Las lágrimas saltaron en ocasiones, asomando a la cara de muchos presentes y también de los que en la calle escuchaban a través de altavoces. El “Cara al Sol” fue entonado al final del discurso, y también en la plaza pública al aparecer el consejero nacional.)
    Última edición por ALACRAN; 05/12/2019 a las 19:17
    “España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad: no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los reyes de Taifas.

    A este término vamos caminando: Todo lo malo, anárquico y desbocado de nuestro carácter se conserva ileso. No nos queda ni política nacional, ni ciencia, arte y literatura propias. Cuando nos ponemos a racionalistas lo hacemos sin originalidad, salvo en lo estrafalario y grotesco. Nuestros librepensadores son de la peor casta de impíos que se conoce, pues el español que deja de de ser católico es incapaz de creer en nada. De esta escuela utilitaria salen los aventureros políticos y salteadores literarios de la baja prensa, que, en España como en todas partes, es cenagal fétido y pestilente”. (Menéndez Pelayo)

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