Revista FUERZA NUEVA, nº 509, 9-Oct-1976
«FUERZA NUEVA» Y EL MOMENTO POLÍTICO ESPAÑOL
Discurso pronunciado por Blas Piñar, el 1 de octubre de 1976, XL aniversario de la exaltación de Francisco Franco a la jefatura del Estado, en el salón de actos de FUERZA NUEVA.)
Hoy, hace exactamente cuarenta años, en Burgos, capital entonces de la España renacida y en guerra, Franco, al asumir la tremenda responsabilidad de ganarla, ofreciendo la victoria a todos los españoles, dijo, cortado por la emoción de aquel trance histórico: «Me entregáis España, y yo os aseguro que mi pulso no temblará, que mi mano será siempre firme. Llevaré a la Patria a su punto más alto o moriré en el empeño.»
Permitidme que, al conmemorar este cuarenta aniversario de la exaltación del Caudillo, por una España en armas, a la jefatura del Estado, próximos a recordar el primer aniversario de su muerte, me ponga en pie, y os invito a poneros en pie a todos (todos los presentes se levantan) como signo público de admiración y de respeto hacia el hombre extraordinario, el militar prestigioso, el español fuera de serie, el gobernante cristiano, el símbolo para un mundo en lucha, que cumplió su promesa en plenitud, ya que si por una parte llevó a España a su cota más alta de paz interior, de bienestar económico y de respeto internacional, de otra, murió en el empeño, pues su muerte, deseada por sus enemigos, que jamás se atrevieron a atentar seriamente contra su vida, fue el toque de llamada para que todos los resentidos y revanchistas, todos los desleales y traidores, todos los que han arrancado de su pecho las nobles virtudes de la gratitud y del honor, se avalancen, con premura y con odio, sobre lo que es más importante que su vida, sobre la obra genial que Franco levantó con paciencia heroica y con patriotismo sin límite, para destruirla y desarraigarla, para cubrirla de insultos y de injurias, para profanarla y difamarla. (Grandes aplausos.) ¡Qué huecas y falsas suenan las tímidas frases laudatorias para el Caudillo muerto —para el anterior Jefe de Estado— en boca de quienes luego de haber jurado ante Dios, y reiteradamente, fidelidades absolutas se prostituyen en alianzas torpes, en elogios encendidos para sus adversarios, en colaboraciones increíbles, con quienes ofenden y siguen ofendiendo, en España y fuera de España, el nombre y la obra de Francisco Franco.
¡Cómo se levanta y encrespa la indignación ante el espectáculo que ofrece al pueblo sencillo el comportamiento público de un sector desgraciadamente mayoritario de nuestra clase directora!
Por eso, para frenar en lo posible los extravíos verbales a que la emoción oratoria pudiera dar origen, espoleada por esa indignación santa y legítima, he preferido hacer ante vosotros, más que un discurso, un informe; más que una arenga, una meditación en voz alta, que comprenda, desde el relato y examen del momento político español, hasta la postura de FUERZA NUEVA, que, como es lógico, será en todo congruente con las afirmaciones doctrinales y tácticas que asumimos con nuestra partida de nacimiento en 1966.
A este informe, aparentemente frío, no le faltará calor interno, como no falta el arrebato fervoroso de la contemplación al silogismo perfecto que descubre la verdad, o a la fórmula matemática que se logra después de ahondar en el cálculo y que nos brinda la solución ambicionada para un problema que parecía totalmente insoluble.
• • •
El momento político español en que conocéis el informe que ahora os ofrezco, a los cuarenta años del 1.° de octubre de 1936, y ante el propósito bien visible de desmontar con urgencia la obra realizada, me obliga, para deducir las consecuencias lógicas y fijar con toda precisión la postura de FUERZA NUEVA, a señalar, como antecedente necesario, qué España recibió Franco, y las razones últimas por las cuales hubo que llegar al drama doloroso y sangriento de la guerra de Liberación.
Este análisis será un repaso de la historia última, un recuerdo de su filosofía inmanente y una proyección de luz, en alzada, sobre la situación actual, en la que el tema de España vuelve otra vez a plantearse en términos dramáticos.
• • •
«Me entregáis España», dijo Franco. ¿Pero qué España? Sencillamente, la España de la Monarquía de Sagunto.
El 29 de diciembre de 1874, el general Martínez Campos proclamó como rey de España a don Alfonso XII. Se pretendía así acabar con una situación de anarquía y pobreza, poniendo de paso punto final a la guerra carlista. El artífice, el «deus ex machina» de la solución, fue un político hábil, inteligente, laborioso, de buena fe indudable: Antonio Cánovas del Castillo.
Alfonso XII firmó el manifiesto preparado por Cánovas, el famoso manifiesto de Sandhurst. «No dejaré nunca de ser buen español; ni, como todos mis antepasados, buen católico; ni, como hombre del siglo, verdaderamente liberal», afirmó el nuevo rey, con el estilo grandilocuente de la época. Y en París, contestando al saludo de una representación española, que acudió para anticiparle la bienvenida, aseguró con énfasis que tenía la intención de «ser rey de todos los españoles».
iCurioso lenguaje que volveremos a encontrar años después, en situaciones históricas distintas, pero en coyunturas similares de tránsito!
ANÁLISIS HISTÓRICO
Pero lo que importa aquí es analizar el planteamiento mismo de la Monarquía de Sagunto. La Monarquía de Sagunto restauró la Monarquía derribada en Alcolea, es decir, la Monarquía de Isabel II,la reina que, después de la famosa batalla que le privó del Trono, tuvo que marchar a Francia.
La Monarquía de Sagunto restauró, pues, la Monarquía de Isabel II, y, por tanto, los principios en que doctrinalmente se inspiraba. Así resulta de las líneas maestras del manifiesto de Sandhurst, origen de la arquitectura política que ampara la Constitución de 30 de junio de 1876.
Ahora bien, ser buen español, católico y liberal a un tiempo era y es algo imposible. Si es difícil servir a dos señores, aún es más difícil, por no decir inalcanzable, servir a tres, y en este caso, a España, al catolicismo y al liberalismo.
Liberalismo y catolicismo, según el magisterio tradicional y contemporáneo de la Iglesia, son incompatibles. (Gran aplauso.) La encíclica «Libertas», de León XIII, habló del «vicio capital del liberalismo», asegurando que «distan de la prudencia y de la equidad... los que profesan el liberalismo».
Pues bien, los que en 1874 restauraron en España la Monarquía comenzando por Alfonso XII, profesaron públicamente, y en abierta contradicción con cuanto enseñaba el magisterio católico, la doctrina liberal.
Podría esgrimirse —si se pretendiera entender que con las afirmaciones hechas tratamos de desaprobar conductas políticas del momento— que, en la actualidad, la contraposición catolicismo-liberalismo está superada por el cambio de orientación de la Iglesia en los últimos tiempos.
Tal argumentación, sin embargo, no es válida, ya que no obstante la crisis profunda que la Iglesia católica padece, la verdad es que la doctrina sobre el tema no sólo no ha variado, sino que ha sido ratificada.
En la Carta Apostólica «Octogésima Adveniens», que el Papa dirigió al cardenal Maurice Roy, presidente de la famosa Comisión «Justicia y Paz», se lee: «el cristiano que quiera vivir su fe en una acción política, no puede adherirse a la ideología liberal».
Por si ello no bastase, hay otro hecho singular que confirma la tesis ortodoxa. Lo cito porque hace referencia a un español beatificado por Pablo VI, el 1 de noviembre de 1975, el padre agustino Ezequiel Moreno, obispo de Pasto, en Colombia. Pues bien, al obispo de Pasto, que se opuso con la máxima energía a la turbia maniobra de la «Concordia nacional», que propugnaban los liberales colombianos, se le difamó por éstos e incluso se le denunció a Roma, calificándole de catequista del odio y de nuevo Torquemada.
Pues bien; el padre Moreno, que en su testamento declaró: «confieso, una vez más, que el liberalismo es pecado... y ruina de los pueblos y naciones», ha sido llevado a los altares, no por Pío XII, el Papa intransigente, sino por Pablo VI, el Papa que algunos consideran liberal.
Alfonso XII, como hombre de su época, se apresuró a servir al liberalismo y, por ello, no pudo comportarse con lo que habría de serle exigido como buen español. El liberalismo, «ruina de los pueblos y de las naciones», iría, pese a las buenas voluntades, arruinando moral y materialmente a España, de tal modo que, en 1931, la Corona, olvidada la lección de Alcolea, tuvo que repetirla. Si Isabel II, entonces, tuvo que refugiarse en Francia, en esta ocasión Alfonso XIII abandonaría el Trono el 14 de abril, abriendo paso a una República sectaria que puso a la nación en crisis total, en trance de ser o no ser como entidad histórica, como unidad política y como país soberano. Esa fue la España que Franco recibió en Burgos el 1 de octubre de 1936.
• • •
El enfoque de la restauración era falso y equívoco a la vez. Su gran error estuvo en proponer a la nación, por puro mimetismo, una empresa reñida con su talante, lo que García Morente llamaría después «un imposible histórico». La fidelidad al estilo de vida, y a la transmisión de ese estilo de vida de una generación a otra, para mantener el «yo» metafísico de España, lo idéntico, personalizante e infungible a través de los estratos históricos pasajeros, fue menospreciado, descartado, combatido. Lo importante era estar al día, jugar al estilo europeo, confesarse liberal de acuerdo con la época. Entre el tradicionalismo y el liberalismo, que en 1874 todavía se enfrentaban a sangre y fuego en España, los restauradores de la Monarquía se abrazaron al liberalismo.
A la España fiel a sí misma se la arrinconó. José María Pemán, cuya filiación es bien conocida, tuvo que reconocer que «la verdadera Historia de España, la de la Reconquista, la de los Reyes Católicos, la de Felipe II, y la Independencia, no estaba en Madrid (sino que seguía) corriendo por el Norte, por los montes de Navarra y las Vascongadas, donde los carlistas se habían levantado en armas contra el gobierno liberal y revolucionario».
Y Franco, que pudo tocar a fondo los tejidos vitales de la nación durante su largo período de caudillaje en la guerra y en la paz, proclamó, sin reservas y con una claridad meridiana, que los carlistas habían representado a la España ideal «contra la España bastarda, afrancesada y europeizante de los liberales» (Salamanca, 19-4-1937). (Aplauso ensordecedor.)
A esa España ideal se sumaron muchos de los que, como Zumalacárregui, combatieron a Bonaparte y a los afrancesados, por entender que a la guerra de la Independencia, que quiso rescatar el suelo de la Patria, seguía la guerra carlista, que aspiraba a liberar de su rapto ideológico el alma de la nación. (Se repite el aplauso.)
LA MONARQUÍA AUTENTICA
El propósito de arrinconar, descartar y combatir la solución tradicionalista al trágico problema de España, condujo no sólo a la movilización militar para derrotar a los ejércitos de don Carlos, sino también a la intriga, al soborno, a la difamación doctrinal. Los carlistas, cara al público, serían presentados como defensores de la Monarquía absoluta y despótica, frente a la Monarquía parlamentaria, liberal, culta, moderna y de corte europeo propugnada por los restauradores.
Donoso Cortés, en una síntesis sugestiva, nos ha demostrado que la Monarquía absoluta y la Monarquía liberal son, por exceso o por defecto, formas viciadas de la institución. En la Monarquía auténtica no hay división de poderes. En ella, el poder único, y no dividido, se ejerce a través de funciones distintas. En la Monarquía absoluta ese poder no tiene límites y degenera en tiranía. En la fórmula liberal, en evitación de la tiranía posible, se rompe la unidad de poder, y el monarca, que reina pero no gobierna, se convierte en arbitro y moderador, al que se excluye teóricamente de responsabilidad.
La Monarquía que defendieron y siguen defendiendo los carlistas responde a su configuración doctrinal auténtica y a su perfil histórico tradicional. En ella, la unidad de poder no se rompe, y el rey reina y gobierna, pero no goza de un poder ilimitado. Su pacto con el pueblo, es decir, no con la masa, ni con los partidos o grupos de presión, sino con una sociedad emancipada, organizada y jerarquizada, que tiene sus propios cuerpos jurídicos, asegura no las llamadas libertades democráticas, pero sí la auténtica libertad del hombre.
El lema carlista, «Dios, Patria, Fueros, Rey», señala, por su orden, una jerarquía, y en ella los Fueros, es decir, lo que es propio de la autonomía, individual y corporativa, está por delante del Rey, porque en la Monarquía tradicional la sociedad no se ordena al soberano, sino que el soberano, la Corona, existe para el servicio de la nación, a la que representa, encarna y personifica. ¿Y es ésta la Monarquía tiránica, despótica y absoluta que han defendido y defienden los auténticos carlistas españoles?
• • •
Sin embargo, la solución de la Monarquía tradicional fue desechada por los restauradores, desoyendo la lección de Alcolea y tratando de congraciarse con Europa. Pero lo gracioso es que los ingenieros de la restauración, un militar y un político. Martínez Campos y Cánovas del Castillo, no tenían fe en la obra que habían puesto en marcha. Cánovas, en el Ateneo de Madrid, se expresó de este modo: «soy enemigo declarado del sufragio universal, pero su manejo patriótico no me asusta». Y Martínez Campos confesó, con lenguaje figurado, que en su gorra militar había tres cuartas partes de boina roja.
Con esta falta de fe en la obra iniciada, rompiendo con el talante y el estilo nacional de vida, quebrando la continuidad histórica, que es el más grave de los separatismos, consagrando constitucionalmente el desprendimiento de España de sus raíces vitales y configuradoras, se puso en marcha la Monarquía de Sagunto.
La entrega de puestos rectores de la cultura y de la política a los enemigos de la Corona; la aparición del cacique como instrumento idóneo para manejar el sufragio; el enfrentamiento sin contemplaciones de los partidos; los asesinatos de Canalejas y de Dato; la pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas; la semana trágica de Barcelona; las campañas de odio contra la nación, fustigadas por las sectas, y que culminaron con el monumento a Ferrer Guardia, en Bruselas; el clima de inseguridad; el retraso económico; el reto del separatismo; la presión marxista; las huelgas salvajes, no eran sucesos anecdóticos, sino síntomas reveladores del cáncer que corroía a la nación, amenazando con destruirla.
PACTAR CON LOS ENEMIGOS
La Monarquía restaurada había perdido su viabilidad en 1923. A partir del 13 de septiembre de aquel año, subsistió gracias al esfuerzo sacrificado, meritorio y poco agradecido del general Primo de Rivera. Su «dictadura», o mejor su «dictablanda», como algunos la denominaron y la realidad comprobó, fue un parche, una operación quirúrgica, una prótesis en el sistema. La obra eficaz de la Dictadura quedaría frustrada; y esta frustración fue lógica, porque no era una operación quirúrgica lo que precisaba el sistema liberal, sino su rápida y completa sustitución; y esto, don Miguel, por muchas razones, pudo intuirlo, pero no podía conformarlo, como lo intuyó, con la fórmula de la «revolución desde arriba», don Antonio Maura, quedándose en la pura enunciación de la fórmula.
Vázquez de Mella, el gran tribuno del tradicionalismo, el de los tres dogmas nacionales, que respetó y admiró profundamente al político conservador, dijo de él que era «un águila enjaulada. Águila, por el vuelo audaz de su pensamiento y su deseo, pero metido en la jaula de la idea liberal y parlamentaria». Maura, añadiría Vázquez de Mella, es un regalo que Dios nos envía para demostrarnos que el mal se halla en el sistema y no en los hombres.
El desenlace de las elecciones del 12 de abril fue congruente. La Monarquía, al perder su viabilidad, se hallaba en dimisión. El Gobierno de la Corona pactó con sus enemigos.
Los ministros del nuevo régimen entraron en el edificio de Gobernación, sin obstáculos, y la fuerza pública se cuadró para recibirlos. Los consejeros del monarca, con sólo dos excepciones, le aconsejaron que se marchase. El director general de la Guardia Civil dijo que no obedecería más órdenes que aquellas que recibiese del nuevo ministro de la Gobernación. Los que habían declarado irresponsable al monarca echaron sobre él toda la responsabilidad. Los liberales se quedaron, y el rey, en el crucero «Príncipe Alfonso», marchó al exilio. Produce lágrimas su patético mensaje de despedida: «Soy el rey de todos los españoles»; un rey sin reino y sin súbditos, porque el liberalismo, «ruina de los pueblos y de las naciones», acaba devorando a los que se apoyan en él.» (Aplausos.)
EL LIBERALISMO ES ASI
Yo estoy seguro que hubiera bastado una voz llena de autoridad moral y de prestigio para que muchos españoles hubieran acudido a defender la Corona. Pero el liberalismo es así: por una parte alienta y pacta con los enemigos del rey; por otro lado abandona a éste en el instante peligroso y difícil y, por añadidura, crea un clima de derrota paralizante que acalla la rebeldía, aun a sabiendas del penoso resultado que el silencio y la entrega de ahora producirán mañana.
Don Alfonso, abandonado, equivocado y bueno, no quiso «lanzar a un compatriota contra otro en fratricida guerra civil»; pero la guerra fue inevitable y más dolorosa. El general Sanjurjo, arrepentido, se sublevará sin éxito. Y los oficiales del «Príncipe Alfonso», que regatearon al monarca una bandera bicolor y enarbolaron la bandera republicana, caerían asesinados por la chusma roja, víctimas de su error, en 1936.
11 de mayo de 1931, quema de conventos; 6 de octubre de 1934, revolución marxista en Asturias e insurrección de la Generalidad en Barcelona; 16 de febrero de 1936, triunfo del Frente Popular; 13 de julio siguiente, asesinato por las fuerzas de Orden Público de la República de don José Calvo Sotelo. «Ese hombre ha hablado por última vez», dijo La Pasionaria en el Parlamento. Y cumplió su palabra.
Esa es la España epiléptica, ocupada por sus enemigos, convulsa, espiritual y materialmente, esquilmada y empobrecida, que el liberalismo monárquico o republicano entregó en Burgos a un general sin mancha, a Francisco Franco, para llevarla, como dijo, al punto más alto o morir en el empeño. (Grandes y prolongados aplausos.)
• • •
Yo no voy a hacer aquí una valoración del Régimen de Franco. La realidad es tan evidente, la transformación del país tan clara, las cotas que se alcanzaron en todos los sectores tan llamativas, que sólo la ceguera voluntaria o el rencor que repudia lo que salta a los ojos puede desconocerlo. ¿Que ha habido lagunas y errores? Naturalmente. El que no los haya cometido que arroje el primer guijarro. Pero el balance es tan positivo, que hace falta un enorme caudal de resentimiento para fustigar la obra gigantesca de Franco, desde la ideología contraria, que sólo nos dejó inseguridad y miseria.
Ese balance positivo es el fruto de un sistema nuevo, no de una dictadura que se cierra para volver a la «normalidad»; es el resultado de una arquitectura política ajena al liberalismo, creadora de un Estado que eleva a la categoría de dogmas un haz de principios inderogables y consustanciales con la nación.
El Régimen de Franco se nutre ideológicamente de la doctrina inspiradora de las fuerzas políticas que concurrieron al 18 de Julio: el tradicionalismo carlista, el grupo de Acción Española y la Falange de José Antonio. Los Principios del Movimiento Nacional y el pensamiento político de Francisco Franco están al alcance de todos, y en aquéllos y en éste se va perfilando, en Constitución abierta, pero en desarrollo lógico, un esquema en el que a las columnas quebradizas del artilugio liberal sustituyen los pilares robustos del Estado nuevo. No habrá partidos, pero a la solución totalitaria del partido único se opone la solución armónica del Movimiento, en el que las corrientes de opinión distintas dentro del marco constitucional se manifiestan y actúan. No hay sufragio universal, pero la voluntad del pueblo se recoge a través de los cauces naturales de representación. No hay pluralismo de sindicatos patronales y obreros, pero los derechos del trabajador, las exigencias económicas de la empresa, el servicio supremo a la nación se garantizan por el sindicato vertical y único, y por una Magistratura especializada en el contencioso laboral.
Me diréis que este esquema ha tenido fallos. Y yo lo reconozco, a la vez que declaro que los mismos son imputables a quienes, habiendo asumido la misión de depurar y perfeccionar el Régimen, han permanecido con pereza y desidia en sus puestos de mando, o, lo que es peor, han contribuido con su actitud a hacerlos más graves, para luego, ya en la oposición, gritar como desaforados energúmenos contra lo que ellos mismos hicieron al iniciar su deslealtad al franquismo, desde esos puestos de responsabilidad que el propio Franco les entregó confiando en su palabra y en su juramento. (Atronadores aplausos.)
• • •
«Nuestra razón de ser», como escribíamos hará diez años en el número uno de FUERZA NUEVA, estaba ahí. La discordancia creciente que iba separando la filosofía del sistema de su concreción en la práctica fue, para el grupo inicial de FUERZA NUEVA, el revulsivo y el aglutinante. En el fondo, teníamos la impresión de que el Estado nacional y sus resortes iban cayendo en manos liberales, desde la Universidad hasta el ejecutivo. No pudo extrañarnos, por ello, que la asepsia terminase con la política, sustituyéndola por la tecnocracia, y que un ministro, que se proclamaba hombre de Franco, cometiese la contradicción de calificarse públicamente como liberal reprimido. (Risas y aplausos.)
Un ambiente de subversión ideológica se produjo en España desde que el liberalismo se institucionalizó para la prensa y el espectáculo, con Fraga Iribarne (1966) . No había partidos políticos todavía, pero había órganos de expresión al servicio de su equipaje doctrinal, enemigo a muerte, en muchas ocasiones, de los Principios consagrados como inamovibles en que el Estado se inspiraba. Al liberalismo en la prensa y en el espectáculo, con su influencia notable en la mentalidad y en el comportamiento ciudadanos, siguió, en etapas sucesivas, el liberalismo económico, con la tendencia a incorporarnos a una sociedad consumista y capitalista; el liberalismo religioso, que ha permitido la legalización y actuación sin trabas de agrupaciones cuyos postulados doctrinales y éticos contradicen las bases de nuestra comunidad; el liberalismo político, con la vuelta a un régimen de partidos y la inauguración de un periodo constituyente: y el liberalismo, en fin, para al crimen impune de Carrero Blanco y para tantos crímenes a punto de amnistiarse. (Aplausos.)
Nuestra observación de la vida española nos deparó un diagnóstico veraz y preciso. Sólo quedaba actuar de una manera congruente. Para ello había que hacer acopio de entusiasmo y de fortaleza, porque la lealtad al Régimen llevaba consigo la oposición continua al Gobierno. Este, como custodio del sistema, trató de acallar nuestra postura contestataria, y los enemigos del Régimen, con una maniobra hábil e hipócrita, asumieron, frente a nosotros, la defensa de Franco, al que éramos desleales, según decían, al combatir a sus más Íntimos colaboradores.
No fue fácil ni carente de riesgos nuestra actuación. Desde «Hipócritas», que pertenece a la prehistoria de FUERZA NUEVA, hasta «Señor presidente» (1974) , corren unos años que, en gran parte, conservan en las páginas de nuestra revista toda la entrañable y azarosa vibración del momento.
En el semanario, en la calle, en actos públicos por toda España, en las Cortes y en el Consejo Nacional, mientras otros sesteaban o colaboraban con los Gobiernos que iban preparando la entrega, nosotros mantuvimos una postura refractaria a la complicidad. Secuestros, suspensión de reuniones, procesamientos, presentación de querellas ante la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo, campañas fabulosas de injurias, retirada en bloque de la publicidad, amenazas y atentados. Pero FUERZA NUEVA continuó su lucha. Capitalizó para si el odio a Franco y la ira de quienes no podían tolerar, desde los puestos oficiales, que tomáramos con valentía las banderas de que ellos se avergonzaban; pero capitalizó también la adhesión entusiasta, varonil y contagiosa de una España joven que no se resignaba ni se resigna al engaño, y que se negaba y se niega a tolerar una nueva etapa de sangre, de postración y de miseria.
• • •
Me interesa muy mucho, a estas alturas, y en una época en que los contornos se hacen aún imprecisos, definir con exactitud nuestro enfoque del tema asociativo.
Cuando el espíritu fantasmal del 12 de febrero (1974) , que ha terminado con su creador, patrocinaba el Estatuto Asociativo del Movimiento, nosotros nos opusimos a él. Nos dimos cuenta de la maniobra. Se trataba de desunir a los hombres del Movimiento, de agruparlos en corporaciones distintas, de alejarlos y contraponerlos. Si para conseguirlo, aparte de una dialéctica capciosa, había que ofrecer la financiación necesaria, ésta se ofreció. Asociarse, dijimos entonces, es dividirse, de manera que si se consuma, como se está consumando ahora, la suplantación del Estado nacional por el Estado liberal, autorizándose los partidos políticos adversos a lo que significó la Cruzada, el frente ideológico y táctico de la misma se hallará, como actualmente se halla, disperso y debilitado.
No quisimos aceptar la propuesta oficialista, y con un «NO», digno y solitario, nos opusimos a las asociaciones en un pleno del Consejo Nacional.
Alguien ha dicho que, siendo ésta nuestra actitud, no se acierta a comprender cómo adoptamos la contraria, al querer constituimos en partido político. La cosa es muy sencilla y no hay contradicción alguna. Mientras el Estado nacional y el Movimiento han conservado un mínimo de autenticidad, nos hemos negado, con todas sus consecuencias, a apoyar su último desmantelamiento. Pero cuando el Estado nacional deja de existir, y cuando el Movimiento se abroga y cancela, declarándose oficialmente la entrada en un sistema liberal, de sufragio y partidos, nosotros, que tenemos unas convicciones políticas bien claras y unas lealtades, que en nuestra Declaración doctrinal figuran en cabeza, tenemos que aceptar, como lo aceptaron los tradicionalistas y lo aceptó José Antonio, la fórmula instrumental del partido, para combatir por los ideales por los que unos y otros lucharon en la paz y en la guerra. (Gran aplauso.)
Que nadie diga que nosotros, al elegir este camino, rompemos la unidad. La unidad de los hombres del Movimiento quedó rota antes, y no por nosotros, que nos opusimos en solitario a la ruptura. (Aplausos.) Más aún, previendo lo que iba a ocurrir, y antes de que las agrupaciones que se acogieron al Estatuto asociativo buscaran, mediante el diálogo coordinador, recobrar de algún modo la unidad tan lamentablemente perdida, lanzamos antes que nadie el llamamiento y la idea del Frente Nacional. Fue en el Valle de los Caídos, en la clausura de las VI Jornadas Nacionales de Delegados de FUERZA NUEVA, el 11 de febrero de 1974. En aquella ocasión dijimos: «Desde el instante de nacer, nosotros hemos querido siempre un Frente Nacional, y un Frente Nacional no pasivo o teórico, sino un Frente Nacional activo, dinámico, proselitista, en línea de combate. Hemos aspirado a ser movimiento del Movimiento, agilizador de su estilo y de su temple, oponiéndonos a cualquier actitud puramente defensiva, a cualquier tentación de abandonismo, al complejo, en suma, de desfase, inactualidad o arteriosclerosis. Hasta las letras iniciales de las dos palabras que cifran nuestro nombre «F» y «N» aluden a ese objetivo. El Frente Nacional que nosotros propugnamos no debiera ser tan sólo una coordinación de grupos, una alianza circunstancial, táctica y esporádica, para un cometido pasajero. Nosotros ambicionamos un movimiento de camaradas que luchan con fe, que dan ejemplo con su conducta y que no desmayan ante el peligro.» El silencio más absoluto coreó la propuesta.
OBSERVACIONES NECESARIAS
¿Puede alguien que haya seguido nuestra línea de actuación, transparente en todo momento, sorprenderse de la solicitud presentada por FUERZA NUEVA, el 7 de julio de 1976, en el Registro del Ministerio de la Gobernación, en la que manifestamos nuestro propósito de constituirnos en partido político?
A este respecto juzgo del máximo interés subrayar las siguientes observaciones:
1) Que la discordancia entre la ley, las declaraciones oficiales y la realidad política en España son desmoralizadoras. Que sepamos, aparte de las asociaciones nacidas bajo el Régimen anterior, se han acogido a la hoy vigente: F.N., el P.A.N., el Partido Popular, el P.S.O.E. y la Falange hedillista.
Las agrupaciones políticas, al rechazar su legalización, incluso, por ejemplo, Reforma Democrática, de Fraga Iribarne, autor de la ley (risas) se hallan al margen de la misma. ¿Pero qué importa? Aceptar la ley en la democracia que se comienza a vivir trae poca cuenta. Los medios de difusión, hasta los que el Gobierno maneja, os ofrecerán a diario noticia meticulosa, ampliada y exagerada, de las actividades ilegales, pero consentidas, públicas y casi oficializadas, de grupos y dirigentes de los partidos políticos contrarios a los ideales del Movimiento, sin exceptuar, claro es, a los comunistas.
2) Nosotros, que por las razonas apuntadas nos constituimos en partido político, no abandonamos la idea del Frente Nacional en los términos que conocéis.
En el acto de Colmenar Viejo, de 4 de julio de 1976, y en unas declaraciones a Radio Nacional de España, expresamos, como siempre, nuestro deseo de unidad, matizando que esa unidad arrancaba no de alguno de los afluentes que coincidieron en el 18 de Julio, sino del 18 de Julio mismo, cuya significación histórica, política y -creadora no puede desdibujarse, a no ser que se quiera reducirlo a un episodio fugaz o a una simple hoja de calendario.
Según nuestro punto de vista, algo peor que el inmovilismo seria el retroceso, y retroceso es, conforme a nuestra opinión, borrar y olvidar la tarea integradora de la guerra de Liberación y de la paz de Franco. (Aplauso atronador.)
A estas alturas, cuando el peligro crece, por la erosión interna y la presión foránea, la idea del Frente Nacional, tal y como lo propuso inútilmente José Antonio, cara a las elecciones de 1936, debe considerarse seriamente. Aquella lección no debe ser olvidada. En la coyuntura actual, y con el pasado histórico inmediato, nuestra declaración programática refleja, lo creemos sinceramente, las tres lealtades mínimas sin las que el Frente Nacional sería imposible. Lealtad al 18 de Julio, al nombre y a la obra de Franco y a la Monarquía que Franco quiso, como continuadora de la Monarquía tradicional y no de la Monarquía de Sagunto, cascara desprendida por dañosa del alma de la nación, como con otras palabras dijo José Antonio.
• • •
Ante el periodo constituyente que se avecina, en medio de un caos social y económico que crece por momentos y que el poder público, por razón de su propia filosofía y de sus contradicciones fundamentales, no puede contener ni resolver, FUERZA NUEVA, cuya trayectoria es conocida por diez años de actuación, cuya presencia en la vida pública no es posible ignorar, cuya capacidad de convocatoria es indiscutible, que ha hecho patente su propósito de no vivir en la clandestinidad, sino dentro de la ley, ha sido soslayada, desconocida, ignorada, peyorativamente discriminada, y no sólo por el Gobierno de la más amplia apertura democrática, como lo es, en apariencia, el segundo Gobierno de la Monarquía, sino también por las agrupaciones que podemos llamar afines.
LOS DEL DIALOGO NO HAN QUERIDO DIALOGAR CON NOSOTROS
El jefe del Gobierno y algunos de sus ministros han celebrado reuniones y almuerzos de trabajo con los dirigentes de los grupos políticos legalizados o al margen de la ley, incluso con los comunistas (el señor Lamata con las Comisiones Obreras), en los despachos oficiales y fuera de ellos. El señor Suárez y sus ministros han mantenido diálogos con el F.N.E., con la U.N.E., con la A.N.E.P.A., con la U.D.P. y también con Gil-Robles, Ruiz-Giménez y todas las gamas del socialismo, incluyendo a los que se profesan marxistas, como Tierno Galván y Felipe González.
Los hombres del diálogo no han querido dialogar con nosotros. Este rechazo «ab initio» nos deja el consuelo de que la petición que hacemos al Padre: «no nos dejes caer en la tentación», ha sido escuchada (gran aplauso), porque en política también la respuesta divina tiene dos modalidades: una, la gracia, ante la tentación, de rechazarla con fortaleza y sin vacilar; y otra, la de no caer en ella, porque la tentación no llegue a producirse.
FUERZA NUEVA no ha caído en la tentación o en las tentaciones que hubieran podido surgir del diálogo con quienes de un modo oficial proyectan y han puesto en marcha la liquidación del franquismo, porque ese diálogo se nos negó de partida. Nos queda el consuelo de que cuantos en España comulgan con el franquismo estarán seguros de que nosotros no hemos llegado por vía de concesión, arreglo o «do ut des» a ningún pacto o inteligencia con el Gobierno de la ruptura democrática.
Pero tampoco, y lo decimos con tristeza, las agrupaciones afines han contado con FUERZA NUEVA para nada. ¡ Y bien sabe Dios que la presencia de nuestros hombres y mujeres ha sido masiva y entusiasta en los actos públicos organizados por ellas, ya que es España y no el «fulanismo», como se expresó con acierto, lo que interesa e importa!
No hemos estado presentes en las reuniones coordinadoras de tales agrupaciones que, a nivel nacional o a nivel provincial, como en el caso de Santander, se han venido celebrando.
LA BASE ES LA MISMA
Yo sé que, en esencia, la base de nuestras agrupaciones políticas es la misma. La inscripción en cualquiera de las llamadas Asociaciones del Movimiento, salvo excepciones, no es consecuencia de una ideología diferenciada netamente, sino fruto de la invitación hecha con anticipo, o de la vinculación personal o de las «suaves» presiones oficialistas de un momento que pasó. De aquí que la base, nuestra base, se pregunte, sin respuesta convincente, por las razones de la atomización, y urja a conseguir de algún modo la unidad perdida, no entendiendo, por otra parte, por las razones de nuestro alejamiento y ausencia.
En más de una publicación, y en alguna entrevista, se ha insinuado que la exclusión de FUERZA NUEVA del diálogo fraternal se debe o bien a que a las asociaciones coordinadas no les interesa, cara al Gobierno —con el que se hallan en situación de diálogo—, mantener enlaces de cualquier signo con FUERZA NUEVA, para evitar inconvenientes, o bien a que, por razones tácticas, es aconsejable que, más allá de su Coordinadora, quede un grupo al que se pueda libremente calificar de ultraderecha y que cargaría con los sambenitos molestos que a todos ofenden y fastidian.
El Gobierno, como ya lo hizo Arias, podría seguir hablando de los dos maximalismos, implicando con esa calificación, que le permitiría jugar a centro, al grupo de FUERZA NUEVA, y los «coordinados» serían así la derecha culta, intelectual y civilizada, dispuesta a una participación en el régimen y a un juego de derecha contrapesadora y hasta turnante.
Yo no sé hasta qué punto esta tentación ha entrado en juego. Lo único que me consta positivamente es que si FUERZA NUEVA existe y ha realizado a la intemperie, al margen de los Gobiernos de Franco, y, por supuesto, sin ayudas oficiales, oficiosas o privadas que hipotequen su libre voluntad de servicio, una defensa de los postulados ideológicos del franquismo, FUERZA NUEVA no ha sido llamada a ningún género de conversaciones, ni siquiera preliminares. (Aplausos.)
• • •
La enorme responsabilidad que a todos nos corresponde en un momento de cambio, que nosotros no hemos querido, me obliga, en mi nombre y en el de mis amigos, pensando en España y teniendo a la vista las grandes lecciones de la Monarquía de Sagunto y de la II República, a exponer con la mayor objetividad nuestro punto de vista.
Si por razones que ya hemos considerado muchas veces, y están en la memoria de todos, se destruye el Estado nacido de la guerra y se le sustituye por una democracia liberal y coronada, la tentación puede ser la misma que hizo de Maura el jefe de un partido conservador, dentro de la Monarquía de Sagunto, o de Gil-Robles el jefe de la derecha española, previa su aceptación o acatamiento del régimen republicano.
Maura arrastró tras su personalidad, honorabilidad y valía indiscutibles a lo que podría hoy ser identificado con nuestra «base». Pero el grito de «¡Maura, no!» tuvo eco y acogida en el Palacio Real. El propósito colaboracionista, cargado de nobilísimas intenciones, fracasó, porque la Monarquía de Sagunto era inviable.
Gil-Robles, de abolengo tradicionalista, organizador nato y orador vibrante, polarizó en torno a su figura y a la CEDA a muchos patriotas. Su propaganda electoral: «Estos son mis poderes», «A por los trescientos», «Con-tra la revolución y sus cómplices», hizo impacto en las duras campañas electorales de la época. Pero el esfuerzo colosal realizado fue ineficaz y desembocó en posturas inelegantes. El gobierno de católicos y masones le obligó a actitudes confusas e hirió a la doctrina. Al final, todos lo sabemos, «no fue posible la paz», y mientras decenas de millares de «populistas» eran asesinados por la República, las juventudes de A. P., las que concurrían llenas de pasión a sus actos de masas, acertaron a comprender, en el duro yunque de la realidad, la enorme equivocación del jefe que no se equivocaba, y marcharon al frente, encuadrados en los Tercios del Requeté o en las Banderas de la Falange y de la Legión, a luchar y a morir por Dios y por España. (Aplausos muy fuertes y prolongados.)
Las consideraciones que acabamos de hacer vienen a cuento porque, concluida la etapa de la evolución del Régimen a partir de sus raíces institucionales, que quiso Arias y que fue la trampa inicial; periclitado el ciclo de la reforma sin ruptura, que preconizó Fraga y que era, sin duda, contradictoria e irrealizable, y puesta en marcha, bajo el patrocinio de Suárez y su Gobierno, la ruptura desde la legalidad, como se ha escrito en un diario de tono conservador, estamos en presencia, a poco que se observe el panorama, y de un modo especial el proyecto de ley de Reforma Política, ante una situación semejante a la que, en su día, contemplaron don Antonio Maura y José María Gil-Robles.
Los cuadros dirigentes de las agrupaciones políticas a que nos hemos venido refiriendo, y de un modo especial quienes por su talento y su influencia pueden orientar la conducta de una gran masa de signo nacional, deben plantearse, en conciencia, ante Dios y ante España, por encima de cualquier oportunismo, sí otra vez, a esa masa inmensa de españoles que Franco aglutinó, aturdida después de su muerte y confusa ante la deslealtad de los unos y la división de los otros, conviene arrojarla de nuevo en una empresa colaboracionista, que so pretexto del mal menor o del bien posible, de algún modo contribuya a consolidar un sistema que terminaría definitivamente con España, o, por el contrario, de una vez, y con gallardía, que logra respeto y contiene actitudes adversas, decir —a las alturas que sea necesario— que se oponen radicalmente a la ruptura y desean la continuidad perfectiva del Régimen del 18 de Julio.
CON EL ENTONCES PRINCIPE DE ESPAÑA
Una representación numerosa y a la vez cualificada de FUERZA NUEVA acudió a visitar al entonces Príncipe de España, el día 7 de diciembre de 1973. Le expusimos entonces, con toda lealtad, nuestro entendimiento sobre el papel de la Corona en la Monarquía de la Ley Orgánica del Estado, en los siguientes términos, que reproduzco a la letra:
«Pese a los mejores deseos, no podréis ser, inicialmente, el rey de todos los españoles, porque aun cuando la inmensa mayoría de los ciudadanos ya os aceptan y muchos están dispuestos a serviros, aún quedan quienes por su vinculación ideológica a grupos antimonárquicos, totalmente definidos por su postura beligerante durante la guerra que la segunda República hizo necesaria, o por los recelos suscitados por el sistema liberal que derrocó a la Monarquía y fue causa de la grave confrontación que sufrimos, no os considerarán como «su» rey, al menos de momento, o con el énfasis posesivo que quisierais.»
«Pero lo posesivo no es lo urgente. Lo inmediato y lo urgente, lo que imprime dinamismo es lo ideológico, la noción de fin que impulsa a la institución que encarnáis. Os diría más: un descanso posesivo en la idea de ser ya un rey «de» todos los españoles sería paralizante. Por el contrario, la savia creadora de ser un rey «para» todos los españoles, parece que eleva, sin desencarnarla, la institución que representáis, imprimiéndola ese carácter de servicio que tanto se acomoda al tiempo en que, con la ayuda de Dios, habréis de dar cumplido tributo a las obligaciones de vuestro grave ministerio.»
«En este sentido no nos importa tanto la realeza del Jefe del Estado como un Jefe de Estado real, con el título de Rey; y más que una corona, que puede quedar reducida a un símbolo inoperante, queremos una cabeza sobre la cual puede asentarse la corona, como una pública demostración y un solemne reconocimiento de autoridad.»
«Nadie mejor que en vos, por ser cabeza fundacional de una Monarquía, puede darse la figura concreta de un Jefe de Estado real, órgano, el más alto, de un Régimen que no puede ser transparencia de cualquier ideología, ni indumentaria ajustable para cualquier tipo de estructura, sino servidor ejemplar de la propia filosofía política animadora del Régimen, que a sí mismo quiso darse una configuración monárquica.»
«La Monarquía, de esta forma, se arraiga y fortalece, porque está pronta a recibir y a alimentarse de la sustancia vital que le dio vida y existencia. El rey, en esa Monarquía, que es la única viable entre nosotros, como ha demostrado la experiencia, no es un rey pantalla, que expone ante la opinión, haciéndolo fríamente suyo, el programa del partido triunfante, conservador, unas veces, y socialista, otras, sino un rey caudillo, intérprete y guía, que hace propio y embandera el programa político, social y económico de un Régimen que ha dado ya sus definiciones dogmáticas esenciales y que el rey ha aceptado con un juramento de honor ante la Patria.»
«Lo atractivo para nosotros, los que hemos llegado hasta aquí en la mañana de hoy, consiste en saber que estamos ante quien por designio de la Providencia, y obra y gracia del pueblo español que se alzó en armas para liberarse de la tiranía marxista, puede ser y debe ser la garantía de la continuidad del Estado; y también la de su homogénea perfección sucesiva, de acuerdo con la imperfección de toda empresa humana y de las nuevas necesidades que a la empresa demandará sin duda el tiempo que ha de venir.»
Más tarde, en una encuesta de Radio Nacional sobre el futuro de España, el 24 de noviembre de 1975, dijimos: «el futuro estará garantizado en España en la medida en que se conjuguen los tres factores siguientes: 1) que no haya ruptura política o social, sino desarrollo y evolución homogénea; 2) que las fuerzas de marcado signo nacional se aglutinen en respaldo de la continuidad; 3) que la Monarquía, fiel a su legitimidad de origen, busque ese respaldo militante, sin aturdirse ante campañas que, con pretexto de ampliar la base, acabarían erosionando el sistema».
Manifiesto está que hasta la fecha no se han conjugado ninguno de estos factores, y que el motor de la llamada reforma, se halle donde se halle, dirige su fuerza en dirección muy distinta, por no decir contraria. (Aplausos.)
• • •
Cuando las sábanas fantasmales del 12 de febrero (risas) comenzaron a turbar la alegría de los españoles y a oscurecer su futuro, ante unas declaraciones de su inspirador, que demostraban, de una parte, el golpe de Estado ideológico y, de otra, el comienzo, ratificado por el terrorismo creciente, de la democracia liberal, escribimos lo que ahora, a la luz de los hechos dolorosos que contemplamos, cobra un renovado valor:
«Señor presidente: "Nos autoexcluimos de su política. No podemos colaborar con usted, ni siquiera en la oposición. No renunciamos a combatir por España, pero hemos comprendido que nuestro puesto no está en una trinchera dentro de la cual se dispara contra nosotros y se airean y enarbolan estandartes adversarios".»
«Señor presidente: en un diario catalán, que no se destaca precisamente por su adhesión al Régimen, se dice: "Arias ha mojado su dedo índice, lo ha levantado y ha dicho: Por ahí." Pues bien, nosotros no queremos ni obedecerle ni acompañarle. Pero fíjese bien en quiénes le acompañan y adonde le acompañan. Piense si le dirigen o le empujan. Y no se lamente, al final, si contempla cómo ese tipo de democratización, que tanto urge, se levanta sobre una legión de cadáveres, de los que son anuncio y adelanto, cuando esa democratización se inicia, los que se sacaron de los escombros, el 13 de septiembre (Atentado terrorista de la calle del Correo) , del corazón mismo de la capital de España» (FUERZA NUEVA, 28-9-74).
¿No creéis que los hechos han desbordado nuestras previsiones? Cuando se ha multiplicado desde aquella fecha el número de mártires; cuando se pide públicamente la amnistía total y la desaparición de las fuerzas de Orden Público; cuando se grita en manifestaciones autorizadas o toleradas «Franco, asesino»; cuando ciudades y provincias enteras se hallan bajo el terror; cuando se desarticula y arruina al país con huelgas que se mantienen bajo la amenaza y la ausencia de autoridad; cuando se cumplen las demandas de los enemigos del Régimen, desde la derogación de la ley antiterrorista hasta la apertura de un proceso constituyente; cuando se dialoga con el separatismo; cuando el ministro de Relaciones Sindicales acude al despacho de un conocido dirigente comunista para dialogar y pactar con las Comisiones Obreras; cuando el presidente del Gobierno, también fuera de su despacho oficial, se reúne con Felipe González, y sabiendo que acaba de presidir puño en alto una manifestación en Sevilla, y que hace muy poco había dicho que «la muerte de Franco cerraba un capítulo negro de la Historia de España», le califica de inteligente y de patriota, asegurando la identidad de puntos de vista en muchos aspectos; cuando la literatura disolvente y pornográfica nos ahoga, pervirtiendo a nuestra juventud; cuando, ante un panorama tan triste —destruir en diez meses la obra de cuarenta años— aún se atreve a decir el ministro de Asuntos Exteriores, ante la Asamblea de la ONU que España camina hacia un régimen democrático con apoyo en la soberanía popular (se inicia un rumor fuerte de indignación en el auditorio), tenemos derecho a levantar nuestra voz para replicarle: «No, señor ministro, España no camina hacia un régimen democrático. A España, vosotros y quien os respalde, la estáis empujando precipitadamente y con urgencia hacia el caos.»
¿Cómo colaborar, con algún género de asistencia, al suicidio de España? Nuestra oposición no puede ser una simple oposición a una línea de Gobierno, a unas actuaciones concretas del poder ejecutivo. Nuestra actitud rechaza este tipo de oposición. La nuestra, nuestra oposición, se proyecta en un frente más amplio, se sitúa fuera de la mecánica usual, y se levanta contra una situación totalmente de contrafuero, en la que los Principios nacionales se conculcan sin que hasta la fecha nadie, con autoridad, por razón de oficio —ahí está la Ley Orgánica del Estado— y en virtud de una palabra que se juramentó ante Dios, lo evite o rechace. (Gran aplauso.)
LA MISMA RESPUESTA
Ahora, como en aquella ocasión del espíritu del 12 de febrero, podrán preguntarse algunos: si ustedes no colaboran con el Gobierno, ni tampoco se oponen, ¿qué hacen?, ¿en qué postura se colocan? Pues bien, ahora como entonces, la pregunta tiene, por alzada, la misma contestación que dimos el 12 de octubre de 1974: «Cuando en los templos católicos de los países ganados por el movimiento reformista, en vez del párroco apareció el pastor, y en lugar de la misa empezó a conmemorarse la cena, los fieles que continuaron católicos dejaron de ir al templo reformado. No discutieron con el pastor, porque la discusión no era ya sobre el método, sino sobre el dogma, y no se acercaron a comulgar, porque en la Eucaristía no había presencia, sino simple memoria de Cristo. Pero ese grupo católico que no colaboró con la Reforma, ni siquiera con la oposición «ad intra», a la obra de demolición de la Iglesia, fue el que mantuvo a la Iglesia en su país, el que permaneció en la Verdad y al servicio de la Verdad.»
José Antonio dijo en cierta ocasión («Arriba»,28-11-35): «¿Qué pasaría si alguien, de pronto, pusiera fin al baile y empezara a llamar a las cosas por su nombre? Pues, sencillamente, que entraría un aire nuevo a depararnos una atmósfera respirable.»
Yo creo que acabamos de llamar a las cosas por su nombre, y que un aire limpio y fresco nos alegra el alma.
No nos engañemos. A Franco, en su venerable ancianidad, presionado por las fuerzas secretas, traicionado por algunos de sus colaboradores, privado de la asistencia de Carrero Blanco, no se le escapaba lo que ocurría. El odio contra España, el propósito de escindirla y empobrecerla, tiene sus raíces en un mundo metafísico, en el que España desempeña un papel importante. El que olvide este planteamiento está condenado «ab initio» a la derrota.
«Los enemigos de España y de la civilización cristiana están alerta», nos dijo Franco en su testamento. Y para mayor evidencia, el 1 de octubre de 1975 —hace ahora un año—, ante un millón de españoles, que en la plaza de Oriente le ratificaba su adhesión frente a la chusma internacional que nos insultaba (y a la que ahora nos abrazamos), enumeró a tales adversarios inmisericordes: la masonería y el comunismo.
No; la guerra no ha terminado, pues el enfrentamiento ideológico entre dos concepciones antagónicas del hombre y de la comunidad política se halla en todas las latitudes sobre el plano vivo de una actualidad decisiva.
NO VAMOS A AVERGONZARNOS DE NADA
Son muchos los que han querido que nos avergoncemos de nuestra guerra de Liberación, llamándola despectivamente guerra civil. Olvidan los que así se comportan que las únicas guerras importantes en el tiempo cercano han sido las civiles. Las guerras entre naciones o grupos de naciones obedecen a causas económicas, a pujos de influencia, a deseos de reivindicación territorial, pero no influyen de manera notable en la mentalidad de los pueblos. En las guerras civiles, por el contrario, lo que hace surgir el conflicto es algo que atañe profundamente a los valores primarios. Por ello, de su desenlace depende el modo de vivir, la cultura y la civilización del futuro.
En 1789 hubo una guerra civil en Francia, y la abolición del antiguo Régimen dio paso al triunfo de los ideales de la Enciclopedia. En 1861 una guerra civil dividió a los Estados Unidos, y la victoria del Norte abolió la esclavitud. En 1917 una guerra civil puso en armas al pueblo ruso, y la derrota del Ejército blanco permitió que la doctrina de Marx se implantase en lo que hoy llamamos la URSS y de allí irradiara con sus tanques y filosofía por el mundo entero. En 1936 una guerra civil —Cruzada para nosotros— liberó a España del liberalismo y del comunismo, constituyéndole en norte y guía de aquellos países que quieren salvarse.
¿Y vamos a avergonzarnos de nuestra guerra?, ¿y de la Victoria?, ¿y de la sangre vertida para lograrla?, ¿y de los héroes y de los mártires?, ¿y de los cuarenta años de paz y de progreso?, ¿y de Francisco Franco?, ¿y de las banderas que la simbolizan?
No se cuente con nosotros para tarea semejante de olvido o menosprecio, ni para un entendimiento más o menos sigiloso con los centristas que lo propugnan. Luis Bolín escribió un libro precioso sobre nuestra guerra. Se titula: «España, los años vitales». En la dedicatoria se lee: «A la juventud de España, para que perdone todo y no olvide nada.»
Nosotros lo perdonamos todo, pero no olvidamos la lección de la historia, ni las consecuencias nefastas del pacto con los eclécticos, ni nuestro compromiso con España, ni el juramento de lealtad que prestamos, ni aquello que Dios, en esta hora de cobardía, nos demanda. Por eso huimos de toda colaboración —que sería complicidad— con la tragedia de la ruptura, con la suplantación por el Estado liberal del Estado de la Cruzada. No queremos ayudar de ningún modo, ni siquiera con nuestro silencio, a quienes, sean quienes sean y se hallen donde se hallen, están dando pruebas de una capacidad para destruir sólo equiparable a su ineptitud para edificar.
Nosotros, como dijo Carlos VII al abandonar a España, derrotado por el liberalismo, nos negamos a suscribir con éste pactos deshonrosos; y no sólo por la deshonra que ello implicaría, sino porque no es prudente fiarse de una palabra sin otra exigencia moral que el interés, cuando se tomó a la ligera la palabra que Dios demandará por haber empeñado un juramento con ella.
• • •
La lucha en que España y el mundo están empeñados es ahora más que nunca una guerra civil universal. Esa lucha, que previo José Antonio, profeta aquí, como tantas veces, es más dramática que la contienda electoral que se propone y que parece obsesionante para muchos. «Esa lucha está planteada —dijo José Antonio— entre el frente asiático, torvo y amenazador de la revolución comunista —que ya se pasea desafiante otra vez por nuestros pueblos—, y el frente nacional de los mejores hijos de España en línea de combate.»
Camaradas y amigos. En este cuarenta aniversario de la exaltación de Franco a la jefatura del Estado, invocando a nuestro patrono San Miguel Arcángel, por Dios y por la Patria, gritad conmigo: ¡FRANCISCO FRANCO!, ¡PRESENTE! ¡ARRIBA ESPAÑA!
(Otra atronadora ovación cierra las últimas palabras del consejero nacional Blas Pinar, cantándose a continuación las estrofas del «Cara al Sol».)
|
Marcadores