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Tema: Discursos de Blas Piñar (durante y contra la "transición")

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    Re: Discursos de Blas Piñar (durante y contra la "transición")

    ... "el 9 de junio de 1976 hubo en las Cortes una votación histórica. Por mayoría, los procuradores decidieron volver a un régimen de partidos, abrogando el Movimiento Nacional. Os confieso que lloré..." :


    Revista FUERZA NUEVA, nº 495, 3-Jul-1976


    “UNA SESIÓN DE CORTES”

    (Discurso pronunciado por Blas Piñar en Villavieja, Castellón, el 13 de junio de 1976)

    No sé –amigos y camaradas- si habéis caído en la cuenta de que hoy se cumple un nuevo aniversario de la entrada en Castellón, capital de la provincia, de una avanzada del Ejército nacional, que izó la bandera de España en una ciudad dominada por el marxismo y el miedo, sobre la torre del campanario de una de sus iglesias.

    La avanzadilla de Franco fue entonces alivio y promesa. ¿No será hoy cuando la zozobra y la inquietud sacuden a nuestro pueblo, este acto de “afirmación nacional”, que celebramos en Villavieja, alivio y promesa también para muchos que, a juzgar por los acontecimientos y por la propaganda tendenciosa, pudieran creer que el esfuerzo de tantos años se halla en trance de resultar baldío? ¿No seremos nosotros, los hombres y las mujeres de FUERZA NUEVA, la avanzadilla ideológica y dialéctica que, en 1976 continúa convocando a la lucha por Dios y por la Patria, por el Pan y la Justicia?

    La provincia de Castellón está llena de hitos recordatorios de la Cruzada. El 15 de abril de 1938, Viernes Santo, llegaba a Vinaroz la cuarta Brigada de Navarra, y al frente de la misma el entonces coronel Camilo Alonso Vega. El Mediterráneo se ofrecía en su ancha y diáfana transparencia, como un augurio de la victoria final. Por el Mediterráneo nos vino la fe y la cultura, como nos llega el amanecer de cada día. El coronel Alonso Vega, al igual que los héroes de la conquista americana, penetró en el mar, y con su espada sobre las olas que se iban acercando a la playa, trazó la señal de la cruz. Los soldados le siguieron, y arrodillándose en el mar, tomaron agua con los dedos de la mano derecha y se santiguaron con agradecimiento y con amor. Pío XI, emocionado al conocer la noticia, regaló un Santo Cristo, llamado de la Paz, para que todos los años saliese, como recuerdo, en procesión.

    La liberación

    Luego de aquellas jornadas, vino la liberación, hacia arriba y hacia abajo, de los pueblos de la Plana. El Ejército nacional se detuvo por aquí, en las proximidades de Villavieja y de Nules. Nules fue tierra de nadie, ciudad destruida y arrasada, en cuyo frente se cubrió de gloria la Bandera valenciana de la Falange.

    Con la liberación quedaron atrás meses de angustia y pesadilla. La vacilación y la duda –tan nefastas en momentos decisivos- habían dado al traste con el Alzamiento nacional en Castellón, donde los carlistas –de tanta solera entre vosotros- al mando de José Gómez Aznar, y los grupos falangistas, nacidos al calor del acto de Burriana, en que intervino José Antonio, estaban prestos para lo que fuera menester.

    La capital y la provincia saben de memoria los brutales asesinatos cometidos, la actuación vesánica de la Columna de Hierro, de las checas “Amanecer” y “La Desesperada”, de los fusilamientos del “Isla de Menorca”, convertido en prisión flotante.

    Una mujer anciana, tradicionalista fervorosa, Josefa Martínez Caballer, fue paseada por los pueblos, insultada, escupida y al fin martirizada y muerta, clavándole en el cerebro, y a martillazo limpio, un punzón de acero.

    ***
    De aquella España en ruinas de todo cariz, surgió una España nueva, distinta y próspera, recobrada para sí misma, independiente y soberana. Fue la obra del Régimen, con defectos, claro es, como propios de una empresa humana, pero con logros visibles que jamás se habían conseguido.

    ¿No habéis sido vosotros beneficiarios de esa obra? Aquí, gracias al Instituto Nacional de Colonización y a vuestro sacrificio, desapareció el proletariado agrícola y todos os habéis convertido en propietarios. Los naranjos cubren vuestra tierra, y si alguna vez, voces malintencionadas se atrevieron a insinuar que sólo con la caída del franquismo el fruto de vuestro trabajo tendría un precio remunerador y podría exportarse a Europa, hoy sabéis por propia experiencia, cuando Franco ha muerto y el franquismo con urgencia suicida trata de desmontarse, que los precios bajan para vosotros, aunque suban para el consumidor, y que jamás como ahora la naranja tuvo tantas dificultades para llegar a los mercados exteriores.

    No penséis en el Mercado Común como solución. El Mercado Común es una suma artificial de intereses en muchos casos antagónicos. Vosotros sabéis cómo acaban de ser -como en tantas ocasiones- asaltados y quemados en Francia los camiones que transportaban frutas y verduras españolas, pero no ignoráis tampoco las batallas campales contra los respectivos Gobiernos de los agricultores franceses, belgas e italianos. Y es que Europa no puede concebirse sólo como una empresa económica, sino que, para que la misma sea viable, es preciso que antes se construya espiritualmente Europa y surja la vocación europea de cada una de las naciones que la integran. En este sentido podemos afirmar que España es quizá el único país de Europa en que ese espíritu fue salvaguardado y sobrevive como una esperanza para todos.

    Aunque no fuera más que por este motivo, el Régimen de Franco merecería nuestro generoso agradecimiento, como lo merece –y tenemos pruebas evidentes de ello- de muchos hombres de Europa, de la llamada Europa libre y de la Europa sojuzgada por el marxismo.

    No se puede adivinar el futuro

    Pero el Régimen, cuya labor no podemos ensalzar aquí y ahora por extenso, ha realizado un avance social tan enorme, que cuesta trabajo pensar que la locura, la ambición, el revanchismo y las corrientes inflacionistas del nuevo sistema liberal que pretende implantarse, se ceben y complazcan en destruirlas.

    Ante esa batalla social ganada, que ha rebasado incluso las aspiraciones teóricas, y a fines propagandísticos de los grupos marxistas, yo no puedo adivinar cuál sea para el futuro el programa, en este orden de cosas, de la oposición. Porque se han quedado sin programa, a no ser que éste no aspire a otra cosa que a dejar sin eficacia las reivindicaciones conseguidas en un ambiente de paz, de entendimiento y de justicia, sin recurrir a las huelgas salvajes, a la lucha fratricida y al deterioro de las empresas […]

    ***
    Pero volvamos a la realidad acuciante de los últimos días. El 9 de junio de 1976 hubo en las Cortes una votación histórica. Por mayoría, los procuradores decidieron volver a un régimen de partidos, abrogando el Movimiento Nacional. Os confieso que lloré, tanto por la decisión lamentable como por la falta de pudor ajeno. No voy a entrar en el análisis de lo que un juramento solemne exige. Hay reflexiones en voz alta absolutamente inútiles cuando, como aquí ocurre, todos los presentes tenemos una conciencia clara de la valoración moral que merecen los sufragios emitidos en la sesión de Cortes que acabamos de citar.

    Valga nuestro reconocimiento y homenaje a los procuradores que dijeron gallardamente que no, y en especial a Raimundo Fernández Cuesta, primer secretario general de la Falange, que supo exponer, con lógica diáfana, una argumentación jurídicamente irrebatible, ofreciendo a todos, incluso a los adversarios, una lección de ortodoxia y de lealtad a la doctrina profesada y jurada.

    Al lado del discurso de Fernández Cuesta, y por contraste, hay que destacar, para comentarlo, el del ministro secretario general del Movimiento, don Adolfo Suárez, discurso que, con todos los respetos para la persona, yo me atrevo a calificar de hueco, por retórico; pesado, por reiterativo; absurdo, por incongruente, e insostenible, por sofístico.

    Vayan por delante tres observaciones que estimo fundamentales:

    • Se ha hurtado a la Cámara política [Consejo Nacional del Movimiento] un asunto de su exclusiva competencia –y no de la competencia de las Cortes-, de conformidad, claro es, con la legislación vigente, que es la única observable. En efecto, el artículo 4º de la Ley Orgánica del Estado dice que el Movimiento Nacional promueve la vida política, y a su representación colegiada, es decir, al Consejo Nacional, se atribuye, por el artículo 21 de la misma Ley, el estímulo de la participación auténtica y eficaz de las entidades naturales y de la opinión pública en las tareas políticas y de encauzar el contraste de pareceres.

    • Por una Ley aprobada por las Cortes y que no va a referéndum, se modifican dos leyes fundamentales, a saber, la Ley Orgánica del Estado y la del Fuero de los Españoles (al menos en sus artículos 10 y 17) y se deja sin efecto el Principio VIII del Movimiento Nacional.

    Claro es que el argumento, aunque frágil, no se elude. La reforma, en virtud de la cual se vuelve al sistema de partidos, no deroga ni modifica nada, tan solo aclara y desarrolla una normativa potencialmente inserta en nuestro ordenamiento constitucional.

    • La urgencia con que la reforma-ruptura se produce contradice, de una parte, la mesura y reflexión con que la misma, de reputarse necesaria debiera hacerse y, de otra, produce la impresión de que se realiza con esta rapidez por razón de compromisos serios contraídos con fuerzas políticas y económicas que actúan dentro y fuera de nuestra Patria y que en ocasiones parece que exigen y hasta ordenan.

    Sobre esta triple argumentación de base, el discurso del ministro secretario general del Movimiento [Adolfo Suárez] puede analizarse sin dificultad.

    A primera vista resulta evidente que ha prescindido de toda alusión a la legalidad. Y es lógico, porque en este terreno no era posible conseguir ni una sola adhesión. Todo el encaje legal que el señor Suárez hubiera pretendido se le hubiera vuelto radicalmente en contra. Por eso rehuyó medrosamente el tema y acudió al terreno de las realidades, o, al menos, de las realidades que a él le interesa imaginar. Estas realidades son, para el ministro, las siguientes:

    Hay, de hecho, partidos políticos. Pues bien, los hay porque el Gobierno los ha convocado y estimulado, aunque no sean más, en ciertos casos, que unas siglas y unos cuantos recortes de prensa. Si, como el ministro dice, “ante los partidos, el Gobierno puede hacer tres cosas: combatirlos, ignorarlos o legalizarlos”, salta a la vista que el Gobierno de un Régimen “anti-partido” ha incumplido con su deber: primero, al ignorarlos y, ahora, al querer legalizarlos.

    La legalización no es, sin embargo, una panacea universal. Por ese procedimiento se acabaría con el delito, desde el robo a la fabricación de moneda falsa. Para ello bastaría una modificación del ordenamiento jurídico; pero antes sería preciso abdicar del bien común, que es la razón de existencia del Estado y de la comunidad política.

    Los partidos no son malos, pues dice el señor Suárez, ya “no son grupos ideológicos que se enfrentan violentamente, sino diversidad de acciones programáticas”. Yo no sé qué información tiene el ministro sobre los programas de los grupos políticos que actúan en el mundo y comienzan a actuar en España. Pero un examen, por superficial que sea, sobre su comportamiento en el Líbano, en el Ulster o en Italia, por no citar el muy reciente de Chile, sería bastante para entender que tales programas conllevan un enfrentamiento ideológico radical y conducen inexorablemente a una lucha cargada de violencia.

    Por si eso fuera poco, tenemos en España no sólo la experiencia reciente, que nos condujo a un doloroso trauma en el que se puso en juego la existencia de la nación y la vida de cientos de miles de españoles, sino las proclamas bien conocidas, carentes de rectificación y a todas luces desafiantes, de algunos de los partidos políticos que ahora renacen, impulsados por el Gobierno, y a los que hay que imputar aquel trauma doloroso, haciéndoles responsables del mismo.

    Los partidos recogen el pluralismopara someter a debate lo que es accidental. Al legalizarlos, dice el ministro, estamos en la línea del Estado al que servimos, que nació plural”. ¿Por qué hemos de insistir –concluye el señor Suárez- en la uniformidad?

    En primer término, será usted, y algunos como usted, los que han insistido en la uniformidad. Nosotros, que estamos en desacuerdo con la ley que autoriza los partidos políticos, nunca hemos querido, ni menos aún impuesto, la uniformidad; y ello, entre otras razones palmarias, porque no hemos formado parte de ningún Gobierno del Régimen.

    Una cosa es que la vida política de una nación discurra a través de los partidos políticos y otra que se anquilose y encorsete a través del partido único; una cosa es el partido único y otra es el Movimiento. Los que han confundido el partido único con el Movimiento, habrán sido ustedes, nosotros no, y sólo a ustedes habría que hacer responsables de las consecuencias nefastas de la uniformidad pretendida.

    Desde que nacimos a la vida pública, hemos dicho que la unidad no podía confundirse con la uniformidad, de igual modo que la diversidad, que es inevitable y conveniente, no podía, ni puede, confundirse con la desunión.

    Naturalmente que lo accidental hay que ponerlo a debate. Si no fuera así estaríamos ante una tiranía. Pero eso, que es posible en el Movimiento, no lo es en un régimen de partidos, porque ideológicamente los partidos que cuentan ponen a debate lo fundamental; y eso equivale a la anarquía y al caos.

    No entenderlo así supone que se construye con entes irreales y que se desconoce, por error o por habilidad dialéctica, el mundo de las realidades a que, primariamente, se hizo apelación.

    Los partidos legalizados responden a nuestro compromiso histórico, “terminando la obra realizada por el Régimen mediante la consolidación definitiva de una democracia moderna, que ofrezca al 70 por 100 de los españoles que no conocieron la guerra los instrumentos precisos para la conservación de la paz, rompiendo de una vez los círculos viciosos de nuestra historia”.

    Las frases, entresacadas del amplio discurso del señor Suárez, son, al menos para mí, ininteligibles: porque entiendo que Franco rompió de una vez por todas, esos círculos viciosos de nuestra historia, que ahora se trata de repetir; porque entiendo que la democracia inorgánica que se persigue ni es la mejor, ni es, siquiera, la más moderna; porque, precisamente porque muchos millones de españoles son beneficiarios de la paz lograda por el Régimen, son tributarios de la Victoria que conquistó esa paz y de la ideología que la sirvió de base y fundamento; porque siendo ello así, no comprendo cómo a las nuevas generaciones se le arrebatan los instrumentos de la paz conocida y se le entregan los instrumentos de la subversión que acabará con ella; y porque no llego a entender tampoco que la coronación de una obra consista en el retorno al punto de arranque y de partida.

    Los partidos legalizados cumplen una de las cláusulas del “pacto” entre quienes detentan el Poder y quienes militan en una oposición todavía no reconocida. El “pacto”, asegura el señor Suárez, pretende una síntesis del pensamiento colectivo de las distintas fuerzas políticas.

    La ventaja de estas afirmaciones del ministro secretario general del Movimiento [Adolfo Suárez] está en que ya sabemos, sin remilgos, a qué atenernos.

    Hay, en primer lugar, un pacto, y este pacto no es el de las fuerzas nacionales que se dieron cita, con el Ejército, para la Cruzada. Este pacto no es de los Principios del Movimiento. Se trata de un pacto distinto entre el Poder y la oposición no reconocida legalmente. En virtud de ese pacto se va a una síntesis ideológica. Como propuesta teorizante podría admitirse. Como realidad es imposible. ¿Cómo va a hacer esa síntesis el señor Suárez, cuando en torno a la mesa de la reconciliación unos partidos políticos expongan en su programa que la vida individual y comunitaria se ordena conforme a una concepción espiritual, que arranca de la existencia de Dios, de una ley moral objetiva, de un destino trascendente del hombre, portador de valores eternos, y otros, hasta golpeando la mesa, aseguren que Dios no existe, que no hay otro derecho que el positivo, que la ley es pura decisión de la voluntad, que la conciencia o el Estado o el partido o la clase crean los baremos morales, y que el hombre no es otra cosa que un animal biológicamente evolucionado, cuya existencia termina con la muerte?

    Preguntas

    ¿Qué síntesis hará el señor Suárez entre los que estiman indisoluble el matrimonio por derecho natural y los que exigen la ruptura del vínculo por mutuo disenso o por un índice más o menos largo de causales?

    ¿Qué síntesis hará el señor Suárez entre los partidos monárquicos y los que, como el socialista, reiteran su vocación republicana y su propósito de abolir la Monarquía, a la que el propio señor Suárez ha jurado servir?

    Entre la “Comunión” en los ideales de la Cruzada, que uniforma el Movimiento, tal y como está definida en nuestro Derecho constituido y la “Síntesis del Poder con las fuerzas políticas adversas, en un Derecho constituyente, yo me quedo, naturalmente, con la primera.

    Pero si éstas son las conclusiones elementales de un análisis del discurso del ministro secretario general del Movimiento, lo que no atino a vislumbrar que pueda sufrirse es que el regreso a un sistema de partidos políticos, abierto a los que militan contra el Régimen, pueda producirse, como ha dicho el señor Suárez, “sin renunciar a ninguna de nuestras convicciones”.

    La “contradictio in terminis” es flagrante y para mí escandalosa, ya que si las convicciones oficiales del ministro coinciden con las mías, y las mías coinciden con las de la Comunión Tradicionalista; con las de José Antonio, que concibió a la Falange, desde el discurso fundacional del Teatro de la Comedia, como un anti-partido; con las de Franco, que con insistencia machacona los repudió, y con la doctrina informadora del Estado nuevo, no comprendo cómo es posible, sin abdicar de las propias convicciones, propiciar desde el Gobierno, y aún más, desde la Secretaría General, la formación, legalización e institucionalización de los partidos políticos.

    Que esto, además, sea, según el ministro, para mantener la obra de Franco, al que se juzga y califica de “hombre irrepetible”, que llevó a cabo “una obra gigantesca, de la que todos somos beneficiarios y al que se debe un continuo homenaje de gratitud”, es inaudito. Y es inaudito, porque elogiar a un hombre y enaltecer su obra no se concilia bien con la destrucción de la misma, poniendo en práctica lo que él aborreció. Y porque si es cierto que se debe a Franco ese homenaje de gratitud, no se acierta a vislumbrar por qué se prohibió a los combatientes que lo llevaran a cabo en Madrid al cumplirse un semestre del fallecimiento del Caudillo.

    ¿Es ésa la libertad?

    Por último, asegurar, como lo hizo el ministro, que de este modo se levanta “el edificio de la concordia nacional, en el que habrá un lugar holgado para cada español”, fue, sin duda, profético, porque la Providencia, que nos mira con afecto, quiso, para avisar a todos y al que hablaba con representación tan llena de responsabilidad, que pocas horas después de aprobarse ese “edificio para la concordia nacional”, que son los partidos, Luis Carlos Albo, jefe local del Movimiento de Basauri, cayera cosido a balazos por los pistoleros de la ETA, y de acuerdo con su “opción programática” hallase en el cementerio sitio holgado para su cadáver.

    Si esa es la democracia moderna a la que el Gobierno nos empuja, yo, personalmente, no quisiera vivir bajo su sombra, que tan escasa libertad para vivir me ofrece.

    ¡Qué tremenda lección para la clase directora del país! ¡Qué advertencia! Porque morir en la lucha, por una causa que los capitanes asumen y por la cual pelean, situados al frente y en el puesto de mayor peligro, tiene, en medio de su dolor, su alegría y su júbilo; pero morir por una causa entregada, poco después de que los mandos de la más alta significación rindieron sus banderas y estimaron errónea la razón del combate, y confraternizaron con los enemigos, es rabiosamente heroico y dolorosamente indignante.

    Por eso nosotros reclamamos como un timbre de honor la sangre vertida por nuestro buen camarada Luis Carlos Albo, suscriptor y entusiasta de FUERZA NUEVA. A su esposa y a sus hijos les enviamos desde aquí, con nuestro pésame, el perfume de una oración muy sentida, y la promesa de nutrirnos espiritualmente de su ejemplo.

    “Familia inmensamente cristiana y española”, que perdonó cristianamente, pero que tiene el deber cristiano también de no olvidar; familia, en fin, que ha hecho suya la hermosa frase del testamento de Franco: “Mi marido, mi padre, no tuvo más enemigos que los enemigos de Dios y de España”. ¡Qué contraste entre el holocausto de un camarada de filas del Movimiento Nacional y la votación de las Cortes, con el discurso del señor Suárez, del 9 de junio de 1976!

    • Vamos a tener ahora, dijo el ministro, “una política de rostros descubiertos”; y ello ha comenzado a cumplirse, pues hemos sabido, en aquella histórica jornada, quién es quién, cómo piensa realmente, cuál es su criterio sobre las lealtades prometidas.

    • “La política o está asentada en la piedra angular de la autenticidad o no es política”, aseguró el ministro. Pues bien, si la autenticidad doctrinal de antes no coincide con la autenticidad doctrinal de ahora, la autenticidad no existe, y por ello, ni antes ni ahora hubo, en manos de ciertos gobernantes, una política verdadera, ¡y así, como es lógico, han marchado las cosas!

    • “La subversión, la excluirá la sociedad misma cuando pueda organizarse con fórmulas civilizadas y atractivas”, concluyó, para quitar temores, el ministro secretario general del Movimiento fenecido [Adolfo Suárez].

    ¡Pero qué ligereza! Hasta ahora la sociedad española, por lo visto, y “a sensu contrario”, no había podido organizarse de una manera civilizada. Ahora, indudablemente, sí. Sin embargo, la subversión no se autodestruye, sino que aumenta, no sólo fuera de España –con fórmulas tan organizativas, tan envidiables-, sino en España misma, donde al amparo de las falsas libertades proliferan los asesinatos y los secuestros terroristas. Yo no sé en qué mundo vive el señor Suárez, pero lo que sí sé es que en la fórmula que el Gobierno Arias nos ofrece habrá más sobresaltos que atractivos, aunque las atracciones sean muchas, a base de columpios, tiros al blanco, y tíos vivos que se aprovecharán de las circunstancias, con notable perjuicio para España y para los españoles.

    ***
    Ante la situación real, no la imaginada retóricamente, nosotros hacemos hincapié en nuestra postura conocida.

    Escribió Benavente que “el enemigo sólo empieza a ser temible cuando comienza a tener razón”. Pues bien, nosotros, que no somos enemigos del Sistema, sino que hemos sido, a la intemperie y al margen del oficialismo, los guardianes de la doctrina, comenzamos a ser temibles, no porque tengamos razón, sino porque estamos hartos de razones. Por eso nuestros actos públicos son multitudinarios y entusiastas, y pese al silencio y a la difamación casi generales, nuestra marcha es incontenible y arrolladora.

    Desde la lealtad que debemos al jefe del Estado, y desde las razones que nos asisten ante el desgobierno suicida que padecemos, le decimos con la esperanza inicial que en él depositamos: “Cuenta con nosotros para mantener, continuar y perfeccionar la obra de Franco, que hizo posible la Monarquía y la Corona; no cuentes con nosotros para alentar y avalar con nuestro aplauso o nuestro silencio a los que tratan de destruirla”.

    A esa línea de pensamiento responde la existencia de FUERZA NUEVA, su comparecencia en las grandes ciudades –el cine Morasol, de Madrid, o el Palau de la Música, de Barcelona- o en los pueblos pequeños como Talarrubias, en Badajoz; Pedreguer, en Alicante, o Villavieja, en Castellón.

    Aquí, entre vosotros, como en tantos lugares, os recordamos a la avanzadilla que, hoy hace años, izara la bandera nacional, como una esperanza, o mejor, como un adelanto de la Victoria.

    ¡ARRIBA ESPAÑA!

    (Fuertes aplausos cerraron el discurso del fundador de FUERZA NUEVA, cantándose a continuación el “Cara al Sol” por todos los presentes.)
    Última edición por ALACRAN; 07/11/2020 a las 18:29
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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