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Tema: Breve historia de la muerte y de sus rituales en España

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    Breve historia de la muerte y de sus rituales en España

    BREVE HISTORIA DE LA MUERTE EN ESPAÑA

    CULTURA FUNERARIA POPULAR EN ESPAÑA Y SU PRESENCIA HISTORIOGRÁFICA

    Joaquín Zambrano González, Universidad de Granada

    https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/5595061.pdf

    BREVE HISTORIA DE LA MUERTE EN ESPAÑA .

    Los cambios no se producen de forma homogénea ni al mismo ritmo, ya que dependen en gran medida de las características socioeconómicas y las vicisitudes históricas. Se han producido un cambio drástico en la concepción del ritual funerario en el caso español. En gran medida, estos se deben a los procesos de regulación legislativa llevados a cabo.

    Dentro de las prácticas establecidas, la más empleada la inhumación. El enterramiento en tierra bendecida y sagrada, traerá consigo importantes diferencias socio-económica entre la población. Aunque a día de hoy se está viendo reducida por otra práctica como la cremación. A pesar de su pasado histórico, no se percibía con agrado en España, hasta la década de los setenta del siglo pasado cuando se asienta definitivamente.

    A modo de breve recolección sobre la historia de los enterramientos y los cementerios, tenemos que decir que comienza con los enterramientos dentro del seno de la iglesia. Los miembros más notables de la sociedad ocupaban el centro de las naves y los laterales, mientras que el resto de la población se conformaba con los pies de la iglesia y el terreno colindante. De esta manera surge el primer cementerio conocido popularmente como de feligresía. Ya desde el siglo XIII, aparecen disposiciones legislativas de importancia como el Fuero Juzgo, las Partidas de Alfonso X (s. XIII) o el Ritual Romano de Paulo V (1614).

    Esta industria generada será práctica común hasta la llegada de la Ilustración y las reformas higiénicas. Con la promulgación de la Real Orden de Carlos III en 1787 , se abre la veda prohibiendo de enterrar en el interior de la iglesia, así como establecer nuevos espacios dedicados a enterrar en el otro lado de las murallas de la ciudad. Pero a pesar de la insistencia real y de los signos más que evidentes de las epidemias (causados principalmente por los miasmas y efluvios de los fallecidos), hubo que reiterar en varias ocasiones las nuevas disposiciones.

    Ejemplo de ello lo compone la Novísima Recopilación de Carlos IV en 1805. En otras posteriores se insistía en la prohibición y además se ampliaba con un conjunto de normas referentes al rito funerario, como la prohibición del luto (decretado por el Concilio de Toledo), la limitación a un plazo máximo de seis meses (recogido en las órdenes orden de Felipe V), comunicar el fallecimiento a través del pregonero (sobre todo durante el siglo XIX), pronunciar panegíricos y elegías poéticas (mediante la R. O de 1857), no permitir los epitafios y prohibir o autorizar las misas de cuerpo presente (recogido en las siguientes RR.OO de 1849, 1855, 1857, 1865, 1867, 1872, 1875).

    Pero a pesar de todo el esfuerzo por cambiar el abuso de los rituales y formas de enterramiento, no se generalizará el empleo del cementerio como hoy en día lo concebimos, hasta la segunda mitad del siglo XIX. Hecho que denota un fuerte arraigo en las costumbres y creencias de la sociedad española. Una buena muestra de ello, la compone la promulgación de dos nuevas Reales Órdenes en 1857 y 1868. La primera recoge que alrededor de unos 1655 pueblos, carecían todavía de un espacio destinado a los fallecidos, y por lo tanto se instaba a la construcción en la mayor brevedad posible un cercado a las afueras de cada población, cuya finalidad fuera tal fin. Y en la segunda, se vuelve a solicitar a los gobernadores civiles que concluyan la edificación de dichos espacios. En ambos casos, se denota la polémica social generada como los claros signos de desobediencia.

    Uno de los datos curiosos dentro de la construcción de los cementerios en el siglo pasado, es la ausencia de espacios destinados a sepulturas diferentes de la confesión católica y condiciones especiales. El entierro resultaba especialmente difícil para aquellas familias que no procesaba la religión católica, sobre todo en los casos de suicidio donde se encubría las causas.

    En cambio, sí tenemos constancia de un espacio destinado a los no bautizados, denominado "limbo", aunque no en todos era de práctica común en todos los cementerios. Denominación casi cómica, tiene la parte donde se enterraba en el suelo el grueso de la población, eran los llamados "corralillos" o "tertulias", por la similitud de las reuniones que mantenían los literatos a principios del siglo.

    Pero, la verdadera revolución en los sistemas de enterramiento vendrá a partir de finales del XIX y principios del siglo XX , donde la mayoría de cementerios y su gestión pasarán a manos de los gobiernos municipales y civiles. También se produce un igualamiento en los modelos de enterramiento, pues empieza a desaparecer las erecciones de mausoleos particulares, en pos de la verticalidad. El hecho de vivir en una sociedad completamente industrial, llega hasta las últimas instancias de la vida, donde se impone los bloques de nichos.

    ...

    Nuestro ritual funerario ha sufrido un proceso homogeneizador generado por la liturgia católica. Partiendo del Exsequiarum Ordo, promulgado por el papa Paulo V en 1614, hasta la celebración del Concilio Vaticano II (entre 1962-1965), donde queda definidos todos los elementos de la liturgia popular. Actualmente, el objetivo socializador que tuvieron ha sido traspasado a otras ceremonias sociales como conciertos, espectáculos deportivos, pasacalles, etc.



    https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/5595061.pdf
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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    Re: Breve historia de la muerte y de sus rituales en España

    Rituales, luto...
    ... RITUALES FUNERARIOS: MORTAJA, SEPELIO Y LUTO

    Joaquín Zambrano González, Universidad de Granada

    https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/5595061.pdf


    Como se viene reflejando a lo largo del artículo, nos encontramos con un panorama bastante complejo referente al rito de muertos. La principal causa, es el desdoblamiento cultural en las regiones de España, dando lugar a numerosas tradiciones y creencias. Por ello, vamos a concentrar en un modelo único los tres pasos de los que se compone el ritual: amortajamiento, sepelio y luto.

    Hasta el siglo XVIII, la gestión del proceso de la muerte solía quedarse dentro del seno familiar. Instituía este hecho un acto íntimo, donde los familiares cuidaban las necesidades del moribundo y acompañándole en los últimos momentos. A diferencia de hoy, donde el enfermo se ven abandonados en manos de cualquier institución sanitaria y se excluye del proceso a los infantes. Alegando ante la sociedad, aunque suena más a escusa, la protección emocional frente a este fenómeno.

    Volviendo al ritual tradicional, en los últimos días de agonía y como prevención, era normal encender velas o cirios y poner entre las manos como un crucifijo o un escapulario. Ambos servían a modo de amuleto al moribundo para que actuara como intercesor de su alma. Además, si se contaba con la presencia de un sacerdote en el municipio, se le administraba los sacramentos del viático o santolio, y en el caso de que ya hubieran sido administrados, se otorgaba la extremaunción. Era también habitual, que si el doliente pertenecía a una cofradía o hermandad, fueran los miembros convocados para acudir al domicilio y orar por el perdón de su hermano. Esta costumbre era conocida como la "la hora".

    Ante la ausencia de medios y de un diagnóstico certero, la única forma de comprobar que realmente se había fallecido, era acercando un espejo o vela a la boca. Una vez probado el deceso, se procedía al aseo y adecuación del finado. Un elemento diferenciador del resto, es el lavado del cuerpo que se realizaba en el País Vasco. El agua empleada para este uso, había sido previamente hervida con especies como el laurel o romero.

    El aseo era llevado a cabo por manos femeninas aunque también encontramos ejemplos donde lo realizaban miembros de los familiares cercanos, independientemente del sexo. Este comenzaba con cerrar los ojos y boca, en el caso de que hubiera quedado abiertos. Pues existía la creencia popular, de que si no se realizaba tal acto, conllevaría a que la muerte vendría a por un acompañante en un plazo corto de tiempo.

    Después, si el finado era hombre, se procedía a afeitarlo y se ponía un pañuelo atado a la cabeza por debajo de la barbilla. Sobre el vientre se colocaba un plato con sal, unas tijeras abiertas o una biblia, de tal manera se evitaba que la inflamación del mismo. Este hecho, se hacía especialmente incuestionable en el caso de las mujeres, y más aún cuando se trataba de una embarazada. Existiendo una creencia popular, en que las brujas vendrían a robar el feto para sus eventos malignos.

    Posteriormente se pasaba a amortajarlo, es decir, vestir al difunto para su exposición ante familiares y amigos. Según condición social, se empleaba un tipo u otro de vestimenta. En los casos de extrema pobreza se recurría al sudario o sábana blanca (recordando el lienzo con el que fue envuelto el cuerpo de Jesucristo). Si se trataba de un infante, también se recurría al color blanco de las vestimentas para destacar el carácter inocente del mismo. En cambio, si se pertenecía a una hermanad u orden militar, era común portar el hábito de la de la orden o del oficio. Aunque la vestimenta más empleada para este momento era el traje. De hecho, tras el enlace matrimonial muchas mujeres de la geografía española se dedicaban a coser las prendas que llevarían en el deceso.

    Una vez arreglado, se procedía a exponer el cadáver. El lugar elegido comúnmente era el lecho donde había fallecido, pero cubierto por un gran paño negro y rodeado de velones. Por el contrario, si no era posible que fuese velado en la habitación, se realizaba el velatorio en el salón de la vivienda. En muchas de estas se encontraba el mobiliario llamado "sofá de muertos", un asiento de enea alargado con barrotes pequeños torneados . (Fig. 1)
    No menos importante que la adecuación del difunto, era la creencia en el alma. Por ello, existía una serie de acciones encargadas de que esta alcanzara la recompensa de estar en el paraíso. Era común colocar objetos junto al fallecido y nunca cruzarle las manos, ya que evidenciaría un impedimento de ascenso al reino de los cielos. Esto se complementaba con la idea era la de abrir las ventanas o en el caso de algunas poblaciones del norte de la península, levantar una teja.

    Una vez concluido el amortajamiento y ubicación del difunto en la estancia, se velaba durante un día (alrededor de veinticuatro horas). Este proceso surge como una técnica más para certificar la muerte, ya que en siglos anteriores se produjeron enterramientos de personas que se encontraban vivas. Durante la celebración de estas reuniones, existía una clara división social por sexos. Es decir, las mujeres ocupaban la misma estancia o una cerca y se dedicaban a rezar, mientras que los hombres mantenían conversaciones. Es lógico pensar que entre los visitantes que surgiera en ciertas ocasiones toques de humor. En cambio los velatorios infantiles, si se daba un ambiente algo más festivo.

    El medio para comunicar un fallecimiento a la comunidad era el toque de campanas, conocido en algunas poblaciones como "toques de agonía", "señal", "las esposas" o "toque de gloria" . El número variaba dependiendo de las características físicas-sociales (sexo, grupo de edad, pertenencia a un grupo, etc.), e inclusive a veces, estos iban más allá y ofrecían información como la hora en la que se produciría el sepelio.

    A los familiares del fallecido que vivían lejos, se les informaba a través de invitaciones o esquelas mortuorias, ya que la ausencia de parientes directos constituía un agravio personal. De tal manera que, el velorio o velatorio constituía una de las piezas clave dentro el ritual funerario de la sociedad española, pues era muy común que toda la comunidad se involucrase.

    El siguiente paso era la conducción del cadáver a la parroquia o cementerio. El cuerpo se deposita el cadáver en una caja de madera y en los casos que no se podían permitir, eran pedidos a las cofradías de ánimas. Una vez terminado el mismo, era devuelto a la estancia del cementerio donde se guardaba hasta el próximo servicio. La salida del féretro del domicilio, se producía siempre con los pies por delante, exceptuando de que se tratase el caso de un sacerdote o niños, donde solía ser al revés. Costumbre que ha derivado en la aparición de una expresión popular.

    Para el traslado hacia la iglesia, se organizaba una comitiva con un orden determinado : primero iba los miembros de la hermandad con insignias, en el caso de que existieran o perteneciera a esta. Después le seguía el clero, cantores y acólitos, tras estos, iba la caja mortuoria cerrada. Era normal que fuera llevada en andas o en carroza, dependiendo del status social. Aunque comúnmente en las poblaciones pequeñas, son llevados a hombros por los hombres del pueblo. En ningún caso, era portado por los miembros más cercanos de la familia. Si se trataba de un infante, el ataúd solían llevar cintas de color blanco y eran llevadas por niños con edades similares. Tras él, se situaban los familiares y los acompañantes, dejando el último lugar a lo que se conocía como la presidencia (es decir, familiares no muy allegados, el confesor y algunos otros parientes o amigos, e incluso autoridades en el caso de que fuera una personalidad relevante11, etc.). A este conjunto se unían en muchas poblaciones, la presencia de plañideras o lloronas, contratadas para ensalzar las virtudes o defectos del finado. (Fig. 2)
    La comitiva llegaba la iglesia, en cuya entrada esperaba el sacerdote para recibir al difunto. Aunque hoy en día, nos resulta chocante, la celebración del oficio se hacía de corpore insepulto, o sea que se prohibía la entrada de los difuntos en las iglesias. Después de enterrado, se realizaba la misa con la simulación del féretro o catafalco, en la nave principal de la iglesia. Finalmente, esta práctica será abolida a partir de la celebración del Concilio Vaticano II.

    Nuevamente, en la celebración del óbito las mujeres no se encontraban presentes, se solían quedar en la vivienda rezando por el difunto. Aunque tenemos constancia de que no en todas las poblaciones se llevaba a cabo. Uno de esos casos, eran los entierros de etnia gitana, donde la presencia de la mujer estaba justificada si se trataba del marido. Una de las mejores obras que ilustra todo este compendio de actitudes y acciones es la del autor granadino Federico García Lorca, donde en La casa de Bernarda Alba recoge la tradición popular andaluza de mediados del siglo pasado.

    Con respecto al proceso de inhumación, se producía una vez comprobados los datos de fallecido, así como el lugar que ocuparía dentro del cementerio. Lo normal, es que a esta parte del acto acudiera solamente el duelo (los familiares no muy allegados, parientes, amigos, etc.). Allí se procedía a verter un puñado de arena sobre el féretro y orar un responso por el alma. A la salida del cementerio o en la misma casa del fallecido, se daba el pésame a la familia, terminando así el ritual físico, pero dando lugar al comienzo del tiempo de luto.

    Este tiempo constituye un periodo donde el que el familiar fallecido estaba presente en la vida de los que quedaban. Existían claros signos de que se había producido un fallecimiento en el domicilio, pues las puertas y ventanas permanecían cerradas, los visillos eran cambiados por el color del luto y los cuadros girados sobre la pared. La familia quedaba al menos tres días sin salir a la calle, aunque era muy frecuentemente llegaban hasta los nueve (cuando se realizaba la llamada misa de difuntos o de la luz). Por lo tanto, estaba vetada socialmente la presencia en los actos públicos o fiestas, acudir a los bares, etc. El silencio se volvía un hecho consustancial durante el luto. Se cubrían con paños los aparatos eléctricos como la radio o la televisión, y solamente era roto por los rezo de las mujeres o por los hombres al recibir las condolencias.

    Respecto a la vestimenta, toda la familia incluida los niños, quedaban marcados por el luto, tiñéndose de negro. Durante el siglo pasado, dará lugar a toda una transformación en el vestir. Como hemos contemplado anteriormente, son las mujeres las que tienen una mayor diversidad en la vestimenta, como el mantón, la mantilla o pena negra. En cambio, los hombres solamente llevaban capa y sombrero. La modificación, llegó años después donde el luto se simplificó en un triángulo negro en la solapa de la chaqueta o un brazalete de tela del mismo color en el brazo.

    El hecho de llevar luto tenía un tiempo determinado, dividiéndose en tres grados: riguroso, medio luto o alivio y final. En la mayor parte, este tiempo dependía del grado de parentesco con el fallecido. El luto riguroso duraba aproximadamente unos seis meses. Aunque es cierto, que dependerá en gran parte de la zona geográfica, ya que va a tener unas características distintas. El medio luto o alivio concluía con la misa de cabo de año, y se empleaban colores como el malva o gris. Y el luto final, se caracterizaba por la introducción de colores vivos.

    Sin embargo, vestirse de luto era un hecho más que evidente en el caso de las mujeres, pues en todavía muchas poblaciones rurales de España se mantiene la costumbre de que las señoras con edad avanzada vistan con prendas negras. En muchas ocasiones, derivado del proceso enlazando con otro fallecimiento, lo que establecía un proceso continuo que evitaba quitárselo de encima durante toda la vida.

    A partir del siglo XX, las reformas en la sanidad hacen que todo este ritual que hemos contemplado pase a manos de expertos (en un principio varones), como son los médicos y hospitales. Con respecto al proceso de vestimenta del fallecido, se han creado industrias nuevas como los tanatorios, encargados de adecuar en muchos casos y cubrir con una estela de normalidad los cuerpos.

    Se ha derivado a un cambio en ritual del morir tradicional, donde la casa familiar era el seno donde se desarrollaba todas las acciones, y hemos pasado al hospital-tanatorio-cementerio, perdiéndose por el camino ese sentido aglutinador, de familiaridad, pero sobre todo de solidaridad. Ahora, como bien lo define el historiador francés Philippe Ariés se trata de un rito aséptico, donde predomina la frialdad.

    https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/5595061.pdf

    Última edición por ALACRAN; 04/02/2020 a las 01:05
    Leolfredo dio el Víctor.
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    Re: Breve historia de la muerte y de sus rituales en España

    Costumbres culinarias

    LA MUERTE EN LA COCINA

    Hoy en día, resulta inimaginable en el ideario de costumbres funerarias españolas hablar de comida o banquete. Pues, el mero hecho de pensarlo, pareciera quitarle importancia al sentimiento en sí. Sin ir más lejos, unas décadas atrás consistía en un hecho común entre las personas que asistían al ceremonial de enterramiento. Quizás por la distancia temporal, sí resulte más entendible en las ceremonias romanas, donde tras depositar el cuerpo se realizaban banquetes y servía vino entre los asistentes. Debido a los excesos cometidos durante los mismos, la Iglesia Católica prohibió tajantemente la celebración de estos.

    Aunque de manera moderada, esa idea de banquete funerario se ha conservado a lo largo de nuestra historia más reciente. En el siglo pasado, durante la celebración del velatorio era muy normal que los familiares al caer la noche, ofrecieran a los asistentes alimentos como dulces, pan, queso y algunos que otros licores como café o aguardiente. Este pequeño ágape, permitía afianza aún más las relaciones sociales y servía como elemento ameno durante la espera. También, en numerosas ocasiones era entendido como agradecimiento de los familiares por la compañía en estos duros momentos.

    Como recuerdo de estas tradiciones populares, ha quedado marcado en nuestro calendario culinario la fabricación de alimentos en tres fechas señaladas como Semana Santa, vísperas de los Santos y Navidad. Pero si hay un determinado campo donde especialmente puede verse este proceso, es el de la repostería. Dulces como "huesos de santo", "buñuelos" o "gachas", son algunos de la amplia variedad que se conocen.

    En otras poblaciones, además de lo anterior, era muy normal la elaboración de panecillos con formas humanas y con la sensación de estar vestidos. Estos panes se comían en las vísperas o eran brindados como ofrendas por los difuntos. Posteriormente, se une a estas tradiciones el establecimiento de puestos de castañas, que no era otra cosa que un recuerdo más de los ceremoniales celtas celebrados por las mismas fechas.

    Quizás es menos conocida actualmente, la prohibición de realizar ciertas labores culinarias durante la duración del duelo. Es decir, a muchas mujeres le estaba prohibido que entre los días que duraba el velatorio y entierro, intervinieran en labores como el encendido del fogones, como la matanza, o realizar repostería . En cambio, la solidaridad vecinal era la encargada de llevar alimentos a la vivienda donde se había producido el deceso.

    Costumbres como esta, ha cruzado fronteras y se ha destacado del resto en países como México, donde los días previos a la celebración del día de los difuntos se elaboran sofisticados altares donde está muy presente la idea de banquete funerario, pues se suele colocar la comida que más le gustaba al difunto en vida. A día de hoy, aunque desvirtuado a modo lúdico, quedan restos de banquete en la festividad de Halloween, donde frutos como la calabaza y el nabo son decorados en regiones como Galicia y Asturias, y no solo se trata de un producto comercial americano.


    https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/5595061.pdf
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    Creencias y augurios populares


    EXPRESIONES, CREENCIAS Y AUGURIOS POPULARES SOBRE LA MUERTE


    Uno de los elementos más ricos del panorama funerario lo compone el sentimiento y la forma con la que gente vive e interpreta la muerte. Este conjunto de expresiones, creencias y hechos es lo que ha propiciado que tanto adultos como jóvenes las empleen como acicate para realizar o no ciertas acciones. Quizás ha pasado desapercibido para muchos historiadores, ya que forman parte de la cultura oral popular y algo difícil de rastrear.
    Por ello, hemos reunido todo lo referente en tres categorías: expresiones, creencias y augurios populares. Dentro de la primera hacemos referencia a todas las palabras, frases, refranes, etc. que hacen referencia a una ideología religiosa, aquellas empleadas para convocar o alejar a la muerte y aquellas otras de carácter expresivo (como refranes, dichos, canciones, etc.). Con respecto a la segunda nos centraremos en la creencia del regreso de los fallecidos y la tercera como elementos que vaticinaban la muerte según la opinión popular.

    -Expresiones: Hacen alusión a la muerte como un hecho incuestionable ("la muerte a nadie perdona" o "hoy en el palco y mañana en el catafalco"), aquellas que se anticipan al suceso ("se sabe dónde se nace, pero no dónde se muere"), otras que actúan como igualador ("la muerte nadie perdona: ni a tiara ni a corono" o "la muerte es juez tan severo, que a todos los mide por un rasero"). Aunque el campo más interesante lo conforma las que ejercen como frontera entre la vida y la muerte ("tal vida lleves, tal fin esperes", "al muerto la mortaja y al vivo la hogaza", "el muerto al hoyo y el vivo al bollo").

    Algunas otras frases hechas que sirven para reconocer que se ha cambiado de estado son ("que en paz descanses", " que en gloria este", "séale la tierra leve", "ya descansó", "se fue", "esta con dios", o las más populares como "está criando malvas", "espicharla", "palmar", "estirar la pata" o "quedar listo de papeles"). También tenemos expresiones para referirnos a aspecto como la pesadez ("esta persona es un muerto", "echarle el muerto", "quitarse el muerto de encima" o "...ni niño muerto"), que algo está muy bueno ("resucita a un muerto", "para morirse"), o de carencia ("no tiene donde caerse muerto"). Sin embargo, si tenemos que destacar algún campo en concreto es el de los insultos. Nombrar a los muertos o jurar por su memoria tiene unos efectos devastadores. -Creencias: aquí se abre un panorama muy complejo, ya que depende en gran medida de la zona geográfica. Aunque la mayoría de los pueblos coinciden el terror que les despierta el regreso de los fallecidos al ámbito familiar. Estos hechos, provocaron la aparición de numerosos ritos relacionados con las Ánimas del Purgatorio , aunque con el paso del tiempo han sido tachadas de supersticiones.

    Algunas de las manifestaciones realizadas era la erección de capillas en los caminos, impedir hacer ruidos en las vísperas del día de los difuntos con objetos de bronce, encender candelas o velas para que no siguiesen el camino de regreso a casa o evitar salir una vez caído el sol, etc. Aunque también nos encontramos con la otra cara de la moneda donde son conjuradas para encontrar objetos o como despertadoras. Otra de las costumbres populares es la de señalizar los sitios donde se ha producido un accidente, y ha fallecido alguien, ya que existe la creencia de que vaga por la zona.

    -Augurios: eran tomados como signos precursores de la muerte. A modo generalizador, los animales parecen tener un sexto sentido para presentir cuando se producía el fenómeno. Por ello, en muchas poblaciones existía el convencimiento que cuando los animales realizaban acciones extrañas una muerte estaba próxima Algunos ejemplos son cuando se escuchaba a los perros aullar de noche, las gallinas cantando como gallos, tres cuervos volando por encima del domicilio, etc. Asimismo se les concedía especial importancia al mundo de los sueños, donde la aparición de muelas y dientes, hormigas eran anunciadores de una muerte próxima de allegados.
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