por José María de Domingo-Arnau y Rovira Vicepresidente de la Hermandad Monárquica del Maestrazgo. Académico de la Pontificia Academia Tiberina de Roma. Madrid, Reino de España.
COMENTARIO DE LA REDACCIÓN
Es una frase sumamente conocida —aunque mi frágil memoria me impide recordar su origen— la que afirma que la suprema astucia del diablo es la de convencernos de que no existe.
Esto indudablemente es así en la actualidad, y aun si llegamos a creer en su existencia, al menos nos convence de su inocuidad o de que su actividad se limita a las truculencias fílmicas tan gratas a los gustos norteamericanos; y todo esto con las innumerables variables de su inagotable talento y viperina perfidia, que multiplica al infinito las trampas para hacernos caer en ellas a los desventurados humanos, tan proclives a autoconvencernos de nuestra propia suficiencia para sortear las estratagemas que, sutil y furtivamente, nos tiende para mal de nuestros pecados.
Todo esto se aplica también —y con sobrados motivos— a los instrumentos que utiliza el Maligno para tratar de destruir a la Iglesia de Cristo —su verdadero enemigo en la tierra y en el Cielo— y el admirable orden social y político fundado sobre sus divinas enseñanzas.Como bien lo han enseñado los Papas en innumerables y esclarecedores documentos, difundidos por la Santa Sede hasta el Concilio Vaticano II, uno de esos instrumentos es la Masonería, verdadero Caballo de Troya introducido por Satanás en las ciudades, e incluso en la Ciudad Santa, la sede de Pedro, cabeza de la Iglesia.
La nota que publicamos es una pequeña pero valiosa contribución al conocimiento de las actitudes que se han generado como réplica a la pérfida actividad masónica, cuya lectura esperamos despierte en nuestros lectores el interés de profundizar sus conocimientos en esta materia tan grave y a la vez tan apasionante.
***
La revolución francesa de 1789 pretendió influir en los demás Estados europeos que conservaban un régimen basado en raíces cristianas. Por ello pronto surgieron en aquellos países organizaciones y sectas secretas empecinadas en corromper el Poder y las costumbres, e iniciar un duro ataque a la Religión, especialmente en la forma de anticlericalismo.
Todo el siglo XIX supuso agitación, revoluciones, luchas armadas, ataques a la Iglesia, en naciones como Portugal, España, Italia, Alemania (Baviera), Austria-Hungría, que comenzaron a sufrir los embates de la masonería, la principal de dichas sectas revolucionarias y antirreligiosas. Contemplando la historia de dichos países en ese siglo, comprobamos como las consecuencias de la terrible lucha supusieron la caída de monarquías, crímenes, movimientos separatistas que desgarraron la geografía de las naciones.
Concretándonos a España, está probada la influencia de la Masonería en la revocación de la Ley Sucesoria a la Corona, para usurparla a Carlos V, hermano de Fernando VII, al que legalmente le correspondía, y poner en el Trono a una niña (Isabel II), con un largo período de Regencia desempeñada por un masón notorio como Espartero.
Ante aquel caos revolucionario e ideológico, hubo un numeroso grupo de españoles: pequeños hidalgos, propietarios rurales, campesinos, menestrales, que hubieron de acudir a las armas en defensa de Dios y de la Patria, vilmente vilipendiados por los gobiernos de tendencia masónica. Así surgió el movimiento llamado “carlista”, por vincular la legitimidad de la Corona a Carlos V de Borbón.
El Carlismo se distinguió siempre por su fidelidad a la Religión Católica y a la Iglesia, aunque es preciso reconocer que, en numerosos momentos de la historia, las Jerarquías de la Iglesia les volvieron la espalda, no les ayudaron y se plegaron al bando contrario, llamado liberal y abierto radicalmente al ateísmo.
Como se habían vivido acontecimientos tan graves propiciados por la secta masónica —que no es posible en este artículo relatar detalladamente— decidieron plantear la lucha ideológico–religiosa mediante la organización de un Congreso Internacional Antimasónico, cuyos preparativos se iniciaron en 1895.
El 5 de julio de 1896 “La Lectura Dominical” anunciaba que el Congreso Antimasónico Internacional tendría lugar los días 26 al 30 de septiembre en Trento, capital del Tirol italiano —que entonces formaba parte del Imperio Austro-húngaro— por lo que era evidente que se contaba con el beneplácito del gobierno de Viena y del episcopado tirolés.
Al Congreso pronto empezaron a llegar adhesiones del Partido Católico Húngaro, la Comunión Carlista, el Partido Integrista español, etc. El Congreso estaría presidido por el obispo de Trento, monseñor Valussi. Curiosamente, entre las adhesiones recibidas figuraban las del ministro de la Guerra, capitán general de Madrid, así como la del alcalde de la Capital, almirante Chacón; la de los ex-ministros Maura y Gamazo; la del Presidente del Congreso, señor Pidal; de D. Cándido Nocedal, del marqués de Cerralbo y de todos los prelados de España. Del discurso de la Sección española en el Congreso fue encargado el elocuente orador sagrado D. Jaime Collel.
El 2 de septiembre de 1896, el Papa León XIII dedicó un Breve al Congreso Antimasónico de Trento.El día de la apertura se reunieron 36 obispos, 50 delegados episcopales y 700 delegados de diversas organizaciones católicas. Entre estas delegaciones hay que destacar las de Francia y Austria con más de 50 personas cada una; las de Hungría, Alemania, América, España, Portugal e Irlanda. La inauguración del Congreso tuvo lugar en la Iglesia de Santa María la Mayor, de Trento.
En la sesión matinal del último día del Congreso, el Comendador Pedro Pacelli —escritor y periodista italiano— presentó una moción de aplauso para el diputado carlista Vázquez de Mella que decía:
“El Congreso aplaude la iniciativa de los católicos de Granada y al diputado Vázquez de Mella, que presentó a las Cortes de Madrid la vigorosa petición solicitando, como refieren los periódicos católicos, que sea declarada ilegal, facciosa y traidora a la Patria la Masonería, quitando de los empleos públicos a los masones”.
En Trento se trató también un tema que aun hoy en día preocupa bastante a numerosos publicistas y escritores: el de la pérdida del Imperio español en América. A este propósito se oyó la voz de Don Carlos VII, socio asistente al referido Congreso:
“O los gobiernos europeos dan batalla a la Masonería negándole el agua y el fuego, o día llegará en que ésta, dueña de las masas sin Dios, las lanzará famélicas a la conquista del poder con más insano furor que los bárbaros de Atila, pues si éstos se detuvieron ante la mayestática figura de San León, las masas descreídas y enloquecidas por la Masonería harán tabla rasa de lo más santo y sagrado, y día también llegará que mis leales tendrán de nuevo que batir el cobre para restaurar la civilización cristiana y salvar a España”.
Estas palabras de Carlos VII, pronunciadas aquella mañana de septiembre de 1896, adquieren valor profético, pues en 1936 los Tercios de Requetés, movilizados por la Comunión Tradicionalista —más de 70.000 hombres— se opusieron a los crímenes, robos y atentados de la II República de origen marxista, que condujo a la guerra, en la resultó victoriosa la bandera de aquellos Tercios, permitiendo el retorno de la civilización cristiana, que durante el período republicano sufrió el incendio de cientos de iglesias y conventos, así como el fusilamiento de miles de sacerdotes y católicos, muchos de los cuales han sido elevados recientemente a los altares por el Papa Juan Pablo II.
Carlos VII acudió a Trento para asistir al solemne Te Deum de clausura, acompañado de Doña María Berta y la infanta Alicia, así como de la baronesa de Alemany, dama de la reina, del general Sacanell, ayudante del Rey, y del conde de Melgar.
El príncipe de Loewenstein, presidente del Congreso, comunicó al príncipe obispo de Trento, monseñor Valussi, la llegada de Don Carlos, y dispuso que fuese recibido en compañía de su familia en la Catedral con honores reales.
Los numerosos españoles que acudieron al Congreso al ver a Carlos VII prorrumpieron en vivas al único rey antimasónico que había tenido el valor de acudir a aquella importante reunión.
http://sagradahispania.blogspot.com/...ento-1896.html
Última edición por ALACRAN; 02/02/2021 a las 21:28
"... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)
Actualmente hay 1 usuarios viendo este tema. (0 miembros y 1 visitantes)
Marcadores