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Tema: El mito de la España "paraíso de las tres culturas" (I)

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    El mito de la España "paraíso de las tres culturas" (I)

    En ya lejano nº 224 de La Revista de Occidente (enero de 2000), Serafín Fanjul, escribió un artículo titulado "El mito de las tres culturas" que tiene todavía hoy actualidad desde el momento en que el presidente del gobienro se ha empeñado en esa absurda falacia del "diálogo de civilizaciones", amparado en el mito de la perfecta convivencia de las tres culturas en la España Medieval. En este y en el artículo que siguen, glosamos este artículo de Fanjul y cargamos contra este insostenible mito progresista.

    Nadie sabe quien, nadie sabe porqué, el caso es que, a partir de 1992, empezó a popularizarse el slogan de “España, país de las tres culturas”, y por ellas se entendían no la cristiana, la greco-latina y la indoeuropea, sino la cristiana –lo cual es correcto- la islámica –lo cual ya es mucho más discutible- y la judía. Se presentaba, no a España, sino a Al-Andalus, es decir, a la ideo que los islamistas se hacen de nuestro país, como un lugar de tolerancia, convivencia e idilio intercultural.
    Es posible que el slogan surgiera de malos lectores de Américo Castro y de peores políticos a la búsqueda de una idea “progresista” que vender a falta de algo mejor. El caso es que, aquellas aguas trajeros estos lodos y del mito de la “España, país de las tres culturas”, surgió la nefanda y pervertida idea del “diálogo de civilizaciones” (como si las civilizaciones dialogaran y no fueran los civilizados a quienes cupiera tal honor y habilidad).
    El mito es mito y como tal queda en el capítulo de las buenas intenciones, frecuentemente, inconscientes y alocadas. Jamás hubo un “país con tres culturas”; mejor dicho, hubo varios, la cuestión es que, lejos de convivir armoniosamente, cada cultura maldijo a las demás. Y, si se nos apura, algunas culturas despreciaron más a otras. No se puede decir que la cultura islámica haya sido particularmente tolerante, ni fértil –salvo honrosas excepciones- en los ocho siglos de presencia en nuestro solar. Y, en cuanto a la judía, si es cierto que demasiado frecuentemente, a partir del siglo XIII, fue más yunque que martillo, pero cabría añadir que en las estrofas del Talmud no se encuentran precisamente llamamientos a la tolerancia, sino justamente al desprecio más absoluto del “goim”, esto es, del no judío.
    Son estas cosas que más vale olvidar y que, seguramente, no habríamos sacado a colación de no ser porque la verdad está por encima de los eslóganes “políticamente correctos” y que a cualquier mentira debe seguir un esfuerzo de la misma envergadura y de sentido contrario, en aras de restablecer la verdad. Y de la misma forma que quienes hoy, en su insensata ingenuidad han contribuido a que más que nunca se hable de la II República y de la malhadada Guerra Civil, son precisamente los mismos que han desatado el tema del “diálogo de civilizaciones”, habrá que decirles que, casi mejor hubieran callado en uno y otro tema, porque así habrían contribuido a tapar precisamente las vergüenzas de quienes pretenden defender. Es posible que, de no ser por la insensatez de gente como ZP, las nuevas generaciones hubieran crecido sin saber que Santiago Carrillo fue llamado “el verdugo de Paracuellos” y porqué se le tildo de tal. De no haber existido un reciente e injustificable “visionarismo” histórico sobre nuestra guerra civil, no habría existido tampoco el “revisionismo” consiguiente y, probablemente, se hubieran dejado las cosas como estaban, que más valía. Y, es posible que gentes como Serafín Fanjul, o nosotros mismos, en aras de la buena armonía entre vecinos, no hubiéramos estimado pertinente cargar contra el mito de la “España, país de las tres culturas”, de no ser por que tenemos el hábito de lanzarnos como el viejo Quijote contra los molinos, allí en donde nuestro sentido común y la verdad histórica se ven lacerados.
    Nuestro país ha sufrido un proceso de falsificación histórica que se inicia en el último tramo de los años setenta, cuando cualquier localista podía retorcer la historia en beneficio propio, sin que nadie opusiera el más mínimo reparo, so pena de ser tildado de franquista y ridiculizado como “fundamentalista visigodo”. La falsificación flagrante que el nacionalismo periférico hizo de nuestra historia, abrió las puertas a cualquier otra falsificación ulterior, desde el lanzamiento del mito de las “tres culturas”, hasta el movimiento por la recuperación de la “memoría histórica”, es decir, de una memoria hemipléjica. Porque aquí, pecados, lo que se dice pecados, los cometieron las dos partes y no es el caso ahora, elucidar cual de las dos fue más culpable.
    Un eminente arabista e hispanista, R.I.Burns, escribe en su obra “Los mudéjares de Valencia”: “a pesar de la asimilación recíproca y pacífica convivencia de cristianos y musulmanes, una aversión profunda dividía a ambos pueblos. Este sentimiento fue, no solo más allá de las actitudes convencionales o expresiones de desprecio mutuo, sino incluso más allá de la hostilidad que se podía esperar que provocarían las diferencias religiosas: refleja un antagonismo básico de culturas en una posición clásica de conflicto. Tal antagonismo tomó, finalmente, forma violenta en las revueltas y asaltos a las aljamas mudéjares que afectaron a todo el Reino de Valencia hacia el 1275 (…) Para comprender este fenómeno no resultan muy útiles los conceptos modernos de tolerancia/intolerancia o de raza o patriotismo nacionalista frente a la amenaza de revuelta”.
    De la noche de las fosas de Toledo
    El bachillerato del franquismo nos lo ocultó, quizás por aquello de “nuestra tradicional amistad con los árabes”, pero el caso fue que en el 729, dieciocho años después de que Tarik y Muza cruzaran el estrecho y se desplomara el Reino Visigodo de Toledo, tuvo lugar un episodio repugnante que no contribuye en mucho a afianzar la idea de la convivencia entre dos de lastres culturas de la España medieval.
    Ese año, en una sola noche, fue exterminada toda la nobleza hispano-visigoda de Toledo, a traición y por la espalda. Amrus bin Yusuf, gobernador de Talavera, recibió la orden de liquidar a la nobleza toledana sobre la que recaía la sospecha de que antes o después terminaría sublevándose. El episodio es relatado con minuciosidad por Evariste Leví-Provençal. Con esa duplicidad de intenciones que ha “topificado” al islamismo, bin Yusuf llegó a Toledo aparentando buenas y loables intenciones. Reunió a los nobles y les propuso que residieran en el interior de un castillo que él mismo construiría en el noroeste de la ciudad. Cuando concluyó la construcción, Abderramán pasa cerca de Toledo y bin Yusuf y los notables salen a su encuentro y le invitan a visitar la ciudad. Abderramán acepta y Yusuf invita a la nobleza toledana al convite. Uno a uno, a medida que van penetrando en el recinto, son llevados por el estrecho pasadizo que bordea el foso de donde se ha extraído la tierra para construir las murallas. Ahí, uno a uno, son degollados. Displicentemente, los esbirros de Yusuf los dejan caer al foso muertos o agonizantes en lo que se convertirá en una fosa común. Los islamistas de Hispania han inventado la “limpieza étnica” que prefigura las matanzas de Paracuellos, las fosas de Katyn o las masacres de los khmeres rojos. Se trata de liquidar a los notables y a la élite de una comunidad para lograr que ésta pierda su identidad y se doblegue. Ha cronistas que elevan la cifra de degollados a 5000, pero otros más realistas, dan la muy considerable de 700. Ahora ya sé por que mi madre me decía en las noches de tormenta o en aquellas en las que apenas concilió el sueño que había pasado una “noche toledana”.
    Pues bien, desde la “noche de las fosas” hasta la guerra de las Alpujarras en el siglo XVI, pasando por la represión de Hixen II contra los cristianos o las reiteradas técnicas de “limpieza étnica” de los “djuns” (milicias armadas de la aristocracia árabe) en el tiempo de Abdelramán III (siglo X), puestos en la balanza los pros y los contras del mito del “país de las tres culturas”, parecen dar la razón a los “negacionistas” por mucho que les pese a los Antonio Gala del “Manuscrito Carmesí” (Al-Andalus, el paraíso perdido) o a los Ropp y Calamar autores en comandita de “La España árabe, legado de un paraíso”.
    Todas estas obras son altamente tributarias del libro de Américo Castro “La Realidad Histórica de España”. Como recuerda Fanjul, no hay que confundir los excesos del nacionalcatolicismo de los años cuarenta, con los excesos en sentido contrario y con la negación de las “apoyaturas históricas” que éste utilizó. Por que Américo Castro se equivoca cuando dice: “las tres religiones, ya españolas, conviven pacífica y humanamente”. O bien: “es imposible separar lo español y lo sefardí” o “Tan españoles son los unos como los otros todavía en aquella época”, citas extraídas de “La Realidad Histórica de España”. Para comprender por que Américo alude a “los españoles” en el siglo XIV hay que leer otra de sus obras, “Sobre el nombre y el quien de los españoles”, no carente de aspectos interesantes, pero erróneo en este aspecto que nos ocupa ahora. De todas formas, no es solamente Américo Castro quien se equivoca sino también Toynbee el cual niega connotaciones racistas al Islam. Y las tiene. Vaya que si las tiene.
    A quien diga que siempre subsistieron importantes comunidades mozárabes en Toledo, Mérida, Córdoba o Sevilla, también es rigurosamente cierto que en el siglo XII, los cristianos de Málaga y Granada fueron deportados en masa a Marruecos y expoliados de todos sus bienes. Y sin olvidar que entre el 850 y el 859, los cristianos cordobeses sufrieron una dura persecución (con la decapitación de San Eulogio). En toda Al-Andalus los cristianos fueron objeto continuado de condena moral. Dice el sevillano Ibn ‘Abdun: “Debe prohibirse a las mujeres musulmanas que entren en las abominables iglesias, porque los clérigos son libertinos, fornicadores y somitas”. Y acto seguido pide que se circuncide a los nacidos cristianos. En la Granada nazarí se martirizaron a franciscanos durante en 1397 durante el reinado de Enrique III, que habían ido a predicar la fe cristiana en aquella zona.
    El racismo islámico en Al-Andalus y en la actualidad
    Es habitual entre los notables musulmanes alterar sus genealogías para mostrarse como descendientes del Profeta o bien, simplemente, para promocionarse socialmente. Se hizo ayer y se sigue haciendo hoy. Domingo Badía, que lo sabía, no dudó en construir falsas genealogías que acreditaban a su alter ego, “Ali Bey” como descendiente del profeta. Eso le permitió ser recibido el la Sublime Puerta y en Tánger por el sultán de Marruecos y, finalmente, ser el primer occidental que pudo penetrar en La Meca y ver la Kaaba. Esto sin olvidar las dificultades puestas los las autoridades islámicas a las uniones entre islamistas y no islamistas. De hecho se recuerda a la secta “ajnasí”, como una rareza, precisamente porque autorizaba tales matrimonios.
    Los cuentos son una inagotable reserva de datos sobre los hábitos, las creencias y las preferencias de los pueblos. En este sentido, Serafín Fanjul nos recuerda que vale la pena revisar la cuentística popular norteafricana para documentarnos sobre el “enfrentamiento continuo entre etnias, pese a ser musulmanes todos árabes y kábilas, marroquíes y argelinos reflejan sus odios, sus prejuicios transmitido, a permanente adjudicación al contrario, o al vecino, de cuantos defectos se pueda imaginar”. Hay jurisconsultos islámicos que llegan a negar el derecho a permanecer en territorios no musulmanes, dado el riesgo que corren de contraer matrimonios mixtos. Como si unirse a quien practique otra religión, convierta, por esto mismo, automáticamente, en impuro.
    El Islam es sin duda el elemento que explica porqué las sociedades islámicas se encuentran en el más triste subdesarrollo o bien en unas problemáticas vías de desarrollo. La práctica coránica establece el concepto de “kafa’a”, según el cual el matrimonio aconsejable es aquel en el que existe igualdad social entre ambos cónyuges. Y precisamente por eso, una cónyuge musulmána, jamás puede ser “igual” a un esposo que no lo sea. Ahora bien… un varón musulmán si puede casarse con una mujer que no lo sea, dado que, como recuerda Fanjul, “por ser su condición masculina garantía de una superioridad que no permitirá, por ejemplo, que los hijos adopten otra fe distinta de la islámica”. Al racismo se une el machismo.
    Pero el racismo islámico se observa especialmente en relación a las etnias negras africanas. Ciertamente, el esclavismo de los siglos XVIII y XIX, no figura entre los capítulos más luminosos de la historia de Europa, pero, puestos a revisar la historia, habría que añadir que estos esclavos eran capturados por traficantes árabes que habían conquistado territorios en África Central.
    El hecho de que los negros sean considerados como situados en el escalón más bajo de la escala social y, por tanto, la unión de una musulmana con un negro repugne a la conciencia islámica, se evidencia en el episodio de “Las Mil y Una Noches”, en la que un “negro bueno” es recompensado al final de su vida ¡volviéndose blanco en el momento de la muerte!, o la historia de los reyes Sahzaman y su hermano Sahriyar en la que sus esposas fornican con negros.
    Salvo en el caso de los “Musulmanes Negros” de los EEUU (una rama desgajada por completo del Islam ortodoxo y que no es más que una rareza americana como tantas otras), los musulmanes de raza negra, han debido aceptar, finalmente y a regañadientes, su inferioridad social y el ocupar el rango más bajo de la jerarquía. Y es curioso, por que los judíos de origen negroide, que huyeron en los años setenta y ochenta de las crisis en Etiopía y en el Cuerno de África, son hoy vejados y considerados como el estrato social más despreciable, tras haber emigrado hacia el Estado de Israel.
    Ciertamente hay alguna obra clásica musulmana en la que se defiende a los negros. Por ejemplo en “Elogio de los negros frente a los blancos” de al-Yahiz, cuyo título, precisamente, evidencia ciertas connotaciones racistas. Es, de todas formas, una excepción. Lo más habitual es considerar a los negros en los términos que hace al-Maydani en sus “Proverbios Árabes”, uno de los cuales dice: “Como el negro, cuando tiene hambre, roba, y si se sacia, fornica”. Y no encontraríamos la menor dificultad en multiplicar las citas en el mismo sentido intolerablemente racista.
    Así pues, con el Islam cabalga un racismo innegable y tozudo. Podemos pensar que ese racismo también cristalizó en los ocho siglos de presencia islámica en la Península Ibérica.
    ¿Mezcla étnica en la Iberia Medieval?
    No, apenas o nada. Decir que los españoles somos “medio moros” es uno de los tópicos de la “leyenda negra”. De hecho, hoy es cuando viven sobre nuestro suelo mayor número de magrebíes. Por otra parte, las mismas barreras que el propio Islam pone a los matrimonios mixtos salvaguardó el legado hispano-romano anterior. Ni los 30.000 árabes que entraron inicialmente con Tarik y Muza, ni los que se incorporaron en las sucesivas oleadas posteriores, alteraron el fenotipo medio de los hispanos.
    Hacia el 1500 apenas existían 25.000 moriscos en Castilla , casi todos concentrados en Trujillo, Plasencia de las Armas, Alcántara y Uclés, mientras que en Andalucía solamente quedaban 2000 en Sevilla y Córdoba, aparte de los de las Alpujarras y Granada que en esa época apenas quedaban 40.508. Es decir, que en la España liberada de reinos musulmanes, apenas quedaban no más de 65.000 moriscos. Poco, realmente. Y no se sentían “españoles” contrariamente a lo que Américo Castro opina. Ni se sentían, ni lo eran, ni querían serlo, ni se comportaban como tales. Uno de ellos –el morisco Juan González- escribía en 1597: “la lei de los cristianos se podía decir de perros […] que era puto el que estaba en esta lei de Cristo […] Y que quisiera que lo llevara el diablo a su tierra [Argel] que havía de fazer quemar a todos los cristianos que allí uviese”. Podemos pensar lo que hubiera supuesto que toda esta patulea permaneciese en la Península hasta nuestros días. Las guerras balcánicas habrían sido poco en comparación con lo que nos hubiera esperado de no haber sido expulsados tras la guerra de las Alpujarras. En realidad, lo que ocurría es que los ocho siglos de presencia islámica habían creado dos campos enemigos. Tras la Toma de Granada y las medidas pacificadoras de los Reyes Católicos, esta mentalidad de bando se siguió manteniendo, especialmente en las filas de los perdedores. Y que no se diga que los Reyes Católicos extirparon el culto islámico. Fanjul recuerda el testimonio de un viajero de la época que describía Granada: “Las casas son como se acostumbra en Egipto y África, pues todos los sarracenos convienen tanto en las costumbres como en los ritos, utensilios, viviendas y demás cosas”. La política generosa de integración impulsada por los Reyes Católicos no cosechó el más mínimo resultado.
    Caro Baroja recuerda: “Hacia el 1550 o 1560 no cabía establecer gran diferencia racial entre la población morisca y la cristiana vieja de muchos de los pueblos de Granada, Almería y Murcia. La distinción entre unos y otros era de tipo social, no biológico. Se hacía teniendo sencillamente en cuenta la línea masculina y la religión del padre. Así, un cristiano viejo, e hidalgo por añadidura, podía ser y de hecho era con frecuencia, hijo de madre morisca y nieto, también de abuelas moriscas”. Así pues, en la zona cristiana no existía el prejuicio religioso con la misma intensidad que en la parte musulmana. Fanjul cita dos hechos que contribuyen a elucidar la situación de la época.
    El primero es la galería de retratos de los príncipes omeyas reproducida por Sánchez Albornoz en “La España musulmana”, “con presencia de rubios y morenos y hasta algún pelirrojo, pero dentro de las características generales del tipo físico común a la Península Ibérica”. El segundo dato explica la tendencia de los musulmanes de la Península a vincular sus linajes con las familias conquistadoras del siglo VIII; pero la mayoría de estas genealogías son espúreas. De hecho, cuando Ibn Hazm compone su “Yamhara”, comprueba que “el reducido número de linajes árabes arraigados en la Península y lo limitados y dispersos que vivían en el siglo XI, señalando la cifra de 73”. Y concluye Fanjul: “La aportación racial árabe fue muy exigua”.
    A lo largo de ocho siglos, a esta aportación foránea se fueron uniendo los hispano-romanos que terminaron convirtiéndose al Islam, ya sea por convicción, o más frecuentemente, para evitar pagar tributos.
    Y en cuanto a los judíos, no puede decirse que fueran muy numerosos en relación a la población residente en otros países europeos. Se cree que en el siglo XI no vivían en la Península más de 50.000 judíos y algunas fuentes hebreas dan cifras menores.
    Ahora bien, esta minoría judía era fuertemente racista y tampoco aquí encontramos nada que pueda evocar la “España de las tres culturas”. Quien no era de raza judía, de pura raza judía, no pertenecía al “pueblo elegido”. La sangre, tanto como la religión, eran extremadamente importantes en la visión hebrea de la vida. Las referencias bíblicas a la prohibición de mezcla de la sangre hebrea con otras sangres “impuras”, recorre todo el Antiguo Testamento, desde el Deuteronomio hasta el Libro de Esdras. Fanjul, siempre atento a los pequeños detalles, recuerda que “en la literatura hispano-hebrea menudean las muestras de hostilidad hacia cristianos y judíos”. Cita también dicterios hispano-hebreos repletos de improperios hacia los musulmanes, que, en el fondo, no son sino la muestra de la mentalidad de la época, cualquier cosa menos “intercultural”.

    © Ernesto Milà – infokrisis – infokrisis@yahoo.es

    Jueves, 27 de Abril de 2006
    Vita hominis brevis:
    ideo honesta mors est immortalitas

    Que no me abandone la Fe,
    cuando toque a bayoneta,
    que en tres días sitiamos Madrid
    y en otros quince la capital, Lisboa.


    Sic Semper Tyrannis

  2. #2
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    Re: El mito de la España "paraíso de las tres culturas" (I)

    Rematamos aquí el artículo anterior en el que intentábamos aportar algunas pruebas históricas de la inexistencia de una "armoniosa convivencia" entre las culturas islámica, hebrea y cristiana en la España Medieval. Abordamos dos temas interesantes: la discusión sobre si eran o no "españoles" los moriscos y los agravios entre las distintas confesiones religiosas. La Península Ibérica fue cualquier cosa menos un remanso de interculturalidad, paz étnica y diálogo de civilizaciones.


    En la época medieval, el fenómeno religioso era capital. Así pues, no hay que extrañarse de la hostilidad recíproca entre las distintas comunidades presentes en la Península Ibérica. Los cristianos reprochaban a los judíos el haber sido “el pueblo deicida”. Y a los musulmanes les reprochaban haber obstaculizado por todos los medios el culto cristiano en la zona dominada por ellos. Era rigurosamente cierto que, aunque las iglesias cristianas no vieron clausurado su culto, tampoco se abrieron iglesias nuevas e incluso no faltaron casos en los que la autoridad islámica impidió que se procediera a restauraciones en las ya existentes. Durante ochocientos años, las campanas no pudieron sonar en la Península dominada por los musulmanes. El rey Fernando III, restituyó a Santiago de Compostela las campanas que habían sido llevadas a Córdoba en 998. Las costumbres islámicas, no eran la mejor forma de convivir, desde luego.
    Además, los musulmanes seguían una religión cuyo libro sagrado no era precisamente un dechado de tolerancia: “¡Creyentes! No toméis como amigos a los judíos y a los cristianos”, se dice en el Corán 5:56. Y, para colmo, los musulmanes, como los judíos y los cristianos, se consideraban seguidores de la “única religión verdadera”, así que cualquier entendimiento era imposible por que, residiendo uno en la verdad, los otros dos, necesariamente, estaban instalados en la mentira.
    La animadversión de los cristianos hacia los judíos tenía un fundamento teológico. Los Padres de la Iglesia ya habían determinado que su condición deicida les había condenado a la sumisión eterna. En la España cristiana se les consideraba “propiedad del rey” y así queda determinado en el Fuero de Teruel (1176) “los judíos son siervos del rey y pertenecen al tesoro real”.
    Es cierto que algunos condottieros cristianos se pusieron al servicio de los musulmanes, pero su gesto mercenario no mejoró su imagen ante los musulmanes. “Las memorias –escribe Fanjul- de ‘Abd Allah de Granada reflejan el descontento y odio suscitado contra quienes admiten ofertas de servicio bélico de los catalanes”. El tratado de Ibn ‘Abdum, escrito en el siglo XII, equipara a judíos y cristianos con leprosos, prescribiendo su aislamiento para evitar contagios y algunas prohibiciones derivadas: “Ningún judío debe sacrificar una res para un musulmán” o “no deben venderse ropas de leproso, de judío, de cristiano, ni tampoco de libertino”, o esta otra: “No deberá consentirse que ningún alcabalero, judío ni cristiano, lleve atuendo de persona honorable, ni de alfaquí, ni de hombre de bien” y, finalmente, esta: “Un musulmán no debe dar masaje a un judío ni a un cristiano, así como tampoco tirar sus basuras ni limpiar sus letrinas, porque el judío y el cristiano son más indicados para estas faenas, que son para gentes viles”. Ni aun cuando los musulmanes fueron derrotados y pasaron a ocupar un lugar subalterno en los reinos cristianos de la Península, varió este tabú: los judíos eran considerados inferiores y así debían seguir siéndolo por toda la eternidad. En las Capitulaciones de anta Fe entre Boabdil y los Reyes Católicos, se incluye una cláusula a este respecto: “Que no permitirán sus altezas que los judíos tengan facultad ni mando sobre los moros, ni sean recaudadores de ninguna renta”.
    Para es que, a finales del siglo XVIII, los musulmanes seguían sosteniendo que ni judíos ni cristianos podían entrar en la ciudad de Fez sino descalzos, como signo de humillación y en todo el norte de África estaba extendida la costumbre que ni judíos ni cristianos podían entrar en las ciudades en montura alguna para evitar que sus cabezas estuvieran sobre las de los musulmanes.
    Cita Fanjul un ejemplo con la intención de demostrar que estas prohibiciones y tabúes, lejos de ser erradicados del Islam moderno, siguen teniendo redoblado vigor. Da cuenta de una noticia aparecida en “Diario 16” el 30 de agosto de 1995, en la que se explica la segregación que sufren las mujeres en los autobuses de Teherán. El autobús es, al parecer, un pervertido sistema de transporte en el que hombres y mujeres sin ningún parentesco restriegan ignominiosamente sus cuerpos. Dado que en aquella época viajaban diariamente 370.000 mujeres en los autobuses de Teherán, algún genial ayatolah calculó que, a un promedio de 10 fricciones por mujer y viaje, diariamente se cometían 3.370.000 pecados carnales solamente en los autobuses. De ahí que fuera necesario realizar una segregación en el transporte: los hombres en la parte de delante, las mujeres atrás. El Islam moderno se ha esclerotizado. Las prohibiciones sobre leer poemas en el interior de las mezquitas, o prohibir cualquier música sacra, o las interdicciones para que carpinteros y vidriaron se abstuvieran de fabricar copas para beber licores, la prohibición de alcohol, no solamente para musulmanes, sino para cualquier ciudadano que visite un país musulmán, etcétera, siguen estando tristemente vigentes en el Islam.
    Los moriscos y los mudéjares ¿eran españoles?
    Resulta curioso que nuestros “progres” insistan en uno de los argumentos más peregrinos sobre su nebulosa idea del “país de las tres culturas”, pues no en vano, aluden con frecuencia al “Estado Español” para evitar referirse a España y a los españoles, mientras que pugnan por imponer a los moriscos y mudéjares la nacionalidad española. Y para este quiebro ignoran la opinión de los mismos interesados. Vale la pena tenerla en cuenta.
    Fanjul recuerda algunos detalles del esfuerzo integrador de los Reyes Católicos que en el 1500 que hoy son presentados como rasgos xenófobos y racistas, pero que en su época no tenían otra intención más que la de borrar las aristas entre ambas comunidades, mora y cristiana, y hacer viable la integración en el marco de una plena libertad religiosa. Se permite a los moriscos que utilicen las mismas ropas que los cristianos, se suprimen las “morerías”, se permite la participación de moriscos en las fiestas cristianas y se fomentaron los matrimonios mixtos. Todo ello sin el más mínimo resultado. Más se tendía la mano, más se reforzaba la identidad de la comunidad morisca y más ésta tendía la mano a los piratas argelinos y al turco. E, incluso cuando se producen matrimonios mixtos, los moriscos intentan no tener hijos, tal como demuestra una sentencia de la Inquisición, rescatada por Cardaillac, emitida contra un marido morisco que maltrataba –que raro, por cierto- a su esposa, cristiana vieja.
    A decir verdad, da la sensación de que los Reyes Católicos conocían poco la mentalidad de los moriscos y se dejaron llevar en este tema, más por la generosidad que por la realidad. Ignoraban, por ejemplo, que la lengua árabe es considerada por los musulmanes como una lengua sagrada –no en vano, en ella se redactó el Corán y era la lengua del Profeta- así que pretender que utilizaran el castellano era pedirles que renunciaran, no solamente a una seña de identidad, sino también y mucho más, a un puntal de su fe. Fanjul recuerda que el empleo del castellano por los moriscos era “instrumental y sin consideración alguna”. Y Cardaillac añade: “Su posición [la de los moriscos] es muy clara: proclama todo su respeto por la lengua árabe, de innegable superioridad sobre el castellano”.
    Como dice un viejo texto hermético alejandrino, “lo semejante se une a lo semejante”, por tanto no es de extrañar que quienes admiraran la lengua árabe y eligieran sólo y preferencialmente expresarse en ella, miraran a otros que también lo hacían, los piratas argelinos y los turcos, entonces y hasta Lepanto, en su apogeo. La piratería argelina y bereber prosiguió desde la Toma de Granada hasta finales del siglo XVIII, como quien dice, hasta hace 225 años apenas. Es significativo que tales hostigamientos se produjeron a partir de 1492, no antes.
    El otro riesgo lo constituyeron los turcos. Como se sabe, los moriscos de Granada y de las Alpujarras, miraban más hacia la Sublime Puerta de Oriente que hacia la generosidad de los Reyes Católicos. Cuando se inicia la sublevación de las alpujarras, los rebeldes –gandules y monfíes- se tocan la cabeza con turbantes turcos y solamente toman las armas cuando han recibido garantías de apoyo turco. No eran unos insensatos desesperados por una opresión cultural y étnica de la que si alguien es inocente son los Reyes Católicos, sino los insurgentes que llaman en su auxilio a una potencia enemiga de Castilla y Aragón.
    No es que no se quisiera asimilar a los moriscos, es que estos se identificaban con el mundo islámico, y no solamente de manera religiosa o cultural, sino empuñando las armas contra los reinos cristianos o abriendo la puerta a sus enemigos. Ni eran ni se sentían “españoles” porque en todo momento, desde la Toma hasta la expulsión, los moriscos ni reivindicaron su “españolidad”, ni estaban dispuestos a salir de sus “guetos” que, a fin de cuentas, eran los garantes de su propia identidad.
    Hay que decir que, aparte de la politica integracionista de los Reyes Católicos, la mayor parte de la España cristiana no reconocía a os moriscos nuestra nacionalidad. Es rigurosamente cierto que los ocho siglos de Reconquista hicieron que el hecho religioso y el nacional estuvieran íntimamente unidos como en ningún otro lugar de Europa.
    Maravall cita en su obra “El Concepto de España en la Edad Media”, abundante documentación que demuestra la común voluntad que tenían todos los reinos y condados peninsulares de ser y sentirse “españoles”, que entonces era una especie de entidad metapolítica, superior a los reinos hasta entonces existentes. A partir del siglo XI, estos que se reconocían “españoles” (y Américo Castro en su obra “Sobre el nombre y el quien de los españoles” aporta también datos de indudable valor) asumen la Reconquista como objetivo común. Pero ninguna taifa o califato musulmán asumía tal pertenencia. Ciertamente, también hasta el último musulmán peninsular –no digamos “español”- se sentía partícipe de una comunidad supranacional y metapolítica, pero no era desde luego, España, sino el “dar Islam”, las tierras ganadas para el Islam que se extendían desde Oriente Medio hasta Al-Andalus.
    Al-Andalus jamás alcanzó unificación étnica, cultural y religiosa hasta los últimos siglos cuando se había reducido al Reino de Granada. Hasta entonces había predominado el elemento árabe, pero conviviendo con distintas minorías que, poco a poco, fueron exterminadas, deportadas, expulsadas, esclavizadas o fugadas. Particularmente fuertes fueron los encontronazos entre bereberes y árabes. La incapacidad musulmana para superar el estadio tribal y constituir naciones en el sentido moderno de la palabra, estuvo siempre presente y rompió el Califato de Damasco por las mismas razones que luego se rompería el de Córdoba y alumbrarías las inefables taifas.
    ¿Han oído hablar de la “taqqiya”? Es la ocultación de los verdaderos sentimientos, una práctica, realmente inmoral desde nuestro punto de vista, pero que algunas autoridades islámicas autorizan. Se ha hablado mucho de “cripto-judíos”, pero muy poco de “cripto-musulmanes”. Y haberlos, los hubo. Exteriormente, se habían hecho bautizar, pero mantenían sus prácticas religiosas originarias en secreto y boicoteaban como podían la práctica cristiana. Se sabe que muchos “cripto-musulmanes” evitaban ser enterrados en cementerios cristianos, o bien se sometían a un ritual de “limpieza” que borraba los beneficios aportados por el Bautismo. Se conocen casos en los que moriscos, presas de ataques de cólera, habían terminado evidenciando a gritos su verdadera fe, hasta el punto de que en 1602, un monje del Monasterio de Montserrat escribía al Duque de Lerma una misiva en la que pedía medidas contra estos “cripto-musulmanes”, “que con aver sido tantas vezes perdonados y reconciliados con nosotros, siempre nos tienen un odio mortal como lo an mostrado en las ocasiones que se an ofrecido”. Se conocen casos, así mismo, de “cripto-moriscos” que, casados con cristianas, propinaban palizas a sus hijos si los sorprendían comiendo tocino o bebiendo alcohol. Entre la Toma de Granada y la expulsión definitiva de los moriscos se sucedieron casos de profanación de iglesias y de objetos litúrgicos, hubo ensañamientos con imágenes de Cristo y la Virgen y Cardaillac cita el desánimo y la desazón con la que estos “cripto-moriscos”, tomaron la noticia de la victoria de Lepanto. El deseo de revancha aparecido con la Toma de Granada se reavivó de nuevo.
    En 1495, finalizó la exención de impuestos a la comunidad morisca de Granada y, en ese momento, muchos optaron por emigran o por las conversiones más o menos interesadas. A pesar de la gran estatura religiosa, moral y política de fray Hernando de Talavera, primer arzobispo de Granada, y del énfasis puesto por él en que fueran predicadores capaces de expresarse en árabe quienes asumieran la evangelización de su diócesis, lo cierto es ue cuando los Reyes Católicos regresaron a Granada en 1499, encontraron la ciudad completamente islamizada, aunque dirigida por el pequeño núcleo cristiano. En cualquier momento podía producirse un riesgo de subversión y, efectivamente, en el 1500 el Albaicín se subleva. Talavera actuó de mediador entre las partes y, aun a pesar de que se habían producido algunos asesinatos de cristianos, extendió la oferta de perdón a los sublevados, a cambio de bautismo. La Reina Isabel debió jurar que no consentiría conversiones forzadas, pero la sublevación se extendió por las Alpujarras. Allí destacó la guerrilla de los “gandules”, jóvenes moriscos sublevados. El Rey Fernando se desplazó a Granada y ofreció de nuevo el perdón. Hubo lucha y, finalmente, conversiones como alternativa de supervivencia, que por convicción. En 1501 la sublevación se había extinguido y se ofreció a los rebeldes medios para que emigraran, porque ya en esa época las autoridades empezaban a valorar que, ante la imposibilidad de integración de las comunidades moriscas y ante lo poco convincente de sus bautismos, solo quedaba la alternativa de la expulsión.
    A diferencia de algunos judíos conversos que adoptaron la nueva fe con un vigor desconocido incluso para los cristianos viejos –la famosa “fe del converso”- no ocurrió lo mismo entre los musulmanes. Muchos fueron los conversos que destacaron luego como defensores de la fe cristiana, sin dobleces e incluso con un punto de fanatismo, desde Torquemada a Santa Teresa. Hubo en el caso de los judíos un intento de integración aunque el fenómeno de los “cripto-judíos” se prolongara hasta bien entrado el siglo XVII.
    Los moriscos nunca quisieron ser considerados españoles. Su identidad era otra. Sus esfuerzos de integración fueron nulos. Su resquemor aumentó a medida que fue aumentando el tiempo transcurrido desde la toma de Granada. Se aliaron con los turcos, abrieron las puertas a los piratas argelinos y bereberes, se sublevaron finalmente, después de un período de continuas insurrecciones y conflictos. La expulsión se mostró pronto, como la única medida posible para atajar los problemas futuros que podían derivarse. Gracias a la expulsión subsiguiente a la guerra de las Alpujarras, la España que heredamos no tiene nada que ver con Bosnia o Kosovo. Los problemas de integración no son nuevos, son connaturales a las comunidades musulmanas.
    Conclusiones en detrimento del mito de las “tres culturas”
    Isaac Baer en su “Historia de los judíos en la España cristiana” sentencia la cuestión de la “España de las tres culturas”: Dice Baer: “las ciudades de la época de la Reconquista se fundaron en su mayoría según el principio de igualdad de derechos para cristianos, judíos y musulmanes; naturalmente que la igualdad de derechos era para los miembros de las diferentes comunidades religioso-nacionales como tales miembros y no como ciudadanos de un estado común a todos. Las distintos comunidades eran entidades políticas separadas”. Así pues, cabría más bien hablar de la “España de las tres culturas… aisladas” que omitir la última palabra con el riesgo de pensar en una convivencia pacífica que no fue tal. Si existió convivencia fue por que cada comunidad vivía en un aislamiento total y hacía innecesaria tratar con miembros de las otras dos.
    Así pues, nuestros “progres” alimentan un mito. Mejor dicho, alimentan una mentira. El mito es una dramatización con fines educativos. La mentira es una forma de falsear los modelos. Así lo se ha hecho insistentemente a partir de los eventos del 92 y así se repite una y otra vez en la España de ZP. Pero una mentira mil veces repetida logra solamente engañar a los incautos y encabronar a los que se mantienen en guardia. Las mentiras y los errores fatuos sobre multiculturalismo, mestizaje, triplete cultural y demás, no han logrado avanzar ni un ápice hacia el objetivo metafísico, el zapateril “diálogo de las civilizaciones”. No son las civilizaciones, sino los civilizados, quienes dialogan y, hasta ahora, los intentos se han saldado con alardes de mediocridad.
    © Ernesto Milà – infokrisis – infokrisis@yahoo.es
    Vita hominis brevis:
    ideo honesta mors est immortalitas

    Que no me abandone la Fe,
    cuando toque a bayoneta,
    que en tres días sitiamos Madrid
    y en otros quince la capital, Lisboa.


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  3. #3
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    Re: El mito de la España "paraíso de las tres culturas" (I)

    Yo creo que hay cosas que están mal planteadas.

    En primer lugar, hacer una separación entre " grecolatina " y " cristiana "; y no sé con qué intención aparece lo de " indoeuropeo ".


    En segundo, las relaciones de pueblos como iberos y etruscos con los bereberes son más que evidentes. El problema no es ya " relaciones ", es como si habláramos de " relaciones de vikingos y germanos " o cosas así, porque son pueblos como raíces comunes; el problema que me refiero es que no se especifica eso en torno al " moro "; y que el " moro " actual poco o nada tiene que ver con el moro ( mauritano ) antiguo. Incluso la mayoría de los bereberes islamizados no tendrían mucho que ver con el deforme estado marroquí, aunque la propaganda es muy fuerte y cala en según qué ambientes.


    Otra cosa no estudiada por la Historiografía es que tanto en las disposiciones de Egica y Sisebuto y en la VII Partida de Alfonso X el Sabioo se castiga con dureza el proselitismo al que al parecer eran muy aficionados los judíos. O sea, que igual más de un judío era descendiente de goyms conversos y cosas así...Como la gran cantidad de expedientes de conversión al islam de muladíes hispanos que hay....

  4. #4
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    Re: El mito de la España "paraíso de las tres culturas" (I)

    En primer lugar, hacer una separación entre " grecolatina " y " cristiana "; y no sé con qué intención aparece lo de " indoeuropeo ".
    Supongo que se refiere a qué antes de su cristianización, ya existía una tradición grecolatina extendida por gran parte del contiente y que influenciaba mucho más allá.En gran medida esas estructuras culturales así como las instituciones politicas del Imperio Romano e, incluso, las infraestructuras del mismo, facilitaron la posterior cristianización, si bien ésta, evidentemente, no se circunscribe a lo anterior.Eso sería ridículo.

    En cuanto a lo de indoeuropeo colijo que hace referencia a los pueblos y tribus procedentes de las sucesivas oleadas migratorias conocidas bajo esa etiqueta.Por ejemplo, las diferentes invasiones ilíricas o preceltas y posteriormente célticas.Claro, que esos pueblos no fueron ni mucho menos los primeros habitantes de Europa.Precisamente aquí en la península de poblaciones pre-indoeuropeas sabemos algo...

    En cuanto a que presente esos tres conceptos separados, lo concibo como una precisión cronológica.Es evidente que desde hace muchísimos siglos todo está perfectamente fundido, pero la secuencia cronológica fue algo como esto:sobre una serie de pueblos y tribus indo-europeas y pre-indoeuropeas, muy fundidas entre sí, se extiende a través del Imperio Romano, y por la influencia del mismo más allá de sus fronteras, la cultura grecolatina.Posteriormente recibirán la cristianización, obra que en el continente europeo continúa en los lugares más apartados hasta más allá del año 1000.

  5. #5
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    Re: El mito de la España "paraíso de las tres culturas" (I)

    obra que en el continente europeo continúa en los lugares más apartados hasta más allá del año 1000.
    Me refiero, por ejemplo, a pueblos nórdicos y escandinavos agrupados bajo el membrete de 'vikingos' o 'normandos' por quienes sufrían sus depredaciones.Algunos de estos pueblos radicados en la actual Noruega fueron cristianizados poco antes de la primera Cruzada...

  6. #6
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    Re: El mito de la España "paraíso de las tres culturas" (I)

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    Gracias por tu precisión amigo Juan. No obstante yo lo decía en tono picajoso, conociendo ciertas tendencias del amigo Milà....


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