Tomado de la obra" Sentido y causas de la tragedia española" (1942) de Antonio J. Gutiérrez, presbítero.
... LA IGLESIA ESPAÑOLA Y EL MOVIMIENTO LIBERADOR
Después del Sumo Pontífice, sucesor directo de San Pedro y oráculo infalible de la verdad, la autoridad suprema en el orden religioso para los españoles era la Silla de Toledo.
Cuáles sean el prestigio doctrinal y la representación del Primado de las Galias o del Cardenal de París lo saben los franceses, a quienes afecta; la valoración de nuestras instituciones eclesiásticas la sabemos nosotros los españoles.
Pero la Silla de Toledo ha sido reverenciada siempre entre nosotros por toda persona culta, no sólo por su significación eclesiástica esclarecida, sino porque en virtud de ella logró constituir en la corriente de los siglos uno de los pilares, duro y firme como el granito, donde descansa todo el edificio de la nación española.
La posible actitud del Primado de España en una contienda a vida o muerte era cuestión decisiva. Allí donde estuviese el Primado estaría España; allí donde se abriese el vacío de la ausencia del Primado no estaría España, ni se podría pensar en echar los cimientos de ninguna construcción durable.
España y Primado son dos altas instituciones inseparables, entrelazadas por una dependencia mutua; España y Primado son entre sí dos términos esencialmente complementarios.
No puede nombrarse a España sin admitir que en ella va incluido el Primado sin presuponer como cierto que le circundan la gloria y la integridad de la auténtica España.
Por una consecuencia, sentimental y lógicamente obtenida, cuantos amen a España tienen que amar al Primado; y por una ley fatal, comprobada con hechos burdos o dolorosos, odian al Primado y al Catolicismo de Toledo cuantos odien a España.
1 - CONDUCTA ELEVADAMENTE RELIGIOSA Y ESPAÑOLISTA DEL CARDENAL PRIMADO EN 1936
Salvóse el Primado [Mons. Isidro Gomá] providencialmente en Navarra. Había salido de su diócesis ignorante de la proximidad de los sucesos el día antes del asesinato de Calvo Sotelo; su salvación representaba para la causa nacional valor comparable al de todo un ejército.
Agobia pensar cuáles hubiesen sido las intrigas y las dificultades sin la existencia, en aquellos momentos de confusión, de una indiscutible autoridad religiosa.
Cualquiera otra nombrada en medio del tumulto y del vocerío hubiera sido tachada por los adversarios de facciosa, de parcial e ilegítima por origen. Siempre se hubiera creído que un jerarca eclesiástico, hechura de los rebeldes, carecía de independencia y autoridad en sus juicios.
Le hubiera faltado a nuestro Movimiento en esa hipótesis lo que ni siquiera en apariencia debía faltarle: algo genuino y consubstancial a la gloriosa tradición de la Patria, como es la asistencia, la bendición y el magisterio del Primado. No quiso Dios, para mayor lustre del Movimiento, que esa eventualidad peligrosa se consumase.
No vaciló un instante el magnánimo Cardenal en emprender la línea recta y clara de su conducta. Aun cuando no le hubiese hecho poseedor de la certidumbre su poderoso raciocinio, infalible intuición le señalaba dónde estaba la verdad y cuál era su deber.
Como astro de luz propia arrastraba en su giro a cuantos de él recibían claridad y calor como de su fuente. Marchando tras él sabían los españoles que marchaban por camino firme y seguro.
Era imposible que el Cardenal de Toledo bendijese una causa donde la santidad y la justicia no fuesen la esencia. Bendijo el Primado desde el principio de la lucha a la España Nacional y a sus ejércitos, tan rudimentarios entonces y tan carentes en el orden material de cuanto es esperanza sólida de un triunfo cierto.
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