Revista FUERZA NUEVA, nº 144, 11-Oct-1969
LA MONARQUÍA QUE NO QUEREMOS
Por Blas Piñar
El exilio es, sin duda, penoso. Vivir ausente de la Patria, sobre todo cuando el destierro se mantiene por decisión propia, por terquedad sistemática, como alarde de una postura cuyas razones más últimas no podemos juzgar, debe constituir un suplicio tremendo.
Este suplicio se agranda cuando quien se alejó de su país continúa habitando espiritualmente en él, resultándole imposible distraer su imaginación con otros problemas o zambullirse a fondo en lo más inmediato que le circunda.
La tensión constante del exiliado inteligente y con sensibilidad, le lleva a descomponer su visión de la Patria, cuyo latido le llega a través de versiones tendenciosas, o retuerce, aun siendo la versión correcta, con el fin de acomodar los hechos a su propia imaginación.
Un artículo publicado, al parecer, en la cadena de diarios hispanoamericanos suscritos a una determinada agencia de colaboraciones, nos ofrece la versión personal de Salvador de Madariaga sobre “La Monarquía española”. Con este título, al menos, se publica el trabajo en “La Estrella de Panamá”, del día siete de septiembre pasado (1969).
El artículo es sumamente curioso y está lleno de contradicciones. Carece de lógica, por una parte, y por otra, pone de manifiesto lo que tantas veces se nos había dicho: que la Monarquía liberal era la salida posible del Régimen político español, y que ese tipo de Monarquía la patrocinaban y apoyaban sus adversarios.
Decimos que Salvador de Madariaga carece de lógica en este trabajo, ya que si combate la “instauración” de la Monarquía en España, porque supone la quiebra de la legitimidad y de la continuidad, no se comprende su afirmación casi dogmática de que “las naciones con éxito político son estables porque son objetivas; es decir, le interesa más el qué (que) el quién de las cosas”, y ello porque tienen capacidad de adaptarse al fluir del cambio vital sin exponerse a la violencia”.
Pues bien, a mi modesto juicio, esto es lo que ha sucedido con la instauración de la Monarquía en España; atender al qué de las cosas más que a las personas, al fluir del cambio vital, y no a los formulismos genealógicos que caducan ante el supremo interés de la Patria. La continuidad y la legitimidad que interesan al pueblo español (1969) no es la de una dinastía, a la que el autor del trabajo no fue leal, sino la continuidad de España como nación y la legitimidad de un Estado nacido de una guerra, que no provocaron precisamente los vencedores, a los que Salvador de Madariaga alude.
Sigue existiendo falta de lógica en los comentarios de Salvador de Madariaga, al hacer inexplicables sus tesis antagónicas: la de que “España es uno de los países más subjetivos del mundo (compuesto por) treinta millones de reyes (y) también por treinta millones de papas, todos infalibles”, y la de que España ha tenido que “vivir treinta años bajo la férula de un súper-anarquista”, de tal forma que “jamás en su historia, ni bajo Felipe II, ni aun bajo Fernando VII, ha vivido España bajo un monarca más despótico que Franco”.
En verdad que no se entiende cómo un pueblo como el español, dotado de una “agudeza humana en la que… aventaja a muchos europeos”, ha hecho posible que Franco se sostenga en la cumbre durante treinta años como “papa-rey, omnipotente e infalible”. Franco -dice Madariaga- es ya todo el pueblo, por encarnar lo que todos los del pueblo quisieran ser”.
¿No será esta encarnación y personificación del alma colectiva del país lo que ha hecho posible el gobierno de Franco a través de un período difícil y agitado del mundo, dando a España un progreso que no había conocido y que lo ha la ha sacado de la miseria¿ Pues no. Para Madariaga, está encarnación de la voluntad popular que admite, por un lado, es negado por otro. “Franco, subraya, es el Papa-Rey de la España de hoy por la gracia de la Policía y de la Censura”.
No cuadra demasiado bien con la limpieza literaria del autor de “La Monarquía española” -cuyos artículos aparecen en algún periódico madrileño, a pesar de la policía y de la censura- con los calificativos que aplica no sólo al Jefe del Estado español, sino a Don Juan, “rebelde en los albores de la guerra civil, y al Príncipe de España (Juan Carlos), al que moteja con acritud de “loro en feria”, y con desprecio, de “desdichado infante”.
Como el juego de la Monarquía liberal no ha dado los frutos apetecidos, las cartas se colocan sobre la mesa. Don Juan, en su declaraciones de 20 de diciembre de 1936, dijo: “Don Alfonso Carlos, en su Decreto de 23 de enero de 1936, fijó con ponderada amplitud los Principios fundamentales de la doctrina tradicionalista, que YO ACEPTO sinceramente, y en su alocución de Lourdes, de 5 de octubre de 1958, añadió: “La Monarquía tiene, cuando es verdadera, sustantividad propia, que le fue desconocida por el régimen liberal de partidos, en el que quedó reducida a presidir inerme las maniobras contra cuanto ella representaba y contra ella misma”. Para refrendar su pensamiento, Don Juan señalaba el 10 de marzo de 1961: “Somos tradicionalistas… con la clara conciencia de que en muchas ocasiones históricas nada hay más nuevo que las tradiciones olvidadas”.
Pero la verdad es que personas de las más alta significación política cercanas a Don Juan manifestaron, al designarse a un sucesor concreto a la Jefatura del Estado, que la Monarquía propugnada desde Estoril exigía “la presencia activa del pluralismo social y político” y debía ser una Monarquía evolutiva.
Lo que estas palabras ambiguas y polivalentes encubren, frente a la Monarquía tradicional, sobre todo cuando se pretende con ellas justificar un acercamiento de nuestro sistema político (Franco) al régimen liberal que impera en algunos países europeos, está suficientemente demostrado.
Salvador de Madariaga, que asegura cómo fue advertido Don Juan con tiempo suficiente, para que no entrara “en tratos con el dictador” señala que “Don Juan pudo quizá todavía haber restaurado una Monarquía liberal más o menos viable”.
Pues bien, esa Monarquía liberal que hubiera podido restaurar Don Juan -al decir de Madariaga-, y que estimamos desde aquí absolutamente inviable, es la que los españoles no hemos querido ni queremos, y no por razón de la persona en muchos casos, sino por razón de su propia filosofía. (*)
El Príncipe de España ha jurado unos Principios en los que la Monarquía se define como una constitución de perfil y esencia muy diferentes a la de tipo liberal. La Monarquía liberal, rechazada en dos ocasiones por el voto popular, hubiera sido también rechazada por las Cortes, y un sucesor que la hubiera aceptado tampoco habría merecido su aprobación. (*)
Es cierto, como arguye Pemán en “Decir algo”, que hay una relación padre-hijo que no se romperá nunca, porque Dios hace los enganches humanos mejor que los humanos hacen los enganches políticos”. Yo no sé lo que ha querido decir el ilustre escritor y presidente del extinguido Consejo privado de Don Juan, con tan bellas palabras. Pero si lo que se insinúa desde ahora es que el enganche humano que ha impuesto al Príncipe “sacrificio y dolor hasta límites heroicos” por la razón de patriotismo que el propio Pemán alega, ha de romper el enganche político de la legitimidad de la nueva Monarquía, resta a la institución fervores apenas iniciados. (…)
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