Revista FUERZA NUEVA, nº 544, 11-Jun-1977
“SI LA MONARQUÍA HA DE VENIR, HA DE VENIR CON FRANCO, O NO VENDRÁ” (Esteban Bilbao, 7 de junio de 1947)
El 23 de julio de 1969
Franco designaba a don Juan Carlos de Borbón como sucesor suyo en la Jefatura del Estado, como fundador de la nueva Monarquía. En 23 de julio de 1969, en su presentación a las Cortes, don Juan Carlos, solemnemente, afirmaba:
“Mi aceptación incluye una promesa firme que formulo ante vuestras excelencias, para el día, que deseo tarde mucho tiempo, en que tenga que desempeñar las altas misiones para las que se me designa, dedicando todas mis fuerzas no sólo al cumplimiento del deber, velando porque los principios de nuestro Movimiento y Leyes Fundamentales del Reino sean observadas, sino también para que, y dentro de esas normas jurídicas, los españoles vivan en paz y logren cada día un desarrollo creciente en lo social, en lo cultural y en lo económico”.
Y en la misma circunstancia, también dijo don Juan Carlos:
“A pesar de los grandes sacrificios que esta tarea pueda proporcionarme, estoy seguro de que mi pulso no temblará para hacer cuanto fuere preciso en defensa de los Principios y Leyes que acabo de jurar”.
Y en 3 de marzo de 1970, el propio don Juan Carlos exhortaba así a los alféreces provisionales:
“He jurado lealtad a los Principios Fundamentales del Movimiento, ideales por los que murieron vuestros compañeros en la Cruzada. Sobre estos ideales tenemos que basar el desarrollo del país, buscando sin desmayo la grandeza de España”.
Y lo propio juró el 22 de noviembre de 1975, al ser proclamado Rey. (…)
***
(Remontándonos a los inicios del proceso)
Esteban Bilbao, presidente de las Cortes, el 7 de junio de 1947, al aprobarse la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado, pronunció estas apodícticas palabras:
“Si la monarquía ha de venir, ha de venir con Franco o no vendrá”.
La historia, confirmado esta fácil predicción. La Monarquía liberal (Alfonso XIII), corrompida por sus propios defectos intrínsecos, cayó. Mejor dicho, entregó España a la República sectaria, antiespañola, masónica y antesala del comunismo. Una figura egregia como José Calvo Sotelo, que fue ministro de Alfonso XIII, en su “Escrito a las Cortes en defensa del Rey”, cuando la convención republicana lo enjuiciaba, como argumentos que invalidaban los ataques contra el Monarca liberal, esgrime los siguientes:
“No trataré de las culpas que se atribuyen a don Alfonso XIII. No es ésa mi misión. Sostengo, únicamente, que la República es desleal al pedir para don Alfonso XIII nuevas penas personales y patrimoniales. La historia de lo ocurrido el 14 de abril la han escrito dos de los principales personajes que en ella actuaron: don Gregorio Marañón y don Niceto Alcalá Zamora. Dice el primero en uno de sus famosos artículos, el titulado “Las dos y cinco de la tarde”:
14 de abril de 1931: “Nosotros cumplimos nuestro deber advirtiendo desde primera hora lo que iba a suceder al conde de Romanones, que representaba en realidad la cabeza y el alma del Gobierno entero. Tres horas después se iniciaban las negociaciones y ocurría la entrevista entre Romanones y Alcalá Zamora, que éste ha referido al pormenor. Fue emocionante y patético para los testigos el duelo entre la Monarquía que iba a desaparecer y el nuevo régimen que se alzaba… Alcalá Zamora… pintó con palabras enérgicas y rapidísimas la situación de España… "¿Qué solución? -preguntó el conde-. Porque el Rey se presta a cumplir todos sus deberes". "La marcha rapidísima del Rey", contestó Alcalá Zamora… "Yo pido un armisticio de unas semanas” argüía el jefe monárquico. El republicano insistía en la prisa inaplazable. Duró el forcejeo. Reducía Romanones el plazo y las condiciones. Redoblaba el interlocutor su exigencia. Y, al fin, la Monarquía cedió. Se iría el Rey aquella tarde. Primero se pensó que a Portugal. Luego que a Cartagena. No había abdicación, sino una resignación del poder real en su último Gobierno, para que éste lo transmitiese al de la revolución… Eran las dos y cinco exactamente cuando toda la historia giraba ágilmente sobre sí misma”.
Don Niceto Alcalá Zamora, en el artículo que publicó “El Sol” del día 17 de mayo, dice:
“En Madrid, las primeras noticias recibidas decidieron el ánimo vacilante del Régimen caído, y, hacia la una, el insigne médico doctor Marañón me buscó, de parte del conde de Romanones, para que, en la casa de aquel médico, escogida como terreno neutral, aunque él era también republicano, se negociara la transmisión de poderes de la Monarquía a la República. Breve, cordial y emocionante fue la entrevista.
No hace falta mayor prueba de que la República pactó con la Monarquía el día 14 de abril. Cualquiera que fuera la delincuencia imputable a don Alfonso, es evidente que en aquella jornada la República consideró sanción suficiente y ejemplar el destronamiento”.
De ahí que los monárquicos seguidores de don Alfonso XIII que no se pasaron a la República, en “La Época”, y “Acción Española”, como desde el partido “Renovación Española”, entonaron durante los años de la República solemnes actos de contrición o de atrición respecto del liberalismo, de la democracia inorgánica, del constitucionalismo, del parlamentarismo, como causas de deshonra y de hundimiento de aquella Monarquía.
Hablan los monárquicos arrepentidos
En “La Época”, del 16 de junio de 1934, se escribía en un artículo titulado “Instauración, sí”:
“Restaurar quiere decir tanto como volver a poner una cosa en aquel estado que antes tenía. Así, hablar de restaurar la Monarquía, sin más aclaraciones, equivaldría a continuar entregados a las instituciones democráticas y parlamentarias que nos han arrastrado a la situación actual. Nadie pone en duda, excepto los usufructuarios actuales de los resortes del Poder, que España vivía mejor, muchísimo mejor, en los tiempos anteriores al 14 de abril… No podemos pensar restaurar la Monarquía liberal y democrática caída el 14 de abril, ni tampoco la absoluta de Carlos III y Fernando VI...
Mando de uno transmitido hereditariamente; Consejos técnicos en torno al Rey; Cortes corporativas en que se refleje la organización corporativa de la sociedad; continuidad en la gestión; responsabilidad en los actos de Gobierno; competencia… Tales son las características de la Monarquía nueva que deseamos ver instaurada en España”.
En “La Época”, del 3 de abril de 1934, bajo el epígrafe “Fin del liberalismo”, se puede leer:
“Ha sido preciso que la Monarquía liberal se hundiera para presenciar también la bancarrota absoluta de los principios y de la filosofía que provocaron su caída. La Monarquía liberal autorizó y amparo -incluso durante los siete años de la Dictadura del general Primo de Rivera- que se minaran sus bases. Los enemigos del régimen eran introducidos dentro de los organismos públicos y encumbrados a los puestos más relevantes de la jerarquía administrativa”.
También en “La Época”, del 22 de marzo se escribe con indudable acierto:
“La Revolución, incapaz de vencer en campo abierto y lucha franca a la Monarquía católica española para derrocarla, se propuso adulterarla y democratizarla, para hacerla impopular e impedir que el pueblo, sumido en el caos, pudiera volver a ella sus ojos. La táctica de los revolucionarios ha triunfado hasta ahora y el pueblo sigue ciego, vuelto de espaldas a la Monarquía, por creer que esta institución representa la restauración del régimen que cayó en abril de 1931, régimen que, si bien hoy se añora por algunos, no despierta bastantes entusiasmos para pensar en su restauración”.
Y habríamos de prolongarnos mucho si tuviéramos que recopilar lo mucho y bueno, que de doctrina monárquica se escribió en “La Época”.
No podemos menos que destacar la postura de “Acción Española”, que reunía a un grupo selecto de pensadores contrarrevolucionario. Eugenio Vegas Latapié, que goza todavía de lucidez -y hacemos votos para que Dios se la conserve muchos años-, en un editorial de “Acción Española”, escribía:
“El 14 de abril no fue sino la consecuencia lógica de los principios doctrinales en que se basó la Restauración canovista; y los incendios del 11 de mayo, como los tiránicas y persecutorias leyes posteriores, no eran más que la consecuencia inevitable de las propagandas que durante largos años gozaron del consentimiento y aun de la protección de los ministros de la Monarquía liberal”.
Todavía con más ufanía de seguridad y de aplomo poético, José María Pemán escribía en “Acción Española”, del 16 de diciembre de 1933:
“La idea monárquica, sustancial y verdadera es desconocida por el pueblo. Durante los largos años de Monarquía liberal y parlamentaria -y esto fue lo que trajo la República-, no había republicanos, pero tampoco monárquicos. Quiero decir que no había más que Monarquía de sentimiento, de inercia o de frivolidad estética. Luego llegó la República, y con ella la Revolución… En el 14 de abril perdió España una Monarquía liberal y parlamentaria, es decir, una Monarquía casi sin sustancia monárquica: una Monarquía de malos gobernantes, de desaciertos, de complacencias con el enemigo”.
Esta breve antología se podría multiplicar hasta formar un volumen que sería muy curioso, para comprobar la veleidad de ciertos cerebros. Pero para nosotros nos basta, porque rúbrica lo que Francisco Franco, Caudillo de España, dijo el día 1 de marzo de 1955, en “Arriba”:
“Todos estamos conformes en que en el reinado de Alfonso XIII y su augusta madre lo que hubo fue la crisis de todo un sistema”.
O sea, del sistema liberal y abominaban “La Época”, “Acción Española” y “Renovación Española”. Y don Juan de Borbón, conde de Barcelona. En carta publicada en la misma “Acción Española”, de octubre de 1935, con motivo de un banquete celebrado por un grupo de amigos de la revista en Roma, el actual conde de Barcelona envió una carta de elogio a la revista en la que decía:
“Yo tengo hacia Acción Española especiales y personales deudas de gratitud y era el momento de reconocerlas… La lectura de vuestra revista y de vuestros libros me traía el aliento de la Patria lejana… y la visión de aquella otra España que inspira vuestra obra, y que surge cada vez con más vigor en vuestras páginas”.
Y lo que inspiraba las páginas de “Acción Española” era rehacer “la sinfonía que se interrumpió en 1700, al cerrarse para siempre los ojos del Monarca hechizado”, como escribió Maeztu, en el primer editorial de la revista. “Acción Española” era una trinchera contrarrevolucionaria, antiliberal, antidemocrática del sufragio universal y de los partidos políticos. Y a esta revista y a este movimiento, se adhería don Juan de Borbón el 11 de octubre de 1935.
Cruzada y Monarquía verdadera
Las consecuencias del abandono del trono por Alfonso XIII fueron las tremendas desgracias de la República, con lágrimas, sangre y barro. España estaba fatalmente condenado a convertirse en una colonia soviética. Don Juan de Borbón, conde de Barcelona, pudo decir:
“¿Por qué es tergiversado tanto el Alzamiento de julio de 1936? ¡Es aterrador! La mala fe de unos, la falta de sentido político de otros, la sugestión de modas políticas extranjeras lo han empequeñecido. Porque, en realidad, la guerra civil era, en su principio, una guerra contra lo antiespañol y un movimiento elemental de salvación contra la anarquía en que había desembocado la República. ¿Quién lucha en el bando que iba contra la anarquía, el comunismo, el caos? Pues todos los españoles que tuvieron sensibilidad política para ver el alcance de la guerra y comprendieron de qué se trataba: monárquicos de todas clases, desde los tradicionalistas a los más liberales; falangistas, republicanos de derecha y hasta bastantes de izquierda y la enorme masa neutra. Fue una auténtica Cruzada, y allí fuimos todos”. (En el opúsculo “El Rey”).
Ya a estas horas (1977) se puede decir que Franco ha sido el artífice y el propulsor más singular de la Monarquía en toda la historia de España. La Monarquía, para siempre fracasada por sus errores fatales, tras la Cruzada y como remate del Estado, estuvo siempre el programa político de Franco, según sus auténticos postulados. En 19 de abril de 1937, Franco ya anunció que:
“No cerramos el horizonte a la posibilidad de instaurar en la nación el régimen secular que forjó su unidad y su grandeza histórica”.
El 17 de julio de 1945, ante el Consejo Nacional de Falange, Franco decía:
“De los sistemas más universalmente aceptados para la gobernación de los pueblos, solamente uno se presenta a nosotros como viable: el tradicional español que, de acuerdo con los principios de nuestra doctrina, propugnan muchos de los sectores que combatieron en nuestra Cruzada que forman hoy parte integrante de nuestro Movimiento. La República en España fue por dos veces lo que tenía que ser: un sistema artificial en pugna con nuestra historia y con nuestras tradiciones; si tantas veces se repitiese su ensayo, tantas otras haría caer a España en el mismo grado de ludibrio”.
En el preámbulo de la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado, Franco, puntualiza:
“Lo interesante para la nación es el contenido, el que no se desvirtúen los principios espirituales, patrióticos y sociales que el Movimiento alumbró, sin cerrarle el camino a que en cada coyuntura pueda regir los supremos destinos de la Patria quien, fiel a aquellos principios, cuente con mayores garantías de acierto y con la asistencia y confianza de todos los españoles, salvando con ello las crisis humanas que puede entrañar la herencia y los desvíos, justificados, de la opinión”.
Y la Ley de Sucesión fue aprobada por referéndum nacional, a petición de Franco. Era el 6 de julio de 1947. Franco continuaba su elección sobre la Monarquía, entendida según los grandes tratadistas políticos, los filósofos más destacados y el pensamiento español del tradicionalismo, y de “Acción Española”, a la que tan vinculado se mostró don Juan de Borbón, conde de Barcelona. Franco, el 25 de enero de 1955, declaraba en “Arriba”:
“La Monarquía que en nuestra nación pueda un día instaurarse no puede confundirse con la liberal y parlamentaria que padecimos, ni con aquella otra influida por camarillas de cortesanos que la crítica republicana y liberal nos presentó con objeto de estigmatizarla”.
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Jaime TARRAGÓ
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