Continuaba la polémica del Crucifijo…

Revista FUERZA NUEVA, nº 557, 10-Sep-1977

Crucifijo

Gran parte de la prensa se ha hecho eco (un eco dolorido en tantos casos) del gesto del señor presidente de las Cortes, que ha quitado el Crucifijo de su despacho para “no molestar a los no creyentes”, sin hacer caso de los que han pedido públicamente que se quitara él, a su vez, de en medio, para no molestar a tantos que se han sentido molestos de la presencia al frente de las Cortes en España de tal émulo de Pilatos.

Todos nos acordamos de cuando la República mandó quitar los crucifijos de las escuelas, mandándolos sustituir por una empalagosa imagen que representaba una matrona con aire de corruptora de menores: unos, porque han leído la historia; otros porque estábamos aquel día en las aulas y lo recordamos con dolor.

Y la historia se repite siempre. No ha sido sólo el señor Hernández Gil; en lo que fue Delegación Nacional de la Juventud, de un modo paulatino han ido retirando las banderas, los símbolos, cuanto recordara el glorioso origen de la casa, han llegado al fin unos esbirros y se han llevado de todos los despachos donde aún estuvieran, los retratos de Franco y de José Antonio. Han llegado unos sicarios y se han llevado el Crucifijo. En los rellanos de la escalera de cada planta, se fueron amontonando los símbolos arrancados, para pasar al almacén de los trastos viejos, para acabar, quizás, por los suelos del Rastro, a ver quién da más, bajo una orgía de banderas republicanas.

Se ignora quiénes van a sustituir a los símbolos caídos; no se sabe si a Cristo le sustituirá Confucio, Osiris, Amón Ra o Mahoma. No se sabe si aún habrá, por Dios sabe qué viejo sótanos, una matrona de aquellas con su gorro frigio, ni si nadie se escandalizará porque lleve algún pecho al aire.

No se sabe, en fin, si, en el ámbito político colgarán a Marx (Groucho no, el otro, el de las “barbas ladilleras” que diría el duque de Tovar), a su querido amigo -y no hablamos en metáfora- Engels, o el capitán Pérez Farrás, mamporrero mayor del “honorable”. Tal hecho no sería otra cosa que su merecido.

José Sánchez Robles