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Tema: La retirada del Crucifijo por un “católico” presidente de las Cortes democráticas

  1. #1
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    La retirada del Crucifijo por un “católico” presidente de las Cortes democráticas

    Así llegaría la retirada del crucifijo de las Cortes, tras la inicial y escandalosa retirada del despacho de A. Hernández Gil, presidente (católico) de las primeras Cortes democráticas juancarlistas.

    Lo que en la II República hacían los republicanos masonazos, tras el Vaticano II y una vez muerto Franco, ya lo hacían los católicos sin despeinarse, con el visto bueno episcopal y como la cosa más natural del mundo.


    Revista FUERZA NUEVA, nº 556, 3-Sep-1977

    EL DESPACHO SIN CRUCIFIJO, COMO “INELUDIBLE DEBER DE NEUTRALIDAD”

    El diario “ABC” de 27 de agosto publica unas “Declaraciones” de Hernández Gil a la agencia “Cifra”, a las que titula con estas frases del declarante, entre comillas: “La retirada del Crucifijo de mi despacho, un ineludible deber de neutralidad”. “La misma Iglesia católica tiende a privar de proyección política concreta a ese símbolo religioso”. El texto dice:

    Como un deber ineludible de independencia, comprensión y neutralidad ante los grupos y personas de diversas ideologías que han tenido acceso a las nuevas Cortes, justifica el presidente de las Cortes, Antonio Hernández Gil, la decisión de retirar de su despacho el crucifijo, según declaraciones hechas a la agencia “Cifra”.

    En este sentido, Hernández Gil explicó que “en las nuevas Cortes, por consecuencia de unas elecciones democráticas, han tenido acceso grupos políticos y personas de diversas ideologías, creencias y opiniones. Como presidente -subrayó-, he considerado un deber ineludible adoptar una actitud de independencia, comprensión y neutralidad”.

    Sobre esta base -siguió diciendo el presidente de las Cortes-, y con el fin de observar el mismo respeto para todas las posiciones, he considerado necesario evitar el símbolo religioso de una creencia que la propia Iglesia católica tiende a privar de proyección política concreta. Por lo demás -señaló-, miro también con respeto la crítica que puede hacerse por mantener este criterio”.

    Hasta aquí, “ABC”.

    ***
    El señor Hernández Gil apunta discretamente, sin extremar una defensa que no le es muy necesaria porque el ataque es minoritario, que en la propia Iglesia encontraría respaldo a su decisión. Tiene razón, y no solamente por el silencio benévolo de sus representantes oficiales, sino porque al alcance de cualquier mano está una antología más gruesa que la guía de teléfonos, de disparates eclesiásticos del más alto nivel sobre el tema.

    Ya lo vengo diciendo yo a algunos amigos que empiezan a echar la culpa de nuestra descristianización a la democracia. No, no. La culpa no es de la democracia, sino de ciertos eclesiásticos que llevan varios lustros de autodemolición de la Iglesia, de humo, de Satanás y de jugar con fuego. Lo digo para que la reconquista se inicie sobre la roca de la verdad, y para que no se vaya a buscar un chivo expiatorio sobre arena movediza, como sería situar el mal en una posición política que sólo ha sido una modesta correa de transmisión del espíritu revolucionario de ciertos heresiarcas.

    El señor Hernández Gil tiene razón jurídica. Lo que no tiene en grado manifiesto es amor al crucifijo. Porque el amor, a partir de niveles apreciables, ya no entiende de bizantinismos jurídicos, ni de lógica, ni de organigramas, ni de dilución de responsabilidades. Prefiere el enfoque propio de los Tribunales de Honor al positivismo de los tribunales ordinarios.

    Pero volviendo a la parte lógica del planteamiento que hace el señor Hernández Gil, yo le pediría que la extendiera el retrato de don Juan Carlos. Porque lo mismo que han accedido a las Cortes personas cuyos sentimiento se ven obsequiados con la retirada de ese crucifijo, han accedido también, en cantidad abundante y superior, diputados republicanos de toda la vida, con sentimientos y planteamientos paralelos respecto del retrato de don Juan Carlos. Sin contar con todos los españoles monárquicos devotos de otra dinastía y los de la Regencia nacional Carlista de Estella.

    Por supuesto que este planteamiento mío se extiende hacia abajo, a todos los niveles, hasta los mínimos. Si ha de haber neutralidad y comprensión para los enemigos del crucifijo, que los haya también para cualesquiera otros símbolos.

    Manuel de SANTA CRUZ
    Última edición por ALACRAN; 07/08/2023 a las 21:08
    Pious dio el Víctor.
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

  2. #2
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    Re: La retirada del Crucifijo por un “católico” presidente de las Cortes democráticas

    El asunto sirvió de aperitivo a la inexorable Constitución atea, que llegaría un año después.

    Por supuesto, ni la conferencia episcopal ni su presidente Tarancón ni ningún obispo criticó el blasfemo hecho. Solo algún cura o periodista sin ningún apoyo y a título particular; como este escrito de un sacerdote, indignado contra el monstruoso hecho (aunque silenciaba la culpabilidad por omisión de los obispos, auténticos responsables, en definitiva, del desaguisado).



    "MAS SOBRE EL CRUCIFIJO DE LAS CORTES"


    "Tenemos que volver sobre el triste asunto. El asunto más grave, que se ha producido en España desde 1939. Grave en sí mismo, grave en sus circunstancias y grave en sus protagonistas.

    El excmo. Sr. Hernández Gil, presidente de las Cortes, que, según se escribe, "tiene profundos sentimientos religiosos'; ha hecho retirar de su despacho oficial el Crucifijo para no molestar o herir los sentimientos de determinados parlamentarios. El hecho tiene una objetividad y una trascendencia gravísimas, que nos hiere y nos desgarra como católicos y españoles. Pero no son nuestros sentimientos y nuestro amor al Crucificado y a España los que ahora cuentan. Pueden enhorabuena o enhoramala los nuevos politices apaleárnoslos y crucificárnoslos. Nos encontrarán siempre en trance de oblación por la Iglesia Católica y por la España católica.

    La que en esta hora de las tinieblas cuenta es el hecho en si mismo. Y el hecho, por mucho que nos esforcemos en echarlo a buena parte, constituye objetivamente y a la luz más elemental de la moral católica, una negación de Cristo y de su Cruz Redentora. Y esto no lo puede hacer un católico.

    Más allá de los sentimientos subjetivos y del juicio de Dios, las penas eclesiásticas son muy graves. Porque es absolutamente inconciliable "tener profundos sentimientos católicos" y mandar retirar el Crucifijo porque su presencia puede molestar. ¿Cómo es posible sentir en católico y esconder a Cristo crucificado para que no moleste...? ¿Qué clase de turbado catolicismo es ése que no duda en negar prácticamente a Cristo...? ¿A tanto ha llegado la confusión teológica y el oscurecimiento de la primera y más elemental exigencia de la Fe? ¿Qué diriamos del hijo que escondiese vergonzantemente a su madre porque su presencia podía ser poco grata a unos visitantes?

    ¿UN ESTADO CATÓLICO...?

    Aparte el desprecio y menosprecio objetivo de la historia y de los sentimientos del pueblo español, el hecho está rodeado socialmente de unas circunstancias agravantes, cuyas consecuencias no están lejos de llegar a ser catastróficas para la Patria. Creemos que sigue existiendo en España una ley de rango constitucional, que establece la confesionalidad católica del Estado Español. ¿No atenta directamente contra esa Ley constitucional de que las leyes se inspirarán en la doctrina católica...? ¿Qué confianza y qué esperanza pueden ofrecer al pueblo español unas Cortes, cuyo Presidente es capaz de hacer retirar el Crucifijo de su despacho contra el sentir común del pueblo y contra las mismas leyes constitucionales existentes...?

    Elevamos nuestra mas dolorosa protesta, en nombre de la Fe Católica y en nombre de España, y nos preguntamos, ante el silencio observado, si ya no hay en España parlamentarios católicos, que levanten valientemente su voz para defender la presencia del Crucifijo y para protestar contra el atropello de los sentimientos católicos del pueblo español y de las 'mismas leyes constitucionales.

    Y tenemos que añadir nuestro estupor al contemplar el espectáculo paradójico e increíble de que siga siendo Presidente de las Cortes Españolas un hombre, que ha echado el Crucifijo de su despacho porque podía molestar. ¿Es que a nuestro Gobierno y a nuestra Monarquía no les importa tamaño desafuero religioso? ¿Es que acaso nuestro Gobierno y nuestra Monarquía están dejando de ser católicos? A ellos les alcanza una gravísima responsabilidad, delante de Dios y delante de España, aunque sólo sea por un escándalo nacional sin precedentes desde hace 40 años. Porque quien consiente, midiendo y debiendo evitarlo, que se niegue públicamente a Cristo, se solidariza, quiéralo o no, con el pecado objetivo de la negación y está obligado en conciencia a reparar, el pecado frente a Dios y el escándalo frente al pueblo.

    UNA LÓGICA CONSECUENCIA

    Por fin una consideración a nivel personal, que no debo en conciencia silenciar, por mucho dolor que me produzca. El Excmo. Sr. Presidente de las Cortes hace retirar el Crucifijo de su despacho porque su presencia puede molestar a algunos parlamentarios. ¿No se ha parado a pensar el Sr. Hernández Gil que su presencia en las Cortes como Presidente puede molestar a algunos parlamentarios y que puede herir a no pocos españoles? Desde luego a mí, sacerdote y español, —lo digo sangrándome el corazón— me está hiriendo en mi más íntima fibra española y sacerdotal. Y como a mi, a muchos otros, que lo han manifestado de muy diversas maneras. A mí y a muchos otros españoles nos molesta, tras su incalificable gesto religioso, la presencia del Sr. Hernández Gil en las Cortes españolas.

    Por eso le pedimos de corazón que sea lógico y consecuente consigo mismo. Si él hace retirar al Crucifijo porque puede molestar, retírese él porque nos ha molestado y nos molesta su presencia, mientras no repare su gesto, que nos ofende como españoles y como católicos. Y si él no se retira voluntariamente, retírelo quien tiene autoridad para hacerlo. Que no se puede comparar lo que es y representa para España y para los españoles el Crucifijo y lo que puede representar y ser el honorable Sr. Hernández Gil, a quien no conocemos, a quien expresamos nuestro inmenso dolor y de quien esperamos, con confiada caridad cristiana, que tenga la suficiente nobleza, humildad y valentía para reponer el Crucifijo en la Presidencia de las Cortes con aquel honor y con aquel amor que el Crucifijo y España se merecen".

    Luis MADRID CORCUERA

    ("El Alcázar", 19-VIII-1977)

    https://digital.march.es/fedora/obje...ms/OBJ/content

    ,
    Última edición por ALACRAN; 07/08/2023 a las 18:52
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  3. #3
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    Re: La retirada del Crucifijo por un “católico” presidente de las Cortes democráticas

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    Continuaba la polémica del Crucifijo…

    Revista FUERZA NUEVA, nº 557, 10-Sep-1977

    Crucifijo

    Gran parte de la prensa se ha hecho eco (un eco dolorido en tantos casos) del gesto del señor presidente de las Cortes, que ha quitado el Crucifijo de su despacho para “no molestar a los no creyentes”, sin hacer caso de los que han pedido públicamente que se quitara él, a su vez, de en medio, para no molestar a tantos que se han sentido molestos de la presencia al frente de las Cortes en España de tal émulo de Pilatos.

    Todos nos acordamos de cuando la República mandó quitar los crucifijos de las escuelas, mandándolos sustituir por una empalagosa imagen que representaba una matrona con aire de corruptora de menores: unos, porque han leído la historia; otros porque estábamos aquel día en las aulas y lo recordamos con dolor.

    Y la historia se repite siempre. No ha sido sólo el señor Hernández Gil; en lo que fue Delegación Nacional de la Juventud, de un modo paulatino han ido retirando las banderas, los símbolos, cuanto recordara el glorioso origen de la casa, han llegado al fin unos esbirros y se han llevado de todos los despachos donde aún estuvieran, los retratos de Franco y de José Antonio. Han llegado unos sicarios y se han llevado el Crucifijo. En los rellanos de la escalera de cada planta, se fueron amontonando los símbolos arrancados, para pasar al almacén de los trastos viejos, para acabar, quizás, por los suelos del Rastro, a ver quién da más, bajo una orgía de banderas republicanas.

    Se ignora quiénes van a sustituir a los símbolos caídos; no se sabe si a Cristo le sustituirá Confucio, Osiris, Amón Ra o Mahoma. No se sabe si aún habrá, por Dios sabe qué viejo sótanos, una matrona de aquellas con su gorro frigio, ni si nadie se escandalizará porque lleve algún pecho al aire.

    No se sabe, en fin, si, en el ámbito político colgarán a Marx (Groucho no, el otro, el de las “barbas ladilleras” que diría el duque de Tovar), a su querido amigo -y no hablamos en metáfora- Engels, o el capitán Pérez Farrás, mamporrero mayor del “honorable”. Tal hecho no sería otra cosa que su merecido.

    José Sánchez Robles

    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
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