Revista FUERZA NUEVA, nº 592, 13-May-1978
El trasero constitucional de las “nacionalidades”
Lo que lógicamente es inviable, desde el centrismo se convierte como fruta madura de la más feroz actualidad. España, que secularmente ha mantenido su unidad nacional con los reconocimientos regionales que el liberalismo conculcó, ahora (1978), por arte de birlibirloque de pactos desconocidos, maniobrados en la sombra, nos enteramos de que “la Constitución se fundamenta en la unidad de España como patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que integran la indisoluble unidad de la nación española”, como reza el artículo 2 del título preliminar del proyecto de Ley Constitucional.
Inmediatamente, uno debe preguntarse: ¿cómo la “nación española” integra “la autonomía de las nacionalidades”? Cómo se sostiene la “unidad de la nación española” con las “nacionalidades”? Se ha conseguido lo nunca visto: la cuadratura del círculo, que los peces vuelen y que los pájaros vivan en el fondo del océano, que los vegetales tengan sentidos y que los animales produzcan melocotones. Lo que no alcanza el talento democrático del liberalismo centrista (UCD) no lo consigue nadie.
Pero aparte de lo paradójico, alocado e imposible de admitir que supone definir a España como “nación española” compuesta de “nacionalidades y regiones” -sin que nos digan con qué rasero distinguen las unas y las otras-, queremos avanzar que lo que entraña este malhadado proyecto del artículo 2, que comentamos, resulta, con la subversión social, con el amoralismo creciente, con el terrorismo amenazador, con el desorden económico, como la plataforma más directa para convertir a España en un satélite de la URSS. O sea, es la dialéctica marxista al servicio del comunismo en su expresión más afilada. Y no soñamos. Lo demostraremos.
Nacionalidades y marxismo
La civilización católica ha formado a Europa. Eminentemente a España. Tiene razón Julián Marías cuando nos dice que España es la primera nación de Europa. Y la unidad de España, cuajada en la cristiandad, sabía mantener perfectamente la simbiosis entre la concordia de todas las tierras y hombres con el respeto a sus características, fueros y costumbres. El Rey de España era el rey de Castilla, de León, de Aragón… conde de Barcelona, señor de Vizcaya, y así de otros reinos y pueblos. El centralismo es fruto del liberalismo dinástico. Y éste es el culpable del nacimiento de los separatismos más o menos encubiertos.
Perdida la noción de España, sólo clara a la luz de la fe católica y de la monarquía tradicional, católica, social y representativa, hemos de bascular entre los mundialismos apátridas, las oligarquías multinacionales, los nacionalismos románticos, para terminar en los inevitables nacionalismos marxistas, herederos naturales de la apostasía del perjurio. Una teoría tan estrafalaria y antiespañola, como el principio de las nacionalidades, tiene que desgarrar forzosamente a España.
Pierre Vergnaud acierta cuando nos dice: “Casi es un lugar común, que hay que colocar a la Reforma protestante en los orígenes del principio de la nacionalidades; en efecto, ella fue quien, antes de las doctrinas de la soberanía del pueblo, arruinó el equilibrio de los valores tradicionales al sustituir la autoridad de la Iglesia por la conciencia individual”. Y esto que no tiene base -la “conciencia individual” es una entelequia ante la dogmática marxista –queda arrollado por la fuerza de una ideología que es una respuesta completa a los errores de liberalismo, del sufragio universal, del constitucionalismo masónico. Y la prueba es que el odio que inflama a todos los nacionalismos jacobinos y románticos producidos por el centralismo liberal y la descristianización de la política, están al servicio del marxismo.
Y esto, ¿por qué? Por una razón muy sencilla. Los liberales, los demócratas, los centristas -a lo Suárez- se creen muy hábiles claudicando a reformas que les permiten ir tirando, con la ilusión de que son ultralistos para no marearse. Los marxistas aprovechan estas claudicaciones con mucha más vista que los torpísimos liberales, porque saben que alimentan con estas “reformas” la fuerza motriz de otras metas que les conducen a su fin. Stalin lo explica claramente: “Para el reformista, la reforma lo es todo… Para el revolucionario, por el contrario, lo principal es el trabajo revolucionario y no la reforma; ésta, para él, solo es el producto accesorio de la revolución (…)
El resultado de los nacionalismos no lo recogerán, en Cataluña, ni los Tarradellas, ni los Jorge Pujol, ni Trias Fargas, ni Carlos Sentís, ni otros tontos útiles semejantes. Como en el País Vasco, no es ni al Partido Nacionalista Vasco, ni Irujo, ni los beatos de cualquier cofradía que no sea exactamente el marxismo. (…)
De ahí que los marxistas aprovechan el entontecimiento burgués nacionalista, para después arrumbar en nombre de la explotación capitalista a los que fueron sus peones y compañeros de viaje. Y esto se fabrica con esta palabra explosiva: nacionalidades. Marx decía: “Nuestra tarea consiste en utilizar todas las manifestaciones de descontento, en recoger y aprovechar todas las partículas de protesta, hasta si están en embrión”. Y a esto se presta Adolfo Suárez, que ha pactado y se ha comprometido a dar rienda suelta al término “nacionalidades” en la nueva Constitución.
La “nacionalidades” suponen la autodeterminación
Los marxistas y los separatistas no son hipócritas. Dicen claramente que ellos entienden que el término “nacionalidades” supone el derecho a la autodeterminación. Lo repiten constantemente, y sólo no se enteran los que son cómplices de la catástrofe que se nos avecina. (…)
Recuérdese cuando, el 1 de octubre de 1936, se concedió el Estatuto vasco, el grito más coreado en la Diputación permanente de las Cortes republicanas fue: ¡Viva Rusia!
Y ahora vamos por peor camino. Desde el principio, el gobierno Suárez prepara que las “nacionalidades” lleguen hasta su final. Repásese el decreto-ley de 29 de septiembre de 1977, en que se dispone así: “La Generalidad de Cataluña tiene personalidad jurídica plena… Los órganos de Gobierno y Administración de la Generalidad… Los órganos de Gobierno de la Generalidad establecidos por este real decreto-ley…”.
Y las facultades concedidas dan pie a lo que verdaderamente estudiaba el profesor Zafra Valverde: “No hay que hacerse a este respecto demasiadas ilusiones con los resortes de seguridad que se prevén en el decreto-ley. En él se dice, efectivamente, que el Gobierno podrá suspender los acuerdos de los órganos catalanes por contrarios a la legislación vigente…”. Ya que antes escribe: “La dinámica psicológica de la euforia de reconquista, sumada a las ambiciones políticas oligárquicas de diversa índole en Cataluña y al espíritu timorato de repliegue que caracteriza al gobierno Suárez, puede conducir así a situaciones de tensión y aun de grave peligro para la integridad política de España, que indudablemente no han deseado los otorgantes del Estatuto autonómico provisional”.
En la pasada festividad de San Francisco de Sales, día de los periodistas, el “alter ego” de Tarradellas, Federico Rahola, se enfrentaba así comparando la historia: “En aquel momento, Maciá y Companys realizan la ruptura y después pactaron con el Gobierno central; ahora hemos pactado inicialmente, pero es posible que lleguemos a la ruptura”. Y Federico Rahola ya tiene práctica y maestro. No se olvide que José Tarradellas ha sido el primer político burgués de izquierda de Europa que ha gobernado -es un decir- con anarquistas y comunistas de Stalin. (…)
En España se nos aplica fríamente el marxismo más rabioso en su proceso disolvente (…) Los marxistas colaborarán con el centrismo en esta etapa que consiguen gratuitamente cotas y avances que les permitirán en la hora oportuna rematar sus objetivos. Y entonces las declaraciones patrióticas ya no servirán para nada. Si se tolera que las “nacionalidades” desgarren a España, ya todo está concedido. Tarradellas ha dicho que hay cosas que son claras. Una de ellas es que “Cataluña es una nación”. Y este hombre tiene la confianza. De tales polvos tales lodos. Quien siembra vientos recoge tempestades. Los que ponen en circulación el abortivo conflicto de las nacionalidades, preparan el fin de España.
Con la democracia centrista se está incubando la República que fácilmente se convertirá en la dictadura del proletariado. ¿Nos tildan de alarmistas? También Ortega y Gasset, Marañón, Unamuno, Pérez de Ayala, Francisco Cambó, José María Gil Robles y otros burgueses de izquierda y centristas, demócratas cristianos y catalanistas de derecha, calificaban así a los que desde 1931 adivinaban lo que estaba a las puertas. Y se equivocaron. Pero ahora es más imperdonable. Quien permite que se pulverice a España en nacionalidades es el causante de la quema de las banderas nacionales, de los insultos a la Patria y de un futuro próximo de tribus comunistas, que serán dominadas prontamente bajo la mano de hierro de un dictador sin entrañas. Esto si Dios no lo remedia y los que no somos perjuros estamos en nuestro lugar.
Jaime TARRAGÓ
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