Revista FUERZA NUEVA, nº 561, 8-Oct-1977
Autonomismos y separatismos demenciales
Por Rafael Gambra
La serie interminable de reivindicaciones autonomistas y nacionalistas que estamos hoy viviendo en nuestra Patria pasará a la historia:
-Bien como la disolución última y anárquica de España;
-Bien como un período de enajenación colectiva, debido en gran parte a la completa falta de criterio y de autoridad en todos los niveles.
Otra alternativa no cabe.
Días atrás leía una reivindicación autonómica de “Cantabria”, es decir, de la Montaña santanderina. Jamás se supo que tal comarca de Castilla formase una entidad política, autónoma, como tampoco “Vasconia” en cuanto tal, que sólo ha constituido provincias forales de Castilla, ajenas en su origen y en sus límites a la realidad lingüística Vascongada. Hasta la comarca de Jaca (Huesca) pone hoy en sus carreteras unos curiosos letreros: “Está usted en la Jacetania”. Cántabros, vascones y jacetanos son nombres de la España prerromana, más de la prehistoria o de la arqueología que de la historia. ¿Por qué no reivindicar también la autonomía de ilergetes, turdetanos, etc.?
Se nos habla también hoy de una Andalucía autónoma, cuando nadie le conoció otra personalidad política -o más bien administrativa- que la Bética, como provincia del Imperio Romano. Y de una autonomía de los “guanches”. ¿Por qué no del reino de Tartessos o de las colonias fenicias?
Y del “reino de Murcia” que fue reino moro, conquistado por Castilla. Y no digamos de meras comarcas naturales o agrarias como Rioja o la Mancha, o de zonas de reconquista como Extremadura, que jamás tuvieron entidad política… Si nos metiéramos en una liquidación definitiva a reconocer y deslindar todas estas autonomías, serían más las zonas superpuestas que las exentas, y los reinos de taifas y sus luchas parecerían una broma al lado de lo que vendría.
Para dar un cauce a las reivindicaciones regionales o autonómicas -y aún más para crear un Ministerio de Relaciones con las Regiones (¡)- es preciso establecer antes un planteamiento regional que nos diga qué son y cuáles son esas regiones y qué niveles de autonomía caben. Y esto solo puede hallarse en la historia y en el derecho, no en las “ideaciones” particulares de los Sabinos Arana o en los caprichos y medros de las “medias tintas” provinciales o de partido político.
El planteamiento regional, en lo que puede tener de legítimo y viable, es en España muy concreto, y se llamó foral. Se sitúa en la historia, no en la prehistoria, ni en la historia-ficción. Se trataría, concretamente, de los reinos que a lo largo de la Reconquista cristiana y en los albores de la Edad Moderna formaron -sin renunciar a su personalidad y patrimonio histórico- esto que llamamos España. La entidad jurídica de cada reino, principado, condado o señorío se conservó mientras duró el Antiguo Régimen, es decir, hacia 1833, bien entrado el siglo XIX. Nuestros reyes no se titularon de España sino de Castilla y Aragón, de Navarra, señores de Vizcaya, etcétera. Sólo por brevedad se titulaban a veces “de las Españas”. Y nuestro escudo nacional -como puede verse en cualquier moneda- se forma de los cuatro reinos peninsulares (Castilla, León, Aragón y Navarra) a los que se añadió hasta su separación el quinto reino español de la Reconquista, Portugal.
La unión bajo una misma corona de Castilla y León data de la Edad Media; la de la corona de Aragón, Navarra y Portugal se realizó en los siglos XV-XVI. Dentro de estos reinos subsistieron también más remotas incorporaciones, con sus foralidades jurídicas y políticas: en León, el reino de Galicia y el principado de Asturias; en Castilla, las provincias forales llamadas Vascongadas; en la corona de Aragón, el principado de Cataluña, el reino de Valencia y el de Mallorca etcétera. Y en todos ellos los fueros municipales y comarcales de diverso origen y alcance.
Sobre este planteamiento cabe -siempre dentro de una prudencia política- una reivindicación y una reconstrucción foral o patrimonial-histórica. Todo lo demás es literatura anárquica, capricho personal, ganas de “armarla” y de llamar a los podencos, que están ahí, infiltrados en la disputa interminable, y que se llama exactamente marxismo-leninismo. Ellos no saben, por principio, ni de fueros, ni de historia, ni de derecho, ni de regiones ni de naciones.
***
La misma necesidad de un previo y fundamental planteamiento requiere la vida de una comunidad política en orden a las demás reivindicaciones de libertades de carácter no territorial sino moral o de costumbres.
Este planteamiento estaba representado en España (y en toda la cristiandad) por la unidad religiosa y por la confesionalidad católica del Estado.
Muchos que han dado por buena la “libertad religiosa” (pérdida de la unidad católica) y aun la aconfesionalidad o neutralidad religiosa del Estado se echan las manos a la cabeza cuando oyen proponer la legalización del divorcio, del aborto, de la eutanasia, de la homosexualidad, del nudismo, de la pornografía, de las drogas, de las prácticas ocultistas, de los cultos satánicos, etcétera.
¿En qué razón apoyan su negativa y su escándalo? Si no existe otra norma que la voluntad general, y es deseo de grupos o partidos tan aceptables como los demás…
Si Dios no existe o no reconocido -se ha dicho con razón- todo es entonces posible. Y es de Sartre esta frase: “La Revolución del siglo XIX suprimió de Dios muy poca cosa: sólo su existencia; pero dejó intactas, como colgadas de sí mismas, las normas morales, el llamado derecho o la moral “naturales”. Es preciso afirmar que, eliminado Dios, todo lo demás cae por su base, y, en un universo sin normas ni signos, debemos hacernos incinerar tras una vida de alegría”.
“El Pensamiento Navarro”
(9-IX-77) |
Marcadores