Articulo extraido de la Revista Jacetania.

Cuando en el invierno de 1999 entraba por primera vez en la Biblioteca Universitaria de Burdeos, no sabía que durante seis años mi vida giraría en torno a la ciudad del Garona. Tras leer un artículo en la revista Rolde formado por Artur Quintana, en el que se daba cuenta del legado, me dispuse a preparar un proyecto que fue aprobado por el Instituto de Estudios Alto aragoneses y que me permitiría viajar a la ciudad occitana. Al final, mi laboriosa y larga investigación tomaría cuerpo de libro bajo el nombre de “Misión lingüística en el Alto Aragón de Jean –J Saroïhandy”.

Una pregunta rondaba inicialmente mi cabeza: ¿quién era ese francés que vino por estas tierras? Jean Joseph Saroïhandy vino al mundo en los Vosgos franceses en 1867 y murió en 1932 en París, antes de haber conseguido, fuera del círculo académico filológico, la notoriedad a la que le daba derecho su saber lingüístico. Sus primeras publicaciones son artículos de 1898 y 1901, con relación a sus dos primeros viajes de “descubrimiento” del aragonés. Conocía y hablaba todas las lenguas propias pirenaicas, no sólo el aragonés, sino también el catalán, el occitano, el vasco, sobre las que publicó diferentes trabajos. J.J. Saroïhandy ocupó desde 1920 hasta 1925 la cátedra consagrada a las Lenguas de la Europa Meridional en el Collège de France y allí organizó su docencia en torno el aragonés y el vasco, siendo el primer profesor que impartió enseñanzas sobre la lengua aragonesa en una institución francesa de enseñanza superior. El “libro de texto” que empleó para estas clases sobre el aragonés fue Qui bien fa nunca lo pierde de Domingo Miral, quien en el prólogo de su libro ya aludía al ilustre investigador con estas palabras: “Un ilustrado catedrático francés hizo recientemente un viaje a través de las montañas pirenaicas desde Ansó hasta Cataluña (…) el docto filólogo francés consignaba algunas observaciones de carácter general sobre la formación de los dialectos pirenaicos y copiaba algunas frases familiares de las más importantes de ellos”.

No en vano, las ideas del romanticismo en el siglo XIX atrajeron a estas montañas del Pirineo aragonés a una serie de personas, todas de sexo varón, también hay que decirlo, a recorrer los lugares más insólitos y rebuscados. Buscaban básicamente la esencia de los pueblos, las costumbres típicas de los habitantes, el último estertor de la vida tradicional. Así, desde los distintos campos del saber, se aventuraban biólogos, etnólogos, geólogos, geógrafos o lingüistas a recoger datos y saberes que al parecer, salvo en nuestro país, en el resto de Europa, eran auténticas joyas dignas de ser conservadas. Igual que iban a la selva amazónica o al desierto vinieron por estas montañas a “ver cómo se hablaba”.

J.J. Saroïhandy recorrió a lomos de una burreta y cargado de cuadernos en los que tomar notas, todas las comarcas alto aragonesas. Al morir, su impresionante archivo personal se deposita en la Universidad de Burdeos. Los materiales recogidos proceden de 135 lugares del territorio altoaragonés y, entre ellos, se halla un centenar de textos populares, bien de carácter lingüístico, bien etnográfico, de 20 lugares alto aragoneses.

Jean Joseph Saroïhandy llegaba a la Jacetania en agosto de 1899, recorriendo Ansó, Fago, Echo, Sirena, Aragüés, Borau y Jaca. Y volvió en agosto de 1913 a realizar entrevistas en Jaca, Atarés, Santa Cruz y Embún. En 1901 publicó su informe sobre estos valles en una revista científica parisina en el que, como anécdota, hace referencia a la belleza de las mujeres ansotanas que tenían fama en la comarca (“buenos carautés, guapas las mulles de Ansó”), le comentan).

En Ansó, se alojó en Casa Chudas y recogió un total de 1.176 frases y palabras, junto con algunos cuentos que hemos publicado, con la filóloga y experta en ansotano Mª Pilar Benítez y con la ayuda de la Asociación “A Gorgocha”, bajo el título Bi’staba una vegada.