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Tema: Historias militares y gloriosas Hispanas

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  1. #1
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    Re: Historias militares y gloriosas Hispanas

    Los guerreros Iberos
    Por: José I. Lago

    Los autores antiguos describen a los guerreros iberos vestidos con túnicas cortas blancas con ribetes de púrpura y sus falcatas íberas en la mano. Probablemente las túnicas no fueran "blancas", sino del color natural de la lana, al igual que ocurre con las togas romanas, y probablemente la púrpura de los ribetes no fuera tal, sino una franja de color escarlata
    En realidad, es evidente que todos los guerreros españoles no vestían de igual manera, ni mucho menos, pero esta indumentaria sí que era la más corriente y por la que los romanos identificaron a los españoles del ejército de Aníbal. Una estética que es la más repetida en el arte ibero.
    El famoso relieve de Osuna, Sevilla, muestra la imagen más conocida del guerrero ibero con su espada falcata.
    Guerrero con falcata íbera y escudo.

    Figura realizada por José Ignacio Lago que representa al típico infante íbero de la época de las guerras púnicas, tal y como es descrito por los historiadores romanos y aparece en el relieve de Osuna.

    Magnífica ilustración de Jeff Burn que muestra a un infante íbero del ejército de Aníbal.

    Los guerreros españoles usaban una gran variedad de corazas para protegerse en combate. La más sencilla era el pectoral que en aquella época también utilizaban los legionarios romanos y que constaba de una placa de metal que protegía el pecho.
    En la imagen de Angus McBride se reconstruye una ceremonia en la que un guerrero ibero, solicita la bendición para su espada falcata ante un altar. El guerrero lleva el típico pectoral, éste de tipo redondo y muy decorado, con una cabeza de lince, un felino originario de España de una gran belleza. El guerrero ibero también porta un casco de cuero, grebas de bronce y un ancho cinturón también de bronce del que pende la vaina de la espada falcata íbera.

    El famoso "Vaso de los Guerreros" hallado en San Miguel de Liria muestra guerreros iberos armados con cotas de escamas, lanzas y escudos de tipo céltico. También era muy usada la cota de malla celta, sobre todo por las tribus celtíberas.

    Magnífica reconstrucción del aspecto real de los guerreros iberos del vaso anterior por Angus McBride. En este dibujo puede apreciarse las espadas falcatas íberas que utilizaban estos guerreros.

    El arma más conocida de los iberos es la famosa espada falcata.
    Espada falcata hallada en Almenedilla, Córdoba. Una de las espadas íberas mejor conservadas ejemplos de esta bella espada española.

    La espada falcata es un arma de origen español, en realidad es un tipo estilizado del gladius hispaniensis o gladius romano, que tras la llegada de Roma a España pasó a formar parte del equipo militar romano. La hoja de la espada falcata mide aproximadamente unos 45 cm. de longitud, es decir, la longitud del brazo. En realidad no había dos espadas falcatas iguales, ya que estas valiosas espadas romanas se fabricaban de encargo, por lo que cada una tenía unas medidas según el brazo de su dueño.
    En todo el Mediterráneo se admiraba la calidad de estas espadas íberas, fabricadas con un mineral de hierro de altísima pureza. Su flexibilidad era tal que los maestros armeros la colocaban sobre sus cabezas doblándolas hasta que la punta y la empuñadura tocaban sus hombros. Si la espada romana volvía a su posición recta al soltarla de golpe era una obra de arte, si no se fundía para volver a fabricarla. Los griegos que llegaron a España llevaron la espada falcata consigo y tuvo gran aceptación, convirtiéndose en la segunda arma más utilizada tras la espada de hoplita
    Gladius hispaniensis y pugio pertenecientes a la colección personal de José I. Lago.

    Los romanos adaptaron su propia empuñadura al gladius, pero el pugio continuó con la típica empuñadura española.
    Los guerreros íberos utilizaban dos tipos de escudos: el céltico, ovalado, y la caetra, que era redondo y más pequeño.
    Magnífica ilustración de Peter Connolly que muestra a un jinete y un infante iberos. El infante porta una lanza de acometida y el temible soliferrum, una lanza arrojadiza del tamaño de un hombre y completamente de hierro. Aquí, ambos guerreros íberos llevan cascos de cuero. El del infante, en forma de capucha, tiene una cresta de crin de caballo teñida de color rojo.

    Mención aparte merecen los famosos honderos de las islas baleares que formaron uno de los cuerpos de élite más conocidos de la Antigüedad llegando a formar parte de las tropas auxiliares de Julio César.
    Los temibles honderos en una magnífica ilustración de Angus McBride.

    En las tumbas, las armas iberas se encuentran cuidadosamente dobladas, inutilizadas, ya que, como hemos visto en la falcata, eran armas personales, fabricadas para cada guerrero en concreto y no debían ser utilizadas por ningún otro. Por eso se enterraban inutilizadas con su dueño. El vínculo que unía al guerrero español con sus armas era más importante que su propia vida, por ello preferían morir antes que rendirse y entregar sus armas.
    Como guerreros, los españoles eran la crema de las tropas auxiliares. Púnicos y romanos los utilizaron ampliamente, sobre todo a la infantería pesada y a los honderos baleares, cuya mortífera destreza en el manejo de la honda era apreciadísima en la Antigüedad. De hecho, en Cannas, Aníbal tuvo que alternar compañías españolas y galas porque no se fiaba de éstos últimos y sabía que los españoles cumplían siempre con las órdenes hasta el final.
    Cada nación tenía sus propias armas y su modo de utilizarlas. En España, al utilizarse la espada corta, la formación era en línea, netamente ofensiva, ya que la espadal gladius es una poderosa arma que de poco sirve a la defensiva. De ahí la tremenda mortandad causada por los españoles en Cannas y posteriormente a las legiones romanas.
    En conjunto, la táctica ibera fue literalmente copiada por los romanos tras la I Guerra Púnica. El infante español portaba el temible soliferrum, especialmente diseñado para perforar cualquier tipo de escudo, aún cuando éste fuera metálico. Tras lanzarlo contra el enemigo desenvainaba su temible espada corta y, protegido por su escudo celta atacaba usando la espada para "pinchar", con el brazo moviéndose perpendicular al cuerpo. Esta forma de combatir, con el cuerpo bien protegido, era letal contra un enemigo que usaba su espada para "golpear", ya que debía descubrir parte de su cuerpo al alzarla, momento que aprovechaba el ibero para atravesarlo con su espada gladius.
    Los romanos quedaron tan impresionados por esta forma de luchar en Cannas que cuando llegaron a España adoptaron la espada gladius, ahora llamado hispaniesis, como arma estándar. Puesto que el escudo romano, el típico escudo samnita, era mejor que el celta y proporcionaba mayor protección, las legiones romanas se convirtieron en auténticas máquinas de picar carne, aunque frente a las tropas españolas, con generaciones enteras de entrenamiento a sus espaldas, sufrieron grandes desastres uno tras otro. ¿Por qué? porque la legión manipular no era la unidad más apropiada para este tipo de táctica, táctica que encontraría su pleno rendimiento en las nuevas legiones de Mario en las que las cohortes actuaban como un bloque, arrasando las líneas enemigas. Exactamente igual a como actuarían las compañías españolas que utilizó Aníbal en Cannas. Puesto que los galos combatían en "falange", es decir, en líneas compactas, es fácil deducir que el Barca supeditó la táctica gala a la española y que esas compañías eran las normalmente utilizadas por los españoles.

    Fuente: http://www.aceros-de-hispania.com/espada-ibera.htm

    Ahora os dejo figuras halladas de los guerreros íberos:

    4859 AD MADRID MUSEO ARQUEOLOGICO NACIONAL-COLECCION FIGURA DE GUERRERO IBERO PROCEDENTE DEL SANTUARIO DE LA LUZ (MURCIA)

    16092 MADRID MUSEO ARQUEOLOGICO NACIONAL-COLECCION GUERRERO A CABALLO DE NUESTRA SEÑORA DE LA LUZ - SAN ANTONIO EL POBRE MURCIA - EXVOTO EN BRONCE

    77696 AD MADRID MUSEO ARQUEOLOGICO NACIONAL-COLECCION FIGURAS VOTIVAS DE BRONCE DEL COLLADO DE LOS JARDINES-JAEN-ESCULTURA IBERICA

    77720 AD MADRID MUSEO ARQUEOLOGICO NACIONAL-COLECCION RELIEVE CON LA REPRESENTACION DE UN GUERRERO TOCANDO EL CORNY O TROMPETA GUERRERA-ESCULTURA IBERICA

    109212 AD VALENCIA MUSEO DE PREHISTORIA GUERRERO DE MOGENTE (VALENCIA) O CABALLO DE LA BASTIDA - EXVOTO EN BRONCE - SIGLO V-IV AC - ARTE IBERICO

    43365 AD MADRID MUSEO ARQUEOLOGICO NACIONAL-COLECCION ESTELA IBERICA CON CABEZA DE GUERRERO

    Estas últimas fotos sacadas de aquí:http://www.oronoz.com/muestrafotostitulos.php?pedido=GUERRERO%20IBERICO&tabla=Claves







    Última edición por Sureño; 16/01/2009 a las 01:26

  2. #2
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    Re: Historias militares y gloriosas Hispanas

    Magníficos aportes estos últimos.

    "El vivir que es perdurable
    no se gana con estados
    mundanales,
    ni con vida deleitable
    en que moran los pecados
    infernales;
    mas los buenos religiosos
    gánanlo con oraciones
    y con lloros;
    los caballeros famosos,
    con trabajos y aflicciones
    contra moros".

    http://fidesibera.blogspot.com/

  3. #3
    Avatar de mazadelizana
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    Re: Historias militares y gloriosas Hispanas

    No puede editar ese mensaje.

    "El vivir que es perdurable
    no se gana con estados
    mundanales,
    ni con vida deleitable
    en que moran los pecados
    infernales;
    mas los buenos religiosos
    gánanlo con oraciones
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    contra moros".

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  4. #4
    Avatar de Hyeronimus
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    Re: Historias militares y gloriosas Hispanas

    Hay un límite de tiempo. Pasadas algunas horas ya no se puede cambiar.

  5. #5
    Avatar de Sureño
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    Re: Historias militares y gloriosas Hispanas

    La Batalla de Lepanto (7 de octubre de 1571)

    La gran victoria naval en el Mediterráneo.

    (Por José Ramón Cumplido Muñóz)

    «Vuestra Majestad debe mandar se den por todas partes infinitas gracias a nuestro Señor por la victoria tan grande y señalada que ha sido servido conceder en su armada, y porque V.M. la entienda toda como ha pasado, demás de la relación que con esta va, embio también a D.Lope de Figueroa para que como persona que sirvió y se halló en esta galera, de manera que es justo V.M. le mande hacer merced, signifique las particularidades que V.M. holgare entender; a él me remito por no cansar con una misma lectura tantas veces a V.M.»
    Encabezamiento de la primera carta de D.Juan de Austria
    a Felipe II después de la batalla de Lepanto.


    El Mediterráneo en el siglo XVI

    Desde que los otomanos unificaran el Islam desde la península de Turquía, sus conquistas en Europa se sucedieron una tras otra ocupando Macedonia, Bulgaria, Serbia y Bosnia. En 1453 cayó Constantinopla, el último recuerdo del Imperio Romano de Oriente, seguida de Valaquia, Besarabia, Bosnia y Hungría hasta que en 1529 los jenízaros fueron detenidos ante Viena. En el Mediterráneo la situación era análoga, las galeras turcas imponían su ley y las incursiones berberiscas desde Túnez, Argelia y Marruecos no respetaban ninguna costa.
    En los tiempos del Sultán Solimán la política de la Sublime Puerta en el Mediterráneo Occidental tuvo como objetivo Italia, por lo que tarde o temprano habría de chocar con los intereses españoles. En 1565 Solimán atacó Malta, un enclave que aseguraba el paso por los estrechos del Mediterráneo Central y una plataforma excelente para empresas sobre Italia. La expedición organizada por el virrey español de Sicilia consiguió levantar el asedio turco convirtiéndose en la primera victoria de los ejércitos cristianos en muchos años, demostrando que la flota turca no era invencible si se le oponía una fuerza organizada.
    En 1566 llegó al trono de la Sublime Puerta el Sultán Selim, quien alentaba la idea de una guerra santa con argumentos religiosos panislamistas muy semejantes a los argumentos contrarreformistas de Felipe II.
    Selim ayudó a Dragut, bey de Argel en sus expediciones contra Túnez y La Goleta y al mismo tiempo preparó una ofensiva contra los puntos estratégicos del comercio europeo en Oriente. El principal de estos enclaves era Chipre, clave de los intereses económicos de Venecia.
    Durante la Edad Media Venecia se convirtió en una ciudad-estado dirigida por una corporación de comerciantes y banqueros que alcanzaron la prosperidad vendiendo en Europa los productos que traían desde India y China. Los venecianos disponían de una larga cadena de bases comerciales y puertos en Dalmacia, el Mar Egeo y el Mediterráneo Oriental. Para proteger estas posesiones los venecianos más que a la guerra recurrieron a su diplomacia, que no dudaba en repartir regalos y sobornos con generosidad.
    A comienzos del siglo XVI el monopolio de Venecia fue roto por los portugueses con sus rutas circunnavegando África mientras que desde 1522 con la caída de Rodas, los turcos se fueron haciendo con las posesiones venecianas. Los venecianos comprendieron que acabarían por perder todas sus bases, por lo que trataron de encontrar un acuerdo con el Sultán y, cosas de la Diplomacia, buscaron la ayuda de España y el Papa. Treinta años atrás se había formado una alianza entre España, el Papa, Génova y Venecia, que resultó derrotada por los turcos, siguiendo cada nación su propio camino hasta que con la elección como Papa de Pío V, firme partidario de frenar un hipotético imperio religioso musulmán en el Mediterráneo, se convocó una nueva Liga Santa.
    Tan pronto como las negociaciones comenzaron, surgieron los intereses particulares. Venecia pretendía formar rápidamente una expedición para recuperar Chipre, mientras que Felipe II deseaba una alianza a largo plazo que dominara el Mediterráneo para realizar expediciones contra los corsarios de Argel, Túnez y Trípoli. Pío V prometió a ambos financiar económicamente la gran flota que se proyectaba y en Febrero de 1571 se firmaron los Pactos entre la República de Venecia, España, la Orden de Malta y el Papa. La alianza tendría validez por un período inicial de tres años, durante el cual se reuniría una gran flota cuyo mando se otorgó a Don Juan de Austria, hermano bastardo del rey Felipe II.
    Don Juan de Austria, Generalísimo de las fuerzas de la Liga Santa.

    "La vida en la galera, déla Dios a quien la quiera"

    Descendiente de las birremes y trirremes griegas y romanas, la galera cayó en el olvido durante la Edad Media, recuperando los venecianos su construcción en el siglo XIII para emplearla en lugar de las pesadas y lentas naves "redondas". Se construían con uno o dos palos de velas latinas y unos 25 remos por banda, y aunque cuando había ocasión la navegación se hacía a vela, los remos proporcionaban una movilidad esencial en combate y durante encalmadas o entrada a puerto. Se trataba del buque adecuado al Mediterráneo, aunque con mal tiempo un golpe de mar podía anegarla o quebrarla, por lo que las galeras sólo navegaban entre la primavera y el otoño, regresando en invierno a puerto.
    Como norma se asignaban cinco hombres para bogar en cada remo. La gente de remo o chusma, estaba formada por condenados por sentencia judicial o esclavos turcos y berberiscos, aunque también hubo remeros voluntarios o buenas boyas que solían ser galeotes que una vez cumplida su condena e incapaces de encontrar otro trabajo, volvían a la boga a cambio de una paga. A los galeotes se les afeitaba la cabeza para que fueran identificables en caso de fuga, aunque a los musulmanes se les permitía llevar un mechón de pelo ya que según su creencia, al morir, Dios les asiría del pelo para llevarlos al Paraíso. La ración diaria de alimentos suministrados a los galeotes consistía en dos platos de potaje de habas o garbanzos, medio quintal de bizcocho (pan horneado dos veces) y unos dos litros de agua. A los buenos boyas se les añadía algo de tocino y vino. Cuando se exigía un esfuerzo suplementario en la boga dura por el estado del mar o en vísperas de batalla, se daban raciones extra de legumbres, aceite, vino y agua.
    En una galera corriente la chusma estaba formada por unos 250 galeotes, a los que se le sumaba la gente de cabo divida a su vez en gente de mar y gente de guerra. La gente de mar eran marinos encargados de gobernar la nave y artilleros encargados de manejar las piezas de a bordo, incluidos entre la gente de mar y no de guerra. Estos últimos eran soldados y arcabuceros mandados por capitanes y por nobles e hidalgos, cuya misión era el combate. Sumando galeotes, marinos e infantes, una galera alistada podía sobrepasar ampliamente los 500 hombres, "acomodados" en buques de 300 a 500 toneladas.
    Una galera solía tener unos 50 metros de eslora por 6 de manga con una obra muerta era de apenas metro y medio. Disponían de una sola cubierta sobre la que la pasarela de crujía, construida sobre cajones de 1 metro de altura, comunicaba el castillo de proa y el de popa. En el interior de este cajón se estibaban palos, velas y cabulleria. El cómitre y sus alguaciles recorrían continuamente la crujía, encargados de marcar el ritmo de boga con tambores y trompetas y fustigando con los rebenques a los galeotes.
    A ambos lados de la crujía estaban los talares, cubiertas postizas de 3 a 4 metros de ancho que sobresalían dos metros por cada costado y sobre los que iban situados los bancos de los remeros. Los talares tenían una fuerte inclinación hacia fuera para favorecer la salida del agua embarcada por golpes de mar y por la lluvia y también los residuos de los galeotes. Allí se instalaban algunas piezas ligeras de artillería como culebrinas y falconetes para defender la línea de remos. Los extremos de los talares quedaban a un metro de la flotación y sobre ellos se apoyaban los remos, que medían unos 12 metros de largo sobresaliendo unos 8 metros del buque. Los remos se construían con dos o tres piezas de madera de haya y pesaban 130-150 kilos. Con semejante longitud y peso cada remo exigía al menos cinco hombres para ser manejado aunque por falta de gente esto se cumplía en contadas ocasiones.
    A proa, sobre el tajamar y a un metro sobre la flotación, se instalaba el arma exclusiva de la galera, el espolón, una robusta pieza de madera y de hierro que sobresalía 3 o 4 metros desde la roda, con la que se embestía al contrario sirviendo además como puente de abordaje. Tras el espolón se encontraba la tamboreta, una pequeña cubierta triangular para maniobra de anclas y de garfios de abordaje y desde donde se cargaban los cañones montados en la corulla, un lugar más elevado que la tamboreta. Sobre los cañones estaba la arrumbada donde se apostaba la infantería que debía saltar al buque enemigo. Estos espacios constituían el castillo de proa, que estaba defendido por una amurada. Los cañones estaban instalados sobre cureñas fijas, alineadas con el eje del buque, por lo que la puntería se hacía maniobrando el buque. Normalmente había cinco o seis cañones a proa, los más gruesos en el centro, disparando proyectiles de 36 libras. A ambos lados de estas piezas se instalaban otros dos pares de cañones de 8 a 16 libras. La artillería se solía cargar con metralla o proyectiles de piedra caliza que, al impactar contra el buque enemigo, se quebraban actuando como metralla, ya que no se buscaba dañar al buque sino provocar el mayor número de bajas para luego pasar al abordaje. Para combatir, la galera ponía proa al enemigo y a unos 20 ó 30 metros se disparaba la artillería. A esa distancia no había tiempo para recargar las piezas y con el máximo de fuerza que daban los remos, se embestía e inmovilizaba al contrario con el espolón y los soldados pasaban al abordaje para entablar la lucha que decidiría el resultado.
    A popa se encontraba la carroza, lugar reservado al jefe de a bordo. Entre la carroza y los talares había un espacio abierto que sobresalía por ambas bandas denominado espalda que constituía el vestíbulo de la carroza y en ella se situaban las escalas de acceso al buque. Detrás de la carroza, situados en una plataforma, los timoneles manejaban la caña del timón. Encima se instalaba la única luz de navegación, que consistía en uno o tres fanales dependiendo de la categoría de la nave. El casco estaba divido en unos quince comportamientos, el de más a popa destinado al capitán y el siguiente, la cámara que compartían los oficiales del buque. Galeotes y tripulación, soldados y artilleros, vivían al raso. Las galeras capitanas, que por razones de prestigio eran armadas personalmente por un comandante de escuadra, tenían algo más de eslora, instalándole unos cinco pares de remos adicionales y en las mayores, un tercer un palo y por supuesto, con una carroza mucho mayor y profusamente adornada.
    Para aumentar la capacidad artillera de las galeras, un arquitecto naval veneciano llamado Bresano, ideó las galeazas, grandes galeras de hasta 1500 toneladas cuyo aparejo combinaba velas cuadras y latinas. Sobre la bancada de remeros se dispuso una cubierta donde se instalaban unas quince piezas de artillería por banda. Los costados se cerraban delante de los cañones con una amurada de dos metros mientras que los castillos de proa y popa montaban diez o doce piezas que cubrían todo el horizonte. El total alcanzaba unas cincuenta piezas de artillería con lo que, en teoría, se había creado un buque temible con el que se podía maniobrar con independencia del viento y con una gran potencia de fuego. En la práctica, las galezas resultaban pesadas y poco maniobreras, navegando mal a vela y a remo. De hecho, las galezas que participaron en Lepanto llegaron a la zona remolcadas por galeras.
    Galeaza veneciana de hacia 1560

    La armada de la Liga

    En el puerto de Mesina se fueron concentrando galeras y naves procedentes de Barcelona, Valencia, Cartagena, Mallorca, Sicilia, Nápoles, Malta, Génova, Venecia, Corfú y Creta. España había enviado 90 galeras, 50 fragatas y bergantines y 24 naves de servicio, mientras que 12 galeras y 6 fragatas eran la aportación del Papa. Las naves de Venecia eran 106 galeras y galeotas, 6 galeazas y 20 fragatas.
    El 23 de Agosto de 1571 llegó Don Juan de Austria, acompañado por Don Luis de Requesens quien actuaba como consejero en temas navales, para hacerse cargo de la armada y pasó revista a las naves junto con Veniero, el comandante veneciano. Las galeras españolas se encontraban por lo general en buen estado y bien equipadas de artillería. Sin embargo, muchas de las naves venecianas tenían el casco en mal estado por tratarse de buques viejos que habían salido de la reserva, mientras que las de nueva construcción lo habían sido con muchas tolerancias a causa de las prisas, a lo que se añadía que sus dotaciones eran escasas y mal disciplinadas. De los venecianos escribía Requesens: "La chusma es voluntaria y descuidada y a cualquier parte que llega sale a pasear por tierra; y si por mal tiempo es necesario levar anclas, es fuerza esperar a los remeros, estando en peligro de perderse en cualquier borrasca y ha de ser trabajo intolerable navegar en su compañía porque es cosa extraña lo que tardan en hacer cualquier cosa. Todavía si tuvieren gente de pelea, se tomaría lo demás en paciencia; esperan que les llegue de Calabria, pero yo temo que tardará demasiado y que no llegará la décima parte que ha de menester". Don Juan de Austria dispuso que cada galera llevara ciento cincuenta soldados y cada galeaza quinientos y como las dotaciones venecianas eran escasas se acordó que españoles e italianos pasaran a estas galeras.
    Los efectivos embarcados por la Liga se repartían entre 13.000 marineros, 43.000 galeotes y 31.000 soldados. De éstos 6.197 hombres eran españoles, encuadrados en 14 compañías del Tercio de Granada al mando del Maestre de Campo Don Lope de Figueroa, embarcadas en galeras de España y Nápoles; 10 compañías del tercio de Nápoles a cargo del Maestre de Campo Don Pedro de Padilla, a bordo de las galeras de Nápoles y Mesina; del Tercio del caballero valenciano Don Miguel de Moncada cuatro compañías en cinco galeras españolas y dos compañías, mandadas por Don Diego Osorio y el capitán Melgarejo, embarcados con el genovés Gian Andrea Doria al servicio de España; y nueve compañías del Tercio de Sicilia al mando del Maestre de Campo Don Diego Enriquez, en las galeras de Sicilia.
    Hay que sumar 1.514 españoles que fueron a reforzar las galeras venecianas y 4.987 alemanes de las Coronelías del Conde Alberico de Lodrón y del Conde Vinciquerra de Arcos embarcados en galeras de Don César de Avalos, Andrea Doria, Juan Ambrosio Negrón y en las naos de servicio. Los italianos al servicio de España se encontraban en tres coronelías. De la mandada por Paulo Sforza, embarcaron 2.719 hombres de cinco compañías en las galeras de Andrea Doria, Génova y Saboya y 2.512 soldados de otras cinco compañías pasaron a las galeras de Venecia. De la coronelía de Vicencio Tutavila, seis compañías fueron a las galeras de Venecia y cuatro a las de Nápoles, mientras que las compañías de la coronelía de Segismundo Gonzaga fueron a las galeras venecianas y a las de Jorge Grimaldi. En total iban al servicio de España unos 20.000 hombres, 8.000 al servicio de la República de Venecia y 2.000 reclutados por el Papa mandados por Honorato Gaetano y unos mil capitanes y caballeros que llegaron de toda Europa.
    A Mesina llegó Monseñor Odescalco obispo de Pena, portador de las indulgencias que el Papa concedía a todos los embarcados junto con un relicario que contenía astillas de la Vera Cruz a distribuir entre las capitanas de la armada. Se prohibió embarcar mujeres y se publicó un jubileo para el cual se ayunó durante tres días, haciendo confesión general y recibiendo la Eucaristía. La armada de la Liga recibió como insignia un estandarte azul decorado con Cristo crucificado y la Virgen de Guadalupe y los escudos de España, el Papa y Venecia.
    Estandarte que sirvió como insignia de la armada de La Liga Santa

    El día 15 de Septiembre, Don César Dávalos fue destacado hasta la isla de Corfú como vanguardia con un cuerpo de galeras marinadas por Gutiérrez de Argüello. La salida definitiva se realizó al día siguiente y la armada fue despedida con el repique de las campanas de Mesina y salvas de los castillos. Las naves alcanzaron mar abierto para extenderse por diez millas y allí la marcha se coordinó con la de las lentas naos de servicio y la de las grandes galeazas que no podían usar sus remos, pues para mover tales moles la chusma se agotaba con rapidez, por lo que cuando no disponían de viento favorable fueron remolcadas por otras galeras.
    Para la navegación se dispuso que la armada se organizara en un grupo de exploración y cuatro escuadras. La escuadra de descubierta formada por tres galeras españolas y cuatro venecianas al mando del catalán Don Juan de Cardona, navegaría ocho millas por delante de la flota para reconocer cualquier nave que se sospechara enemiga. La primera escuadra o cuerno derecho mandada por Gian Andrea Doria, formada por 25 galeras de Venecia, 26 españolas y dos del Papa, izando una insignia verde en la capitana y banderas triangulares del mismo color en las demás galeras. La segunda escuadra o cuerpo de batalla formaría con 64 galeras al mando de Don Juan de Austria, quien izaría una insignia azul en La Real siendo ese color el distintivo de las otras naves. La tercera escuadra o cuerno izquierdo quedaría al mando de Agostino Barbarigo con 53 galeras con distintivos amarillos. La escuadra de retaguardia, con 30 galeras al mando de Don Álvaro de Bazán, navegaría con distintivos blancos una milla detrás de la flota para recoger las naves retrasadas. Las seis galeazas venecianas al mando de Francesco Duodo, irían por parejas entre las escuadras, repartiéndose las galeras el trabajo de remolcarlas.
    El 27 de septiembre la armada llegó a Corfú, donde los venecianos esperaban recoger 6.000 mil hombres, pero en vano, ya que había sido atacada por los turcos doce días antes. La escala siguiente fue Gomeniza en Albania, para hacer aguada y para que galeazas y naos retrasadas se reagruparan. Allí, Don Juan envió a Andrea Doria a pasar revista a la flota y cuando le llegó el turno a la capitana de Venecia, Veniero, enemistado con él, se lo prohibió advirtiéndole que de pisar la nave, mandaría ahorcarlo. Don Juan, al ponerse en duda su autoridad estuvo a punto de mandar ejecutar a Veniero, lo que sin duda hubiera roto la alianza, por lo que finalmente envió a Marco Antonio Colonna, el comandante pontificio.
    La flota hizo otra escala en la isla de Cefalonia donde encontraron un bergantín veneciano por el que se supo que Famagusta, en Chipre, se había rendido dos meses atrás. Los turcos habían hecho esclavos a los soldados, ejecutando a los oficiales, mientras que a Marco Antonio Bragadino, comandante de la plaza, le cortaron la nariz y las orejas para luego ser desollado vivo y su piel rellena de paja, colgada en la nave insignia turca. Cuando la flota cristiana se encontraba en esta isla, el corsario Karah Kodja se adentró una noche con una fusta pintada de negro para contar el número de naves enemigas, pero a Alí Pachá le dijo que sólo había 150 galeras, seguramente para no alarmar a los suyos.
    Llegaron noticias de Gil de Andrada, quien había sido enviado con cuatro galeras para localizar al enemigo, de que la flota turca estaba concentrada en los golfos de Corinto y Patrás, que los italianos conocían conjuntamente con el nombre de Lepanto. En la galera de Barcelona La Real se celebró consejo de guerra en el que Andrea Doria y Requesens fueron partidarios de no presentar batalla. Don Juan de Austria los desoyó diciendo: "Señores, ya no es hora de debates sino de combates".
    Grabado italiano mostrando el Golfo y el puerto de Lepanto

    Para la batalla se dispuso que cuando La Real hiciese señal, las galeras de vanguardia debían retroceder para incorporarse a las escuadras, que a su vez habrían de adoptar el orden convenido, enviándose fragatas para comprobar que cada cual ocupaba su posición. La formación elegida para el combate sería la misma que para la navegación. En el ala derecha, Gian Andrea Doria; en el ala izquierda, Agostino Barbarigo y en el centro, Don Juan de Austria a bordo de La Real y flanqueado por las capitanas de Venecia y del Papa, y las galeras de los príncipes de Parma y de Urbino. Las galeazas debían pasar adelante para formar la línea de vanguardia mientras que Don Álvaro de Bazán debía maniobrar con su escuadra hacia el sitio en que la armada fuera más débil, confiando a su experiencia el modo de mejor hacerlo. Los galeotes cristianos fueron liberados para que se hicieran dignos de su libertad empuñando las armas. La artillería se dispararía para causar el mayor daño, pero reservando dos piezas para el momento en que las armadas se embistieran. Se acordó desplegar la escuadra a la entrada del golfo de Patrás e izando banderas de combate, esperar durante dos horas para retar al enemigo. Si no aparecía, se haría como desafío una descarga de artillería.
    La armada reunida por los turcos para la conquista de Chipre estaba formada por cien galeras al mando de Alí Pachá aconsejado por el marino Mohamed Bey y el corsario Uluch Alí, antiguo fraile italiano. Una vez que supo de la concentración de naves cristianas en Mesina el sultán Selim ordenó enfrentarse al enemigo y para ello, Alí Pachá llevó su flota al golfo de Lepanto, lugar elegido para que se concentraran todas las naves disponibles. Se confiscaron provisiones y leña y se decretaron levas para reforzar a los remeros. Llegaron jenízaros de las guarniciones de Grecia y la flota turca recibió como insignia un estandarte de seda verde elaborado en La Meca, adornado con la Media Luna y versículos del Corán.
    Las naves reunidas por los turcos sumaron 245 galeras, muchas de ellas de 28 y 30 bancos, y 70 galeotas y un gran número de fustas y otras pequeñas naves. En ellas habían embarcado 13.000 marineros, 45.000 galeotes y 34.000 soldados, aunque de éstos, menos de 3.000 eran jenízaros armados con arcabuces. Hay que tener en cuenta que éstas eran las únicas armas de fuego disponibles en la armada turca, estando el resto de combatientes armados con arcos y flechas envenenadas, efectivas sólo a corta distancia. Además, en las galeras cristianas se levantaron unas defensas hechas con redes y lienzos para servir de parapetos, que no tenían equivalente en las naves turcas. También los turcos disponían de menos artillería, 750 cañones frente a 1.215 en las naves de La Liga que con frecuencia eran de calibre superior.
    La flotilla de exploración de Karah Kodja anunció que la armada cristiana se encontraba a la entrada del golfo de Patrás impidiendo a la armada turca el acceso a mar abierto. Pertev Pachá y Uluch Alí recomendaron evitar el combate quedando al abrigo de los castillos de Lepanto. Alí Pachá se negó ya que el Sultán en persona había rechazado esa posibilidad ordenando entrar en combate a toda costa.
    El despliegue de la armada turca era similar al de la Liga con tres escuadras y una reserva. Del mando se encargaron Chuluk Bey, virrey de Alejandría y conocido por los cristianos como Mehemet Sirocco, con 55 galeras y una galeota en el ala derecha, lo que haría que se enfrentara a Barbarigo. El mismo Alí Pachá a bordo de La Sultana ejercería el mando del centro con 96 galeras y galeotas. El ala izquierda, que se enfrentaría a Andrea Doria, estaría al mando de Uluch Alí donde formarían 61 galeras y 32 galeotas en su mayor parte de corsarios berberiscos. Si bien la flota de combate turca era superior a la cristiana, la escuadra de reserva de Murat Dragut formada por 31 unidades, sólo contaba con 8 galeras.
    Al amanecer del 7 de octubre Alí Pachá dio orden de levar anclas para combatir y se dirigió a los cautivos cristianos: "Si hoy es vuestro día, Dios os lo dé, pero estad ciertos que si gano la jornada, os daré libertad. Por lo tanto, haced lo que debéis a las obras que de mí habéis recibido". La flota turca salía al encuentro de los cristianos con el viento a favor, lo que permitía dar descanso a sus remeros. Cuando la flota cristiana cruzaba el cabo Scropha los serviolas divisaron al enemigo a quince millas de distancia.

    "La más alta ocasión que vieron los siglos"

    Se oyó un cañonazo en el lado turco entendido por Don Juan de Austria como el desafío de La Sultana y ordenó contestar con otro desde La Real como señal que aceptaba el reto. Don Juan pasó a una fragata para comprobar el orden del ala derecha mientras Requesens hacía lo mismo en el lado opuesto. Don Juan se dirigió a los venecianos diciendo: "Hoy es día de vengar afrentas; en las manos tenéis el remedio a vuestros males. Por lo tanto, menead con brío y cólera las espadas". Dirigió a Veniero palabras afectuosas y éste le prometió esforzarse más que nadie en los sucesos que se avecinaban. A los españoles Don Juan les dijo: "Hijos, a morir hemos venido, o a vencer si el cielo lo dispone. No deis ocasión para que el enemigo os pregunte con arrogancia impía ¿Dónde está vuestro Dios? Pelead en su santo nombre, porque muertos o victoriosos, habréis de alcanzar la inmortalidad".
    Durante la mañana las escuadras completaron su despliegue y hacia las once el mar quedó en completa calma y el viento pasó a soplar de poniente, proa a los turcos, quienes tuvieron que arriar velas e impulsar sus naves a remo, operación en la que se desordenaron y consumieron tiempo. El número de naves y de combatientes, la determinación de capitanes y soldados indicaban que el combate sería tremendo, pero nadie se paró a meditar su suerte, ocupado cada uno en fijar sus ojos y sus cañones en el enemigo. Don Juan dio orden para que las galeazas pasaran una milla por delante de la armada y esperaran allí la llegada de los turcos. Recibieron éstos tal descarga que ciaron todos al mismo tiempo. Los remeros cristianos describieron a Alí Pachá a qué especie pertenecían tales naves y cuando éste comprendió que cada una equivalía a una fortaleza mandó aumentar la boga para pasar de largo cuanto antes, pero no lo hicieron sin que las galeazas hundieran dos galeras, dañando otras y desbaratando la formación turca sin que ésta pudiera volver a recomponerse.
    En este tiempo Uluch Alí adelantó su escuadra tratando de envolver al enemigo por un flanco para luego atacar por retaguardia. Andrea Doria adivinó sus intenciones y separó su escuadra para cortarle el paso pero lo hizo tanto que los turcos pensaron que huía y Don Juan le envió un mensaje advirtiéndole que dejaba el cuerpo principal sin cobertura. Mohamed Siroco con su escuadra trataba de hacer otro tanto, pues vio que entre el flanco contrario y la costa quedaba espacio suficiente para pasar con su escuadra a la espalda de Barbarigo. Éste, sin conocimiento del fondo y temiendo encallar en algún bajío, no cerró el hueco y Sirocco pudo introducirse por él.
    Cuestiones de honor exigían que los almirantes se enfrentaran directamente nave contra nave y en muchas ocasiones el resultado de este combate dictó la suerte de toda la batalla. Don Juan se adelantó con La Real y reconociendo la capitana de Alí por sus tres fanales y su estandarte, mandó bogar con más fuerza. El choque fue terrible y La Sultana llegó con su espolón hasta el cuarto banco de la cristiana, pero aún más terrible fue la matanza que hizo la artillería de La Real pues a la segunda descarga no quedaba nadie sobre la crujía de La Sultana. En La Real se embarcaron trescientos veteranos a los que se hizo sitio desmontando los bancos de los remeros y tras descargar sus arcabuces sobre los turcos se lanzaron al asalto de La Sultana. En dos ocasiones consiguieron pasar del palo mayor de la galera turca y en ambas hubieron de retroceder ante los contraataques de las tropas que recibían por la popa. La galera de Alí Pachá estaba apoyada las de Karah Kodja y Mohamed Saiderbey y otras siete galeras y dos galeotas. La Real por su parte debía haber sido apoyada por las capitanas de Venecia, del Papa, la del Príncipe de Parma y la del Príncipe de Urbino, pero éstas dos quedaron trabadas con galeras turcas, por lo que Don Juan solo contaba con las tropas de refresco de dos galeras.
    Combate entre La Real y La Sultana

    Las galeras de Sirocco tripuladas por pilotos conocedores de aquellas aguas alcanzaron la posición que habían buscado aún rozando sus quillas por la costa y consiguieron envolver a Barbarigo, quien vio su capitana atacada por seis galeras. El mismo Barbarigo recibió una flecha que le atravesó el ojo izquierdo y trasladado a su cámara habría de morir allí a los tres días. Acudió en su ayuda su sobrino Marino Contarini quién también moriría en el combate, estando su nave a punto de rendirse con casi todos sus ocupantes muertos o heridos. Mientras, Uluch Alí había conseguido alejar tanto la escuadra de Andrea Doria que las naves de Alí atravesaron la línea cristiana entre aquella escuadra y la de Don Juan. Siete galeras cayeron sobre la capitana de Malta, en la que sólo hubo tres supervivientes y otras diez galeras venecianas, dos del Papa y una de Saboya fueron capturadas por los turcos.
    El combate se había generalizado sin ningún orden, lanzándose unas galeras en persecución de otras; hubo naves turcas defendidas por españoles y corsarios berberiscos navegando con pabellón maltés y donde se veía una nave, al poco sólo quedaba un remolino que la tragaba. Hubo en el mar tantos muertos y despojos que las naves parecían haber encallado entre cadáveres. Las naves se quebraban con tanta facilidad como los cuerpos de los hombres, de los que sólo quedaba intacta su ira. Parecía como si se quisiera superar en destrucción a los elementos de la Naturaleza.
    La batalla entorno a La Real y La Sultana continuaba. Los refuerzos que recibía La Sultana habían conseguido rechazar hasta entonces a los asaltantes, quedando las cosas en un precario equilibrio. Gian Contarini embistió y hundió una galera turca que se dirigía contra Colonna mientras que las galeras de Juan Loredano y Catarino Malpieri fueron destruidas cuando se dirigían en ayuda de La Real. Llegó por fin Don Álvaro de Bazán y su capitana La Loba destruyó a cañonazos una galera turca y embistió a otra en la que él mismo dirigió el abordaje recibiendo dos balazos que no traspasaron su armadura. Venía también Don Juan de Cardona, quién se lanzó contra la galera de Pertev Pachá cuando éste estaba enzarzado con la de Paolo Ursino. La galera turca fue hundida y Pertev se dio por muerto, aunque lo más probable es que se escabullera de la acción. De la capitana de Génova solo pudo saltar un soldado español, Alonso Dávalos, al abordaje de una galera turca ganándola él sólo antes de recibir ayuda. En la enfermería de la San Juan de Sicilia se hallaba el sargento Martín Muñoz y saltando de la cama dijo que no quería morir de calentura, subió al abordaje de una galera donde mató a cuatro turcos. Pasado el palo mayor y herido de nueve flechas, una bala le arrancó una pierna y sentándose a morir dijo: "Señores, que cada uno haga otro tanto".
    Con los soldados que traía Don Álvaro los españoles por fin consiguieron pasar del palo mayor de La Sultana y conquistando el castillo de popa, el capitán Andrés Becerra se hizo con el estandarte turco. Alí Pachá recibió un disparo en la frente y un galeote de los liberados para combatir le cortó la cabeza y se la presentó a Don Juan ensartada en una pica. La noticia de la conquista de La Sultana y la muerte de Alí Pachá pasó de una nave a otra y los turcos comenzaron a dar por perdida la batalla. Karah Kodja se rindió a Juan Bautista Cortés y Mustafá Esdrí se rindió a la Toscana del Papa. La galera de aquél era la capitana pontificia capturada diez años atrás y como pagador que era Esdrí, a bordo llevaba los cofres de la tesorería de la flota turca. Otra galera turca la asaltaron Don Alejandro Torrella y Don Fernando de Sayavedra guiando a caballeros valencianos del Tercio de Moncada y en ella encontraron a los hijos de Alí Pachá, Mohamed Bey de diecisiete años y Sain Bey de trece. Llevados ante Don Juan, se echaron llorando a sus pies y aquél les consoló por la muerte de su padre, mandó que fueran alojados y que les llevaran ropa y comida preparada según sus creencias.
    Después de la muerte de Barbarigo y de su sobrino Contarini pareció que los venecianos iban a rendirse, pero tomando el mando Federico Nani consiguió capturar la galera del corsario Caurali y reanimar a los suyos. Se le unieron el conde de Porcia y el proveedor Canale y entre todos consiguieron hundir la nave de Mohamed Sirocco quien cayó al agua. Le recogió Gian Contarini, pero malherido y sin posibilidad de salvación, le cortaron la cabeza para abreviar su muerte. Llegaron las naves del proveedor Quirini y la escuadra de Sirocco acabó por desbandarse, embarrancando sus naves para huir por la costa.
    Aunque los turcos habían sido vencidos en el centro y en la izquierda, en la derecha Uluch Alí había logrado cercar la escuadra de Andrea Doria y allí los cristianos comenzaban a perder terreno en toda la línea. En la Piamontesa de Saboya en la que iba Don Francisco de Saboya todos su ocupantes fueron degollados. En la Florencia del Papa sólo hubo 16 supervivientes, todos ellos heridos. En la San Juan, también del Papa, murieron todos los soldados y los galeotes. En la Marquesa se hallaba enfermo un soldado de veinticuatro años que cuando supo que se iba a entrar en combate pidió a su capitán Francisco San Pedro que le colocara en el lugar más peligroso, pero éste le aconsejó que permaneciera en la enfermería. "Señores –contestó él- ¿qué se diría de Miguel de Cervantes cuando hasta hoy he servido a Su Majestad en todas las ocasiones de guerra que se han ofrecido? Y así no haré menos en esta jornada, enfermo y con calentura". Se le puso al mando de doce soldados en el esquife y combatiendo recibió dos heridas en el pecho y otra en la mano izquierda "que perdió su movimiento para gloria de la diestra".
    Así, el combate no se desarrollaba muy bien para Doria hasta que por fin apareció Don Alvaro de Bazán con la escuadra de socorro. Uluch Alí llevaba a remolque la capitana de Malta y viendo la llegada de las nuevas galeras, cortó los cabos con que sujetaba a su presa y comenzó la huida. Don Juan también dirigía sus naves en ayuda del ala derecha, cuando un grupo de 16 galeras turcas que no aceptaron ni la rendición ni la fuga, pusieron proa hacia las galeras que llegaban, pero Don Juan de Cardona les cortó el paso con tan sólo ocho galeras y acabó por desordenar el grupo atacante.
    Uluch Alí se dirigió hasta Lepanto reuniendo todas las naves que pudo. Las naves cristianas trataron de darles caza, pero a estas alturas de la batalla la gente de remo estaba tan agotada que se renunció a la persecución. Una vez en Lepanto, Uluch Alí incendió las naves supervivientes para evitar que fueran capturadas, aunque pudo conservar como trofeo el estandarte de la capitana de Malta. Eran las cuatro de la tarde y viendo que se estaba formando una tormenta Don Juan ordenó refugiarse en el puerto de Petala.
    A la mañana siguiente se hizo recuento. De la armada cristiana faltaban quince galeras, aunque hubo que desguazar otras treinta, entre ellas La Real, de tan grandes destrozos que habían soportado. Se apresaron 170 naves al enemigo, aunque días más tarde solo quedaban a flote 130. Se calculó que se hundieron 80 galeras y habían escapado hacia Lepanto 40 galeras y galeotas. Los venecianos habían tenido 5.000 muertos, los españoles 2.000 y 800 los del Papa, mientras que se hicieron 5.000 prisioneros entre los turcos y se calculó que habían tenido unos 25.000 muertos. También se rescataron unos 12.000 cautivos que llevaban en sus naves. Durante cuatro días se hicieron las reparaciones más urgentes y Don Juan aprovechó para redactar una relación de la batalla para el Rey Felipe que llevó Don Lope de Figueroa junto con el estandarte ganado a los turcos. También envió cartas al Papa y al Senado de Venecia, y Colonna y Veniero hicieron otro tanto.
    Don Juan quiso aprovechar la victoria para acometer alguna empresa mientras conservara la ventaja adquirida. Se celebró un consejo de guerra en el que hubo quien quiso suspender toda operación porque faltaba gente de guerra y de remo y el invierno estaba ya cercano; otros querían forzar el canal de Constantinopla y atacar la ciudad misma. Los venecianos pretendían actuar en Morea y promover sublevaciones en Albania, mientras que Don Juan prefería conquistar los castillos del golfo de Lepanto.
    Se acordó hacer esto último y el día 11 de octubre salieron Andrea Doria y Ascanio de la Corna para conquistar Santa Maura, pero al llegar allí consideraron que la toma del castillo obligaría a un esfuerzo que superaría el beneficio de conservarlo. Finalmente se decidió que cada cual volviera a sus puertos para pasar el invierno. El día 22 llegó la armada a Corfú donde se repartieron las presas y el 28 se dividieron las escuadras. Don Juan llegó el 31 a Mesina para invernar en Sicilia y Don Álvaro de Bazán fue a Nápoles. Colonna se dirigió a Roma y Veniero aún permaneció en Corfú antes de volver a Venecia.

    Ni conclusiones ni enseñanzas

    El Sultán Selim al conocer la derrota se limitó a decir: "Me han rapado las barbas, ya crecerán con más fuerza" y durante el invierno se reunieron más de doscientas galeras que se pusieron al mando de Uluch Alí quien durante la batalla había conseguido el único trofeo para el Sultán.
    El día 1 de Mayo de 1572 murió Pío V y aunque se temió que su sucesor Gregorio XIII no continuara con los pactos, se volvió a alistar una gran armada, pero pronto reaparecieron las disensiones. Venecia pretendía una nueva expedición que asegurara sus posesiones y recuperara las perdidas. España pretendía que se realizara contra África, por lo que Felipe II reservó a Don Juan para esta expedición hasta el último momento. Mientras, la armada de La Liga con 126 galeras y 6 galeazas al mando de Colonna y Juan de Cardona trataba de combatir con Uluch Alí. El 7 de Agosto lo encontraron ante el cabo de Malio donde sólo hubo escaramuzas y el día 10 ocurrió lo mismo ante el cabo Matapán. Finalmente llegó Don Juan con 55 galeras y dos galeazas y el 8 de Septiembre consiguió bloquear a la armada turca dividida entre el puerto de Modon y el de Navarino. Uluch Alí permaneció al abrigo de los castillos y no se llegó a combatir. Cercano ya el invierno, Don Juan dio la orden de regresar a las bases.
    Los venecianos sabiendo que al año siguiente la armada que se reuniera ya se dirigiría contra África tal y como deseaba Felipe II, llegaron a un acuerdo con el Sultán por el que éste conservaría todas las conquistas realizadas y Venecia pagaría 300.000 ducados durante tres años. La Liga quedaba de hecho disuelta y Don Juan de Austria mandó sustituir en su galera el estandarte que la representaba por el español. Don Juan conquistó Túnez en 1573, pero un año más tarde la plaza cayó ante una escuadra turca mayor que la reunida en Lepanto. El Sultán ensalzó aquella victoria por todo el Islam como su triunfo definitivo y a partir de aquel momento los luteranos recabaron más atención por parte de Felipe II, por lo que el norte de África fue olvidado definitivamente.
    La batalla de Lepanto cerró el capítulo del Mediterráneo en la Historia Universal ya que a partir de entonces los asuntos del mundo se resolverían en el Atlántico. Cuando esto se produjo, España se encontraba en ambos mares a la vez. Semejante victoria pesó demasiado en la tradición naval de España pues las galeras alcanzaron una celebridad que no habría de servir en las batallas que se avecinaban contra ingleses y holandeses.
    Más que a una acertada disposición táctica o una inteligente maniobra, las naves de La Liga vencieron gracias al poder de fuego, primero de la artillería embarcada y después de las armas individuales de la infantería. De hecho, durante la batalla los turcos hicieron un pobre empleo de sus cañones embarcados en menor cantidad que en las naves de La Liga a pesar de ser éstas inferiores en número. Por otra parte, la superioridad numérica de los turcos produjo un hacinamiento tal en sus naves que cualquier disparo, fuera de cañón o de arcabuz producía varias bajas simultáneas. A partir de entonces todas las naves españolas fueron concebidas como castillos flotantes en los que la infantería había de cumplir el papel principal. Los Tercios de Nápoles y Sicilia, conocidos como los Tercios Viejos, embarcados para esta ocasión pasaron a serlo de forma habitual, dando origen a lo que con el tiempo se convertiría en la Infantería de Marina de la Armada española.
    El abordaje de la nave enemiga pasó a ser la táctica favorita de los capitanes españoles en detrimento del combate de artillería. Holandeses e ingleses, sabedores de su inferioridad en el combate cuerpo a cuerpo contra los españoles, prefirieron disparar contra el casco y las baterías de los buques evitando el abordaje y para ello diseñaron buques maniobreros con arboladura y velamen que les permitieran alcanzar la posición óptima para abrir fuego. Por el contrario, los grandes navíos españoles disparaban contra la arboladura con el fin de inmovilizar al enemigo y pasar luego a su abordaje que era donde la gente de guerra podía alcanzar mayor gloria y honor, defendiendo un prestigio que podían arrebatarle los artilleros con su capacidad de infligir daño a gran distancia.
    Aún después del fracaso de La Empresa de Inglaterra en la que quedaron de manifiesto las anteriores observaciones, incluso los capitanes españoles de buques de alto bordo siguieron maniobrando en combate con el fin de lograr el abordaje, añadiendo a esto que el prestigio de las galeras parecía no romperse nunca entre los españoles. El 10 de Julio de 1684 el navío francés Le Bon fue sorprendido por 35 galeras españolas e italianas. Después de cinco horas de combate, las galeras tuvieron que retirarse con graves pérdidas. En 1748 Fernando VI tuvo que ordenar por decreto la supresión del cuerpo de galeras pero aún así, en 1787 comenzaron a construirse en Mahón tres galeras para luchar contra la piratería africana. Como se ve, las galeras parecían gozar de eterna presencia en la Armada española, hasta que por último, en 1803, dos años antes de Trafalgar, la batalla en la que el navío de vela alcanzaba su cima de prestigio, se dispuso que los jueces suprimieran la condena a galeras, lo que equivalía a la desaparición efectiva de la galera.

    FUENTE: http://www.revistanaval.com/armada/batallas/lepanto.htm

  6. #6
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    Re: Historias militares y gloriosas Hispanas

    Batalla de Sacavém (Portugal, Julio de 1147)

    La mítica batalla de Sacavém fue una lucha entablada entre el primer rey portugués, D. Alfonso Henriques, y los moros, en el inicio del cerco de Lisboa, en julio de 1147, en los márgenes del Trancão, junto a el antiguo puente romano que cruzaba el río.

    Antecedentes

    Después de la conquista de Santarém, Alfonso Henriques se preparó para tomar Lisboa y así consolidar definitivamente no sólo la línea del río Tajo sino también la Independencia de Portugal – el dominio de su fértil valle garantizábale la plena autosuficiencia y malograba los planes de los leoneses de volver a anexarse Portugal.
    Entretanto, se difundía por Extremadura la noticia de que los cristianos ya cercaban Lisboa, siendo imperativo ayudar a defender a toda costa los últimos reductos musulmanes al Norte del Tejo.Siendo así, se habían reunido en las proximidades de Sacavém, al norte del río, para luchar y destruir las fuerzas de Alfonso Henriques, cerca de cinco mil musulmanes oriundos no sólo de Extremadura (Alenquer, Lisboa y Sacavém), incluso hasta del Oesta (Óbidos y Torres Vedras) y de Ribatejo (Tomar y Torres Novas), bajo el mando del wali de Sacavém, Bezai Zaide.

    Una batalla, un milagro
    Rey Alfonso Henriques, primer rey de Portugal

    Alfonso Henriques disponía apenas de una fuerza de mil quinientos guerreros, y fue en esas condiciones como se inició la batalla, teniendo como escenario Sacavém de Baixo, en el margen del río de Sacavém, entre los actuales montes de Sintra e del Convento, junto al viejo puente romano, fuertemente defendido por los moros, los cuales habían ya iniciado su ataque, dispuestos a desbaratar a los portugueses.
    No obstante ante la significativa diferencia numérica entre ambos contendientes, acabarían por vencer los cristanos; aunque la mayor parte de estos últimos hubo perecido, conseguirían aún matar a tres mil musulmanes a filo de espada, quedando los restantes moros ahogados en el río o siendo hechos prisioneros.
    Esta milagrosa victoria fue atribuida a divina intervención de la Virgen María, que había hecho aparecer durante el combate «muchos hombres extraños que peleaban con los cristianos». Como Alfonso Henriques contó con el apoyo de los Cruzados para tomar la capital, podemos partir del principio, más o menos seguro, de que los hombres extraños a los que la fuente se refiere serían cristianos oriundos de Europa del Norte.
    Cuéntase que Bezai Zaide, ante lo sucedido, se convirtió a la fe cristana, siendo el primer sacristán de la ermita dedicada a Nossa Senhora dos Mártires (así llamada en honra de los cristianos caídos en la batalla), que D. Alfonso Henriques allí mandó erigir pasados pocos días de la lucha.
    Al mismo tiempo, el rey también mandó reconstruir la vieja Iglesia de Nossa Senhora dos Prazeres (que se quedó en ruína bajo la ocupación musulmana, ya que tenían permitido el culto cristiano, mediante el pago de un tributo - la yizya - a las autoridades islámicas), habiéndola hecho sede parroquial de Sacavém es alterada en su invocación, dedicándola ahora a Nossa Senhora da Vitória (en homenaje a su estruendosa victoria sobre los moros, debido a la intercesión de la Virgen).
    Batalla de D. Alfonso Henriques junto
    al Puente Romano de
    Sacavém (1147)

  7. #7
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    Re: Historias militares y gloriosas Hispanas

    Cita Iniciado por Sureño Ver mensaje
    Esta milagrosa victoria fue atribuida a divina intervención de la Virgen María, que había hecho aparecer durante el combate «muchos hombres extraños que peleaban con los cristianos»..."
    No conocía esa leyenda. De hecho la participación de los cruzados la explica. Muy buenas aportaciones, Sureño. !La de los íberos, fenomenal!
    res eodem modo conservatur quo generantur
    SAGRADA HISPÂNIA
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  8. #8
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    Re: Historias militares y gloriosas Hispanas

    Don Pelayo, el vencedor de Covadonga.
    El símbolo de una sociedad, que tras su caída lucha por reconquistar la libertad nos sirve como modelo para reconquistar una sociedad invadida por otros bárbaros.
    Su origen

    Era don Pelayo (718 - 737) un noble de sangre real, hijo del duque Favila y nieto del rey Recesvinto, como se lee en algunas crónicas.

    Por intrigas que tuvieron lugar en la corte del rey Vitiza, éste redujo a prisión o dio muerte a Favila, padre de don Pelayo, el cual, temiendo ser víctima de la ira del rey, como su padre, huyó a Cantabria, donde tenía deudos y amigos muy significados.

    Peregrinación a Jerusalén

    El vengativo Vitiza trató de buscar y prender a Pelayo; pero éste, no creyéndose seguro en España, determinó marchar peregrino a Jerusalén, a donde fue acompañado de un caballero llamado Zeballos. Según afirma el P. Mariana en su Historia de España, aún existían en el siglo XV, en el pueblo de Arratia (Vlzcaya) los bordones de don Pelayo y sus compañeros, que habían usado en su peregrinac1ón a Tierra Santa.

    En la corte de D. Rodrigo

    Vuelto a España, y muerto Vitiza, en los disturbios que se siguieron para nombrar sucesor a la corona, Pelayo abrazó la causa de don Rodrigo, y aparece en la corte de éste con el cargo de conde de espatarios o de la guardia del rey.

    Cuando la invasión árabe estuvo en la batalla del Guadalete y allí se distinguió por su valor y proezas.

    Después de esta desgraciada batalla, los magnates godos huyendo de la servidumbre de los árabes, buscaron asilo, unos en la Septimania gótica (Francia), pero los más en el norte de España y principalmente en Asturias. Don Pelayo parece que se refugió en Toledo.

    Traslado de las Santas Reliquias a Asturias

    El arzobispo de Toledo, Urbano, al ver que los moros se iban aproximando a la ciudad, quiso evitar que las sagradas Reliquias, que allí se guardaban, cayesen en poder de los mahometanos. Dichas Reliquias, de gran estima y valor, habían sido recogidas y traídas por los cristianos desde Jerusalén, cuando Cosroes, rey de Persia, se apoderó de aquella ciudad, y después de recorrer con ellas el Norte de Africa, fueron traídas a España, y se hallaban en aquella fecha en Toledo. A dichas Reliquias unió el arzobispo la vestidura entregada por la Santísima Virgen a San Ildefonso, y las obras de San Isidoro, San Ildefonso v Juliano. Entre los nobles y ricos ciudadanos de Toledo, que acompañaron al arzobispo en su huida hacia el norte de la península, se hallaba don Pelayo.

    Llegó la comitiva en su recorrido a Asturias, y buscando la mayor seguridad, depositaron las Reliquias en una cueva excavada en una montaña, llamada hoy día Monsacro, en Morcín, a unos diez kilómetros de Oviedo.

    Allí permanecieron escondidas hasta el reinado de Alfonso II el Casto, en que este monarca mandó trasladarlas a Oviedo e hizo construir para su custodia una iglesia dedicada a San Miguel Arcángel, llamada hoy Cámara Santa.

    Don Pelayo, Rey

    En Asturias se habían refugiado multitud de cristianos, huyendo de los árabes invasores, Nobles y plebeyos, olvidando diferencias de clase, se reunieron y decidieron aprestarse a combatir al común enemigo, sin importarles, lo desigual de la lucha que iban a emprender.

    Su primer acto fue elegir un caudillo que reuniera las excepcionales cualidades que aquellas circunstancias tan graves requerían.

    Todos pusieron los ojos en Pelayo, príncipe de la real sangre de los duques de Cantabria, que a la nobleza de la estirpe unía la fama de sus hazañas y, con arreglo también a las prescripciones del Fuero Juzgo, fue elegido rey, en cuya persona se anudó la monarquia gótica, aunque en situación muy precaria.

    El modo de aclamar por rey en aquella época consistía en alzar al elegido sobre el pavés o escudo. Parece que tuvo lugar este acto el año 716 o 718, en Cangas de Onís o Covadonga, entre cuyos lugares existe el llamado Campo de la Jura.

    La invasión de Muza

    Al invadir los árabes a España, uno de sus caudillos, Muza, vino en su expedición por Asturias, llegó a la ciudad de Lucus Asturum, hoy Santa María de Lugo, cerca de Oviedo, la tomó y arrasó, continuando hasta Gijón, donde dejó a Munuza de Walf o gobernador, retirándose el ejército musulmán, una vez terminada la campaña, y dejando guarnecidos algunos 1ugares estratégicos, para garantizar la 8eguridad del terreno conquistado.

    Munuza pide auxilio al emir de Córdoba

    Enterado Munuza del levantamiento de los cristianos y de la elección de Pelayo, mandó al momento emisarios dando cuenta y pidiendo auxilio al emir de Córdoba, Alahor. Envío este a su lugarteniente, Alkama, con un grueso ejército a someter a los sublevados. Alkama llevó en su compañía a don Opas, prelado de Sevilla, para que le ayudase con su autoridad cerca de don Pelayo, de quién era pariente próximo, a fin de que se sometiesen él y los suyos. Y por si Munuza o algún otro gobernante les tenía agraviados, les hiciese presente que se haría justicia y depusiesen las armas, y considerasen como una locura el oponerse a los árabes invasores, pues no dudaran que el final sería desgraciado para ellos.

    Alkama en Asturias

    Alkama entró en Asturias, lo más probable por el puerto de Tarna, por donde han tenido lugar otras invasiones, conservándose aún para defender el paso dos castillos de origen romano a orillas del río Nalón, el de Villamorey (Sobrescobio), en ruinas, y el de Condado (Laviana), restaurado y en buen estado.

    Siguió Alkama el curso del Nalón y llegó a la ciudad de Lucus Asturum, destruida por Muza, y de allí se dirigió por el valle de Siero y Piloña y penetró en el de Cangas en busca de los cristianos.

    Al tener noticia Pelayo y los suyos de que venía Alkama con un poderoso ejército, algunos se atemorizaron, mas don Pelayo levantó el ánimo de
    todos preparándose para la lucha.

    Distribuyó sus tropas por las alturas y lugares estratégicos y él se parapetó en el monte Auseva, donde se hallaba una cueva en la que se veneraba una imagen de la Santísima Virgen.

    La Cruz de la Victoria

    Cuenta la tradición que antes de la batalla se le apareció en el cielo a Pelayo una cruz roja brillante y don Pelayo construyó en su vista una cruz con dos palos de roble y la enarboló por estandarte durante la batalla.

    Otros dicen Que, como el rojo pendón de los godos hubiese desaparecido en el Guadalete, un ermitaño de vida ejemplar, que habitaba la Cueva de Santa María, puso en manos de Pelayo una cruz de roble, diciéndole: " He aquí la señal de la victoria." Sea cierta una cosa u otra; el hecho es que Pelayo tomó la cruz por enseña en la batalla contra los moros, y dicha cruz de roble fue luego recogida por su hijo Favila y guardada en la iglesia dedicada a la Santa Cruz, que en memoria de la batalla ganada por su padre mandó edificar en Cangas de Onís.

    Más tarde dicha cruz de roble fue llevada por Alfonso III el Magno a su castillo de Gauzón (hoy Gozón) cerca de Avilés, y la mandó cubrir de oro y piedras preciosas, conservándose en la actualidad tan inestimable joya en la Cámara Santa de la Catedral de Oviedo, con el nombre de Cruz de la Victoria.

    Entrevista de Don Opas y Don Pelayo

    Los moros, antes de dar comienzo al combate, enviaron de embajador a don Opas para ver si con buenas razones lograba convencer a Pelayo para que desistiese de la lucha, haciéndole a dicho fin grandes halagadoras promesas.

    El obispo Sebastián de Salamanca, en su Cronicón, pone en labios de don Opas, dirigiéndose a Pelayo, las siguientes palabras : "Hermano: estoy seguro que trabajas inútilmente. ¿Qué resistencia has de oponer en esta cueva, cuando toda España y sus ejércitos unidos bajo el poder de los godos, no pudieron resistir el ímpetu de los ismaelitas?. Escucha un consejo: retírate a gozar de los muchos bienes, que fueron tuyos, en paz con los árabes como hacen los demás."

    Respuesta de Don Pelayo

    A esto contestó don Pelayo. "No quiero amistad con los sarracenos, ni sujetarme a su imperio; porque, ¿no sabes tú que la Iglesia de Dios se compara a la luna, que estando eclipsada vuelve a su plenitud? Confiamos, pues, en la misericordia de Dios, que de este monte que ves saldrá la salud a España. Tú y tus hermanos, con Julián, ministro de Satanás, determinasteis entregar a esas gentes el reino de los godos; pero nosotros, teniendo por abogado ante Dios Padre a nuestro Señor Jesucristo, despreciamos a esa multitud de paganos, en cuyo nombre vienes, y por la intercesión de la Madre de Dios, que es Madre de misericordia, creemos que esta reducida gente de 105 godos ha de crecer y aumentar tanto como semillas salen de un pequeñísimo grano de mostaza."

    Don Opas, luego de oír la contestación de Pelayo, se volvió al ejército moro y dijo : " Marchad hacia la cueva y luchad, que si no es por medio de la espada, nada podremos conseguir de él."

    La batalla

    Se encontraban allí en aquel instante, como otro día a orillas del Guadalete, dos ejércitos de dos pueblos antagónicos; dos razas distintas, dos civilizaciones dispares; dos religiones que aspiraban a difundirse por el mundo: una imponiéndose por la fuerza de la cimitarra, simbolizada por la Media Luna, y la otra por el amor y el sacrificio representada por la Cruz.

    Un pueblo, una raza, una civilización, una religión que venía recorriendo triunfante el Africa, que había salvado el Estrecho y, en paso arrollador, intentaba terminar con el último reducto en que se había refugiado el pueblo vencido, la raza esclavizada, la civilización destruida, la religión profanada. Allí se iba a ventilar, quizá de manera definitiva, si España sería una prolongación del Africa, o si continuaría siendo el baluarte avanzado de la civilización cristiana.

    La suerte estaba echada : bien lo sabían los cristianos y su caudillo Pelayo. De aquella batalla dependía su suerte. Escasas eran sus fuerzas y las del enemigo numerosas y bien armadas. Los cristianos sé hallaban derrotados y deprimidos; los árabes victoriosos y arrogantes. Humanamente hablando, el resultado de la batalla no ofrecía duda : los cristianos serían aniquilados y España quedaría para siempre bajo el dominio agareno y sometida a la raza y a la religión del falso profeta. Pero los cristianos habían puesto toda su confianza, no en sus reducidas fuerzas, sino en la protección de la Santísima Virgen, cuyo auxilio habían impetrado y de la que nadie es desamparado. En Ella estaba colocada toda su esperanza y confiando en su ayuda dio comienzo aquella desigual y terrible lucha.

    Comienza el combate

    Al enterarse Alkama, por don Opas, de que no era posible arreglo alguno con Pelayo, continúa la Crónica de Sebastián diciendo que "dio orden a los honderos y saeteros que atacasen la entrada de la Cueva. Entonces se vio que las piedras mezcladas con los dardos se volvían desde la Cueva contra los mismos que las disparaban, atormentando horriblemente a los moros. Estos, viendo que nada les aprovechaba el luchar, sino que, por el contrario, la mayor parte de ellos yacía destrozada por sus propios dardos, retrocedieron confusos y turbados, desistiendo de atacar la Cueva.

    Entonces Pelayo, al ver a los enemigos castigados por la mano vengadora de Dios, que no tiene en cuenta el número, sino que da la victoria a quien quiere, atacó con los suyos, y al mismo tiempo los cristianos que se ha11aban distribuidos por los montes y situados en lugares estratégicos, comenzaron el ataque contra los mahometanos que se hallaban en el fondo del valle, y lanzaron por las vertientes de las montañas piedras enormes y troncos de árboles, mientras otros disparaban sus arcos y sus hondas causando en los árabes gran carnicería. Al mismo tiempo estalló en el espacio una horrible tempestad, que llenó de pavor a los moros, los cuales, presa de gran pánico, emprendieron la huida perseguidos por los cristianos, y fueron finalmente desbaratados en el valle de Cangas, donde tuvo lugar lo más encarnizado de la lucha.

    El obispo don Opas fue hecho prisionero y Alkama muerto, en unión de muchos millares de moros que perecieron en el combate. El resto del ejército árabe emprendió la fuga hacia el territorio de la Liébana; pero tampoco pudieron evadirse de la venganza del Señor, porque cuando marchaban por la cima del monte que está sobre la ribera del río Deva, cerca de la heredad de Casegadia (en la Liébana, cerca de Potes) aconteció por juicio de la Providencia divina que, desgajándose el monte, arrojó al río de una manera admirable a los caldeos (como llamaban a los musulmanes) y los aplastó a todos, descubriéndose aun en aquel lugar restos de armas y de huesos, cuando el río extiende su álveo por sus orillas en el invierno y remueve las arenas.

    No juzguéis que fue éste un milagro fabuloso; recordad que Aquel que sumergió en el mar Rojo a los egipcios que perseguían al pueblo de Israel, ese mismo sepultó bajo la mole inmensa de un monte a esos árabes que perseguían a la Iglesia de Dios".

    Derrota y muerte de Munuza

    "Al tener noticia Munuza, gobernador de Gijón, de la gran derrota sufrida por los suyos, abandonó la ciudad y huyó con la fuerza que mandaba, siendo perseguido por los asturianos que le alcanzaron en el lugar de Olalla (quizá Santa Eulalia de Manzaneda, cerca de Oviedo), donde le desbarataron completamente y le dieron muerte.

    En vista de eso se unieron al ejército de Pelayo muchos fieles, se restauraron muchas iglesias y todos juntos dieron gracias a Dios diciendo: Bendito sea el nombre del Señor, que da fuerza a los que creen en El y reduce los impíos a la nada." .

    Don Pelayo organiza su reino

    Don Pelayo, libre ya de enemigos, se dedicó a disponer todo aquello que era conveniente a la organización de aquel reino que Dios acababa de poner en sus manos y, sobre todo, a preparar un aguerrido ejército para defenderlo; porque no dudaba que el enemigo, aunque derrotado en aquel primer encuentro, no dejaría de volver a tomar la revancha con fuerzas más poderosas y era necesario prepararse para la lucha.

    Se apoderó luego de Gijón, abandonada por Munuza, y comenzó a batir las guarniciones que habían dejado los árabes en algunos lugares estratégicos de Asturias.

    Los cristianos de otras regiones se unen a Pelayo

    Al difundirse la noticia de la victoria de Pelayo, fueron muchos los cristianos de los lugares limítrofes que acudieron a sumarse a las filas de su ejército, sobre todo de Galicia y de Vizcaya. De este lugar acudió, con gran refuerzo de soldados, el próximo deudo de Pelayo, don Alonso, hijo de don Pedro, duque de Vizcaya, el cual dejó a su padre y a su patria y vino a combatir al lado de los asturianos.

    Se distinguió don Alonso por su bravura en los combates y más tarde contrajo matrimonio con Ormisinda, hija de don Pelayo, a quien sucedió en el reino, por la muerte de Favila, y llevó el nombre de Alfonso I el Católico.

    D. Pelayo se apodera de León

    Don Pelayo, al ver fortalecido su ejército con tan valiosas ayudas, y enterado de que los caudillos moros de Toledo, Córdoba y Baena andaban desavenidos, determinó adentrarse por tierras de León, y al frente de ocho mil infantes y ciento cincuenta caballos, salió de Asturias, llegando hasta León, ciudad entonces pequeña, pero muy fuerte y amurallada.

    Don Pelayo la puso cercó e intimó la rendición a los moros que la defendían. Estos habían pedido y esperaban socorro del reino de Toledo, por lo que determinaron resistir. Las tropas de Pelayo dieron varios asaltos a la ciudad, y los moros, viéndose perdidos, pidieron a Pelayo una tregua de tres días para tratar de la rendición.

    Les fue concedida la tregua a condición de entregar rehenes; mas luego se acordó que sería rendida la ciudad y se dejaría salir de ella al alcaide mahometano Itruz, que la gobernaba por el rey de Córdoba, y a los moros con sus mujeres e hijos dejándoles en libertad de ir a donde quisieran, encaminándose todos hacia Toledo.

    Pelayo derrota a Abderrahaman


    El rey Abderrahamán, que había salido a toda prisa a socorrer a León con un ejército de seis mil hombres de a pie y trescientos de a caballo, se encontró en el camino con el alcaide mahometano y demás moros que le acompañaban y, al enterarse de lo ocurrido, le mandó cortar la cabeza y continuó viaje para recuperar a León.

    Enterado Pelayo de su venida, no le pareció prudente esperarle encerrado en la ciudad, sino que dejando en ésta una guarnición, se escondió con el resto de la gente en un bosque cercano, esperando ver lo que ocurría.

    Abderramán llegó hasta León y juzgando que Pelayo estaba dentro, puso sitio a la ciudad, la cercó por todas partes para que nadie saliese, a fin de dar el asalto al día siguiente.

    Aquella misma noche Pelayo le atacó por sorpresa y Abderramán se vio obligado a emprender la huida, con la pérdida de más de mil hombres y perseguido por Pelayo.

    Más tarde Abderrahamán no quiso darse por vencido, rehizo su ejército y volvió con doce mil infantes y quinientos caballos sobre León.

    Don Pelayo encomendó la defensa de la ciudad a un valiente capitán, llamado Ormiso, la dejó bien abastecida de alimentos y de armas y volvió a Asturias a por más gente, para ir luego en auxilio de León.

    Llegó Abderrahamán a las puertas de la ciudad y le puso sitio, como la vez anterior. Ormiso y los suyos resistieron con gran valor los ataques de las huestes del caudillo árabe, pero en esto recibe aviso Abderrahamán de hallarse un hijo suyo gravemente enfermo y levantó el cerco de la ciudad, volviéndose a Toledo y quedando libres los sitiados.

    No disfrutó Pelayo de mucha paz, porque ni él la buscaba, ni podía esperarla de los musulmanes, pues el batallar era su ocupación constante y se veía obligado a estar siempre alerta para rechazar las incursiones de sus enemigos y a preparar las suyas, ensanchando o comprimiendo sus dominios, según las circunstancias le fueran favorables o adversas.

    Muerte de Don Pelayo

    Al fin, vencido por la enfermedad, falleció en Cangas de Onís, donde tenía su corte, en el año 737 y fue sepultado en la iglesia de Santa Eulalia de Abamia, próxima a Covadonga, que él había fundado.

    Allí se le unió más tarde su esposa, Gaudiosa.

    En el reinado de Alfonso X, el Sabio, fueron trasladados los restos de ambos esposos a la Santa Cueva de Covadonga y colocados al lado del Altar de la Santísima Virgen. A fines del siglo XVIII, sin duda con motivo de alguna reforma del sepulcro, se grabó en él el siguiente epitafio: "Aquí yace el santo rey D. Pelayo, elleto el año de 716, que en esta milagrosa Cueva comenzó la restauración de España. Bencidos los moros, falleció el año 737 y le acompaña su mujer y hermana."

    Allí continúan los restos del rey don Pelayo hasta el día de hoy. Las consecuencias de la primera victoria obtenida por Pelayo sobre los secuaces de Mahoma y sus continuadas luchas para sostener y acrecentar su reino contra los enemigos de su patria y de su fe, fueron de inmensa trascendencia para el pueblo cristiano y para el suelo patrio, convertido en provincia del califa damasceno. Como reguero de pólvora corrió tan fausta nueva de un extremo a otro del Pirineo, y pronto la Cruz de Sobrarbe juntó a la de la Victoria, para luchar unidas contra el estandarte de la Media Luna. Los cristianos que habitaban las regiones dominadas por los árabes comenzaron a cobrar esperanzas de liberación y a reanimar su abatido espíritu ante la magnitud de la catástrofe producida por la invasión agarena.

    Cuantos pudieron huir del poder de los moros corrieron a engrosar las huestes de Pelayo y a sumarse a aquella lucha que España tuvo que sostener, por espacio de ocho siglos, contra todas las tribus que el Africa enviaba de continuo, presentando un valladar inexpugnable a aquellas turbas fanatizadas, que salvó no sólo a la Patria, sino también a Europa del yugo mahometano. Empresa que fue coronada felizmente por los Reyes Católicos, Fernando e Isabel, al apoderarse de Granada, último baluarte de la morisma y jalón final, que cierra con broche de oro la epopeya iniciada por Pelayo en Covadonga bajo la protección de la Santísima Virgen..

    Luciano López y García Jové

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  9. #9
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    Re: Historias militares y gloriosas Hispanas

    Necesitamos otro como él.

    "El vivir que es perdurable
    no se gana con estados
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    ni con vida deleitable
    en que moran los pecados
    infernales;
    mas los buenos religiosos
    gánanlo con oraciones
    y con lloros;
    los caballeros famosos,
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  10. #10
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    Respuesta: Historias militares y gloriosas Hispanas

    El motivo por el cual esta vez escribo es para contaros una pequeña historia.
    Poco despúes de la toma de Granada, los Reyes Católicos premian a aquellos que mas se habían destacado en la gesta. Dos de esas personas serán dos hermanos: Alvaro y Sancho; al primero le concedera tierras y mercedes, y al segundo, bueno al pequeño le concederá su confianza y el ser considerado una de las figuras mas admiradas, queridas y valoradas de los Reyes Católicos; tanto es así que se le concederá el honor de comandar la flota que lleve a su hija Juana a Flandes para su matrimonio con Felipe de Habsburgo.
    Curiosamente son muchos los historiadores que sitúan a nuestro Sancho comandando tal flota, pero me parece que eso no es posible, por mucho que varias obras lo digan, ya que la flota sale en agosto de 1496 y nuestro Sancho muere en Bilbao el 6 de Enero de ese mismo año.
    Tampoco tiene mayor importancia puesto que en un primer momento era el quien tenía encomendada la labor.
    Sancho deja en su testamento el deseo de ser enterrado en un monasterio de Villanubla, a pocos kms de Valladolid.

    Unas semanas después es enterrado y su sobrina cumple con la otra parte del testamento donando 10.000 marav.al monasterio.

    Dicho monasterio fue abandonado tras la desamortización, pero hace poco una persona se ha hecho cargo de él, lo ha restarurado y ha encontrado un escudo de piedra enterrado, y a la espera de una cata arqueológica con toda seguridad encontrará el cuerpo envuelto en terciopelo verde tal y como ordenó nuestro Sancho en su testamento.
    El escudo de piedra encontrado es el ajedrezado orlado, que se corresponde con el apellido que portaba nuestro personaje, que no es otro que el de BAZÁN.

    Efectivamente se trata de Sancho de Bazán, hermano de Alvaro de Bazán, y por tanto tío de Alvaro de Bazán "el viejo" y tío-abuelo de Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz. Hermano también de María de Bazán, tatarabuela de Francisco I de Medici, y antepasada de Luis XIII de Borbón y del actual jefe del estado Juan Carlos I.

    Sus padres fueron Pedro de Bazan, vizconde de Valduerna y Mencia de Quiñones, ambos descendientes de las casas reales de Portugal y León.


    Pues bien, desde la alcaldía se han propuesto tirar el monasterio, arrasar con los restos y urbanizar, ladrillo y hormigón. A la tradicional codicia se sumaria mala fe, pues se hace lo posible por desprestigiar el lugar.

    Hace poco al lado del monasterio el alcalde dió permiso para instalar un club, no tengo nada en contra del oficio mas antiguo del mundo y mejor que sea bajo techo que en la calle, pero lo ha puesto al lado, y cuando digo al lado digo al lado mismo, cuando nada le impedia dar la licencia 500 metros mas alla o mas aca, ya que se trata de un pequeño municipio de 2000 habitantes, en el que menos del 5% de la superficie municipal esta urbanizada.

    De nuevo nos robarán parte de nuestra historia y que arrasaran con nuestro patrimonio, y con la tumba de uno de nuestros mejores marinos del Siglo XV, iniciador de la mejor saga marinera de Europa.




    Otra cosa que no he dicho es que en ese lugar Pedro I el justiciero, o el cruel, asesino a Pero Álvarez de Osorio que pertenecía a una de las familias mas importantes de la época, y a la sazón ostentaba los títulos de Señor de Valderas y Fuentes de Ropel, familia rival de Pedro I, de ahí su muerte, en una época en que Castilla se encontraba en una situación de pre-guerra civil, que terminará unos años después, en 1369, con la muerte de Pedro I a manos de su hermanastro, el futuro Enrique II.
    El asesinato se produjo en la mansión-cenobio de Diego García de Padilla, Maestre de la Orden de Calatrava hermano a su vez de la amante de Pedro I, María de Padilla, y por la cual poco antes de morir anuló sus dos matrimonios con Blanca de Borbón y Juana de Castro, para jurar que en secreto se había casado primeramente con María de Padilla, y esta pasara a ser reina de Castilla, y por tanto las hijas habidas con ella fueran consideradas infantas de Castilla. Es por eso que Diego García salvo su vida, por ser el hermano de la amante y futura reina de Castilla.
    Ese cenobio es el origen del monasterio.

    Un saludo.


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