II República, democracia poco democrática | Intereconomía
II República, democracia poco democrática
20:52 (09-05-2010)
La II República fue el primer régimen político español que ofreció la democracia electoral, pero fracasó en poco tiempo porque fue, en la frase clásica de Javier Tusell, “una democracia poco democrática”. Solamente los partidos del centro (principalmente el mal nombrado Partido Radical) respetaban las reglas del juego y los resultados de las elecciones.
Los partidos de la izquierda burguesa y el Partido Socialista –aunque bastante divididos entre sí– se creían justificados para tratar de dominar permanentemente el régimen como un proyecto de reformas radicales (especialmente anticlericales), de parte de la izquierda burguesa, o como la vía hacia la revolución socialista, de parte de los socialistas. Y, correlativamente, los partidos de derecha se proponían un cambio del sistema según sus propias doctrinas, aunque igualmente divididos entre sí.
La república podía funcionar solamente como una democracia, el único sistema que podría permitir que partidos y grupos sociales tan reñidos pudieran vivir en paz.
Las tres insurrecciones anarquistas no fueron especialmente peligrosas, aunque mataron a varios centenares de personas, pero la insurrección revolucionaria de los socialistas y sus aliados en 1934 y la política exclusivista, ilegal y antidemocrática mantenida por el Frente Popular en 1936 eliminaron la democracia. Fue una experiencia única en la historia de Occidente que he discutido en la obra que acabo de publicar, ¿Por qué la República perdió la guerra? (Espasa), y en mi libro anterior, El colapso de la República: Los orígenes de la Guerra Civil, 1933-1936 (2005).
El Frente Popular fue una alianza profundamente contradictoria entre la izquierda burguesa y los partidarios de la revolución violenta.
El sector más importante de éstos fueron los “caballeristas” de la UGT y del Partido Socialista, que esperaban legitimar un Gobierno revolucionario bajo Largo Caballero como respuesta a una rebelión militar, que ellos creían inevitablemente muy débil y que ellos provocarían con sus muchísimos desmanes y abusos cometidos entre febrero y julio de 1936. Así que el estallido de la Guerra Civil no constituyó la menor sorpresa para los revolucionarios, que la habían predicado y buscado por varios años. Lo que les sorprendió fue su extensión y fuerza, y el hecho de que estaba apoyado por sectores bastante amplios de la sociedad española.
La decisión de la izquierda burguesa, que dominaba el Gobierno, de armar a los revolucionarios para combatir a los insurrectos ratificó los términos de guerra civil, ciertamente, pero el efecto principal fue el de desencadenar la revolución violenta.
El régimen democrático, ya totalmente moribundo, fue reemplazado por una nueva república revolucionaria, un sistema autoritario pero pluripartidista que no pudo ganar la guerra, algo tan fervorosamente deseado por los revolucionarios. ¿Por qué? Primero, como consecuencia de la revolución misma, que dispersó las energías en el asesinato, el saqueo y la colectivización, en vez de concentrarlas en el esfuerzo militar. Segundo, por la profunda división interna de los grupos izquierdistas, que tardaron mucho en cooperar. Tercero, por su profundo desprecio de los militares y las derechas, que ellos creían incapaces de montar un desafío fuerte. Cuarto, por no dar un énfasis adecuado a la organización militar. Quinto, porque el balance de la intervención extranjera se caía al lado de Franco, mientras ellos habían creído que, pasara lo que pasara, España podía quedarse dentro de su esfera semiaislada de siempre. Y había bastantes otros factores que he analizado en el libro.
El precio fue muy alto: una guerra civil cruel y mortífera y una dictadura de muchos años. Pero, al final, los españoles aprendían bastante de sus errores, y después de Franco se daban cuenta de que solamente un sistema verdaderamente democrático les permitiría vivir en paz y con prosperidad económica. En los último años, sin embargo, se ha hablado mucho de un supuesto “pacto del silencio” y de la necesidad de algo que se llama la “Memoria Histórica”, un oxímoron que es una contradicción en términos.
Los líderes políticos y los votantes españoles de la Transición no “se olvidaban” de la historia, sino que, de todas las generaciones de la historia de la España contemporánea, era de la que mayor conocimiento y conciencia tenían. Eso explica la llegada de la democracia y también la ley de amnistía.
Cualquier intento de desenterrar una fosa que no ha sido excavada y dar una sepultura digna a los restos encontrados es una empresa honrada y encomiable, pero la aprobación de leyes diseñadas, al estilo soviético, de imponer interpretaciones oficiales y falsas de la historia es un acto que traiciona a la democracia. La II República fracasó por no respetar sus propias leyes. Del mismo modo, cuando un juez se propone violar la ley en vez de respetarla, inflige un daño fundamental al sistema democrático.
* Stanley G. Payne es hispanista y catedrático de Historia. Su último libro es ‘Por qué la República perdió la guerra’ (Espasa).
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