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Tema: Carlismo: ¿qué me recomendáis?

  1. #1
    Avatar de Godofredo de Bouillo
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    Carlismo: ¿qué me recomendáis?

    Deseo leer y saber más acerca del carlismo, para entender qué fue, cómo comenzó, quiénes fueron sus protagonistas principales y su situación actual.
    Sé que este movimiento lo iniciaron los seguidores del Infante Don Carlos María isidro, hermano de Fernando VII, a raíz de la anulacion de cierta ley que no favorecía a Don Carlos María Isidro. Luego de largas idas y vueltas, guerras de por medio y un siglo, me dijeron que el carlismo se segmentó, y que una fracción del carlismo tomó una orientación más bien Liberal y socialista.
    Si alguien pudiera recomendarme un autor confiable agradecería mucho.

  2. #2
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    Respuesta: Carlismo: qué me recomendáis?

    ¡ Uf, hay tantos ! Yo a vuelapluma te recomendaría La Formación del Pensamiento Político del Carlismo ( 1810-1875 ), de la Dr. Alexandra Wilhelmsen. Quizá el Nostalgia de Vázquez de Mella del Padre Osvaldo Lira es " menos general ", pero también está bastante bien, disponible en www.nuevahispanidad.com. Y bueno, es que como te digo hay tanto....La Ordenanza del Requeté, mismamente, te puede ayudar a hacerte una idea muy buena; te la encuentras disponible en el bazar carlista ( www.carlistas.org ). Si te interesa la génesis carlista, amén del libro de Doña Alexandra, el de Rafael Gambra sobre las Guerras Realistas, también en Nueva Hispanidad.
    Última edición por Ordóñez; 28/01/2009 a las 16:56

  3. #3
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    Respuesta: Carlismo: qué me recomendáis?

    Y ya que estamos, ¿Algún buen libro sobre la primera Guerra Carlista?

  4. #4
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  5. #5
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    Respuesta: Carlismo: qué me recomendáis?

    JPG, tengo por ahí en formato electrónico una tesis doctoral de Bullón de Mendoza acerca de la Primera Guerra Carlista. Son 4 PDF's con un tamaño total de 90Mb y más de mil páginas. Una burrada, vamos. Creo que con ese material hizo luego un libro, recortando lo menos importante. Me temo que es demasiado "tocho" para lo que tu quieres, pero ahí dejo el ofrecimiento por si te interesa o le interesa a alguien. En todo caso, se puede encontrar igualmente en la biblioteca digitala de la Universidad Complutense (creo que de ahí lo bajé).

  6. #6
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    Respuesta: Carlismo: qué me recomendáis?

    Ahora que lo dice Kontrapoder, del mismo autor éste también es muy bueno:


  7. #7
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    Respuesta: Carlismo: qué me recomendáis?

    Cita Iniciado por _--JPG--_ Ver mensaje
    Y ya que estamos, ¿Algún buen libro sobre la primera Guerra Carlista?
    Lo mejor que puedes encontrar para realizar una aproximación general es la Breve Historia del Legitimismo Español, de Melchor Ferrer. Está magistralmente escrito, con una prosa elegante y vibrante se lee de un tirón. Lo puedes pedir a Fundación Elías de Tejada, c/ José Abascal núm. 38 baj. Izq. Madrid Teléfono +34 915941913.

  8. #8
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    Respuesta: Carlismo: qué me recomendáis?

    Muchas gracias Villores, intentaré hacerme con él.

  9. #9
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    Respuesta: Carlismo: qué me recomendáis?

    Godofredo:

    Carlismo para hispanoamericanos, de Miguel Ayuso. Se lee de un tirón y es bien ilustrativo. www.nuevahispanidad.com

  10. #10
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    Respuesta: Carlismo: qué me recomendáis?

    No me había fijado en los mensajes de Ordoñez y Kontrapoder, gracias por los textos, kontra, intentaré bajármelo para imprimirlo antes que leerlo en el ordenador.

  11. #11
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    Respuesta: Carlismo: qué me recomendáis?

    " LA FORMACIÓN DEL PENSAMIENTO POLÍTICO DEL CARLISMO: 1810-1875 ", DE ALEXANDRA WILHELMSEN






    - Ed. Actas. Colección Hernando de Larramendi.


    Como les anuncié, tras muchas vueltas ( Todos los libros eran buenísimos y no llevaba demasiado dinero; lo de siempre ), me decidí a comprar este genial libro en el Cerro de los Ángeles, en nuestro acto nacional, que este año ha celebrado el 175 Aniversario de nuestra Santa Causa.


    De la Dra. Alexandra ( Al igual que de su viejo, el entrañable Fred ) apenas había leído cosas sueltas. Quizá tras contarme Antonio Barrau desde Sevilla a Madrid cómo conoció al gran Wilhelmsen en sus requetés años, influyó más en decidirme por este título.


    El tomo trata una temática tanto compleja como apasionante: La reacción española contra la Revolución desde los mismos años de la Guerra de la Independencia y las Cortes de Cádiz ( No en vano nosotros somos sus herederos, como tan bien sentenció Vázquez de Mella ) hasta las postrimerías de Carlos VII el Restaurador; gran apelativo al que añadimos a Carlos el Grande, como recordaba Melchor Ferrer. Alexandra nos va a explicar, con abundante y variada bibliografía, el desarrollo sociopolítico del pueblo tradicional español en diferentes frentes, tanto en época de guerra como de paz. Las diferentes vicisitudes, los difíciles contextos, la repercusión internacional, el apoyo popular, la opinión de los extranjeros de ambos bandos ( ¡ Y todos coinciden en que la mayoría de los españoles apoyaba a los carlistas ! ), el desarrollo de la prensa realista, la intervención en las Cortes, la formación de las proclamas y los ejércitos voluntarios desde Carlos V, Cabrera y Gómez; la fallida " solución fusionista " en tiempos de Carlos VI y Balmes, el trabajo doctrinal y la difusión de folletos y prensa con Fray Magín Ferrer, Vicente Pou, Aparisi i Guijarro, Herrero, el Vizconde de la Esperanza, el Obispo Caixal i Estradé, Dorronsoro, Nocedal; el exilio carlista tanto en Francia como en Hispanoamérica, el desarrollo de la Comunión Católico-Monárquica, la irrupción de los llamados " neocatólicos ".....Todo en base al trabajo del ideario carlista: Dios, Patria, Fueros, Rey; como ya los realistas venían anunciando. Este libro, en clave carlista, desmiente todos los topicazos ignorantes que contra el tradicionalismo español se han cebado, como aquél que los carlistas no querían renovación. Pues sí, sí que la querían. Como desde un principio se desarrolló el tema foralista y se vieron los posibles errores que se cometieron en el pasado, quizá con alguna " vuelta de tuerca " con lenguaje romántico contaminado de la época, se admite; pero con un profundo afán regenerador, desenmascarador de la oligarquía partitocrática, de la exclusión clasista, la nula representatividad del liberalismo, la colonización financiera que sufría España ( Y sigue sufriendo ), la posición de España ante América en particular ( Con el plan virreinal de Carlos VII para las Antillas y las Filipinas; y su deseo federativo con las entonces aún incipientes naciones de allá ) y el mundo en general....Y también, finos análisis que hicieron los carlistas contra la Revolución como un problema global, con grandes ópticas geopolíticas que en sus tiempos podrían estar bastante limitadas.

    Explica, asimismo, el Carlismo como un fenómeno pura y genuinamente español, y no sólo localizado en el Norte y el Levante como algo folklórico/romántico, si bien se detiene sobre las causas de la popularidad de la causa legitimista en estas zonas. El Carlismo como defensor de unas Cortes que los liberales nunca convocaron empezando por la falsa sucesión isabelina. El Carlismo como defensor de libertades concretas, de programas políticos concienzudos, de la libertad de una Iglesia oprimida mientras crecía el latifundio tras el latrocinio desamortizador ( Para que luego los secuaces de Blas Infante le echen la culpa a la Reconquista ), el Carlismo como vanguardia de un pueblo castigado por las mismas miserias revolucionarias, como enemigo del engrudo del gabinete centralista que jamás logró la unidad nacional, sino que la deshizo; hablando de " fundaciones constitucionales ", como si la patria hispánica no estuviera bien fundada y fundamentada desde Recaredo I....Los " abiertos de mente " que no admitían otra verdad que su caciquismo burocrático, y hasta hoy. ¡ Y nos acusan de filoseparatistas a los que siempre hemos defendido los fundamentos históricos y presentes de la patria española, mientras que ellos, desde esos años a Rajoy y ZP no hacen más que ponerlos en duda ! ¡ Hipócritas ! Los mismos que nos acusan de ser simplones nostálgicos, como si ellos hubieran descubierto la pólvora. En fin....


    Quizá lo que echo un poco de menos es que apenas trata el tema de la relación con la Causa Miguelista; aunque sí da detalles sobre el " influjo portugués " desde la misma estancia allí de Carlos V, y luego el trabajo de la Princesa de Beira.


    Con todo, en este 175 Aniversario, constituye una decisión muy seria la lectura de Doña Alexandra. Y de esta obra en especial. Harto recomendable. Por Dios, la Patria y el Rey. Como decía su señor padre, los carlistas, cuando no pelean, estudian. Sigamos estudiando, pues, pero no descuidemos la lucha en todos los ámbitos, que hoy se nos está requiriendo más de la cuenta.

  12. #12
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    Respuesta: Carlismo: ¿qué me recomendáis?

    Godofredo, ahí va una que creo te va a gustar:





    Un requeté en Buenos Aires

    Estallado el alzamiento nacional en España de julio de 1936, un comandante de requetés que se encontraba en Buenos Aires esperando partir hacia la Península a unirse con sus camaradas de armas, dejó su testimonio sobre "¿Qué es el Requeté?" al diario católico El Pueblo.

    El artículo es, además de una interesante rareza, muy didáctico y fue escrito pensando en el público argentino de la época. Agradecemos al Centro de Estudios General Zumalacárregui el haberlo puesto a disposición de los interesados en su sitio en internet. Desde ya, recomendamos su lectura.



    El diario católico El Pueblo fue fundado en Buenos Aires por el R.P. Federico Grote, CSSR, en 1900 y se publicó ininterrupidamente hasta 1954 en que fue clausurado por el gobierno de Juan D. Perón. En 1956 volvió a reeditarse pero ya no pudo volver a sus anteriores niveles de distribución, además de imposibilitársele la obtención de papel prensa, por lo que debió cerrar en en forma definitiva en 1960.

    El sacerdote redentorista Grote era originario de Alemania. Discípulo de von Ketteler, Hitze, Pieper y otros, trajo la idea de la fundación de los Círculos Católicos de Obreros a la Argentina, siendo recibido con bastante frialdad por el catolicismo local. En base a las sociedades parroquiales de socorros mútuos y los distintos capítulos de la Sociedad de San Vicente de Paúl, en 1893 el P. Grote funda el primer Círculo en Buenos Aires. Además de la defensa de los intereses de los obreros, los círculos realizaban una importantísima obra mutualista y apoyaron la legislación social de los poquísimos diputados y senadores católicos. Cuando el P. Grote se retiró en 1912, existían 77 círculos en todo el país, con 22.930 socios.

    Curiosamente, en la organización de los Círculos, el Padre Grote contó con la valiosa asistencia del presbítero Dionisio Napal y el ingeniero Rómulo Ayerza, ambos hijos de carlistas.



    Posted by CA at 8:24 PM 0 comments
    Labels: Carlismo argentino, El Pueblo, requeté

  13. #13
    Avatar de Godofredo de Bouillo
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    Respuesta: Carlismo: ¿qué me recomendáis?

    Muy bueno!!. Aplicable como eficaz remedio a cualquier cosa que estemos viviendo hoy en día.
    Aparte, amigo Ordoñez, me enganché leyendo otros artículos del blog Carlismo Argentino. Es estremecedor leer los relatos del convencimiento y la fé de estas gentes. "No hay como un Requeté recién comulgado...".
    "Ante Dios nunca serás héroe anónimo". esta frase se me pegó.
    Gracias por la recomendación.

  14. #14
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    Respuesta: Carlismo: ¿qué me recomendáis?

    Godofredo: Pues ahí llevas la Ordenanza del Requeté


    ORDENANZA DEL REQUETÉ (1936-1939)



    Tú, BOINA ROJA, eres:

    Soldado de la Fe y de la Santa Causa Tradicional.

    Tu ordenanza fija tus deberes, exalta tus principios y te encuadra para ser útil.

    Tu Trilema permanente:

    DIOS - PATRIA - REY

    Procedes de la Elección entre los afiliados a la Comunión Tradicionalista.
    Eres por tanto, orgulloso y heredero de tus gloriosos antepasados. Te llamas "Boina Roja", porque eres soldado selecto, entusiasta, leal y la Tradición tienn en ti el más firme y valiosos sostén.
    Examina tu misión, recuerda viejas glorias, y verás cómo el pensamiento que te rige y el sentimiento que te anima, constituyen la substancialidad que informó la existencia y origen de la España inmortal.


    DIOS:

    La Fe fundamenta todas las virtudes del soldado "Boina Roja"
    Refuerza el espíritu con el culto a Dios
    Sírvele siempre
    Muere por Él , que morir así, es vivir eternamente
    Ante Dios, nuca serás héroe anónimo
    La Tradición, habla a tu alma, purifica tus sentimientos y te acerca a Dios. Ella, enseña a amar a la Iglesia. Se siempre Católico práctico, con conocimiento claro de los que Dios desea para servirle, que es el fin esencial. Tú Soldado de la Tradición, habrás de tener puesto en el Reino de Dios.


    PATRIA:

    Tu Patria es tu Nación; tu Nación, España.
    España: Única e indivisible, en su rica variedad autárquica regional, es:
    Sublime arcano de tradiciones
    Relicario de grandezas
    Madre de Nuevos mundos
    Luz de la Historia
    Albergue de Santidad
    Defensora de la Iglesia Católica
    España, sin la cruz, dejaría de ser España
    Estúdiala, para conocerla
    Conócela, para amarla
    Ámala, para honrarla
    Ten presente que el mas puro de los amores, después de Dios, es el de la Patria
    Se siempre católico práctico
    Tú, soldado de la Tradición, habrás de tener puesto en el Reino de Dios

    REY:

    Monarquía cimentada en la cruz y rematada por la cruz
    Altar de la Patria
    Continuidad en los gloriosos destinos de España
    Antiliberal por naturaleza
    Antirrevolucionaria y guardadora del derecho, la justicia y la jerarquía

    El Rey

    Tu Rey es el primer soldado de la Tradición
    Jamás absolutista, pero que reina y gobierna
    Verdadera autoridad y padre de los españoles
    El Rey, en las instituciones tradicionales, dio a la Patria la primera categoría de la Historia. Los Reyes "Liberales" la sometieron a poderes ocultos
    En la hora de las responsabilidades, la dinastía legítima, está libre de toda mancha. El primer soldado de la Tradición en el Rey de la Patria.


    Página Principal
    El Tercio de Lima dio el Víctor.

  15. #15
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    Respuesta: Carlismo: ¿qué me recomendáis?

    UNA MÁS DE CARLISMO

    - Los dos primeros de Carlismo Catalán; el segundo de Carlismo: Historia y Cultura - 175 Aniversario

    Pasen y vean:





    SMC don Carlos VII, Rey de las Españas



    Publicado por Requeté Català en 19:06 Etiquetas: CENTENARIO DEL FALLECIMIENTO DEL REY DON CARLOS VII



    Iniciamos un pequeño homenaje en recuerdo de SMC don Carlos VII, Rey legítimo de las Españas en respetuosa conmemoración del centenario de su fallecimiento, con diversos documentos y un ramillete de citas extraídas del libro "CARLOS VII, EL REY DE LOS CABALLEROS Y EL CABALLERO DE LOS REYES" de don Francisco López-Sanz, publicado por la Editorial Gómez de Pamplona.




    El primer carpítulo se titula "MANOJO DE TESTIMONIOS" y tal como figuran los iremos transcribiendo en las próximas fechas.


    * El pueblo español sabe que Carlos VII ha de satisfacer sus más legítimas aspiraciones. El instinto del pueblo es seguro; no se equivoca. El corazón es adivino. Don Carlos vendrá, y al verle sentado en su trono y al observar los actos de su reinado, dirán:

    Los militares: ¡Es Valiente!
    Los diplomáticos: ¡Merece la Corona!
    La Grandeza y los nobles: ¡Sabe ser Rey!
    El Clero: ¡Es un monarca cristiano!
    Las Corporaciones sabias: ¡Es ilustrado!
    Los pobres: ¡Es nuestro padre!
    Los ricos: ¡Nos ha salvado!
    El sacerdocio de la justicia: ¡Es inflexible, recto y justiciero!
    El pueblo español: ¡Es digno nieto de Carlos I y de Felipe II!
    Y Europa, que hoy nos compadece y desprecia, se admirará y dirá felicitándonos: ¡Don Carlos es la civilización en España!





    VICENTE DE MANTEROLA, en su folleto "Don Carlos es la civilización". Madrid 1871.

    * Don Carlos realizó mayores esfuerzos personales para ser rey que don Alfonso, al cual se lo dieron todo hecho entre Cánovas y Martínez Campos. Sean cuales fueren nuestras ideas (desde luego no eran carlistas, sino liberales), no se puede negar a Don Carlos gallardía, espíritu de sacrificio, romanticismo y ese don proselitista que constituye el carácter y la idiosincrasia de los verdaderos caudillos.


    FRANCISCO GANDMONTAGNE, escritor español que pasó muchos años en la República Argentina.







    * ¡No ha de haber un hombre que nos saque de esta anarquía! Pues este hombre libertador es don Carlos de Borbón y de Austria-Este, hijo de cien reyes españoles y representante del Derecho y de la Legitimidad.






    FRANCISCO NAVARRO VILLOSLADA, en un artículo publicado, "El hombre que se necesita", que fue leído por todos los españoles después de la revolución de 1868, porque se editaron muchos millares de ejemplares.






    * Como el mármol se bruñe con esmeril, así las almas grandes reciben en el taller de la adversa fortuna el brillo que las hermosea. La revolución odia según que teme ¡Qué gloria merecer con preferencia, como Carlos VII, el odio de la revolución!





    JUAN DE LA PAZA DE MARTIARTU, República Argentina.






    * Reconocemos en don Carlos tacto social, tacto político, verdadero tacto de gobernante y de soberano; carácter enégico que no se doblega ante ninguna imposición y que, al contrario, se afirma al seguir las inspiraciones de la justicia, perseverancia extraordinaria que sobrelleva sin esfuerzo heróico las privaciones y el sufrimiento, y con fe inquebrantable no desmaya ante los reveses; un valor sereno y frío, tan seguro de sí mismo; una inteligencia poderosa; un alma grande, que se muestra en la majestad y en la gallardía del talle y de la figura.






    "LA ESPERANZA", el único diario carlista que existió en España hasta la revolución de 1868.



    * Don Carlos como hombre vale mucho, como Rey no tendría igual. Dichoso el día en que los españoles puedan aclamarle públicamente y experimentar los efectos de su sabiduría, lo mmismo en tiempos de paz que durante la guerra.





    CARLOS PUGET, "Biblioteca Popular Carlista", tomo V, página 13.






    * ¡Qué dolor y qué vergüenza no poder ser carlista como lo fueron mis antepasados".





    JOSÉ ORTEGA Y MUNILLA, padre de los Ortega y Gasset, José y Eduardo.






    * Las más nobles cualidades de nuestra raza tienen en Loredán un heróico representante. Sea permitido al viajero dedicar aquí un pensamiento de simpatía al Príncipe ilustre.






    JOSÉ ORTEGA Y MUNILLA, en el Álbum de Loredán.






    * Don Carlos: Antes, ahora y después, yo siempre con Vos.






    EL VIZCONDE DE ORBE.






    * Si de Maistre dijo un día de Voltaire: "París lo coronó: Sodoma lo hubiera desterrado", creo que hoy hubiera dicho de don Carlos: "Le dio un destierro su Patria: el mundo le hubiese dado una Corona",





    ALEJANDRO MÉNDEZ, político chileno.

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    El Requeté, página 234.

    Publicado por Requeté Català en 22:46 Etiquetas: ANECDOTARIO, DOCUMENTOS
    EL REQUETÉ
    LUIS REDONDO Y JUAN DE ZAVALA
    EDITORIAL AHR (BARCELONA)
    Página 234 y siguientes
    .


    Los trabajos prácticos de este período habían empezado ya en realidad antes de venir la República, pues por ejemplo, en la huelga revolucionaria del año 1930, en Pamplona salieron a la calle 40 Requetés mandados por Jaime del Burgo que cooperaron al orden público. Ya en 1931, con la República a la vista, se multiplicaron las actividades, principalmente en Cataluña y en Navarra. Los gobernantes republicanos enviaron una columna de maniobras por los montes navarros “con la obsesión de cazar a los fantasmas amenazadores de Zumalacárregui, Ollo y Radica”.


    En esta última región hubo una reunión en casa de los Baleztena, en Leiza y se decidió organizar unos grupos “para contención de posibles desmanes y que pudieran ser vivero de futuros esfuerzos de mayor envergadura”. En esta reunión están presentes significadas personalidades que traen representación, puede decirse, de todo el Carlismo vasco-navarro. Preside Joaquín Baleztena, y por Guipúzcoa está Ignacio Plazola; por Vizcaya, Jesús Castañaga; por Logroño, José María Herreros de Tejada, y por Navarra, Generoso Huarte. Se habla por primera vez de la posibilidad de un alzamiento armado y se elevan a don Jaime, que está en París, los acuerdos que tienen una significación militar y que el rey aprueba, y más tarde don Alfonso Carlos confirma e impulsa.

    Inmediatamente aparecen los primeros núcleos de requetés que organizaba Generoso Huarte y que consistían en unos grupos de diez hombres, llamados “decurias”, sin que, por lo pronto, hubiera idea de organización superior, aunque sí una coordinación de todas esas unidades, ya que pronto en todo el País Vasco se cuenta con unos 10.000 mozos juramentados. Su carácter inicial era puramente defensivo, por eso no fue necesario un mayor volumen militar, pero de su instrucción se encarga el coronel retirado don Eugenio Sanz de Lerín. La finalidad principal era, por entonces, custodiar los edificios religiosos, pues ya habían ocurrido los sucesos del 11 de mayo, en que ardieron tantas iglesias. Por esta razón hubo un ofrecimiento a las autoridades religiosas de cada localidad. El clero aceptaba aquellos servicios y percatado de la gravedad de los sucesos que se avecinaban, ayudó y cooperó todo lo que pudo a la organización de los “requetés”, que fue creciendo por momentos.

    La Comunión Tradicionalista activó sus trabajos políticos en toda España, y los Requetés tuvieron que dedicar sus servicios a la vigilancia y custodia de las calles, locales, círculos y salones públicos donde se celebraban los mítines, así como los periódicos, etc.

    Hay que dedicar un recuerdo a aquel periódico que el año 1931 dirigían en Pamplona, Jaime del Burgo y Mario Ozcoidi, el semanario La Esperanza, nombre que tenía un brillante historial en las luchas periodísticas del Carlismo, y que puede simbolizar el espíritu que animaba a los requetés de aquella época. Este semanario fue el primer periódico -6 de junio de 1931- que habló claro sobre lo que era la República y que trató de poner sobre aviso a los buenos españoles de los males que se avecinaban. Así nos describen sus propios fundadores los propósitos que los animaban:

    “ Turbar digestiones de personas “sensatas” y “prudentes”.

    “Éramos considerados como unos eternos Quijotes, provocadores de conflictos y de situaciones violentas”.

    “Teníamos un ideal hermoso y vivo, y sentíamos necesidad de sustentarlo y defenderlo con más razón que nunca”.

    “A la revolución laica no se la vence con transacciones ni claudicando, sino con arrogancia y temeridad, utilizando sus misma armas, dando la cara, con orgullo y firmeza de héroes”.

    “Las corrientes reconocementeras de la época; la odiosa insinuación de procurar, dentro del desorden, algo de orden, o sea, dentro de la República laica, respeto a la propiedad y al dinero, idea suprema de aquellas masas anodinas –espíritus mozárabes-, sublevan nuestra conciencia de requetés”.

    “Y no queríamos vivir del recuerdo de glorias pasadas, con cuya evocación se organizaban magníficas veladas en los círculos y casinos. Queríamos igualarlas, si no superarlas, en un anhelo redentor”.

    Culminación de estos primeros esfuerzos fue el colosal mitin que se celebró a los dos meses justos de venir la República, en la plaza de toros de Pamplona, en que se reunieron 30.000 católicos de diversas procedencias y matices políticos, que al salir contagiados del espíritu de los tradicionalistas, gritaban: “¡Viva don Jaime!” y “¡A Madrid, a Madrid!”.









    ___________________________________________________________________________________






    AQUELLOS MONTEJURRAS DE LOS SESENTA... (4)
















    Publicado por CTC - HYC en 4/26/2009 09:06:00 AM 0 comentarios
    Etiquetas: Actos, Archivo gráfico carlista, Lugares carlistas

  16. #16
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    Respuesta: Carlismo: ¿qué me recomendáis?

    Un libro muy interesante y lleno de datos que pueden hacer falta es "La Esperanza Carlista (1844-1874)" De la autora Esperanza Carpizo Bergareche, editado por ACTAS Editorial, Colección Luis Hernando de Larramendi.
    El libro versa sobre el periódico La Esperanza, verdadero diario de la causa, que seguían con fruición los legitimistas, pues como bien se asegura en las cubiertas de la obra: "cuando un tema estaba en discusión, y no se llegaba a ningún acuerdo, para dirimir la controversia bastaba un - lo ha dicho La Esperanza- para que terminase la discusión".
    Es un buen libro, un poco extenso (1037 páginas), ya que abarca mucha hsitoria, pero como digo más arriba, lleno de datos y referencias interesantísimas para entender una época y un ideario político.
    en él aparecen todos los personajes que son importantes en el Carlismo de esa época.
    Conócete, acéptate, supérate.
    (San Agustín)

  17. #17
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    Respuesta: Carlismo: ¿qué me recomendáis?

    ¿Y que tal es el libro de "El carlismo" de Jordi Canal?
    Carolus V dio el Víctor.

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    La Partida del Cura Santa Cruz y su Bandera


    PRÓLOGO


    Manuel de Santa Cruz Loydi, sacerdote guipuzcoano, temible guerrillero carlista en la tercera guerra, finalmente misionero en las montañas novogranadinas de Pasto, se halla entre esos grandes caracteres que levantan adhesiones inquebrantables y odios africanos. Iñigo Pérez de Rada, de la estirpe de los marqueses de Jaureguízar, bien conocido por su generoso empeño de custodiar la tradición carlista en sus recuerdos a través del museo que ha levantado en Tabar, en estas páginas llenas también de recuerdos, reconstruye la discutida y apasionante peripecia del cura Santa Cruz. Que hasta el día de hoy sigue sin dejar indiferente. Su pugnacidad sin cuartel y su entrega generosa, en la guerra y en la paz, le hacen modelo de soldado y cristiano. Si en lo primero hubo exceso no es fácil juzgarlo. Desde luego que no sólo sus superiores, sino el propio Rey Don Carlos VII, así lo concluyeron. En todo caso parece que lo trascendió con la segunda.
    En febrero de 2005 tuve el honor de acompañar a S. A. R. Don Sixto Enrique de Borbón en su viaje a Pasto. Recuerdo la llegada a ese aeropuerto diríase que milagrosamente abierto entre montañas, como la aún más dificultosa salida. Recuerdo también la simpatía del nutrido grupo, con el presidente de la Fundación Manuel de Santa Cruz a la cabeza, que quiso agasajar al sucesor de aquel Abanderado de la Tradición a quien Santa Cruz sirvió siempre abnegada aunque en ocasiones indisciplinadamente. Recuerdo la catedral de la ciudad, donde se guarda memoria de Agustín Agualongo, el último y mestizo caudillo realista durante la guerra de secesión erróneamente llamada de independencia, y del santo obispo carlista Ezequiel Moreno. Pero, sobre todo, recuerdo la visita al poblado de San Ignacio, donde don Manuel de Santa Cruz vivió los últimos años de su vida entregado a la evangelización de los pobres. Porque es difícil de olvidar el escarpado trayecto a través de valles montañosos que, aunque algo más abiertos que los guipuzcoanos, habían de evocar al clérigo los suyos natales. Como impresiona la presencia de don Manuel en todos los rincones y en todos los habitantes de la aldea. Precisamente con todos ellos reunidos, en la iglesia que él erigió, el padre José Ramón García Gallardo, de acrisolada lealtad carlista, que también acompañaba a Su Alteza, revestido de los ornamentos del cura Santa Cruz, celebró la Santa Misa en el rito de siempre, en el que ofreció todas y cada de una de sus Misas el cura Santa Cruz, y predicó desde el mismo púlpito. Las gentes, sencillas y dignas en su pobreza, saludaron con respeto al Rey de España, pues eran conscientes de quién les visitaba, arremolinándose luego en su torno, y del padre José Ramón, para hacerse unas fotografías que no puedo mirar sin emoción. Aunque para emoción la de los últimos supervivientes que de niños conocieron a don Manuel, cuando en un pueblo cercano a San Ignacio recibieron también la visita de Don Sixto.
    Gracias a estas páginas de Iñigo Pérez de Rada la figura de Manuel de Santa Cruz, desfigurada tanto por enemigos de toda laya como de diversos falsos amigos, vuelve a situarse donde debe. En la grande, belicosa y, a veces, piadosa familia del Carlismo.

    Miguel AYUSO TORRES


    La Partida del Cura Santa Cruz y su Bandera
    Por Iñigo PÉREZ DE RADA y CAVANILLES

    RESUMEN

    La Partida del cura Santa Cruz, levantada por el sacerdote guipuzcoano D. Manuel Santa Cruz y Loidi (1842-1926) fue una de las más afamadas unidades de guerrilleros que combatieron durante la 3ª guerra Carlista, desde su creación en mayo de 1872 hasta su disolución a mediados de diciembre del siguiente año, cuando su jefe toma el definitivo camino al exilio, perseguido por liberales y antiguos correligionarios carlistas.
    Aquí se presentan los hechos acaecidos durante este periodo, así como la reproducción fotográfica inédita de la bandera negra utilizada por la Partida, que pertenece por derecho propio al acervo cultural vasco-navarro.

    No creemos que exista mejor manera para abrir este breve compendio sobre la Partida del cura D. Manuel Santa Cruz (1) que la descripción sobre su jefe y creador hicieron Ramón Mª del Valle-Inclán y Pío Baroja, ya que a ambos autores del 98 les interesó sobremanera el célebre guerrillero, aunque vistos desde distintos prismas: el primero para profundizar en él ya que simpatizaba con la causa carlista y el segundo, en cambio para deslustrarlo por no comulgar con ella. Así pues Valle-Inclán nos lo presenta como “fuerte de cuerpo y menos que mediano de estatura, con los ojos grises de aldeano desconfiado y la barba muy basta, toda rubia y encendida. Su atavío no era sacerdotal, ni guerrero. Boina azul muy pequeña, zamarra al hombro, calzón de lienzo y medias azules bajo las cuales se cubría el músculo de sus piernas. Aquel cabecilla sobrio, casto y fuerte, andaba prodigiosamente y vigilaba tanto, que era imposible sorprenderle. Los que iban con él contaban que dormía con un ojo abierto, como las liebres” (2). El cabecilla vascongado, alejado de la concepción formal de la guerra con sus ejércitos regulares y aparato administrativo, no ambicionaba charreteras, títulos ni honores, sólo pretendía combatir a su manera sin rendir demasiadas cuentas a sus más inmediatos superiores jerárquicos, y que estos le concedieran un razonable grado de independencia operativa. “Quería reunir bajo su mando todas las partidas guipuzcoanas, y realizar el sueño que tuvo una mañana inverniza, al salir con tres hombres de su iglesia de Hernialde. Iba a ser solo. Haría la guerra a sangre y fuego, con el bello sentimiento de su idea y el odio del enemigo. La guerra que hacen los pueblos cuando el labrador deja su siembra y su hato el pastor. La guerra santa que, está por encima de la ambición de los reyes, del arte militar y de los grandes capitanes” (3).
    El retrato de Santa Cruz ofrecido por Pío Baroja es más psicológico y procurando hacerlo odioso al lector: “Llevaba éste la boina negra inclinada sobre la frente, como si temiera que le mirasen a los ojos; gastaba barba ya ruda y crecida, el pelo corto, un pañuelo en el cuello, un chaquetón negro con todos los botones abrochados y un garrote entre las piernas. Aquel hombre tenía algo de esa personalidad enigmática de los seres sanguinarios, de los asesinos y de los verdugos; su fama de cruel y de bárbaro se extendía por toda España. El lo sabía y, probablemente, estaba orgulloso del terror que causaba su nombre. En el fondo era un pobre diablo histérico, enfermo, convencido de su misión providencial. Nacido, según se decía, en el arroyo, en Elduayen, había llegado a ordenarse y a tener un curato en un pueblecito próximo a Tolosa. Un día estaba celebrando misa, cuando fueron a prenderle. Pretextó el cura el ir a quitarse los hábitos, y se tiró por una ventana y huyó y empezó a organizar su partida.” (4) (5).


    Don Manuel Santa Cruz de párroco en Hernialde

    D. Manuel Santa Cruz y Loidi viene al mundo el día 23 de marzo (6) de 1842 a las cinco de la mañana en un caserío denominado “Samoa” sito en Elduayen, Guipúzcoa, hijo de Francisco Antonio y Juana Josefa. A los 19 años (7) marcha a Vitoria a realizar sus estudios en el seminario, de donde saldrá una vez ordenado sacerdote para ocupar la parroquia guipuzcoana de Hernialde en donde, y a tenor de los acontecimientos políticos acaecidos en España en las postrimerías del reinado de Isabel “don Manuel se agitaba en su parroquia como un león enjaulado. Desde lo alto de las rocas de su valle, veía fraguarse la tormenta y en su espíritu repasaba todas las proezas de Zumalacárregui, el famoso caudillo de la primera guerra. Su genio militar se despertaba y con certero golpe de vista abarcaba todo el país con sus valles cerrados, sus puertos, sus gargantas, sus riscos inaccesibles, y lo veía como una inmensa ratonera cuajada de cepos para atrapar liberales. Todos los lineamientos de la guerra de partidas, de su guerra, se dibujaban en su cerebro con claridad meridiana.
    Por lo demás, jamás creyó Santa Cruz que al desempeñar su papel hacía nada anormal, nada que se opusiese a su papel de sacerdote. En todo el territorio vasco, el clero formaba partidas; los ejemplos abundaban: don Manuel Galbino, cura de Oyarzun, fue un infatigable organizador de ellas. Muñagorri, don Pedro Leñara Lasarte, Macazaga, cura de Orio; Canaecheverría, Solio, Mekobalde, y en Vizcaya el ex jesuita Gorriena, sin mentar otros sacerdotes de Toledo, Astorga, Ávila y Cataluña, alistaban soldados y los llevaban al combate. La causa de don Carlos era para ellos la causa de Dios” (8).
    Tras la muerte de Fernando VII en 1833 se produjo en España una concatenación de leyes y disposiciones de índole laicista, de las cuales sobresalía por su importancia la llamada desamortización de Mendizábal. ¿Cómo iba el párroco de Hernialde abstraerse del aluvión de acontecimientos propiciados ahora por el Sexenio Revolucionario, que tanto perjudicaban a la Iglesia? Desde Madrid el Gobierno, entre otras medidas anticlericales suprimió la Compañía de Jesús; propició la libertad de culto y enseñanza; frenó la posibilidad a las comunidades religiosas de adquirir bienes; cierre de conventos fundados a partir de 1837 y merma de los existentes, con algunas pregorrativas, hasta la mitad e incautación de los bienes de las suprimidas; supresión de las facultades de Teología y evanescencia de subvenciones a los seminarios. Debido a que las autoridades liberales ya consideraban a Santa Cruz como un elemento peligroso desde tiempo antes de comenzar la 3ª Guerra Carlista, lo fue a detener una tropa militar el 6 de octubre de 1870 mientras celebraba Misa en su parroquia. Aprovechándose de cierta candidez de sus captores y disfrazándose de casero, logró burlar su detención, escapándose y dando así comienzo el legendario mito del cura guerrillero.
    Permaneció dieciocho meses en Francia, pasados los cuales regresó a España convirtiéndose en capellán de la Partida levantada por Recondo (9), antiguo oficial de la Primera Guerra. Si bien el paso de Santa Cruz por esta primera salida suya pasó sin pena ni gloria, reforzó la idea que D. Manuel tenía de cómo había de hacerse la guerra. Este periplo se “redujo a recorrer los montes de Guipúzcoa, y parte de los de Navarra, pasando por Iturrioz, Oñate, Segura, Aya de Ataún, Corri, Lizarrosti, Baraibar, Leiza, Erasun, Beruete y Santesteban, sin más incidentes que un pequeño tiroteo, hasta que entregaron sus armas al Gobierno en el último de los pueblos citados” (10). La partida Recondo se rindió el 10 de mayo de 1872 en Santesteban tras ser derrotadas las armas carlistas seis días antes en Oroquieta (11).


    El Rey Don Carlos VII

    Tras lo cual y desligándose de sus antiguos correligionarios, Santa Cruz se interna nuevamente en Francia, hasta que a finales de mayo la abandona y ya al frente de su propia Partida, compuesta entonces por unos 16 voluntarios, se interna en su querida patria por los montes de Oyarzun. “Esta segunda salida, así como también la primera, no fue sino como un ensayo para la siguiente. Las hazañas de esta época se reducen a correr de montaña en montaña, a tener provisiones de boca, a apoderarse de buenas armas, pues las suyas eran muy malas, y a verse libre de las manos de sus enemigos” (12).
    Efectivamente, la recién creada Partida comandada por el cura no iba a protagonizar grandes hechos de armas ni gloriosas intervenciones a no ser la captura del propio D. Manuel, seguida de su sonada fuga del edificio del Ayuntamiento de Aramayona. El 6 de agosto, al frente de dos docenas de voluntarios se propuso atacar un convoy liberal, compuesto por 21 soldados y 4 miqueletes mandados por un alférez del Batallón de Cazadores de Segorbe que transportaba armas desde Vergara a Mondragón. Efectuado el ataque con éxito donde se obtuvieron 41 fusiles y 3 cajas de pertrechos, se retiró y en un descanso de la tropa a un joven voluntario accidentalmente se le disparó un arma lesionándole la mano. El cura, abandonando su grupo, condujo al mozo a un sitio seguro donde el herido pudiese ser convenientemente atendido, y a su regreso fue capturado por una avanzada liberal, que maltratándolo lo condujo a Aramayona, donde fue encerrado en su casa consistorial. Esto acaeció el 10 de agosto de 1872; tras dos días de cautiverio, en el que confesó con otro sacerdote, convencido en su inminente fusilamiento. Logró huir descolgándose por un balcón del Ayuntamiento, burlando por segunda vez a sus aprehensores, tras lo cual se ocultó en un cercano río muchas horas hasta que fue socorrido por lugareños simpatizantes con la causa que tan tenazmente defendía el cura, que después de alimentarlo y atenderlo lo escondieron en una cueva situada entre Elorrio y Aramayona. “Allí un muchacho, que venía tocando la flauta como si fuera cuidando el rebaño, me traía la comida y se volvía. En esa cueva estuve tres días, y me fui derecho a Francia: en 24 horas hice 20 leguas hasta la frontera, sin entrar ni parar en ninguna parte” (13).
    Durante este su tercer exilio, segundo desde que comenzara la guerra, en Francia pudo D. Manuel observar como “Los mozos vagaban por las calles medio muertos de hambre, y sin que nadie se preocupara de ellos; los oficiales, por el contrario, vivían en los cafés, muy bien tratados y echando planes al por mayor; y entre los que tenían la alta dirección, no todos estaban dotados de aquella energía y talentos que son necesarios para tan altos puestos. En una palabra; se procuraba cubrir las apariencias; pero en realidad, la traición estaba tramada” (14). Así las cosas, vino el nombramiento por parte de Carlos VII en la persona de D. Antonio Dorregaray como Comandante General de Navarra, Vascongadas y Logroño, circunstancia que llevó nuevos bríos a la Causa y trajo implícito que en diciembre de 1872 las armas carlistas resurgieran en estas provincias, ya que hasta entonces, desde verano, únicamente las defendía el general D. Francisco Savalls en Cataluña. Esta nueva designación en tan alta jefatura del Ejército llenó de ilusión a Santa Cruz, quien una vez regresado a Guipúzcoa se afanó en reunir a los mejores y más bravíos exponentes de la raza vascongada para su Partida. “Llevaba consigo segadores con la hoz y pastores con hondas, y boyeros con picas. Su alma se comunicaba en el silencio con el alma de todos, sabía cuáles eran los más fuertes, cuáles los que se consumían en una llama fervorosa, y los que peleaban ciegos, y los que tenían aquél don antiguo de la astucia. Para gobernarlos y valerse de ellos, los tenía en categorías: lobos, gatos, raposas, gamos. A uno solo le llamaba el ruiseñor, porque era un versolari. Jamás hubo capitán que más reuniese el alma colectiva de sus soldados en el alma suya. Era toda la sangre de su raza” (15).


    Ninguno de la partida tenía mal aspecto ni aire patibulario. La mayoría parecían campesinos del país; casi todos llevaban traje negro, boina azul pequeña y algunos, en vez de botas, calzaban abarcas con pieles de carnero, que les envolvían las piernas". (Pío Baroja, “Zalacaín el aventurero”). El cura Santa Cruz, en el centro con barba, junto a sus hombres.

    Regresó Santa Cruz de Francia al frente de cincuenta voluntarios el 1 de diciembre de 1872, estableciéndose en Arichulegui (16), monte próximo a Oyarzun, lugar que habría de convertirse en un futuro en cuartel general de la Partida.
    Esos cincuenta hombres pronto se multiplicarían hasta alcanzar los quinientos (17), número que habría de mantenerse relativamente estable durante el resto de la vida de la Partida. Ese incremento en los efectivos de Santa Cruz fue directamente proporcional al auge que experimentaron las armas carlistas por los sucesos que estaban aconteciendo en Madrid: la abdicación de Amadeo de Saboya el 11 de febrero de 1873 y el advenimiento de la 1ª República fueron los detonantes para que muchos patriotas quisiesen abrazar una causa que defendía el Altar y el Trono, engrosando así las filas de los partidarios de Don Carlos. El propio Saboya escribió en estos términos los motivos de su abdicación, en los cuales se encuentra en primer lugar la lucha sostenida por los carlistas: “Dos años largos ha que ciño la corona de España, y la España vive en constante lucha, viendo cada día más lejana la era de paz y de ventura que tan ardientemente anhelo. Si fueran extranjeros los enemigos de su dicha, entonces, al frente de estos soldados tan valientes como sufridos, sería el primero en combatirlos; pero todos los que con la espada, con la pluma, con la palabra agravan y perpetúan los males de la nación son españoles; todos invocan el dulce nombre de la patria; todos pelean y se agitan por su bien, y entre el fragor del combate, entre el confuso, atronador y contradictorio clamor de los partidos, entre tantas y tan opuestas manifestaciones de la opinión pública, es imposible afirmar cuál es la verdadera, y más imposible todavía hallar remedio para tamaños males. Los he buscado ávidamente dentro de la ley y no lo he hallado. Fuera de la ley no ha de buscarlo quien ha prometido observarla”.
    Durante este periodo se le asignó a Santa Cruz el cometido de “guardar la frontera desde Irún a Vera, y vigilar el camino de hierro del Norte de España hasta beasáin: tuvo pues, con frecuencia que detener los trenes y levantar los raíles” (18). Efectivamente, fue célebre el cura por sus sonados ataques a ferrocarriles, el primero de los cuales se produjo el 3 de diciembre a un convoy que creían transportaba oro que Amadeo sacaba del país. Frustradas sus ilusiones, permitieron por esta vez proseguir su camino al humilde mercancías.
    Se sucedieron escaramuzas más o menos sangrientas contra las fuerzas del comandante liberal D. Juan Arana en ese crudo invierno, y continuamente moviéndose entre Guipúzcoa y Navarra, Santa Cruz iba a protagonizar, de nuevo una memorable intervención que iba a contribuir a aumentar aún más su fama de guerrillero audaz. Estando presa su hermana en Tolosa, y pesando sobre ella la amenaza de fusilamiento, el cura no dudó en bajar a la villa disfrazado de casero para aprehender a un significado personaje liberal que tranquilamente descansaba en su casa. Una vez realizado el apresamiento fue realizado el canje de ambos con éxito (19).
    El 12 de enero de 1873 se iba a producir un punto de inflexión en la carrera militar de Santa Cruz, granjeándose definitivamente la más profunda animadversión por parte de los gubernamentales: “se presentó en Aizarna, término de Cestona, con 50 hombres no todos armados, exigiendo con amenazas 100 raciones de pan, carne y vino, y dinero; se las llevaron y otros varios efectos, y 2.000 reales en metálico, dirigiéndose hacia la parte de Itumeta, después á Anoeta, se apoderó del alcalde don Rafael Francisco Olamendi, lo sacaron maniatado fuera del pueblo, y sin auxilios espirituales lo fusilaron” (20). El propio Santa Cruz justifica en estos términos el fusilamiento del alcalde Olamendi, alias “Jacas”: “¿Qué había de hacer yo con aquel espía, a quien llamaban Jacas, hombre astuto y que, como decían, valía por todo un regimiento? Le prendí en Anoeta, a media hora de Tolosa; allí, muy cerca, en Irura, había fuerzas liberales. Yo no tenía ánimo de fusilarle; pero él, con la intención de dar tiempo a que acudieran sus amigos, todo era exclamar en voz muy alta: "Santa Cruz!!! Santa Cruz!!! Por tres veces le intimé que se callara y que echara a andar; y las tres veces desobedeció mi orden; entonces mandé hacer fuego contra él. En cambio, los liberales acudieron enseguida ¿por qué habían de hacerlo prisionero y asesinarle a bayonetazos al párroco de Anoeta, que asistió a Jacas en sus últimos momentos?” (21). En represalia, y como hemos visto, los liberales dieron cruel muerte al párroco de la localidad (22). Santa Cruz no tardó mucho en vengar la muerte del cura de Anoeta: capturó a dos milicianos nacionales que bebían en una taberna situada en las afueras de Tolosa, los desarmó y sacándolos fuera de la tasca dio orden de ejecutarlos. A consecuencia de estos acontecimientos el diputado liberal D. Manuel Aguirre ofreció dos días después la suma de 10.000 pesetas por la cabeza de Santa Cruz (23), cantidad que fue doblada el día 24 del mismo mes por el general carlista D. Antonio Lizárraga, a cambio de la de Aguirre, sin duda en agradecimiento por la victoria que el cura había obtenido el 19 sobre las fuerzas del coronel Osta en San Esteban de Ursúbil (24). Los santacrucistas habían de sumarse poco después otro éxito, esta vez al rechazar el ataque liberal de las tropas del general González sobre la población de Iturrioz. “La acción de Iturrioz aumentó el prestigio de Santa Cruz y favoreció mucho al partido. Era un orgullo para los carlistas, todavía resentidos por la derrota de Oroquieta, el que una sola de sus partidas pudiese sostener con ventaja un combate encarnizado contra poderosas fuerzas del ejército” (25).
    Se hallaba el cura-guerrillero el 29 de enero con su gente en Zarauz, acaparando dinero y avituallamiento, obtenido los cuales, y tras apalear a algún disconforme, abandonó la villa, perseguido por el general Primo de Rivera, en dirección a Aya, con el propósito de atacar los próximos días este municipio situado al suroeste de San Sebastián. “Quería Santa Cruz tener en este pueblo un punto seguro donde las partidas pudiesen descansar, recobrar las fuerzas perdidas, proveerse de víveres y municiones, y adiestrarse en el manejo de armas” (26).
    Para el ataque de Aya había obtenido Santa Cruz la promesa de apoyo y colaboración del general Lizárraga (27). Al efectuarse finalmente el asalto a la población, la ayuda prometida jamás se materializó, dejando solo al cura en su embestida so pretexto de carecer de municiones, y tomando Lizárraga camino contrario a Aya se alejó del frente abierto por el cura, abandonándolo a su suerte. El combate se saldó con un estrepitoso desastre: medio millar de voluntarios de la Partida fueron hechos prisioneros (28). Santa Cruz, consciente de la traición perpetrada por su superior más inmediato dio orden de retirada, replegándose e internándose de nuevo en su más seguro refugio: los montes guipuzcoanos. Este episodio tuvo un importante efecto para la historia de la Partida: hizo que el cura Santa Cruz recelase ulteriormente del alto mando carlista, considerándolos traidores a la causa encarnada por Don Carlos VII, confiando en lo sucesivo únicamente en sí mismo a la hora de acometer nuevas acciones. Esta actitud que se iba pronto a concretar en una nueva forma de combatir, por su cuenta y “sin cuartel” le iba a traer implícito el odio enquistado de Lizárraga quien, tras persuadir a Dorregaray y al marqués de Valdespina, no descansaría hasta obtener, en un futuro, el cese del cura por parte del monarca carlista. Mientras unos veían en el cabecilla un inicuo fanático, Don Manuel estaba convencido de su misión providencial: se debía salvar ante todo a la religión de su amenaza, que no es otra que el liberalismo sectario y hostil a los seculares fueros y tradiciones que hundían sus raíces en Vascongadas y Navarra. La guerra había de sostenerse con las acciones guerrilleras de gran agilidad proyectadas por comandantes conocedores del terreno. A juicio del cura, muchos de los generales de Don Carlos no valían sino para lucir sus fajines y bandas en salones y antecámaras cortesanas, pero estériles para hacer la guerra (29).
    Después del desastre de Aya, cuando todos creían derrotado a Santa Cruz, éste rehízo su batallón (30). Sorpresivamente ocupó Deva y tras desarmar a su guarnición, donde obtuvo “43 fusiles remingtons, correajes, trece cajones de cartuchos, una espada-sable, etc” (31) se dirigió a Motrico, plaza que no pudo asaltar debido a la fuerte resistencia ofrecida por sus defensores.
    Como vimos antes, la proclamación de la 1ª República Española atrajo renovadas simpatías hacia el carlismo, al declararse íntimamente monárquico, que se materializaron en nuevas incorporaciones de voluntarios a sus filas. Por ello y temeroso el gobierno de Madrid del auge del movimiento, aumentó el número de espías que informasen de lo que en territorio carlista aconteciese para así combatir con un mayor grado de eficacia a un enemigo en ocasiones, y el caso de Santa Cruz era paradigmático, sumamente escurridizo, máxime cuando la abrupta geografía vasco-navarra tan eficazmente lo amparaba. “Nunca podían considerarse como seguros [los liberales], ni por las noches, que el guerrillero las pasaba en vela, ni en los días de tempestad, que eran los preferidos para sus golpes de mano. La vida de los pobres carabineros era una desesperación; jamás tenían un momento de reposo; siempre era necesario estar con el arma al brazo y el oído atento. ¡Ah!, si fuese como Lizárraga o Dorregaray no les daría cuidado. A éstos se les veía venir, con sus avanzadas, sus gastadores, sus furgones y sus carros de aprovisionamiento. Pero con Santa Cruz y su gente era la cosa muy distinta. Cuando menos se les esperaba, caían encima, rápidos, flexibles e implacables. ¡Guerra extenuadora aquélla, en que la sorpresa era la ley!" (32)
    Santa Cruz era plenamente consciente del peligro que representaban los espías (33), por considerarlos aún más peligrosos que las tropas armadas del ejército regular, por lo cual, y sumado el importante premio ofrecido por Aguirre a cambio de su cabeza que podía atraer cazarrecompensas, dedicó grandes esfuerzos a combatirlos despiadadamente, El caso del alcalde “Jacas” no fue un hecho aislado ni mucho menos. Fueron numerosos los fusilados acusados de espionaje, los más renombrados fueron el de un personaje que presentándose en Arichulegui para conferenciar con Santa Cruz, se hizo pasar por sacerdote, y aquél, suspicaz, le hizo varias preguntas en latín, a las que no supo contestar el fingido clérigo por no haberlas comprendido el desgraciado; también fue pasada por las armas una mujer en Arechavaleta que se dedicaba a pasar correos ocultos en hogazas de pan (34).
    Debido a la profunda desconfianza que el cura sentía por la jerarquía carlista, desde la acción de Aya, éste prosiguió, sin aceptar órdenes superiores, su peculiar forma de combatir en forma de golpes de guerrilla, que tan buenos frutos siempre le había dado. Y para combatir era necesario disponer de recursos, por lo que el cabecilla guipuzcoano no tuvo ningún reparo a la hora de firmar notificaciones oficiales del ejército carlista (35) para recabar peculio en las poblaciones civiles, prohibió la circulación de personas por toda Guipúzcoa sin un salvoconducto rubricado por él, o de apoderarse de todo correo que no llevase sello o franquicia de Carlos VII, privilegios que le estaban vedados, exasperando nuevamente a la cúpula militar, hasta el extremo que el mismo Don Carlos, alarmado, escribiese a Dorregaray: “He leído en los periódicos un manifiesto de Santa Cruz prometiendo la absolución amplia y completa a todos los que acudan a alistarse en su partido. Ignoro si el hecho es cierto, y no sé las razones que han podido motivarlo. Pero en todo caso desapruebo completamente que un simple comandante de batallón dé manifiestos de esa importancia, que no pueden refrendarse sino por la competencia del general en jefe o del comandante general de la provincia, con la aprobación de aquél” (36).
    Lizárraga firma el 1 de marzo una orden dirigida al cura en la que le exoneró del mando y enérgicamente le conminaba a que prontamente se presentase ante una autoridad militar para ser arrestado. En caso de vulnerarse, la orden es taxativa: “ser oído en consejo verbal y justificada su desobediencia, sólo se les conceda dos horas de tiempo para que puedan morir cristianamente, pasados por las armas” (37). Por descontado, el taimado sacerdote hizo caso omiso del imperativo mandato.
    El sentimiento de mutuo aborrecimiento que sentían Lizárraga y Santa Cruz no iba sino que agrandarse día a día hasta convertirse en un grave asunto que comprometía el curso de la guerra en las provincias Vascongadas y Navarra. Para solventar la cuestión, una persona que contaba con la confianza de ambos, el diputado general de Guipúzcoa D. Miguel Dorronsoro intentó reconciliarlos, sin éxito alguno, granjeándose a la larga la animadversión del cura, quién movido por rencor llegaría a atacar la fábrica de municiones de Peñaplata, levantada por el bienintencionado diputado (38).
    Mientras tanto Santa Cruz, indiferente a las amenazas efectuadas por su superior, prosiguió en su particular manera de guerrear, atacando e inutilizando las vías férreas (39), descarrilando trenes y continuamente hostigando y golpeando a las fuerzas liberales, siempre al frente de los voluntarios que integraban su ya proscrita Partida. Enfrente tenía a las fuerzas liberales del general Loma (40) y las del coronel Fontela (41) que le seguían a la zaga. Este último, al frente del Batallón de la Constitución castigó a las fuerzas santacrucistas entre Lesaca y Arechulegui, causando la muerte del lugarteniente de la Partida, Sebastián Soroeta (42).
    En Berástegui ordenó el cura dar una buena ración de palos a los concejales de su Ayuntamiento, acusándoles de traición, y a su teniente de alcalde, D. Andrés Alducín lo hizo fusilar (43). No pasaría mucho tiempo hasta que también por mandato suyo diese orden de pasar por las armas a uno de sus propios oficiales, D. Juan Egozcue, alias “el Jabonero” por idéntico motivo (44). Muguerza, un querido amigo del cura fue asesinado por los liberales; decidido a vengar su muerte, Santa Cruz penetró junto a tres de sus hombres en Tolosa, y allí en plena población dio orden de disparar sobre dos nacionales que hacían guardia, resultando ambos muertos.


    General Lizárraga

    A pesar de las tormentosas relaciones que el cura mantenía con el Alto Mando, esto es con Lizárraga, Dorregaray, marqués de Valdespina y aún con el Ministro de la Guerra, marqués de Elío, el propio Don Carlos VII, máxima e inapelable autoridad en el campo carlista no se decidía a declararlo rebelde ni apartarle del mando de su Partida. Esta sustancial circunstancia, unida al favorable rumbo bélico que el cura supo imprimir siempre a su carrera y el pavor y espanto que producía en toda Guipúzcoa y norte de Navarra, no se veía su batallón reducido por deserciones, sino todo lo contrario: eran muchos los que aspiraban a ingresar en la Partida de la bandera negra, como así lo prueba la incorporación del respetado abogado navarro y ex-diputado a Cortes D. Cruz Ochoa (45).
    El nombre de Manuel Santa Cruz pertenece por derecho propio a la leyenda, aunque sea ésta cruenta. Amado por unos pocos es denostado por la mayoría, que le acusan de cruel y sanguinario. En Endarlaza, sin duda, iba a dar pábulo a sus detractores. Allí, a los pies del río Bidasoa, teniendo enfrente a Francia, existía un cuartel de carabineros, dedicados a perseguir mayormente el contrabando, y del cual Santa Cruz, acompañado de unos doscientos voluntarios, decidió apoderarse el día 4 de junio de 1873. Para ello, y después de haber conminado a la guarnición compuesta por cuarenta hombres a rendirse y estos negarse, emplazó su cañón “mediomundo” (46) que comenzó a vomitar su fuego contra el muro frontal del edificio, causando importantes estragos. Los defensores del cuartel al comprobar que la pared estaba a punto de ceder por efectos de la metralla, izaron una bandera blanca, que según el cura no era otra cosa que un “mantel lleno de manchas de vino”. Santa Cruz al verla, ordeno alto al fuego mientras conminaba a su lugarteniente D. Félix Caperochipi junto a algunos de sus muchachos a acercarse hasta los sitiados para parlamentar y ofrecerles honrosa rendición. Estos al ver acercarse a los santacrucistas tan confiados a unos 15 metros decidieron tirotearlos a traición, causando bajas entre los carlistas, entre los que se encontraba el popular Chango (47), un voluntario muy querido por todos en la Partida. Conscientes del engaño, decidieron proseguir el cañoneo y “tomar a la fuerza la posición. Algunos carabineros se arrojaron al agua por las ventanas del lado de Francia, de los que tres se salvaron gracias a que se hallaban en la orilla francesa, y los otros dos fueron ultimados en el mismo río. Cayeron en poder de Santa Cruz unos 34 con el teniente, y fueron fusilados” (48). Un testigo relata así la captura del grueso de los carabineros, aquellos que no se arrojaron previamente por las ventanas alcanzando el Bidasoa: “Presenciamos perfectamente como salieron por la puerta, 13 de ellos por debajo de un nogal, al cascajo del río, para atravesar en calzoncillos y a nado Francia; 18 restantes fueron detenidos a tiros y cogidos al salir del fuerte” (49). Una vez hechos prisioneros y previendo el fin que les aguardaba, el teniente y máxima autoridad de los carabineros D. Valentín García “se arrodilló a los pies de Santa Cruz y abrazándole las piernas le pedía piedad. El Cura por toda respuesta, mandó le mostraran la bandera que llevaba dibujados una calavera y el letrero de Guerra sin cuartel, a cuya vista desfalleció terriblemente el pobre” (50). En seguida ordenó el cura alinear a los reos en la carretera que conducía a Vera para darles muerte, cuando por allí apareció el cura de la cercana población francesa de Biriatou dispuesto a confesarlos lo cual le fue denegado por la premura de tiempo ya que debido al fragor del combate estarían sin duda advertidos los liberales y no tardarían en enviar una columna, y así ordenó ejecutarlos sin ningún tipo de asistencia espiritual. Como botín de guerra obtuvo la Partida entre otros pertrechos, 27 fusiles Remington y dos cajas de municiones. El general liberal Nouvillas publicó como respuesta a este ataque una airada comunicación, en la que hacía directamente responsable a Elío de la barbarie y que a continuación transcribimos: “Ejército de operaciones del Norte.=E.M.G.=Orden general del día 7 de junio de 1873, en Echarri-Aranaz.=El destacamento del puente de Endárlaza, compuesto de 39 carabineros, se ha dejado sorprender el día 30 del corriente. El oficial y 26 carabineros, rendidas las armas y prisioneros de guerra, han sido bárbaramente maltratados, y con aleve villanía pasados por las armas. Después de que ha tomado el mando de los bandidos de D. Carlos, su pretendido Ministro de la Guerra, titulado general D. Joaquín Elío, de esta manera inaugura su campaña. El desastroso fin de nuestros compañeros es el que os espera, si cometeis la torpeza de dejaros sorprender, con la cobardía de rendir las armas que la República os ha confiado para la defensa de la libertad. Han inaugurado la guerra a muerte; así lo quieren, así sea; ojo por ojo, diente por diente. La sangre de vuestros hermanos reclama más energía y más actividad que nunca, para acabar de una vez con esos vándalos. Que en nombre del altar y del trono llevan el pillaje y el exterminio, como enseña de sus propósitos de feroces instintos. Soldados: ya que vuestros enemigos huyen siempre de vuestras bayonetas, necesario es que redoblemos hoy nuestras marchas, para que no les quede ni aun el recurso de la fuga; nuevos esfuerzos espera, y no duda ni un momento los haréis con entusiasmo, al grito de ¡Viva la República!" (51).
    En cuanto Lizárraga tuvo noticias de lo de Endarlaza no pudo menos que exclamar que “era trabajar a favor del infierno” eso de fusilar a prisioneros sin confesión, y su indignación aumentó aún más al informarse que Santa Cruz había ordenado en Echalar propinar 150 palos al teniente coronel carlista D. Juan José Amilibia, muy respetado por Lizárraga, acusándolo de “ojalatero” (52) y traidor por haber rendido sus fuerzas cuando el convenio de Amorebieta. También por esas fechas ordenó el cura que todas las prostitutas que se hallaren bajo su jurisdicción militar debían ser expulsadas de España, y si reincidieren, pasadas por las armas, y publicó un bando en el que a sí mismo se arrogaba de amplios poderes en cuestión de salvoconductos, circulación de mercancías, registros de aduanas y correspondencia postal.
    Lizárraga, ya muy exacerbado y consciente que la prensa liberal se hacía eco y aún exageraba las acciones de Santa Cruz con el consiguiente descrédito para las armas carlistas a nivel incluso internacional (53), firmó el 8 de junio una proclama dirigida a los guipuzcoanos en la que le acusa de mal cristiano y peor sacerdote, desobediencia, no ser carlista y les exhorta a abandonarle: “¡Guipuzcoanos! Habéis salido á campaña para defender algo más grande que los caprichos de Santa Cruz. Abandonadle, y al hacerlo estad seguros que ni os faltaran jefes valerosos y entendidos que os dirijan al combate, ni ocasiones de mostrar decisión por la santa causa. ¡Guipuzcoanos! Santa Cruz será vuestra perdición. Abandonadle, abandonadle cuanto antes si queréis evitar al rey y á Guipúzcoa días de amargura y de desolación, que no tardarán en traer las locuras de este hombre funesto” (54).
    Otro tanto hizo el diputado Dorronsoro el 12 de junio, en carta escrita a otro diputado en la que manifestaba que Santa Cruz “había olvidado los deberes de sacerdote católico, apaleando sin piedad á amigos y enemigos, y matando sin confesión á los vencidos, habiendo escarnecido nuestros principios políticos, negando de palabra y de hecho la obediencia debida á los superiores legítimos y al Rey […] Es llegada la hora de hablar. Diga usted a sus amigos que Santa Cruz es en el campo carlista un faccioso, un rebelde á toda autoridad, la deshonra de nuestra hermosa bandera: dígales que vean en las crueldades de Santa Cruz el sistema que ha adoptado para llegar, imponiéndose por el terror adonde nunca pudieron aspirar la oscuridad de su nombre y la escasez de sus dotes […] preferiría, y lo mismo mis compañeros, caer en manos de una columna republicana que en las de Santa Cruz; que Santa Cruz es hoy el peor enemigo de la causa, y que si el estado del alzamiento en Guipúzcoa es hoy más fatal que el primer día, nadie más que Santa Cruz tiene la culpa y la responsabilidad; que Santa Cruz no tiene la travesura del guerrillero ni el valor personal del cabecilla, como estoy de ello convencido y se lo demostraré á usted con nuevas pruebas… que Santa Cruz es, en fin, un miembro podrido de la comunión católico-monárquica” (55).
    Haciendo oídos sordos al clamor de sus jefes, Santa Cruz continuó impertérrito al frente de sus huestes “aquellos primarios, aquellos hombres sencillos, no vacilaban un momento. Sólo el cura representaba para ellos el interés supremo de la causa y las probabilidades de la victoria. Y, sobre todo, no querían otro jefe, no concebían poderse batir sino bajo sus órdenes. Se acordaban de Aya, y en su corazón leal se despertaba un desprecio profundo para los grandes jefes del carlismo” (56). Penetró en Alegría con 200 hombres para partir a las pocas horas; prosiguió sus arremetidas contra el ferrocarril en Beasain, incendiando vagones, incautándose de correspondencia, bienes y equipajes; atacó por sorpresa, aunque infructuosamente, la fábrica de municiones carlista de Peñaplata, obra predilecta de Dorrosoro; y batió con su cañón el Ayuntamiento de Oyarzun.
    El 6 de julio se hallaba Santa Cruz con tres de sus compañías en Vera, población navarra a la que acudió el marqués de Valdespina con mayores fuerzas, más de mil hombres, con el propósito de reducir definitivamente al indomable cabecilla, y con el objeto de pedirle cuentas por no haberle permitido fundir balas de cañón, y haberse incautado de raciones y uniformes. En la primera entrevista que mantuvieron ambos, Valdespina le exhortó a destruir u ocultar definitivamente su bandera negra: “Lo primero que le he exigido hoy es que desaparezca la bandera negra; me lo ha prometido. Veremos” (57). Además de lo de la bandera, también le conminaba a firmar un escrito de sumisión al Rey y otro a Lizárraga. Santa Cruz, disconforme con la última de las exigencias pidió meditarlo y consultarlo con personas de su confianza que habían de venir procedentes de San Juan de Luz. “Pretendía sólo ganar tiempo, esperando salir de aquella encerrona para reunirse con los suyos y poder pactar en condiciones más ventajosas” (58).


    Marqués de Valdespina

    Al indeciso cura se le añadió el día siguiente una nueva condición a las anteriores: la entrega de su cuartel en Arichulegui. Santa Cruz, quizá coaccionado ante la superioridad numérica de efectivos con los que contaba el general-marqués, o quizá hastiado de tanta incomprensión de los que se suponía eran sus correligionarios, lo cierto es que el jefe de la Partida contestó que firmaría un documento sometiéndose al Rey, hacer entrega de sus fuerzas y del fuerte de Arichulegui, prometiendo no marchar hasta verificar las entregas. El acuerdo lo firmó el día 9 de julio de 1873, recibiendo a cambió un salvoconducto que le facultaba viajar al extranjero. Aprovechando que los ánimos de Valdespina estaban apaciguados en virtud al acuerdo refrendado y a la oscuridad de la noche, Santa Cruz junto a uno de los suyos huyó a Francia sin cumplir el pacto, al no haber trasferido personalmente la entrega de Arichulegui con la artillería, hombres y pertrechos que contenía. A la mañana siguiente se personó el mismísimo Lizárraga en Vera (59), sin duda para prenderlo y fusilarlo, pero el indómito sacerdote ya estaba a salvo en Francia. El cura no reconoció su huída como tal, y en carta dirigida a Don Carlos el 18 de julio expone sus motivos para su inopinada evasión de Vera: “Yo no quiero hablar de lo que pasó en Vera en los días 7, 8 y 9. Pudo haber faltas de mi parte, lo confieso, y pido a V.M. que considerando mi difícil posición y atendiendo sólo a los impulsos de su noble corazón, me las perdone.
    Con objeto de pedírselo [el perdón] a V.M. de rodillas, pasé la frontera el día 10, y mientras tomaba mis disposiciones para acercarme a V.M., burlando la vigilancia de la gendarmería francesa que corría toda ella la frontera para prenderme, V.M. se dirigía por la parte de Sara a España para ponerse al frente de sus leales y valientes voluntarios” (60). Ese solicitado perdón real no llegaría, bien al contrario, Carlos VII había firmado el día 15 una real orden en la que declaraba a Santa Cruz como rebelde, exigiendo se le tratara como tal si regresaba al campo carlista para ponerse al frente de su Partida (61). También se había incoado proceso en contra suya, pero el fiscal encargado del caso, el abogado del cuerpo jurídico militar carlista, D. Roque Alday, arrojó la carpeta conteniendo la causa por un abrupto barranco en una retirada de Lizárraga, quizá atemorizado por una posible represalia o bien por considerar inocente al encausado.


    Sello de la Partida

    Iba a estar desterrado en Francia cinco meses, esto es desde julio hasta diciembre, periodo durante el cual la mayoría de los integrantes de la Partida no desafectaron pese a la ausencia de su comandante, ni abandonaron la lucha, sino bien al contrario, la prosiguieron “deseando servir al Rey hasta la muerte, deseos que siempre existieron pujantes en los corazones de aquellos valientes” (62). Mientras tanto, Santa Cruz desplegaba en Francia una agitada actividad con el objeto de remediar la que él consideraba una gran injusticia perpetrada por el que el cura creía un nuevo Maroto, un renovado traidor a la causa, esto es Lizárraga. En septiembre habían sido hechos prisioneros y fusilados por los mismos carlistas dos hombres de su más entera confianza: Francisco Arbeláiz y Esteban Indart, cuando transportaban los haberes de la Partida, 20.000 reales en oro.
    La noche del 6 al 7 de diciembre de 1873 repasó la frontera presentándose en Berrobi, cuya guarnición enseguida se puso a sus órdenes. En días sucesivos se le iban a sumar un total de 18 compañías de voluntarios, a los que condujo hasta el pueblo de Asteazu, donde se encontraba Lizárraga al frente de reducidas fuerzas. El cura rodeó el pueblo, ordenó al capitán Pedro Antonio de Ezcurrechea, alias “Antuxe” penetrar con cuatro de sus compañías en busca de Lizárraga con el objeto de parlamentar y lograr así “a que le tratase de igual a igual, a fin de llevar la lucha de común acuerdo” (63). Pese a que el general se hallara en desventaja, logró desarmar al capitán santacrucista y a sus hombres. El cura, que como sabemos aguardaba en las afueras del pueblo y una vez comprobada la insidia de la que era objeto por parte de Lizárraga, en lugar de ordenar un ataque contra su viejo enemigo en el que podría haberlo hecho prisionero si hubiese querido, con el corazón transido de dolor, para evitar lo que sin duda produciría una auténtica guerra civil en las filas carlistas, resolvió ordenar la retirada, abandonando a la fracción de sus hombres cautivos en Asteazu (64). El cabecilla explica su proceder en una carta dirigida a Don Carlos VII: “[…] efectivamente me presenté el día 7 de Diciembre último en Asteasu al frente de las fuerzas que por aquella parte existían. Pero bien pronto un conjunto de circunstancias imprevistas y la fatal coincidencia de dirigirse entonces mismo hacia aquel lado Moriones con fuerzas respetables, me hicieron comprender que lejos de favorecer a los intereses del partido, iba por el camino que había emprendido a perjudicarle en gran manera. Por eso tomé inmediatamente la resolución de retirarme para no dar lugar a una lucha entre hermanos y que el enemigo no se aproveche, contra mi voluntad, de nuestras divisiones, como lo verifiqué saliendo aquel mismo día de Asteazu y entrando poco después en Francia” (65). Sería este hecho de armas el último en la vida de Santa Cruz. Ordenó a las compañías que mandaba marchar en diferentes direcciones, reservándose unas docenas de hombres a los que condujo hasta una borda abandonada. Todos se fueron a dormir, menos el cura, que aprovechándose de la oscuridad de la noche y del descanso de sus fieles guerreros tomó el camino con objeto de alcanzar la cercanía de la frontera con Francia. Quiso jugar una última baza escribiendo a Dorronsoro solicitándole una entrevista, la cual le fue negada por el diputado, aconsejándole en cambio a atravesar la raya francesa. Una vez rebasada no regresaría jamás. El grueso de la Partida santacrucista, ya sin su cabeza, decidió presentarse en Oñate a indulto, el cual no amparaba a la oficialidad.
    Santa Cruz sufrió el más amargo destierro por más de media centuria. Después de una estadía en Francia, donde le sorprende la noticia que Don Carlos había definitivamente abandonado España el 28 de febrero de 1876, marcha a Londres donde se entrevista, ya ambos exiliados, con el propio Don Carlos VII. De la capital inglesa zarpa en octubre de 1876 hacia el continente americano, tierra en la que iba a ejercer un seráfico apostolado misionero entre los más desfavorecidos, consagrando el resto de su vida a su sagrada vocación sacerdotal, alcanzando una vida plena de virtudes. Así, habiendo renunciado a su primer apellido sustituyendo este por el materno pasando a firmar como Padre Loidi, recala en Jamaica en 1876, luego a Belize, para pasar de nuevo a Jamaica hasta 1891, año en que viajaría a Colombia, país del que había de hacer su definitivo hogar. Ingresó en la Compañía de Jesús el día de San Ignacio de 1922. El 10 de agosto de 1926 fallecía, rodeado de santidad en su querida misión de San Ignacio de Pasto, Colombia.

    La bandera es de seda, negra, en forma de pendón. Su anverso lleva en su parte inferior cosidas una calavera blanca sobre dos huesos cruzados y sobre éstos la leyenda en rojo: “GUERRA SIN CUARTEL”. El reverso lleva el lema también en rojo: “VICTORIA Ó MUERTE”, y en su parte superior una serie de trabillas confeccionadas en la misma seda de la enseña, quizá con el fin de servir de soporte a un asta. Todo el perímetro de la pieza esta rematado por un galón dorado, exceptuando su borde superior, y en su farpa izquierda conserva un resto de lo que debió ser otrora un gallardo lazo negro a modo de ornamentación. Mide 146 x 97 cm. ¿Por qué eligió Santa Cruz una bandera negra para su Partida? (66). La respuesta nos la ofrece el propio cura: “tuve para mis combates una bandera negra, con el fin de persuadir a mis muchachos que no había que capitular si no vencer o morir” (67). Llevaba la bandera en campaña un tal Martolo “el tuerto”, de Aya, llevándose plegada durante los avances y extendida cuando pasaba la Partida por alguna localidad (68). Estuvo expuesta en el palacio de Loredán, propiedad de Carlos VII en Venecia, para pasar después de varias vicisitudes (69) al Museo de Recuerdos Históricos de Pamplona (70), donde se exhibió en lugar de honor en la denominada “Sala del cura Santa Cruz” (71) hasta su cierre en la década de 1960.


    La Bandera del cura Santa Cruz en el Museo de
    Recuerdos Históricos de Pamplona, h. 1950.

    Además de esta bandera negra existieron una segunda, esta vez roja y con una calavera en su centro para advertir a los espías del peligro que corrían, en su 2ª Compañía, aunque “Santa Cruz, apenas se enteró de la ocurrencia de Hilario [el capitán de la 2ª Cía. que la ordenó confeccionar], la mandó ocultar" (72) y hasta una tercera enseña que ostentaba los colores nacionales, esto es rojigualda (73). Como curiosidad acerca de las banderas de la Partida, los hombres encargados de su porte no llevaban más armamento que una pistola con correaje (74).
    Es pertinente traer hasta estas líneas el relato que hace D. Julio de Urquijo, visitante del Palacio de Loredán (75), quien nos refiere que “la primera vez fui de estancia al Loredán, Don Carlos me dijo, poco más o menos, estas palabras: <<Voy a enseñarte, en detalle, el Cuarto de Banderas; no sólo porque esto te interesará, sino porque así podrás mostrárselo a los muchos españoles y extranjeros que vienen a verme>>. Después de una explicación minuciosa de la procedencia de los trofeos y objetos que allí se guardaban, añadió: <<Ahora verás algo que no quiero que enseñes a nadie, porque aunque lo tengo aquí, porque en este cuarto conservo todos los recuerdos de la guerra, no lo he aprobado nunca>>. Y descorriendo él mismo unas banderas, puso al descubierto un paño negro con una calavera, dos tibias y esta inscripción: CUERRA SIN CUARTEL ¡Era el estandarte de Santa Cruz!" (76). Efectivamente, la bandera del cura Santa Cruz estuvo oculta en Loredán (77), -adivinándose únicamente parte de su porción inferior- entre las siguientes banderas, según las contemplaba el espectador: al frente la del 1er. Batallón del Maestrazgo, a la derecha la correspondiente al 1er. Batallón de Lérida y en la izquierda la del Ejército Real de Cataluña.


    Palacio de Loredán (Venecia)


    Bandera de Santa Cruz oculta entre otras tres


    NOTAS

    (1) Es fundamental para comprender al personaje y las circunstancias que lo rodearon leer detenidamente el texto autobiográfico escrito por D. Manuel Santa Cruz en Pasto, Colombia, firmado el 16 de julio de 1916, que a continuación transcribimos, extraído del libro de Xabier Azurmendi, “El Cura Santa Cruz”. Idatz Ekintza, S.A. Bilbao, 1986:
    Dios me ha hecho la gracia de vivir siempre con los Padres de la Compañía de Jesús, desde que me retiré de la guerra. Por esa razón se me ha pedido ahora que diera algunos datos sobre los ministerios en que me he ocupado, con el fin de reunirlos en un volumen y darlos a la publicidad.
    Pero como mi vida anterior, en los que no la saben sino de oídas y por referencias falsas o exageradas, tiene que arrojar cierta sombra maléfica sobre todas mis cosas, he creído oportuno declarar brevemente los motivos que me impulsaron a lanzarme a una vida, tan ajena a mi profesión.
    Para esto es necesario, ante todo, trasladarse a aquella época y conocer el ambiente que entonces se respiraba en las Provincias Vascongadas. La fe y la religiosidad han sido siempre proverbiales en aquella bendita tierra; y la creencia de que el triunfo de las armas carlistas era también el triunfo de la religión, venía a ser por entonces una persuasión íntima y general; y de estos dos sentimientos brotaba en aquellos corazones valientes y generosos un deseo irresistible de cooperar con sus fatigas y su sangre a la victoria final. Por lo que a mí me toca, sólo diré que estaba tan imbuído y penetrado de estas ideas, que me sucedió muchas veces pasar desvelado la noche pensando en ellas.
    Mi vida de campaña comprende dos periodos: el primero, desde el primer levantamiento, a principios del año 72, hasta que caí prisionero en Aramayona; el segundo, desde el Adviento del mismo año hasta el mes de julio del 73.
    En el primer periodo, yo no hice más que seguir a la compañía que capitaneaba Recondo: duró pocos días, y los soldados, por orden superior, fueron obligados a rendir las armas en Santesteban (Navarra). Entonces me puse yo a la cabeza de una partida: pero sólo con el fin de ensayar por mi mismo lo que en aquellas circunstancias se podría hacer.
    Caí prisionero: pero me fugué de la prisión el 12 de agosto del 72, y fui a Francia, donde permanecí hasta el mes de diciembre. Aquí fue donde yo me di cuenta exacta de la situación de las cosas. Comparaba lo que tenía delante de los ojos con lo que sucedió en la primera guerra, y veía que lo uno no era más que una repetición de lo otro.
    Mientras el alto mando estaba en manos de Zumalacárregui, todo iba bien; se hacía guerra sin cuartel, porque así lo exigía la conducta del adversario: por lo mismo las tropas carlistas eran aguerridas, bien disciplinadas, y peleaban con aquella voluntad que sólo inspira el prestigio de los jefes, y no se conocía entonces aquella libertad de dejar las armas y retirarse cada uno a su casa, cuando le daba la gana. Pero le sucede Maroto, y luego se notan en él las señales de un traidor. Don Carlos, aconsejado por el sr. Obispo de León, da orden de fusilar a Maroto, pero luego la retracta: y el buen Obispo logra apenas escapar con vida y refugiarse en Francia. Y viene en seguida lo que era de esperar: la Marotada.
    Este mismo era el aspecto de la cosas cuando yo estaba en Francia. Los mozos vagaban por las calles medio muertos de hambre, y sin que nadie se preocupara de ellos; los oficiales, por el contrario, vivían en los cafés, muy bien tratados y echando planes al por mayor; y entre los que tenían la alta dirección, no todos estaban dotados de aquella energía y talentos que son necesarios para tan altos puestos. En una palabra; se procuraba cubrir las apariencias; pero en realidad, la traición estaba tramada.
    Y aquí me pregunto yo: ¿Con que título podían licenciar las tropas carlistas? Cuando los mozos se alistan en cumplimiento de alguna ley, tienen obligación de retirarse cuando el Gobierno lo ordene; pero los carlistas no tomaban las armas obligados por ninguna ley, sino voluntariamente y movidos solamente por la excelencia y la justicia de la causa que defendían, y por la confianza que abrigaban de conseguir su fin. Y así, mientras subsistiesen estas dos razones, nadie podía obligarles a desistir de su intento. Y ¿Quién puede decir que, al tiempo del convenio de Vergara o de la entrega de Amorebieta, faltaran gentes o medios de continuar la guerra con probabilidades de buen éxito? ¿No acudían en tropel los mozos, cuando veían aparecer en el campo algún hombre, que estuviese animado de sanas intenciones y de voluntad de vencer? ¿No sucedió esto con el cura Sierra? ¿Qué no hubiera conseguido éste, si, desoyendo órdenes inicuas, hubiera continuado en la lucha? ¿Qué hubiera sido de los liberales, si se hubieran puesto al frente de los carlistas muchos hombres de este temple?
    He aquí, expuestas brevemente, las ideas que a mí me impulsaron a lanzarme por fin al campo.
    Reuní, pues, mis muchachos; y lo primero que exigí de ellos fue un compromiso serio de no abandonar las filas a su capricho, como sucedía con lamentable frecuencia; lo segundo, una conducta ejemplar, la que convenía a los intereses sagrados que defendían. Gracias a Dios, solo a uno de ellos tuve que despachar por borracho y a otro, por haber correspondido con groserías a una pobre mujer que le dio hospedaje; y solo una vez tuve que cortar una mala conversación que entablaron en mi presencia mis oficiales.
    Contra los espías tuve que proceder al principio con mucho rigor para imponer espanto; de lo contrario, me hubiera sido imposible dar un paso por ninguna parte. De otros rigores que empleé, no soy yo el que tengo la culpa, sino aquellos que me dieron causa justísima para ello.
    ¿Qué había de hacer yo con aquel espía, a quien llamaban Jacas, hombre astuto y que, como decían, valía por todo un regimiento? Le prendí en Anoeta, a media hora de Tolosa; allí, muy cerca, en Irura, había fuerzas liberales. Yo no tenía ánimo de fusilarle; pero él, con la intención de dar tiempo a que acudieran sus amigos, todo era exclamar en voz muy alta: "Santa Cruz!!! Santa Cruz!!! Por tres veces le intimé que se callara y que echara a andar; y las tres veces desobedeció mi orden; entonces mandé hacer fuego contra él. En cambio, los liberales acudieron enseguida ¿por qué habían de hacerlo prisionero y asesinarle a bayonetazos al párroco de Anoeta, que asistió a Jacas en sus últimos momentos?
    Innumerables fueron los atropellos que cometieron los liberales con mis amigos. A mi hermana la metieron en la cárcel de Tolosa y la amenazaban con fusilarla. Para librarla, me adelanté con 20 muchachos hacia el camino de Tolosa, prendí a un coronel con cinco oficiales y los llevé atados a Irura, donde tenía mi gente. –Soltad enseguida a i hermana, y no molestéis a mis amigos, porque me obligaréis a hacer lo mismo con los vuestros.
    A un padre y a su hijo asesinaron en Aya, solo por ser amigos míos. Por la misma razón dieron muerte a Muguerza, hombre honradísimo y muy querido en toda la provincia. Si en Endarlaza cayeron más de 30 carabineros, ellos tuvieron la culpa. Cuando yo me acerqué allí con mi gente, ellos levantaron bandera blanca; pero al acercarse algunos muchachos míos, les hicieron fuego a bocajarro y echaron a huir; entonces ordené a los míos hacer fuego; y solo tres escaparon con vida.
    De mí no se diga nada; varias veces estuve en peligro de muerte; y en cierta ocasión introdujeron fraudulentamente a dos mozos liberales, que se vendían por amigos míos, pero que después resultó que venían armados secretamente, y dispuesto a asesinarme.
    Pero lo que yo cuidé más que la misma vida, fue la honra. Atento siempre a no crear dificultades que me estorbasen los propósitos que tenía para más adelante, nunca quise estar solo, sino que siempre me acompañase un oficial; así pudo decir en cierta ocasión una honrada mujer: -De don Manuel dicen muchas cosas, pero ninguno le ha tachado de inmoralidad.
    Por lo demás, estaba tan lejos de mi ánimo estos rigores, que me acuerdo bien de lo que me sucedió la primera vez que tuve que apelar a un paisano que faltó de su puesto al hacer la centinela; que tuve que volver la cara al otro lado para disimular las lágrimas.
    Poco más de medio año llevaba de esta vida tan azarosa, cuando al fin me persuadí de que la causa estaba perdida. Aunque me cueste trabajo el decirlo, no daba don Carlos pruebas de ser muy conocedor de las personas, al rodearse de consejeros tan poco aptos y fieles a su señor.
    Una vez que me decidí a retirarme, di noticia de ello a mis muchachos, con una pena que verdaderamente me arrancaba el alma. Nadie puede figurarse el amor que les cobré, precisamente por la fidelidad que siempre tuvieron. Si muchos supieran el amor que les tenía, no se extrañarían tanto del rigor con que castigaba a los que cometían alguna tropelía con ellos, como sucedió muchas veces.
    Me retiré de Lila; hice enseguida Ejercicios; y desde allí mandé el dinero que aún tenía a don Luciano Mendizábal para que lo devolviese a las personas que yo le señalé, sin que yo me quedase con un céntimo.
    No faltaron personas que, con el fin de alejarme, me hicieran insinuaciones de venirme a América, prometiéndome muy buenas recomendaciones y esperanzas de medrar y enriquecerme; pero a todas ellas contesté yo, que si iba a América, sería únicamente con el fin de hacer vida de misionero y consagrar todas mis fuerzas en provecho de las almas.
    El Señor me ha cumplido estos deseos, y me ha dado a manos llenas trabajos con que santificar mi alma, y fruto abundantísimo, sobre todo en muchísimos indiecitos, a quienes Dios ha querido colmar de gracias por mi medio.
    Sea todo para mayor gloria de Dios y de su Santísima Madre.
    Manuel Ignacio Santa Cruz
    (2) Ramón Mª del Valle-Inclán. “Gerifaltes de antaño”. Biblioteca Valle-Inclán dirigida por Alonso Zamora Vicente. Círculo de lectores, S.A. Valencia, 1991. Pág. 48.
    (3) Ramón Mª del Valle-Inclán, op. cit., pág. 75.
    (4) Pío Baroja. “Zalacaín el aventurero. Historia de las Buenas Andanzas y Fortunas de Martín Zalacaín de Urbía”. Alianza Editorial. Biblioteca Baroja. Madrid 2004. Pág. 90.
    (5) El cenagal vertido por Baroja al cabecilla carlista no concluye ahí ni mucho menos. La animadversión que sentía por Santa Cruz lleva al escritor a describirlo arbitrariamente de forma parcial y poco verídica en estos términos, en los que incurre en contradicciones: “Unicamente se distinguió por su crueldad y su fanatismo; mandó emplumar y apalear a mujeres; fusiló a una mujer embarazada en Arechavaleta; apaleó a oficiales carlistas, como el comandante Amilivia (sic); mató a tenientes suyos, de quien estaba celoso; fusiló a veintitrés carabineros y a su teniente en Endarlaza, a pesar de haberles ofrecido cuartel, y quemó y robó la estación de Beasaín […] A pesar de que los rasgos de su cara son correctos, tiene indicios de animalidad: los pómulos son muy anchos; los maxilares, fuertes; la frente, estrecha; la barba, negra, cerrada; las orejas, un tanto separadas del cráneo; hay algo de prognatismo de la mandíbula inferior. Tiene un rasgo que todos los que le conocieron lo recuerdan: es la mirada baja. Quizá es el hábito de hipocresía adquirido en el Seminario. Sea por lo que sea, este rasgo le caracteriza. En su vida de cabecilla tampoco mira de frente. Antes que nada es cura […] Por las fotografías, a mí me recuerda esos hombres que andaban antes por los pueblos comprando galones y oro viejo; tipos siniestros, muchas veces cómplices de crímenes […] Santa Cruz es un perturbado, tiene algo de santón. A pesar de su fuerza y de su cuerpo robusto, ha echado sangre por la boca. Está siempre inquieto y su miedo no le deja dormir. Teme hasta su sombra. Santa Cruz es un cabecilla de sacristía; constantemente está rezando el rosario y haciéndolo rezar a sus soldados. Santa Cruz nunca se lanza a primera línea, ni coge un arma; no tiene la embriaguez de la lucha, no le gustan las batallas. Su mando es sacristanesco; no tiene corneta de órdenes y sus disposiciones las da con un pañuelo […] Santa Cruz no es un estratégico, le falta el genio. Llega a tener cañones, pero no le sirven de nada. Llega a reunir diez y ocho compañías a sus órdenes, y no sabe qué hacer con ellas. En pequeño, el cura se parece al conde de España; tiene como él, sus taras de loco, y de loco sádico […] Como el cura no tiene simpatía, ni condiciones para arrastrar gente, le es necesario pactar con sus capitanes. Al mismo tiempo está celoso de ellos. Un momento, Soroeta se levanta sobre todos; el cura le prepara una celada para acabar con él. El general Loma encuentra a la partida de Soroeta y la ataca. Soroeta espera la ayuda del Cura, pero Santa Cruz no le ayuda, y Soroeta queda muerto en los montes, entre Lesaca y Oyarzun”.
    Texto extraído de “Divagaciones Apasionadas”, de Pio Baroja. Ed. Caro Raggio. Madrid, 1985. Págs. 113-128.
    A tal extremo llegó la inconsistencia Baroja a la hora de debatir y difamar a Santa Cruz que en su escrito anterior, fechado en 1918, ya daba por muerto al cura, anticipando su muerte nada menos que en ocho años.
    (6) Según Gaétan Bernoville, Santa Cruz nació el 25 de marzo del mismo año.
    (7) Gaétan Bernoville. “La Cruz Sangrienta. Historia del Cura Santa Cruz”. Traducción de F. Seminario. Librería Internacional de San Sebastián. Aldus, S.A. de Artes Gráficas, Santander. 1929 (?). Pág. 28.
    (8) Gaétan Bernoville, op. cit., pág. 45-46
    (9) José María de Recondo y Aguirre (1816-1893) sirvió a Don Carlos V de Borbón en la 1ª Guerra Carlista donde obtuvo el grado de capitán, y tras la cual se acogió al Convenio de Vergara. Creado en 1872 Comandante General de Guipúzcoa, emigró tras el desastre de Oroquieta y el subsiguiente Convenio de Amorebieta.
    (10) Xabier Azurmendi. “El Cura Santa Cruz”. Idatz Ekintza, S.A. Bilbao, 1986. Pág. 42.
    (11) La derrota carlista en Oroquieta provocó que Carlos VII se viese obligado a regresar a Francia, el convenio de Amorebieta ratificado entre el general Serrano y la Diputación de Vizcaya, y la caída en desgracia del general Díaz de Rada.
    (12) Xabier Azurmendi, op. cit., pág. 49.
    (13) Xabier Azurmendi, op. cit., pág. 60.
    (14) Xabier Azurmendi, op. cit., pág. 8
    (15) Ramón del Valle-Inclán, op. cit., pág. 76.
    (16) Tras la fracasada intentona de tomar Aya los últimos días de enero de 1873, se convirtió Arichulegui en cuartel de las fuerzas santacrucistas. Gaétan Bernoville (“La Cruz Sangrienta. Historia del Cura Santa Cruz”. Pág. 239 )describe Arichulegui en los siguientes términos: “Arrichulegui no puede decirse que sea un pueblo. A unos ocho kilómetros, en los flancos de una abrupta montaña, hay un grupo de cavernas y de agujeros de mina abandonados, y al pie unos cuantos caseríos esparcidos”.
    (17) Pío Baroja sostiene en su novela “Zalacaín el aventurero” que los voluntarios pasaban a integrar la Partida bajo coacción de ser sometidos a palizas; este punto creemos es del todo inverosímil.
    (18) Xabier Azurmendi, op. cit., pág. 95
    (19) Antes de este hecho, había detenido Santa Cruz un lujoso coche que transportaba entre otros al coronel de los Voluntarios de la Libertad y a su anciano padre. El cura les ofreció inmediatamente la libertad a cambio de la de su hermana, bajo palabra de honor, pero esta fue incumplida. A raíz de este suceso, Santa Cruz se vio obligado al golpe de mano perpetrado en Tolosa.
    (20) Antonio Pirala. “Historia Contemporanea. Segunda Parte de la Guerra Civil. Anales desde 1843 hasta el fallecimiento de Don Alfonso XII. Tomo II”. Ed. Felipe González Rojas. Madrid, 1895. Pág. 643.
    (21) Xabier Azurmendi, op. cit., pág. 9.
    (22) Según Azurmendi, el párroco de Anoeta, Don José Ramón Gaiztarro, fue conducido a Tolosa y allí asesinado por la Milicia Nacional “a bayonetazos”. Por el contrario, Pirala sostiene que el presbítero fue linchado hasta morir por el furioso gentío, que desbordó la protección que los milicianos le proporcionaron y tras cuyo homicidio fue incoado sumario.
    (23) El cura Santa Cruz enterado de la recompensa ofrecida por Aguirre a su cabeza llego a exclamar: “Mucho me alegro que valga tanto mi cabeza. Mi hermana en Tolosa paga catorce reales, siendo grande dieciocho, por la cabeza del cerdo. Más que esto no puedo ofrecer por la cabeza del gobernador de San Sebastián."
    (24) D. Luis Osta, coronel del Regimiento de Luchana, falleció a resultas del fuego carlista recibido en la acción de Ursúbil. Su joven hermanastro, graduado de subteniente, en venganza acuchilló a tres paisanos de Hernialde por el simple hecho de ser amigos de Santa Cruz. Algún tiempo después el joven Osta fue hecho prisionero, y Santa Cruz al informarse de quien se trataba, dio orden de fusilarlo en revancha.
    (25) Gaétan Bernoville, op. cit., pág. 132-133.
    (26) Xabier Azurmendi, op. cit., pág. 134.
    (27) El general D. Antonio Lizárraga (Pamplona, 22-1-1817 – Roma, 7-XII-1877) participó como voluntario carlista durante la I Guerra, alcanzando el grado de oficial y al concluir esta se adhirió al convenio de Vergara. En 1872 es nombrado por Carlos VII comandante general de la Rioja y tras el convenio de Amorebieta, comandante general de Guipúzcoa. Entró en dicha provincia a principios de 1873 con siete hombres, logrando al poco reunir sesenta. Gaétan de Bernoville lo describe como “un jefe preciso, metódico y concienzudo, pero atormentado por un escrúpulo religioso que mezclaba constantemente en sus deliberaciones militares un elemento de turbación y ansiedad. Era el caso de conciencia hecho hombre. Don Carlos se reía a menudo de esta austeridad, que a él no le preocupaba. El estado de alma timorato y tibio de Lizárraga, se prestaba apenas al ejercicio de un mando militar y a las decisiones de una guerra como aquella, cuyo carácter fue especialmente atroz. Lizárraga conocía su oficio, pero temía ejercerlo. Para evitar los conflictos con su deber de estado, se entregaba a la oración”. No es de extrañar que pronto entrasen las personalidades de Lizárraga y Santa Cruz en conflicto, al ser uno excesivamente pacato y el otro pura energía. Lizárraga acompañó a don Carlos al exilio, muriendo en él.
    (28) Gaétan Bernoville, op. cit., pág. 140.
    (29) Valle-Inclán pone en boca de Santa Cruz la frase: “La guerra se perderá por los generales”. Ramón Mª del Valle-Inclán, op. cit., pág. 143.
    (30) Pirala cifra, en el ataque a Deva, que la Partida de Santa Cruz estaba formada por unos 800 hombres.
    (31) Xabier Azurmendi, op. cit., pág. 149.
    (32) Gaétan Bernoville, op. cit., pág. 207.
    (33) Los espías llegaban a cobrar hasta 25 pesetas.
    (34) Este famoso caso de la mujer fusilada por espía fue ampliamente divulgado por los liberales para acusar Santa Cruz de despiadado asesino, máxime cuando hicieron circular la noticia que Ana Josefa Garmendia, que así se llamaba la mujer, se hallaba embarazada. Santa Cruz posteriormente reconocería que ordenó su fusilamiento, ya que era espía reincidente , pero aseguró ignorar las circunstancias de gravidez.
    (35) A tal extremo se extralimitó Santa Cruz en sus manifiestos que llegó a firmar el 1 de julio de 1873 un manifiesto en el que anulaba “los poderes de los Ayuntamientos, que iban a celebrar, como de costumbre, sus asambleas anuales, y les amenazó con una multa de dos mil duros a todos los que asistiesen inculcando sus órdenes”. Gaétan Bernoville, op. cit., 237
    (36) Gaétan Bernoville, op. cit., pág. 182-183.
    (37) Xabier Azurmendi, op. cit., pág. 180.
    (38) No tuvo fortuna en su ataque Santa Cruz, pero logró aprisionar al capitán Montserrat, que se había distinguido en la defensa de la fábrica de Peñaplata, estando a punto de fusilarlo.
    (39) Se dividieron las fuerzas de la Partida el 5 de febrero en Azcárate, yendo Santa Cruz hacia Oñate y Soroeta tomando el camino a Azcoitia.
    (40) D. José Loma y Arguelles. En 1874 ascendió a teniente general. Alfonso XII le concedió el marquesado del Oria. Datos extraídos de la obra de Melchor Ferrer, “Historia del Tradicionalismo Español”, Tomo XXV, Ed. Católica Española, S.A. Sevilla, 1958, pág. 65
    (41) D. Faustino Fontela y Olay, nacido en Oviedo el 31 de marzo de 1826, falleció en Madrid el 10 de diciembre de 1913. Tuvo una relevante actuación en las guerras de África, en el Norte contra los carlistas y en Filipinas. Datos extraídos de la obra del marqués de Jaureguizar, “Relación de los poseedores del Castro y Palacio de Priaranza del Bierzo, de alguno de sus allegados y descendencia de ellos”, Ed. Fundación Jaureguizar, Madrid 1999, pág. 422.
    (42) D. Sebastián Soroeta. “Hombre muy simpático, vestía capa larga y llevaba sable; era el único jefe bien equipado que teníamos, porque los demás vestían de paisano; estimado de todos por su trato llano y servicial; su muerte fue muy sentida y constituyó una gran pérdida para la causa”. Extraído de la obra de Xabier azurmendi, op. cit., pág. 206.
    (43) El alcalde de Berástegui, Sr. Gorostidi, simpatizante liberal, había previamente huido de la localidad.
    (44) Ramón Mª del Valle-Inclán en su “Gerifaltes de antaño” afirma que Santa Cruz dio orden de fusilar a Egozcue con el objeto de eliminar a un cabecilla que le podía hacer sombra, poniendo en boca del cura la frase siguiente: “Y para fin de traiciones, tienen que acabarse tantos cabecillas, y no quedar más que uno”. Op. cit, pág. 79.
    (45) Cruz Ochoa ingresó en la Partida el día 11 de mayo de 1873 como oficial de la misma. Pocos días después escribió un manifiesto publico titulado “A Mi Madre” en el que expone las razones que le impulsaron a incorporarse a las filas santacrucistas, ensalzando a su jefe. Fue célebre Ochoa por haber sido el primer diputado que gritase ¡Viva Don Carlos! en las Cortes.
    (46) El cañón, que no pesaba más de 100 libras y disparaba granadas de 5 o 6 libras, fue regalado al cura por su amigo D. Isidro Ortiz de Urruela . Fue bautizado “mediomundo” por un soldado de la Partida que en cierta ocasión al cargárselo sobre sus espaldas para transportarlo afirmó “con este cañón venceremos a medio mundo”.
    (47) El soldado Arandia, alias “Chango” era natural de Rentería, amén de ser el chistu y tamboril de la Partida.
    (48) Xabier Azurmendi, op. cit., pág. 283.
    (49) Testimonio de D. José Domingo Aizpuru, recogido en el libro de Xabier Azurmendi, op. cit., pág. 285.
    (50) Xabier Azurmendi, op. cit., pág. 287.
    (51) El Cuerpo de Estado Mayor del Ejército. “Narración Militar de la Guerra Carlista de 1869 á 1876”. Imprenta y Litografía del Depósito de la Guerra. Madrid, 1884. Tomo III. Pág.12-13.
    (52) “Ojalatero” era el término con el cual los carlistas designaban a aquellos individuos que simplemente se limitaban a exclamar, de cuando en cuando “ojalá gane nuestro partido”, sin hacer nada más.
    (53) Ramón Mª del Valle-Inclán en “Gerifaltes de antaño” pone en boca de uno de sus personajes liberales las frases “La República necesita que haga una degollina Santa Cruz. Los carlistas trabajan en las cortes europeas para obtener beligerancia […] Hace falta una degollina para presentar a los carlistas como hordas de bandoleros. Entonces Castelar alzará los brazos al cielo, jurando por la sangre de tantos mártires, y pasará una nota a todos los embajadores. Ahora la suprema diplomacia es ayudar al Cura”. Op. cit, págs. 55-56. La extensión de la veracidad de la sospecha que Valle-inclán realiza a la hora de acusar a los liberales de apoyar encubiertamente los desmanes de Santa Cruz no se podrá probar, pero es cosa acreditada que el alto mando carlista quiso por todos los medios apartar al cabecilla del caudillaje de su Partida.
    (54) Pirala, op. cit., pág. 1011.
    (55) Pirala, op. cit., pág. 854-855.
    (56) Gaétan Bernoville, op. cit., pág. 230.
    (57) Julio de Urquijo. “La Cruz de Sangre. El Cura Santa Cruz. Pequeña rectificación histórica”. Imp. “Nueva Editorial”. San Sebastián, 1928. Pág. 39.
    (58) Gaétan Bernoville, op. cit., pág. 252.
    (59) Xabier Azurmendi, op. cit., pág. 342.
    (60) Xabier azurmendi, op. cit., pág. 353.
    (61) Gaétan Bernoville, op. cit., pág. 258.
    (62) Xabier Azurmendi, op. cit., pág. 346.
    (63) Gaétan Bernoville, op. cit., pág. 276.
    (64) Ezcurrechea sería fusilado posteriormente por orden de Lizárraga.
    (65) Xabier Azurmendi, op. cit., pág. 399-400.
    (66) Existe el precedente que durante la Primera Guerra Carlista, el general Cabrera mandó izar una bandera negra con dos tibias durante el sitio que soportó en Morella.
    (67) Xabier Azurmendi, op. cit., pág. 89.
    (68) Dato amablemente ofrecido por D. Luis Sorando Muzás.
    (69) Al morir en 1909 Carlos VII la colección de banderas de Loredán comienza un novelesco periplo, que es narrado por Manuel de Santa Cruz (seudónimo empleado por D. Alberto Ruiz de Galarreta) en su obra “Apuntes y Documentos para la Historia del Tradicionalismo Español 1939-1966”, Gráficas Gonther, Madrid, 1979, tomo 1, pág. 124-125: “Después de la Segunda Guerra Carlista esta bandera [se refiere a la bandera “Generalísima”, bordada por la princesa de Beira, y principal enseña histórica carlista] y otras famosas, como las del Cura Santa Cruz, fueron a parar al Palacio de Loredán, donde se conservaron dignamente. A la muerte de Don Carlos VII, su esposa, Doña Berta, tan despegada de las cosas del Carlismo, hallándose en dificultades económicas, las vendió a bajo precio a unos anticuarios parisinos. Inmediatamente antes de la guerra de 1936, un judío inglés llamado Midletton las adquirió para tenerlas a punto en sus pretensiones amorosas a una princesa de la estirpe carlista*, pero ésta no le hizo el menor caso y se casó posteriormente con un diplomático italiano que fue embajador en Madrid.
    Al empezar la Cruzada, Don Luis Arellano, abogado pamplonés de gran habilidad política, entró en contacto con el tal Midletton y le convenció para que regalara las banderas a la familia Baleztena y no a la Comunión Tradicionalista como inicialmente había pensado. A cambio, parece que se habló de gestionar para el inglés una valiosa condecoración española.
    Pero al relatar éste asunto, de manera en todo coincidente con la narración de la Señorita Lola Baleztena, el Conde de Rodezno dice en sus memorias que la secreta intención de Midletton al regalar las banderas era buscar una eficaz representación a Don Nicolás Franco, para montar con él una operación de rescate del oro que los rojos habían sacado al extranjero. Pero ésta pretensión no tuvo más fortuna que la dirigida a la princesa carlista".
    El autor de la anterior información cuando alude a “una princesa de la estirpe carlista”, se refiere a la Archiduquesa Doña Margarita de Habsburgo-Lorena y Borbón, nieta de S. M. Don Carlos VII, quién casó en 1937 con el marqués Francesco Taliani di Marchio, embajador de Italia en España.
    Ahondando en este mismo tema sobre el devenir de las banderas del Palacio de Loredán veamos lo que dejó consignado el conde de Melgar, secretario de Carlos VII, en su interesante obra "Veinte años con Don Carlos. Memorias de su Secretario el Conde de Melgar", Ed. Espasa-Calpe, S.A. Madrid, 1940, pág. 181:
    "Para alejar a su esposo no sólo de la familia, sino del partido, la segunda Duquesa de Madrid decidió, "para limpiar de basuras el Palacio de Loredan", destruir todo los archivos que piadosamente se conservaban en los desvanes y que abarcaban interesantísimas correspondencias de D. Carlos V, Carlos VI y Carlos VII. Hizo bajar las inmensas arcas que contenían las preciosas reliquias, entregando al fuego su contenido. Quince días, los últimos que yo pasé en Venecia, duró aquel áuto de fe. Tímidamente me decidí un día a observar a don Carlos si no sería conveniente que hiciéramos un expurgó él y yo para salvar lo que mereciera conservarse.
    - Ya lo ha examinado todo María Berta- me contestó- ; dice que ahí no hay más que cuentas de la lavandera y de la cocinera.
    Asi desapareció aquel tesoro.
    Mucho me temo que hayan corrido suerte parecida los trofeos de la guerra que eran el orgullo del Palacio de Loredán.
    Don Carlos dejó éste en su testamento a su viuda, diciendo que podía disponer de todo su contenido, excepto de los objetos del Cuarto de Banderas, los cuales le legaba solamente en usufructo con la obligación de pasar la propiedad a su hijo cuando ella muriese.
    Habiendo doña María Berta vendido el Palacio de Loredán - en condiciones malísimas por cierto - ignoro dónde habrán ido a parar los gloriosos trofeos. Don Jaime ha escrito a Venecia varias veces para saberlo y la contestación ha sido siempre que la Princesa había depositado aquella herencia de gloria en un guardamuebles, de donde podrían ser retirados a su muerte."
    Es cierto que al morir Don Carlos VII, dejó dispuesto en su testamento que sus bienes pasaran a su viuda Doña María Berta, a excepción de los objetos que contenía la “Sala de Banderas”, que únicamente le legaba en usufructo y que a su muerte debían pasar a Don Jaime de Borbón cuando ella falleciese. Doña Berta vendió el edificio y su contenido a la actriz de cine Francesca Bertini (Fermí Prunés Pujol. “Cataluña en Guerra, 1872-1876. Biografía de un heroico soldado de Carlos VII: Pablo Jacas Dalmau”. Ed. Actas. Colección Luis Hernando de Larramendi, 2002. Pag. 132). Después la reina carlista marcharía a vivir a Viena, donde murió el 13 de enero de 1945. El conde de Melgar, sin embargo, se equivocó al pronosticar que Doña Berta hubiese sido capaz de haber mandado quemar las banderas.
    (70) Aparece incluida en el “Catálogo de Banderas del Museo de Recuerdos Históricos”, con el número 22, con la descripción: Bandera del Cura Santa Cruz (1872-1876). De seda negra. Sirvió en Guipúzcoa para llevar a cabo el alzamiento de voluntarios realistas a las órdenes del cura D. Manuel Santa Cruz. En el anverso en letras rojas <<Guerra sin Cuartel>>, y en el reverso, en rojo también <<VICTORIA O MUERTE>>. “Catálogo de banderas. Museo de Recuerdos Históricos. Pamplona. Número 1” Pamplona, Gráficas Bescansa, 1942. El lector fácilmente podrá observar que es errónea la datación de la bandera “1872-1876”, ya que la partida fue disuelta en 1873.
    (71) Reproducimos a continuación la breve descripción de la bandera que se hace en el folleto “Museo de Recuerdos Históricos de Pamplona”, de Dña. Dolores Baleztena, Temas Españoles nº 205, Ed. “Publicaciones Españolas. Madrid, 1955, pág.15: “Destaca en ella [la sala del Cura Santa Cruz] la bandera de su famosa partida con el desesperado lema escrito en rojo sobre fondo negro Victoria o Muerte. Diversas fotografías le reproducen de cura joven en Hernialde; de guerrillero rodeado de sus incondicionales <<guizones>>, y últimamente, ya anciano, de misionero jesuita en Colombia”.
    (72) Xabier Azurmendi, op. cit., pág. 164.
    (73) Dato amablemente ofrecido por D. Luis Sorando Muzás.
    (74) Idem
    (75) Don Carlos se instala en 1881 en el palacio de Loredán, tras serle cedido por su madre Doña Beatriz de Austria-Este. Dato obtenido del trabajo de Jesús Pabón “No importa. Apuntes del Duque de Madrid sobre la Ultima Guerra Carlista”, Revista de estudios políticos Nº 110, marzo / abril 1960, pág. 44. Es de interés reproducir aquí la descripción que el mismo autor, en la página 45 de la misma publicación, hace del Palacio: “El ambiente de españolismo era el del palacio de Loredan, en el Gran Canal de Venecia, en cuya fachada cuatro grandes mástiles sostenían la bandera española, y en cuyo salón de banderas se guardaban los más gloriosos recuerdos de la guerra. En Loredan recibía Don Carlos a los españoles, tradicionalistas o españoles sin más, y a los extranjeros afectos a sus ideas o amigos de su persona”.
    (76) Julio de Urquijo, op. cit.,pág. 60-61.
    (77) La publicación “El Estandarte Real” de filiación carlista editó a instancias de Carlos VII una interesante serie de cuatro láminas dibujadas por el artista veneciano Luigi Gasparini reproduciendo cada uno de los lienzos de pared que integraban el “Cuarto de Banderas” del Palacio de Loredán, seguidas de una breve descripción de los objetos trazados. En la ilustración correspondiente a la que nos ocupa “El Estandarte Real” reseña la bandera de Santa Cruz en los siguientes términos: "En el centro, entre las dos puertas, bandera del 1er.Batallón del Maestrazgo; debajo, asomando y tapada por la anterior, la bandera negra de D. Manuel Santa Cruz, que le fue quitada por las fuerzas Reales al mando del Marqués de Valde-Espina, al declarársele rebelde”.
    El primer número de “El Estandarte Real” salió publicado en Barcelona el 1 de abril de 1889 bajo la dirección política de D. Francisco de P. Oller y la artística de D. Paciano Ross.

  19. #19
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    Respuesta: Carlismo: ¿qué me recomendáis?

    Que alguien me explique esto del tal Martín Zurbano (o tenía doble personalidad o llevaba la boina para despistar, o no entiendo nada):

    En el verano de 1835 creó una tropa franca del bando isabelino, conocida como "Batallón de Voluntarios de La Rioja-alavesa" comenzando a actuar en la rioja alavesa. En sus correrías Zurbano y su tropa pone en jaque, de forma rápida y expeditiva a cuanta tropa carlista le sale al paso. Sus tácticas guerrilleras consisten en asaltar por sorpresa a pequeños grupos de soldados carlistas , así como a pueblos que le son afines. Sus éxitos son cuantiosos y pronto se forma una leyenda fabulosa en su figura. Duro, incansable, expeditivo; de nuevo traé la esperanza al bando liberal. Captura a numerosos oficiales carlistas ,incluido al general Verastegui, con la soldadesca no es tan generoso y muchos acaban fusilados de inmediato. Las autoridades realistas ofrecen fabulosas cantidades a quien sea capaz de atentar contra él. Afortunadamente Zurbano, sale bien parado de aquellos atentados.Pronto es ascendido e incorporado al ejército liberal, promocionado sobre todo por su cuasi-paisano Espartero. Llega a participar en grandes operaciones militares en el Norte y en el Maestrazgo participando en la toma de Morella. Al finalizar la guerra tiene el grado de Mariscal de Campo.





    Esto es lo mas sorprendente de todo :
    (Engraving of carlist leader Martín Zurbano). Grabado del líder carlista Martín Zurbano.

    "De ciertas empresas podría decirse que es mejor emprenderlas que rechazarlas, aunque el fin se anuncie sombrío"






  20. #20
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    Respuesta: Carlismo: ¿qué me recomendáis?

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    Para mí, el "Pirala" es la Biblia respecto a la 1ª Guerra.

    Saludos

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