II: Las posiciones antagónicas en torno a la sentencia de Caspe.
El tema del Compromiso de Caspe ha dado pie a un copioso mar de literatura y de papeles. Posiciones antagónicas –castellanistas, catalanistas, triunfalistas, pesimistas etc.- han ido dibujándose, enmarañando, en ocasiones una de las coyunturas más trascendentales de la historia hispana.
Así, la tesis ‘catalana’ ha tenido exposiciones clásicas como las de L. DOMENECH I MUNTANER, en La iniquitat de Casp i la fi del Comtat d’Urgell, y de F. SOLDEVILA, Historia de Catalunya, tomo II;
mientras que en los polos opuestos podemos encontrar la tesis de DUALDE SERRANO, en El Compromiso de Caspe, o la exposición de C. SÁNCHEZ ALBORNOZ, en España, un enigma histórico, hasta llegar al enfrentamiento entre los profesores MENÉNDEZ PIDAL y SOLDEVILA, testimoniando hasta qué punto posiciones y remisas ideológicas pueden complicar la tarea del historiador.
En efecto, don Ramón MENÉNDEZ PIDAL, en su conocida introducción al vol. XV de la Historia de España, por él dirigida, escribió –con el sugestivo y discutible título El Compromiso de Caspe, autodeterminación de un pueblo (1410-1412)- unas páginas sumamente polémicas, en las que trata de exponer una tesis unitaria, profundamente vinculada a la creencia del papel rector de Castilla:
“La tendencia política unitaria que los pueblos del Reino de Aragón inician en Caspe... llega a plena realización cuando reinan juntos los dos últimos Trastámaras...
El cambio dinástico, promovido por un rey catalán, apoyado por un papa aragonés y proclamado por un santo valenciano, responde a la voluntad de todo el Reino, y esa voluntad no se produjo precipitadamente, sino muy madurado en la discusión que ella, durante dos años, sufre en los Parlamentos, siendo el Parlamento catalán el que más contribuyó a la pacífica elección.
Quede, pues, el Compromiso de Caspe en la historia del siglo XV como grandioso homenaje que al rey Martín el Humano rinden sus súbditos, y como originalísimo ensayo de autodeterminación, realizado por un pueblo en evolución, que se desfeudaliza con el auge de su burguesía, un pueblo que se muestra consciente de sus derechos y de sus deberes, penetrado de su unitario destino hispánico.”
Frente a la tesis de MENÉNDEZ PIDAL, reacciona sentimental y apasionadamente F. SOLDEVILA en el folleto que lleva por título El Compromis de Casp (Resposta al Sr. Menéndez Pidal), en el que denuncia:
“la tendencia apologética que reviste en algunos autores la moderna historiografía castellana. Esta tendencia se esfuerza en presentar de manera favorable, tanto si corresponde como si no, los hechos y las figuras de la historia hispánica y, muy especialmente, aquellos que han sido objeto de críticas o censuras más o menos acerbas”,
al propio tiempo que se lamenta de que don Ramón efectúe una alusión discutible, a través de “una incursión hasta nuestros días” a “lo que él denomina renacimiento del urgelismo* a principios del siglo XX”.
En el mencionado folleto, SOLDEVILA abunda en discutibles planteamientos, que le conducen a unas conclusiones pesimistas en torno a la decadencia de Cataluña:
“La desafortunada actuación de los catalanes en 1410 había dado un resultado mucho más grave: había sustituido por uno hostil el instrumento hasta entonces más poderoso de nacionalización: había colocado una de las bases de la desnacionalización de nuestro pueblo.
En una hora suprema, Cataluña no había sabido mantener aquella vigilancia tensa que le era preciso mantener continuamente si no quería caer bajo el dominio del pueblo central...
En el aspecto constitucional, el respeto de los monarcas catalanes hacia las costumbres y leyes de la tierra será sustituida por los ataques, velados o manifiestos, dirigidos a minar las instituciones de Cataluña que chocaban con la mentalidad y costumbres de los príncipes castellanos...
La tarea de acercamiento de las restantes tierras de la corona catalano-aragonesa a Cataluña... quedaba definitivamente truncada...
El instrumento principal de esta obra era la realeza, y la realeza ya no era catalana sino castellana...”
*Urgelismo: Jaime, conde de Urgel, fue uno de los seis candidatos que se postularon para ocupar el trono de la Corona de Aragón, con el llamado Compromiso de Caspe y en el que Jaime resultó derrotado, al ser elegido Fernando de Trastámara. Fue acusado de haber ordenado el asesinato del arzobispo de Zaragoza García Fernández de Heredia, quien se había opuesto radicalmente a su candidatura. Influido por su madre, se negó a reconocer como rey a Fernando I y se alzó en armas contra el monarca. Derrotado en Castefrorite y Montearagón, se refugió en el castillo de Balaguer donde sufrió el asedio de las tropas reales hasta que acabó rindiéndose en 1413. Procesado y condenado, sus bienes fueron confiscados. Estuvo en prisión en el castillo de Urueña (1413-1420, y nuevamente entre 1424 y 1426), Mora de Toledo (1420-1422), el Alcázar de Madrid (1422-1424), brevemente en Teruel (1426) y, finalmente, fue llevado en ese mismo año al castillo de Játiva, donde murió en 1433.
Desde el siglo XIX-XX los catalanistas lo vienen considerando un héroe y como el candidato ideal que, de haber sido elegido en Caspe, habría evitado a Cataluña todo el castellanismo y españolismo posteriores.
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