LA REVOLUCIÓN AMERICANA Y LA INDEPENDENCIA DE LAS COLONIAS
Lo que podríamos definir como Revolución Liberal Burguesa, no se limitó exclusivamente al ámbito peninsular en sí, sino que también tuvo otra versión al otro lado del Atlántico, en Hispanoamérica, muy posiblemente por no decir con total seguridad, auspiciada por Gran Bretaña desde tiempos atrás, no ya como Revolución en sí, si no como colaboración directa con la emancipación hispanoamericana. En Hispanoamérica, el desarrollo de una burguesía blanca, los criollos, compuesta por terratenientes y comerciantes que no participaban en un gobierno destinado a una burocracia procedente de la Península, tuvo un papel fundamental en la independencia hispanoamericana, algunos historiadores lo han definido como el complejo criollo de frustración, pero esta interpretación, según estudios recientes como los de Pierre Chaunu, ponen en evidencia las falacias de tal interpretación, aunque si bien es cierto que pudo tener algo que ver, el motivo principal no fue sólo las pretensiones de la clase criolla, sino más bien un sentimiento que desarrolla el movimiento revolucionario que ya se había iniciado en América del Norte en 1767 y se cierra con la emancipación de las colonias españolas en 1810, a lo que hoy, se puede definir una vez conocidos los resultados de la nefasta política y el interesado resultado británico de la misma, como la Involución Hispanoamericana. Aquí yace el primer error de la política llevada a cabo desde la metrópoli, y del que ya dejó constancia Malaspina en su informe científico-político y por el que fue acusado de traidor, encarcelado, y desterrado de por vida. La falta total de apoyo y de colaboración con un territorio que se sentía español, pero también abandonado a su suerte lejos del amparo real de una monarquía decadente a la que sólo interesaba el beneficio comercial para engrandecer las arcas de los intereses creados, por mucho que pueda parecer sesgada esta información para aquellos autores que pretenden con una fecunda imaginación y atrevido falseamiento y equivocada interpretación de textos de ingenuo y patriótico fraude, el ideal de que la emancipación colonial, fue culpa exclusiva de la Revolución Liberal promovida por la Constitución de 1812, ya que en realidad fue una acumulación de despropósitos o desaciertos no carentes de un interesado intervencionismo extranjero que desencadenó en la independencia colonial que se sentía tan española como cualquiera de las otras provincias españolas. La población hispanoamericana en su máximo exponente, no entendió nunca el término de la emancipación o independencia, y una prueba de ello, puede darse en que por ejemplo en el Congreso de Tucumán el 9 de julio de 1816, en la ciudad de San Miguel de Tucumán, donde se declaró la independencia de los reyes de España, sus sucesores y metrópoli sólo se conoce únicamente el acta de ese día en concreto, mientras que los libros de actas donde se debieron debatir los pormenores de los beneficios y las causas y cuestiones que se plantearon desaparecieron y nadie dejó constancia en fechas anteriores y posteriores de haberlos leído. Este es sólo un ejemplo, pero existen muchos más que no pretendemos enunciar aquí, pues no es causa principal del tema, que no es otro que el resultado y la causa del pretendido interés de una Constitución Liberal, y de los acontecimientos de una época, aunque es importante explicar el punto de vista de lo que se ha afirmado en este capítulo, y sobre esto vamos a tratar en adelante, sin dar más trámite pormenorizado de cada una de esas independencias, limitándonos a dar una visión globalizada del episodio., intentando hacer ver cada una de esas causas que desencadenaron tal desastre.
Los acontecimientos iniciados en 1808 como resultado de la hasta entonces pésima política del Antiguo Régimen en manos del cuarto de los borbones o más bien su favorito el mal llamado Príncipe de la Paz Godoy, creó una situación crítica al ser requerida la Administración colonial por el gobierno usurpador afrancesado para que se reconociese la autoridad de este. Esta situación desembocó con el unánime apoyo y reconocimiento a Fernando VII y a los poderes establecidos en la metrópoli frente a los franceses, con las promesas que se hicieron en un manifiesto redactado por Quintana en el que se insistía en proyectos reformistas del nuevo poder que comenzó declarando la igualdad de derechos entre españoles de ambos lados del océano, para convocar luego por primera vez en la historia a los diputados de las colonias para las Cortes de Cádiz, en un intento por remediar los desatinos del pasado, pero ya era tarde, y como se suele decir, tarde y mal, dos veces mal, pues el germen de la emancipación ya había comenzado algún tiempo atrás. Las Cortes de Cádiz, no se puede decir que fueran hábiles en cuanto a la política americana se refiere. Los diputados hispanoamericanos que fueron convocados para participar en las sesiones de las Cortes, lo hicieron con el mismo ímpetu y entusiasmo en los debates que los peninsulares, pero no están orientados políticamente de una forma definida, y podemos observar como ejemplo a Blas de Ostolaza, de quien ya se ha hablado en el capítulo titulado LOS MINISTROS Y LA CAMARILLA DEL SEXENIO ABSOLUTISTA,
y que merece la pena recordar, sobre todo, por su cambiante actitud política, considerado entre los realistas como el más radical, o un tal Mejía Lequerica, ya por entonces afiliado a las logias, pero hay que decir que la representación americana fue claramente restringida porque o bien los diputados gaditanos, o quien quiera que fuera que formalizara las convocatorias, quisieron evitar a toda costa una mayoría de elementos de ultramar. Con motivo de esta vicisitud, está claro que en las Cortes de la Constitución de 1812, no existió, por tanto, representatividad proporcional entre los peninsulares y los americanos, siendo elegidos éstos últimos con el sistema de los suplentes, dando como resultado que la América española, no se sintiera en ningún momento auténticamente representada, y generalmente, sus peticiones no se vieron atendidas. Además, las pretensiones de la burguesía peninsular y las de la criolla eran contrapuestas, y las medidas favorecedoras en una eran contrapuestas en la otra. Las Juntas americanas vieron con tanta desconfianza a las Cortes gaditanas como a la administración afrancesada. Ya al regreso de Fernando VII se dio cuenta de que el poder establecido en América era en buena parte insumiso o equívoco, y que el movimiento emancipador estaba ya en marcha, con mayor fuerza si cabe en los virreinatos más jóvenes, como el de Nueva Granada, y especialmente en el área de Venezuela, y en el Río de la Plata, mientras que por el contrario, el de Nueva España y Perú mantenían, en líneas generales, fidelidad a la Madre Patria.
Los criollos fueron, efectivamente los protagonistas del proceso emancipador, pero es necesario aclarar que constituían sólo una minoría en la mayor parte de las sociedades hispanoamericanas, favorecida, además, por una posición de dominio. El censo de Lima de 1791, o el de Méjico de 1794, por ejemplo, junto con otras estimaciones, la población americana española se estimaba aproximadamente en un 20 por ciento de población blanca, casi todos criollos, pues los peninsulares apenas llegaban al 2 por ciento de esta cantidad. El 26 por ciento eran mestizos, el 8 por ciento negros y el 46 por ciento indios, y a decir verdad, en muchas ocasiones los propios criollos tuvieron que sostener la causa de la emancipación contra elementos indígenas no criollos que en un primer momento no secundaban la insurrección criolla, así lo manifiestan algunos historiadores americanos de prestigio reconocido como Julio Icaza Tigeriano, Indalecio Liévano Aguirre y además, es muy recomendable leer al erudito Julio C. González para comprender el significado y las causas de este movimiento independentista, entre otros. Una prueba la encontramos en la extracción social de los dirigentes de la emancipación, como Miranda, Bolívar, San Martín, Pueyrredón, Rivadivia, Sucre, Lezica, O´Hggins, que son miembros de buenas familias de lo mejor de la sociedad criolla, donde también abundan los intelectuales, los militares, los comerciantes y los grandes propietarios como la Junta de Hacendados de Buenos Aires, mientras que por el contrario, los elementos más modestos de la sociedad, es decir, los mestizos e indios, permanecen fieles a la metrópoli y en muchas ocasiones constituyen el grueso de las fuerzas realistas que combaten a muerte a favor del poder de siempre al mando de oficiales españoles en contra de la insurgencia criolla, y lo hacían convencidos, por temor al mismo elemento que se temía en la península, el liberalismo y su ideal, igual que hicieron los campesinos metropolitanos, por temor a que la consagración de un status social, económico y político emancipador, fuera peor que el del Antiguo Régimen, que a vistas a día de hoy, en la actualidad política, social y económica americana, cabría sopesar la el fundamento de sus temores, y lo que en un principio se idealizó como lo hizo Bolívar pretendiendo unos Estados Unidos Hispanoamericanos, cuando la realidad ha sido a la postre bien distinta, la creación de una serie de patrias diferentes y hasta contrapuestas. Ateniéndonos otra vez a la actualidad política y social de nuestros días, el fenómeno, tal y como así lo tacha el Doctor Julio C. González, se podría definir como la balcanización de Hispanoamérica.
Otra teoría en la que se basan algunos autores sobre el movimiento emancipador en América es la tendencia tradicionalista y el desarraigo de la metrópoli provocado por la política de reformas en ésta, es decir, el paso del Antiguo Régimen al Nuevo régimen, y que los criollos americanos imitaron las reformas constitucionales españolas utilizándolas como instrumento de separación de la metrópoli. Lo cierto es que la independencia se estaba viendo venir desde bastante tiempo atrás, como se ha dicho anteriormente, pero más concretamente a partir del Decreto de Libre Comercio de 1778, el cual había contribuido al desarrollo de una burguesía americana paralela a la que estaba establecida en la metrópoli y que los negocios del tráfico habían desarrollado, y esta misma burguesía criolla hispanoamericana vio claro que el librecambismo que había liberado una serie de barreras intervencionistas no había roto el monopolio metropolitano y sólo podía negociar con o a través de la Península, con lo cual, sus aspiraciones para enriquecerse más y de una forma más rápida estaban mermadas. No es incoherente la idea de que el interés anglosajón, y la recién creada independencia de sus colonias, vieron clara también la oportunidad de intervenir de una forma más directa en la economía de los territorios españoles en América. Prueba de ello, es que a día de hoy, tantos años después de su independencia, los intereses intervencionistas ingleses y norteamericanos, siguen prevaleciendo de forma importante, y la población autóctona, por llamarla de alguna manera, no ha mejorado tanto, ni al mismo nivel. También debemos tener en cuenta otra cuestión, y es que podemos suponer que la razón criolla, no era la falta participación económica frustrada, como causa única, pues realmente los criollos eran gente rica. Ni tampoco era causa principal la pretensión de empleos en la política y la Administración, sino, más bien, debemos considerar muy seriamente un trasfondo de racismo social establecido por los propios criollos, quienes afirmaron en América la idea de la superioridad racista del blanco sobre los demás grupos de la sociedad multirracial, poniéndose en la cúspide de la pirámide, y estableciendo al mismo tiempo la superioridad de los llamados peninsulares sobre ellos, ya que cualquier español llegado de la propia Península era cien por cien blanco, cosa que no ocurría con la mayor parte de los criollos por el inevitable fondo mestizo en un Continente en el que, a todo lo largo del siglo XVI, sólo hubo aproximadamente un 3 por ciento de inmigración femenina blanca. De este modo, la idea del complejo de frustración de los criollos se desplaza del plano económico o político al plano racial. A todo esto, y aunque pequemos de reiteración, hay que añadir el apoyo en todo momento por Inglaterra, que ya venía intentando esa misma política desde principios del siglo XVIII de una forma más agresiva, utilizando un arma letal, que era la ingenuidad causada por la buena fe, que a la postre, destruyó a España y a las provincias españolas de Hispanoamérica. Mediante el Tratado de Apodaca-Cannig de 1809, España había contratado la ayuda británica para expulsar a los franceses, concretándose bajo la conducción de los generales Sir Arthur Wellesley, duque de Wellington, quien más tarde fuera vencedor de Napoleón en Waterloo, y William Carr Beresford, conquistador de Buenos Aires en 1806. Estos organizaron regimientos de españoles dirigidos por oficiales ingleses para combatir a los franceses y a los españoles bonapartistas de ideas novedosas. A su vez, las Provincias Hispanoamericanas fueron sublevadas por oficiales disidentes y desertores del Ejército Español que con asesores británicos los indujeron a luchar contra Napoleón primero y a separar Hispanoamérica de España después. Mediante el mencionado tratado, los británicos se aseguraron las ganancias de un comercio, mediante el engaño tanto a los criollos, como a la Junta Central española. Este Tratado otorgaba a Inglaterra facilidades para el comercio en los dominios hispánicos, a cambio de pertrechos bélicos y el apoyo de sus ejércitos a las tropas y guerrillas españolas.
El hecho de que la emancipación de los territorios hispanoamericanos se veía venir ya desde el último tercio del siglo XVIII y de que esos mismos territorios estaban cobrando una personalidad propia con ayuda de Inglaterra y con la propia independencia de los EE.UU con respecto de ésta fueron un claro ejemplo del camino a seguir, nos encontramos como prueba que en un primer momento, desde la metrópoli española se pensó en tomar alguna medida de previsión para adelantarse a los hechos, y el propio Conde de Aranda primero, y Godoy después, pensaron crear en América varios reinos independientes en cuyos tronos estarían príncipes de la rama borbónica bajo la común corona de España, en una especie de concordato vinculado con un pacto de familia, que al final, debido a la complicada situación, y posiblemente a lo avanzado del movimiento independentista auspiciado por la burguesía criolla junto a la injerencia inglesa, se quedó en un simple proyecto que las autoridades españolas no supieron cuajar en debida forma y tiempo.
El considerar al ideal de la Ilustración como una de las causas motrices de la independencia no es descabellado, ni mucho menos. Sí lo es que fuera la causa principal, ya que la participación hispanoamericana en el movimiento de ideas de la Ilustración es algo tardía y además llega desde la España metropolitana en los navíos de la Ilustración de la Real Sociedad Guipuzcoana de navegación, y llegan traducidas al español. Aunque también es cierto que la obra del padre Feijoo (Benito Jerónimo Feijoo y Montenegro) ya estaba siendo leída y divulgada por todo el continente americano después del primer tercio del siglo XVIII, pero en realidad, sólo una pequeña parte de la élite criolla leía, y lo hacía casi exclusivamente en español. Por lo tanto, debemos asegurar que el ideal Ilustrado llega de España, y aunque no debemos pensar en que fuera la principal esencia de la emancipación, si sirvió su ideal para concretar el carácter del movimiento independentista, y lo hizo a través de la sociedad criolla. El criollismo insurreccional tiene más respuesta en las zonas de Buenos Aires y caracas que en Méjico y Chile, y sobre todo, su alcance fue todavía menor en el resto de Centroamérica y América Andina, donde los efectos de la Ilustración tienen menos fuerza, coincidiendo con un criollismo más escaso. El ideal norteamericano pudo tener una influencia cierta, pero en realidad, muy escasa, debido a que era un continente lejano, y casi incomunicado, por lo que el ideal, no tenía fácil acceso en el sur, aunque el germen de James T. Adams, Jefferson o Payne, no cabe duda de que tuvo su calado en el resto continental.
El procedimiento que los británicos emplearon para conquistar Hispanoamérica ya venía previsto concretamente desde 1711, año en el que ya se había publicado un Plan, y que siguiendo todos y cada uno de sus pasos al pie de la letra, se hizo efectivo su inicio en 1804 concluyendo en 1806 con la toma de Buenos Aires. Este procedimiento estratégico se basaba en cuatro puntos de fundamental importancia, que eran:
1.- Divide et impera.
2.- No comerciar, si no traficar
3.- Ejercer el poder, sin exhibirlo.
4.- Inducir a los enemigos de Inglaterra ha hacer lo que Inglaterra necesita que hagan para que se destruyan solos.
Y les funcionó a la perfección. La paciencia y el saber hacer de los distintos gobierno británicos en el tiempo, todos con un mismo ideal, con una misma finalidad casi enfermiza, vieron claro que la debilidad de España iba a llenar no ya sólo sus arcas, si no sus espíritus, durante muchas generaciones, y así lo hicieron. Se dedicaron a seguir todos y cada uno de los puntos en su estrategia de forma ordenada, se preocuparon de fortalecer su poder en el mar, porque sabían que el mar era el medio para llegar al poder. Instruyeron a sus marinos de forma eficaz y considerada, el mar significó para ellos el eje motriz sobre el que giraban sus aspiraciones, y unido a una clase de políticos fuera de lugar, y a un espíritu obsesionado con el objetivo final de convertir y humillar a España, fue conseguido ante una nación débil, más preocupada en cambios y defensas de tradiciones, en asegurar reinados y enriquecer sus haciendas sin preocuparse demasiado de quién proporcionaba esa riqueza, ni el modo de transportarla. En definitiva, una nación de políticos débiles pero ambiciosos de poder aunque carentes de visión, y de una monarquía no ya corrupta, que lo era, si no despreocupada total y absolutamente por los designios de una nación, que mataba y se moría por ella con una fe ciega, carácter indiscutible del espíritu del español de a pie.
La restauración fernandina en el trono en 1823 no sirvió absolutamente para nada, en este campo. Los intentos del realismo español de que en el tratado de Verona se hiciese sitio a la causa de la insumisión de los territorios americanos fracasó de forma rotunda, pese a ser incluido el tema en el orden del día, y el fracaso lo hizo posible la oposición de Inglaterra y la total y absoluta indiferencia de las potencias continentales, a quienes no interesaba en absoluto el restablecimiento del prestigio español, sino más bien, preservarse de la amenaza del liberalismo. Fernando VII lo intentó negociando con Francia, pero el temor y la amenaza de Inglaterra de una guerra de carácter universal, dieron al traste con el intento. A partir de entonces, una España sin escuadra, y sin motivos para tenerla, grave error del que no se había preocupado de arreglar en su momento, volvió la mirada tierra adentro. La pérdida de América fue un desastre de dimensiones inconmensurables, y además, se produjo en el momento más inoportuno, donde un país esquilmado por la guerra de la independencia no sólo en el tema económico, si no en el de escasez de artículos, perdió de un solo golpe la posibilidad de recuperarse. La nación española, se vio falta de pronto de una vocación definida ante el mundo, y sin nada que defender, y sin ninguna aspiración fuera de su ámbito interno, se alejó del concierto de las naciones y paso a contar entre los países de tercera o cuarta fila, viviendo en adelante con una pasión desmesurada su propia historia como constante indeleble del propio temperamento español, una historia ensimismada e introvertida de riñas de familia, dando la espalda al mundo, que ya se la había dado a España mucho tiempo atrás.
Podemos definir pues, finalmente, que las causas de la emancipación de la América española, fueron en mayor o menor medida la posibilidad de la influencia de la independencia de los EE.UU, desde luego, también la influencia del ideal liberal, el deseo de una sociedad criolla en convertirse en eje de la economía y administración de su propio destino, y del de los demás, la injerencia de Inglaterra y el desarraigo del resto de Europa, pero sobre todo, la falta de preocupación de una clase política española, constitucional y no constitucional desde tiempo atrás, que se había limitado simplemente a limitarse a no hacer nada por preocuparse un mínimo de esa otra parte de España que incluso hoy, sigue calando profundamente en nuestro sentimiento.
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