Fuente: Montejurra, Número 25, 1967, página 25.


Portugal retorna al suelo patrio los restos de su Rey D. Miguel I

Con el Gobierno portugués presidieron los solemnes actos D. Duarte de Braganza y D. Javier de Borbón-Parma y Braganza, nietos de Don Miguel I

La Nación hermana sabe mantenerse fiel a su historia y grandeza patria



En Lisboa, se han celebrado grandes pompas fúnebres, con motivo del traslado de los restos mortales de D. Miguel, que fue Rey de Portugal, desde un castillo cercano a Wertheim (Alemania) [1] al Panteón Real, anejo a la iglesia lisboeta de San Vicente.

Había nacido el 26-10-1802, en Lisboa, y falleció el 14-11-1866. Llevaba casi un siglo, exacto, enterrado en Alemania, pero Portugal, que sabe mantenerse fiel a su historia y grandeza patria, ha trasladado, con toda solemnidad, los restos de su Rey Miguel I, que murió en el destierro, como aconteció con los Reyes de la Dinastía legítima Carlista en España, todavía en reparación.

Era hijo de Juan VI de Portugal, que huyó con su familia al Brasil, a raíz de la invasión francesa de 1807.

A la muerte de Juan VI de Portugal, heredó el trono Pedro I del Brasil, hijo mayor de Juan VI, y hermano de Don Miguel, pero abdicó en su hija María de la Gloria: María II, que, por ser menor de edad, tuvo primero de Regente a Don Miguel y, en 1828, ascendió éste al Trono, con el conocido nombre de Miguel I.

Dos aviones de las Fuerzas Aéreas portuguesas, uno procedente de Francfort y otro de Londres, trajeron a Lisboa los restos mortales de sus Reyes Don Miguel y Doña Adelaida, recibiendo el miércoles 5 de abril cristiana sepultura en el Panteón Real, unido a la iglesia de San Vicente.

Las ceremonias han tenido una brillantez extraordinaria, con asistencia del General Humberto, en representación del Jefe del Estado Américo Tomás, con el Presidente del Consejo Oliveira Salazar, acompañado de los Ministros Dos Santos Júnior, del Interior; Doctor Franco Nogueira, de Asuntos Exteriores; del Secretario de Estado para la Aero-Naútica, General Francisco Chagas; y del Subsecretario de Estado para la presidencia Doctor Paulo Rodrigues.

Don Duarte, Duque de Braganza, nieto de Don Miguel y heredero de la Corona de Portugal, presidía el acto; con Don Duarte su esposa la Duquesa Doña María de Braganza y sus hijos el Príncipe da Beira Duarte José, y el Infante Don Enrique, así como las Infantas Doña María Antonia y Doña María Adelaida. Don Miguel II, hijo del Duque de Braganza, acompañó desde Francfort la urna del Rey, su bisabuelo.

Como nietos de Don Miguel, en lugar presidencial y preferente, el Príncipe D. Javier de Borbón Parma, Rey de los Tradicionalistas, y naturalmente, por tanto, de todos los españoles; y la Emperatriz Zita de Habsburgo, viuda del último Emperador de Austria; con ellos, también, la hermana de ambos Doña Enriqueta Borbón Parma.

O sea, estaban presentes cuatro egregios nietos: Don Duarte, Don Javier, la Emperatriz Zita y Doña Enriqueta.

Asistía casi toda la familia Real de España: Don Francisco Javier Carlos Borbón Parma; Doña Magdalena, esposa; los Príncipes Don Carlos-Hugo y Doña Irene; el Infante Don Sixto, y las Infantas Doña María Teresa y Doña Cecilia. Había personas reales de otras naciones, acompañando a las Reales Familias Braganza y Borbón Parma.

Desde Alverca a Lisboa las reales urnas fueron trasladadas en carrozas, rindiendo el ejército honores militares, hasta la iglesia de San Vicente, donde está el Panteón Real de la Casa de Braganza, en el mismo corazón de la Lisboa antigua.

El público abarrotaba las calles y seguía con profundo respeto al cortejo fúnebre, y en balcones y ventanas pendían banderas y colgaduras.

El Prior Rvdo. Padre José da Cunha entonó el miércoles el «Libera me», mientras las campanas tañían lentamente.

En los funerales del día 6, jueves, presidió la ceremonia religiosa el Patriarca de Lisboa Doctor Don Manuel Gonçalves Cerejeira y otros Prelados.

Asistió el Presidente de la República Portuguesa, el Gobierno en pleno presidido por el Doctor Oliveira Salazar, Cuerpo Diplomático y altas autoridades y representaciones del Estado.

El Príncipe de Liechtenstein, como soberano reinante, ocupó un sitial junto al Presidente de la República y al trono del Cardenal Patriarca.

El Jefe del Gobierno portugués, Oliveira Salazar, realizó una visita protocolaria al Príncipe Don Javier de Borbón Parma y su hermana la Emperatriz Zita.

Don Javier formuló brillantes elogios al soldado portugués, con orgullo, dijo, porque por sus venas corre también sangre portuguesa, al ser hijo de don Roberto, Duque de Parma, y Doña Antonia de Braganza, Infanta de Portugal.

Alabó al Rey Miguel, como patriota, recordando los sucesos acaecidos, tan penosos para Portugal y España, por las acciones liberales revolucionarias; su ayuda posterior, para restaurar la Corona en Portugal, a las fuerzas de Paiva Couceiro; como lo hizo con Franco en 1936, al mando de los carlistas, con el Rey, su tío, Don Alfonso Carlos, y luego como Regente y Sucesor, en la guerra de Cruzada Española.

Es bello, esperanzador y sorprendente ver cómo la Providencia junta hechos que parecían tan lejanos y son importantísimos para el futuro de los dos Estados portugués y español.

Dos nietos del mismo Rey, con derechos incuestionables para regir sus Naciones, uniendo, como Oliviera Salazar y Franco hacen, a España y Portugal.

Camoens, en su poema «Las Luisiadas», cantó a «Las Españas», y las certeras afirmaciones de Almeida-Garrett pueden quizá llegar a esa unión, ambición peninsular, cuando los conceptos de patria, nación, estado, fueros y Monarquía Federativa, unión personal y alianza en torno a una Corona, sean de más clara percepción.

Copiamos del libro de Fernando Polo «¿Quién es el Rey?» los siguientes párrafos de su página 129:

Omitimos las razones que en contra de la viabilidad de esa unión puedan darse desde ciertos aspectos de la política internacional por creer que dichos aspectos no serán eternos e inmutables.

En cambio, restauradas, cada una por su parte y en su sazón, las dos Monarquías peninsulares, y Europa bajo la saludable influencia de la filosofía política cristiana, siendo general la comprensión de las ideas de los fueros, de las autarquías y de las Monarquías federativas y especialmente clara en las mentes celtibéricas, entonces habrá llegado el momento de que se produzca un hecho fatal, por ser contra natura su omisión; esa apetecible unidad, desgraciadamente rota en 1668.

Mientras tanto, haya de ser Borbón o Braganza el futuro federador, una política matrimonial como complemento necesario de un ya iniciado acercamiento e identificación, podría dar buenos frutos para el oportuno futuro; siendo las Monarquías históricas realistas por excelencia, no pueden tener la prisa angustiosa de los grupos efímeros que presienten su trayectoria meteórica, los que colocan las últimas metas terrenas de su propósito más allá de su tumba, los que trabajan conscientemente para las generaciones venideras, para la Historia, los que reciben y a su vez transmiten Tradición.

La relación de España y Portugal precisa ser íntima e intensa, porque son dos pueblos cuyas vidas no se pueden separar.

Don Carlos Hugo y Doña Irene salieron para Madrid, después de visitar en el Palacio de Belem al Jefe del Estado portugués, Almirante Américo Tomás.




[1] Nota mía. Este “castillo cercano a Wertheim” es, en realidad, un monasterio. Se trata de la Abadía de Engelberg, monasterio franciscano situado en la cercana localidad de Grossheubach, panteón de los Príncipes de la Casa mediatizada de Löwenstein-Wertheim-Rosenberg.