Una biografía del almirante Wilhelm Canaris desvela como conectó al nazismo con el bando nacional
«El Palacio Episcopal de Salamanca, en octubre de 1936, resonaba por los ecos de las enérgicas ordenes y los chasquidos de las espuelas contra la piedra. Aquí, en este gran recinto de la masonería española, se habían reunido y almacenado todos los materiales precisos para una rebelión armada (...). En este momento Franco se encuentra en Salamanca: se ha citado para comer con cierto americano -argentino, según sus documentos- llamado Juan Guillermo. Por fortuna, el vuelo que, a gran altura, lo trae desde Stuttgart no ha necesitado detenerse a repostar en Francia. El asiento del señor Guillermo se encuentra rodeado de bidones de combustible, en una cabina desmontada para lograr la máxima cabida. Naturalmente, el «señor Guillermo» no es otro que Wilhelm Canaris.
Dos meses antes, en Tetuán, Franco había solicitado a dos alemanes -a Johannes Bernhardt, un empresario, y Adolf Langenheim, presidente del partido nazi en Marruecos- que le ayudaran a organizar un vuelo intercontinental entre Tetuán y Sevilla. Las fuerzas de Franco carecían de buques y medios de transporte para cruzar el Estrecho. La aviación se había declarado a favor del Gobierno, y en la Marina las tripulaciones -de mayoría comunista- habían masacrado a los oficiales. (...)»
Emisarios y nibelungos. «Cuando Bernhardt y Langenheim llegaron a Berlín en un vuelo de Lufthansa, con una misiva de Franco a Hitler, su recibimiento fue claramente frío. En el Ministerio de Asuntos Exteriores de los días anteriores a Ribbentrop, la diplomacia alemana todavía se regía por los principios de la cautela y la discreción. (...)
Pero no debemos pasar por alto que los dos emisarios alemanes fueron enviados a los cuarteles del partido, donde el gauleiter Böhle, de la sección de Asuntos Exteriores, les presentó a Rudolf Hess, quien hizo que tres oficiales los acompañaran a Bayreuth, donde Hitler asistía a una representación del ciclo wagneriano de 'El anillo de los nibelungos'. Langenheim y Bernhardt tuvieron que esperar hasta el termino de aquella épica escenificación dirigida por Wilhelm Furtwangler; sólo entonces se les permitió entregar a Hitler la misiva de Franco. Hitler los recibió cordialmente y, a pesar de lo tardío de la hora, convocó de inmediato a Göring, Blomberg y Canaris -que también asistían a la ópera- para discutir las diversas posibilidades de contribuir a la rebelión del general español.
Tanto Blomberg como Göring se mostraron escépticos respecto de una intervención, aunque más adelante Göring -de un modo un tanto artificial, cabe decir- recordó que se trataba de una excelente oportunidad de completar la instrucción de sus aviadores. Göring, que no perdía de vista las relaciones con los países occidentales, quería evitar el riesgo de crear grandes disensiones con Francia y Gran Bretaña. Sólo Canaris optó, desde el primer momento, por apoyar a Franco. Era el experto en España y estaba más al tanto que los otros de los acontecimientos de las últimas semanas. A juzgar por los datos de inteligencia que había recogido, no le cabía duda de que Stalin pretendía revolucionar España con la ascensión al poder de los comunistas. Si Stalin triunfaba en su empeño -dijo Canaris- toda la Europa suroriental se perdería en manos del Kremlin. Como Francia ya agonizaba bajo el Gobierno de un frente popular, los comunistas amenazarían Alemania muy pronto.
Con pareja tranquilidad y decisión, Canaris continuó construyendo una completa argumentación a favor de la intervención de Alemania. (...)
De modo gradual, la fluidez y poder de convencimiento de Canaris empezaron a hacer mella en el ánimo general. Si primero había plantado en Hitler la semilla de cierta simpatía personal por Franco, pasó a desarrollar con presteza las ventajas financieras de colaborar con su rebelión. El suministro de armas -indicó Canaris con segura tranquilidad- ofrecía una posibilidad de ingresar una cantidad 'no despreciable' de divisas. En este terreno, el secuaz de Zaharoff, Juan March y Ullmann se movía como pez en el agua. Era buen conocedor de la logística del contrabando y el comercio clandestino en la Península Ibérica. La red de Canaris cubría todas las ciudades europeas, sin excluir Londres. Según los datos de sus espías, Franco contaba ya con el respaldo financiero de algunos relevantes intereses financieros de Londres; y esos intereses estarían dispuestos a comprar la colaboración y el armamento de Alemania. España era un país de grandes recursos, que por tanto podría devolver una contribución generosa, en caso de victoria.
Como un mago capaz de extraer conejos de un sombrero, Canaris se había reservado un as en la manga. Existía el riesgo adicional de que, si Alemania se negaba a auxiliar a Franco, Mussolini terminara por ayudar a los 'nacionales' para así extender la esfera de su influencia en el Mediterráneo; y ello, claro está, sin intervención de Alemania.(...)
Desde el punto de vista de Canaris, el apoyo de Alemania a Franco le situaría a él en el centro de las relaciones hispano-germanas; y este hecho tuvo consecuencias de gran alcance estratégico una vez entrado el año 1940. Para la solución de los posibles conflictos, además, Hitler se veía obligado a ponerse en manos tanto del conocimiento que Canaris había adquirido del país como de su relación con Franco. Eso permitiría a Canaris cimentar mejor sus propias relaciones con el 'Führer', a la vez que le haría ganar la confianza de Franco. Por otro lado, le relacionaría con la inteligencia británica, cuya red de contactos a lo largo y ancho del Mediterráneo occidental era -lógicamente- muy amplia. (...)»
Apoyo nacional. «Göring, Blomberg y Canaris se movieron con rapidez para garantizar el apoyo al bando nacional. El Ejército, como era de esperar, recibió la idea con cautela. El jefe del Estado Mayor, Beck, rechazó de plano la posibilidad de una intervención directa, de la forma que fuere. Y resulta obvio que el comandante general Von Fritsch estaba voceando el escepticismo de la mayoría de los generales de formación prusiana cuando, al ajustarse el monóculo y analizar en un mapa de España los medios de transporte, exclamó con incredulidad: 'Singular... vaya país más extraño, parece que no dispone de un solo tren'.
Mientras los oficiales del alto mando se peleaban con sus mapas y los horarios de los trenes europeos, la Abwehr pasó a la acción. Se activó de nuevo la antigua red de espías de Canaris en España, para que ofrecieran informes claros respecto de la fuerza militar, los arsenales de armamento y las municiones de la República. Se establecieron compañías testaferro a través de las cuales se canalizó el programa de ayuda. (...) No eran empresas de capital exclusivamente alemán. En Londres no faltaba el capital dispuesto a financiar el levantamiento franquista. La banca mercantil de Gran Bretaña, de mentalidad internacional, estaba dispuesta a canalizar los fondos a través de Augusto Miranda, viejo conocido de Canaris, que se convertiría en el agente armamentístico de Franco en Londres y, naturalmente, estaba muy vinculado a otro antiguo conocido de Canaris: Basil Zaharoff y su imperio Vickers. Hacía mucho que Vickers codiciaba el mercado de España, con un interés pronunciado por un país que estaba virando a la derecha.(...)
Aunque el Partido Laborista simpatizaba con los republicanos y Clement Attlee había advertido que convocaría una huelga ante la mínima muestra de comprensión de Londres hacia los insurgentes, en la capital británica no escaseaba el interés ora por una España debilitada, ora por una que requiriera armamento. Tampoco es de extrañar, ya que fue justo en Londres donde se sellaron la mayoría de acuerdos financieros entre Franco y Alemania. La aristocracia española poseía amigos de relevancia en la 'City' y los semejantes de Juan March no eran precisamente desconocidos en la 'Milla Cuadrada'.
En la epoca en que Canaris llegó a Salamanca, era palpable el ambiente de optimismo y no se hablaba más que de la ofensiva contra Madrid, prevista para el mes siguiente. Habían caído ya las afueras de la capital, así como Toledo; Oviedo estaba sitiada. Durante la comida, Franco, su hermano Nicolás y el general Luis Orgaz -responsable de la instrucción militar- se decantaron por una rápida conclusión de la guerra. Sólo la reciente y ominosa irrupción de tanques soviéticos en Esquivias -al mando de un general ruso, Pávlov- arrojaba una sombra sobre el futuro, puesto que habían causado un gran daño a la caballería nacional. El alemán permaneció callado, atendiendo con cuidado a toda la conversación, pero sin realizar más comentario que alguno meramente superficial hasta quedarse solo con Franco. Entonces, con la misma destreza intuitiva con la que había persuadido a Hitler de la necesidad de intervenir en España, convenció a Franco de que no podría prescindir del apoyo alemán, aportando un informe apabullante respecto de las intenciones que Francia y Rusia albergaban para el conflicto español.
Retomando el tono tranquilo y moderado que tan eficaz resulta con los hombres de la milicia, Canaris actualizó los datos de espionaje de Franco. No eran tranquilizadores. El general entendía que la guerra avanzaba según sus deseos, pero la Unión Soviética, el Comintern, Francia y Gran Bretaña estaban en movimiento y acudía hacia la Península un total de cincuenta mil voluntarios dispuestos a integrarse en las formidables Brigadas Internacionales.(...)
En un principio, Franco observaba a su interlocutor con impasible escepticismo, pero Canaris había realizado a conciencia el trabajo previo a su visita. Podía nombrar los ocho buques rusos que, cargados de suministros, habían cruzado los Dardanelos durante el último mes; en realidad, podía incluso proporcionar una lista detallada de sus cargamentos. El Kurak, por ejemplo, había descargado en Barcelona cuarenta camiones, doce transportes acorazados, seis piezas de artillería, cuatro aviones, setecientas toneladas de munición y unas mil quinientas toneladas de alimentos. El Komsomol, otro buque soviético, había dejado ocho tanques más, dos mil toneladas de munición y cien toneladas de material médico.(...)
Canaris, por descontado, conocía bien el carácter de Franco y no se le escapaba que esa interferencia foránea en los asuntos de España despertaría una respuesta particularmente acre. La réplica de Franco fue pronta: "Esos mercenarios internacionales intentan imponer a España una ideología extranjera y someterla al dominio de Moscú". Cuando asumió que necesitaría un refuerzo para combatirlos, resultó que ese nuevo Ejército sólo podía ser armado por Alemania, y quizá por Italia. Canaris era consciente de que Franco se resistiría a aceptar un respaldo extranjero tan significativo, por lo que hizo hincapié en que el apoyo de Hitler no comprometería en absoluto la independencia de España. Sin embargo, el alemán precisó de inmediato que Berlín sólo pedía una cosa: que la guerra se enfocara de un modo menos metódico y dubitativo. Berlín deseaba que se emprendiera una acción decisiva contra Madrid, que condujera a un pronto reconocimiento del nuevo gobierno nacional por parte de Berlín, Roma y Lisboa; eso justificaría, a su vez, que Berlín organizara un más ambicioso programa de cooperación.»(...)
Placer secreto.
«Pero cuando la guerra civil española se aproximaba a su fin, apenas unas semanas antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, la Península fue escenario de una serie de movimientos sísmicos de las placas diplomáticas continentales. Mientras Hitler centraba su ambición en Centroeuropa, España se convirtió en una útil fuente de tensiones continuadas. Como declaró Hitler durante la conferencia militar de 5 de noviembre de 1937, "no conviene a los intereses alemanes una victoria plena de Franco; lo que más responde a nuestro interés es que la guerra se prolongue". (...)
Cuando la tormenta europea comenzó a arreciar, Canaris fue hallando cada vez más placer en sus paseos por España. España era una distracción bienvenida con respecto a la creciente crisis de Centroeuropa. Para Canaris, España representaba un «constante alborozo». Amaba el país, pero no por su belleza o sus paisajes, sino porque sentía un vínculo especial con su espíritu y su carácter. Sus colaboradores se daban cuenta de lo bien que le sentaban los viajes a la Península. Las ruinosas carreteras de España y las condiciones de un subdesarrollo que, en ocasiones, bordeaba el feudalismo, se le antojaban remotas en comparación con su patria, la moderna Alemania...
Y sin embargo, la indudable maestría en el manejo de la lengua, su aspecto nada teutónico y su inteligencia le permitían pasar por un español, nativo justamente de aquellas iglesias sin ventanas, de aquellos pueblos de adobe».
Datos
Título: «El enigma del almirante Canaris»
Editorial: Memoria Crítica
Páginas: 328
www.larazon.es
Vita hominis brevis:ideo honesta mors est immortalitas
Que no me abandone la Fe,cuando toque a bayoneta,que en tres días sitiamos Madridy en otros quince la capital, Lisboa.
Sic Semper Tyrannis
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