Os traigo aquí una curiosidad, una entrevista realizada al famoso filósofo Gustavo Bueno en 1999 con motivo de la presentación de su, por entonces, último libro:'España frente Europa'. Antes de que lo leáis, unas advertencias: leer a Bueno no es precisamente fácil, se trata de un filósofo puro que emplea un lenguaje muy especializado.Ni pretende ser entendido por la mayoría, ni le ha importado nunca tal cosa.Con muchas de las cosas que leeréis puede incluso que estéis de acuerdo - para, probablemente, vuestra sorpresa -.Con este hombre eso es normal.Otras sencillamente os escandalizarán, e incluso puede que algunas directamente os resulten repugnantes, pero también eso es normal con este autor.Y es que es el último marxista puro y consecuente que queda, tanto que choca incluso con los que teóricamente son 'los suyos' - de hecho, con esos choca yo diría que 'preferentemente' -.

En fin.Por mucho que puedan molestar algunas de sus opiniones hay algo que no se puede negar.Es genio y figura en estado puro.Señoras y señores, abróchense los cinturones, con ustedes Gustavo Bueno.Quién me lo iba a decir: me veo convertido en cicerón de Bueno en la Corte de Estella...


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CATEDRÁTICO DE FILOSOFÍA DE LA UNIVERSIDAD DE OVIEDO

«La historia del siglo pasado es una total falsificación, hablar de música alemana o francesa es mentira, cuentan la tradición previa europea, qué sería de Bach sin Vivaldi»

Gustavo Bueno: «En España lo que cuenta es la idea de Imperio»

TEXTO: JAVIER NEIRA


Gustavo Bueno ha vuelto a la carga. Esta vez se trata del libro «España frente a Europa» en el que ensaya una teoría de la historia, una filosofía de la historia –si es que valen estos términos para el caso– extremadamente original, radical y valiente. En el libro de Alba Editorial, del mismo grupo que LA NUEVA ESPAÑA, Bueno se hace la pregunta recurrente ¿qué es España? y, tras repasar, abordar, criticar y pulverizar todas las ideas y conceptos que se cruzan en este camino de siglos, concluye que lo que cuenta es España como imperio, como imperio católico –luego racional, universal y en el fondo antirreligioso ya que el catolicismo no es una religión desde sus presupuestos–, un imperio incluso contra el Papa, un imperio que es previo a la idea de nación. Un imperio, en fin, en la línea de aquél de Alejandro, que nacería en el Reino de Asturias y su vocación de expansión infinita –toda la Península, África, América...– frente al imperio musulmán, también de tendencia infinita y, después, en disputa con el imperio protestante, subjetivista, sentimental y capitalista. Esas serían las coordenadas de España que, por supuesto, niegan las pretensiones nacionales de las comunidades autónomas, aconsejan prevención frente a una Europa a la que siempre pertenecimos e invitan, asimismo, a bracear fecundamente entre los restos del naufragio de nuestro imperio que ahora se denomina Hispanoamérica.

—¿Cuál ha sido el móvil del libro?

—Es continuación de otros. Es un libro de política. Con todas sus implicaciones. El papel de España, el de Europa, obliga a dar forma a ciertas ideas. España siempre ha sido un problema filosófico de primera magnitud.

—¿Por dónde le echa el diente?

—Por la idea de imperio. España como imperio remite al género humano, que es una idea metafísica.

—¿Entonces?

—La historia universal se supone que es la historia del género humano. Eso dicen Hegel o San Agustín. Pero hay que someterlo a crítica. Después de Atapuerca, el género humano no se sabe dónde empieza. Marx está en esa perspectiva también. Y Jaspers. Pero la historia universal no la hace todo el género humano sino una parte. Una parte que es un imperio.

—Imperios que son pasado.

—Claro. La humanidad se resuelve en los escombros, en los restos de los grandes imperios. Lo demás es metafísica, como los derechos humanos.

—¿Cómo?

—Son una lista de reivindicaciones de carácter ético individual. Entran en contradicción con los derechos de los pueblos, como pasa en la emigración.

—Volviendo a España...

—El imperio español sólo es comparable con el de Alejandro. El Romano no fue universal porque fuera estaban los bárbaros. También sería universal la Unión Soviética.

—¿EE UU?

—Ahora ejerce como tal. Es lo más parecido a Roma. Inglaterra, no. Fue un imperio depredador. Hay imperios generadores y depredadores. Alejandro Magno, al que Aristóteles enseña la idea suprema de ciudad, desborda la polis. Por eso Aristóteles rompe con él. Pero creo que Alejandro no se desvió de Aristóteles, sembró el mundo de polis. Hay 40 Alejandrías.

—¿Cuál es el origen de la idea de imperio?

—Es una idea cristiana. De Constantino. El Sacro Imperio Romano Germánico sin embargo nunca tuvo interés en extenderse. La antorcha la cogió España en la Reconquista.

—Explique ese proceso.

—De España todo el mundo tiene su opinión. En la transición, la izquierda la subestimó, la ligó al franquismo. Era sólo un sector de la lucha de clases. Lo importante era acabar con el capitalismo. Asimismo, ese planteamiento se transformó, curiosamente, en los nacionalismos. España es sólo una superestructura. En cualquier caso, las posibilidades de definición de España se cuentan con los dedos de una mano. Como los poliedros regulares. No cabe ser creativo.

—¿Cuáles son?

—Para empezar, la identidad es estructural o superestructural. Si es estructural hay a su vez dos alternativas: como un todo exento, que es el caso de la unidad de destino en lo universal, una nación eterna; o bien como una parte de otras totalidades que pueden ser Europa y la comunidad hispánica. Por cierto, la idea de José Antonio sobre España como unidad de destino en lo universal es de Otto Bauer. Como tantas ideas de la Falange procede de la filosofía alemana, tomadas a través de Ortega. La gente se ríe de José Antonio, que si el hombre es portador de valores eternos, pero entonces debería reírse de Bauer o de Max Scheler. Hay tanto ignorante. Bueno, ésa es la España de Pemán, una España eterna, un todo, una sustancia. 0 bien, siguiendo con el esquema, España es una parte, de Europa o de Hispanoamérica. Las otras formas de identidad son las superestructurales. 0 bien España es una superestructura sobre estructuras reales como piensa el cosmopolitismo donde las naciones son fantasías románticas que se han acabado porque ya estamos en un mundo global. Es el punto de vista capitalista, liberal, anarquista, socialista, comunista o humanista. No tengo nación, soy ciudadano del mundo. España sería algo sólo administrativo, sin importancia. Lo importante es el hombre libre o lo que sea. 0 bien, por otra parte, sería una superestructura de otras estructuras reales que son las nacionalidades. Hay, pues, esas cinco posibilidades. Son las que se barajan.

—¿Y la idea de nación?

—No hay una teoría sobre la nación. Así, como suena. La reconstruyo como si fuese una idea matemática: la nación biológica, la étnica, la política y la nación fraccionaria. Originariamente, España no es una nación política. En la toma de Almería se habla de la nación asturiana, son los que van de Asturias a esa batalla. Pero es la noción étnica de nación. La ciudad, el Estado, se fundan de diferentes naciones étnicas. En tiempos de Roma, España es una provincia. En tiempos de los visigodos, es un reino. Y en época medieval, reinos diferentes. Cuando Luis XIV dice que ya no hay Pirineos, que formamos una misma nación, se refiere a los Borbones, la familia de los Borbones. La nación es la familia Borbón. Hasta la Revolución Francesa no tiene sentido político el nombre de nación. En el cristianismo, las naciones son las gentes; los paganos, los que están fuera de Roma; los paletos, los que viven fuera de la ciudad y no se enteran que la ciudad ya es cristiana. El libro «Adversus naciones» es contra los paganos, claro. La ciudad de Dios no la nación de Dios.

—Una idea nueva.

—La idea de nación política es totalmente nueva. Es la idea de Marx pero desarrollada. La nueva clase social, la burguesía avanzada, arrebata el poder a la aristocracia, pero valiéndose de los campesinos. A todo ese conjunto se llamó pueblo o nación. Una república sin esclavos. Todos están unidos, los plebeyos, los aristócratas. Es una posición ideológica. Y a eso se llama nación en el sentido político. Ya no tiene nada que ver con la nación étnica. La teoría de esa nación la hacen los filósofos del XVII y del XVIII. Y hay dos grandes versiones, la contractualista, la del pacto –es la versión francesa o inglesa– y la germánica, donde la nación es el pueblo, la comunidad, la cultura. La nación es la cultura, el espíritu y se organiza como Estado de cultura. Eso se corresponde con las dos grandes versiones de la economía política. Por un lado, la economía es una cuestión puramente de intercambio, individual y universal. Es Adan Smith. Es la riqueza de las naciones. Ojo, de las naciones. Las leyes económicas están por encima de las fronteras. Pero los alemanes hablan de economía nacional en vez de economía política. Lo principal es el Estado comercial cerrado, de Fichte.

—El planteamiento ortodoxo concede gran papel a la nación.

—La historia oficial del siglo pasado es una total falsificación. Hablar de la música alemana o de la francesa es mentira, es falso. Lo que cuentan son las tradiciones previas europeas en todo eso. Qué sería de Bach sin Vivaldi. No depende del supuesto flujo de la música alemana. Y no digamos en la filosofía. Kant es un escolástico de los pies a la cabeza y no tiene sentido ninguno sin Suárez y todos los demás. Presentar naciones de donde brota la cultura es complemente mentira. Es completamente ideológico. Todo eso se ha construido ad hoc. La nación política está supeditada al Estado, aunque después ideológicamente se dé la vuelta a todo y se ponga del revés.

—¿Y la nación fraccionaria que propone como una nueva categoría?

—Es la contrafigura. La nación fraccionaria parte de un Estado nacional, ya constituido, del que se desgaja una parte por secesión. Los nacionalismos de este siglo no tienen nada que ver con los nacionalismos románticos. No son una construcción sino una secesión. Y con las mismas categorías. Los independentistas vascos, por ejemplo, quieren lo mismo pero a una escala menor con su Tribunal Supremo, su Bolsa y todo lo demás. En vez de veinte naciones en Europa habría doscientas por lo menos.

—¿Desde cuándo existe la nación española política?

—Desde las Cortes de Cádiz se puede decir. Pero tampoco, porque la Constitución de 1812 habla de la gente de los dos hemisferios. Empieza con las guerras napoleónicas, se desmembra el imperio y nace como nación con Mendizábal y el trienio liberal. Los liberales crean la nación española estricta pero fracasan por el analfabetismo, las guerras carlistas, la penuria. ¿Quién la hizo entonces? Seguramente las capitanías generales que mantenían una estructura, al menos en el siglo pasado. España no es una nación en el siglo VIII, ni en el IX..., hasta el XVIII o mejor el XIX no lo es, como tampoco lo es Francia. Y mucho menos Cataluña o Galicia. Ni por asomo. Son sólo naciones étnicas… si lo son.

—¿Cuál es la identidad de España a lo largo de los siglos?

—Existía antes de ser nación. Se puede ver como un conglomerado de reinos unidos por relaciones matrimoniales. Pero no es suficiente, los matrimonios no son causa, sino efecto.

—Ahí es cuando aparece la idea de imperio.

—Claro, en España lo que cuenta es la idea del imperio. Los reyes de Asturias no se llaman Leovigildo o Ataúlfo, sino Alfonso y Bermudo. Esos nombres siguen en León y en Aragón. No son nombres visigodos. Y cuando una dinastía quiere romper cambia el nombre. De ahí el imperio. Es una de las ideas más difíciles. Los historiadores no la saben manejar. La ven como una cosa ornamental, ampulosa, de voluntad de poder.

—¿Y Europa?

—Distingo la sublime y la real. La sublime es la de Husserl: Europa está en crisis porque ha perdido su fundamento, que es la filosotía griega. Es la Europa ideológica de la Novena Sinfonía, la libertad, la democracia, la razón. Pero claro esa Europa ha producido las dos guerras mundiales, más los campos de concentración, el dadaísmo, el fascismo... Europa es el club del euro. Lo de entrar en Europa no tiene sentido porque España siempre estuvo en Europa. Es un club controlado por Alemania y Francia principalmente. Por eso hay que tratar de definir el mapa del mundo actual. La humanidad no existe, está dividida. Hay sociedades o culturas incompatibles muchas veces. Utilizo el criterio religioso para analizar esto aunque no es precisamente religioso. En «El animal divino» decimos que a lo que llamamos religión ya no es religión. 0 sea, que la Iglesia católica no es una religión. Es una organización compleja con instituciones jurídicas, culturales, de todo tipo. Y lo mismo vale para el islamismo. Actualmente, las religiones, que ya no son religiones, son las que mejor definen las áreas de la humanidad. Total, las coordenadas de España actualmente son, por un lado, la musulmana de Argelia a Bosnia e Indonesia. El mundo musulmán que envuelve a Europa. Por otra parte está el mundo protestante, el racionalismo subjetivista, el sentimentalismo. España es el residuo del imperio católico.

«El ortograma del Reino asturiano era avanzar sin límite»

—Asturias en el origen

—Utilizo la idea de ortograma, un proyecto sistemático siempre en una dirección. Lo hablé mucho en su día con Tierno Galván y le gustaba mucho la idea. Roma tenía como ortograma avanzar y al llegar a un río o al mar, ocupar la otra orilla. El ortograma del Reino asturiano y luego leonés era avanzar sin límite, es el imperio, es la única manera de combatir al Islam, que también era infinito. Eso destroza la versión de que se trataba de un reino minúsculo. Eso es falso. Llegaba hasta Galicia y hasta La Rioja. Alfonso II llega a Lisboa, y Alfonso III, hasta Algeciras y se plantea incluso pasar a Africa. Eran razias pero funda Burgos. Es falso que el reino visigodo quedó fragmentado y aparecieron puntos de resistencia. Sí había puntos de resistencia pero el caso de Asturias fue otro, fue un proyecto imperialista desde el principio. No fue un foco de resistencia. El ortograma imperialista está inmediatamente vinculado a la Iglesia católica que quiere convertir a todos. Y lo incorporan reyes, curas, ganaderos, todos. La Reconquista es un episodio de ese programa imperialista al que se pliegan los demás. Cataluña es la misma palabra que Castilla, catalán es lo mismo que castellano, claro. Es una marca. Castilla es una gemación de Asturias y de León. Y Cataluña no tiene más remedio que unirse. El imperialismo va contra los reyes moros y contra la Iglesia, que es el punto más difícil de demostrar de mi exposición. El imperialismo astur-leonés, siendo católico, va contra la Iglesia, va contra el Papa. Ahí está el cantar del Mio Cid contra Gregorio VII nada menos, por los tributos. Y el saqueo de Roma de Carlos V. Trento es realmente un instrumento de Felipe II. Por Dios hacia el imperio, así es realmente. El ortograma no es la Reconquista sólo, es infinito. Pasan a Africa. Hay que incorporar a los musulmanes que también tienen un proyecto universal. A América se va no por las especias sino para coger a los turcos por la espalda. Se va a la India realmente y se encuentran con América. Eso cambia toda la estructura de la historia, América es decisiva, sin ella no habría capitalismo.

—¿Qué hacer, que diría Lenin?

—Triturar las ideas opuestas. La izquierda en sus cúpulas más altas, Blair o Schroeder, es puro liberalismo. ¿Europeísmo? Hay razones pragmáticas evidentes a favor pero es necesario mantener la distancia. ¿Qué queda del imperio español? Utilizo la distinción de ser y estar. Ser español es decir mucho, es muy metafísico, es una idea heideggeriana. El español no es una forma de ser. Pero sí es un modo de estar. Ocupa una posición. Nacer en España da una posición entre otras. A distancia del fanatismo musulmán y del subjetivismo luterano y del capitalismo.

—Pero el imperio español perdió frente al luterano.

—Por el capitalismo, por el imperio depredador. La Europa protestante siguió la ruta del capitalismo. Marx se enganchó ahí como la fase previa del comunismo y todo marchaba sobre ruedas. Pero el hundimiento de la URSS ha roto el marxismo y el capitalismo. Al final de este siglo todo es diferente.>>

Domingo, 21 de noviembre de 1999