ROCROI, EL TRIUNFO DE LA PROPAGANDA (IV).
En el artículo anterior apuntamos el orígen causal del montaje propagandístico en torno
a la batalla de Rocroi. La muerte de Luis XIII, cinco dias antes del hecho y cinco meses
después de la de Richelieu, había dejado a Francia en manos de una reina regente espa-
ñola, asistida por un primer ministro italiano y un consejo de regencia contestado. Más
aún, la fidelidad de Ana de Austria a su país adoptivo estaba en cuestión y su ministro
era el blanco al que apuntaba tanto la oposición que Richelieu había llevado al exilio como
la alta nobleza y familias importantes, que comenzaban a superar viejas divisiones para
provocar la caída de Mazarino.
En el Memorial Histórico (XVII,126), se publicó la carta que un anónimo «secretario de
S.E.» [57] escribía a un amigo en la corte de Madrid, poco después de la batalla de Rocroi.
Aunque volveremos sobre ella, lo que ahora nos interesa es el siguiente párrafo:
Researching & Dragona
por JUAN L. SANCHEZ
Publicado en R&D no. 16 (marzo 2002), pgs. 4-35 y R&D no. 21 (nov. 2003), pgs. 18-43.
Una traducción francesa acaba de aparecer en Rocroy, 1643. Verités et controverses
sur une bataille de légende. Rocroi, Ville de Rocroi et al., 2007.
También al secretario de Melo, en la ya mencionada carta que escribió a su amigo, pare-
cían repugnarle las «mentiras» de la Gazette, a la que alude y corrige sin citarla. Aunque
su carta carece de data y lugar, se ultimó desde el campo que Melo situó en Fontaine -
L'évêque, y se compuso en varias partes, cada una en dias diferentes, revelándonos nu -
merosas noticias e inmediatas a lo que se iban conociendo. Veamos algunas:
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«En este momento acabo de llegar de Mons, adonde deje a nuestro ejército que se va recogiendo de
diferentes partes, y entre caballería e infantería tendremos hoy 15.000 hombres, porque aunque la
pérdida de Rocroy ha dado grande estampido, ha sido mucho menos de lo que se imaginaba, por-
que se salvó toda la caballería enteramente y tres tercios de italianos que hicieron las espaldas al
bosque, y sólamente llegará el número de los muertos de 3 a 4.000 hombres, y a 5.000 los
prisioneros [62]. De los españoles serán cerca de 1.000 [los muertos] y otros 2.000 prisioneros; y
ha sido tan grande el valor con que estos pelearon que obligó al Francés, estando con su ejército
victorioso, a ofrecerles cuartel y capitular la forma del, estando aun en la batalla, cosa que no se ha
visto jamás. La desgracia nuestra fue que, conociendo el enemigo que a las diez del dia se nos había
de juntar el ejército del barón de Beque (Beck), nos embistió a la mañana, y cuando llegó el barón
de Beque sobre una colina, sirvió de que el enemigo no siguiese a los nuestros, y que se salvase la
mayor parte».
Aunque coincidentes en lo esencial; es decir, en que no hubo masacre final porque medió
una rendición, no quedan suficientemente claros los términos de ésta. El cuartel, que es
la expresión que utiliza Montglat, era una gracia discreccional del vencedor hacia el ven-
cido, pero esa situación no es la que ha descrito previamente porque no serían vencedo-
res los franceses mientras fueran incapaces de doblegar la resistencia española. Por otra
parte, habla de un campo sembrado de cadáveres sin precisar de que bando. Obviamen-
te, se repartían entre ambos pero lo que importaba era la proporción. En toda carga a un
escuadrón bien armado y conociendo tan bien su oficio que era imposible abrirle huecos,
no cabe dudar de quien ponía los muertos. Y aunque Condé dejara poca fama de apreciar
la vida de sus hombres, debía estar preocupado por parar aquella sangría [65]. La razón
apunta y sugiere que allí hubo de mediar una capitulación condicionada.
b).—La nada sospechosa unanimidad de las distintas fuentes españolas.
Eso que la razón demanda es precísamente lo que declaran, con mayor o menor exten-
sión, todas las fuentes contemporáneas españolas que hemos logrado acopiar, tanto
originadas en los Paises Bajos como en la Corte, que seguidamente repasamos.
PRIMERO:
El ya citado, aunque ignoto secretario de Melo, dice desde Fontaine-L'éveque que se
«rindieron con pactos como una plaza».
SEGUNDO:
El también citado Garcia Illán, escribiendo desde Bruselas, subraya «que obligó al fran-
cés, estando con su ejército victorioso, a ofrecerles cuartel y capitular la forma del, es -
tando aun en la batalla, cosa que no se ha visto jamás».
TERCERO:
También en el referido tomo XVII del Memorial histórico se halla la extensa carta que el
R.P. jesuíta Sebastián González escribía a su corresponsal de la Orden en Sevilla, R.P.
Rafael Pereira (doc. no. 166), que aparece fechado en Madrid el 28 de julio de 1643 y cu-
ya transcripción cubre 5 páginas (159-164). Entre diversas noticias cortesanas, así como
otras relativas a las operaciones militares en Cataluña, en relación con nuestro asunto
inserta la siguiente:
© JUAN L. SÁNCHEZ
Melo había encaminado su ejército a las fronteras de Francia para ahondar aquella cri-
sis, desatada tan pronto enfermó mortalmente Luis XIII, así como para divertir al enemi-
go de su proyectada invasión del Franco-Condado (Borgoña) y fijar tropas francesas en la
frontera septentrional, tratando asi de impedir que pudiesen reforzar a su ejército de Ca-
taluña. Vincart confirma que tales objetivos se consiguieron (Dragona-3, pg. 61), pero la
inepcia de Melo en la conducción de las operaciones [58] puso prematuro fin a la invasión
de Francia y, con ella, a los planes de desestabilización de la balbuceante regencia. Los
franceses ganaron una batalla en la que no supieron vencer la resistencia de la infantería
española, contra la que se desangraron en estériles cargas dejando el campo sembrado de
cadáveres; más aun, para sacar de allí aquellos infantes hubieron de acordarles honrosas
condiciones. Victoria pírrica.
Esa no era la clase de victoria que ni Mazarino, ni los Condé, ni la regencia precisaban
para calmar la inquietud y cautivar a la opinión pública con una inequívoca señal de la
grandeza augurada al nuevo reinado del aun niño Luis XIV. Hacía falta otra muy distinta
a la que había sido, una completa y resplandeciente donde el enemigo fuera completa -
mente aniquilado y, cuando no, cautivo gracias a la misericordia del vencedor. Mazarino y
la casa de Condé se aplicaron a la tarea. Trabucando los hechos a su antojo, trocaron
aquella ridícula victoria en otra incontestable y definitiva donde la infantería española,
imbatida en la jornada, perdía, ni más ni menos, el áura de prestigio que hasta entonces
la rodeaba.
Mazarino se salva, la regencia y la reina se consolidan, los exiliados regresan, los proble-
mas internos se aplazan y la Fronda no reventará hasta 6 años más tarde [59]; pero
aquella farsa, aquel montaje propagandístico quedó instalado en la Historia y está ya tan
arraigado que costará extirparlo. Hace más de un siglo un notable historiador español
logró reunir pruebas suficientes para, al menos, haber planteado el problema, siquiera
como bosquejo o hipótesis, pero no se atrevió. Sin duda el mito pesaba ya demasiado.
Aquí no enunciamos ninguna hipótesis sino que anunciamos los resultados de una investi-
gación apoyada en pruebas suficientes, a nuestro juicio, para soportarlos. Con todo, habrá
quien no lo repute así pues la mentira se ha hecho enorme. Tras una sencilla pero eficaz
puesta en marcha, lleva siglos autocebándose y ahora es más imparable que nunca dada
la enorme —y vertiginosa— facilidad de transmisión del conocimiento mediante los me -
dios de comunicación actuales. Tanta, que apenas queda tiempo para reparar en si es oro
todo lo que reluce.
II. EL DESENLACE DE LA BATALLA EN LAS FUENTES CONTEMPORÁ-
NEAS.
La Gazette de Renaudot era uno de los más eficaces instrumentos al servicio del gobierno
francés para crear opinión, aunque no se trataba del único periódico impreso y sin contar
las hojas volanderas. Nada igual existía en España, donde las formas más incipientes de
periodismo —en su simple acepción como medio de difusión de noticias— eran todavía
manuscritas: los «avisos» y las «cartas de un amigo», aunque privados, solían correr de
mano en mano. De vez en cuando se imprimían unas «relaciones de sucesos», en cuya re-
dacción no intervenía el gobierno más que pasivamente (censura), que son generalmente
notables por su veracidad.
La relación que Renaudot publicó en el número 65 de la Gazette, el miércoles 27 de mayo
de 1643, contiene la mayoría de la falacias sobre la batalla que, posteriormente, la histo-
riografía ha ido consagrando. Es un texto consistente y elaborado a conciencia, cuyo dete-
nido exámen revela la intervención personal de Renaudot en su redacción y la de François
Goyon (1603-1650), barón de Nogent, marqués de La Moussaye, como inspirador y maqui-
llador de los hechos. Quizá fuera su génesis un texto de la Moussaye, primeramente revi-
sado y corregido por Mazarino y Condé (el padre del duque d'Enghien), finalmente recom-
puesto estilísticamente por Renaudot. Hay un recurso, particularmente efectista y nunca
antes visto en un relato militar, que consiste en citar las bajas propias según el momento
en que se produjeron en vez de agruparlas —como se hacía siempre— por sus rangos y al
final del texto. Es un detalle muy sutil, pero sin duda contribuye a disipar su impacto. En
cambio, las bajas españolas se citan canónicamente; es decir, en orden descendente a su
graduación, y además exagerándolas. Así, refiriéndose a los maestre de campo, leemos:
«Volvamos a los enemigos, que el hierro victorioso de nuestros franceses había segado sobre el
campo de batalla. Allí se encontaron un gran número de señores de alta condición ... (que se repiten
con las exageraciones anteriormente vistas) y alrededor de 7 a 8.000 hombres que quedaron muer-
tos en el lugar, sin hablar de los que los campesinos, irritados por sus robos, mataron en los bos-
ques, en muy gran número durante su huída».
«Perdieron también 10 pontones y toda su artillería, que consistía en 20 piezas, con todas sus
municiones y bagaje, cuyo botín fue tan grande que uno de nuestros coroneles croatas aseguró que
su regimiento había ganado más de 100.000 libras en esta victoria».
«Allí quedaron de 6 a 7.000 prisioneros de guerra, entre los cuales había 200 oficiales y entre per-
sonas de consideración... Se les tomaron, en fin, 170 banderas, 14 estandartes y dos guiones».
De este escueto relato, escrito privadamente a un amigo con la única intención de apor-
tarle información del suceso, que no fue publicado sino casi dos siglos y medio después,
es preciso destacar lo ajustado de las cifras de bajas. Ya dijimos que, por comparación de
muestras, las pérdidas humanas del rey de España en la batalla no pudieron exceder de
3.500 hombres, y ello contando con los desertores; en cuanto a los prisioneros, sabemos
ya con exactitud, por las relaciones francesas que se conservan, que su número cabal fue
de 3.826 hombres (599 oficiales y 3.227 soldados), según la meticulosa recopilación lleva-
da recientemente a cabo por Bernard Guerrer. Además, de éstos no quebaban en prisio-
nes francesas, hacia finales de 1644, sino unos 1.500. Pero antes de profundizar en éste
tema, hemos de volver sobre el final de la batalla, tan distinta en la Gazette a las dos
fuentes españolas arriba mencionadas, ambas privadas y diferentes, originadas en el en-
torno inmediato del ejército derrotado y muy próximas al suceso. ¿Acaso mintieron el
proveedor Illán y el anónimo secretario de Melo? Aparte de que la coincidencia de dos
deposiciones distintas evidencia un rastro de veracidad, ¿qué interés podían tener en
mentir a sus amigos en sendas cartas particulares? Ninguno.
a).—Las astillas de la versión oficial francesa.
Dos militares contemporáneos, uno francés y otro imperial, aunque éste acabaría su
vida al servicio de Francia, dejaron también relatos sobre la batalla de Rocroi. El prime-
ro, François de Paule de Clermont (1603-1675), marqués de Montglat, en unas Memorias
cuya primera edición vió la luz en 1712; el segundo, en una voluminosa historia de la
Guerra de los Treinta años que fue publicándose coetáneamente, apenas con un lustro de
distancia sobre los acontecimientos [63]. Ninguno de los dos se halló presente en la bata-
lla, pero no cabe dudar que ambos trabaron contactos con testigos directos de la misma.
Monglat, que era entonces mestre de camp del Regimiento de Navarre, uno de los cuatro
«vieux corps» del ejército francés, escribió:
«...Il n'y eut que l'infanterie Espagnole naturelle qui tint ferme jusqu'au bout: car elle serra telle -
ment ses bataillons, hérissant les piques contre la cavalerie, qu'on fut contraint de faire rouler du
canon pour la rompre; mais voyant la bataille perdue, et qu'il n'y avoit plus de ressource, ceux qui
la commandoient aux premiers coups de canon demandèrent quartier, qui leur fut accordé avec
éloge... Toute la campagne étoit couverte de morts; et il y eut 7.000 prisonniers». [64]
Afortunadamente, disponemos de testimonios más precisos sobre éste punto que las Me-
morias de Montglat, pero lo que importa destacar ahora es que se trata del primer fran-
cés —además, un militar bien situado para conocer lo que pasó en Rocroi, aun sin haber-
lo visto— que rompe el discurso de la Gazette, inmediatamente secundado por Cramoisy
o el Mercure, inspirados por Mazarino y los panegiristas de la Casa de Condé.
Gualdo Priorato, que ha referido con cierta extensión el desarrollo de la batalla, es en
cambio más parco en su conclusión, que resume así:
«...obligando a Melo a retirarse al abrigo del batallón de infantería italiana de don Giovanni delli
Ponti, al que cargaron furiosamente tanto un escuadrón de caballería como de infantería franceses
que causaron gran mortandad entre los españoles por lo que el maestre de campo ordenó retirarse,
ya que todo estaba perdido. Y así se hizo, con pérdida de poca gente, por el sitio más favorable. Allí
quedaron, sin embargo, con diversos soldados y algunos capitanes, el sargento mayor del tercio de
Strozzi y los otros escuadrones de infantería española. Y no obstante que hubiéronse rendido 2.500,
el resto hasta 6.000 quedaron en el campo con muchos alemanes y borgoñones».
«Han llegado a Vizcaya 3.000 españoles que fueron los que capitularon en Campaña (Champagne)
cuando la rota de D. Francisco de Melo. Estos se retiraron a un bosque, donde los cercó el francés
despues de la victoria sobre Melo, y les envió un trompeta para que se rindiesen. Ellos respondieron
que dos tercios de españoles no se rendían; que querían morir peleando. Empezóse la pelea, y duró
un dia entero, y viendo el francés (que) recibía grande daño su gente, les envió otro trompeta ofre -
ciéndoles partidos que aceptaron, y sacaron por condición se les había de dar paso franco por Fran-
cia para venirse a España con banderas tendidas y cajas y sus armas. Todo se lo concedieron y a
tener que comer creo que no aceptaran partido y que según estaban de desesperados acabaran con
los franceses. Hánles hecho muy buen agasajo en toda Francia, admirando su valor y constancia y
que jamás se habia visto en campaña capitular unos pocos cercados de un ejército victorioso, y sin
tener que comer salir con tan honradas condiciones».
Este no es un documento para tomar al pie de la letra, sino para darnos una idea de lo
que se conocía y circulaba en los mentideros cortesanos sobre aquel hecho, siendo
natural la desfiguración de algunas circunstancias conforme aparecían nuevos corifeos.
Lo sustancial de la noticia es que confirma una rendición condicionada (capitulación) que
incluía el traslado de los rendidos a España.
CUARTO:
Se trata de otro "avisador" al estilo del Padre González, pero de mayor enjundia y re -
nombre literarios. Nada menos que José Pellicer de Ossau Salas y Tovar (1602-1679), un
notable cronista y genealogista a cuya pluma confiaron muchas casas importantes la re-
dacción de sus memoriales, descargos, árboles genealógicos, etc. Su testimonio, que ha
de dar cabal a un tercero de fuste, ausente de la corte, no es del género de los chismes
que corrían por Madrid, sino de los que se recaban de fuentes solventes con responsabi-
lidades ministeriales. Aunque publicado por Valladares a finales del siglo XVIII en el
«Semanario Erudito», lo que sigue aquí es la transcripción de una copia manuscrita en la
B.N. (Ms. 7693), de la carta fechada el 11 de agosto de 1643:
«(fol. 159r) ... 2500 que han llegado a Fuenterrabia, que han venido por Francia, y son los que pac-
taron con Franceses en la rota que dio al señor don Francisco de Melo en la batalla de Rocroy el
duque de Enguien (primogénito del príncipe de Condé) a 18 de mayo. Estos son gente escogida y
que en Flandes hicieron lo que jamás se ha visto, pues estando su ejército vencido se unieron de for-
ma que el enemigo no pudo romperlos y con las armas en la mano en campo raso capitularon que
saldrían de Francia con armas, banderas y artilleria y asi vinieron por medio de Francia. A estos
se añaden 4.000 napolitanos, 1.500 valones, 1.000 borgoñones, que todos hacen 24.000 hombres
y que es muy gentil (159v) grueso si conforme a él aciertan a disponer los víveres porque sin em -
bargo del cuidado del conde de Montalbo ha faltado de dos dias en el Extº el pan de munición».
«Murió el rey de Francia y ya empiezan a temer en aquel reino sediciones y parcialidades, y se tie-
ne por cierto que han de tener en que entender entre ellos mismos.»
«Don Antonio Velandia, les deux comtes de Villalva, le chevalier Visconti et le baron d'Ambizi y
furent trouvés pármi les morts.»
En definitiva, informa de "haber sido hallados, entre los muertos" a cinco maestres de
campo cuando realmente solo murieron dos: Antonio de Velandia y el único conde de Vi-
llalba que combatió, Bernardino de Ayala. Al otro podía matársele con total impunidad
ya que nunca existió, pero el caballero Luigi Visconti y Charles de Gavre, barón d'Hem-
bise, sobrevivieron a la batalla y ni siquiera cayeron prisioneros. Estas no son precisa -
mente mentiras piadosas sino métodos de intoxicación.
La Gazette miente con calculada premeditación, aunque ignoro si Renaudot fue cómplice
de aquel montaje o solo intervino en su formulación literaria. Carece de ningún funda -
mento la atribución de Victor Cousin (La Jeuneusse de Mme. de Longueville, I, 557), que
hace redactor del texto a un tal señor de Champagne, a la sazón comandante de Rocroi.
Pero si venial a la crítica lingüística o semiológica, aun resulta más pueril su fundamen-
tación, que omito traer aquí porque el texto puede consultarse en línea en el portal Galli-
ca, de la BNF. Citamos, en cambio, el desenlace final de la batalla:
«La cavalerie espagnole fit bien quelque devoir, mais la résistance de leur infanterie n'est pas croya-
ble. Ella fut si grande qu'elle obligea tout le corps de notre cavalerle à venir les uns après les autres,
chacun cinq ou six fois, à la charge sur elle, sans qu'ils la pussent rompre; de quoi ils fussent malai-
sèment venus à bout si l'on ne se fût avisé de les faite attaquer d'un autre côté en même temps par
notre infanterie de l'aile droite, laquelle prenant l'espagnole en queue et en flanc, par où la prenoit
aussi notre cavalerie, tandis qu'elle soutenoit toujours la feu en tête, elle fut enfin rompue entière-
ment par notre cavalerie de l'aile droite conduite par le sieur de Gassion qui fit en cette occasion des
merveilles à son ordinaire. Ce ne fut plus désormais que tuerie; à quoi nos Suisses entre autres ne
s'épargnoient pas pour venger la mort de leurs camarades...». [60]
Más adelante, refiriéndose a las bajas españolas, leemos:
Antes de la aparición de la Gazette, el eminente Guy Patin (1601-1672), médico y profesor
del Colegio Real, escribiendo a un amigo [61] el 23 de mayo, decía:
«El duque d'Anguien ha derrotado a los españoles cerca de Rocroi, donde hemos ganado 18 caño-
nes, todo el bagaje, mucho dinero y tres o cuatro mil hombres sobre el campo (prisioneros). He aquí
un aviso del cielo que parece aprobar la regencia de la reina».
Se trata de un texto mesurado del que sorprende la exactitud de la cifra de prisioneros
que circulaba por la Corte y que, prudentemente, no hace alusión a los caídos de ningún
bando. En el artículo anterior (R&D-16, pg. 29), vimos como la aparición de la Gazette
sorprendía la buena fe de Lefèvre d'Ormesson porque la relación publicada se distanciaba
notablemente de lo que ya corría a la sazón por la calle:
«...pero quiere la verdad o la murmuración que...».
«...Esto lo digo por mayor, porque aun estando aquí han crecido las nuevas con grande número de
mentiras... No es con mucho la pérdida tan grande como se creyó al principio, pues se pensó que no
habían dado cuartel a ningún español. Ahora se sabe que el conde Garcies está preso sin herida nin-
guna, porque sus armas fuertes le libraron de cinco mosquetazos que tenía en ellas; don Jorge de
Castelví, preso y bueno, muchos capitanes presos, aunque algunos heridos... Los tercios de italianos
quedaron casi enteros y, en fin, va pareciendo mucha gente que se pudo escapar por el valor y cons-
tancia con que los españoles estuvieron firmes en la campaña, rodeados de escuadrones de infante-
ria y caballería enemiga, que jamás pudieron romperlos, y se rindieron con pactos como una plaza.
Los franceses confiesan que murieron de su parte 2.000 hombres y que tienen 1.500 heridos, y es
cosa cierta que murieron de su parte mas que de la nuestra».
Apenas dos semanas después, el 11 de junio y desde Bruselas, el licenciado Garcia Illán,
proveedor general del Ejército, escribía otra carta personal a un padre jesuíta del Cole-
gio de la Compañía en Sevilla. Aunque se centra más en los movimientos y preparativos
del ejército durante el mes de junio, bien que sumariamente, dejó la siguiente recapitu-
lación sobre lo acontecido en la batalla:
QUINTO:
Matías de Novoa era ayuda de cámara de Felipe IV. Durante más de 30 años, desde
1621 hasta su muerte en 1652, su trabajo consistió en «hacer la estatua» en un lateral
del Salón del trono, solícito a la menor indicación del rey, pero él se esforzó por mante -
nerse también atento a cuanto se decía en su derredor. Luego, llegada la noche, aguzaba
su memoria y ponía por escrito cuanto habia oído en el día, aunque no eran esas sus úni-
cas fuentes de información. Como advierte quien estudió en profundidad sus manuscri -
tos y descubrió la verdadera identidad de su autor:
«...también copia papeles en ocasiones, ya públicos, ya de los que en secreto se daban al rey». [66]
En definitiva, contamos con un testigo de excepción que obtiene su información del mis-
mísimo epicentro de la corte, del lugar donde latía el pulso de la monarquía hispánica.
Se trata además de un testimonio fresco, nunca antes invocado para dirimir la cuestión
suscitada. Al discurrir de la batalla dedica tres páginas, que aprovecharemos más exten-
samente cuando tratemos su reconstrucción, pero ahora citaremos sólamente el párrafo
donde refiere su desenlace, uno de los más esclarecedores que poseemos:
«Duró la batalla casi seis horas, peleándo(se) siempre con bravo tesón y coraje en todas partes: fué
mayor el número de los muertos, sin duda, en el campo de los franceses que en el nuestro. Murieron
el conde de Villalba, que mandaba un tercio de infantería, y el maese de campo don Antonio de Ve -
landia, peleando como buenos caballeros y cumpliendo enteramente con las obligaciones de su
sangre. Quedó preso el conde de Garciez y su tercio quedó entero; pidiéndole que se rindiese no qui-
so, volviendo las caras á todas partes que eran acometidos, que eran españoles. Y los franceses, por
no poner en duda la victoria y que mudase semblante, como se mudó al principio para nosotros, y
respetando y recociendo (a) la nación, les ofrecieron cuartel y capitularon les darían paso, carruaje
y bastimentos hasta Fuenterrabía. Con que no pelearon porque todo estaba acabado y, cumplién -
doles lo asentado, vinieron hasta allí. Este tercio se creyó poderle traer este año para la guerra de
Cataluña, porque el Rey Católico a la sazón estaba en Zaragoza y envió órdenes para hacerlo; pero
ellos se derramaron, se fueron a sus casas y domicilios y otros tomaron otros derroteros.
Los tercios de españoles anduvieron tan valerosos que hallándose cercados y perdidos, quisieron,
por no dejar el puesto, perder antes la libertad o la vida: el último que quedó en la campaña fue el
tercio del duque de Alburquerque, y embistiéndole por los cuatro costados todo el poder del enemi-
go, sin embargo le rechazó (cosa extraña y pocas veces oída), que no atreviéndose a pasar adelan-
te, temiendo que no se mudase la fortuna, enviaron un coronel de paz a pedirles se rindiesen; y des-
pués de haberlo realizado el tercio del duque de Alburquerque [aquí parece aludir al anterior, el de
Garcíez], al fin, como se veía solo y perdido, se rindió con pactos en campaña rasa, como si fuera
sobre plaza fuerte: solo quedó el desconsuelo de que en esta pérdida y rota, éstas reliquias quedaron
vivas en poder del enemigo para poderlas esperar después en el ejército, o rescatados o fugitivos:
eran estos al pié de más de 3.000 hombres; 1.700 se hallaron despues o se pudieron juntar en la
plaza de armas, escapados con industria».
Esta magnífica pintura del desenlace de la batalla no sólo identifica al tercio que vino a
España, sino que resuelve con una redondez incontrovertible los enigmas a los que ense-
guida me referiré.
SEXTO:
Francisco Dávila Orejón y Gastón, oriundo de las Islas Canarias aunque nacido en Bru -
selas, sirvió de capitán en el tercio de Infantería española —levado en Cerdeña— de Jor-
ge de Castelví desde diciembre de 1640, en que se incorporó en él la compañía que habia
levado en la Gomera, hasta su disolución en diciembre de 1646. En R&D-2, pgs. 13-14,
publicamos una breve reseña biográfica suya por la que sabemos que, tras servir hasta
1656 en Flandes, donde fue durante breve tiempo MdC del tercio canario de Francisco
Antonio Castrejón (junio/octubre de dicho año) pasó a la corte y fue nombrado goberna-
dor de Mourâo (1657), que perdió el año siguiente ante los portugueses. No obstante, fue
designado para el gobierno de Gibraltar (1659-1662), siendo después Capitán general de
Cuba (1664-1670) y de Venezuela (1672-75), empleo que ejercía cuando falleció en Cara-
cas (1675).
http://www.tercios.org/R_D/R_D_Rocroi_triunfo4.html
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