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Tema: Marcelino Menéndez Pelayo

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  1. #1
    Avatar de Donoso
    Donoso está desconectado Technica Impendi Nationi
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    Re: Marcelino Menéndez Pelayo

    Ordóñez no está en el purgatorio, a veces le gusta poner cosas allí y en alguna ocasión hemos tenido que mandarle a esa zona algún texto poco afortunado. Por lo demás es un usuario que cuenta con la confianza del foro y que suele publicar en portada.
    Aquí corresponde hablar de aquella horrible y nunca bastante execrada y detestable libertad de la prensa, [...] la cual tienen algunos el atrevimiento de pedir y promover con gran clamoreo. Nos horrorizamos, Venerables Hermanos, al considerar cuánta extravagancia de doctrinas, o mejor, cuán estupenda monstruosidad de errores se difunden y siembran en todas partes por medio de innumerable muchedumbre de libros, opúsculos y escritos pequeños en verdad por razón del tamaño, pero grandes por su enormísima maldad, de los cuales vemos no sin muchas lágrimas que sale la maldición y que inunda toda la faz de la tierra.

    Encíclica Mirari Vos, Gregorio XVI


  2. #2
    Avatar de ALACRAN
    ALACRAN está desconectado "inasequibles al desaliento"
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    Respuesta: Marcelino Menéndez Pelayo

    EL PENSAMIENTO POLÍTICO DE MENENDEZ PELAYO

    Don Marcelino hizo una vez su profesión de fe política. Fue en el famoso «brindis» del Retiro. Esto ocurrió en 1881. Y ahora, tras de haber sido recordado mil veces en poco tiempo, sería ocioso repetir una vez más aquel texto. Después fue diputado a Cortes canovista en 1884 y 1891. Desde 1893, cuando tenía treinta y siete años, fue senador por uno u otro distrito universitario.

    Si esto hubiera significado una compenetración absoluta con los conservadores en cuyas filas venía a encontrarse, habría motivo para pensar que había rectificado más de uno de los puntos del Retiro.

    Pero bien sabía que no todos ellos podían llamarse sus correligionarios. Claro lo dice al escribir que: había en el antiguo partido moderado, como hay en los modernos partidos conservadores, un número no pequeño de volterianos rezagados, de incrédulos e indiferentes, hombres del siglo XVIII, convertidos a los principios de orden por el espectáculo de la revolución desatada, pero incapaces de comprender la intimidad del sentimiento religioso ni de ver en la religión otra cosa que una salvaguardia de la paz pública y un “instrumentum regni”.

    ¿Qué viento había llevado a don Marcelino al mismo destino que a toda esta criticada especie, tan perfectamente caracterizadas por él como las arquetipicas derechas en su acepción peyorativa?

    Quizá en primer término la necesidad intelectual de acogerse a una legalidad que ofreciera sombra propicia al trabajo. Después la esperanza de que -como le escribía a Valera en 1886 — una opinión pública muy poderosa apoyase a las instituciones monárquicas y se opusiera a todo cambio violento.
    Pero sobre todo porque sus desavenencias con los integristas — bastante conocidas — se sumaban a los requerimientos amistosos que se le hacían; y como Cánovas — decía el propio don Marcelino a Morel-Fatio (19-I-1886)—acentuaba cada día sus tendencias conservadoras, reaccionarias, o como usted quiera llamarlas, ni Pidal ni sus amigos tuvieron inconveniente en apoyarle de una manera decidida y eficaz...''

    Y, naturalmente, con Pidal y sus amigos se incorporó don Marcelino, a quien razones de gratitud, gustos y preferencias muy afines y principios políticos comunes facilitaban este acercamiento a Cánovas.
    No debe olvidarse que antes de que el deseo de ampliar las bases de la Monarquía le indujera a resignarse con la incorporación de algunos principios revolucionarios, en el ideario de Cánovas estaban inscritos con el principio de la Monarquía hereditaria, la oposición al sufragio universal y un deseo de continuar la historia de España, cuya interpretación, esbozada en el discurso de contestación a don Manuel Silvela en la Academia Española, parecería, si no fuera anterior, una página de Menéndez Pelayo.
    Pero todo esto y su corta actividad política fueron — como ha dicho bien Pérez Embid— accidente y superposición en la vida de don Marcelino.

    Lo que importa en realidad son sus propias ideas, que ciertamente no se cuidó nunca de exponer sistematizadas, pero que aquí y allá, al contacto de ciertos temas cargados de energía, aparecen como reacción espontánea de su sensibilidad.

    Si alguna cosa hay clara en este mundo, es que la España que Menéndez Pelayo hubiera deseado era la que hubiese asumido con entera fidelidad la misión universal que había comenzado a realizar la España del siglo XVI.
    Pero si la que tenía a la mano era tan distinta, no por eso dejaba de amarla. Y en su gran dolor de 1898, de las cartas de don Marcelino a sus amigos más fieles trasciende la tristisima crisis por que está pasando nuestra desventurada patria, cuyo amor crece en sus hipos a medida que son mayores sus desgracias.
    De esta constancia de su sentimiento patriótico viene la persistente reacción de desvío hacia los que no participaron de él. No perdona a aquella legión de traidores de eterno vilipendio en los anales del mundo, que nuestros mayores llamaron «afrancesados».

    La debilidad, quizá un poco excesiva, que don Marcelino demostró siempre por Jovellanos, se debió en gran parte a su clara actitud patriótica ante todos los requerimientos de la amistad, la tentación de las preocupaciones intelectuales y la seducción de los halagos con que trataron afrancesados y franceses de ganárselo. Jovellanos, en efecto, supo elegir en aquella ocasión entre las gentes más afines a él por su cultura y el pueblo.

    En don Marcelino la repulsa a todo intento de desgarramiento nacional es permanente. Si no fuera tarea tan ingrata la de ahondar en viejas querellas, podrían traerse aquí textos suyos de 1878, de 1887, de 1893, de 1908 —de toda su vida— en los que él se declara unitario frente al separatismo mejor o peor velado bajo fórmulas federales..

    Don Marcelino que tenía raíces de su alma hincadas en el Renacimiento, hubiera permitido a Eugenio d'Ors ampliar su repertorio de afinidades entre las ideas y las formas: la Cúpulay la Monarquíarenacentistas son en el espíritu de Menéndez Pelayo la Monarquíay la Iglesia, como habían sido antes en la pluma del padre Vélez el Altar y el Trono.
    Son ideas tan concertadamente jerarquizadas en su pensamiento como él las había descubierto en nuestra, historia: España — escribía en 1887 — era un pueblo muy monárquico, pero no por amor al principio mismo ni a la institución real... sino en cuanto el Rey era el primer caudillo y el primer soldado de la plebe católica, como Carlos V o el prudente Felipe II.

    Sospechaba, con razón, don Marcelino que algunos de nuestros mejores dramaturgos — Lope de Vega y Rojas, singularmente— habían idealizado con exceso el sentimiento monárquico, que a la postre encontraba su contrapeso en el sentimiento del honor individual. En todo caso quien dejaba las cosas en su punto era aquel buen alcalde Pedro Crespo, que sabía lo que había que dar al Rey y lo que era obligado guardar para Dios. »
    Lo que, por otra parte, tampoco ignoraban los mismos reyes, aunque otra cosa obligue a decir a veces una información parcial, insuficiente o tosca.

    Quien pretenda saber cómo pensaban en este punto aquellos a quienes llamaban absolutistas los constitucionales, haría bien en leer la carta que la condesa de Molina, princesa de Beira, escribió en septiembre de 1861 a su sobrino, el pretendiente, en la que le advertía: ...en la Monarquía española, según sus venerandas e imprescriptibles tradiciones, el Rey no puede lo que quiere, debiéndose atener a lo que de él exijan, antes de entrar en la posesión del trono, las leyes fundamentales de la Monarquía.

    Otro concepto polémico: democracia.
    Don Marcelino habla de ella con frecuencia y tono de afición. Pero si democracia es el ejercicio del poder público por la colectividad de los ciudadanos, fórmula técnicamente correcta, habrá que convenir en que, de verdad, don Marcelino podía ser cualquier cosa menos demócrata.
    La anulación de la aristocracia, la general pobreza, el casi común patrimonio de hidalguía, el ancho campo de la Iglesia, por cuya vía cualquiera podía alcanzar, ganándolos, los más altos puestos del Estado, no tenían que dar de sí forzosamente una democracia. Y no la dieron, aunque a don Marcelino le guste más llamar a aquello democracia frailuna que Monarquía.

    "Monarquía popular" pudo haber dicho con razón, y aún añadir la aclaración que en otro lugar hace: popular escribía en uno de los estudios incluidos en la Antología de poetas líricos en el más noble sentido de la palabra, no en el trivialmente democrático que le dan algunos suponiéndola patrimonio de las clases ínfimas y desheredadas. Pueblo ha de entenderse aquí conforme o la definición clásica de la Partida Segunda.
    Con lo que parece quedar bastante claro, lo que en aquellos otros pasajes no podía querer decir don Marcelino cuando decía "democracia".
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

  3. #3
    Avatar de Michael
    Michael está desconectado Miembro Respetado
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    Re: Respuesta: Marcelino Menéndez Pelayo

    El famoso discurso de Marcelino Menéndez y Pelayo, conocido como el brindis del Retiro:



    «Yo no pensaba hablar; pero las alusiones que me han dirigido los señores que han hablado antes, me obligan a tomar la palabra. Brindo por lo que nadie ha brindado hasta ahora: por las grandes ideas que fueron alma e inspiración de los poemas calderonianos. En primer lugar, por la fe católica, apostólica romana, que en siete siglos de lucha nos hizo reconquistar el patrio suelo, y que en los albores del Renacimiento abrió a los castellanos las vírgenes selvas de América, y a los portugueses los fabulosos santuarios de la India. Por la fe católica, que es el substratum, la esencia y lo más grande, y lo más hermoso de nuestra teología, de nuestra filosofía, de nuestra literatura y de nuestro arte.

    Brindo, en segundo lugar, por la antigua y tradicional monarquía española, cristiana en la esencia y democrática en la forma, que, durante todo el siglo XVI, vivió de un modo cenobítico y austero; y brindo por la casa de Austria, que con ser de origen extranjero y tener intereses y tendencias contrarios a los nuestros, se convirtió en porta-estandarte de la Iglesia, en goufaloniera de la Santa Sede, durante toda aquella centuria.

    Brindo por la nación española, amazona de la raza latina, de la cual fue escudo y valladar firmísimo contra la barbarie germánica y el espíritu de disgregación y de herejía, que separó de nosotros a las razas septentrionales.

    Brindo por el municipio español, hijo glorioso del municipio romano y expresión de la verdadera y legítima y sacrosanta libertad española, que Calderón sublimó hasta las alturas del arte en El Alcalde de Zalamea, y que Alejandro Herculano ha inmortalizado en la historia.

    En suma, brindo por todas las ideas, por todos los sentimientos que Calderón ha traído al arte; sentimientos e ideas que son los nuestros, que aceptamos por propios, con los cuales nos enorgullecemos y vanagloriamos; nosotros los que sentimos y pensamos como él, los únicos que con razón, y justicia, y derecho, podemos enaltecer su memoria, la memoria del Poeta español y católico por excelencia; del poeta de todas las intolerancias e intransigencias católicas; del poeta teólogo; del poeta inquisitorial, a quien nosotros aplaudimos, y festejamos, y bendecimos, y a quien de ninguna suerte pueden contar por suyo los partidos más o menos liberales que en nombre de la unidad centralista a la francesa, han ahogado y destruido la antigua libertad municipal y foral de la Península, asesinada primero por la casa de Borbón y luego por los Gobiernos revolucionarios de este siglo.

    Y digo y declaro firmemente que no me adhiero al centenario en lo que tiene de fiesta semipagana, informada por principios que aborrezco y que poco habían de agradar a tan cristiano poeta como Calderón, si levantase la cabeza.

    Y ya que me he levantado, y que no es ocasión de traer a esta reunión fraternal nuestros rencores y divergencias de fuera, brindo por los catedráticos lusitanos que han venido a honrar con su presencia esta fiesta, y a quienes miro, y debemos mirar todos, como hermanos, por lo mismo que hablan una lengua española, y que pertenecen a la raza española, y no digo ibérica, porque estos vocablos de iberismo y de unidad ibérica tienen no sé qué mal sabor progresista (murmullos). Sí: española, lo repito, que españoles llamó siempre a los portugueses Camoens, afirmó que españoles somos, y que de españoles nos debemos preciar todos los que habitamos la Península Ibérica.

    Y brindo, en suma, por todos los catedráticos aquí presentes, representantes de las diversas naciones latinas que, como arroyos, han venido a mezclarse en el gran Océano de nuestra gente romana.»


    El Matiner: Marcelino Menéndez Pelayo y el carlismo: la ortodoxia hispánica
    La Iglesia es el poder supremo en lo espiritual, como el Estado lo es en el temporal.

    Antonio Aparisi


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