Ya me parecia a mi, sonaba demasiado poetico pero pense que a lo mejor era alguna adaptación al castellano actual. De todas maneras tengo que decir que es un texto fenomenal y muy adaptable a los tiempos que corren.
Ya me parecia a mi, sonaba demasiado poetico pero pense que a lo mejor era alguna adaptación al castellano actual. De todas maneras tengo que decir que es un texto fenomenal y muy adaptable a los tiempos que corren.
En el siglo XIII a nadie se le habría ocurrido hacer arengas por la "libertad", así, en abstracto, y como valor en si misma. Es una cutrez propia de la modernidad, pero en el siglo XIII tenían más estilo.
Aquí corresponde hablar de aquella horrible y nunca bastante execrada y detestable libertad de la prensa, [...] la cual tienen algunos el atrevimiento de pedir y promover con gran clamoreo. Nos horrorizamos, Venerables Hermanos, al considerar cuánta extravagancia de doctrinas, o mejor, cuán estupenda monstruosidad de errores se difunden y siembran en todas partes por medio de innumerable muchedumbre de libros, opúsculos y escritos pequeños en verdad por razón del tamaño, pero grandes por su enormísima maldad, de los cuales vemos no sin muchas lágrimas que sale la maldición y que inunda toda la faz de la tierra.
Encíclica Mirari Vos, Gregorio XVI
LAS NAVAS DE TOLOSA
![]()
Aniversario de la Navas de Tolosa
By AMDG on Julio 16th, 2009 | No Comments »
Hoy, 16 de julio, nos acercamos al octavo centenario. Os dejo dos videos:
Un resumen de tres minutos:
Y un documental más extenso, de casi media hora:
Y un enlace a un texto muy interesante en un blog que acabo de conocer: LAS NAVAS DE TOLOSA O EL TRIUNFO DE LA SANTA CRUZ
Categories: Historia
Tags: navas de tolosa
LAS NAVAS DE TOLOSA O EL TRIUNFO DE LA SANTA CRUZ
Pendón tomado a los infieles y que se conserva en el monasterio de Las Huelgas (Izquierda). Sancho VII de Navarra, el Fuerte (Derecha). Batalla de las Navas de Tolosa (Miniatura de las Cantigas de Santa María (Abajo)
La caída de Salvatierra (1211), la principal fortaleza de la orden de Calatrava, que había sido entregada al ejército almohade, sin que Alfonso VIII se hubiera atrevido a socorrerla, causó una gran impresión tanto en España como fuera de ella. El papa conminó a los reyes cristianos, que tenían cuestiones pendientes con el castellano, a guardar, durante el tiempo de la misma, las treguas en vigor, bajo pena de excomunión.
Embajadores castellanos, entre los que se contaban varios prelados y el médico francés del rey, propagaron las breves del Santo Padre por Francia y la promesa de Alfonso VIII de pagar sueldo y avituallar a los caballeros que viniesen a España, y a sus gentes de armas. Fijaba como plazo para la concentración la octava de Pentecostés (31 de mayo) y como punto de reunión Toledo, al cuidado de su arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada, que había de ser a la vez actor e historiador de la campaña.
Los ultramontanos (extranjeros) empezaron a llegar ya en el mes de febrero, acampando bajo los árboles de la Huerta del Rey, que se extendían más allá del puente de Alcántara, abrazada por un meandro del Tajo. Entre los señores extranjeros que acudieron, casi todos franceses, figuraban como más destacados los arzobispos de Narbona y Burdeos y el obispo de Nantes, reuniéndose, según el testimonio del propio Alfonso VIII, en la carta que dio cuenta de su victoria a Inocencio III, 2.000 caballeros con sus pajes de lanza, hasta 10.000 soldados a caballo y 50.000 peones.
El 21 de junio se pusieron en marcha los ejércitos cristianos. Eran estos tres: el de los cruzados ultramontanos, que capitaneaba Diego López de Haro, el del rey de Aragón y del los castellanos, mandando por Alfonso VIII.
Tomaron Malagón y se encaminaron a Calatrava, castillo muy fuerte y defendido que rindieron los moros al rey castellano. Disminuida la hueste cristiana por la deserción de muchos extranjeros, de lo que pronto fueron enterados los musulmanes por sus espías, siguieron los católicos hasta Alarcos, tomando algunos castillos de sus alrededores, Caracuel y Almodóvar entre ellos.
Mientras tanto, en el campamento de los cruzados, se discute el modo de vencer las dificultades del paso de Losa, cuando inesperadamente un pastor y cazador de conejos llamado Martín Halaja, pide á los centinelas permiso para hablar con los reyes cristianos, a los que tenia que dar noticias de importancia, y una vez en su presencia, les manifiesta, conoce senderos y encrucijadas, por los cuales las tropas pueden llegar a la cumbre sin ser vistas de los infieles. Se considera al pastor como un enviado de Dios, y el Señor de Vizcaya y Álava, con algunos tercios de montañeses vascongados, salen a cerciorarse del aviso, trepan alegres y sigilosos, y se encuentran en la llanura de las Navas de Tolosa, campo a propósito para una gran batalla.
Conservan la posición, avisan y suben los ejércitos católicos, y al observar los moros silencioso y solitario el campamento cristiano, juzgan que rehuyendo la batalla se habían retirado los cruzados, por lo que al mirarlos dueños de posiciones que conceptuaban inconquistables, si su asombro es grande, le sobrepuja la rabia, y provocan la batalla que rehúsan los cristianos fatigados. Acrece la soberbia musulmana, achacándolo á cobardía, e insisten en combatir el siguiente día, pero siendo Domingo, también lo evitan los cristianos y lo dedican a oraciones religiosas, confesiones y comuniones.
Los sermones y pláticas de los prelados y clérigos, entusiasman a jefes y soldados, que arden en deseos de cruzar sus armas con los enemigos de la fe. Antes que rayara el alba del lunes 16 de julio de 1212, los guerreros cristianos divididos en cuatro cuerpos, esperaban la señal de combatir. Seguía Diego López de Haro, mandando la vanguardia formada de los tercios vascongados, las cuatro órdenes militares y las compañías de los Concejos de Madrid y otras nueve villas.
El rey de Navarra dirigía su ejército, tres concejos castellanos, y los voluntarios de los reinos de Portugal, Galicia, Asturias y León. El rey de Aragón y conde de Barcelona, capitanea los aragoneses y catalanes.
Y la retaguardia dirige el rey de Castilla con el grueso de sus tropas y fuerzas de cuatro villas y ciudades. Aparecen por tercera vez los moros en orden de batalla, en cinco grandes cuerpos de ejército en forma de media luna, pensando cerrar el círculo apretando los dos cuernos, para envolver a los enemigos.
El emir de los infieles dirige sus huestes desde su magnífica tienda de campaña, colocada en un cerro que domina la comarca y el campo de pelea, teniendo a su lado, el caballo y las armas y en las manos el Al-Corán, alternando las órdenes de mando con la lectura de algunos versículos guerreros. Rodean y defienden la tienda del emir, en primera línea diez mil negros, amarrados como demonios, que apoyan en el suelo largos lanzones, en la segunda fuertes y aferradas cadenas, y en la tercera tres mil camellos.
Impacientes los dos bandos, apenas la luz crepuscular de la mañana les permite verse, se lanzan el uno sobre el otro con igual denuedo, entre el estrépito de los tambores, clarines y demás instrumentos bélicos y los gritos estridentes de los combatientes, luchando los mahometanos como tigres y como leones los cristianos. El primer choque de las dos vanguardias fue horrible, y los vascongados, las órdenes militares, y las tropas de algunos concejos castellanos, resistieron heroicamente el empuje de los 160.000 africanos, división escogida para que, cual huracán furioso deshiciera la vanguardia cristiana, y facilitara un triunfo completo.
Pronto se generalizó el combate en ambos campos, y todos se conducían valerosamente. Insistiendo Mohammed Aben Jacub, en la idea fundamental de la batalla, sabiendo que los soldados de López de Haro se defendían con ardor creciente, arrojó sobre ellos otro cuerpo de ejército. Tanta muchedumbre creyó imposible resistir el contingente madrileño, y se declara en retirada.
Corre esta noticia en los dos campos exagerándose en ambos, pues se añade que se retiran los tercios vascongados y toda la vanguardia, dando al hecho cierto colorido de verdad, por la semejanza de los escudos de Vizcaya y de Madrid, luciendo en ambos en el centro un árbol verde. El peligro enardece más y más al señor de Álava y Vizcaya, a los vascos, a las órdenes militares y a los concejos que permanecen firmes, y matan y destrozan y contienen primero y luego se sobreponen a sus contrarios. Entretanto la división que manda el monarca navarro, retrocede, aunque en orden, algún poco de terreno y llegan los moros hasta el rey de Castilla, con lo que y las malas nuevas de la vanguardia, sin temor, pero juzgando perdida la batalla exclama: “Arzobispo, yo e vos aquí muramos”. A lo que contesta el primado de Toledo: “Nonquiera Dios que aqui marades, antes aquí habedes de triunfar del enemigo”. El rey replica: "Pues vayamos aprisa á acorrer a los de la primera haz, que están en grande aficamiento".
Y picando los dos á sus caballos ponen en obra su proyecto, consiguiendo detener a los fugitivos y llevarlos de nuevo al campo de batalla, con lo cual y los repetidos gigantescos esfuerzos de los del señor de Álava y Vizcaya, cambia de aspecto la pelea. Piden los moros africanos que avance en su ayuda la caballería de los andaluces, pero estos vuelven grupas y huyen, llevando el desorden a su propio campo.
Entre tanto que los vascongados hacen aun mayores destrozos en la retirada de los infieles, se declara el triunfo y degüello general y llegan los cristianos a la tienda de campaña del emir de los musulmanes. Éstos heroicamente lo defienden y mueren miles de asaltantes hasta que el rey de Navarra, con sus gentes, rompe la triple línea y entra en la tienda y tras los navarros fuerzas aragonesas, catalanas y castellanas.
El emir monta su cabalgadura y huye a Jaén con los restos de sus destrozadas huestes. El rey de Castilla, con esa energía y aun crueldad que distingue á los grandes guerreros, y que en último término economizan mucha sangre en lo sucesivo, convencido de que no bastaba triunfar, sino que era necesario aniquilar al enemigo, hizo publicar, un tremendo bando, ordenando el degüello general de moros y prohibiendo hacer ni un solo cautivo o prisionero.
Dura la matanza hasta después de haber anochecido, muriendo en la batalla y en la retirada 200 mil moros y 25 mil cristianos. Sobre aquel campo cubierto de cadáveres entonó el arzobispo de Toledo el TeDeum Laudamus que cantaron con el, los tres reyes, los prelados, el clero y los jefes y soldados, en acción de gracias por tan importante victoria, que por sus peripecias extraordinarias se consideró debida a la protección manifiesta de Dios.
La batalla de las Navas de Tolosa, denominada también del Muladar, del Muradal y de Lorca, sin dejar de ser una de las glorias más preciadas de todo el cristianismo, de toda España, es a la vez una gloria eminentemente vasco-navarra. Don Rodrigo, arzobispo de Toledo, hijo de Navarra, inspira la idea de la cruzada, al monarca de Castilla, y pasa a Roma como su embajador y obtiene la declaración apostólica, y predica la cruzada en Italia, en Alemania y en Francia, y trae consigo un ejército de voluntarios cruzados, y anima a los castellanos en un momento de desaliento. López de Haro es la primera figura militar de la campaña y con los tercios de las tres actuales provincias vascongadas, sostiene lo más recio del combate e inicia la victoria en la vanguardia. Sancho VII Garcés, el Fuerte, y su ejército reaniman el campo cristiano incorporándose a el, en los momentos que desertan los cruzados extranjeros, y deciden y completan la victoria, asaltando los primeros las triples fortificaciones de la tienda del emperador musulmán. De este monarca se dice que medía más de dos metros veinte de estatura y que manejaba con una mano un enorme mandoble que era el terror de los infieles.
El monarca navarro erguido en su corcel, blandiendo su enrojecida espada, y solo en aquel círculo de hierro con sus doscientos caballeros navarros, es la personificación del triunfo, del valor guerrero y se hace perdonar y olvidar sus extravíos en África cuando había servido a Miramamolín. En resumen la participación que en la batalla de las Navas de Tolosa les cupo a los cuatro pueblos vascos, es una de las páginas más brillantes de su historia.
Los despojos de la batalla fueron de suma importancia en armas, caballos, camellos, alhajas y piedras preciosas, ropas, almacenes, carros, acémilas, y tesoros en metálico, pues los hijos de Mahoma habían desplegado en esta ocasión un lujo ostentoso y vano que contrastaba con la sencillez de los cristianos. Pero el trofeo de mayor estima fue la rica tienda de Mohammed, que se regaló al Sumo Pontífice y se envió a Roma.
Los demás despojos se distribuyeron entre los que habían concurrido a la batalla, haciéndolo por encargo del castellano, López de Haro y cumplió su cometido con tanta justicia y generosidad que dio menos á sus mas allegados, y no se reservó nada para sí. Admirado de ello Alfonso VIII, le preguntó, cuál era su parte, y contestó: “la más preciosa y de más valía, la parte de honra que me corresponde en esta gloriosa empresa”. Otro trofeo fue un tapiz musulmán conservado actualmente en el Monasterio de las Huelgas Reales de Burgos.
Es llamado pendón de las Navas de Tolosa, muy ricamente decorado, las bandas superior e inferior llevan escritas frases de significado religioso. A los lados, las escrituras están hechas de tal modo que puedan ser leídas por el revés del tapiz.
En el centro, una estrella de ocho puntas evoluciona en formas diversas hasta morir en un círculo, conforme al gusto musulmán por la geometría. Predominan los colores dorados y rojos.
El monarca navarro, recogió también su porción gloriosa, las cadenas que rompió tan bravamente y una esmeralda del turbante del rey moro, que llevó a la catedral de Pamplona, y adoptó por emblema de su escudo. Se regocijó la cristiandad al tener noticia de la rota de los almohades, y la Iglesia la celebra en España anualmente, con el título de Triunfo de la Santa Cruz, el día 16 de Julio.
Como consecuencia de la victoria de las Navas de Tolosa, ganaron los cristianos, para Castilla, todo el país que habían recorrido antes de la batalla, el difícil paso de Despeñaperros, antemural de Andalucía, y después los pueblos y territorios de Ferral, Bilches, Baños, Tolosa y Úbeda.
Desde ahí regresaron a sus respectivos estados y se disolvió la cruzada, como siempre prematuramente y sin sacar todo el partido que se debiera en aquellas favorables circunstancias.
Con la batalla de las Navas, cambia de la situación y adviene la preponderancia católica sobre los moros, y comienza la decadencia de los almohades, que terminará en 1248 con la reconquista de Sevilla por San Fernando, para ser sustituida por la de los moros andaluces. Castilla sobresale ya, no solo entre los estados cristianos, sino sobre los infieles, y a estas trasformaciones han contribuido notablemente las cuatro provincias vasco-navarras.
Los historiadores árabes, la llaman batalla de al-Ikab y la consideran como “la primera señal de debilidad que se manifestó entre los almohades, sin que en adelante las gentes magrebíes se encuentren ya en disposición de hacer expediciones”. Entre los linajes vascos que se encontraron en la batalla de las Navas de Tolosa se destacaron: Abad, Aldabalde, Arcay, Bernal, Casares, Echaniz, Elorza, Gavira, Góngora, Mendoza, Ocaranza, Olaza, Ugarte, Zamora, Zuazo. También se distinguió por su denuedo y bizarría Pedro de Lavalle, alférez del rey de Aragón y antepasado del ilustre general Juan Galo de Lavalle.
Fuentes bibliográficas:
BLEIBERG, Germán (Dir.), Diccionario de Historia de España, Revista de Occidente, Madrid, 1969, III.
ORTIZ DE ZÁRATE, Ramón, “Los vasco-navarros en las Navas de Tolosa. Páginas de un libro inédito”, en Revista Euskara (1878-1883), Eusko Ikaskuntza, Donostía, 1997, IV.
Sandro Olaza Pallero
Publicado por SANDRO OLAZA PALLERO en sábado, julio 04, 2009![]()
Etiquetas: Alfonso VIII y las Navas de Tolosa, La batalla de las Navas de Tolosa, Sancho VII el Fuerte y las Navas de Tolosa, Vasco-navarros en las Navas de Tolosa
Muchas gracias por citar este artículo mío que tuvo repercusión en varios blogs y páginas hispánicas.
De nada Sandro, un saludo.
Actualmente hay 1 usuarios viendo este tema. (0 miembros y 1 visitantes)
Marcadores