Investigando los orígenes del libro electrónico
El cambio de siglo ha traido consigo la revolución digital del mundo editorial, junto al consiguiente debate entre los defensores del libro tradicional de papel y los entusiastas de los prácticos eReaders. Pero, para nuestra sorpresa, ese debate tuvo su raiz en 1935, poco antes del comienzo de la Guerra Civil Española. Unos años después, en 1949, una maestra leonesa (gallega de adopción) ideó un soporte único para poder leer diferentes libros basado en unos carretes intercambiables con los textos escritos.
Durante 1930, un año antes de que se proclamase en España la II República, se utilizó un
microfilm como alternativa para guardar libros y partituras que se amontonaban en las estanterías de las bibliotecas. Para poder leer todos estos microfilms se creó una especie de
prototipo de lector de libros mecánico, poco o nada parecido a los actuales eReaders, pero sin duda
pionero de dicha tecnología.
La imagen que encabeza este artículo, publicada por la revita
EverydayScience and Mechanics en 1935, consistía en un
lector de microfilms montado sobre una especie de trípode con un un proyector que mpermitía, según la mencionada revista, “fotografiar libros y poner las copias sobre el dispositivo para una examinación”. Es decir, que el dispositivo permitía
grabar los microfilms, mover la pantalla en el ángulo correcto,
pasar las hojas con un botón y ajustar el foco de la pantalla, tal y hacen hoy en día los libros digitales.
Este tipo de ideas recuerdan a las
ilustraciones del francés Villemard, que datan de 1910, y sobre las que hablamos hace un par de semanas, en las que se podía ver lo
poderosa e inspiradora que es la imaginación humana.
Ángela Ruiz Robles, precursora española del actual eReader, nació en Villamanín (León) en 1895, aunque pasó prácticamente toda su vida en Ferrol. Su
personalidad inquieta y apasionada la llevó a inventar, escribir libros, fundar su propia academia, ayudar a los que pasaban por dificultades y, al mismo tiempo, cuidar de sus hijas.
Entre sus innovadoras ideas destaca la
Enciclopedia Mecánica que patentó en 1949, y que era en realidad un libro de texto para estudiantes que funcionaba con un
sistema mecánico de aire a presión, al que se le podían colocar diversos carretes correspondientes a las diferentes materias, según relata la Agencia Sinc.
El objetivo final de Ángela era
facilitar la vida a todos los relacionados con los libros: a los niños en las escuelas, a los editores para ahorrarles el papel, a los autores para difundir sus obras. Pero La Enciclopedia Mecánica
nunca se llegó a comercializar por falta de financiación, ya que la tenebrosa España de posguerra no avanzaba a la misma velocidad que la imaginación de esta admirable inventora. No obstante, en 1970, rechazó explotar sus patentes en Estados Unidos porque quería que fuera desarrollada en su país.
La
descripción de la patente es bien concisa a la hora de explicar el
funcionamiento de esta revolucionaria enciclopedia: "Lleva unas bobinas donde se colocan los libros que se deseen leer en cualquier idioma. Por un movimiento de las mismas van pasando todos los temas, haciendo las paradas que se quiera".
La Enciclopedia Mecánica disponía incluso también un
hueco ideado inicialmente para colocar una calculadora, que finalmente no se instaló en el prototipo porque no existían dispositivos de cálculo tan pequeños. Lo mismo sucedió con la
adición del sonido y la luz, a pesar de que ya estaban en la cabeza de Ángela Ruiz, como el
condensador de flujo en la mente de Doc Brown.
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