Aquí os dejo estas breves reflexiones sobre la causa última de la inmigración.Es un tema en el que llevo inmerso desde hace varios años.
Tópicos, frases hechas y eslóganes
Acabo de tener la desgracia de ver el debate de TVE llamado 59 ‘segundos’. Y digo la desgracia porque este supuesto debate – no ha habido tal -, que ha versado principalmente sobre la cuestión de la inmigración masiva que está recibiendo España, y a todo lo que se ha reducido ha sido a la manida enumeración de tópicos y lugares comunes. Desde hace más de diez años el análisis de los periodistas españoles se queda en las siguientes afirmaciones básicas, cacareadas hasta el infinito:
1.-La inmigración se produce por la brutal diferencia de nivel de vida entre los países pobres y los ricos.
2.- La inmigración se produce por lo rica que se ha vuelto España, por lo mucho que ha ‘progresado’.
3.- Los inmigrantes aceptan trabajos que los españoles ‘ya no queremos’ (sic).
4.- La inmigración sólo tiene aspectos positivos. Todo aquél que se atreva a siquiera apuntar alguno negativo lo hace sin duda por su naturaleza xenófoba e incluso racista.
5.-No se ha invertido nada en los países pobres y por eso se encuentran en una situación tan terrible. La única solución a largo plazo es que llueva mucho más dinero sobre el Tercer Mundo.
Pasemos a analizar los puntos anteriores.
<< La inmigración se produce por la brutal diferencia de nivel de vida entre los países pobres y los ricos>>
Para ese viaje no hacían falta alforjas. Es evidente que una persona sólo abandona su lugar de origen si no encuentra ninguna otra salida. Nadie emigra porque sí. Sólo la desesperación hace que una persona se atreva a abandonar su hogar y atraviese medio mundo en una incierta aventura en la que en muchos casos va a tener que jugarse su propia vida.
Ahora bien, ¿es ésa la única causa? Se suele aducir también el efecto de los medios de comunicación globales, que le muestran al inmigrante la cara de un primer mundo altamente irreal, incitándolo a emigrar. Incluso contando con este efecto, que no puede ser pequeño, es de justicia reconocer que enormes diferencias de nivel de vida se han dado con anterioridad en muchas épocas. Y circunscribiéndonos al siglo XX, si bien la distancia entre ricos y pobres nunca ha sido tan grande - otra cosa que debemos a la sacrosanta economía ultraliberal – también hay que reconocer que la inmigración masiva a Europa debiera haber comenzado a producirse mucho antes, si ésta se debiera exclusivamente a la diferencia de riqueza entre país receptor y país de salida. Recordemos aquí que la inmigración procedente del Tercer Mundo comienza básicamente en los años sesenta de forma aún tímida, disparándose en los ochenta para los países más ricos. Y que comienza en los noventa, disparándose a partir del año 2000, para los países del sur de Europa. Es decir: es evidente que sin el alto grado de necesidad del Tercer Mundo y de los países en vías de desarrollo no habría inmigración, pero – y esto lo veremos mucho más claramente al circunscribirnos al caso español- también parece evidente que, como dicen en los yanquis en sus películas de intriga, ‘algo no encaja’.Falta una variable de la ecuación, y de influencia no precisamente pequeña.
<<La inmigración se produce por lo rica que se ha vuelto España, por lo mucho que ha ‘progresado’>>.
Si interpretamos el término ‘progreso’ como el aumento de la riqueza de un país en términos absolutos, es evidente que España ha ‘progresado’.España es hoy más rica que hace veinticinco años. También salta a la vista que sin esa mayor riqueza, sin el crecimiento económico, España no estaría en la lista de países ‘deseables’ para los inmigrantes. Ahora bien, aunque España sea ahora más rica que en los años ‘70 u ’80, ya lo era lo suficiente por aquellas fechas – y ya era suficientemente pobre el Tercer Mundo – como para que hubiera comenzado el fenómeno migratorio, aunque lo hubiera hecho de una forma mucho más suave. Sin embargo no fue así. Parece por tanto que, de nuevo, algo no encaja del todo. La diferencia de riqueza no puede ser la única causa de la inmigración.
Por otro lado. ¿Tan rica es España?¿Crecemos a un ritmo tan fuerte? No lo parece. Un par de datos bastan para ilustrarlo: la renta per cápita española es de un 80% de la media europea. En cuanto al ritmo de crecimiento éste se sitúa en torno al 3% en la actualidad, manteniendo una cierta frenada desde hace unos años, después de haber estado cerca del cuatro por ciento. No es una maravilla, sobre todo si tenemos en cuenta que las previsiones de futuro lo sitúan aún por debajo. Notemos aquí que China lleva varios años creciendo por encima del 7% y que EE.UU. mantuvo un ritmo similar durante todos los noventa. Sin embargo, curiosamente, Europa crece muy poco o casi no crece. Y sigue recibiendo cantidades ingentes de inmigrantes. No somos, en principio, un destino tan enormemente atractivo, sobre todo si tenemos en cuenta que nuestra economía se basa en el endeudamiento familiar por encima de cotas sostenibles, la especulación inmobiliaria y un sector turístico que lleva años dando síntomas de decadencia. Es decir, que en pocos años vamos a asistir a un cierto desplome del crecimiento, es inevitable. (Para qué hablar de la crisis energética que se avecina).
Empecemos a concretar. ¿Cuándo comienza el fenómeno migratorio ‘en serio’? A mediados de los noventa. ¿Y cuándo se dispara? A partir de 2000. ¿Cuándo comienza en Alemania, Francia o Reino Unido? En los sesenta y, sobre todo, en los ochenta. ¿Por qué en esas fechas, y no antes? ¿Qué diferencia a los países del sur de Europa de los del norte? El diferente ritmo de crecimiento e industrialización y, como consecuencia directa de lo anterior, el comienzo de lo que se ha llamado eufemísticamente ‘segunda transición demográfica’ o ‘invierno demográfico’.Es decir, el comienzo del fin de la reproducción en estos países.
Tomemos más perspectiva. La reducción de la natalidad europea comienza ya a principios del siglo XX, pero no se deja notar mucho porque se partía de una situación de natalidad muy elevada –unos cuatro hijos por mujer de media-.Salvo breves períodos coyunturales –los llamados ‘baby booms’-ese descenso continúa sin pausa durante todo el siglo, pero no es uniforme: en los países más ricos e industrializados (y como consecuencia, con una estructura socioeconómica más agresiva frente a la natalidad) se produce una dramática caída desde principios de los sesenta. En los países sureños, este fenómeno se dará más tarde, a principios de los ochenta – como consecuencia del diferencial en industrialización y riqueza – pero se dará con mayor fuerza si cabe. Ése es el caso de España, que desde 1980 se encuentra por debajo del famoso 2,1 de recambio generacional. La cifra mínima que asegura el recambio de población. Hace ya un cuarto de siglo, lo que es mucho tiempo. Y no sólo por debajo, sino muy por debajo. En estos años España se ha situado a la cola de la natalidad mundial junto con Japón, con unas cifras de cerca de la mitad del mínimo requerido. ¡La mitad del mínimo!
Hagamos ahora otra precisión: es bien conocido que en el modelo económico capitalista es necesario un incremento sostenido de la población para que haya crecimiento económico. Por otra parte, los ejemplos históricos son innumerables: en situaciones en las que una población se ha visto enfrentada a una brusca pérdida de gran cantidad de su población, o a una crisis demográfica fuerte y continuada, dicha sociedad ha entrado en barrena económica, con lo que eso supone de crisis sociales, políticas y militares. Sólo dos ejemplos: la Europa posterior a la gran epidemia de peste negra, en la que perdió hasta un tercio de su población, o el proceso de desaparición del Imperio Romano, cuya caída tuvo lugar por una profunda crisis de natalidad que abarcó sus dos últimos siglos de existencia. Ésta provocó contracción económica y debilidad militar: para el Imperio Romano, herido de muerte, cada vez resultaba más difícil reclutar soldados –porque no los había y porque no podía pagarles – y alimentarse – faltaban brazos para roturar los campos -. De ahí su recurso a la importación masiva de ‘bárbaros’, cada vez menos romanizados, que terminaron descomponiéndolo e invadiéndolo.
Es decir, no es cuestión de que, sin natalidad, se reduzca el crecimiento económico. Es que sin una cifra de hijos por mujer superior a 2,1 – en torno a un 2,3 ó 2,4 -, mantenida de forma continua y natural indefinidamente, finalmente no sólo termina parándose antes o después el crecimiento económico, sino que comienza la contracción –crecimiento negativo, destrucción de riqueza -.Todo ello acompañado de gravísimas tensiones sociales y crisis políticas que pueden derivar incluso en la destrucción de los estados. Y esto no es fantasear. Un informe de la UE afirma que, de seguir así la natalidad europea, para el 2050 llegaremos al crecimiento cero. A partir de entonces, el vacío.
Volvamos atrás. ¿Cuándo hemos dicho que comienza la emigración masiva a los países más ricos de Europa? En los ochenta. Aproximadamente unos veinte o veinticinco años desde el momento en que su natalidad se sitúo por debajo de esa cifra (2,3-2,4) que exige el crecimiento económico. Y no es casualidad. Lo que ocurrió fue sencillamente que sus economías demandaban mano de obra, y ésta ya no podía ser cubierta ni siquiera por la incorporación creciente de la mujer al mercado laboral – otro factor del problema, ligado directamente a la industrialización -.Analicemos las cifras de la emigración, pero en este caso de la europea a otros continentes. Europa bombeo población de forma incesante durante el siglo XIX y principios del siglo XX. Es decir, en épocas en las que, aunque el crecimiento económico en términos absolutos era muy fuerte, el crecimiento demográfico era tal que, por decirlo de forma sencilla, ‘sobraba gente’ que no tenía más remedio que huir de la miseria de un sistema productivo que no tenía sitio para ellos. Algo similar –pero sólo parcialmente - a lo que ocurre en los países del Tercer Mundo actual. (Recordemos que el Tercer Mundo de hoy no crece mucho que digamos).
¿Qué otros países siguieron ‘bombeando’ población hasta más tarde, hasta los años cincuenta? Italia, Portugal, España y Grecia, básicamente. Y es que aunque el descenso demográfico ya había comenzado, las cifras de natalidad todavía eran suficientemente altas – y sus economías lo bastante débiles- como para que personas de estos países se vieran obligadas a emigrar.
Sin embargo, cuando en Europa no sólo no sobra gente, sino que falta mucha mano de obra que nunca ha nacido, es cuando se dispara la inmigración del Tercer Mundo. Para que ésta se dé es indispensable que haya gente dispuesta a emigrar por el nivel de pobreza de sus países de origen. Pero ésta condición, usando terminología matemática, es necesaria para el proceso, pero no suficiente: hace falta que haya un vacío demográfico en los países de destino, de forma que sus economías demanden población. Se nos podrían objetar las cifras de paro: ¿cómo va a faltar gente si hay población ‘autóctona’ en paro? Bien. Permítasenos contestar a ello en el siguiente punto. Concluyamos simplemente por ahora que el ‘factor X’ que faltaba es la natalidad de Occidente. Y especialmente de Europa, con España a la cabeza del desastre demográfico: España comienza a recibir inmigración a ritmo creciente a partir de mediados de los noventa – unos veinte años después de situarse por debajo del mínimo de crecimiento -, y sobre todo a partir de 2000.Es decir, justo por los años por los que gran cantidad de españoles no nacidos debieron incorporarse al mercado laboral y no lo hicieron porque, sencillamente, no existían.
<< Los inmigrantes aceptan trabajos que los españoles ‘ya no queremos’ (sic)>>.
Es esta una afirmación especialmente odiosa. Y no sólo por lo que supone de implícita acusación de falta de laboriosidad de los españoles sino porque mucha gente hace descansar sus reflexiones en la misma, hurtándose y hurtándonos explicaciones más serias y realistas. Vayamos por partes. ¿Es cierto que los inmigrantes aceptan muchos de los peores empleos de la sociedad? Es indudable que es así. Ahora bien, ¿esto se produce porque los españoles nos hemos vuelto ‘unos señoritos’? Los datos de la Unión Europea no parece que apunten en dicha dirección: España es el tercer país europeo que más horas trabaja y uno de los de menor absentismo laboral. Entonces, ¿qué ocurre? ¿Cuál es la supuesta paradoja? La respuesta es doble.
Por una parte ocurre que una población activa declinante, que se reduce, que se contrae y disminuye, tiende siempre que esto sea posible a retirase de aquellas ocupaciones que presenten una peor relación esfuerzo/salario. Éstas ocupaciones pasan a ser desempeñadas por los inmigrantes recién llegados, que están dispuestos a aceptarlos de buen grado, con tal de alcanzar alguna clase de sustento y arraigo en el país de acogida. Además, no pocos de ellos están acostumbrados a condiciones de trabajo muy duras en sus países, por lo que están más predispuestos a aceptar éstos empleos.¿Qué habría ocurrido de mantenerse una natalidad normal y adecuada en España? Que sencillamente, gran cantidad de españoles no hubieran tenido más remedio que aceptar esos empleos poco atractivos, que es exactamente lo que ha pasado toda la vida.
Por otra, la población española nacional, tiene unas necesidades económicas mucho mayores – y no por hedonismo, o al menos no solamente por ello - .Lo que en vocabulario empresarial se llaman ‘costes fijos’. Veamos un ejemplo. Un inmigrante que comparte piso con otros dos compañeros, y que tiene a su familia en su país, vive en condiciones muy duras, pero no paga hipoteca. Ni un alquiler completo. Tampoco tiene que ocuparse de la manutención o del colegio de sus hijos. Para proveer los gastos de su familia le basta con mandar una cierta cantidad de dinero hacia su país que, una vez allí, y por el cambio tanto de moneda como de nivel de vida, cunde muchísimo más. Eso, y la actitud de sacrificio con la que afronta el verse en un país extranjero y tan necesitado –tanto él como los suyos-, es lo que hace que pueda aceptar trabajos que el español no acepta, no por señoritismo, sino sencillamente porque no le basta dicho sueldo. Si aceptase dicho salario sencillamente no podría hacer frente a todas sus necesidades y además, no podría seguir buscando trabajo con la misma libertad. En este sentido es significativo comprobar como, cuando el inmigrante reagrupa su familia, o la funda de hecho en nuestro país, su ‘flexibilidad’ o disponibilidad a aceptar ‘cualquier cosa’ también disminuye progresivamente, al aumentar sus ‘costes fijos’.
De ahí el que el español, en muchas ocasiones y aprovechando la pequeña tregua que le ofrece el sistema de protección social, prefiera seguir intentándolo a atarse a un trabajo con el que no va a ninguna parte. Pero hay más. Factores que tienen que ver con las características intrínsecas de la economía liberal y con el modelo empresarial de los plutócratas españoles. Eso lo veremos algo más adelante. Por ahora esperamos haber contestado, al menos aproximadamente, a la pregunta que nos planteábamos en el punto anterior, sobre todo si tenemos en cuenta que, por razones estructurales, el capitalismo necesita de una cierta cantidad de paro estructural para ser viable.
<<La inmigración sólo tiene aspectos positivos. Todo aquél que se atreva a siquiera apuntar alguno negativo lo hace sin duda por su naturaleza xenófoba e incluso racista>>
La inmigración nos permite seguir creciendo – sin ella ya estaríamos en contracción económica -; la inmigración nos permite seguir pagando las pensiones –dada nuestra inexistente natalidad del último cuarto de siglo-, aunque es necesario recordar que, como apuntan múltiples estudios, la inmigración no soluciona de ninguna manera el sostenimiento de las pensiones y del resto del estado del bienestar, ya que los inmigrantes también envejecen, generando derechos que habrá que afrontar, y sus hijos se reproducirán (2ª generación) con cifras similares a las de los españoles ‘autóctonos’.La inmigración nos permite, en definitiva, ganar tiempo frente a todos estos problemas.(Sólo ganar tiempo).Desde todos estos puntos de vista, es muy positiva. Pero esto no es todo.
Dejando al margen otro tipo de consideraciones, y circunscribiéndonos exclusivamente a lo económico, debemos señalar que hay un ‘reverso tenebroso’ de la inmigración masiva.’Reverso’ del que en absoluto son culpables los propios inmigrantes –ellos son los primeros explotados- pero que no se puede seguir ocultando al público por el estúpido miedo a ser malinterpretado o ser tachado de esto o aquello gratuitamente. Por otro lado, no se trata sino de fenómenos perfectamente percibidos por el hombre de la calle en su día a día. No se está descubriendo nada. Veámoslos.
En un reciente informe de la Fundación BBVA se afirmaba con todo el cinismo del mundo que ‘la inmigración favorece la moderación salarial’.Más claro, en botella. Y no podría ser de otra manera: el mercado laboral es un mercado más en la economía capitalista. Cuando hay una gran oferta de mano de obra, los salarios se reducen. Por el contrario, cuando escasea la mano de obra, sobre todo si ésta es especializada, los salarios aumentan. Desde este punto de vista nada más deseable para los grandes poderes económicos que la llegada masiva de inmigrantes desesperados, lo cual les permite emplearlos por muy poco dinero y usarlos como arma arrojadiza contra el trabajador español. El argumento esgrimido en negociaciones y contrataciones es muy simple:’si no aceptas estas condiciones siempre va a haber un inmigrante que sí se deje explotar’.Y esto no lo decimos nosotros, sino un informe de CC.OO. – que no es precisamente una organización neonazi –, que pone de relieve como en ciertos sectores con gran contratación de inmigrantes se están bajando los sueldos y se emplea al inmigrante como arma de presión frente al español.
He aquí las razones ‘intrínsecamente liberales’ que antes prometíamos, y por las que a los grandes poderes les interesa que haya un flujo constante de inmigración barata. Para poder explotarla y, al mismo tiempo, explotar mediante la misma al trabajador español. No esperen por tanto que los grandes capitales apoyen medidas para paliar la pobreza en el Tercer Mundo: todo será cosmética. Ellos lo que quieren es que sigan llegando sin tregua. Todo lo que no sean sus beneficios les importa, literalmente, un carajo. Otra de las falacias implícitas en el topicazo ‘los inmigrantes aceptan los empleos que los españoles no queremos’ queda al descubierto: no es que el español medio no los quiera, es que no los quiere con tales condiciones, que le impiden atender sus mínimas necesidades (’costes fijos’). Una última cuestión: el modelo empresarial español no ayuda demasiado. Sufrimos una patronal que desconoce los conceptos de economía de ciclo largo o I+D. Tan sólo saben obtener beneficios mediante la reducción de costes salariales en negocios de economía basura: quieren ganar sin invertir, de ahí su gusto por el trabajador no especializado y la contratación temporal. ¿Qué I+D o qué ‘formación continua’ se necesitan para levantar chalés, o para servir en un chiringuito? ¿Y qué mejores trabajadores que inmigrantes dispuestos a aguantar con la boca cerrada? Por los costes de un español se contrata inmigrante y medio.
En cuanto a lo de <<Todo aquél que se atreva a siquiera apuntar alguno negativo lo hace sin duda por su naturaleza xenófoba e incluso racista>> es simplemente el arma dialéctica favorita de los ultraliberales: todo aquél que se atreva a señalar los aspectos negativos de la inmigración masiva y los oscuros intereses que la sustentan, será inmediatamente tachado de racista. Hasta tal punto llega la desvergüenza. Por su parte, la izquierda a lo suyo. Aunque teóricamente le correspondería defender el derecho de los españoles a tener hijos propios y defender los derechos ya conquistados por los trabajadores españoles, la realidad es muy otra. La izquierda es prisionera de su propio mensaje multicultural del buen rollito, carente de toda seriedad y profundidad de análisis. Todo menos defender políticas natalistas – eso es ‘conservador’ (?) – y el control de la inmigración – eso es directamente ‘facha’ (!) -.Aunque el precio sea el desastre.
<<No se ha invertido nada en los países pobres y por eso se encuentran en una situación tan terrible. La única solución a largo plazo es que llueva mucho más dinero sobre el Tercer Mundo>>
Otra afirmación falsaria. Se ha invertido muchísimo en el Tercer Mundo. Se ha dejado caer dinero durante mucho tiempo. Otra cosa es que, evidentemente, eso ha supuesto una gota de agua en el desierto y no ha valido de nada. Y ¿por qué? Se suele afirmar que las ayudas al desarrollo han consistido en quitarles el dinero a los pobres de los países ricos, para dárselo a los ricos de los países pobres, y es bastante cierto. De hecho, desde hace algún tiempo, se piensa en que la ayuda al desarrollo debe ser transversal y no vertical. Se debe llegar directamente al pueblo, y no dejar que el dinero caiga en manos de sus corruptos gobernantes aunque, claro está, eso es más fácil decirlo que hacerlo. Pero quiénes así hablan también se equivocan.
Y se equivocan porque da igual cómo se reparta la ayuda al desarrollo o cuál sea la cuantía de la misma. El sistema es el problema. La ayuda al desarrollo apenas podrá nunca siquiera aliviar el inmenso latrocinio al que la, etimológicamente, desalmada economía liberal somete al Tercer Mundo. Frente a ese robo continuo la ayuda es una mera limosna, un chiste de mal gusto. Es el sistema lo que debe cambiar. Ese auténtico mecanismo de ladrones.
Juan del Águila
Aquí os dejo estas breves reflexiones sobre la causa última de la inmigración.Es un tema en el que llevo inmerso desde hace varios años.
ENVEJECIMIENTO DE LA POBLACIÓN INMIGRANTE Y PENSIONES
Políticas como la “reagrupación familiar” implican la entrada de familiares mayores de 55 años, padres o abuelos de los inmigrantes, personas mayores que no cotizaron a la Seguridad Social cuando estaban en edad laboral y que, sin embargo, hacen uso de diversas prestaciones sanitarias y sociales que pagaron nuestros padres y abuelos con su trabajo
Uno de los argumentos más manidos por los defensores de la inmigración masiva es que los trabajadores extranjeros van a pagar las pensiones de nuestros padres, de esos hombres y mujeres, que durante años, día a día, trabajaron duro para sacar a sus familias adelante.
Y es que, gracias a la inmigración, la acentuada tendencia al envejecimiento de la población española habría sido frenada y aún invertida gracias a la alta tasa de fecundidad de los extranjeros.
Sin embargo, se observa una ligera tendencia alcista en el porcentaje de población inmigrante mayor de 55 años, fenómeno que conlleva diversos efectos lesivos para los jóvenes españoles cuyos padres tanto trabajaron para construirles un futuro mejor.
Así, según estadísticas de la Junta de Andalucía, en 1998 la población extranjera (excluyendo ciudadanos de la UE y Norteamérica), entre 55 y más de 85 años era de 8.162, mientras que en 2005 dicha población ascendía a 16.143 personas.
Por su parte, según el Ayuntamiento de Madrid, la población inmigrante de 45 a más de 65 años suma el 20 % de la población inmigrante, un porcentaje sensiblemente alto.
No en vano, Jaime Caruana, director del Banco de España afirmaba que la población inmigrante "al envejecer, presionará también al alza sobre la tasa de dependencia”, tasa que se define como el porcentaje de población de 65 y mas años sobre la que cuenta entre 16 y 64, es decir, la población en edad de trabajar.
Políticas como la “reagrupación familiar” implican la entrada de familiares mayores de 55 años, padres o abuelos de los inmigrantes, personas mayores que no cotizaron a la Seguridad Social cuando estaban en edad laboral y que, sin embargo, hacen uso de diversas prestaciones sanitarias y sociales que pagaron nuestros padres y abuelos con su trabajo.
Así, las cotizaciones de los trabajadores extranjeros podrían estar asegurando las pensiones, no de nuestros padres, como los partidarios de la inmigración masiva argumentan, sino las de sus propios familiares.
Si a esto unimos el creciente acceso de los inmigrantes a las prestaciones por desempleo, - su número está creciendo significativamente -, la concesión de prestaciones como la Renta Activa de Inserción, - para inmigrantes con problemas económicos y de inserción social -, y de otras prestaciones sociales y sanitarias, tenemos que la indudable aportación de los inmigrantes en la Seguridad Social, no beneficia más que a ellos mismos, sin repercutir positivamente en el conjunto de la ciudadanía española, especialmente los jóvenes, una ciudadanía que no sólo no recibiría nada de la inmigración masiva, sino que además se vería perjudicada en materia salarial, en sus oportunidades laborales, en sus opciones de acceso a vivienda protegida o a plazas de guardería y escolares para sus niños, en la seguridad y calidad de vida de sus barrios y pueblos, etc.
http://www.minutodigital.com/noticias2/3415.htm
Con tu permiso te copio el artículo para una revista. Gracias
Vita hominis brevis:ideo honesta mors est immortalitas
Que no me abandone la Fe,cuando toque a bayoneta,que en tres días sitiamos Madridy en otros quince la capital, Lisboa.
Sic Semper Tyrannis
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