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Tema: Las veladas del marqués de Alorna

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    Avatar de Hyeronimus
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    Las veladas del marqués de Alorna

    LAS VELADAS DEL MARQUÉS DE ALORNA


    La memorialista Laura Permon, esposa de Jean-Andoche Junot, título napoleónico y, por lo tanto, ilegítimo Duque de Abrantes, y su familia.

    CENANDO CON EL REY DON SEBASTIÁN DE PORTUGAL EL AÑO 1808. UNA FICCIÓN

    Le mataron a los abuelos y a sus tíos. Y, en cuanto a familiares, D. Pedro José de Almeida Portugal, creció solo sin arrimo de padre ni madre. A su padre, el Marqués de Alorna y Conde de Assumar, por nombre D. Juan Almeida, lo encarcelaron en el Fuerte de Junqueira. A su madre y hermanas las recluyeron en un convento. Con D. José I de Portugal, el "Reformador", la familia de D. Pedro José de Almeida sufrió lo indecible. La sucesora de D. José I puso en libertad a los presos políticos y D. Pedro pudo conocer a su familia cuando tenía 23 años. Se había criado con el único cariño que le daba la servidumbre. A la muerte de su padre en 1802, D. Pedro José hereda el título de Marqués de Alorna. Nuestro Marqués se había casado el 19 de febrero de 1782 con Doña Herniqueta Julia Gabriela da Cunha, la hija mayor de D. Manuel José Carlos da Cunha e Tavora, VI Conde de São Vicente.

    La sedicente Duquesa de Abrantes, Laura Permon, esposa del General Junot, nos lo describe en sus memorias, de la siguiente guisa:

    "...supersticioso y fanático hasta el extremo de pretender que algunas noches cenaba con la Virgen María o el Rey Don Sebastián".
    El Marqués de Alorna y Conde de Assumar, protagonista del relato, con su familia.

    En aquellas veladas en que nuestro Marqués de Alorna cenó con el Rey Don Sebastián, hubo esta charla que hoy, en primicia, rescatamos del olvido como fuente a la que no han podido acceder los historiadores por ese espíritu del que, casi todos, hacen gala: el espíritu de la tiesura y el rigorismo positivista del dato y del hecho.

    Imaginemos la escena. Ésta transcurre en un Portugal ocupado por los ejércitos napoleónicos, poco antes de partir el Marqués, al mando de la Legião Portuguesa que servía a Junot, a tierras salmantinas. D. Pedro José de Almeida está sentado a la cabecera de la mesa, frente a él hay un sillón y unos cubiertos de plata. El fámulo, con casaca y peluca, a la etiqueta dieciochesca, trae una sopera de porcelana sévrienesa, nada más y nada menos que del año 1757 (digamos para el profano, que un año después de ser trasplantada la fábrica de porcelana de Vincennes a Sévres). Hay copas de cristal de Bohemia, del obrador de Caspar Lehmann, pionero en vidriar a guisa de "Tiefschnitt". Y lucen dos candelabros puestos sobre los ricos manteles que cubren el tablón robusto de nogal catalán. El sirviente no ve al Rey D. Sebastián, pero con la misma rigidez con la que serviría a un ser humano que hace bulto, el criado sirve la humeante sopa en el plato vacío del invisible comensal. Así lo tiene establecido el Señor Marqués. El Señor Marqués se complace en ver que el caldo está al gusto de su regio y ultramundano huésped. Cuando el criado se va del refectorio palaciego, el Marqués dice:

    -Don Sebastián, dígame Su Majestad, ¿cómo se le ocurrió ir a perderse en Alcazarquivir?

    -Era uno joven, mi querido D. Pedro. No hacía más que pensar en el testamento de mi tatarabuela Isabel de Castilla. Que no había castellanos que lo hicieran cumplir. Su última voluntad, de mi santa tatarabuela, era la de conquistar África y acabar con la secta mahometana que siempre fue una amenaza a un paso de la Cristiandad.

    -Pues nos lució el pelo a los patriotas. Fue desaparecer Su Majestad, y su tío Felipe II echó mano de Portugal. Y los castellanos aquí jodiendo la marrana, hasta que conseguimos expulsarlos, que por poco si se nos quedan para los restos.

    -No se queje, mi querido Don Pedro, que mi tío Felipe tenía suficientes y legítimos derechos para, en mi ausencia, ser Rey de Portugal. Y además, mire ahora: ahora no son los castellanos, sino la soldadesca francesa, bajo la jefatura de herejes modernos a los que vos sirve, la que ha inundado a toda España, incluida Portugal.

    El Marqués carraspeó, como acusando el golpe insonoro dado por el espíritu de D. Sebastián, y dijo:

    -Digamos que, puesto a escoger entre los que miran con petulancia a la Patria, elegí al más lejano. Y, con el debido respeto, mi Señor, permítame contarle un apólogo muy escueto, casi un dicharacho que solía citarme un antiguo criado, en las foscas noches de invierno y que mucho hace a la liga de Portugal con el resto de Europa.

    -Diga, diga, D. Pedro... ¡Qué exquisita sopa, si tuviera paladar para darle gusto! -dijo el espiritado Monarca, con un leve velo de disgusto. -Pero, cuénteme lo que le decía su criado, señor Marqués.

    -Pues me decía que siempre se ha repetido en la Historia el mismo cantar: Que Francia siempre mira por encima del hombro a España. Que España siempre mira por encima del hombro a Portugal...

    -Sí. ¿Y qué le queda por hacer a nuestro Portugal en tal situación repetitiva? -inquirió el Rey.

    -A Portugal le queda mirar por encima del hombro al Atlántico.

    El Rey hizo un mohín y dijo:

    -Siempre he preferido mirar por encima del hombro a África, pues algún día podría despertar esa bestia que adora a sus fetiches paganos y devora carne humana. Gustosamente volvería a morir otra vez en Alcazarquivir con tal de pararles los pies a esas hordas terribles. Mi tatarabuela era una santa; por eso, aquí como en todo, llevaba tanta razón.

    Al fin del parecer pronunciado por el heroico y legendario Monarca, chozno de Isabel la Católica y mártir de la Santa Cruzada, el de Alorna cogió la campanilla y la agitó. Sin demora, al sonido de la campanilla, apareció el sirviente -raudo como una flecha-, con la prontitud de un espíritu que es invocado, pero sosteniendo sobre la palma de su mano enguantada una bandeja con rico manjar.

    Y el Marqués de Alorna, frunciendo el entrecejo en actitud cavilosa, terminó diciendo:

    -Nunca he considerado esa posibilidad, mi Augusto Señor.

    Duque de Montemor-o-Velho

    LIBRO DE HORAS Y HORA DE LIBROS

  2. #2
    Avatar de Irmão de Cá
    Irmão de Cá está desconectado Miembro Respetado
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    Re: Las veladas del marqués de Alorna

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    Me pregunto si el Duque de Montemor-o-Velho - cuyo ducado conozco muy bien por señal - será el alter ego luso del Maestro Gelimer o tiene el Libro de Horas y Horas de Libros un coautor de tal hidalguía portuguesa...

    Sea como fuere, el texto está muy bien imaginado. Si lo pudiera leer, El-Rei D. Sebastião quedaría contento por la justicia que hace a su memoria. Remete también este texto para un par de estudios muy interesantes de mi amigo Ordóñez, Política Transfretana (I/II), los cuales se pueden leer en el foro. Un sólo matiz, todavía: mirar por sobre los dos hombros a la vez (África y el Atlántico), mejora la perspectiva... y esto también vale para España.
    res eodem modo conservatur quo generantur
    SAGRADA HISPÂNIA
    HISPANIS OMNIS SVMVS

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