JUAN RAMÓN JIMÉNEZ, POETA PORTADOR DE DESTINO

Juan Ramón Jiménez, en compañía de unos niños portorriqueños
LA PALABRA POÉTICA Y LAS ESPAÑAS QUE RENACEN


Por Manuel Fernández Espinosa


Juan Ramón Jiménez nació en Moguer (Huelva, España) el 23 de diciembre de 1881 y pasó a mejor vida en San Juan de Puerto Rico (España de Ultramar) el 29 de mayo de 1958. En 1956 recibió el Premio Nobel de Literatura, su obra ha sido bastante popularizada, pero por muy extensa que es la bibliografía que sus especialistas han dedicado a la Obra de Juan Ramón, apenas se ha penetrado en su poesía. Juan Ramón es el popular escritor de "Platero y yo" y un poeta dedicado por completo a lo que él denominaba su "Obra", con una constancia y fervor que algunos describen como maniática: pero en los fondos de sus versos, en la música de su palabra reciente siempre, por más años que sucedan, pocos han entendido que Juan Ramón es todo eso y más: Juan Ramón es portador de un destino.

El escritor mexicano Alfonso Reyes, siempre tan perspicaz, nos desvela algunos de los pensamientos rectores de Juan Ramón Jiménez, por ejemplo ese de: "La fuerza de rechazar -dice Juan Ramón- mide la capacidad moral de un hombre, en el orden de la conducta; mide la verdad de su estilo, en el orden del arte; mide, finalmente, en el orden de su vitalidad, el peso de su creación" (en "Tertulias de Madrid", Alfonso Reyes; las citas que traemos a colación del autor mexicano pertenecen a esta obra, publicada por Espasa Calpe).

Juan Ramón no solo es el neurótico que sublima su neurosis, como quiere la crítica psicologiquera que no puede despegar su panza de sapo del suelo, sino que Juan Ramón pertenece a uno de los pueblos más antiguos de la humanidad: el andaluz, ese que -ha unos días- recordábamos que José Ortega y Gasset comparaba con China. Y mucho de chino tiene nuestro Juan Ramón. No es tan solo el poeta de la poesía pura (que muy equivocadamente se reduce a un esteticismo enfermizo y estéril), no es tan solamente el poeta de la poesía hermética (cuyos arcanos hay que descifrar valiéndose de claves swedenborgianas o francesas); claro que Juan Ramón, por supuesto, recibió la valiosa influencia del decadentismo, del simbolismo, del modernismo y de cuantas vanguardias tengan a bien sumar especialistas más duchos que yo en la materia. Pero olvidan con facilidad que Juan Ramón era un universo en sí mismo. Muchos repiten el estribillo que lo cualifica como "andaluz universal", pero nadie sabe el punto de verdad que tiene esa expresión en un poeta tan singular-universo como Juan Ramón.

La poesía de Juan Ramón es la autoconciencia de la Palabra (de la Palabra castellana). Solo un poeta recogido en el misterio y ministerio de la Palabra ha podido escribir estos versos tan chinos, tan confucianos:

¡Intelijencia, dame
el nombre exacto de las cosas!
... Que mi palabra sea
la cosa misma,
creada por mi alma nuevamente.

Que por mí vayan todos
los que no las conocen, a las cosas;
que por mí vayan todos
los que ya las olvidan, a las cosas;
que por mí vayan todos
los mismos que las aman, a las cosas...
¡Intelijencia, dame
el nombre exacto, y tuyo,
y suyo, y mío, de las cosas!


(Eternidades)

¿Por qué me permito llamarle "chinos", "confucianos", a estos versos? Veamos.

El poema que he escogido de Juan Ramón es toda una invocación a la "Intelijencia", para que ésta dote al poeta del "nombre exacto" de las cosas, para que el Lenguaje sea medio apto de comunicación y, a través de la Palabra del Poeta, comulguen los hombres entre sí y con el mundo entero de las cosas; la Palabra poética es: 1) instrumento de conocimiento: "Que por mí vayan todos/los que no las conocen, a las cosas"; 2) instrumento mnemotécnico: "...que por mí vayan todos/los que ya las olvidan, a las cosas"; y 3) vehículo de amor entre los seres humanos, de amor de unos a otros y de amor de los seres humanos con el mundo en su totalidad: "que por mí vayan todos/los mismos que las aman, a las cosas". La palabra exacta (que Juan Ramón pide aquí que la Intelijencia le otorgue como un don) remite a una de las doctrinas más importantes del pensamiento de Confucio, la denominada "doctrina de la rectificación de los nombres". Esta doctrina del sabio chino postula que para ordenar el mundo se requiere que los nombres sean los correctos. Para poner orden en el mundo y que los asuntos en todos los órdenes puedan realizarse cumplidamente.

"Si los nombres no son correctos, las palabras no se ajustarán a lo que representan y, si las palabras no se ajustan a lo que representan, los asuntos no se realizarán. Si los asuntos no se realizan, no prosperarán ni los ritos ni la música, si la música y los ritos no se desarrollan, no se aplicarán con justicia penas y castigos y, si no se aplican penas y castigos con justicia, el pueblo no sabrá cómo obrar".

("Los cuatro libros" de Confucio,
introducción, traducción y notas de Joaquín Pérez Arroyo).

Allí donde las palabras han perdido su significado todo anda en el desorden, las relaciones sociales no pueden transcurrir en los términos que exige el bien. Cuando las palabras no son las exactas, el lenguaje no sirve para conocer, ni para remembrar, ni para mantener una relación amorosa con el mundo; todo lo contrario, la palabra que se ha degradado deviene fuente de confusión, motivo de controversias, raíz de la discordia. Miremos a nuestro alrededor y veremos como es así: le llaman "matrimonio" a lo que no es tal, le llaman "interrupción del embarazo" a lo que es crimen, le llaman "tolerancia" a lo que es sumisa aceptación de todo lo disolvente... Y si miramos a nuestra "casa": ¿a qué le llamamos "España"? ¿Qué entendemos por "Monarquía"? ¿Qué decimos cuando decimos "República"? La mayor parte de nuestras empresas se malogran por no entendernos los unos a los otros, la mayor parte de nuestros conflictos brotan de esa babélica confusión de las lenguas (de la lengua vernácula incluso). Y a veces, tendríamos que pensar esta frase de otro gran Poeta, Francisco de Quevedo, incrustada en una de sus últimas cartas:

"Hay muchas cosas que, pareciendo que existen y tienen ser, ya no son nada, sino un vocablo y una figura".

Es cierto, pero frente a esa obsolescencia de ciertas entidades de las que solo quedan los nombres cual carcasas, Juan Ramón nos insta a crear la Palabra, en ese mismo poema de "Eternidades" nos lo dice meridianamente:

... Que mi palabra sea
la cosa misma,
creada por mi alma nuevamente.


Ésta es una de las simas todavía por escrutar en las honduras de la poesía juanramoniana. Esta ruta promete descubrimientos que van más allá de la prosaica interpretación de los gramáticos: es una vía que invita a esa "inmensa minoría" para la que Juan Ramón escribía. La Palabra recental, fuente de sentido y de realidad, capaz de transformar el mundo, dándonos Patria e Inmortalidad. Según piensa Alfonso Reyes, el poema que cifra el arte de Juan Ramón dice:

¡Palabra mía eterna!
¡Oh, qué vivir supremo
-ya en la nada la lengua de mi boca-
oh, qué vivir divino
de flor sin tallo y sin raíz,
nutrida, por la luz, con mi memoria,
sola y fresca en el aire de la vida!

"Donde la palabra eterna quiere decir, no un elogio que el poeta se aplica a sí propio, sino una actualidad permanente [...] el misterio lógico de la perfección como lo define Santo Tomás; acto puro, sin blanduras de potencia o posibilidades dormidas; acto puro, realización absoluta" -añade muy oportunamente Alfonso Reyes.

El patriotismo de Juan Ramón era radical, arraigado a las entrañas de la Lengua; no fue patrioterismo de cartón, era enterizo. Por eso, con motivo de su viaje a Argentina en 1948, cuando ya se encontraba "desterrado", el mismo Juan Ramón escribió este testimonio que opera como una revelación:

"El milagro de mi español lo obró la República Argentina... Cuando llegamos al puerto de Buenos Aires y oí gritar mi nombre, ¡Juan Ramón, Juan Ramón!, a un grupo de muchachas y muchachos, me sentí español, español renacido, revivido, salido de la tierra del desterrado, desenterrado... ¡El grito, la lengua española; el grito en lengua española, el grito!... Todo era por mi lengua, por la lengua en que había escrito lo que ellos habían leído. Nunca soñé cosa semejante... Aquella misma noche yo hablaba español por todo mi cuerpo con mi alma, el mismo español de mi madre... y por esta lengua de mi madre, la sonrisa mutua, el abrazo, la efusión... No soy ahora un deslenguado ni un desterrado, sino un conterrado, y por ese volver a lenguarme he encontrado a Dios en la conciencia de lo bello, lo que hubiera sido imposible no oyendo hablar en mi español".

Sabido es que los poetas de raza no sólo versifican, sino que en la antigüedad también fueron tenidos como "vates"; esto es, hombres de una hipersensibilidad que, en momentos de inspiración, podía franquearles el muro que hace invisible el futuro, escuchar el dictado del Hado para alumbrar mundos nuevos. Juan Ramón Jiménez fue de esos, por eso a veces se expresaba enigmáticamente, como lo hizo cuando llegó a escribir: "Yo sé que estoy unido a un destino de Puerto Rico, a un destino ineludible y verdadero" ("Un destino inmanente", ensayo contenido en "La isla de la simpatía").

En Puerto Rico crece en nuestros días un clamor popular, cada día son más los portorriqueños que se suman al Movimiento por la Reunificación de Puerto Rico con España. ¿Será ese el destino de Puerto Rico al que estaba unido el Poeta de Moguer? ¿Será esa gran Reunificación de todos los pueblos hispanohablantes en un gran bloque geopolítico lo que veía el visionario de la Palabra? ¿Será ese el "destino ineludible y verdadero" de una comunidad lingüística que abarca el mundo?

Estamos íntimamente persuadidos de que así es. Somos conscientes de que nuestro actual sistema político -nuestro Estado- es el peor obstáculo que existe para eso, dudamos incluso de su hispanismo: prueba de ello es la imposición del bilingüismo anglosajón en nuestro sistema de enseñanza; pero también sabemos que, a decir de Quevedo: "Hay muchas cosas que, pareciendo que existen y tienen ser, ya no son nada, sino un vocablo y una figura", pero también nos ha dicho Juan Ramón Jiménez que la Intelijencia nos puede dar la "palabra exacta" para conocer, para recordar y para amar siempre aquellas realidades que constituyen nuestro ser propio: nuestra Patria, nuestra Lengua, nuestra Civilización.


RAIGAMBRE